martes, 13 de enero de 2015

Charlie Hebdo: Una Reflexión difícil. Por Boaventura de Sousa Santos

La repugnancia total e incondicional que los europeos sienten ante estas muertes debe hacernos pensar por qué razón no sienten la misma repulsa ante un número igual o mucho mayor de muertes inocentes como resultado de conflictos que, en el fondo, ¿tal vez tengan algo que ver con la tragedia de Charlie Hebdo? En el mismo día, 37 jóvenes fueron muertos en Yemen en un atentado con bomba. El verano pasado, la invasión israelita causó la muerte de dos mil palestinos, de los cuales cerca de 1.500 eran civiles y 500 niños. En México, desde el año 2000 fueron asesinados 102 periodistas por defender la libertad de expresión y, en noviembre de 2014, 43 jóvenes fueron asesinados en Ayotzinapa.

(Traducción de José Luis Exeni Rodríguez)

El repugnante crimen cometido contra los periodistas y dibujantes del semanario Charlie Hebdo hace muy difícil un análisis sereno de lo que está implicado en este acto bárbaro, de su contexto y precedentes, así como de su impacto y repercusiones futuras. Sin embargo, este análisis es urgente, bajo pena de continuar avivando un fuego que mañana puede alcanzar a las escuelas de nuestros hijos, nuestras casas, nuestras instituciones y nuestras conciencias. Ahí están algunas pistas para tal análisis.

La lucha contra el terrorismo, la tortura y la democracia

No se pueden establecer nexos directos entre la tragedia de Charlie Hebdo y la lucha contra el terrorismo que los EUA y sus aliados están ejecutando desde el 11 de septiembre de 2001. Pero es sabido que la extrema agresividad de Occidente ha causado la muerte de muchos millares de civiles inocentes (casi todos musulmanes) y ha sometido a niveles de tortura de una violencia increíble a jóvenes musulmanes contra los cuales las sospechas son meramente especulativas, como consta en el reciente informe presentado al Congreso norteamericano. Y también es sabido que muchos jóvenes islámicos radicales declaran que su radicalización nació de la revuelta contra tanta violencia impune. Ante esto debemos meditar si el camino para frenar la espiral de violencia es continuar con las mismas políticas que la han alimentado como ahora es demasiado patente.

La respuesta francesa al ataque muestra que la normalidad constitucional democrática está suspendida y que un estado de sitio no declarado está en vigor, que los criminales de este tipo, en lugar de ser apresados y juzgados, deben ser abatidos, que este hecho no representa aparentemente ninguna contradicción con los valores occidentales. Entramos en un clima de guerra civil de baja intensidad. ¿Quién gana con ella en Europa? Ciertamente no los partidos de izquierda como Podemos en España o Syriza en Grecia.
La libertad de expresión

Es un bien precioso pero tiene límites, y la verdad es que la abrumadora mayoría de ellos son impuestos por aquellos que defienden la libertad sin límites siempre y cuando sea "su" libertad. Ejemplos de límites son inmensos: si en Inglaterra un manifestante dice que David Cameron tiene sangre en las manos, puede ir preso; en Francia, las mujeres islámicas no pueden usar el hiyab; el 2008, el dibujante Maurice Siné fue despedido de Charlie Hebdo por haber escrito una crónica supuestamente antisemita. Esto significa que los límites existen, pero son diferentes para diferentes grupos de interés. Por ejemplo, en América Latina, los grandes medios, controlados por familias oligárquicas y por el gran capital, son los que más claman por la libertad de expresión sin límites para insultar a los gobiernos progresistas y ocultar todo lo bueno que estos gobiernos han hecho por el bienestar de los más pobres.

Aparentemente, Charlie Hebdo no reconocía límites para insultar a los musulmanes, incluso cuando muchos de sus dibujos fueran propaganda racista y alimentasen la onda islamofóbica y antiinmigrante que avasalla a Francia y a Europa en general. Además de muchos dibujos con el Profeta en poses pornográficas, uno de ellos, bien aprovechado por la extrema derecha, mostraba un conjunto de mujeres musulmanas embarazadas, presentadas como esclavas sexuales de Boko Haram que, apuntando a sus barrigas, pedían que no les fuese retirado el apoyo social a la gravidez. De un golpe se estigmatizaba el Islam, a las mujeres y al Estado de bienestar social. Obviamente que, a lo largo de los años, la mayor comunidad islámica de Europa se fue sintiendo ofendida por esta línea editorial, pero fue igualmente inmediato su repudio por este crimen bárbaro. Debemos, pues, reflexionar sobre las contradicciones y asimetrías en la vida vivida de los valores que creemos son universales.

La tolerancia y los "valores occidentales"

El contexto en que ocurrió el crimen es dominado por dos corrientes de opinión, ninguna de ellas favorable a la construcción de una Europa inclusiva e intercultural. Las más radical es frontalmente islamofóbica y antiinmigrante. Es la línea dura de la extrema derecha en toda Europa y de la derecha cuando se ve amenazada por elecciones próximas (el caso de Antonis Samarás en Grecia). Para esta corriente, los enemigos de la civilización europea están entre "nosotros", nos odian, tienen nuestros pasaportes; y esta situación solo se resuelve liberándonos de ellos. La pulsión antiinmigrante es evidente.

La otra corriente es la de la tolerancia. Estas poblaciones son muy distintas de nosotros, son una carga, pero tenemos que "aguantarlas", hasta porque son útiles; empero, solo debemos hacerlo si ellas son moderadas y asimilan nuestros valores. ¿Pero qué son los "valores occidentales"? Luego de muchos siglos de atrocidades cometidas en nombre de estos valores dentro y fuera de Europa –de la violencia colonial a las dos guerras mundiales--, se exige algún cuidado y mucha reflexión sobre lo que son esos valores y por qué razón, según los contextos, ora se afirman unos ora se afirman otros.

Por ejemplo, nadie pone hoy en duda el valor de la libertad, pero lo mismo no puede decirse de los valores de la igualdad y de la fraternidad. Fueron estos dos valores los que fundaron el Estado social de bienestar que dominó la Europademocrática después de la segunda guerra mundial. Sin embargo, en los últimos años, la protección social, que garantizaba niveles más altos de integración social, comenzó a ser puesta en causa por los políticos conservadores y hoy es concebida como un lujo inaccesible para los partidos del llamado "arco de gobernabilidad". La crisis social causada por la erosión de la protección social y por el aumento del desempleo entre jóvenes, ¿no será leña en el fuego del radicalismo por parte de los jóvenes que, más allá del desempleo, sufren la discriminación étnico-religiosa?

El choque de fanatismos, no de civilizaciones.

No estamos ante un choque de civilizaciones, incluso porque la cristiana tiene las mismas raíces que la islámica. Estamos ante un choque de fanatismos, aunque algunos de ellos no aparezcan como tales por sernos próximos. La historia muestra cómo muchos de los fanatismos y sus choques estuvieron relacionados con intereses económicos y políticos que, en realidad, nunca beneficiaron a los que más sufrieron con tales fanatismos. En Europa y sus áreas de influencia es el caso de las cruzadas, de la Inquisición, de la evangelización de las poblaciones colonizadas, de las guerras religiosas y de Irlanda del Norte. Fuera de Europa, una religión tan pacífica como el budismo legitimó la masacre de muchos millares de miembros de la minoría tamil de Sri Lanka; del mismo modo, los fundamentalistas hindús masacraron a las poblaciones musulmanas de Guyarat en 2003 y el eventual mayor acceso al poder que han conquistado recientemente con la victoria del Presidente Modi hace prever lo peor.

Es también en nombre de la religión que Israel continúa imponiendo la limpieza étnica de Palestina y que el llamado Emirato Islámico masacra poblaciones musulmanas en Siria y en Irak. ¿La defensa de la laicidad sin límites en una Europa intercultural, donde muchas poblaciones no se reconocen como tales, será después de todo una forma de extremismo? ¿Los diferentes extremismos se oponen o se articulan? ¿Cuáles son las relaciones entre los yihadistas y los servicios secretos occidentales? ¿Por qué los yihadistas del Emirato Islámico, que ahora son terroristas, eran “combatientes de la libertad” cuando luchaban contra Kadhafi y contra Assad? ¿Cómo se explica que el Emirato Islámico sea financiado por Arabia Saudita, Catar, Kuwait y Turquía, todos aliados de Occidente? Una cosa es cierta, por lo menos en la última década: la gran mayoría de las víctimas de todos los fanatismos (incluyendo el islámico) son poblaciones musulmanas no fanáticas.
 
El valor de la vida

La repugnancia total e incondicional que los europeos sienten ante estas muertes debe hacernos pensar por qué razón no sienten la misma repulsa ante un número igual o mucho mayor de muertes inocentes como resultado de conflictos que, en el fondo, ¿tal vez tengan algo que ver con la tragedia de Charlie Hebdo? En el mismo día, 37 jóvenes fueron muertos en Yemen en un atentado con bomba. El verano pasado, la invasión israelita causó la muerte de dos mil palestinos, de los cuales cerca de 1.500 eran civiles y 500 niños. En México, desde el año 2000 fueron asesinados 102 periodistas por defender la libertad de expresión y, en noviembre de 2014, 43 jóvenes fueron asesinados en Ayotzinapa.

Ciertamente que la diferencia en la reacción no puede estar basada en la idea de que la vida de europeos blancos, de cultura cristiana, vale más que la vida de europeos de otros colores o de no europeos de culturas basadas en otras religiones o regiones. ¿Será entonces porque estos últimos están más lejos de los europeos y estos los conocen menos? ¿Acaso el mandato cristiano de amar al prójimo permite tales distinciones? ¿Será porque los grandes medios y los líderes políticos de Occidente trivializan el sufrimiento causado a esos otros, cuando no los demonizan al punto de hacernos pensar que ellos no merecen otra cosa?


El terror en París: raíces profundas y lejanas




El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna. Es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que -desde tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas- ha plagado a la humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. La barbarie perpetrada en París concitó el repudio universal. Pero parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no basta con llorar, es preciso comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido? La respuesta no puede ser simple porque son múltiples los factores que se amalgamaron para producir tan infame masacre. Descartemos de antemano la hipótesis de que fue la obra de un comando de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidió aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam y también de otras confesiones religiosas. Que son fanáticos no cabe ninguna duda. Creyentes ultraortodoxos abundan en muchas partes, sobre todo en Estados Unidos e Israel. Pero, ¿cómo llegaron los de París al extremo de cometer un acto tan execrable y cobarde como el que estamos comentando? Se impone distinguir los elementos que actuaron como precipitantes o desencadenantes –por ejemplo, las caricaturas publicadas por el Charlie Hebdo, blasfemas para la fe del Islam- de las causas estructurales o de larga duración que se encuentran en la base de una conducta tan aberrante. En otras palabras, es preciso ir más allá del acontecimiento, por doloroso que sea, y bucear en sus determinantes más profundos. 
A partir de esta premisa metodológica hay un factor que merece especial consideración. Nuestra hipótesis es que lo sucedido es un lúgubre síntoma de lo que ha sido la política de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Es el resultado paradojal –pero previsible, para quienes están atentos al movimiento dialéctico de la historia- del apoyo que la Casa Blanca le brindó al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética a Afganistán en Diciembre de 1979, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era combinar la guerra de guerrillas librada por los mujaidines con la estigmatización de la Unión Soviética por su ateísmo, convirtiéndola así en una sacrílega excrecencia que debía ser eliminada de la faz de la tierra. En términos concretos esto se tradujo en un apoyo militar, político y económico a los supuestos “combatientes por la libertad” y en la exaltación del fundamentalismo islamista del talibán que, entre otras cosas, veía la incorporación de las niñas a las escuelas afganas dispuesta por el gobierno prosoviético de Kabul como una intolerable apostasía. Al Qaeda y Osama bin Laden son hijos de esta política. En esos aciagos años de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, la CIA era dirigida por William Casey, un católico ultramontano, caballero de la Orden de Malta cuyo celo religioso y su visceral anticomunismo le hicieron creer que, aparte de las armas, el fomento de la religiosidad popular en Afganistán sería lo que acabaría con el sacrílego “imperio del mal” que desde Moscú extendía sus tentáculos sobre el Asia Central. Y la política seguida por Washington fue esa: potenciar el fervor islamista, sin medir sus predecibles consecuencias a mediano plazo. 
Horrorizado por la monstruosidad del genio que se le escapó de la botella y produjo los confusos atentados del 11 de Septiembre (confusos porque las dudas acerca de la autoría del hecho son muchas más que las certidumbres) Washington proclamó una nueva doctrina de seguridad nacional: la “guerra infinita” o la “guerra contra el terrorismo”, que convirtió a las tres cuartas partes de la humanidad en una tenebrosa conspiración de terroristas (o cómplices de ellos) enloquecidos por su afán de destruir a Estados Unidos y el “modo americano de vida” y estimuló el surgimiento de una corriente mundial de la “islamofobia”. Tan vaga y laxa ha sido la definición oficial del terrorismo que en la práctica este y el Islam pasaron a ser sinónimos, y el sayo le cabe a quienquiera que sea un crítico del imperialismo norteamericano. Para calmar a la opinión pública, aterrorizada ante los atentados, los asesores de la Casa Blanca recurrieron al viejo método de buscar un chivo expiatorio, alguien a quien culpar, como a Lee Oswald, el inverosímil asesino de John F. Kennedy. George W. Bush lo encontró en la figura de un antiguo aliado, Saddam Hussein, que había sido encumbrado a la jefatura del estado en Irak para guerrear contra Irán luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979, privando a la Casa Blanca de uno de sus más valiosos peones regionales. Hussein, como Gadaffi años después, pensó que habiendo prestado sus servicios al imperio tendría las manos libres para actuar a voluntad en su entorno geográfico inmediato. Se equivocó al creer que Washington lo recompensaría tolerando la anexión de Kuwait a Irak, ignorando que tal cosa era inaceptable en función de los proyectos estadounidenses en la región. El castigo fue brutal: la primera Guerra del Golfo (Agosto 1990-Febrero 1991), un bloqueo de más de diez años que aniquiló a más de un millón de personas (la mayoría niños) y un país destrozado. Contando con la complicidad de la dirigencia política y la prensa “libre, objetiva e independiente” dentro y fuera de Estados Unidos la Casa Blanca montó una patraña ridícula e increíble por la cual se acusaba a Hussein de poseer armas de destrucción masiva y de haber forjado una alianza con su archienemigo, Osama bin Laden, para atacar a los Estados Unidos. Ni tenía esas armas, cosa que era archisabida; ni podía aliarse con un fanático sunita como el jefe de Al Qaeda, siendo él un ecléctico en cuestiones religiosas y jefe de un estado laico. 
Impertérrito ante estas realidades, en Marzo del 2003 George W. Bush dio inicio a la campaña militar para escarmentar a Hussein: invade el país, destruye sus fabulosos tesoros culturales y lo poco que quedaba en pie luego de años de bloqueo, depone a sus autoridades, monta un simulacro de juicio donde a Hussein lo sentencian a la pena capital y muere en la horca. Pero la ocupación norteamericana, que dura ocho años, no logra estabilizar económica y políticamente al país, acosada por la tenaz resistencia de los patriotas iraquíes. Cuando las tropas de Estados Unidos se retiran se comprueba su humillante derrota: el gobierno queda en manos de los chiítas, aliados del enemigo público número uno de Washington en la región, Irán, e irreconciliablemente enfrentados con la otra principal rama del Islam, los sunitas. A los efectos de disimular el fracaso de la guerra y debilitar a una Bagdad si no enemiga por lo menos inamistosa -y, de paso, controlar el avispero iraquí- la Casa Blanca no tuvo mejor idea que replicar la política seguida en Afganistán en los años ochentas: fomentar el fundamentalismo sunita y atizar la hoguera de los clivajes religiosos y las guerras sectarias dentro del turbulento mundo del Islam. Para ello contó con la activa colaboración de las reaccionarias monarquías del Golfo, y muy especialmente de la troglodita teocracia de Arabia Saudita, enemiga mortal de los chiítas y, por lo tanto, de Irán, Siria y de los gobernantes chiítas de Irak. 
Claro está que el objetivo global de la política estadounidense y, por extensión, de sus clientes europeos, no se limita tan sólo a Irak o Siria. Es de más largo aliento pues procura concretar el rediseño del mapa de Medio Oriente mediante la desmembración de los países artificialmente creados por las potencias triunfantes luego de las dos guerras mundiales. La balcanización de la región dejaría un archipiélago de sectas, milicias, tribus y clanes que, por su desunión y rivalidades mutuas no podrían ofrecer resistencia alguna al principal designio de “humanitario” Occidente: apoderarse de las riquezas petroleras de la región. El caso de Libia luego de la destrucción del régimen de Gadaffi lo prueba con elocuencia y anticipó la fragmentación territorial en curso en Siria e Irak, para nombrar los casos más importantes. Ese es el verdadero, casi único, objetivo: desmembrar a los países y quedarse con el petróleo de Medio Oriente. ¿Promoción de la democracia, los derechos humanos, la libertad, la tolerancia? Esos son cuentos de niños, o para consumo de los espíritus neocolonizados y de la prensa títere del imperio para disimular lo inconfesable: el saqueo petrolero. 
El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y financieramente por Estados Unidos y sus aliados, a poco andar los fundamentalistas sunitas exaltados como “combatientes por la libertad” y utilizados como fuerzas mercenarias para desestabilizar a Siria hicieron lo que en su tiempo Maquiavelo profetizó que harían todos los mercenarios: independizarse de sus mandantes, como antes lo hicieran Al Qaeda y bin Laden, y dar vida a un proyecto propio: el Estado Islámico. Llevados a Siria para montar desde afuera una infame “guerra civil” urdida desde Washington para producir el anhelado “cambio de régimen” en ese país, los fanáticos terminaron ocupando parte del territorio sirio, se apropiaron de un sector de Irak, pusieron en funcionamiento los campos petroleros de esa zona y en connivencia con las multinacionales del sector y los bancos occidentales se dedican a vender el petróleo robado a precio vil y convertirse en la guerrilla más adinerada del planeta, con ingresos estimados de 2.000 millones de dólares anuales para financiar sus crímenes en cualquier país del mundo. Para dar muestras de su fervor religioso las milicias jihadistas degüellan, decapitan y asesinan infieles a diestra y siniestra, no importa si musulmanes de otra secta, cristianos, judíos o agnósticos, árabes o no, todo en abierta profanación de los valores del Islam. Al haber avivado las llamas del sectarismo religioso era cuestión de tiempo que la violencia desatada por esa estúpida y criminal política de Occidente tocara las puertas de Europa o Estados Unidos. Ahora fue en París, pero ya antes Madrid y Londres habían cosechado de manos de los ardientes islamistas lo que sus propios gobernantes habían sembrado inescrupulosamente. 
De lo anterior se desprende con claridad cuál es la génesis oculta de la tragedia del Charlie Hebdo. Quienes fogonearon el radicalismo sectario mal podrían ahora sorprenderse y mucho menos proclamar su falta de responsabilidad por lo ocurrido, como si el asesinato de los periodistas parisinos no tuviera relación alguna con sus políticas. Sus pupilos de antaño responden con las armas y los argumentos que les fueron inescrupulosamente cedidos desde los años de Reagan hasta hoy. Más tarde, los horrores perpetrados durante la ocupación norteamericana en Irak los endurecieron e inflamaron su celo religioso. Otro tanto ocurrió con las diversas formas de “terrorismo de estado” que las democracias capitalistas practicaron, o condonaron, en el mundo árabe: las torturas, vejaciones y humillaciones cometidas en Abu Ghraib, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA; las matanzas consumadas en Libia y en Egipto; el indiscriminado asesinato que a diario cometen los drones estadounidenses en Pakistán y Afganistán, en donde sólo dos de cada cien víctimas alcanzadas por sus misiles son terroristas; el “ejemplarizador” linchamiento de Gadaffi (cuya noticia provocó la repugnante carcajada de Hillary Clinton); el interminable genocidio al que son periódicamente sometidos los palestinos por Israel, con la anuencia y la protección de Estados Unidos y los gobiernos europeos, crímenes, todos estos, de lesa humanidad que sin embargo no conmueven la supuesta conciencia democrática y humanista de Occidente. Repetimos: nada, absolutamente nada, justifica el crimen cometido contra el semanario parisino. Pero como recomendaba Spinoza hay que comprender las causas que hicieron que los jihadistas decidieran pagarle a Occidente con su misma sangrienta moneda. Nos provoca náuseas tener que narrar tanta inmoralidad e hipocresía de parte de los portavoces de gobiernos supuestamente democráticos que no son otra cosa que sórdidas plutocracias. Hubo quienes, en Estados Unidos y Europa, condenaron lo ocurrido con los colegas de Charlie Hebdo por ser, además, un atentado a la libertad de expresión. Efectivamente, una masacre como esa lo es, y en grado sumo. Pero carecen de autoridad moral quienes condenan lo ocurrido en París y nada dicen acerca de la absoluta falta de libertad de expresión en Arabia Saudita, en donde la prensa, la radio, la televisión, la Internet y cualquier medio de comunicación está sometido a una durísima censura. Hipocresía descarada también de quienes ahora se rasgan las vestiduras pero no hicieron absolutamente nada para detener el genocidio perpetrado por Israel hace pocos meses en Gaza. Claro, Israel es uno de los nuestros dirán entre sí y, además, dos mil palestinos, varios centenares de ellos niños, no valen lo mismo que la vida de doce franceses. La cara oculta de la hipocresía es el más desenfrenado racismo. 

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domingo, 11 de enero de 2015

Los árabes vistos por Occidente

09 julio 2013 Rashideh Yusef


Violentos, terroristas, extremistas religiosos…Acabando con los estereotipos.
occidente
MARTIN BUREAU/AFP/Getty Images

A finales del siglo XVIII un ambicioso Napoleón Bonaparte conquistaba Egipto en su ansia de aumentar los poderes de Francia, cortar la vía comercial a Gran Bretaña y aumentar su gloria y fama. Esta expedición fue la primera conquista imperialista moderna de la Historia, entre otros, porque Napoleón utilizó junto a la fuerza de su Ejército, a científicos e intelectuales en su expedición. Había ingenieros, médicos, químicos, biólogos, literatos y arquitectos cuya misión fue recabar información sobre la historia, escritura, arqueología y tesoros de Egipto. Además de llevar a este país los principios de la Europa moderna frente al despotismo religioso de los otomanos.
Las memorias del general  describen cómo Egipto representó una aventura romántica y exótica, un sueño oriental pese a su partida poco después a Francia y el fracaso que simbolizó la expedición en términos militares.
Desde entonces el mundo árabe y Occidente han estado marcados por un modelo binario: el oriental,  elotro exótico y violento, frente a la Europa avanzada. Edward Said, el fallecido intelectual palestino-americano,  en su libro Orientalimo publicado en 1978, analizaba la historia reciente del imperialismo, la economía, el arte, la ciencia política y la literatura que han servido para definir este modelo basado en la superioridad de Occidente frente a Oriente: el otro, el orientalse mantiene igual, no avanza en la Historia, quedándose en el mismo espacio y tiempo, por lo que no se desarrolla; mientras el resto del mundo evoluciona y aprende.
Esta visión del otro ha determinado nuestra mirada al mundo árabe y ha definido nuestra identidad. Joan Wallach, historiadora americana, analiza cómo durante el siglo XX, la lucha por la identidad francesa se define frente al otro, el argelino, y tiene profundas raíces en el colonialismo galo en este país y la visión orientalista hacía el mismo. Said afirmó que uno de los principales motivos que le llevaron a escribir Orientalismo fue su propia experiencia como árabe viviendo en Estados Unidos, al observar, por ejemplo, la forma en la que la representación artística de Oriente Medio realizada por los occidentales estaba marcada por esta visión exótica y manipulada que no tenía nada que ver con la realidad que él conocía.
Desde las hazañas imperialistas de los primeros orientalistas occidentales hasta hoy, se ha acusado de manera indiscriminada a las sociedades árabes de enemigas de la democracia y la libertad y de intentar suprimir los derechos de las mujeres.  Esta visión se ha visto agudizada tras la Guerra del Golfo (1990-1991) y los atentados de 2001, 2004 y 2005 en Nueva York, Madrid y Londres respectivamente, así como las sucesivas guerras y conflictos que dichos atentados han generado.
En una encuesta publicada en febrero de 1991 por el Arab American Institute durante la Guerra del Golfo, un 41% de los estadounidenses afirmaron que tenían una opinión negativa sobre los árabes frente un 43%  que afirmó que tenían una opinión positiva. Igualmente, se relacionaron los siguientes adjetivos con los árabes: creyentes (81%), terroristas (59%), violentos (58%) y fanáticos religiosos (56%). Esta misma institución publicó en 2012 un estudio de la visión de los estadounidenses sobre los árabes y musulmanes junto con otras minorías religiosas, entre las que se incluían judíos, cristianos o budistas. Los resultados fueron parecidos a los de la encuesta de 1991: un 41% de los americanos tenía una visión no favorable de los árabes y musulmanes frente a un 40% que sí la tenía.
Los medios de comunicación y el cine han contribuido a dar una visión simplificada de la realidad compleja de diferentes países, historias, culturas y pueblos,  donde los árabes aparecen como fanáticos y violentos. Esta contribución se ilustra en el documental Valentino Ghost (2012),  que demuestra cómo se ha creado una percepción de los árabes en el imaginario común distorsionada y simplificada, tachándolos de violentos y retrógrados, con películas de Hollywood como Aladino (1992, de John Musker y Ron Clements) o Indiana Jones: en busca del arca perdida (1981, de Steven Spielberg).
Esta visión generalizada del mundo árabe en los medios de comunicación, literatura y arte, más notoria desde los atentados terroristas de 2001, tiene consecuencias graves, entre otras, el racismo y la discriminación. Además, favorece el desconocimiento de la lucha de la mujer árabe por su emancipación. Suha Sabbah, académica y feminista arabo-americana, destaca cómo las mujeres árabes son complejas, diversas y multifacéticas, lejos de la visión unidimensional que desde Occidente se da. Sabah afirma que estereotipos contra las mujeres árabes como dóciles, sin opinión, veladas y recluidas, dando por hecho la superioridad de las mujeres occidentales frente a las árabes, acaba reproduciendo los viejos patrones imperialistas generando más desconocimiento y barreras sobre la realidad de los árabes .
Las sociedades en general son plurales y no responden a una sola dinámica ni percepción, como afirmaba Said, Occidente y el mundo árabe se han definido a lo largo de los últimos dos siglos de manera falsamente unificadora para describir sociedades diversas. Quizá esa sea la clave para el posible entendimiento entre ambas. En el siglo de la tecnología se están imponiendo cambios acelerados en nuestra forma de interaccionar. La globalización, la privatización y la tecnología también han fortalecido a nuevos actores mundiales que establecen agendas, crean leyes y evalúan resultados: los movimientos sociales son  un actor más de la esfera global que tanto en Occidente como en el mundo árabe están teniendo cada vez más importancia.
La primavera árabe, el llamamiento de sus sociedades al cambio pidiendo libertad, democracia, igualdad y solidaridad social, y los movimientos sociales en Occidente frente a la crisis, agudizada desde el 2008, puede que resquebrajen la imposición de un modelo binario y diferenciado Occidente-Oriente. Si observamos los movimientos de la sociedad civil que se han desarrollado en los últimos diez años a la sombra de la crisis económica, política y de identidad en el mundo árabe y Occidente, puede apreciarse que,  con diferencias de contexto y escenario, exigen aspiraciones universales: una mejor calidad vida, acceso a un sistema de salud y de educación de calidad, justicia social y, sobre todo, políticas para y por los ciudadanos. Además estos movimientos se retroalimentan unos a otros. Las primeras protestas en España generadas por el movimiento 15-M se inspiraron, al igual que sus homólogos europeos, en los levantamientos del mundo árabe y el éxito de su convocatoria social.
Las redes sociales y los nuevos medios de comunicación, que permiten una nueva forma de informarse y relación directa entre la ciudadanía, quizá sirva para demostrar que las sociedades no responden a un único modelo unificador y que en el contexto del siglo de la tecnología todos ciudadanos tanto en Occidente como en el mundo árabe aspiran a valores universales: un sistema político democrático, justicia social y un mejor futuro para sus hijos.
http://www.esglobal.org/

viernes, 9 de enero de 2015

Franceses en el éxito y argelinos en el fracaso



Franceses en el éxito y argelinos en el fracaso
Fuente: AIN
AIN.- La prensa francesa continua utilizando el doble discurso, durante las últimas 48 horas, la mayoría de los medios del país galo insistieron sobre el origen argelino de los supuestos autores del ataque contra el semanario Charlie Hebdo, algo que nunca hacen en el caso de celebridades del mundo del futbol, o investigadores, artistas y hasta ministros de la misma origen.

La sociedad francesa en general y los medios de comunicación en particular asumen la ciudadanía de sus compatriotas solamente en el caso del éxito, nunca mencionaron el origen argelino de la ex estrella del Real Madrid y de la selección francesa, Zineddine Zidane, o del actual jugador del club español, Karim Benzema, tampoco del futbolista del Manchester City ingles, Samir Nasri.

Miles de científicos franceses de origen argelino, decenas de artistas y políticos que ocuparon altos puestos en los sucesivos gobiernos del país europeo, fueron siempre considerados como ciudadanos franceses y nada más.

Desde la difusión de los nombres y imágenes de los supuestos autores del acto criminal contra el semanario satírico, Charlie Hebdo, los periódicos y noticieros galos no dejaron de mencionar e insistir sobre el origen argelino de los hermanos Kouachi.

Justamente los hermanos Kouachi son ciudadanos franceses, que no tienen la ciudadanía argelina, ni conocen ni viajaron al país norte africano, pasaron por las escuelas francesas, crecieron y se educaron en el país europeo, pero para la prensa francesa son argelinos.

Yamina Benguigui, fue ministra delegada a los Franceses en el Extranjero y de la Francofonia, Kader Arif, ministro delegado por los ex combatientes, Zair Kedadouche, ex embajador de Francia en Andorra, Alain Mimoun, campeón del mundo de la Maratón de los juegos olímpicos de Melbourne, en 1956, Dr Kamel Sanhadji. Profesor universitario e investigador en el campo del SIDA, condecorado por el ex presidente francés, Jacques Chirac, con el orden de merito nacional, se puede continuar citando a miles y miles de celebridades franceses de origen argelino, en todos los campos, pero estas personalidades son solo francesas para la sociedad y para los medios, en contra partida los hermanos Kouachi, son franceses de origen argelino.

Ciudadanos nacidos en Francia de padres argelinos y sin nacionalidad argelina son millones, entre ellos la gran mayoría contribuye a la construcción del país europeo y centenares de miles muy exitosos en varios campos de la ciencia, cultura o política siguen contribuyendo al éxito del ex país colonizador y son nombrados a través de los medios como franceses y ciudadanos de primera, como si existiera ciudadanos franceses de segunda.

Francia con una larga historia de colonización, 132 años en Argelia con una historia de barbaridades y crímenes nunca superados, no quiso asumir esta historia como no asume hoy los actos de sus ciudadanos de “segunda” como se piensa en el país galo.

Los hermanos Kouachi, presuntos autores de la masacre del semanario que todo musulmán debe condenar porque es contraria a los preceptos humanitarios, coránicos y de la tradición profética, son ciudadanos franceses y nada más.
http://www.ain.com.ar/

Diferencia entre árabe, musulmán, islámico e islamista

Herminia Páez Prado


(Este artículo está pendiente de revisión con todas las anotaciones que habéis hecho en los comentarios)

Tengo pendiente una (o varias) entrada(s) sobre cultura árabe, estereotipos y demás… pero la realidad es que me enfado cada vez que veo a un periodista o a una persona de a pie confundir árabe, musulmán, islámico e islamista. Así que antes de hablar de estereotipos, voy a explicar esto, porque no es lo mismo, igual que no es lo mismo decir mujer, femenino, hembra, feminista y feminazi. Igual que no es lo mismo decir Francia, francés, gabacho, franchute y… qué sé yo, baguette. ¡Es que ni siquiera son todas del mismo campo semántico! Empecemos.
Si tuviéramos que separar los errores más usuales podríamos hacerlo en dos tandas, por un lado árabe y musulmán y por el otro islámico e islamista. Vamos de fácil a difícil.

Árabe

Una persona árabe es alguien nacido en un país de habla árabe, independientemente de su religión, de su afiliación política, del color de su piel y de si come o no cerdo. Los países árabes son 22:
Si os sirve de consuelo, yo los estudié en la uni y a veces me cuesta recordar donde están algunos.
Árabe, entonces, hace referencia a los habitantes de los países que hablan este idioma, del mismo modo que lo puede hacer para un español la palabra «hispanohablante» (aunque de hecho existe la palabra «arabófono» por jardines por los que pasaré después). Irán, Pakistán, Turquía, Azerbaiyán, Turkmenistán y otros países, no son países árabes y por tanto sus habitantes tampoco lo son, allí no se habla árabe, se hablan otros idiomas, varios idiomas. A pesar de todo, debo avisaros de que esta es una explicación bastante simplista dado que en esos llamados «países árabes» existen también otras lenguas y otras culturas: bereberes y kurdos, por ejemplo, son residentes en países árabes pero no hablan árabe (de ahí el jardín de los «arabófonos»). Otro día me meto en por qué esto es así y cómo se trazaron las fronteras en los países árabes (y en parte del resto del mundo). Si queréis exprimir aun más el significado de árabe, aquí lo desglosan en gentilicio, idioma y genérico.

Musulmán

Aquí es donde empieza el lío para los hispanohablantes. Musulmán es una persona que cree en «la religión de Mahoma» como dice la RAE, del mismo modo que un budista cree en el budismo y que un cristiano cree en el cristianismo. Y digo cristianismo y no catolicismo, porque al igual que el mismo, el islam tiene ramas, unas más conocidas que otras y cada una tiene sus diferentes creencias y sus opiniones sobre el resto. Esto quiere decir, que los musulmanes pueden ser suníes o chiíes (que no «sunitas» o «chiítas», y ya os digo que esta última está aceptada por la RAE pero es un calco del francés), dos de las ramas principales de la religión musulmana, o de otras. Si tenéis curiosidad sobre las ramas (que no son pocas) podéis ir a la Wikipedia y consultar. Siguiendo con la comparación de cosas que un español de a pie pueda entender, dentro del islam están los suníes, los chiíes y otros, y dentro del cristianismo están los católicos, los protestantes y otros. Aquí tenéis un mapa con los países musulmanes:
(Aviso: esta imagen no es mía, está sacada de aquí)

¿Se puede ser árabe sin ser musulmán?

Sí. De hecho no es tan poco común como pensamos. Si habéis seguido algo la información sobre la Primavera árabe, posiblemente hayáis oído que Egipto tiene una minoría copta (que es una rama del cristianismo) y que hayáis visto esta imagen de la derecha, de cristianos haciendo una cadena humana para proteger a los musulmanes mientras rezaban que se ha hecho bastante famosa porque Egipto es uno de esos países famosos por sus pirámides problemas religiosos. Si queréis saber más sobre la situación actual en Egipto, os dejo un magnífico video de 7 minutos que os lo explica, de la Primavera árabe hasta hoy. Pero Egipto no es el único país con árabes de otras religiones.
En el caso del Líbano (el 4 del mapa de arriba del todo, chiquitito, al lado de Siria), no sé de qué fuentes fiarme así que me tendréis que perdonar la inexactitud, hay aproximadamente un 50% de musulmanes y un 50% de cristianos. Si queréis ver por qué no me fío de las cifras podéis volver a la Wikipedia y ver qué fuentes tienen y cómo los datos varían. Además de estos dos países, necesito nombrar Palestina, que fue uno de los países que a mí más me chocó cuando lo visité (no solo) en término religiosos. Palestina es un país que si estáis un poco enterados, tiene una situación muy particular en la que no me voy a meter ahora porque eso da para otra(s 200) entrada(s). Muchos son musulmanes, hay una minoría cristiana, pero lo que más me sorprendió allí es que encontré bastantes ateos marxistas y comunistas, algunos de ellos con colgantes y camisetas del Che Guevara. Puede que esto fuera solo la gente con la que yo me encontré, pero me sorprendería.

Resumen 1: árabes y musulmanes

Se puede ser árabe y musulmán.
Se puede ser árabe y no musulmán (como el copto egipcio de la foto de arriba o mis palestinos comunistas).
Se puede ser musulmán sin ser árabe (como muchos de los habitantes de países como Irán o Pakistán).
Y se puede vivir en un país árabe o musulmán sin ser ni árabe, ni musulmán.

Islámico e islamista

Aquí es cuando yo empiezo a enfadarme con los medios de comunicación y donde, por ser palabras con la misma raíz se crea el mayor follón. No os voy a buscar artículos en que esté mal utilizado porque no terminaría nunca. Aquí se mezclan por un lado la religión y por el otro la política, una mezcla a veces explosiva.
Perdón, era demasiado fácil…
Por suerte la Fundeu en este sentido ha sido magnífica (lingüísticamente hablando) y por tanto os resumo lo que dice en este artículo y luego ya hago una apreciación: básicamente islámico es algo relacionado con la religión islámica, como la arquitectura islámica de la Alhambra y la mezquita de Córdoba, por ejemplo. Islamista se refiere a los movimientos islámicos radicales.
Ahora añado: en realidad el problema aquí es que en el mundo occidental no existe nada parecido al islam político, y no porque no tengamos partidos políticos cristianos radicales, que los tenemos… precisamente el problema es ese, que se utilizó el término «fundamentalismo islámico» equiparándolo al «fundamentalismo cristiano» y no son exactamente lo mismo. Podéis ver más información aquí aquí. Dicho esto, aclaro que en el islam político hay ramas más moderadas y democráticas y otras que lo son menos, y ya he dicho al menos dos veces este mes que al final al que más se oye es al trol, al que más ruido hace, y está claro que los partidos políticos islámicos a los que más se oye desde fuera es a los violentos, ¿no? Es lo que tienen las explosiones, que hacen mucho ruido.

Resumen 2: islámico e islamista

Islámico: religión
Islamista: político radical. El movimiento islamista (político radical) es un movimiento islámico (religioso también).
Rizando el rizo, resumen 3:
Se puede ser árabe, musulmán, formar parte de un partido político islámico y ser un islamista (y aun así no ser un terrorista).
Se puede ser musulmán, formar parte de un partido político islámico y ser un islamista (y aun así no ser un terrorista).
Se puede ser integrista sin ser islámico (el integrismo) ni musulmán (el integrista).
Se puede ser árabe, musulmán, formar parte de un partido político islámico y no ser islamista.
Se puede ser árabe e integrista sin ser musulmán.
Se puede ser integrista sin ser musulmán ni árabe.
¿Veis por dónde voy? El problema es que al usarlo mal, y tratar todos los términos como si fueran equivalentes, al final lo que conseguimos es confundir aun más las cosas, por si los ánimos con los temas de racismo y terrorismo no estuvieran ya a flor de piel. Planteaos que no es lo mismo decir que eres masculino, que decir que eres un macho o que eres machista, o que yo fuera a presentarme y dijera que soy una hembra, una mujer o feminista, son cosas muy diferentes. Confundir y utilizar estos términos de manera errónea facilita que en el imaginario colectivo la bola ruede, y que, si yo no diferencio al redactar, al final todo musulmán sea islamista. Y quien dice islamista, dice terrorista internacional, que tampoco es lo mismo (a pesar de mis chistes sin gracia y de mal gusto).
Me voy a embarrar aun más: Recuerdo un tiempo (momento abuela cebolleta) en que los vascos se quejaban (con razón) de que la manera en que se hablaba del terrorismo en la prensa hacía que todo vasco pareciera un terrorista. No sé si sigue siendo el sentir colectivo porque hace tiempo que no oigo la queja, pero pensad que equiparando aquí no estamos hablando de llamar a todos los vascos terroristas (que es erróneo como concepto y está mal) sino a toda Europa y parte de América (como continente, no como país mal traducido). Por eso es importante saber la diferencia.

http://traducinando.com/diferencia-entre-arabe-musulman-islamico-e-islamista/

jueves, 8 de enero de 2015

Lo más peligroso es la islamofobia

Francia




El atentado fascista en París contra la redacción del semanario Charlie Hebdo, que ha arrebatado la vida a 12 personas, entre ellas a los cuatro dibujantes Charb, Cabú, Wolinsky y Tignous, deja una doble o triple sensación de horror, pues está agravada por una especie de eco amargo y sucio y por una sombra de amenaza inminente y general. Está sin duda el horror de la matanza misma por parte de unos asesinos que, con independencia de sus móviles ideológicos, se han situado a sí mismos al margen de toda ética común y por eso mismo fuera de todo marco religioso, en su sentido más estricto y preciso.
Pero está también el horror de que sus víctimas se dedicaran a escribir y a dibujar. No es que uno no pueda hacer daño escribiendo y dibujando -enseguida hablaremos de esto-; es que escribir y dibujar son tareas que una larga tradición histórica compartida sitúa en el extremo opuesto de la violencia; si se trata además de la sátira y el humor, nadie nos parece más protegido que el que nos hace reír. En términos humanos, siempre es más grave matar a un bufón que a un rey porque el bufón dice lo que todos queremos oír -aunque sea improcedente o incluso hiperbólico- mientras que los reyes sólo hablan de sí mismos y de su poder. El que mata a un bufón, al que hemos encomendado el decir libre y general, mata a la humanidad misma. También por eso los asesinos de París son fascistas. Sólo los fascistas matan bufones. Sólo los fascistas creen que hay objetos no hilarantes o no ridiculizables. Sólo los fascistas matan para imponer seriedad.
Pero hay un tercer elemento de horror que tiene que ver menos con el acto que con sus consecuencias. Ahora mismo -lo confieso- es el que más miedo me da. Y es urgente advertir de lo que nos jugamos. Lo urgente no es impedir un crimen que ya no podemos impedir; ni tampoco condenar asqueados a los asesinos. Eso es normal y decente, pero no urgente. Tampoco, claro, espumajear contra el islam. Al contrario. Lo verdaderamente urgente es alertar contra la islamofobia, precisamente para evitar lo que los asesinos quieren -y están ya consiguiendo- provocar: la identificación ontológica entre el islam y el fascismo criminal. La gran eficacia de la violencia extrema tiene que ver con el hecho de que borra el pasado, el cual no puede ser evocado sin justificar de alguna manera el crimen; tiene que ver con el hecho de que la violencia es actualidad pura, y la actualidad pura está siempre preñada del peor futuro imaginable. Los asesinos de París sabían muy bien en qué contexto estaban perpetrando su infamia y qué efectos iban a producir.
El problema del fascismo y de su violencia actualizadora es que se trata siempre de una respuesta. El fascismo está siempre respondiendo; todo fascismo se alimenta de su legitimación reactiva en un marco social e ideológico en el que todo es respuesta y todo es, por tanto, fascismo. El contexto europeo (pensemos en la Alemania anti-islámica de estos días) es la de un fascismo rampante. En Francia concretamente este fascismo blanco y laico tiene algunos valedores intelectuales de mucho prestigio que, a la sombra del Frente Nacional de Le Pen, llevan calentando el ambiente desde púlpitos privilegiados a partir del presupuesto, enunciado con falso empirismo y autoridad mediática, de que el islam mismo es un peligro para Francia. Pensemos, por ejemplo, en la última novela del gran escritor Houellebecq, Sumisión (traducción literal del término árabe “islam”), en la que un partido islamista gana al Frente Nacional las elecciones de 2021 e impone la “charia” en la patria de Las Luces. O pensemos en el gran éxito de las obras del ultraderechista Renaud Camus y del periodista político del diario Le Figaro Eric Zemour. El primero es autor de Le grand remplacement, donde se sostiene la tesis de que el pueblo francés está siendo “reemplazado” por otro, en este caso -obviamente- compuesto de musulmanes extraños a la historia de Francia. El segundo, por su parte, ha escritoEl suicidio francés, un gran éxito de ventas que rehabilita al general Petain y describe la decadencia del Estado-Nación, amenazado por la traición de las élites y por la inmigración. Hace unos días en Le Monde el escritor Edwy Plenel se refería a estas obras como depositarias de una “ideología asesina” que “está preparando Francia y Europa para una guerra”: una guerra civil- dice- “de Francia y Europa contra ellas mismas, contra una parte de sus pueblos, contra esos hombres, esas mujeres, esos niños que viven y trabajan aquí y que, a través de las armas del prejuicio y la ignorancia, han sido previamente construidos como extranjeros en razón de su nacimiento, su apariencia o sus creencias”.
Este es el fascismo que estaba ya presente en Francia y que ahora “reacciona” -puro presente- frente a la “reacción” -pura actualidad asesina- de los islamistas fascistas de París. Da mucho miedo pensar que a las 7 de la tarde, mientras escribo estas líneas, el trending topic mundial en twitter, tras el tranquilizador y emocionante “yo soy Charlie”, es el terrorífico “matar a todos los musulmanes”. La islamofobia tiene tanto fundamento empírico -ni más ni menos- que el islamismo yihadista; los dos, en efecto, son fascismos reactivos que se activan recíprocamente, incapaces de hacer esas distinciones que caracterizan la ética, la civilización y el derecho: entre niños y adultos, entre civiles y militares, entre bufones y reyes, entre individuos y comunidades. “Matad a todos los infieles” es contestado y precedido por “matad a todos los musulmanes”. Pero hay una diferencia. Mientras que se exige a todos los musulmanes del mundo que condenen la atrocidad de París y todos los dirigentes políticos y religiosos del mundo musulmán condenan sin excepción lo ocurrido, el “matad a todos los musulmanes” es justificado de algún modo por intelectuales y políticos que legitiman con su autoridad institucional y mediática la criminalización de cinco millones de franceses musulmanes (y de millones más en toda Europa). Esa es la diferencia -lo sabemos históricamente- entre el totalitarismo y el delirio marginal: que el totalitarismo es delirio naturalizado, institucionalizado, compartido al mismo tiempo por la sociedad y por el poder. Si recordamos además que la mayor parte de las víctimas del fascismo yihadista en el mundo son también musulmanas -y no occidentales- deberíamos quizás medir mejor nuestro sentido de la responsabilidad y de la solidaridad. Pinzados entre dos fascismos reactivos, los perdedores son los de siempre: los inmigrantes, los izquierdistas, los bufones, las poblaciones de los países colonizados. Una de las víctimas de los islamistas, por cierto, era policía, se llamaba Ahmed Mrabet y era musulmán.
Del yihadismo fascista no espero sino fanatismo, violencia y muerte. Me repugna, pero me da menos miedo que la reacción que precede -valga la paradoja einsteiniana- a sus crímenes. El “matad a todos los musulmanes” está de algún modo justificado por los intelectuales que “preparan la guerra civil europea” y por los propios políticos que responden a los crímenes con discursos populistas religiosos laicos. Cuando Hollande y Sarkozy hablan de “un atentado a los valores sagrados de Francia” para referirse a la libertad de expresión, están razonando del mismo modo que los asesinos de los redactores del Charlie Hebdo. No acepto que un francés me diga que defender los valores de Francia implica necesariamente defender la libertad de expresión. Por muy laica que se pretenda, esa lógica es siempre religiosa. No hay que defender Francia; hay que defender la libertad de expresión. Porque defender los valores de Francia es quizás defender la revolución francesa, pero también Termidor; es defender la Comuna, pero también los fusilamientos de Thiers; es defender a Zola, pero también al tribunal que condenó a Dreyfus; es defender a Simone Weil y René Char, pero también el colaboracionismo de Vichy; es defender a Sartre, pero también las torturas de la OAS y el genocidio colonial; es defender mayo del 68, pero también los bombardeos de Argel, Damasco, Indochina y más recientemente Libia y Mali. Es defender ahora, frente al fascismo islamista, la igualdad ante la ley, la democracia, la libertad de expresión, la tolerancia y la ética, pero también defender la destrucción de todo eso en nombre de los valores de Francia. Da mucho miedo oír hablar de “los valores de Francia”, “de la grandeza de Francia”, de ”la defensa de Francia”. O defendemos la libertad de expresión o defendemos los valores de Francia. Defender la libertad de expresión -y la igualdad, la fraternidad y la libertad- es defender a la humanidad entera, viva donde viva y crea en el dios que crea. La frase de “los valores de Francia” pronunciada por Le Pen, Hollande, Sarkozy o Renaud Camus no se distingue en nada de la frase “los valores del islam” pronunciada por Abu Bakr Al-Baghdadi. Son en realidad el mismo discurso frente a frente, legitimado por su propia reacción asesina, que bombardea inocentes en un lado y ametralla inocentes en el otro. Pierden los de siempre, los que pierden cuando dos fascismos no dejan en medio ni el más pequeño resquicio para el derecho, la ética y la democracia: los de abajo, los de al lado, los pequeños, los sensatos. De eso sabemos mucho en Europa, cuyos grandes “valores” produjeron el colonialismo, el nazismo, el estalinismo, el sionismo y el bombardeo humanitario.
Mal empieza 2015. En 1953, “refugiado” en Francia, el gran escritor negro Richard Wright escribía contra el fascismo que “temía que las instituciones democráticas y abiertas no sean más que un intervalo sentimental que preceda al establecimiento de regímenes incluso más bárbaros, absolutistas y pospolíticos”. Protegernos del fascismo islamista es proteger nuestras instituciones abiertas y democráticas -o lo que queda de ellas- del fascismo europeo. La islamofobia fascista, en Europa y en las “colonias”, es la gran fábrica de islamistas fascistas y una y otro son incompatibles con el derecho y la democracia, los únicos principios -que no “valores”- que podrían aún salvarnos. Buena parte de nuestras élites políticas e intelectuales están más bien interesadas en todo lo contrario.
Descansen en paz nuestros alegres y valientes compañeros bufones del Charlie Hebdo. Y que nadie en su nombre levante la mano contra un musulmán ni contra el derecho y la ética comunes. Esa sí sería la verdadera victoria de los fascismos de los dos lados.
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