viernes, 20 de febrero de 2015

Islamofobia y Cristianofobia

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En lo posible vamos a tratar de no caer en lugares comunes, o sea, en lo ya dicho y repetido desde el momento que se produjo el hecho luctuoso de Charlie Hedbo.
En las notas de prensa y artículos de comentaristas y analistas, figura la palabra "Islamofobia". Se utiliza el vocablo sin dar su definición, en el supuesto que el lector sabe qué es "Islamofobia". Pero hasta ahora – que yo sepa - nadie la ha definido con pelos y señales.
En ese interés, traté de hacerlo y me encontré ante la dificultad de seleccionar el vocablo más apropiado. Ensayé con varios: "rechazo", "discriminación", "racismo", "fundamentalismo", "exclusión", "repudio", "desprecio" "¿odio?" y otros. Escogí "desprecio" y ensayé mi definición:
Islamofobia es el desprecio que la población europea y estadounidense siente contra la población musulmana, producto de la campaña mediática y el fundamentalismo que comenzó con Las Cruzadas durante los siglos XI al XIII, organizadas por el Occidente cristiano (Papado), con el objeto de reconquistar los "Santos Lugares", que se encontraban bajo el poder musulmán. Las cruzadas fueron expediciones horrendas de exterminio de la población árabe. En esos doscientos años se realizaron ocho cruzadas. Resulta difícil diferenciar cuál fue más cruel y genocida.
Luego de transcurridos siglos de "civilización", encontramos que de nuevo, en el siglo XXI, la campaña mediática/fundamentalista, enerva las conciencias contra el Islam (Islamofobia), y realiza guerras de exterminio contra Afganistán, Irak, Libia, Siria, Irán, Líbano, Mali, Sudán, Somalia, Yemen, con el urdido pretexto de combatir el "terrorismo", vocablo que hasta ahora, ningún organismo internacional ha definido con claridad. ¿Qué es el terrorismo?
En las constituciones de todos los países figura el derecho de los pueblos a rebelarse contra los gobiernos que los esclavizan o les niegan los derechos humanos, cívicos, políticos (Colombia). O el derecho de los pueblos a constituirse en Nación y formar su propia República (Saharaui). Ese derecho que en su momento lo ejerció Cuba, Nicaragua, Argelia y otros países, ahora lo consideran "terrorismo".
Este es un aspecto del problema, por cuanto tiene otra cara más horrenda, la invasión, destrucción, demolición de países por el "delito" de la autodeterminación. Dentro de esa geopolítica estadounidense, se realizó la invasión a Granada, Panamá (1990), Yugoeslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Malí, Sudán, Somalia, la lista pudiera ser más larga por las amenazas que llueven contra Irán, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Venezuela.
Según la ley de los contrarios, si existe la Islamofobia, tiene que existir la Cristianofobia, vamos a tratar de definirla.
Cristianofobia es el desprecio que la población musulmana tiene contra la población cristiana, por la permanente agresión que durante mil años (1000 al 2015) han realizado contra la población árabe/musulmana, calificada de hereje, y en consecuencia, según la teología cristiana, deben morir en la hoguera como lo dispuso la Santa Inquisición o Santo Oficio, ahora encubierta bajo el eufemístico nombre de Congregación para la doctrina de la fe.
Es necesario dejar sentado que, la Cristianofobia, tiene su fundamento en las agresiones que, durante mil años, han padecido los pueblos árabe/musulmanes - ya lo explicamos - por Las Cruzadas, y más reciente, por las guerras genocidas del imperialismo, EE.UU/OTAN, contra los países del Norte de África y el Medio Oriente.
En contrario, los pueblos árabe/musulmanes nunca organizaron Cruzadas contra el Occidente cristiano. Tan sólo invadieron España, permanecieron durante 700 años y cuando se retiraron dejaron muestras de su extraordinaria cultura con aportes al idioma castellano, el arte, la ciencia, la arquitectura, la filosofía griega que había sido rescata por los filósofos árabes de Alejandría. No impusieron ni su religión ni su idioma ni sus costumbres. En España no se habla árabe ni se le reza a Alá ni se honra al profeta Mahoma, pero, se come cerdo en chuleta de sabor exquisito. No ocurre igual ahí donde llegó el cristianismo e impuso por la cruz, la espada, el caballo y el arcabuz, la religión, el idioma, las costumbres. En América esa imposición dejó 70 millones de aborígenes muertos por diferentes causas. Verdadero holocausto y no el que proclaman los judíos.
La Islamofobia tiene su raíz en el fundamentalismo cristiano. Carece de otra motivación, por cuanto la cultura árabe como intermediaria entre Europa y Asia (China, India) creó vínculos pacíficos de ciencia y cultura. Por ello a la península arábiga se le da el nombre de bisagra, pivote de culturas entre África y Asia, por cuanto Europa no es un continente, sino una península del gran continente asiático.
No ocurre igual con la Cristianofobia que tiene su raíz en las agresiones militares, genocidas, que durante mil años ha padecido el pueblo árabe/musulmán. Los imperialismos europeos nunca les permitieron la autodeterminación a los pueblos árabes del Medio Oriente. Geopolítica asumida por el imperialismo estadounidense que ha desatado todo el poderío militar para destruir la infraestructura hasta los cimientos, según la orden dada por el general que comandó la segunda invasión de Irak. - "que no quede piedra sobre piedra".
Por similares motivos los pueblos latinoamericanos han cultivado el odio contra los Estados Unidos, por haber sido víctimas durante doscientos años de sus agresiones, invasiones, golpes de Estado. Sentimiento que definió con claridad la poetisa chilena, premio Nobel de Literatura (1945), Gabriela Mistral: "En América Latina lo que más une, además de nuestro bello idioma, es el odio contra los Estados Unidos". Aquí, no es la Cristianofobia lo que nos une y motiva, aquí es el derecho a la autodeterminación y a ser dueños de nuestras riquezas, arrebatadas por el saqueo y la rapiña imperialistas.
En los países árabes del Norte de África y el Medio Oriente, el odio contra las agresiones de los países europeos, a falta de poderío militar para rechazarlas, ha encontrado entre los luchadores más conscientes y audaces, formas de lucha elementales, que los pueblos, desde la más remota antigüedad, han utilizado contra sus agresores.
Paradójico, la Islamofobia tiene "derecho" a agredir a los países árabe/musulmanes para arrebatarles sus riquezas (petróleo, gas). Pero, la Cristianofobia no tienen derecho ni a defenderse, por cuanto, dichas acciones son calificadas de "terroristas".
Si colocamos en el Terrorisómetro, aparato parecido al Hijueputómetro, ideado por el canciller Raúl Roa, el cual, según decía, no se le puede aplicar a Estados Unidos porque lo revienta. Ahora bien, según el Terrorisómetro, la invasión a Irak causó la destrucción de su infraestructura física (acueductos, centrales eléctricas, carreteras, puentes. hospitales, universidades, escuelas, museos que guardaban el origen de la civilización asirio/caldea/ fenicio/mesopotámica; más el millón de habitantes asesinados; más el millón de niños muertos durante el bloqueo de diez años anteriores a la segunda invasión, más los gravísimos daños a la salud por el uso de "uranio empobrecido" que deja la secuela de cáncer y niños deformes. Esa segunda invasión fue realizada por n ejército de cobardes, por cuanto, durante esos diez años, destruyeron la posibilidad defensiva del pueblo iraquí. A pesar de esas ventajas militares, perdieron la guerra, salieron derrotados y ahora, para intentar un nuevo regreso, se inventaron lo del Califato, financiado y armado (Mosul), por Estados Unidos para poder continuar la agresión contra Irak y contra Siria, donde también han sido derrotados.
En todas estas guerras, agresiones, genocidios, torturas (Abu Ghraib, Guantánamo), ataques con drones a la población civil, está la raíz de la Cristianofobia, que tiene la obligación de dejarse agredir, sin ni siquiera intentar defenderse o vengarse, porque de inmediato recibe la condena de la comunidad internacional, esa misma que carece de humanismo o se hace de la vista gorda, para repudiar los crímenes contra los países árabe/musulmanes, cuya "desdicha" está en poseer el recurso natural de mayor ambición imperialista: petróleo y gas.
Las agresiones contra los pueblos incitan el odio. Las agresiones de los quince últimos años de EE.UU y la OTAN contra los pueblos del Medio Oriente, han fomentado el odio y elevado al clímax, que encuentra su trágica expresión en los hechos ocurridos en Paris esta semana. Estados Unidos está consciente de ese odio, de allí el temor a que un país árabe tenga capacidad nuclear, o la obtenga de algún país con desarrollo atómico. En lugar de cultivar el odio con las 700 bases militares que tiene dispersas por la mayoría de países, debería cultivar la paz para no tener que padecer la zozobra en que viven sus habitantes en los propios Estados Unidos o en el resto del mundo, cuando viajan como turistas. Han sembrado demasiado odio que sólo puede revertirse en tragedia. Ni Rusia ni China que son potencias nucleares, tienen bases militares en otros países.
http://www.aporrea.org/internacionales

martes, 3 de febrero de 2015

"Hagamos normal la libertad y la vida. Zarpemos hacia Gaza"

Manifiesto "Rumbo a Gaza"


www.rumboagaza.org


Tras los 50 días de bombardeos israelíes del pasado verano, que dejaron 500 niños y niñas muertos y 18.000 viviendas destruidas, la franja de Gaza vuelve a la normalidad. ¿Vuelve a la normalidad? Israel suele hacer olvidar un crimen con un crimen mayor, de manera que el alivio del fin de la guerra, y la dolorosa alegría de la resistencia, inducen la ilusión de una comunidad apaciguada y hasta de un mundo mejor. Si no hay guerra, hay paz. Si no hay bombas, hay flores. Si no hay aviones, hay bicicletas. Israel bombardea en realidad para que, al dejar de bombardear, Gaza se llene de paz, de flores y de bicicletas. Gracias a Israel, Gaza regresa ahora a la “normalidad”.
Gaza ha vuelto a la normalidad, sí, y eso es precisamente lo terrible. Porque en Gaza la normalidad no es la vida sino la muerte lenta; no es la libertad sino la celda; no es el pan y la luz sino la escasez y la oscuridad; no es la paz sino otra guerra. La normalidad en Gaza es el bloqueo israelí y sus consecuencias para la salud, la educación y la alimentación de los palestinos. Cada vez que Israel bombardea Gaza -2008, 2012, 2014- los gobiernos occidentales y los medios de comunicación deshumanizan y justifican los muertos; cada vez que Israel deja de bombardear, los gobiernos occidentales y los medios de comunicación olvidan a los vivos. Después de una agresión israelí no llega la “normalidad”; sigue la agresión israelí. Y lo único que es desgraciadamente normal es la indiferencia de todos.
¿Por qué hay que acabar con un bloqueo que dura ya casi ocho años? Sin duda por los terribles efectos que causa, agravados ahora por los bombardeos del pasado verano y por la posición de la dictadura egipcia, que ha cerrado el puesto fronterizo de Rafah. Israel tiene prisioneros a casi dos millones de palestinos -es decir, seres humanos- y les desliza entre los barrotes lo justo para que sufran sin morirse del todo. Gaza, la zona con mayor densidad demográfica del planeta, necesita 70.000 viviendas más y 400 escuelas nuevas, pero Israel no deja entrar materiales de construcción. El 40% de los gazatíes no puede trabajar, el 90% gana un dólar al día y el 80% depende de ayuda alimentaria para no morir de hambre mientras Israel prohibe la pesca, la agricultura y la exportación. En Gaza sólo hay electricidad cuatro horas al día y un consumo de agua de entre 20 y 70 litros por persona (frente a los 300 de Israel) porque Israel raciona el combustible, roba 12 millones de metros cúbicos de agua todos los años y para colmo destruye las depuradoras. En Gaza los pacientes con dolencias crónicas o enfermos de cáncer, tratados en hospitales sin luz eléctrica, no tienen acceso a aparatos y medicinas porque Israel puede manipular a distancia, sin tocarlos, los cuerpos de los palestinos y su esperanza de vida. Esto es el bloqueo: un pueblo entero en las fauces de un gato que aprieta los dientes, sin masticar, para prolongar la agonía de la que extrae su poder.
Porque el bloqueo es más que un dosificador cruel de sed, hambre, dolor y pobreza. Es sobre todo una infame declaración de poder absoluto que la mayor parte de los gobiernos del mundo tolera sin protestar. Lo que está en juego es aún más importante que la salud o la alimentación de los palestinos de Gaza. Lo que está en juego es, sí, su derecho a la normalidad. A una normalidad normal de gente con nombre que ríe y llora sin que nadie la empuje; una normalidad que no puede ser una tregua entre dos bombardeos; una normalidad que no debe ser el regalo del gato asesino. El bloqueo empobrece, encadena y mata, pero sobre todo ofende. Es una ofensa a la humanidad de los palestinos y a la de todos los seres humanos de la tierra. Y es la dignidad la que debe rebelarse contra él.
Es por eso que la Coalición Internacional, de la que forma parte Rumbo a Gaza, prepara una nueva campaña, Flotilla de la Libertad III “Gaza Puerto Abierto”, que pretende restablecer la normalidad ofendida mandando tres barcos a Gaza durante el año 2015. Es más urgente que nunca denunciar el bloqueo de Israel, exigir a nuestros gobiernos que se tomen en serio los Derechos Humanos que tan selectivamente invocan y ayudar a poner fin a la ocupación. Gaza Puerto Abierto se propone de entrada recordar que no se pueden poner vallas al campo ni clavar estacas en el cielo ni dar zarpazos a la dignidad humana.
Hagamos normal la libertad y la vida. Zarpemos hacia Gaza.

Fuente original: http://www.rumboagaza.org/manifiesto/

viernes, 30 de enero de 2015

¿Es musulmán el wahabismo?

por Jean-Michel Vernochet
En su libro Les Egarés. Le wahhabisme est-il un contre islam? (Los Descarriados. ¿El wahhabismo es contrario al islam?), Jean-Michel Vernochet muestra como esa corriente se ha erigido en único islam auténtico y ha condenado como herético el islam tradicional, existente desde hace 11 siglos. Desde su punto de vista histórico y teológico, Vernochet refuta la idea, divulgada desde el inicio de la expansión del wahabismo –subvencionada por Arabia Saudita–, de que el wahabismo es una forma extrema del islam tradicional. El estudio de Vernochet aparece en momentos en que ese punto de vista y otros similares se extienden por el mundo árabe como reacción ante las fechorías de la Hermandad Musulmana, de al-Qaeda y del Emirato Islámico. El autor responde aquí a nuestras preguntas.
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Jean-Michel Vernochet
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 19 DE ENERO DE 2015 
FRANÇAIS 
Jean-Michel Vernochet
Red Voltaire: El wahabismo se extiende hoy ampliamente en el seno del islam sunnita presente en Europa. Pero usted estima que el wahabismo no es sunnita y que ni siquiera es musulmán, en el sentido tradicional de ese término. Explíquenos, por favor, esa paradoja.

Jean-Michel Vernochet: Si nos tomamos el trabajo de consultar a los innumerables doctores del islam cuyos trabajos podemos encontrar en internet, notaremos que el wahabismo [1], que es la ideología de los degolladores de Daesh [2], constituye una verdadera ruptura epistemológica con la tradición islámica clásica, al igual que en relación con lo que podemos llamar el islam popular. Cuando hablé de eso, personalmente y cara a cara, con el erudito militante Sheikh (jeque) Imran Hossein, este se mostró totalmente de acuerdo con esa definición de la doctrina wahabita. Estuvimos de acuerdo en que se trata de una herejía cismática que los sabios musulmanes, y también los intelectuales laicos árabes, designan con el término dajjál, ¡cuya traducción más exacta sería el anticristo! [3]

Al dar a conocer en mi trabajo los análisis de ulemas (teólogo estudioso del islám) cuyo conocimiento del islam está más que comprobado, mi objetivo es proporcionar elementos indiscutibles que permiten mostrar la naturaleza fundamentalmente divergente del wahabismo en relación con el islam tradicional –algo que los occidentales desconocen por completo en la medida en que no saben prácticamente nada del islam, con excepción del resumen extremadamente sucinto que proporcionan algunos teólogos cristianos, desgraciadamente dogmáticos pero que creen saberlo todo a partir de lo que dicen sobre el tema la prensa escrita y audiovisual, prensa dirigida por personas cuyo primer objetivo es impedir que sepamos porque es para ellos la mejor manera de conducirnos, volens nolens, hacia el fuego de posibles guerras civiles.

El prejuicio más extendido es que el islam constituye un bloque monolítico, cuando es evidente que el islam es –en realidad– múltiple, empezando por sus diversas interpretaciones de la ley coránica en materia de jurisprudencia. Hay que subrayar que este triste desconocimiento del verdadero islam va incluso más allá de los no musulmanes. En la Unión Europea la mayoría de los jóvenes descendientes de inmigrantes tienen un conocimiento extremadamente limitado de su propia religión, lo cual facilita las posibilidades de influenciarlos predicándoles un islam supuestamente original, puro y “no falsificado”… como las leyes de la competencia liberal que debe dirigirse por todos los medios, incluyendo los medios coercitivos, a convertirse en «pura y perfecta» en el paraíso terrenal del hipercapitalismo.

Vemos aquí lo peligroso que puede resultar confundir todos los rostros del islam y sobre todo reducirlo a su caricatura, que es el takfirismo [4].

Si el islam se viese limitado a las diferentes expresiones del wahabismo, estaríamos cerca de la guerra total entre las civilizaciones. Estamos hablando de una guerra en que la que 1 000 millones de occidentales de cultura cristiana tendrían que enfrentarse a 1 500 millones de musulmanes. Salta a la vista el carácter loco y absurdo de esa perspectiva. Sin embargo, algunos –como los pensadores y simultáneamente agitadores que tenemos en Francia, los Jacques Attali, los Bernard-Henry Levy y tantos otros por el estilo, y sobre todo los think-tanks (tanques pensantes) [5] de Washington– presentan ese choque de civilizaciones como algo probable cuando no como inevitable. Y ya sabemos que la influencia de esos gurús puede conducir, como en el caso de Libia, al baño de sangre y el caos duradero.

Para responder a su pregunta con más precisión resaltaré que el wahabismo es un literalismo exacerbado. Y, como tal, se sale de la ley islámica tal y como esta última aparece revelada en el Corán. Como ilustración de ello quiero recordar que la prédica del jurista Abdul Wahhab (1703-1792) se desarrolla tomando estrictamente al pie de la letra cada palabra, cada frase de la Recitación. O sea, en su sentido literal más absoluto, al extremo de llegar a hacerle decir al Corán enormidades fenomenales. Como que Dios estaría concretamente sentado en un trono y que tendría una pierna en el infierno [6]. Cualquier musulmán sabe perfectamente que decir que Alá tiene un cuerpo material es algo particularmente absurdo… todos saben que ese tipo de representación es puramente metafórica. Es una imagen, no una descripción antropomórfica de Dios.

Pero eso no sería gran cosa si ese literalismo, esa lectura primaria, primitiva del Corán no llevara a los adeptos del wahabismo –con el pretexto de un regreso a los orígenes, o sea de una salafiya, de una imitación de la vida del profeta– a negar los principios mismos del Corán… o a reducir el Corán a una lectura jurídica restrictiva extremadamente manipulada en función de las necesidades de conquista política y de consolidación de un poder temporal… el de la familia reinante de Arabia o de las múltiples variantes de la Hermandad Musulmana, ¡como en Turquía con el régimen islamo-kemalista de Erdogan I!

Peor aún, los wahabitas han llegado incluso a inventar un 6º pilar de la fe islámica. Sería una obligación secreta que consistiría en convertir por la fuerza a los descreídos así como a los malos creyentes y los apóstatas… lo cual apunta contra todos los chiitas y las corrientes sufistas y también contra la mayor parte de los musulmanes sunnitas cuyas prácticas religiosas serían consideradas como corruptas por la influencia de los no creyentes. Para imponer esa idea, los wahabitas inventaron de la nada un deber de hacer la guerra santa. Eso es una interpretación tendenciosa del concepto de yihad que es ante todo –por mucho que le pese a los malintencionados de todos los bandos– un esfuerzo por alcanzar la perfección individual, una guerra interior de cada cual, guerra contra nuestras propias debilidades, contra nuestras pasiones y contra la tentación del Mal que vive en nosotros mismos y que se mantiene permanentemente al acecho. Al imponer la obligación de la yihad, los wahabitas han cometido lo que los doctores [del islam] designan con el término bid’a, que es una innovación perjudicial. Y la innovación está fundamentalmente prohibida en el islam, conforme al hadith [7]:

«El libro de Dios transmite el discurso más real. La mejor enseñanza es la de Mahoma. Las invenciones son la peor de las cosas. Toda invención es una innovación. Toda invención es una aberración y toda aberración conduce al infierno.» (An Nassi, Sunna, 3/188).

Así mismo, Hassan el-Banna (1906-1949), fundador de la Hermandad Musulmana (su nieto es el conocido intelectual Tariq Ramadan), presenta la guerra santa como una obligación necesaria e inevitable y afirma que no cumplirla o rehuir el combate constituiría un pecado capital de los que merecen ser castigados con la gehenne, o sea el fuego del infierno. El-Banna incluso difundió una “carta” dedicada a ese tema y destinada a sus seguidores, carta en la que hace precisamente una “innovación” al agregar al nombre del profeta el título de «Señor de los muyahidines». ¡El-Banna designa además «el combate contra los infieles y la conquista» como la verdadera yihad, en oposición a la yihad «del alma», como habitualmente creen los musulmanes!

Red Voltaire: Históricamente los británicos utilizaron el wahabismo para luchar contra el Imperio Otomano, que había caído en manos de los donmeh revolucionarios más conocidos bajo la denominación de “Jóvenes Turcos”. Hoy en día, la Turquía que usted califica de islamo-kemalista apoya el califato wahabita, en este caso el Emirato Islámico, mientras que este último acaba de designar la monarquía wahabita saudita como su segundo enemigo, después del chiismo. ¿Cómo se explican esas contradicciones?

Jean-Michel Vernochet: Son muchas preguntas y poco fáciles.

Al principio, el objetivo de los británicos en el siglo 19 no era apoderarse del Imperio Otomano, ya por entonces más o menos moribundo y afectado por el ascenso de fuerzas irresistibles. Esas fuerzas que acabarían con él estaban representadas principalmente por los Jóvenes Turcos del Comité Unión y Progreso. Ese movimiento revolucionario, que se inspiraba en la Revolución Francesa y cuyas raíces se situaban en París, Ginebra, Roma y Londres, sería el actor principal de la debacle. El derrumbe del poder otomano y la toma del poder, en 1913, por el triunvirato de los Jóvenes Turcos dieron lugar al genocidio armenio y a la dictadura kemalista, régimen ateo que se establece a la sombra del patíbulo y que no habría surgido sin el activo respaldo de las logias masónicas inglesas, francesas e italianas… o sin el respaldo de Lenin y de la burocracia bolchevique. Se trata de un hecho poco documentado, poco conocido, pero auténtico.

Pero, volvamos al Imperio Británico. Durante el siglo 19 casi toda su política hacia la Sublime Puerta (Constantinopla) será guiada por una sola preocupación: garantizar la protección de la Ruta de Indias. Seguridad que implica el control geográfico total del Golfo Arábigo-Pérsico. Volvamos atrás por un momento para entender bien el contexto, tanto del derrumbe del Imperio Otomano y del consecutivo surgimiento de un reino wahabita del Hedjaz y del Nejd… Durante la guerra de Crimea (de 1853 a 1856), la Inglaterra aliada de Francia acude en ayuda de los osmanlíes contra Rusia. La interrogante que se plantea en aquella época se presenta bajo la forma de una alternativa: desmembrar el Imperio –pero, ¿cómo ponerse de acuerdo sobre la manera de repartirlo?– o mantenerlo en estado de coma para desestabilizar la región, teniendo siempre como trasfondo el eterno problema de Londres sobre la seguridad de las vías marítimas y terrestres hacia la India.

El destino del «Hombre Enfermo de Europa» [8] de hecho se mantiene en suspenso desde principios del siglo 19 por haberse establecido un statu quo explícito entre las potencias cristianas –Inglaterra, Alemania, Rusia, Francia, Grecia e Italia– que de cierta forma congelaba las ambiciones de todos. Nadie quería precipitar un derrumbe, en definitiva inevitable, pero que habría afectado o cuestionado el precario equilibrio de fuerzas en la región. Eso explica el carácter clemente del tratado de Andrinopla, firmado en 1929, al término de la guerra ruso-turca. El zar estimó que un Imperio Otomano decadente, exhausto debido a la deuda contraída con buitres de la finanza internacional era algo preferible al caos. Esta forma de sabiduría política ya no existe en nuestros tiempos…

Este largo recordatorio era necesario para demostrar que en estas cuestiones es el pragmatismo lo que predomina sobre cualquier otro tipo de consideraciones, empezando por las de orden religioso. Posteriormente, manipulando durante la Primera Guerra Mundial a las tribus wahabitas del Nejd contra la Sublime Puerta en momentos en que el Imperio ya estaba virtualmente muerto, Londres ya sólo quiere destruir el poderío otomano aliado al Reich alemán, y nada más. El aspecto religioso es aquí secundario, nada fundamental. La guerra mundial está en su apogeo y el triunvirato Jóvenes Turcos que ha tomado el poder en Constantinopla [9] en 1913 ha optado, en efecto, por asociar su destino al de Alemania, país que goza de una inmensa influencia económica en el Imperio… El triunvirato espera aprovechar la confusión de la guerra para aplicar a gran escala una política de limpieza étnica contra todas las comunidades cristianas del Imperio, seguramente con algún tipo de segunda intención mesiánica y un odio escatológico que muy pocos se atreven a mencionar, ni siquiera hoy en día. Se abre entonces un abismo en el que la mayoría de la nación armenia va a verse arrastrada entre 1915 y 1916.

Se trata de una política genocida que Kemal Pacha (Ataturk) proseguirá y completará por mucho tiempo después de la derrota de los Jóvenes Turcos y de la victoria aliada de 1918, en particular en 1924, en ocasión de los traslados masivos de pobladores cristianos de Anatolia previstos en el Tratado de Lausana, firmado el 24 de julio de 1923. Con ese tratado se cierra definitivamente la Gran Guerra en el frente oriental. Es importante señalar que al proseguir el etnocidio [10] iniciado por sus predecesores, el ateo fanático y compañero de ruta del Comité Unión y Progreso Kemal Pacha es solamente un precursor de la limpieza étnico-confesional que actualmente desarrollan, aunque a una escala mucho más reducida, los yihadistas salafo-wahabitas contra los católicos asirio-caldeos y los yazidíes en el norte de Irak.

Pero volvamos a los años de la Primera Guerra Mundial. Los aliados estiman que ha llegado el momento de desmembrar un imperio agonizante y cuyos nuevos amos donmeh han escogido una mala opción estratégica al optar por el Reich alemán. Mientras estallan rebeliones armadas en todas partes –en Afganistán, Irak, Siria, Palestina, Egipto–, Londres y París se reparten de antemano los despojos del Imperio, en 1916, con el acuerdo secreto Sykes-Picot. Y lo hacen burlándose de las promesas de independencia hechas a los árabes que habían combatido junto a británicos y franceses. Los ingleses, a partir de 1916, utilizarán el wahabismo por su dinámica, por su fuerza explosiva, como fanatismo e ideología de conquista, para consolidar su control en la Península Arábiga.

En cuanto a la situación actual, indudablemente no se trata más que de rivalidades entre poderes que compiten entre sí. Si miramos la historia regional, en particular en este último medio siglo, vemos una lucha perpetua por alcanzar el liderazgo. Así sucedió con Gamal Abdel Nasser, Hafez el-Assad, Muammar el-Kadhafi, Sadam Husein, sin entrar a mencionar el Estado hebreo, cuyo papel en la destrucción de sus vecinos y enemigos potenciales es un factor básico. Ahora son Teherán, Ankara y Riad quienes están compitiendo por el mismo objetivo, independientemente de sus identidades confesionales. Es por consiguiente en términos de competencia que yo interpreto las luchas, a menudo sangrientas, que enfrentan entre sí a las diferentes facciones salafo-wahabitas. Y entre ellas se encuentran los diferentes movimientos que luchan en Siria, con el Emirato Islámico en primera fila. Asimismo, la dimensión sectaria de las divergencias entre la Arabia wahabita, la Turquía islamista y Daesh [el Emirato Islámico], es a fin de cuentas secundaria en relación con las ambiciones hegemónicas, al menos de carácter regional, que los oponen entre sí… sobre todo teniendo en cuenta que todos comparten el fondo ideológico wahabita, y eso incluye a la Hermandad Musulmana aunque esta última no lo reconozca abiertamente.
Réseau Voltaire: Usted dice que la Hermandad Musulmana y el wahabismo tienen mucho en común. ¿Qué más puede decirnos al respecto?

JPEG - 15.2 KBJean-Michel Vernochet: Aún sin ser “una sociedad secreta wahabita”, la Hermandad Musulmana no deja de ser una prolongación de la secta madre que tiene su sede en Riad. Habría que hacer un trabajo minucioso de comparación entre las doctrinas y programas. Pero insistimos en un punto ya mencionado: el wahabismo y la jamiat al-Ikhwan al-muslimin [La Hermandad Musulmana] son esencialmente ante todo herramientas ideológicas, o sea no religiosas, a pesar de toda su fachada de puritanismo. Son medios ideocráticos de conquista y nada más. Resulta evidente que el wahabismo no es la pura y simple expresión de una fe viviente sino su caricatura más exagerada. Y los musulmanes no se equivocan cuando lo denuncian como la caricatura que es.

Y no soy yo quien lo dice sino los doctores del islam. O sea, lo dicen todos aquellos cuya voz el «Occidente» perezoso no quiere oír porque es más fácil dedicarse a la sociología barata en los barrios populares de las metrópolis europeas con una fuerte tasa de población inmigrante que estudiar, con un poco de humildad, la dimensión teológica del fenómeno yihadista y del apoyo proactivo que le aporta ese otro puritanismo que es el calvinismo anglo-estadounidense cuando sirve de instrumento a un imperialismo carente de alma y de entrañas.

Hecho hoy olvidado, la Sociedad de los Hermanos Musulmanes creada por Hassan el-Banna en 1928 rápidamente acoge, después de su nacimiento, a miembros del Ikhwan que huyen del Nejd tratando de escapar a las represalias de Abdelaziz ibn Saud. Son esos los hombres que formarán el núcleo duro de la nueva cofradía egipcia. En 1954, cuando Nasser disuelve la cofradía, los cuadros de esta irán naturalmente al reencuentro de sus orígenes en Riad. Finalmente la cofradía dará lugar al nacimiento –en los años 1970– de la Yihad Islámica egipcia, antecesora de Daesh [el Emirato Islámico], que se planteaba como objetivo el restablecimiento del califato en Egipto. Y eso es lo que acaba de hacer el Emirato Islámico con la bendición de los “aliados hermanos enemigos” de Ankara, Londres, París, Riad, Doha, Washington, Amman y Tel Aviv.

Red Voltaire: Los británicos apoyaron el desarrollo del wahabismo y después lo hizo Estados Unidos. Actualmente, la Hermandad Musulmana incluso está representada en Washington, en el Consejo Nacional de Seguridad [de Estados Unidos]. ¿Puede decirse de la cofradía lo mismo que usted denuncia al referirse al wahabismo, o sea que esas formaciones serían en el mundo musulmán las vías y medios de lograr la destrucción del islam desde adentro?

Jean-Michel Vernochet: La contínua expansión del wahabismo durante el siglo pasado está estrechamente vinculada con la del modelo financiero, económico y societal anglo-estadounidense. La suerte de la Península Arábiga ha estado indisolublemente ligada, desde 1945 y hasta el sol de hoy, a la América-Mundo… la cual constituye una especie de hidra de varias cabezas pero cuyas cabezas fundamentales están en Manhattan, Chicago (donde se halla la bolsa mundial de materias primas), Washington con la Reserva Federal, en la City de Londres, en Bruselas con la OTAN, en Francfort con la sede del Banco Central Europeo y en Basilea, ciudad que alberga una súper empresa anónima en el sentido jurídico que funge como banco de los bancos centrales, o sea ¡el Banco de Pagos Internacionales!

Así que sería demasiado simple ver la ideología wahabita sólo como un instrumento de influencia o incluso de dominación regional. El mundo musulmán cuenta 1 000 millones y medio de personas. Controlarlo es una empresa gigantesca. Desde esa perspectiva, seguramente hay que ver en la ideología wahabita un claro intento de subvertir el islam. En otras palabras, la versión islámica, incluso “adaptada al islam”, de la nueva religión global que trata de imponerse en todas las naciones y a todos los pueblos, ya sean cristianos o musulmanes. Religión societal, religión de mutación civilizacional que antecede o acompaña la progresión de un mundialismo caníbal. Una religión destinada a reemplazar a todas las demás y que podríamos designar con toda razón como el “monoteísmo del mercado”.

Está comprobado que el wahabismo cohabita perfectamente con el anarco-capitalismo. Por muy sorprendente que pueda parecernos, eso está fuera de dudas. Ese puritanismo está destinado, quizás habría que decir predestinado, a sustituir el islam tradicional con su apego pasado de moda a valores morales tradicionales, esencialmente compasivos. A los puros, el wahabismo les justifica el asesinato de todo aquel que no se someta íntegramente a una misma e inexorable interpretación de la charia… exactamente igual que la democracia universal y supuestamente humanitaria que Estados Unidos pretende imponer por la fuerza de las armas en los cuatro puntos cardinales del planeta. La Gran América ve su Destino Manifiesto como un derecho ilimitado a matar a todos los que se muestran reticentes a entrar por voluntad propia en la matriz democrática judeo-protestante made in America.

En pocas palabras, si el wahabismo es un instrumento, es el instrumento de una destrucción interna y programada del islam… de la misma manera que el mesianismo marxista y posteriormente el freudo-marxismo liberal-libertario realizaron y prosiguen una obra análoga de liquidación en nuestras sociedades postcristianas.

Red Voltaire: Existen actualmente 3 Estados que tienen el wahabismo como religión oficial. Son Arabia Saudita, Qatar y Sharjah, uno de los Emiratos Árabes Unidos. Puede ser que [la región libia de Cirenaica] se una pronto a ellos [11]. Sin embargo, esos Estados están en guerra entre sí. ¿Cómo se explica eso y qué es lo que está en juego en ese enfrentamiento?

Jean-Michel Vernochet: A pregunta compleja, respuesta elemental. En otros tiempos, las tribus se atacaban entre sí. Hoy en día no se trata de bandas de saqueadores sino de Estados. Hemos pasado a una dimensión superior pero el principio sigue siendo el mismo. Los Estados occidentales comparten entre sí la misma idolatría por una democracia de apariencias, lo cual no les impide tratar de destruirse entre sí, aunque sólo sea a través de una cruel guerra económica. «Una guerra que no se declara como tal» pero que no deja de ser implacable, donde los contendientes no tienen amigos ni aliados. «Una guerra a muerte», decía el difunto [presidente de Francia] Mitterrand [12]. Finalmente, son guerras ideológicas y societales. Hay que mirar hacia Rusia y el Donbass, es una buena ilustración de lo que estoy diciendo.

Todo se aclara si comprendemos que los diferentes Estados wahabitas y las diversas variantes de la Hermandad Musulmana –entre ellas el Partido para la Justicia y el Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan– no están interesados precisamente en que se cumpla la palabra de Dios en la tierra ni por ningún objetivo trascendente sino más bien en objetivos de poder puramente materiales. Sus ambiciones no son otras que las del poder. A partir de ahí, sus intereses, estrategias y alianzas no son exactamente los mismos. En la práctica, casi siempre están en desacuerdo y casi siempre rivalizan entre sí.

Esto puede parecer algo trivial, pero si queremos comprender el funcionamiento del mundo… basta con ver una película de Hollywood sobre las pandillas de mafiosos. ¡Eso explica todo! Todos se destripan entre sí por un territorio, por un mercado, por una posición dominante, por cuestiones de rango o de categoría formal. La única diferencia –si acaso existe alguna– entre esas guerras de clanes y las guerras de la diplomacia armada del hard y del soft power, reside en su envergadura pero no en su naturaleza.

Red Voltaire: Al-Qaeda se define como wahabita, pero uno de sus principales fundadores y actual jefe, Ayman al-Zawahiri, es un ex miembro de la Hermandad Musulmana. En realidad, si bien todos los líderes del terrorismo internacional se declaran wahabitas, la mayoría de ellos son ex miembros de la Hermandad Musulmana. ¿Piensa usted que la ideología actual de la yihad es wahabita o es que viene de esa sociedad secreta que es la Hermandad Musulmana?

Jean-Michel Vernochet: No me parece que, a estas alturas, la pregunta pertinente sea saber quién fue primero, ¿el huevo o la gallina?, en la medida en que ¡se trata de dos rostros de una misma ideología! Los dos se han desarrollado y consolidado con el apoyo del imperio británico: apoyo armado para el Tercer Reino Wahabita del Nejd y del Hedjaz y apoyo financiero para la Hermandad Musulmana en Egipto. De esa manera, wahabismo y cofradía son ya consustanciales puesto que ambos tienen en común los mismos padrinos en Londres, en Washington y últimamente en Riad. En cuanto a la yihad, ya hemos visto claramente que en Egipto la nueva Ikhwan [Cofradía] ha engendrado una organización de lucha armada, la Yihad Islámica, en aplicación de la doctrina wahabita que habla de la existencia de un sexto pilar del islam, el de la guerra santa, desconocido en el islam clásico, o sea la obligación de convertir a los demás, incluso por la fuerza, recurriendo al hierro y el fuego de ser necesario. En eso el wahabismo hace de la violencia una dimensión estructural que no puede suscitar en Occidente otra cosa que el rechazo más categórico. Estamos viviendo, en efecto, en una lógica de choque frontal entre culturas y civilizaciones.

Eso impone en nuestras sociedades oscuras perspectivas, sobre todo si los musulmanes integrados a ellas llegasen a verse algún día obligados a escoger un bando por la difusión extensiva de un falso islam.

Los años terribles que vivió Argelia en los años 1990 no serían seguramente nada en comparación con lo que tendrían que vivir las comunidades musulmanas europeas… porque, como podemos comprobarlo en todas partes, los primeros blancos y las primeras víctimas del wahabismo no son otros que los musulmanes.

El jeque Imran Hossein

Jean-Michel Vernochet
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[1] El wahabismo es un movimiento creado por Mohammed ben Abdelwahhab en el siglo 18. Es la religión oficial de Arabia Saudita, de Qatar y del Emirato de Sharjah (miembro de los Emiratos Árabes Unidos).

[2] Daesh es el acrónimo árabe de la organización anteriormente conocida como EIIL (Emirato Islámico en Irak y el Levante) y hoy designada indistintamente como Emirato Islámico, Estado Islámico o, en inglés, y por razones de propaganda estadounidense, bajo las siglas ISIS. Nota de la Red Voltaire.

[3] La tradición islámica reconoce la llegada, cerca del momento del fin de los tiempos, de un hombre que engañará al mundo, llamado Al-Masih Ad-Dajjal, o sea el mesías impostor, o si se quiere el anticristo… Su ideología será puramente materialista, aunque se presentará bajo una apariencia mesiánica, y cuando sirve a los valores humanistas es únicamente con una perspectiva terrestre, negando el regreso de Dios y el Juicio Final. Es una civilización tuerta en la medida en que pretende organizarse independientemente de los mandamientos divinos.

[4] El takfirismo es un movimiento surgido de la Hermandad Musulmana. Fue creado en 1971 por el mesías egipcio Ahmed Mustafa Chukri. Según el takfirismo, todos los musulmanes que no son takfiristas son apóstatas y los verdaderos musulmanes están en la obligación de matarlos.

[5] Think-tank que puede ser traducido como “laboratorio de ideas”, es el nombre que recibe en inglés lo que podría calificarse como siendo un centro, instituto o institución —conformada por un grupo de expertos— que se dedican a difundir en la sociedad civil —de manera disimulada— una propaganda ideológica de "naturaleza investigadora" (generalmente con un objetivo político) bajo forma de divulgación de ideas o pensamientos constructivos, necesarios e innovadores, útiles para el ciudadano común y corriente, para los estudiantes, los líderes del país, los intelectuales y otras instancias dirigentes o gobernantes de una nación. Pretenden así intervenir, dirigir o influenciar sobre las políticas públicas de un gobierno, sean estas culturales, sociales, de economía nacional e internacional en un país dado. Los think-tanks operan frecuentemente bajo cobertura de ser centros o fundaciones de investigación independientes, pero en su mayoría están ligados a grupos de poder o lobbys que incluso son ramificaciones de super-estructuras conectadas a multinacionales, agencias de espionaje o países con objetivos imperialistas de dominación, quiénes finalmente son los que financian y comandan estos think-tanks. La misión de los think-tanks es pues la de inculcar e imponer en una población dada, una forma de pensar, hacer aceptar los valores e ideas que los grupos dominantes quieren imponer de acuerdo a sus intereses (económicos-políticos), haciéndolo de manera discreta, sin que sea apercibido quien está detrás de todo esto. Por esa razón los think-tanks tienen los medios financieros para reclutar personalidades, artistas, prestigiosos intelectuales (muchas veces vendidos) para que trabajen para ellos y propaguen las ideas o creencias que los think-tanks quieren imponer, poniendo en su mira de conquista especialmente a las personas que tienen el poder de decisión en una sociedad, en un gobierno. La palabra think-tank viene del inglés, think significa pensar, tank quiere decir tanque; están constituidas bajo la ley de derecho privado y en ese sentido son independientes ante el estado, en principio sin fines de lucro. Son los Estados Unidos de América los que cuentan con más think-tanks en el mundo.

[6] «El primer punto fundador del dogma wahabita es el tachbih, o sea la asimilación de Dios a Sus criaturas (el antropomorfismo). Los wahabitas plantean como regla fundamental que en los que textos sagrados hay que entender en sentido recto todas las frases sobre el Creador que pueden prestarse a confusión, cuando en realidad esas frases tienen como objetivo expresar la majestuosidad, la piedad, la aceptación u otros atributos que dignifican a la divinidad. De esa manera, los wahabitas han llegado a decir que el Creador es un cuerpo sentado en un trono, con las manos del lado derecho, que se desplaza, se asombra, se ríe y que tiene un pie que mete en el infierno”. Cf. «Qui sont les wahhabites?».

[7] Los hadiths son libros sobre la vida del profeta compilados, más de 150 años después de su muerte, a partir de los testimonios de sus compañeros. Existen muchos de esos libros. Los hadiths permiten a los musulmanes entender mejor el Corán, pero ninguno de ellos goza del estatuto de revelación ni tampoco se le impone a los creyentes.

[8] Así se designaba al Imperio Otomano en el siglo 19.

[9] Surgida el 11 de mayo del año 330, Constantinopla pierde su condición de capital en 1923. En 1930 recibe oficialmente el nombre de Estambul en el marco de la política de turquización aplicada bajo la influencia de Mustafa Kemal Ataturk.

[10] 1914 es la fecha en la que se articulan, hace 100 años, el inicio de la Gran Guerra y el comienzo del genocidio final contra los cristianos del Imperio Otomano por parte de los Jóvenes Turcos donmeh que habían tomado el poder en Constantinopla en 1913. En cuanto a los asirios [cristianos siriacos], la cantidad de víctimas varía según los autores. Algunos presentan, además del millón y medio de armenios arrastrados a las infernales marchas de la muerte por las áridas estepas de Licaonia y de Siria, la cifra de 270 000 víctimas. Investigaciones más recientes elevan ese estimado mencionando entre 500 000 y 750 000 muertos en el periodo que va de 1914 hasta 1920, o sea alrededor del 70% de la población asiria de aquella época. Hay que recordar la Gran Guerra no se terminaría en el Oriente hasta julio de 1923 con el Tratado de Lausana, consecuencia de la derrota griega del 13 de septiembre de 1921. A pesar de todo, Kemal Pacha (Ataturk) proseguirá hasta su muerte –el 10 de noviembre de 1938– su política de purificación étnico-confesional. En 1937, Ataturk sellará su sangriento reinado con una última masacre contra los kurdos alevíes de Dersim, que dejó como mínimo 10 000 muertos. Sin embargo, para nuestros contemporáneos Ataturk siguió siendo aún por mucho tiempo el prototipo del héroe. 
Ver G. W. Rendel, Mémoire Du Bureau des Affaires Étrangères sur les Massacres et les Persécutions commises par les Turcs sur les Minorités depuis l’Armistice, 20 de marzo de 1922. Según afirma Manus I. Mildrasky en The Killing Trap: Genocide in the Twentieth Century (2005), los estimados más serios fijan en 480 000 el número de griegos de Anatolia que terminaron sus días en los mataderos humanos. En todo caso, el Estado turco heredero de la dictadura kemalista seguirá negando la planificación de aquellos exterminios masivos y, posteriormente, la veracidad del genocidio perpetrado contra los cristianos del Imperio Otomano.

[11] Sería un error considerar el takfirismo wahabita como un fenómeno contemporáneo limitado únicamente a las zonas donde hoy se manifiesta. Si bien es cierto que el bum petrolero le garantizó un inesperado florecimiento, ya al principio del siglo XIX el takfirismo wahabita estaba activo en las Indias, donde Sayyed Ahmed, predicó el wahabismo –en la región de Punjab– hacia 1824, después de un peregrinaje a La Meca. Sayyed Ahmed aspira entonces a poner en práctica “la obligación ausente” de librar la guerra santa. En 1826, después de reunir un ejército en Peshawar, Sayyed Ahmed lanza un llamado a la yihad contra los sikhs y al año siguiente se proclama Comendador de los Creyentes, Amir al-muminn, título que también usará el mollah Omar antes de la caída del régimen de los talibanes en el otoño de 2001. En 1830, Sayyed Ahmed toma Peshawar. Pero muere en 1831 en la batalla de Balakot. No será hasta 1870, después de medio siglo de desórdenes, que los ulemas chiitas y sunnitas de la India condenarán los excesos de los wahabitas. Pero la influencia de estos se mantiene y, en 1927, se funda en la provincia de Mewat la “Sociedad para la Predicación” (Taglibhi Jamaat), cuyo papel proselitista es de sobra conocido. El takfirismo inspirará también los levantamientos senussi en Libia y la revuelta de los musulmanes de China (de 1855 a 1874). En cuanto a al-Qaeda, es particularmente emblemático el caso del miembro de la Hermandad Musulmana Abdullah Azzam. Antes de encontrar la muerte en la explosión de su automóvil, en 1989, este palestino fue el jefe espiritual de los voluntarios islamistas extranjeros. Pero Azzam había sido miembro de la Hermandad Musulmana y había enseñado en la universidad de Riad, en 1980, y posteriormente en Pakistán, en la Universidad Islámica Internacional de Islamabad. Eso fue antes de convertirse, en Peshawar, en principal organizador del reclutamiento y entrenamiento de los yihadistas que luchaban en Afganistán contra el gobierno comunista y las tropas soviéticas.

[12] «Francia no lo sabe pero estamos en guerra con Estados Unidos. Sí, es una guerra permanente, una guerra vital, una guerra económica… una guerra aparentemente sin muertos. Sí, los americanos [estadounidenses] son muy duros, son voraces, quieren un poder no compartido sobre el mundo. Es una guerra desconocida, una guerra permanente, aparentemente sin muertes y sin embargo es una guerra a muerte», François Mitterrand in Georges-Marc Benamou, Le dernier Mitterrand, 1997.

martes, 27 de enero de 2015

Ni islamofobia ni izquierdistas permisivos: una mirada profunda sobre el atentado

El filósofo esloveno Slavoj Žižek realizó una lectura crítica sobre el atentado pero también sobre las reacciones posteriores. Tanto de aquellos que elijen justificar las acciones terroristas, como a los propios fundamentalistas.
Ni islamofobia ni izquierdistas permisivos: una mirada profunda sobre el atentado
Slavoj Žižek // Domingo 11 de enero de 2015 | 19:58
Puede parecer que la división entre el permisivo Primer Mundo y la reacción fundamentalista a él, es igual a llevar una vida llena de riquezas materiales o dedicarla una causa trascendente
"Ahora, cuando todos estamos en un estado de shock después de la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo, es el momento adecuado para tomar coraje para pensar. Debemos, por supuesto sin ambigüedades, condenar los asesinatos como un ataque a la propia esencia de nuestras libertades, y condenarlos sin salvedades ocultas (del estilo "Charlie Hebdo estaba provocando y humillando a los musulmanes demasiado"). Pero tal patética solidaridad universal no es suficiente, debemos pensar más allá.
Tal pensamiento no tiene nada que ver con la relativización barata del crimen (el mantra de "¿quiénes somos nosotros, en Occidente, autores de terribles masacres en el Tercer Mundo, para condenar estos actos?"). Tiene menos que ver con el miedo patológico de muchos izquierdistas liberales occidentales de ser culpables de la islamofobia. Para estos falsos izquierdistas, cualquier crítica al Islam es denunciada como una expresión de la islamofobia occidental; Salman Rushdie fue denunciado por innecesariamente provocar a los musulmanes y por lo tanto (en parte, por lo menos) responsable de la fatwa que lo condenó a muerte, etc. El resultado de tal actitud es lo que uno puede esperar en estos casos: mientras más los izquierdistas liberales occidentales exploran su culpabilidad, más se los acusa por los fundamentalistas musulmanes de ser hipócritas que tratan de ocultar su odio al Islam. Esta constelación reproduce perfectamente la paradoja del superyó: más obedeces lo que el otro demanda de ti, más culpable eres. Es como si mientras más toleres al Islam, más fuerte será su presión sobre ti.
Es por esto que me parece también insuficientes los llamados a la moderación en la línea de la afirmación de Simon Jenkins (en The Guardian, el 7 de enero) de que nuestra tarea es "no reaccionar de forma exagerada, no propagar las consecuencias. Tratar cada caso como un pasajero accidente de horror". El ataque a Charlie Hebdo no es un mero "pasajero accidente de horror". Es parte de una agenda religiosa y política precisa y, como tal, es claramente parte de un patrón mucho más grande. Por supuesto que no debemos reaccionar de forma exagerada, si por eso se entiende sucumbir a la ciega islamofobia, pero debemos analizar despiadadamente este patrón.
Lo que es mucho más necesario que la demonización de los terroristas como heroicos fanáticos suicidas es una refutación de este mito demoníaco. Hace mucho tiempo, Friedrich Nietzsche percibió cómo la civilización occidental se estaba moviendo en la dirección del último hombre, una criatura apática sin gran pasión o compromiso. Incapaz de soñar, cansado de la vida, que no toma riesgos, buscando sólo el confort y la seguridad, una expresión de la tolerancia con el otro: "Un poco de veneno de vez en cuando que se convierta en sueños agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte agradable. Ellos tienen sus pequeños placeres para el día, y sus pequeños placeres de la noche, pero tienen un sentido para la salud. "Hemos descubierto la felicidad", dicen los últimos hombres, y parpadean".
Efectivamente puede parecer que la división entre el permisivo Primer Mundo y la reacción fundamentalista a él va más y más en la línea de la oposición entre llevar una vida satisfactoria llena de riquezas materiales y culturales, y dedicar la vida a una causa trascendente. ¿No es este antagonismo el que existe entre lo que Nietzsche llama "pasivo" y "activo" nihilismo? Nosotros, en Occidente somos los nietzscheanos últimos hombres, inmersos en placeres cotidianos estúpidas, mientras que los radicales musulmanes están dispuestos a arriesgarlo todo, comprometidos en la lucha hasta su autodestrucción. El poema de William Butler Yeats "The Second Coming" parece traducir perfectamente nuestra difícil situación actual: "Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad". Esta es una excelente descripción de la actual división entre liberales anémicos y fundamentalistas apasionadas. "Los mejores" ya no son capaces de participar plenamente, mientras que "los peores" emplean el fanatismo racista, sexista y religioso.
Sin embargo, ¿los fundamentalistas terroristas encajan realmente en esta descripción? De lo que obviamente carecen es una característica que es fácil de discernir en todos los fundamentalistas auténticos, de los budistas tibetanos a los amish en los EE.UU.: la ausencia de resentimiento y envidia, la profunda indiferencia hacia el modo de vida de los no creyentes. Si los llamados fundamentalistas de hoy creen realmente que han encontrado su camino a la verdad, ¿por qué deberían sentirse amenazados por los no creyentes? ¿Por qué deberían envidiarlos? Cuando un budista se encuentra con un hedonista occidental, casi no lo condena. Benévolamente señala que la búsqueda de felicidad del hedonista es contraproducente. En contraste con los verdaderos fundamentalistas, los terroristas pseudo-fundamentalistas están profundamente molestos, intrigados, fascinados por la vida pecaminosa de los no creyentes. Uno puede sentir que, en la lucha contra el otro pecaminoso, están peleando contra su propia tentación.
Es aquí donde el diagnóstico de Yeats se queda corto con la difícil situación actual: la intensidad apasionada de los terroristas es testigo de una falta de verdadera convicción. ¿Cuán frágil debe ser la creencia de un musulmán si se siente amenazado por una caricatura estúpida en un periódico satírico semanal? El terrorismo islámico fundamentalista no se basa en la convicción de los terroristas de su superioridad y en su deseo de salvaguardar su identidad cultural y religiosa de la embestida de la civilización consumista global. El problema con los fundamentalistas no es que los consideramos inferiores a nosotros, sino, más bien, que ellos mismos secretamente se consideran inferiores. Es por esto que nuestra condescendiente corrección política de que no sentimos ninguna superioridad hacia ellos sólo los pone más furiosos y alimenta su resentimiento. El problema no es la diferencia cultural (su esfuerzo por preservar su identidad), sino el hecho contrario de que los fundamentalistas ya son como nosotros, que, en secreto, ya tienen interiorizados nuestros estándares y se miden a sí mismos por ellos. Paradójicamente, de lo que los fundamentalistas realmente carecen es precisamente una dosis de esa convicción "racista" de su propia superioridad.
Las recientes vicisitudes del fundamentalismo musulmán confirman la vieja visión de Walter Benjamin de que "cada ascenso del fascismo es testigo de una revolución fracasada": el auge del fascismo es el fracaso de la Izquierda, pero a la vez una prueba de que había un potencial revolucionario, la insatisfacción, que la Izquierda no fue capaz de movilizar. ¿No se sostiene lo mismo hoy sobre el llamado "islamo-fascismo"? ¿El ascenso del islamismo radical no es exactamente correlativo a la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes? Cuando allá por la primavera de 2009, los talibanes se hicieron cargo del valle de Swat en Pakistán, el New York Times informó que diseñaron "una revuelta clasista que aprovecha las profundas fisuras entre un pequeño grupo de ricos terratenientes y sus arrendatarios sin tierra". Sin embargo, si por "aprovecharse" de la difícil situación de los agricultores, los talibanes están "provocando alarma sobre los riesgos a Pakistán, que sigue siendo en gran medida feudal", ¿qué impide que los demócratas liberales en Pakistán, así como en los EE.UU. se "aprovechen" de esta difícil situación y traten de ayudar a los campesinos sin tierra? La triste consecuencia de este hecho es que las fuerzas feudales en Pakistán son el "aliado natural" de la democracia liberal.
Entonces, ¿qué pasa con los valores fundamentales del liberalismo: la libertad, la igualdad, etc.? La paradoja es que el liberalismo en sí no es lo suficientemente fuerte como para salvarlos de la embestida fundamentalista. El fundamentalismo es una reacción -una falsa, desconcertante, reacción, por supuesto- en contra de un fallo real del liberalismo, y es por ello que una y otra vez ha sido generado por el liberalismo. Abandonado a sí mismo, el liberalismo lentamente se socava a sí mismo; lo único que puede salvar sus valores fundamentales es una renovada Izquierda. Para que este legado clave pueda sobrevivir, el liberalismo necesita la ayuda fraterna de la izquierda radical. ESTA es la única manera de derrotar al fundamentalismo, de barrer el suelo bajo sus pies.
Pensar en respuesta a los asesinatos de París significa dejar caer la autosatisfacción de suficiencia de un liberal permisivo y aceptar que el conflicto entre la permisividad liberal y el fundamentalismo es en última instancia un falso conflicto, un círculo vicioso de dos polos que se generan y presuponen mutuamente. Lo que Max Horkheimer había dicho sobre el fascismo y el capitalismo en 1930 -"aquellos que no quieren hablar de manera crítica sobre el capitalismo también deberían guardar silencio sobre el fascismo"- debería aplicarse también al fundamentalismo de hoy: los que no quieren hablar críticamente sobre la democracia liberal también deben guardar silencio sobre el fundamentalismo".
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