jueves, 26 de noviembre de 2015

Siria, terreno de una guerra mundial

SOPHIE BESSIS ES EXPERTA DEL INSTITUTO DE RELACIONES INTERNACIONALES 
Y ESTRATEGICAS
La historiadora tunecina analiza el conflicto en Siria y el papel que desempeñan los países de Occidente y del Golfo Pérsico en esta crisis que deja cientos de víctimas bajo las bombas, los atentados terroristas y la represión.
 Por Eduardo Febbro para Página 12
Desde París
El conflicto en los países de Medio Oriente ha rebasado de una vez sus fronteras. Las injerencias occidentales destructoras, sus intervenciones armadas, la cadena inimaginable de burradas cometidas en la región por los supuestos estrategas de Occidente, la expansión del conflicto entre chiítas y sunnitas (entre los países del Golfo Pérsico e Irán), el doble rostro de las monarquías del Golfo Pérsico y las confrontaciones inherentes al conflicto entre las grandes potencias –Estados Unidos, Rusia, Unión Europea– han desatado un incontenible conflicto que dejó cientos y cientos de miles de muertos en la región y, en lo que va del año, se introdujo varias veces en el corazón de Occidente: las huellas más sangrientas están en Siria, Irak y Francia, donde los atentados de enero de 2015 contra el semanario francés Charlie Hebdo y el supermercado judío del este de París, y, ahora, en noviembre, la matanza perpetrada en París por un comando que respondía al Estado Islámico, dejaron un saldo de más de 150 muertos y cientos de heridos. Esta catástrofe polifónica es el resultado del intervencionismo militarista de las potencias Occidentales cuyas estrategias y alianzas regionales no hicieron sino propulsar el surgimiento de fundamentalismos religiosos cada vez más devastadores. La historiadora Sophie Bessis ha desarrollado una obra rigurosa en torno a estos múltiples focos de horror que desestabilizan a Medio Oriente. Tunecina de nacimiento, investigadora en el IRIS de París (Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas) Bessis ha sabido sin embargo ir más lejos en sus análisis. Publicado por Alianza Editorial en 2002, su libro Occidente y los otros: historia de una doble supremacía, había trazado un singular perspectiva sobre la arrogancia occidental y ese control del mundo que lo lleva a creer que esa supervisión es parte de su identidad. En el último libro publicado, El doble camino sin salida, lo universal ante la prueba de los fundamentalismos religiosos y mercantiles (La double impasse. L’universel à l’épreuve des fondamentalismes religieux et marchand, Paris, éd. La Découverte, 2014), la historiadora tunecina ponía en relación la influencia mutua que ejercen el radicalismo islamista y el hiper liberalismo tal y como se practican en Occidente y las petromonarquías.
En esta entrevista exclusiva realizada en París, Sophie Bessis analiza la guerra en Siria, los orígenes y las responsabilidades de la catástrofe en Medio Oriente, el conflicto interno entre chiítas y sunnitas y el papel que desempeñan los países de occidente y los del Golfo Pérsico en esta crisis que corroe el corazón del sistema internacional y deja cientos de miles de victimas bajo las bombas, los atentados terroristas y la represión.
–Los atentados de París marcan un nuevo hito, tanto en el horror como en el señalamiento de la responsabilidad occidental en esta crisis. Al mismo tiempo le sacan la máscara al origen de este problema, que es, en gran parte, el pacto entre las petromonarquías del Golfo Pérsico y Occidente.
–Los últimos acontecimientos trágicos que golpearon a Francia nos conducen a reflexionar todavía más sobre los efectos catastróficos que pueden tener la convergencia de estos dos fundamentalismos, el liberalismo y el fundamentalismo religioso. Sabemos muy bien que ciertas monarquías del Golfo Pérsico son las ideólogas y los propagadoras del fundamentalismo clanista. Hay pruebas irrefutables. Si no, basta con ver cómo es un país como Arabia Saudita y cuál es su ideología. Desde el primer colapso petrolero de 1973, los países del Golfo acumularon una inmensa fortuna gracias a la adicción de las economías occidentales con respecto al petróleo. Esta adicción y el dinero que va con ella le permitió a los países del golfo globalizar lo que podría llamarse un nuevo Islam, una nueva versión del Islam que se tradujo en movimientos islamistas cada vez más violentos y extremistas. Ahora bien, estos países son los aliados más cercanos de los grandes Estados democráticos de Occidente, los defensores de la libertad y los derechos humanos. Estas monarquías del Golfo se encuentran entre los países más ricos del planeta, pero los grandes países occidentales pasan por encima de sus propios valores para venderles armas, aliarse con ellos, comprarles petróleo. No quiero decir que debemos ser completamente idealistas y no tomar en cuenta la realidad. Pero en fin, entre tomar en cuenta la realidad y hacer de Arabia Saudita y Qatar sus aliados más cercanos hay un margen. Y mientras haya un abismo tan grande entre el discurso y la realidad veremos que esos dos fundamentalismos seguirán siendo complementarios. La ideología wahabista de Arabia Saudita es la más sectaria, la más oscurantista de todas las formas y lecturas del Islam. No hay que confundir Islam e islamismo. Incluso si hay pasarelas entre una y otra, está la religión y luego la política. Pero esos movimientos políticos que reivindican el Islam lo hacen identificándose con esa versión regresiva del mismo.
–¿Cuál el proceso que conduce a esta radicalización?
–Hay muchas causas, pero distinguiré dos. La primera y dentro del contexto internacional es evidente que todas las acciones occidentales llevadas a cabo en Medio Oriente desde el 11 de septiembre 2001 forman parte del problema y no de la solución. Esas acciones exacerbaron, desestructuraron y destruyeron Medio Oriente como nunca antes había ocurrido. La invasión de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos es una de las matrices del extremismo jihadista armado. Estados Unidos destruyó un Estado. Ciertamente era una dictadura, Saddam Hussein era un dictador sangriento que mató a decenas de miles de personas. Pero la invasión norteamericana mató a cientos de miles de personas, acá hablamos de otra escala. Esa invasión de 2003 hizo explotar un Estado, no dejó ninguna base. Si se miran las intervenciones occidentales de los últimos años en la región, estas hicieron explotar los Estados sin garantizar la estabilidad después. Pienso en Libia, por ejemplo. Convencidos de su hiperpotencia los Estados occidentales hicieron cualquier cosa. Actuaron con un simplismo político que se aparenta al cretinismo. En Irak, como Saddam Hussein era sunnita, lo mataron a él y le entregaron el poder a los chiítas. Ahí hay una prueba del simplismo político de Occidente. Además, al darles el poder a los chiítas se le entrega Irak a su peor enemigo, que es Irán. Después ponen a la cabeza de Irak a un fundamentalista chiíta, Nouri Kamal al Maliki, el cual emprenderá la peor de las represiones contra la minoría sunnita. Y esa minoría, incluso si no era particularmente extremista, se unirá al Estado Islámico con la idea de que únicamente éste los protege. El Estado Islámico no sería lo que es hoy si no estuviese detrás toda esta situación. La segunda razón cabe en una pregunta que conecta el fundamentalismo religioso con el fundamentalismo mercantil: ¿por qué las tres cuartas partes de esos jóvenes que van a matar cientos de personas provienen de los suburbios de las grandes ciudades europeas, de los cuales entre 30 a 40 por ciento son convertidos, es decir, que ni siquiera provienen del mundo árabe? ¿Por qué? Porque el mundo en el cual vivimos es un mundo vacío de sentidos, carente de propuestas. El fundamentalismo mercantil provocó un vaciamiento del sentido. Una idea colectiva no puede resumirse al horizonte del consumo. Encima, ponen ese horizonte del consumo sin dar los medios para consumir. La variable principal de ajuste de la versión actual del capitalismo es el trabajo, el desempleo. Cuando se unen estos dos factores la bomba explota. La extraordinaria perversidad de esos movimientos religiosos consiste en hacerle creer a esa juventud sin rumbo que le transmiten un sentido y un horizonte de esperanzas.
–¿Qué lugar ocupa en este conflicto la propia confrontación interna entre chiítas y sunnitas?
–La división entre chiítas y sunnitas remonta a la muerte del profeta Mahoma, pero nunca fue un problema geopolítico como hoy.
–Pero se ha convertido en una de las esencias del conflicto.
–Sí, actualmente es un problema geopolítico pero es un pretexto dentro de la lucha de poderes. La revolución iraní ejerció un enorme poder de atracción en las masas musulmanas pobres. A partir de allí, Arabia Saudita quiso construirse otro polo de atracción y empezó a financiar, a capacitar y a armar el fundamentalismo sunnita. Pero no estamos asistiendo a querellas teológicas, o querellas dinásticas. Estamos ante conflictos políticos y este conflicto interno entre sunnitas y chiítas le conviene a mucha gente. Mire, otro ejemplo: hoy, Arabia Saudita está arrasando Yemen. En este país, los zaiditas nunca se consideraron chiítas, pero se volvieron chiítas desde que Irán los financia. Es un chismo político reciente. Pero en los años 70, Arabia Saudita financiaba al zaidismo. En suma, Arabia Saudita fue aliada de los zaiditas y hoy los bombardea con el pretexto de que son chiítas. No niego la existencia del conflicto entre chiítas y sunnitas en la historia el Islam, pero hoy asistimos a una instrumentalización política de este conflicto.
–¿Usted coincide con ciertos análisis según los cuales hay una clara intención de provocar el famoso conflicto entre civilizaciones, entre religiones?
–Hay dos grupos que necesitan llegar a ese punto: los extremistas islamistas y las extremas derechas occidentales. Ambos necesitan un conflicto entre las civilizaciones, entre las culturas, entre las religiones. Los extremistas islamistas necesitan el conflicto para decir “ellos son nuestros enemigos hereditarios hay que matarlos a todos”. Y a las extremas derechas occidentales les hace falta ese conflicto para decir: “miren, nuestros enemigos de hoy no son los grupos extremistas sino los musulmanes como globalidad”. En la actualidad, los democráticos del mundo árabe tienen mucho trabajo por hacer, pero nadie les presta atención y se olvidan de que existen. Cuentan con muy pocas divisiones. El Occidente tiene a su vez un doble combate por delante: un combate contra el extremismo que mató en París a 130 personas y que, me temo, seguirá provocando daños en los próximos meses y años. Y también otro combate contra las extremas derechas. Esos dos extremos quieren llegar a una situación de odio contra odio. Los demócratas tienen que evitar que se llegue a esto.
–Siria, ahora ¿por dónde se introdujo la fractura que condujo a este desastre político, geopolítico y humanitario?
–En marzo de 2011, cuando empezó la Primavera Arabe con el levantamiento de Túnez, seguido por la sublevación de la Plaza Tahrir (Egipto), luego el de Bahréin, el de Bengazi, también se reveló la ciudad siria de Deraa. Lo hizo con el grito de justicia, libertad, dignidad y exigiendo lo mínimo que un pueblo puede pedir. Basta de esencializar a los árabes diciendo que no tienen las mismas neuronas que los demás. Los sirios, como los demás, estaban hartos de 50 años de una dictadura sangrienta y espantosa. Pero la represión fue salvaje, de una violencia horrible, lo que no es sorprendente de parte del hijo de Hafez al Assad. Lamentablemente, varios movimientos, varios países vecinos, se dijeron que la única solución era armar la revuelta. La fractura está ahí, cuando se pretendió armar la sublevación. Hoy tenemos más de 300 mil muertos. Ceder a las sirenas de la militarización de la revuelta fue un error grave. Luego, tampoco hubo unidad de la oposición siria ante la dictadura de Bashar al Assad. Al fin, gracias a los países vecinos, en particular a las monarquías del golfo, Siria se volvió el terreno de la guerra de todos. En Siria, hoy asistimos a una guerra mundial. Están todos: los norteamericanos, los europeos, los rusos, los iraníes, el Hezbollah, los sauditas. En suma, todos están ahí y todos bombardean Siria. En la última etapa tenemos a Rusia, que se introdujo en el juego de forma magistral respaldando una de las peores dictaduras que haya conocido el Medio Oriente en su historia moderna. Y esto no hay que olvidarlo: la dictadura de Assad es una de las más sangrientas de Medio Oriente. Si se olvida esto, nos olvidamos de los muertos, pero los muertos no pueden olvidase.
–¿No hay salida racional entonces?
–Lo que podría ocurrir es que las potencias se pongan de acuerdo para que todo quede igual, menos el Estado Islámico, desde luego. Se pondrán de acuerdo para eliminarlo. Es posible. Así se llegará de nuevo a la explosión de Medio Oriente. No estoy segura de que sea la solución. Estamos en un período de desintegración total de la región y no se cómo se recompondrá.
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viernes, 20 de noviembre de 2015

Los caprichos fronterizos de Oriente Medio

Por Fernando Arancón
El Plan Schlieffen, con el que Alemania esperaba vencer rápidamente a Francia, había fracasado. Aquella guerra que el Káiser Guillermo II esperaba resuelta para la Navidad de 1914 estaba poco tiempo después en punto muerto. El noreste de Francia se había convertido en uno de los mayores cementerios del mundo tras la batalla del Marne, situación agravada entre 1915 y 1916 tras sucederse los combates en Verdún y el Somme. Al otro extremo del Segundo Reich la situación no era mejor. Las tropas germanas habían vencido con cierta facilidad a los rusos en Tannenberg, y los ejércitos del Zar se deshacían entre los disparos de los Mauser, las deserciones, las cargas en masa y la total carencia de armamento y avituallamiento.
La pareja franco-británica, consciente de la precaria situación de su aliado oriental, se había propuesto descongestionar su maltrecho frente de Picardía y Champaña llevando la guerra lejos de allí. Los Balcanes no eran distracción suficiente para las tropas austrohúngaras y otomanas. En 1915 se consumaba el cambio de bando de Italia tras prometérsele por parte francesa, británica y rusa los territorios irredentos que su insaciable nacionalismo añoraba. Sin embargo, la aportación de los italianos al avance aliado fue escasa, ya que sus progresos en el frente alpino se demostraron prácticamente nulos, y sólo distrajeron una pequeña parte de las tropas austrohúngaras. El precio a pagar, cientos de miles de bajas.
Así pues, la apertura de otro frente era vital. Si los rusos capitulaban, las Potencias Centrales se lanzarían al asalto y barrerían al machacado ejército anglo-francés. Los aliados trataron entonces de sacar al Imperio Otomano de la guerra atacando los Dardanelos. Su clímax, Galípoli, fue otra carnicería en tablas, soportada esta vez por australianos y neozelandeses. Sin embargo, los ingleses habían dado con una tecla que sonaba medianamente bien. Aquel imperio multiétnico, multirreligioso y con un nacionalismo árabe creciente era el escenario perfecto en el que derrumbar los cimientos otomanos y sacar así de la partida a un vital aliado germano. Las consecuencias de toda aquella operación política, diplomática y militar se plasmaron en las fronteras de Oriente Medio, límites tan al gusto de Londres y París y tan incomprendidos como escasamente aceptados por distintos actores de la región. Un siglo después, lo que ocurre en aquella zona del mundo tiene mucho que ver con cómo se dinamitó y heredó el Imperio Otomano.

Promesas y desilusiones

En los primeros años del siglo XX, el declive del Imperio Otomano resultaba evidente. Lejos quedaba el sultanato hasta las murallas de Viena, y por aquel entonces los territorios más periféricos del imperio eran descaradamente repartidos e invadidos por las potencias –o semipotencias como Italia, que invadió la Libia otomana en 1912 con el fin de asistir de manera testimonial al reparto colonial– que veían en Oriente Medio la expansión natural y el conector geográfico propicio entre la metrópolis y sus inmensos imperios de ultramar.
Sin embargo, el gigante otomano se resistía a morir como imperio. Los “Jóvenes Turcos”, en el poder desde mediados de 1908, se habían propuesto fortalecer Turquía y sus territorios para alejarlos de las injerencias extranjeras. Su modelo de gobierno, altamente centralista y autocrático, había despertado recelos en las poblaciones árabes del imperio, especialmente en aquellas que desde el siglo XIX llevaban gestando un creciente sentimiento panarabista.
El Imperio Otomano hacia 1914. En aquellos años todavía controlaba importantes centros económicos y demográficos, como Mesopotamia o la costa arábiga del Mar Rojo
El Imperio Otomano hacia 1914. En aquellos años todavía controlaba importantes centros económicos y demográficos, como Mesopotamia o la costa arábiga del Mar Rojo
Los británicos, hábiles en este tipo de escenarios, optaron por alimentar los deseos independentistas de los pueblos árabes con la intención de que este conflicto carcomiese al estado otomano e inclinase la balanza a su favor en la guerra. Lord Kitchener, secretario de Estado británico para la guerra, decide contactar a través de Henry MacMahon, entonces alto comisario británico en Egipto, con el jerife de La Meca, Hussain ibn Ali, y proponerle un levantamiento de las tribus arábigas contra los Otomanos. A cambio, el Reino Unido verá con buenos ojos un estado árabe en la zona. Sin embargo, y de manera deliberada, las promesas británicas son ambiguas, y las malinterpretaciones numerosas.
Hussain piensa que el nuevo estado árabe abarcará la península arábiga, Irak y toda la zona del Levante mediterráneo. Sin embargo, los planes británicos para esos territorios son otros. Las pretensiones de Londres eran que la franja costera del Levante quedase bajo control occidental al igual que Irak, mientras que las franjas desérticas entre una zona y otra mas la península arábiga podían pasar a formar parte de un estado árabe. Los británicos, conocedores del abismo entre lo que prometían y lo que pretendían hacer, no concretan demasiado al jerife de La Meca, que a pesar de las indefiniciones británicas se levanta igualmente contra el poder otomano.
El socio del Reino Unido en la guerra, Francia, con enorme influencia cultural y económica en el Levante y tan interesado en la región como los británicos, se apresuró a respaldar el levantamiento árabe y la jugada inglesa. Al tiempo que el conocido Lawrence de Arabia hacía de enlace entre El Cairo y el jerife Hussein, el escenario de posguerra empezaba a diseñarse en 1916. Concretamente, sus encargados serían el británico Mark Sykes y el francés François Georges-Picot. El resultado, de sobra conocido, sería un tratado que pondría del revés el ya de por sí complicado equilibrio de Oriente Medio.
No obstante, aquel juego sería a múltiples bandas, y los acuerdos que en secreto iban tejiendo franceses y británicos acabaron involucrando en algún momento del proceso a los Estados Unidos, la Sociedad de Naciones, la Rusia zarista y hasta al movimiento sionista.
El acuerdo inicial estipula que Oriente Medio se dividirá en dos zonas de influencia: al norte la francesa, abarcando el sur de Anatolia y el norte del Levante y de Irak –la zona de Mosul; los británicos tutelarán los territorios del centro y el sur de Irak, así como la parte meridional del Levante, en un continuo de Mesopotamia al Sinaí. Por último, la zona de Palestina será un condominio francobritánico. Así comienza la división de la región, con una línea completamente recta trazada de suroeste a noreste que llega desde Amman a Kirkuk.
Sin embargo, los británicos no están satisfechos con este acuerdo. En 1918 el tratado anglofrancés secreto ha sido desvelado por Rusia, entonces en plena reconversión a Unión Soviética tras la Revolución de Octubre en 1917, y los árabes no están, lógicamente, muy contentos con el doble juego de Londres. Del mismo modo, la retórica wilsoniana procedente de Estados Unidos sobre el derecho de autodeterminación de los pueblos hace que el Reino Unido deba cambiar de estrategia. Una división tan unilateral y descarada de Oriente Medio ya no es plausible, por lo que hay que reorientar el discurso.
Ante la amalgama étnica –y crecientemente nacional– que eran los restos del Imperio Otomano, el Reino Unido se erige como protector de esos pueblos sin experiencia política independiente. En noviembre de 1917 Lord Balfour, en la declaración homónima, promete el establecimiento de un “hogar judío” en Palestina. La carta de Balfour, tan conocida como ambigua, es otro de los episodios de aquel juego de trileros en lo que se convirtió la diplomacia británica para tener contentos a todos los implicados sin salir ellos perdiendo. Promesas similares irán destinadas también a los armenios y los kurdos, minorías dentro del entramado otomano pero con firmes deseos de autodeterminación.
Los últimos en comprobar el juego británico serían sus aliados franceses. Una vez terminada la guerra en 1918, Francia se encontraba preocupada por su parte del pastel. Desde su perspectiva, en los territorios del norte de Irak no podía sacar un rédito económico con el que compensar el gasto administrativo colonial de todo el territorio, por lo que prefiere afianzarse en lo que llamarán la “Siria útil”. En cambio, los británicos, poseedores de los derechos de explotación de los hidrocarburos en la zona de Mosul, solicitarán la cesión a los franceses. El primer ministro británico, Lloyd George, se lo pedirá personalmente a su homólogo francés, Clemenceau, y este aceptará. Se consumaba así el reparto territorial. No obstante, un problema seguía preocupando a los británicos: cómo justificar la nueva dominación.
Del reparto inicial de Sykes-Picot a la situación final, varios años después de haber terminado la Primera Guerra Mundial
Del reparto inicial de Sykes-Picot a la situación final, varios años después de haber terminado la Primera Guerra Mundial
Esta solución provino de la recién creada Sociedad de Naciones. Tanto Reino Unido como Francia se ofrecieron a establecer mandatos en sus respectivas zonas de influencia. Esto suponía que quedaban encargados de estos territorios con la condición de que promoviesen su desarrollo a fin de que estos territorios, en un plazo determinado, realizasen su transición a países independientes. Sin embargo, la persistencia de Estados Unidos de cara a permitir que estos territorios eligiesen tu potencia “mandataria” casi trastoca todos los planes francobritánicos. Y es que los enviados de los distintos territorios a las distintas comisiones de los tratados de paz acabaron eligiendo un mandatario estadounidense. Esto se debía materializar en el seno de la Sociedad de Naciones, sin embargo, y por decisión de su Senado, Estados Unidos nunca llegó a entrar en la organización, invalidándose todo lo acordado. Así, para regocijo de Londres y París, la situación volvía a estar como antes.
Con escasa oposición internacional –los árabes llegaron a tener brevemente un estado propio pero este fue rápidamente desarticulado por las potencias europeas–, los deseos británicos y franceses acabaron consumados. Durante las conferencias de San Remo, en 1920, y El Cairo, al año siguiente, la repartición de Oriente Medio se convertía en realidad. Para Francia quedaba el territorio acordado, aunque en París creyeron conveniente partir el protectorado en dos, con Siria por un lado y el Líbano por otro, este último bajo control de los cristianos maronitas, que habían presionado a Francia para obtener su futuro país lejos del poder de Damasco –aun haciendo del Líbano un territorio de alta heterogeneidad étnica y religiosa. Los británicos igualmente acabaron obteniendo los mandatos de Palestina –ya con un creciente conflicto entre árabes y sionistas–, Irak, donde colocaron como rey a uno de los hijos del jerife Hussein, Faysal, y el territorio que crearon por medio, Transjordania, a modo de estado-tapón entre la península arábiga y el Levante, cedido a otro de los hijos de Hussein, Abdallah.
En el desierto arábigo, donde Hussain ibn Ali pretendía basar el nuevo estado panárabe, el ascenso de los Saud creaba el estado de Arabia Saudí con la bendición de los británicos, abarcando todos aquellos territorios que no estaban bajo protección de Londres.
Empezaba así a tomar forma el mapa de Oriente Medio, con la línea Sykes-Picot intacta, particiones y fronterizaciones surgidas de la arbitrariedad colonial y las promesas del estado árabe disueltas en dos protectorados con los hijos de ibn Ali a la cabeza como única recompensa. En Londres se daban por satisfechos con el resultado. Habían conseguido un continuo territorial entre el Mediterráneo y Persia, un estado bajo el amparo británico, acercando aún más la India con Inglaterra. No obstante, no existiría entonces ni un atisbo en la comprensión de las consecuencias que aquella partida de ajedrez a medio terminar tendría para el futuro de Oriente Medio.
Oriente Medio - Confictos - Historia - Kurdistán y sus fronteras históricas
Y es que otras realidades nacionales, como Armenia o el Kurdistán, quedaron a medias o simplemente fueron palabras que se llevó el viento. En el primer caso, la Armenia propuesta por el presidente estadounidense Wilson era bastante más extensa que el país actual, abarcando el este de Anatolia en un intento por consumar la supremacía del estado-nación sobre los estados plurinacionales o multiétnicos. Esta “Gran Armenia” tuvo el mismo destino que el Kurdistán propuesto en el Tratado de Sévres de 1920, un país kurdo “de mínimos” que no satisfacía a nadie.
Como dicho tratado nunca llegó a ratificarse, fue sustituido por el de Lausana en 1923, un texto que recuperó Anatolia para los turcos, ya que la península había sido troceada en distintas zonas de influencia occidentales y estados recién nacidos. Se acabó primando la existencia de Turquía frente a otras realidades, y la Armenia de Wilson se esfumó con la correspondiente invasión turca, sumada al genocidio durante la Primera Guerra Mundial, al igual que el Kurdistán, cuyas fronteras acabaron siendo simples líneas en los borradores de los tratados de paz.

Un mal sueño y un peor despertar

A pesar de los redoblados esfuerzos británicos y franceses por controlar Oriente Medio, su dominio en la zona no perduró más de tres décadas. Tras la Segunda Guerra Mundial, las capacidades y la legitimidad de estas potencias para mantener estos territorios habían desaparecido completamente.
Así, por iniciativa de Naciones Unidas y con el apoyo –o la resignación– de los países vencedores en la guerra, nacían en los años inmediatamente posteriores al conflicto Siria, Líbano, Transjordania e Israel –conflicto incluido–, que se sumaban a los ya existentes Irak y Arabia Saudí. Sin embargo, aquella oleada descolonizadora no se tradujo en un revisionismo de los límites fronterizos, trasladando ahora el problema a un mayor número de estados, más débiles y con intereses divergentes. No obstante, la herencia cultural de la zona permaneció viva en este periodo post-colonial, impidiendo que la heterogeneidad étnica y religiosa fuese motivo de violencia o debilidad del estado. De hecho, y excluyendo la cuestión kurda, los movimientos integradores regionales desde la década de los cincuenta consiguieron superar cualquier tipo de nacionalismo “individual” en los países árabes de Oriente Medio. Experimentos como la República Árabe Unida, de carácter republicano, entre Siria y Egipto de 1958 a 1961, o la Federación Árabe de Irak y Jordania, monárquica, en 1958, mostraron que la superación de la fronterización colonial era posible incluso bajo distintas formas de gobierno.
El único y gran obstáculo para aquel proceso panarabista con un creciente componente socialista sería la existencia del estado de Israel. Su simple localización sirvió para espolear el nacionalismo árabe en contraposición al sionismo, pero también debilitó las estructuras estatales y los proyectos políticos de la región al infligir varias y contundentes derrotas militares, teniendo además el respaldo de los países occidentales. A pesar de ser un ejercicio de política-ficción, el devenir de Oriente Medio no hubiese sido el mismo si Israel no hubiese existido, hubiese cohabitado en paz con Palestina o hubiese sido derrotada por las sucesivas coaliciones árabes.
El triángulo de autocracias panárabes en Egipto, Siria e Irak imprimió estabilidad a la región durante la segunda mitad del siglo XX. A cambio de dictaduras paternalistas, la diversidad étnico-religiosa estaba garantizada, salvo el caso de los kurdos en Irak. Sin embargo, aquel sistema empezó a decaer a finales del siglo pasado con la guerra entre Irán e Irak y la posterior invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein. En la centuria actual Estados Unidos daría la puntilla en 2003 volteando el escenario político y social iraquí, un cambio que a largo plazo se ha demostrado clave en la situación actual de Oriente Medio, la redefinición de identidades y quién sabe si en unos años en la reordenación del mapa político regional.
El desmoronamiento actual de Siria e Irak no se puede entender sin los procesos de radicalización religiosa en el país del Éufrates y el Tigris y sin la ofensiva suní impulsada desde Arabia Saudí, atacando los dos puntos más débiles del “creciente chií” de Oriente Medio. Y es que el territorio actualmente controlado por el Estado Islámico no es más que la zona de clara mayoría suní existente entre Siria e Irak. Sin embargo, este desequilibrio en la balanza religiosa y la práctica quiebra del contenedor garante de dicho equilibrio, esto es el Estado, ha fomentado el impulso de las distintas identidades religiosas y étnicas que podrían traducirse bien en mayor autonomía dentro de los ahora comatosos Irak y Siria o en reivindicaciones independentistas.
En este escenario de caos, los kurdos, aun repartidos por cuatro estados, han conseguido posicionarse como un actor de peso, y de facto en Irak ya son independientes. Sólo queda saber si querrán extender dicho estatus a los países adyacentes, especialmente Siria y Turquía. Esta situación sin duda obligaría a una remodelación fronteriza de los países en un escenario de posguerra. Y lo mismo podría ocurrir con realidades identitarias similares. ¿Se podría convertir el Estado Islámico en un ‘Sunistán’? ¿El oeste de Siria se volvería en una copia multiétnica y multirreligiosa del Líbano? Incluso yendo más allá, ¿sería factible hablar de una unificación del Líbano y esa nueva Siria? Ninguna de estas preguntas tiene fácil respuesta, como tampoco deberían ser escenarios descartables. De hecho, ya hay proyectos de división federal tanto en Siria como en Irak. No cabe duda de que esta homogenización religiosa sería un paso hacia la consecución del estado-nación en Oriente Medio, pero esto no implica de manera irremediable que la zona se estabilice.
Esta región se ha caracterizado durante siglos por un modelo de coexistencia relativamente pacífica entre comunidades religiosas. En la cultura política está interiorizado, y aunque en los asuntos internacionales no hay recetas mágicas ni soluciones infalibles, lo cierto es que algo que ha funcionado durante cientos de años no conviene modificarlo en exceso, menos aún con imposiciones foráneas. Ahora los estados y las comunidades de Oriente Medio se abocan a un triple dilema: la atomización territorial; volver al camino de la unificación árabe –aunque haya tendencias que lo quieran derivar hacia el panislamismo– o volver a apuntalar el sistema anterior, a medio camino entre ambos.
Hace un siglo, la desaparición otomana supuso un punto de inflexión para las dinámicas políticas de la región, y las injerencias externas marcaron en profundidad el devenir de los territorios resultantes. En la actualidad Oriente Medio se enfrenta a una crisis aún más grave, y sólo queda esperar quién, por qué y cómo se diseñará el escenario futuro. Sin duda, las fronteras resultantes serán claves en esta renovación del orden regional.
Estados árabes oriente medio
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sábado, 31 de octubre de 2015

ARABIA SAUDÍ E IRÁN: LA GUERRA FRÍA DE ORIENTE MEDIO

La situación en el Magreb y Oriente Medio – lo que Estados Unidos llama “Gran Oriente Medio” – es, desde hace unos pocos años, más inestable que nunca. Los efectos de las “primaveras árabes” han debilitado muchos estados en la zona, derivando en una situación general de inestabilidad y conflictos que van a más tanto en número como en intensidad. Los pocos supervivientes de este seísmo político-social ven ahora el camino libre para influir masivamente en la región, algo que no podían hacer antes con tanta desenvoltura al haber otros países con cierto poder que hacían de contrapeso en el juego geopolítico de la zona. Una vez desaparecidos los rivales, son Arabia Saudí e Irán los que se están apresurando a intentar moldear, cada uno a su gusto, el futuro de la zona. Sin embargo, los intereses del reino árabe y de la república islámica chocan en numerosos puntos a lo largo de todo Oriente Medio y por multitud de factores, por lo que cada vez son más estorbo el uno para el otro, algo que podría convertirse en un factor más de desestabilización en la ya convulsa región.

Deseos cumplidos

Si por algo se han caracterizado Arabia Saudí e Irán es por haber buscado en las últimas décadas su consolidación como potencias regionales, en gran medida gracias al respaldo que les otorga su producción y sus reservas de petróleo. Sin embargo, en la región siempre habían existido países con un poder político, económico y militar similar como Egipto, Siria o Irak, lo que dificultaba enormemente el despunte de alguno de ellos. Ahora, muchos son países extremadamente débiles, sumidos en el caos interno cuando no en una guerra civil abierta. Así pues, poco a poco, los países de la zona se han ido cayendo de la lista de candidatos a potencia regional a medida que las revueltas y las infiltraciones de grupos armados transnacionales han ido aumentando. Tampoco está ya Estados Unidos como policía regional, que ha optado en los últimos años por una salida escalonada del avispero de Oriente Medio. Ya sólo quedan saudíes e iraníes para disputarse el puesto en el momento en el que ambos ven más cerca que nunca sus sueños de alcanzar el Olimpo regional.
Ambos tienen ahora la oportunidad de posicionarse adecuadamente en la región para cuando ésta se estabilice de nuevo – sea cuando quiera que se produzca – y guiar los pasos de la misma en las próximas décadas gracias a su futurible papel hegemónico. Lamentablemente para los dos, los intereses que persiguen y la manera en la que pretenden configurar la región son muy distintos, lo cual hace que cada intento de influir en un determinado país, política o actor vaya a ser un pulso entre saudíes e iraníes. Y es que aunque geográficamente estén próximos, las diferencias que les separan son numerosas. Sin entrar en demasiado detalle, conviene recordar por ejemplo que los saudíes son suníes – wahabitas – y los iraníes siguen la corriente chií; étnicamente los saudíes son árabes y los iraníes persas; ambos tienen también una concepción bastante conservadora del Islam y su influencia en el Estado y la sociedad, aunque en el caso saudí prima la estabilidad y la paz social antes que exportar el Islam, cosa que en el régimen iraní no ocurre; además, su alineamiento o afinidad en la escena internacional también es diametralmente opuesta. Desde mediados del siglo XX, Arabia Saudí es una pieza clave de Estados Unidos en Oriente Medio por sus inmensas reservas de petróleo. Washington se ha cuidado de cultivar buenas relaciones con los Saud haciendo la vista gorda con las flagrantes ausencias democráticas del país árabe a cambio de un suministro constante de crudo a Occidente a un precio módico. Al otro lado de Ormuz, Irán es desde 1979 enemigo declarado de Estados Unidos, y a menudo es apoyado y apoya a países que se encuentran en la misma línea antiestadounidense.
En cierto sentido, el régimen de Teherán es más autónomo que el de Riyad. Económicamente más débil y políticamente más curtido en la escena internacional que su rival, los iraníes han procurado no depender de otros estados a la hora de actuar. Sin embargo, los saudíes están subordinados a Estados Unidos por esa conveniencia recíproca con el petróleo como base. A pesar de su amistad con Washington, el país arábigo no deja de ser una ficha más en el tablero norteamericano, por lo que no es extraño que Estados Unidos le pida ciertos favores, a menudo relacionados con la política regional, un terreno en el que los occidentales no se mueven con ninguna soltura a pesar de ser la región clave en la política exterior norteamericana en lo que va de siglo. No obstante, en influencia sobre la vecindad, Arabia Saudí se ha posicionado mejor. Domina el Consejo de Cooperación del Golfo, formado por ese país mas Omán y las “petromonarquías” del Golfo Pérsico, o lo que es lo mismo, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Qatar y Kuwait. Así, los pequeños estados vecinos se encuentran bajo el paraguas saudita dado que no pueden competir ni en la producción de crudo, ni en capacidad militar ni en el apoyo norteamericano para la causa que deseen. Además, en los últimos años, aunque siempre por interés y no por convencimiento ni afinidad, se ha decidido a colaborar con Israel, especialmente en al asunto concerniente al programa nuclear iraní con la intención de desbaratarlo.
Este último punto de tensión, el del supuesto desarrollo iraní de armas nucleares, ha sido el principal tema de conversación internacional con Irán como protagonista. Para los países occidentales y la mayoría de estados de la región, el hecho de que se podrían estar construyendo armas nucleares en el país persa ha sido una preocupación considerable, ya que desde 2005 las sospechas de ese desarrollo han ido en aumento, llegándose a contemplar incluso una invasión estadounidense del país o un ataque aéreo israelí sobre las instalaciones nucleares iraníes para ralentizar o parar el proceso nuclear. Sin embargo, ese mismo proceso de nuclearización – que luego se ha visto que en base a la capacidad iraní, el objetivo de la bomba nuclear era casi imposible – ha hecho que numerosos países, la mayoría de ese “bando” que no congenia con las tesis occidentales, simpatizasen con la república islámica al plantarle cara a los Estados Unidos, a otros países occidentales y a la potencia militar – y nuclear – de la región como es Israel.

El petróleo del mundo en riesgo

Mundo - Economía - Petróleo - Reservas por país de petróleo
Uno de los principales miedos que existen en el planeta respecto a este pulso es que una posible escalada de tensión entre ambos o un hipotético conflicto condene al mundo a tener que subsistir sin un flujo estable de petróleo. Entre ambos suman en torno a un tercio de las reservas mundiales de crudo – un 22% Arabia Saudí y un 11% Irán – , además de ser los dos mayores productores de la región y los saudíes los primeros del mundo.
Es por ello que un bache en la producción de barriles en alguno de ellos sería un duro golpe para la seguridad energética global. Si la producción bajase en los dos, el terremoto sería total.
No obstante, el problema más profundo reside en el hecho de que la producción saudí es la única insustituible en el mundo. En momentos de necesidad, especialmente para el sector occidental, Estados Unidos solía levantar el teléfono para pedirle al rey saudí un aumento de la producción en el corto plazo y así suplir las bajadas de la producción en otros países o para mantener estable el precio del barril de crudo. Sin embargo, Arabia Saudí es el único país del mundo capaz de hacer esto, tanto por infraestructura como por reservas. Recordemos además que otros países con una producción considerable a nivel histórico como pueden ser Libia, Irak o Siria, se sitúan ahora en unos niveles de producción casi inexistentes al encontrarse sumidos en el caos. Así pues, los saudíes ya llevan algunos años tapando esos huecos en la extracción de crudo dejados por otros países.
Mundo - Economía - Producción - Producción petróleo 2010
Hablar de perjudicados en una bajada de las exportaciones de petróleo de Oriente Medio sería alargar la lista de afectados a casi la totalidad del planeta, empezando por las grandes potencias, consolidadas y emergentes, ya que salvo Rusia, las dependencias de crudo – barato además – del resto del mundo son considerables. China, por ejemplo, importa la cuarta parte del crudo de los dos países en liza y Estados Unidos, Japón o Corea del Sur también son clientes asiduos de este mercado.
En un aspecto logístico, pretender que alguno de los dos países consiguiese sacar parte de su producción por algún punto que no fuese el Golfo Pérsico es casi imposible. Bien es cierto que ambos países llevan algunos años trabajando en depender menos del cuello de botella que se forma en Ormuz, un estrechamiento entre ambas orillas que en caso de escalada en la particular competición que estos países tienen, terminaría de ahogar las posibilidades de exportar crudo de ambos estados, además de perjudicar también las exportaciones petroleras del resto de vecinos de los saudíes, en especial de los Emiratos Árabes Unidos.
Oriente Medio - Conflictos - Seguridad - Irán - Situación en el estrecho de Ormuz

Un pulso al calor de la revolución

Actualmente no hay un actor de peso en Oriente Medio que no esté apoyado por uno de estos dos candidatos a potencia regional. Y decimos apoyo, que no simpatía, ya que en esa búsqueda de encontrar socios para mermar el poder del oponente en la región se han formado curiosas parejas de baile. Con la situación actual de la región, casi todo vale para coronarse como organizador de esa zona del mundo. Estados más débiles, grupos terroristas u organizaciones internacionales son los mayores títeres de los intereses saudíes e iraníes. El terreno de juego es igualmente extenso: desde la frontera sur de Turquía, esto es, el inicio del Líbano, Siria e Irak, hasta los extremos de la Península Arábiga y Egipto.
Y es que desde 2011, año en el que se iniciaron los profundos cambios políticos que han afectado a la región, árabes y persas han tenido sus filias y sus fobias en cada uno de los países. En Egipto con su revolución que ha terminado volviendo al punto de partida; en Siria y su cruenta guerra civil que desde hace más de tres años arrasa el país; en el desmoronamiento del estado iraquí que se viene produciendo desde la retirada de las tropas estadounidenses; en las acciones de los grupos terroristas Hamas, Hezbollah, el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) o en el mosaico de milicias, formaciones y grupúsculos armados que pululan por las absolutamente permeables fronteras de la región.
No es difícil encontrar los rastros de las rivalidades saudíes e iraníes al diseccionar los procesos políticos de Oriente Medio de los últimos años. En los intentos de desestabilizar al país contrario, Arabia Saudí e Irán han intentado, aprovechando las turbulencias políticas que han afectado a la zona, sacar del tablero a países afines al enemigo del otro lado del Golfo Pérsico. Al final ha acabado todo en un “ojo por ojo”, ya las zancadillas o los apoyos en una determinada situación se acaban devolviendo meses después en algún otro punto de Oriente Medio.
Podemos comenzar nuestro recorrido en Egipto, a finales de enero de 2011. Los vientos de cambio venían desde el Magreb y llegaron a orillas del Nilo con fuerza. El incombustible Mubarak acabó cometiendo el mismo error que todos los líderes que habían caído antes: demasiada represión y poca mano izquierda. Al final, el plantón del ejército a seguir reprimiendo las protestas y la gran organización que los Hermanos Musulmanes habían mantenido en la clandestinidad propiciaron primero el fin de Mubarak y la victoria del partido islamista en las elecciones que sucedieron a la deposición del líder egipcio después. Así, en unos pocos meses, Egipto pasaba de ser un país laico – estatalmente hablando –, favorable a los intereses occidentales y sin relaciones diplomáticas con Irán desde 1980 a posicionarse en un fuerte islamismo suní y en la línea contraria a los gustos de Occidente, como la mayoría de países con un componente islámico fuerte. En ese momento y a pesar de compartir orientación religiosa, Arabia Saudí había perdido un fuerte apoyo en la zona, ya que los Hermanos Musulmanes no se subordinaron a los intereses saudíes, sino que el nuevo Egipto de Mohamed Morsi quiso desplegar un islamismo político, poco acorde a los gustos de Arabia Saudí y más del estilo iraní. Además de esta divergencia político-religiosa, los saudíes perdían un apoyo en la línea prooccidental en la región, que casi era lo más importante. Así pues, la metamorfosis egipcia cayó como un jarro de agua fría en los Saud a la vez que se recibía con buenos ojos por el régimen de Teherán. Sin embargo, la victoria iraní en el primer asalto no hizo que el país árabe tirase la toalla.
La inestabilidad en Egipto siguió aumentando bajo el gobierno de los Hermanos Musulmanes hasta que un golpe de estado en julio de 2013 acabó por zanjar la deriva islamista del país mediterráneo. El ejército, actor clave en estas revoluciones, cortó por lo sano. Una junta militar provisional y la ilegalización del hasta entonces partido de gobierno bastaron para que los países que vieron con buenos ojos el golpe, empezando por Arabia Saudí, comenzasen a bombear ayudas económicas a Egipto para sostener el nuevo y provisional régimen, que volvía a la senda laicista y proocidental. El país arábigo conseguía así reequilibrar la balanza en Egipto a su favor, haciendo del estado gobernado por el exgeneral Al-Sisi dependiente de los préstamos y el sostenimiento saudí.
Las revoluciones y los conflictos se iban expandiendo por Oriente Medio, por lo que ese primer pulso entre Riyad y Teherán sólo supuso una toma de contacto. El siguiente lugar a través del cual se disputarían la influencia regional sería Siria. Su presidente, Bachar Al-Assad, arrastró al país a una guerra civil que aún continúa tras intentar reprimir con brutal dureza las protestas que pedían reformas democráticas. El régimen de Damasco, también laico aunque aliado tradicional de Irán por su histórico posicionamiento antiisraelí iba a ser el nuevo laboratorio de las tretas saudíes y persas.
Al igual que ocurrió en Libia para derrotar al coronel Gadaffi, la oposición al régimen sirio se organizó militarmente, ya que la vía pacífica se había agotado con la represión gubernamental. Occidente, intentando no repetir el caos organizado en Libia, dudó si intervenir de la misma manera que en el país norteafricano, si armar a la oposición o si mantenerse al margen. Distinguiendo el grano de la paja en la oposición siria, que a los pocos meses del inicio de la guerra civil ya era una amalgama de fuerzas, nacionalidades, religiones e intereses, los países occidentales optaron por abstenerse de participar. No fue esa la opinión de Arabia Saudí, que no dudó en apoyar a la oposición. Como una intervención directa no terminaba de cuajar y los saudíes veían necesario intervenir, no vacilaron en actuar por su cuenta, arrastrando a la causa a otros países vecinos como Qatar o Emiratos Árabes. Si Al-Assad caía, Irán se vería privado de su único aliado firme en la región; si además de caer se formaba una Siria firmemente suní y afín a los deseos de Riyad, la victoria saudí sería doble y casi con seguridad sería el golpe de efecto necesario para afianzarse como potencia regional.
Como es lógico, Irán no iba a quedarse de brazos cruzados viendo cómo la mitad de Oriente Medio ponía contra las cuerdas a su aliado y, por extensión, a ellos. Ayudar al régimen sirio a través de un Irak semicontrolado todavía por Estados Unidos iba a ser una tarea difícil, decidieron que su actuación se realizaría a través de Hezbollah, el conocido grupo terrorista con base en el Líbano, también afín al régimen gobernante en Siria. Y es que aunque el país del Levante es demográficamente de mayoría suní, esto es, como la mayoría de países árabes y los grupos opositores en la guerra civil, la minoría dirigente es chií, al igual que Irán o el Líbano. La mezcla de influencia política regional, internacional y religiosa se entremezclaba en el territorio gobernado por los Al-Assad.
En el tercer año de guerra, con un país arrasado, cientos de miles de muertos, millones de refugiados repartidos por los países vecinos y sin una solución clara en el horizonte, ambos países se siguen afanando por hacer valer su posición en Siria, además de los dos bandos en el conflicto interno. Sobre todo a partir del último año, el régimen sirio parece que cada vez controla más la situación, ya que la oposición ha pasado de ser la auténtica oposición siria – ciudadanos armados y militares desertores – a convertirse en una heterogénea mezcla de grupos terroristas, fanáticos religiosos y demás extremistas, cuyas intenciones en caso de victoria distan mucho de las de la oposición al inicio de la revuelta y la guerra. Así pues, y aunque todavía es un conflicto que dista de cerrarse, parece que la influencia iraní se mantendrá en Siria, aunque eso sí, a un precio muy alto para el país levantino.
Oriente Medio - Siria - Conflicto - Quién apoya a quién en la guerra en Siria
El conflicto sirio ha hecho que ahora más que nunca, las fronteras del país sean simples líneas en los mapas. Igualmente, algunos de los grupos que combaten al régimen de Al-Assad han optado por cruzar la frontera siria hacia el este buscando expandir su influencia e intentar ganar poder. Irak ha sido el más afectado, ya que ha sido incapaz de detener las riadas de extremistas islámicos que se filtraban por la frontera desde Siria, y que se han sumado al enorme problema de terrorismo que presentaba ya el país desde los primeros años de la invasión estadounidense, especialmente a partir de 2006.
Y es que Irak era un país que desde la retirada de las tropas estadounidenses en 2014 se ha visto que estaba apuntalado por las fuerzas norteamericanas. A pesar de los enormes esfuerzos de Washington por entrenar a las tropas iraquíes y dotar a su ejército de medios modernos – incluyendo cientos de carros de combate M1Abrams –, el ejército iraquí se ha diluido en un abrir y cerrar de ojos en cuanto ha tenido que afrontar el primer reto militar, que no es otro que las infiltraciones del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante) y los duros golpes que este grupo armado le ha asestado al ejército iraquí – con un uso masivo y efectivo de la propaganda –. Esta espantada de las tropas de Irak ha permitido que en unas pocas semanas, la república asiática bordee convertirse en un Estado fallido, ya que aunque el EIIL no se atreva a avanzar hacia el sur ni hacia Bagdad, controla – o al menos ha hecho que el gobierno iraquí pierda el control – de una parte considerable del territorio. Incluso en el norte iraquí los kurdos han aprovechado para asentar su poder en las zonas que tradicionalmente han habitado, e incluso le llegaron a plantear la independencia al secretario de estado de los EEUU, John Kerry, cuando éste se trasladó a la zona en el cénit de la crisis. A pesar de que los deseos del secretario norteamericano son que los kurdos ayuden a unir de nuevo Irak, la etnia repartida en los cuatro países que hacen esquina en esa zona de Oriente Medio pretende hacer valer los acuerdos que se estipularon en el nunca ratificado Tratado de Sèvres de 1920.
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La cuestión del pulso saudí e iraní se vuelve en Iraq un asunto bastante confuso. Ninguno parece querer entrar en semejante avispero, puesto que el país del Tigris y el Éufrates es, desde una composición étnica y religiosa, enormemente inestable. O al menos empezó a serlo cuando Estados Unidos desplazó a uno de los pocos elementos que hacían estable el lugar, el régimen de Saddam Hussein. Laico, panarabista e internamente represor, tuvo controladas las riendas del país a pesar de sufrir dos contundentes reveses militares en la guerra Irán-Irak de 1980 a 1988 y la frustrada invasión de Kuwait en 1991, que irremediablemente condujeron a una situación económica muy precaria.
Actualmente, y ante el desmoronamiento del país, Arabia Saudí e Irán se encuentran en una incómoda y contradictoria posición. Ambos deben elegir entre pugnar por la influencia suní y chií respectivamente – que en Iraq es una relación 40-60 aproximadamente – o fortalecer el gobierno del chií Haidar al-Abadi – previamente el gobierno de Nuri Al Maliki – y combatir al EIIL en territorio iraquí en favor de no permitir que este grupo se siga expandiendo por la región a sus anchas. En este último punto, las reacciones de ambos han sido inmediatas. El reino saudí ha desplegado 30.000 tropas a lo largo de su extensa frontera con Iraq al huir las tropas de Bagdad conforme avanzaban los extremistas islámicos; Irán, en cambio, ha ido un paso más allá y podría estar prestándole apoyo militar efectivo a Iraq con varias brigadas de la Guardia Revolucionaria. A pesar de que a la región en general no le convenga el avance del EIIL, no cabe duda de que el debilitamiento de Iraq redunda en un fortalecimiento de Irán, por cuestiones de seguridad regional y porque el mundo no puede permitirse el lujo de vivir sin crudo, venga de quien venga. Si Bagdad no lo puede proporcionar, tendrá que ser Teherán quien lo haga.
ARTÍCULO RELACIONADO: Estado Islámico, el nuevo enemigo (Juan Pérez Ventura, Agosto 2014)
Arabia Saudí no está cómoda con esta intervención ni con el empoderamiento iraní a costa del iraquí. Tampoco tiene una línea clara de actuación para el país vecino. La irrupción del EIIL en Siria y su traslado a Iraq fue tan repentino que apenas ha habido tiempo para realizar una estrategia y poder combatirlos de manera efectiva – en gran medida eso ha facilitado la expansión de los islamistas –. El principal recelo saudí es que una ayuda iraní en Iraq pueda facilitar que la mayoría chií social y política consiga consolidarse en el país. De hecho, ese es el objetivo de Irán, atraer a un histórico enemigo/competidor al redil del chiismo. Tampoco ayuda a la tranquilidad saudí la posibilidad de que en esta búsqueda por destruir al EIIL, Estados Unidos e Irán puedan colaborar. Sin el apoyo norteamericano, Arabia Saudí retrocedería muchísimo en su búsqueda por la hegemonía regional. Un acuerdo, e incluso un acercamiento americano-iraní, sería terrible para los intereses saudíes.
La tensión está, de momento, lejos de rebajarse. Hasta los pocos vecinos estables lo saben. Las “petromonarquías” del Golfo bien lo saben, y en un intento por encontrarse preparados en caso de llegar la tormenta, llevan unos años gastando ingentes cantidades de dinero en armamento a la vez que modernizan sus ejércitos a marchas forzadas. Emiratos Árabes Unidos fue en 2013 el cuarto mayor importador de armas del mundo, seguido por Arabia Saudí. La procedencia del material se sitúa en Estados Unidos, Reino Unido y Francia principalmente, si bien muchas compras saudíes de armamento estadounidense no tienen utilidad ninguna y simplemente se utilizan para dar salida a productos de la industria norteamericana. Otro de tantos favores de los Saud a Washington.
Lo que pueda pasar en Irak a día de hoy, especialmente con Estado Islámico de por medio, es enormemente difícil de dilucidar. Cuestiones como una hipotética intervención estadounidense en suelo iraquí para combatir al grupo terrorista, el desplome total de Bagdad o la conformación de un Kurdistán sirio-iraquí son escenarios que llevarían a la región por derroteros muy distintos, en los que Arabia Saudí e Irán saldrían mejor o peor parados y a los que deberían adaptarse. Así es y lleva siendo durante milenio y medio la división de la Umma.
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martes, 27 de octubre de 2015

Cine iraní y palestino contra las convicciones de Occidente

-Nahid y Dégradé han sido dos de las proyecciones que, durante la 60 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), han causado sensación entre el público
-Ambas cintas intentan desmontar la imagen que Occidente tiene de las mujeres en algunos países islámicos, como Irán o Palestina

'Nahid' Foto: EP

'Nahid' Foto: EP
"Ser mujer no es nada fácil en ningún punto del planeta Tierra, pero es algo fascinante", afirmó la directora iraní Ida Panahandeh al término de la proyección de Nahid, su primer largometraje. La película ha concursado dentro de la sección oficial de la 60 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).
Panahandeh estuvo acompañada de su esposo y coautor del guión, Arsalan Amiri, que pidió a las mujeres de Occidente que acudan a Irán y comprueben por sí mismas la situación de las féminas en ese país, lejos de estereotipos configurados durante décadas, filtrados principalmente a través de los fundamentalismos. "Vivimos en 2015. Lo que veis fuera no pasa aquí dentro porque ahora Irán es uno de los países con mayor número de personas que acuden a la universidad y donde el número de mujeres con estudios superiores es muy alto", matizó.
La cinta de Panahandeh,  Nahid, es el relato de una joven divorciada que no puede emprender una nueva vida sin el riesgo de perder la custodia compartida de su hijo debido a la condición impuesta por su ex marido, lo que provoca una tensión continua entre su condición de madre abnegada y de mujer que no puede rehacer su vida amorosa. Lleva todo el peso de la educación de su único hijo, concebido con un drogadicto en proceso de rehabilitación, una situación que Panahandeh ha recreado a través de vivencias personales aunque con otro origen, el de la guerra entre Irán e Irak. La directora dijo que muchas madres tuvieron que hacerse cargo de la educación y economía familiares "mientras los hombres se encontraban en la guerra", como ocurrió con su marido.
El cine árabe diluye el mito de la mujer sometida en los países del islam
El cine persa y palestino diluye el mito de la mujer sometida en los países del islam
Nahid no ha tenido ningún problema con la censura. Tampoco es un alegato sobre una supuesta opresión social de las mujeres iraníes. "Tenemos una situación y una cultura diferentes -respecto con la mujer de Occidente-", dijo Panahandeh. "Todas las mujeres pueden sentir las mismas dificultades" que la protagonista de su primer largometraje, aclaró.

Cisjordania desde la perspectiva de 13 mujeres

Esta cinta ha competido con Dégradé, de los hermanos gemelos y de nacionalidad palestina Tarzan y Arab Nasser, quienes han rodado su película en Ammán (Jordania). Ambientada en una peluquería situada en la franja de Gaza como única localización, los hermanos Asser no obvian el conflicto armado contra Israel, pero han preferido centrar sus críticas en la falta de unión y agresividad mutua, por su forma diferente de encarar el problema, entre las facciones que conforman la resistencia.
No faltan críticas explícitas contra Hamás, los métodos terroristas y las mafias que constriñen a una población civil (2,5 millones de habitantes) con vidas limitadas por su propia seguridad, y confinadas por ello a una atmósfera asfixiante como la que han tratado de reflejar en los pocos metros cuadrados de la peluquería.
"Reflejar la realidad tal como es, representa el primer paso para el cambio", explicaron los directores en rueda de prensa, quienes criticaron también el tratamiento estereotipado, "pequeño y limitado", de la mujer palestina en las películas que narran el conflicto bélico contra Israel. "Son normales, hablan de todo y no todas llevan velo", dijeron.
Las 13 protagonistas de Dégradé coinciden como clientas en la peluquería cuando se ven encerradas en ella por una refriega armada en la calle. Las mujeres están representadas, cada una, a través de distintas personalidades: desde la muy religiosa, hasta la descreída; pasando por la enamorada, la que ansía la maternidad y la sometida a los dictados de la apariencia de clase.
Gracias en parte a estas dos películas, la imagen que Occidente tiene de la mujer en la mayor parte de los países islámicos, sometida a una férrea interpretación del Corán y a los presupuestos de una sociedad machista, ha quedado parcialmente desenfocada con la proyección de sendas películas árabes. Ha concursado también45 years, la segunda película del británico Andrew Haigh, autor también de un guión donde explora las perturbaciones del pasado lejano, en apariencia un volcán apagado que a veces despierta para condicionar el presente. Como el de un matrimonio casi anciano que se dispone a celebrar sus 45 años de casados cuando afloran el tiempo ido en sus vidas.
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