miércoles, 17 de mayo de 2017

Fragmentos de un éxodo invisible


Rio de Janeiro / Buenos Aires

Fragmentos de un éxodo invisible
Madre e hija palestinas  Archivo fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO
النكبة
¿Dónde deberíamos ir después de la última frontera; dónde debieran volar los pájaros después del último cielo?
     Mahmoud Darwish, poeta palestino.
Lo que llama la atención no es que haya ocurrido. Lo que llama la atención es que casi nadie lo recuerde. El 15 de mayo de 1948 fue un día trágico. Pocas horas después que David Ben Gurión leyera la declaración de la independencia de Israel y el día en que concluía el mandato británico sobre Palestina, se iniciaba la primera guerra entre el nuevo Estado israelí y los países árabes. La guerra de 1948 fue para Israel la gran gesta de su independencia. Pero también fue la guerra que produjo uno de los más brutales éxodos que se hayan conocido en la historia de la humanidad: el del pueblo palestino, despojado de su tierra, desplazado de su nación, amordazado, encarcelado, silenciado. Un pueblo al que, desde entonces, las naciones del más poderosas del planeta han tratado de aniquilar, volviéndolo invisible; un pueblo al que han tratado de reinventar, condenándolo a la inexistencia.

Fragmentos de un éxodo invisible
Mujer palestina en un campo de refugiados de Jordania 

Una mujer. Un cuerpo sufriente. Una mujer tapando su boca. Una mujer en un campo de refugiados: Baqa´a, Jordania. Una palabra: nakba. Una ausencia: la tierra. Una nación: Palestina. Un trabajo colectivo: la memoria.

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Éxodo palestino, 1948.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO

Nakba: catástrofe, desastre. Éxodo: la expulsión palestina que comienza en 1948. 700 mil seres humanos desplazados, empujados al abismo de la incertidumbre, para siempre, sin otra esperanza que la de mantener activa la memoria, para recuperar algún día lo que le han robado y a casi nadie le importa.
La guerra de 1948 que condujo a la creación del Estado de Israel, tuvo como consecuencia la devastación de Palestina. La dialéctica de la muerte y el renacimiento, tan propia del mundo occidental, reunidas en un mismo acontecimiento. En un mismo grito de dolor, en un mismo símbolo de barbarie, silenciado ante el mundo.

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Éxodo palestino, 1948.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO

Cincuenta años después / estoy tratando de contar la historia / de lo que se perdió / antes de mi nacimiento / la historia de lo que estaba allí / antes de que la casa de piedra cayera / el mortero explotó / las rocas sueltas fueron llevadas lejos para nuevos propósitos, o aplastadas / la tierra se declaró limpia, vacía.
     Lisa Suhair Majaj, poeta palestina.

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Escuela en un campo de refugiados palestinos.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO

Cada una de las distintas generaciones que han sobrevivido a la catástrofe puede armar un rompecabezas de piezas que se han astillado, convirtiendo las casas de las aldeas en millones de partículas de piedras dispersas por el desierto. Una montaña de escombros que más tarde serviría para edificar el muro que sigue separando, aislando, deportando a los palestinos de su historia. El muro que pretende silenciarlos y mantenerlos invisibles.
“La visión más desgarradora fueron los gatos y los perros ladrando y haciendo jaleo, tratando de seguir a sus dueños. Yo escuché a un hombre gritarle a su perro: Vuelve. ¡Tú al menos puedes quedarte!”
(Citado en: Ahmad H. Sa´di & Lila Abu-Lughod. Nakba. Palestina, 1948 y los reclamos de la memoria. Editorial Canaán, Buenos Aires, 2017)

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Éxodo palestino, 1948.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO

Después de la Nakba, no todos abandonaron Palestina. Algunos quedaron bajo el control territorial del Estado de Israel. Palestina fue confiscada, dividida en Cisjordania y la Franja de Gaza, en territorios controlados colonialmente, infectados por check points que bloquean o autorizan ocasionalmente el tránsito de los palestinos, transformados en refugiados en su propia tierra. Los palestinos, aquellos cuya presencia fue sustituida por la ausencia, como alguna vez sostuvo Edward Said.
Palestina y los palestinos viven bajo la constante amenaza del desvanecimiento de la memoria. Viven una carrera contra el tiempo, tratando de transmitir la experiencia del despojo a las jóvenes generaciones, las cuales han nacido lejos de su propia patria y han crecido envueltas en narrativas que silencian o niegan la opresión colonial de su pueblo. La “generación de la Nakba” se vuelve anciana, se cansa, se vuelve un verdadero “cuerpo archivo”, vital para el ejercicio de la transmutación de la memoria oral a las palabras escritas. Una carrera contra el tiempo, como la del sujeto colonizado que describe Frantz Fanon: “Llega usted demasiado tarde, tardísimo. Entre ustedes y nosotros habrá siempre un mundo."

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Familia palestina, 1948.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO


عودة
Él retornó, dijo, para plantar en ella el árbol del conocimiento / y él era ese árbol. / Él nació en Jaffa y a Jaffa retornó, para permanecer / allí por la eternidad, cerca del árbol del paraíso.
     Mahmoud Darwish, poeta palestino

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Escuela en un campo de refugiados palestinos.  Archivo Fotografico de la UNRWA / Memoria del Mundo, UNESCO

El gran poder de una potencia colonial no reside en disminuir o maquillar las evidencias de su prepotencia invasora, sino, fundamentalmente, en borrar las marcas, los trazos y las filigranas en las que puede leerse la memoria, la narrativa, el relato que cuenta la historia de quien está siendo colonizado. Por eso, los poderes coloniales matan, destierran y silencian a los intelectuales, despedazan sus bibliotecas, incineran sus libros, silencian las voces que cantan y cuentan otra historia, aniquilan a quienes representan el pasado y, justamente por eso, pueden edificar un camino de esperanza hacia el futuro. En Palestina, el Estado de Israel hizo todo esto. Pero hizo mucho más. Arrancó los olivos, los desmembró, atravesándolos con un muro. En su lugar, ocasionalmente, plató abetos europeos. El poder colonial se imprime en el paisaje, se diluye en el horizonte como parte de una nueva geografía, con una implacable transformación del ambiente, creando, más bien, inventando la tierra misma, sus ríos, sus plantas, sus montañas y praderas, el aroma, el color y los sonidos que brotan de ese espacio desconocido, que alguna vez fue nuestro hogar. El ejército de Israel siempre supo que además de protegerse de las piedras que surcan el cielo de Palestina, había que protegerse de la sombre de los olivos, esos sitios insurgentes en los que habita encarnada la memoria de los desplazados. Los olivos fueron un objetivo militar, porque allí sobrevivía la historia de los que alguna vez volverán.
La colonización de la memoria supuso el exterminio de los trazos que marcaron la presencia de los palestinos en su propia tierra. Unos y otros, colonizadores y abetos, extranjeros en esa tierra de dolor y desamparo. “Solo los árboles de olivo – sostendrá Darwish – permanecerán como un sustituto viviente, fragmentado de la experiencia colectiva en Palestina.”
Somos las víctimas de las víctimas –lo cual es bastante inusual (...) estamos sujetos a un colonialismo único. Nos quieren muertos o exiliados. (…) Las vidas de los israelíes y palestinos están desesperadamente entrelazadas. No hay modo de separarlas. Ustedes pueden tener una fantasía y negar o poner al pueblo en guetos. Pero en realidad hay una historia en común. Tenemos que encontrar el modo de vivir juntos. (…) Nosotros nos mantenemos firmes en el tema de la identidad como algo mucho más significante y políticamente democrático que la mera residencia y servidumbre que Israel nos ofrece. Lo que nosotros pedimos como palestinos es el derecho a ser ciudadanos (...) Elegir esa identidad es hacer historia, no elegirla es desaparecer.

Edward Said, intelectual palestino.
Nakba: catástrofe, desastre. Quizás también: persistencia de la memoria, retorno, dignidad, verdad, justicia.

Las fotografías corresponden al Archivo Fotográfico de la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo), incluido en la Memoria del Mundo de la UNESCO. Más información aquí.
fuente:  http://elpais.com/elpais/2017/05/16/contrapuntos/1494954151_475437.html

lunes, 15 de mayo de 2017

Resistir a la Nakba

Joseph Massad
Al-Ahram/Kana'an on line


1881 es la fecha exacta en que dio comienzo la colonización de Palestina un proceso, como todo el mundo sabe, que todavía no ha terminado. De manera que, por mucho que se intente presentar a los Palestinos como un pueblo post-Nakba, todos nosotros seguimos inmersos en ella. Lo que se está celebrando este año no es, en absoluto, una conmemoración, sino el testimonio de que la Nakba es un proceso diseñado para destruir Palestina y a los palestinos, que sigue su marcha.
Lo mas difícil de entender en la moderna historia de Palestina y de los palestinos es el significado de la Nakba. ¿Es la Nakba un acontecimiento puntual que tuvo lugar y terminó en 1948, o es algo más? ¿Qué significan los intentos políticos de cosificar la Nakba y convertirla en un acontecimiento del pasado que se conmemora anualmente y ante cuyo formidable simbolismo nos inclinamos? ¿Cuáles son los efectos de la Nakba, episodio histórico que lamentamos pero que, en última instancia, terminamos aceptando como algo perteneciente al pasado?
Me atrevo a sugerir que convertir la Nakba en un acontecimiento del pasado, en un hecho consumado que no podemos sino aceptar, admitir y, finalmente trascender (por más que sea cierto que para ir hacia delante no podemos sino dejar la Nakba atrás), es una decisión que tiene también otras lecturas. Se ha llegado incluso a sugerir que si Israel reconoce y pide perdón por la Nakba, los palestinos perdonarían y olvidarían y los efectos de la Nakba que, a su vez, serían relegados a conmemoraciones históricas no muy diferentes a las que han tenido lugar este año.
En mi opinión, el significado de la Nakba es completamente diferente y el esfuerzo por limitarla este año a un 60 aniversario constituye un grave error. Porque, en efecto, la Nakba es mucho más antigua que esos 60 años y sigue además, a pleno rendimiento, recorriendo la historia al tiempo que acumula sobre las espaldas del pueblo palestino más y mayores calamidades cada día. Sostengo por tanto que la Nakba es un acontecimiento que dura ya 127 años y que no ha terminado todavía. 1881 es la fecha exacta en que dio comienzo la colonización de Palestina un proceso, como todo el mundo sabe, que todavía no ha terminado. De manera que por mucho que se intente presentar a los Palestinos como un pueblo post-Nakba, todos nosotros seguimos inmersos en ella. Lo que se está celebrando este año no es, en absoluto, una conmemoración sino el testimonio de que la Nakba es un proceso diseñado para destruir Palestina y a los palestinos, que sigue su marcha. Insisto por tanto en que este año no se conmemora el 60 aniversario de la Nakba sino el año más que nos toca soportar su brutalidad; insisto también en que la historia de la Nakba nunca fue un hecho histórico limitado sólo a nuestro pasado sino, decididamente, la única y verdadera historia de nuestro presente.
El significado de NAKBA
Aunque la Nakba sea una palabra traducida al Inglés con el significado de catástrofe, desastre o calamidad, estas traducciones no consiguen abarcar todas las ramificaciones y matices de su significado en lengua árabe. La Nakba es un acto perpetrado por el sionismo y sus colaboradores contra Palestina y los palestinos que ha convertido a este pueblo en mankubin (1). Ni la lengua inglesa ni la española tienen una buena traducción para esta palabra, a menos que la forcemos un poco para calificar a los palestinos como “pueblo sometido a la catástrofe, a la calamidad”. Pero a diferencia del significado griego de la palabra catástrofe que significa cataclismo producido por la Naturaleza o del latino desastre, que significa accidente calamitoso que se produce cuando las estrellas no se encuentran en el alineamiento correcto, Nakba es un acto de destrucción deliberada ejercido sobre todo un país y su gente. La palabra fue acuñada por el intelectual árabe Constantino Zureik en su breve libro AGOSTO 1948 acerca de una Nakba que se estaba produciendo en el mismo momento en el que él se encontraba escribiendo aquellas paginas, de la misma manera que se está produciendo ahora, en el mismo momento en que yo escribo estas líneas.
Hay que decir también que desde el primer momento los palestinos se resistieron a la lógica racista y colonial de la Nakba, luchando contra los colonialistas, primero desde 1880 a1890 y después en 1910, 20, 30, 50, 60 y hasta nuestros días. Si la resistencia palestina fue incapaz de prevenir la expulsión masiva de más de la mitad de su pueblo y no pudo impedir tampoco el descarado robo de la mayor parte de sus tierras, tuvo sin embargo más éxito en lo que se refiere a la derrota de la memoria oficial sionista. En efecto, la memoria ha sido siempre un componente clave en la resistencia Palestina. Cuando los palestinos insisten en nombrar a su país, a sus ciudades y sus pueblos con sus nombres originales, no sólo están rechazando los vulgares nombres con los que el sionismo ha ido re-nombrando su tierra, sino que están construyendo una memoria geográfica que Israel se ha empeñado en hacer desaparecer, incluso físicamente. La crueldad sionista ha sido tal que, durante los 50 primeros años después su creación, Israel ha seguido insistiendo no sólo en que los palestinos no existían como pueblo sino, ni siquiera, como nombre y que incluso este nombre palestinos no debería siquiera pronunciarse.
Y es que para los sionistas esta palabra funciona como una suerte de encantamiento que tendría el poder de hacerlos desaparecer. No andan muy equivocados pues esta palabra, en si misma, la mejor forma de resistencia contra la memoria oficial, se constituye a sí misma en fuente de resistencia, tanto en la vida como en la cultura palestina, en su identidad y en su sentido de la nacionalidad, cosas que Israel había creído erradicar para siempre y cuya simple supervivencia constituye una amenaza para esa operación de la memoria basada en la invención ficticia de una no-Palestina o de unos no-palestinos.
La contra-memoria palestina está en directa confrontación con los logros de una Nakba diseñada para hacer olvidar el nombre de Palestina como nombre geográfico y una ofensa a los esfuerzos de la Nakba actual y pretende hacernos olvidar que los palestinos son una nación al poner el énfasis en una historia pre-Nakba. La supervivencia de los palestinos desde que comenzó la Nakba, y a pesar de los continuos esfuerzos que se han hecho para acabar con ellos, convierte la Nakba en una victoria sionista muy poco rentable. Es en este contexto es donde se comprende mejor la insistencia israelí de dar a los ciudadanos palestinos de Israel el nombre de árabes israelíes burdo intento de condenar su “palestinidad” al silencio. La insistencia sionista en que los refugiados palestinos se establezcan en sus actuales lugares de acogida haciendo que esos países les concedan su nacionalidad, es otro intento más de erradicar su nombre de la faz de la tierra.
Que hace un decenio Israel admitiera finalmente la existencia de un pueblo palestino fue sólo al precio de reducir su número a un tercio del total. Al firmar los Acuerdos de Oslo, Israel acordó con los colaboracionistas palestinos y sus líderes el precio que la Autoridad Palestina tendría que pagar para que Israel empezara a llamar a Cisjordania y a Gaza por sus verdaderos nombres. El precio fue nada menos que la "despalestinización "del resto del pueblo palestino. A cambio, los líderes colaboracionistas palestinos, bajo el disfraz de los Acuerdos de Génova, aceptarían que se triplicara el número de habitantes de un Israel reconocido públicamente como el Estado de TODOS los judíos del mundo (2) excluyendo, eso sí, a los ciudadanos palestinos que han vivido siempre ahí y sobre los que el Estado de Israel, por supuesto, gobierna.
Pero este acuerdo doloso no ha tenido éxito. Por mucho que la Autoridad Palestina haya intentado legitimarse a si misma siempre se ha visto como lo que en realidad es: a saber, un engendro del ocupante israelí no muy diferente a todos esos regimenes de marionetas que existen en Asia y África al servicio de sus antiguos amos colonialistas; la misma función que, por otra parte, cumplieron los Judenraete o Consejos Judíos creados por los nazis en los getos de la Polonia ocupada y que tenían la misión de controlar la vida de los judíos a través de los impuestos o de servicios públicos tales como Correos; o, también, como en los Batustanes que la Sudáfrica del apartheid creó como sustitutos de las tribus. El intento de la Autoridad Palestina de monopolizar el poder de nombrar a los palestinos o a los judíos fracasó igual que fracasaron los numerosos intentos que los precedieron. Y es que los palestinos insisten en seguir utilizando su nombre dentro de su propio país y, por otra parte, los judíos no-israelíes insisten en que están bien donde están y no quieren adquirir la nacionalidad israelí no importa cuanta ayuda pudiera prestarles el Gobierno de Israel. Es decir, las políticas de los nombres son las políticas del poder y la resistencia. El poder de nombrar es capaz de crear falsas historias o ficciones que pudieran ir en contra de la estricta realidad. Mientras que Israel ha conseguido imponer un cierto número de realidades físicas y geográficas sobre el terreno, su esfuerzo por erradicar la memoria histórica ha fracasado. Los palestinos siguen estando ahí para impedirlo.
La Nakba es ahora.
Ha existido siempre, es decir desde que el término Nakba empezó a utilizarse para denominar las tumultuosas acciones de 1948, un esfuerzo subterráneo que intenta redefinir su significado como algo perteneciente al pasado y no como un acontecimiento todavía en curso. No se trata de un esfuerzo epistemológico sino estrictamente elegido desde el punto de vista político. Identificar la Nakba como un hecho pasado y acabado es, a todas luces, declararle irreversible. Es insistir en el matiz de que no se podrá volver a hacer ningún esfuerzo por redefinirlo, que no existirá posibilidad alguna de levantar ningún obstáculo a su paso. Es garantizar su legitimidad histórica y política y aceptar todas sus consecuencias como algo perfectamente natural. De esta manera, la resistencia de los ciudadanos palestinos de Israel, de acuerdo con la versión sionista, no sería una verdadera resistencia anticolonialista o una que persiguiera legítimos derechos civiles nacionales sino, más bien una lucha absurda que propondría nada menos que revisar el significado de la Nakba.
Que Israel haya aprobado, en distintos campos, más de 20 leyes cuyo único objetivo es institucionalizar de alguna manera los privilegios raciales y religiosos de los judíos y sus deberes sobre los ciudadanos no-judíos, es un hecho que se nos presenta como una consagración de la normalidad de la Nakba, algo que, por su parte, los palestinos continúan negándose a aceptar. En realidad, algunos líderes israelíes, Tzip Livni entre ellos, han sugerido que los ciudadanos palestinos de Israel deberían emigrar a países que pudieran garantizarles sus derechos nacionales en lugar de seguir dentro de Israel donde NUNCA podrán conseguirlos como consecuencia directa del desarrollo de la Nakba actual. Muy a menudo se dice que “pueblos más importantes que ellos” optaron en otros tiempos por autodesplazarse de unos países que se negaban a reconocer sus derechos y emigraron a otros que se comprometieron a respetarlos. Puede que haga referencia, sin ir más lejos, a esos judíos europeos en su día responsables de la Nakba palestina. Según esta teoría, si los palestinos de Israel quieren seguir dentro de Israel, se verán forzados a aceptar la normalidad de la Nakba y, por lo tanto, su nuevo status como mankubin por lo que nunca podrían acceder a los mismos derechos de los judíos. El rechazo de estos palestinos a las consecuencias de la Nakba es, precisamente, lo que hace que quieran revertir sus efectos exigiendo a Israel que renuncie a sus leyes racistas para que, de esta forma, pueda llegar a transformarse en un verdadero estado israelí, que no judío. Israel siempre y ahora también el Presidente Bush, ha insistido en que las consecuencias de la Nakba tienen que ser aceptadas por todos los palestinos. Estas consecuencias son, en primer lugar, que fue la Nakba la que transformó a Palestina en un “Estado judío” (y no al revés); En segundo lugar, que se trata de una situación NO reversible y, por último, que no importa cuanto trabajen los movimientos civiles por los derechos humanos o lo que pueda conseguir la resistencia, esta situación ya no tiene vuelta de hoja. Sin embargo, los ciudadanos palestinos de Israel siguen negándose a aceptar este planteamiento y continúan resistiendo el mero concepto de reversibilidad. Por lo tanto, su difícil situación, dice Israel, no es consecuencia de la Nakba, sino de su irreductible empeño en resistirse a ella.
Se dice también que los refugiados palestinos que languidecen en los campos desde hace 60 años tienen las mismas características de otros refugiados que, como consecuencia de las guerras, llenan el mundo de los siglos XX y XXI. Que sus problemas, por tanto, no tienen relación alguna con las acciones sionistas llevadas a cabo en 1947-1948 y que son la causa directa de su expulsión. Pero Israel sigue insistiendo en que la causa directa de estas desgracias fue, en primer lugar, su negativa a asentarse en esos lugares de exilio así como la negativa de los países árabes que los acogieron a darles su nacionalidad. Los refugiados, siguen insistiendo los sionistas, sufren no a causa de la Nakba, sino por su negativa a aceptar la Nakba y a ellos mismos como mankubin.
Esto mismo ocurre con los palestinos de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental. Sus problemas, dicen los sionistas, surgieron a raíz de una guerra internacional que tuvo lugar en 1967 y cuya causa fue, precisamente, que los árabes seguían negándose a aceptar la Nakba de 1948 como un hecho permanente. Si los palestinos y sus aliados se hubieran limitado a aceptarla, las calamidades que les afligen habrían terminado.
Insistir en que la Nakba es un acto de destrucción en presente continuo es negarse a reconocer que sus objetivos han sido alcanzados. La resistencia palestina es lo único que, por tanto, explica el incompleto trabajo de la Nakba y su brutalidad siempre creciente. Israel y sus partidarios internacionales siguen insistiendo en que los palestinos tienen la obligación de reconocer la Nakba y aceptar su derrota. Aceptar también su expulsión, su ciudadanía de tercera dentro del Estado de Israel, aceptar la conquista de 1967… y que, una vez aceptadas estas cosas, sus calamidades habrían terminado. El único problema, según Israel, es que a los palestinos no les da la gana de dejar de luchar contra ella.
En 1880, cuando los colonos europeos judíos les expulsaron de las tierras que habían adquirido de los grandes propietarios absentistas y que ellos habían venido cultivando hacía siglos, los campesinos palestinos se resistieron como pudieron a la Nakba. En 1930 la resistencia palestina adoptó la forma de una gran sublevación que durante tres años se enfrentó no sólo a las fuerzas sionistas sino también a los británicos que las apoyaban. En 1947/48 cuando la mayor parte de su país fue conquistado y confiscado por las leyes racistas del Estado judío, los palestinos siguieron luchando. Todavía hoy, según Israel y el New York Times, la resistencia a la Nakba continúa tanto en Cisjordania como en Gaza lo que, de hecho, ha ido creado un gran número de Nakbas. Si los palestinos aceptaran de una vez la permanente situación de sitio que Israel ha montado sobre ellos en Gaza, la mayor prisión del mundo al aire libre, el Estado sionista de Israel no se vería forzado a bombardearles y a matar a sus hijos y a destruir sus casas, se limitaría, simplemente a matarlos de hambre pero manteniéndolos a salvo dentro de los reducidos límites de ese cómodo apartheid.
Si los palestinos aceptaran de una vez por todas su status de mankubin, la Nakba, un proceso todavía en marcha, podría, al fin, considerarse acabado. Esta visión colonial del concepto conquista no resulta desde luego excepcional, ni se ve limitado a los israelíes. ¿No fue, ahora hace cinco años, cuando la resistencia iraquí hizo frente a los planes estadounidenses de inavasión de Iraq que el Presidente Bush proclamó como “misión cumplida”? También aquí la resistencia iraquí al proceso de destrucción desencadenado por los estadounidenses sería la verdadera causa de esta destrucción y lo que en realidad impediría que la misión de ejército USA se diese por terminada.
¿Qué es entonces lo que mueve a los palestinos a resistirse a la Nakba impuesta por Israel? Moshe Dayan dio, hace tiempo, una elocuente descripción de los hechos: "Todos y cada uno de nuestros pueblos se han construido sobre los antiguas pueblos árabes. Nadie recuerda cómo se llamaban estos pueblos y yo no se lo reprocho, porque los libros de geografía que incluían esos nombres tampoco existen ya. Y no sólo han desaparecido los libros: la NAHALAL judía se levantó sobre MAHLUL; GVAT sobre JIBTA, SARID sobre HANEIFA y KFAR-JEHOSHUA sobre TEL-SHAMAN. No hay un solo lugar en este país que no tuviera antes alguna población árabe.”
El éxito de la resistencia palestina a la Nakba ha forzado a un proceso semejante que ha obligado a dar un nombre a las victorias israelíes y sionistas. Y ese nombre es el nombre por el que se las conoce hoy día en casi todo el mundo y también, aunque de manera mucho más limitada, en Estados Unidos. De manera que haciéndonos eco de las palabras de M. Dayan podríamos decir que: La resistencia palestina y su victimización ha venido a reemplazar el sentido de cada una de las conquistas y victorias sionistas. Probablemente ninguno de ustedes recuerde ya el nombre de estas victorias y tampoco nosotros podríamos reprochárselo ya que los libros de historia sionistas y la misma propaganda que una vez les confirió su legitimidad, ya no las considera legítimas. Y no solamente han perdido legitimidad estos libros o esta propaganda, sino que las victorias sionistas e israelíes que reseñaban tampoco se reconocen ya como tales. El concepto Nakba ha venido así a ocupar el de guerra de independencia israelí; apartheid reemplazó al de soberanía israelí; expulsión de los palestinos al Plan Dalet o incluso al de regreso de los judíos a su hogar ancestral; racismo institucionalizado y legal en Israel ha venido a sustituir al de democracia israelí; el de ciudadanos palestinos de Israel reemplazó al de árabes israelíes; Pueblo palestino al de comunidades-no judías de Pâlestina” tal y como la Declaración de Balfour se había atrevido a describirlas y, last but not least, el maftul palestino sustituyó al cus-cus israelí que, por su parte, continua intentando reemplazar al maftul palestino original (3). En fin, que se podría decir que no hay una sola victoria en este país a la que los palestinos no sigan desafiando, resistiéndose contra ella.
Como de forma inquebrantable continúan también resistiéndose a la Nakba y negándose a abandonar sus tierras; con huelgas, manifestaciones y desobediencia civil; a través del arte, la música y la danza; de la poesía, el teatro y la novela; escribiendo su propia historia y reafirmando su propia geografía; con denuncias ante los tribunales internaciones y las Naciones Unidas. Y también con piedras y armas. La no aceptación del derecho de resistencia que les acoge (y que está garantizado y legalizado por la ley internacional) no se limita por supuesto al uso de las armas, sino que afecta igualmente al arte, los libros, la música, a sus manifestaciones o incluso a sus reclamaciones, en todos los foros de la ONU, para que se enseñe su historia, se cuente la Nakba, se la recuerde e incluso, se rememore.
La Nakba que a finales del siglo XIX planificaron los sionistas incluía la ocupación de toda Palestina, la expulsión de la población árabe nativa silgue siendo una realidad incontestable que todavía continua su andadura. Pero mientras que las adquisiciones de tierra dieron comienzo en 1880 y el saqueo masivo tuvo lugar en 1948, Israel, a día de hoy, no ha conseguido todavía hacerse con la totalidad de Palestina. La confiscación permanente de tierras en la Jerusalén Oriental y Cisjordania constituye una parte muy importante de la Nakba actual. Los planes sionistas para convertir a la población de árabes palestinos de Israel en ARABREIN, también. Si de acuerdo con las leyes internacionales Israel no ha podido todavía expulsar a todos los palestinos ha planeado sin embargo una astuta alternativa con el objetivo, primero, de esconder detrás de un muro a todos aquellos a los que no ha podido expulsar, acotando así un espacio al que denominaría “Estado palestino” y, en segundo lugar, confinar dentro de los limites acotados por ese muro a todos aquellos palestinos que residen “fuera”, y en primer lugar a los ciudadanos palestinos residentes en Israel. El resultado, por supuesto, sería la creación de un ARABREIN ISRAEL incontaminado protegido al otro lado del muro. Hoy día, la resistencia a esta nueva Nakba esta siendo activamente castigada por Israel con la colaboración de la Autoridad Palestina y la de los gobiernos árabes patrocinados por los EEEUU.
La destrucción de más de 500 pueblos palestinos no se produjo, de repente, en 1948. Se trata de un proceso continuo que se ha venido desarrollando a lo largo de todos los años que siguieron a la conquista sionista. La expulsión de los palestinos dio comienzo en 1880, en el terrible mes de noviembre de 1947 pero es indispensable recordar que los sionistas habían expulsado a 400.000 palestinos antes del 14 de Mayo de 1948. Muchos cientos de miles más serían expulsados en los meses y años que siguieron, a lo largo de toda la década de los 50 y de nuevo a partir de 1967. Pero las expulsiones aún no han terminado. La sola presencia de los palestinos es la razón principal de que Israel pretenda deshacerse de ellos. Si los palestinos aceptasen abandonar Palestina por su propia voluntad, Israel ha asegurado que no habría más expulsiones. Me gustaría señalar que la insistencia sionista en este tipo de autodesplazamiento no se dirige sólo contra los palestinos. Desde su nacimiento hasta nuestros días, el sionismo e Israel han pedido encarecidamente y siguen pidiéndolo, que toda la judería del mundo se traslade a Israel. Igual que los palestinos, la mayoría de los judíos que viven fuera de Israel siguen resistiéndose a abandonar sus hogares. Mientras que Israel ya no puede atraer a los judíos que viven fuera (y hubo tiempos en que sí pudo) sigue sin embargo siendo perfectamente capaz de expulsar a los palestinos no importa cuánto se le puedan resistir.
La resistencia es ahora
La resistencia palestina, ya lo hemos mencionado, es activa en muchos frentes. Una de las más importantes campañas organizada por los palestinos de Israel propone la abolición de todas sus leyes racistas. En este sentido las organizaciones palestinas dentro de Israel han publicado numerosas propuestas y documentos. Pero esta campaña debería internacionalizarse. Las Naciones Unidas, y otro tipo de organizaciones y foros internacionales, tendrían que presionar a Israel para que se deshiciera de ellas. Esta propuesta para nada demagógica, no como la que se propuso en la ONU en 1975 que intentaba igualar la definición de sionismo y racismo), intenta demostrar que Israel es un Estado institucionalmente racista que gobierna a través de unas leyes racistas que han de ser abolidas.
De igual manera, los palestinos y sus aliados han organizado una campaña internacional para que no se invierta en Israel y se boicoteen sus proyectos y que habrá de durar, al menos, hasta que cese en sus violaciones de la ley internacional y deje de ocupar Cisjordania y Gaza. Ésta es otra campaña en marcha que ha obtenido, hasta ahora, un buen número de victorias.
Pero nada de esto quiere decir que los palestinos no sigan soportando grandes penalidades. El sufrimiento de los gazatíes no ha hecho sino crecer a lo largo de estos últimos años puesto que Israel los castiga por negarse a aceptar no sólo el estado de hecho del PALESTINENSERRAT ISRAEL sino también el que los colaboracionistas palestinos han impuesto en Cisjordania e intentan con todas sus fuerzas imponer en Gaza en un esfuerzo ilegítimo por derrotar al Gobierno democráticamente elegido por todos los palestinos. Los crímenes de guerra de Israel contra la población de Gaza son el pan nuestro de cada día. A los gazatíes no les queda otra salida que no sea resistir.
Al resistirse a la Nakba, los palestinos han dado en el clavo del proyecto sionista que se ha esforzado tanto en transformar la Nakba en un recuerdo. Al resistirse a Israel, los palestinos han obligado al mundo a ser testigos de la Nakba como una realidad presente; un hecho que, contrariamente a lo que dicen los sionistas, sigue siendo algo reversible. Y esto es precisamente lo que amarga a Israel y al sionismo: su incapacidad manifiesta para completar su misión de colonizar toda Palestina, expulsar a sus pobladores palestinos y reunir en esta colonia a todos los judíos del mundo. Y esto también lo que mantiene a los sionistas y a su proyecto en estado de continua inquietud y, también, en presente continuo.
Aunque Israel utilice esta situación para proyectarse a sí mismo como una víctima de sus propias víctimas, no le ha quedado otro remedio que ir aceptando, inconsciente pero también conscientemente, que el proyecto sionista no es irreversible. La crueldad que ha demostrado y continúa demostrando, con la población palestina es directamente proporcional a su convencimiento de que los árabes palestinos siguen siendo capaces de acabar con los logros obtenidos hasta ahora y reinvertir su proyecto colonial. El problema de Israel no es que sepa que en todo ese país de colonos no existe un solo lugar que no estuviera antes habitado por palestinos, sino que esta convencido de que, hoy por hoy, no existe tampoco un solo lugar en ese imaginario “Estado judío” que haya conseguido librarse de sus habitantes árabes palestinos que, además, piensan seguir reclamando lo que es suyo
Que la Nakba sea un proceso inacabado se debe a que los palestinos se han negado siempre a convertirse en mankubines. Lo que estamos viendo en las conmemoraciones de este año no es solamente un año mas de la Nakba sino las conmemoraciones de un año más en ese esfuerzo de resistir a la Nakba. Aquéllos que aconsejan a nuestro pueblo que acepte la Nakba saben bien que aceptarla sería precisamente lo que les obligaría a tragar con todas sus consecuencias sin restricción alguna. Pero los palestinos no son tontos y están convencidos de que la única forma de acabar con la Nakba es seguir resistiendo.
NOTAS:
  1. Transposición fonética de una palabra árabe formada a partir de la raíz NAKBA y que aquí se traduce como desposeídos. (Nota de la traductora).
  2. es decir, no sólo de los judíos que VIVEN YA dentro de él, sino también, de cualquier otro ciudadano del mundo cuya religión sea la judía.
Joseph Massad es profesor asociado de Historia Política Moderna del Mundo Arabe en la Universidad de Columbia de New Cork. Es autor del libro Vigencia de la Cuestion Palesina. Este trabajo apareció en Al- Ahram y se reproduce ahora con el permiso del autor.
Traducción para el CSCA: Pilar Salamanca
Fuente: lhttp://www.nodo50.org/csca/agenda08/palestina/arti285.htm

viernes, 12 de mayo de 2017

La quiebra de Iraq y el fin de Oriente Próximo

Después de Mosul

Nafeez Ahmed
Middle East Eye


In September 2015, an image captured from NASA’s Aqua satellite showing the dust storm over the Middle East (AFP/NASA-Terra Modis) 

 La batalla contra Daesh es una guerra que nadie ganará. He aquí la verdadera batalla que nos debe preocupar y que debemos combatir. Todas las miradas están puestas en la batalla por Mosul. ¿Derrotará la coalición al Estado Islámico o no? Al final, dará igual. Si algo hemos aprendido en los últimos 14 años de “guerra contra el terrorismo” en Iraq es que las victorias duramente ganadas de hoy pueden transformarse rápidamente en los épicos desastres de mañana.
Estemos a favor o en contra de la guerra, los hechos hablan por sí solos: el derrocamiento de Sadam Husein creó un vacío cubierto por extremistas de al Qaeda que previamente no tenían presencia en Iraq y que rápidamente se transformaron y se expandieron en la fuerza apocalíptica conocida como Daesh. Pero la naturaleza misma de la batalla de Mosul es una de las muchas señales que revelan que Oriente Próximo tal y como lo conocimos ya no existe y nunca volverá. La región está profundamente sumida en la agonía de una transición geopolítica irreversible a un nuevo desorden de inestabilidad.
Antes del 11-S varios estrategas neoconservadores consideraban que su papel consistía en ordenar el poder imperial de Estados Unidos para acelerar la desintegración de Oriente Próximo. En realidad, el Oriente Próximo que conocíamos se está desintegrando por la presión de procesos biofísicos más profundos y lentos: ambientales, enérgicos, económicos. Estos procesos están socavando el poder de los Estados regionales silenciosamente.
A medida que los Estados se vuelven más débiles e incapaces de hacer frente a los retos medioambientales, energéticos y económicos esenciales, el vacío lo van cubriendo extremistas. Pero intensificar la lucha contra los extremistas no significa que se esté haciendo frente a esas cuestiones más profundas. Al contrario, está produciendo más extremistas. La guerra en Mosul no será una excepción.
De Faluya a Mosul
“Es Faluya en una escala mayor”, decía Ross Caputi, ex marine estadounidense que participó en el segundo cerco a Faluya en noviembre de 2004. “He escuchado historias terribles sobre las víctimas civiles que salen de Mosul; una amiga que trabajaba en asistencia humanitaria intentaba reclutar médicos voluntarios para trabajar en una unidad quirúrgica en Erbil, a donde se redirigían buena parte de los casos más graves. Fue ella la que me dijo que la situación es peor de lo que se cuenta en los medios”.
Las preocupaciones de Caputi se corroboran por los hallazgos de AirWars, cuyo informe de víctimas de febrero documenta que la coalición encabezada por Estados Unidos está matando con ataques aéreos a más civiles aún que Rusia. En la primera semana de marzo, el grupo halló que entre 250 y 370 civiles fueron asesinados por las fuerzas de la coalición encabezadas por Estados Unidos que asaltaron el oeste de Mosul, cifra exponencialmente más elevada que el número de muertos civiles por bombardeos desde noviembre de 2016.
A pesar de que los rusos han causado más víctimas mortales, Airwars señala que las operaciones del gobierno iraquí para recuperar el este de Mosul del control de Daesh “supusieron un elevado coste para los no combatientes atrapados en la ciudad”.
La guerra en Mosul es la culminación de una guerra sectaria más larga que precede a la aparición de Daesh. El gobierno iraquí respaldado por Estados Unidos marginó desde el inicio [de la ocupación] a la minoría suní. A medida que la insurgencia suní contra la ocupación se intensificó, las autoridades estadounidenses e iraquíes lo pintaron como algo más que un levantamiento de fanáticos extremistas. En realidad, fue la ocupación misma la que radicalizó la insurgencia y colocó a al Qaeda en su vértice.
Caputi fue testigo, cuando era soldado en Faluya en 2004, de que la insurgencia no estaba dominada por al Qaeda. En cambio, según él, bajo el pretexto de atacar a insurgentes de al Qaeda, el ejército estadounidense atacaba y mataba mayoritariamente a civiles iraquíes. Describe un ejemplo asombroso: cuando los médicos del principal hospital de la ciudad anunciaron que los bombardeos estadounidenses habían causado un importante número de víctimas civiles, el ejército estadounidense los consideró oficialmente como “personal de apoyo terrorista” y al propio hospital como “poco más que un nido de propagandistas insurgentes” porque “habían utilizado su infraestructura para emitir reclamaciones de víctimas civiles inexistentes”.
Al final, las tropas estadounidenses tomaron el control del hospital en vísperas del principal ataque estadounidense contra Faluya. Esto, recuerda Caputi, fue considerado un éxito de las “operaciones de información” estadounidenses. A la destrucción de Faluya por parte del ejército estadounidense se sumó el papel del gobierno central iraquí, sectario y chií, que describió la ciudad predominantemente suní como un foco de extremistas.
La guerra en Faluya nunca concluyó. Armadas por Estados Unidos, las fuerzas iraquíes atacaron y bombardearon la ciudad de manera intermitente casi a diario desde 2012. Estas operaciones se intensificaron después de que la ciudad fuera capturada por Daesh en enero de 2014. En este período, Bashar al Asad de Siria permitió que combatientes de al Qaeda se trasladaran libremente a través de la frontera para incrementar la insurgencia iraquí contra las fuerzas estadounidenses. Esta política, que continuó hasta 2012, contribuyó a la desestabilización de Iraq. Pero al Qaeda no habría podido afianzar este punto de apoyo en el país si no hubiera sido por la violencia profundamente sectaria practicada por el ejército estadounidense y por el gobierno iraquí contra la minoría suní, como se ejemplificó en Faluya, lo que llevó a algunos a aceptar a Daesh como “mal menor” y a otros a radicalizarse lo suficiente como para unirse al movimiento.
La advertencia
Los funcionarios estadounidenses fueron advertidos de este resultado desde el inicio de la ocupación. Sin embargo, ellos y sus homólogos iraquíes han aprendido poco de la historia reciente. Según Anne Speckhard, directora del Centro Internacional para el Estudio del Extremismo Violento y consultora del Pentágono que diseñó las secciones psicológicas y religiosas del programa de rehabilitación de los detenidos en Iraq, los terroristas reclutaban y entrenaban a prisioneros dentro del campamento Bucca.
Estados Unidos comenzó a intervenir pero el programa de rehabilitación que se diseñó para des-radicalizar nunca se aplicó realmente. Entre los prisioneros estaba el fundador y dirigente de Daesh, Abu Bakr al Bagdadi. Otros altos comandantes de Daesh también fueron encarcelados en la prisión: Abu Ayman al Iraqi, Abu Abdulrahman al Bilawi, Abu Muslim al Jarasani, Fadel al Hayali, Mohamad al Iraqi, Mohamad Abd al Aziz al Shammari y Jalid al Samarrai.
Sin embargo, los golpes militares que habían llevado a al Bagdadi y a otros al campo de detención de Bucca fueron indiscriminados, formaban parte de una invasión y ocupación que atacaba civiles iraquíes al por mayor y que iban dirigidos desproporcionadamente contra suníes. Según Speckhard, las estimaciones internas de las autoridades estadounidenses a finales de 2006 confirmaron que sólo el 15% de los detenidos en Camp Bucca eran “verdaderos extremistas adheridos a la ideología de al Qaeda”.
Cuando Speckhard entrevistó a exprisioneros de Camp Bucca en Jordania en 2008, descubrió que los funcionarios estadounidenses nunca habían aplicado de manera fehaciente el programa de rehabilitación de detenidos. Los exprisioneros le informaron de que los imames, seleccionados cuidadosamente por las autoridades, permanecían fuera de la valla de la prisión, leyendo versos islámicos mientras los detenidos se reían y les escupían. “Esto no era lo que yo propuse”, dijo.
Speckhard señaló que no se informó de muchos de los abusos cometidos en Camp Bucca. “Los prisioneros me dijeron que fueron torturados por los iraquíes y que estaban contentos de haber caído en nuestras manos en su lugar”. Pero otros –incluyendo ex soldados y prisioneros– refieren como testigos los abusos cometidos en la prisión. Pruebas anecdóticas como las suyas sugieren que Camp Bucca tenía bajo la tutela de Estados Unidos a 24.000 prisioneros en su mayoría suníes y que fue allí donde el abuso sistemático y la tortura brutal causaron muertes.
Un informe clasificado del Ejército de Estados Unidos de 2004 y publicado por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) en 2006, documentó la existencia de 62 investigaciones separadas sobre acusaciones de abuso de prisioneros en centros de detención estadounidenses en todo Iraq, Camp Bucca incluido. Cuesta leer la lista de abusos que habría hecho que Sadam estuviera orgulloso: agresiones físicas y sexuales, simulacros de ejecuciones, amenazas de muerte a un niño iraquí para “enviar un mensaje a otros iraquíes”, desnudar a los detenidos, lanzar piedras contra niños iraquíes esposados, ahogar a los detenidos con los nudos de sus bufandas e interrogarlos a punta de pistola.
Pero había asuntos más profundos en juego. El General de División Douglas Stone, entonces comandante general de la Fuerza de Tareas de Detenidos, comenzó a autorizar “liberaciones rápidas de detenidos a través de un programa de cuatro días que básicamente verificaba muchas casillas y sólo les implicaba superficialmente, si es que lo hacía”. “Puede que ese programa estuviera bien para el 85% que no simpatizaba con la ideología del yihadismo militante”. Pero no causó efecto alguno en donde interesaba.
MEE contactó con el General Stone para pedirle una valoración pero no había recibido respuesta en el momento de publicar estas líneas.
En ese momento, recuerda Speckhard, advirtió al General Stone que la rehabilitación “sólo funcionará si los políticos de Iraq la apoyan. Un hombre que se ha unido al yihadismo militante porque matamos a su hermana puede que acepte renunciar a la violencia, pero si después matamos a su hermano irá otra vez de cabeza a ella”.
Divide y vencerás
“Las liberaciones masivas se llevaron a cabo para contentar a las tribus suníes”, declara. “Liberábamos a los detenidos para que apoyaran [la iniciativa de las milicias] Despertar, destinada a organizar la insurgencia suní contra al Qaeda”. Pero el ejército estadounidense no decidió liberar masivamente a estos prisioneros por amabilidad. Había un contexto estratégico dudoso y peligroso:
[Las milicias] Despertar fueron una iniciativa liderada por Estados Unidos para movilizar a dirigentes tribales suníes contra al Qaeda en Iraq. Se creía que la liberación generalizada de detenidos iraquíes ayudaría a generar confianza entre las tribus suníes sobre las intenciones estadounidenses, y que aportarían combatientes. Pero las agencias de inteligencia estadounidenses también sabían que muchos de los que iban a luchar contra al Qaeda en Iraq en el marco de la iniciativa Despertar eran en muchos casos simpatizantes de al Qaeda.
Se practicó la estrategia clásica de la contrainsurgencia: intentar romper la resistencia volviendo a sectores de ella contra sí misma. Como ya informé anteriormente en MEE, los elementos de la estrategia están descritos con bastante franqueza en un informe perspicaz de la RAND Corporation encargado por el Centro de Integración de Capacidades de Entrenamiento y Adoctrinamiento del Ejército de EEUU, publicado en 2008.
Lo que no enfaticé en esa información es que el informe de la RAND reconocía explícitamente que su propuesta estratégica de “dividir y gobernar” para explotar la tensión sectaria suní-chií en toda la región la aplicaron después en Iraq las fuerzas estadounidenses. Así, el informe señala que las fuerzas estadounidenses deben usar estrategias encubiertas para sembrar “divisiones en el campo yihadista. En la actualidad, esa estrategia se está utilizando en Iraq a nivel táctico”.
El informe explicaba qué significaba exactamente eso en Iraq: Estados Unidos estaba formando “alianzas temporales” con “grupos insurgentes nacionalistas” suníes afiliados a al Qaeda que habían luchado contra Estados Unidos durante cuatro años proporcionándoles “armas y dinero en efectivo”. Aunque estos nacionalistas “han cooperado con al-Qaeda contra las fuerzas estadounidenses” en el pasado ahora estaban siendo apoyados para explotar “la amenaza común que al Qaeda plantea a ambas partes”.
La idea era fraccionar la insurgencia desde dentro mediante la cooptación de su base de apoyo más amplia entre la población suní. Suena inteligente en teoría, pero en la práctica ahora sabemos que la estrategia sembró las semillas del nacimiento de Daesh.
Pero los estadounidenses se metieron en ese jardín ellos solitos. Al tiempo que canalizaban su apoyo a todo un espectro de yihadistas suníes descontentos con varias afiliaciones pasadas a al-Qaeda, Estados Unidos apoyaba al mismo tiempo al gobierno central chií de Iraq. Ambas partes recibieron apoyo de Estados Unidos y aumentaron las tensiones sectarias. Y el gobierno iraquí, en particular, mostró progresivamente un brutal desprecio hacia la minoría suní. En este contexto, la estrategia estadounidense estaba condenada desde el principio.
“Desde que se retiró de Iraq, se exacerbó el sesgo sectario antisuní del gobierno iraquí bajo el entonces primer ministro Nuri al Maliki, y las fuerzas de seguridad chiíes se envalentonaron”, señala Speckard.
Bajo al Maliki, las autoridades iraquíes incluso perfilaron y detuvieron a los principales políticos suníes, lo que reforzó los prejuicios dentro de las tribus suníes y aumentó el tipo de resentimiento sectario que llevó a una minoría de suníes a apoyar a Daesh. Por supuesto, la violencia sectaria del difunto Abu Musab al-Zarqawi, ex líder de al Qaeda en Iraq, agravó este problema”.
La siguiente insurgencia
Mientras que las atrocidades de Daesh en Faluya, Mosul y más allá, han socavado su tracción entre suníes locales, las atrocidades de la coalición anti-Daesh respaldada por Estados Unidos están alienando a la población a largo plazo.
“En general, no creo que la gente en Mosul vea a la coalición anti-Daesh como sus heroicos salvadores, aunque creo que han cambiado su evaluación de que Daesh sea el mal menor”, dijo Ross Caputi. “El año pasado, tanto en Faluya como en Mosul, las fuerzas anti-Daesh mantenían estas ciudades bajo asedio, mientras que Daesh impedía escapar a la gente y atrapaba a todo el mundo como escudos humanos. En consecuencia el precio de los alimentos se disparó y la gente empezó a pasar hambre. La ONG para la que trabajaba pudo introducir algo de alimentos en Mosul, y no vimos ningún sentimiento de apoyo a Daesh”.
A principios de 2014, sectores minoritarios toleraban a Daesh como parte marginal de un levantamiento diverso contra el gobierno central respaldado por Estados Unidos. Los crímenes de Daesh cambiaron esa percepción. Así que la coalición podría tener éxito y acabar con la cadena de mando restante del grupo terrorista en Iraq. ¿Pero significará el fin de la guerra?
Un alto funcionario de inteligencia kurdo duda de ello. Lahur Talabany, un alto funcionario contraterrorista del Gobierno Regional Kurdo (GRK), cree que aunque Daesh sea derrotado en Mosul, el grupo continuará y escalará su insurgencia por montañas y desiertos. “Mosul se recuperará... Creo que lo que nos tiene que preocupar es la guerra asimétrica”, señala.
Aunque Daesh pueda disolverse, otro grupo más extremista emergerá probablemente en su lugar si no se hace nada para resolver las profundas tensiones sectarias de Iraq. “Tal vez no sea Daesh, pero otro grupo surgirá bajo un nombre diferente, a una escala diferente, tenemos que ser muy cuidadosos”, alertaba Talabany a Reuters. “Estos próximos años serán muy difíciles para nosotros, políticamente... Sabemos que algunos de estos tipos han huido. Están mandando a la gente a la siguiente fase post-Mosul, a células escondidas y durmientes. Tenemos que intentar encontrarlos cuando se pasan a la clandestinidad, hay que intentar eliminar esas células durmientes, sin duda habrá disturbios en esta región durante los próximos años”.
Caputi está de acuerdo en que una “victoria” en Mosul podría ser el comienzo de un conflicto prolongado, pero es escéptico en relación a las “células durmientes”. Si la estrategia es matar a cada uno de los últimos miembros de Daesh, fallará, advierte. Y es por eso que la operación actual no va a poner fin a la guerra porque ya no se trata de las condiciones creadas inicialmente por Daesh.
“Estas operaciones están creando el contexto para una insurgencia a largo plazo contra el gobierno iraquí y contra la influencia iraní en toda la región”, me dijo Caputi. “El fenómeno de Daesh es más el producto de varias condiciones históricas, sociales y políticas a cuya transformación esta guerra no ha contribuido en absoluto, puesto que esas condiciones siguen ahí: la injusticia, la pobreza, la represión política. Avanzo que veremos la continuación de la insurgencia... los iraquíes suníes seguirán siendo ciudadanos de segunda clase bajo este gobierno y no lo tolerarán”.
Fallo de sistema
Mientras tanto, las condiciones que sentaron las bases para el surgimiento de Daesh están empeorando. Me refiero a las condiciones geopolíticas superficiales: la destrucción de la sociedad iraquí durante décadas de guerra y ocupación; el colapso de Siria en la guerra intestina debido a la destrucción total de la infraestructura civil por parte del presidente sirio Bashar al Asad y las atrocidades de extremistas que progresivamente se han ido haciendo con el movimiento rebelde con el apoyo de los Estados del Golfo y de Turquía.
Pero existen procesos biofísicos fundamentales desarrollándose en toda la región que están acelerando el conflicto en profundidad.
He estudiado estos procesos y publicado mis conclusiones sobre ellos en una nueva monografía científica: Failing States: Colapsing Systems: BioPhysical Triggers of Political Violence, publicado por SpringerBriefs in Energy.
Una de mis conclusiones es que Daesh nació en el crisol de un prolongado proceso de crisis ecológica. Iraq y Siria están experimentando cada vez más escasez de agua. Una serie de estudios científicos han demostrado que un ciclo de sequía de una década en Siria, dramáticamente intensificado por el cambio climático, provocó que miles de agricultores suníes del sur perdieran sus medios de vida a medida que se malograban los cultivos. Se trasladaron a las ciudades costeras y a la capital dominada por el clan alauí de los Asad.
Paralelamente, los ingresos estatales sirios estaban en declive terminal debido a que la producción de petróleo convencional del país alcanzó su punto máximo en 1996. Las exportaciones netas de petróleo disminuyeron gradualmente, y con ellas también disminuyó la capacidad financiara siria. En los años previos al levantamiento de 2011, Asad redujo los subsidios domésticos de alimentos y combustible.
Si bien la producción de petróleo iraquí tiene mejores perspectivas, desde 2001 los niveles de producción han permanecido muy por debajo de las proyecciones de menor rango de la industria, sobre todo debido a complicaciones geopolíticas y económicas. Esto ha debilitado su crecimiento económico y, en consecuencia, la capacidad del Estado para satisfacer las necesidades de los iraquíes de a pie.
Las condiciones de sequía en Iraq y Siria se han intensificado exacerbando los fracasos agrícolas y erosionando el nivel de vida de los agricultores. Las tensiones sectarias se han exacerbado. A escala internacional, una serie de desastres climáticos en las principales regiones productoras de alimentos ha impulsado el aumento de los precios mundiales. La combinación ha convertido la vida económicamente intolerable para grandes grupos de población iraquí y siria.
Fuentes externas –Estados Unidos, Rusia, los países del Golfo, Turquía e Irán– vieron la escalada de la crisis siria como una oportunidad potencial para sí mismos. La injerencia de estas potencias ha radicalizado el conflicto, ha secuestrado a los grupos suníes y chiíes sobre el terreno y ha acelerado el colapso de facto de la Siria que conocíamos.
A partir de este torbellino, a medida que miles de millones de dólares de financiación llegaban desde los Estados del Golfo y Turquía para financiar a los rebeldes armados –la mayoría de los cuales acabaron otorgando poder a las facciones más extremistas– surgió la monstruosidad conocida como Daesh.
Al mismo tiempo, las condiciones de sequía también han ido empeorando a través de la porosa frontera iraquí. Como escribo en Failing States, Collapsing Systems, se ha producido una correlación sorprendente entre la rápida expansión territorial de Daesh y el empeoramiento de las condiciones locales como consecuencia de la sequía. Esas condiciones ya extremas de escasez de agua se intensificarán en los próximos años.
El patrón discernible aquí es la base de mi modelo: los procesos biofísicos generan crisis ambientales, energéticas, económicas y alimentarias interconectadas, lo que yo denomino interrupción del sistema de la tierra (ESD, por sus siglas en inglés). La ESD, a su vez, socava la capacidad de Estados regionales como Iraq y Siria de procurar bienes y servicios básicos a sus poblaciones. Denomino este proceso desestabilización del sistema humano (HSD, en inglés).
Mientras que Estados como Iraq y Siria comienzan a fallar a medida que la desestabilización del sistema humano se acelera, quienes actúan –ya sean los gobiernos iraquí y sirio, las potencias exteriores, los grupos militantes o los actores de la sociedad civil– no acaban de comprender que las quiebras a escala estatal y de las infraestructuras las impulsan procesos sistémicos más profundos de ESD.
Se pone el foco siempre en el síntoma y es por eso que la reacción casi siempre falla por completo incluso ya en el punto de partida para abordar las crisis. Así, Asad, en lugar de reconocer el levantamiento contra su régimen como significante de un cambio sistémico más profundo –sintomático de un punto de no retorno impulsado por crisis ambientales y energéticas más profundas– ha optado por acabar con lo que su estrecha concepción considera como el problema: el pueblo indignado.
Igualmente, la resistencia siria circunscribe el problema al carácter nefasto, corrupto y extractivo del opresivo régimen de Asad, obviando que éste venía desmoronándose ya previamente por procesos biofísicos más profundos que seguirán desarrollándose cuando haya desaparecido.
Y, en consecuencia, mientras Siria se ha convertido en un Estado fallido, nadie está abordando el mismo proceso creciente que está alterando el sistema terrestre que está provocando la desestabilización del sistema humano por toda la región. Esto no resulta sorprendente. Si hay algo que actúa impidiendo abordar las causas, reconstruir una resiliencia medioambiental, nuevos sistemas energéticos y fortalecer el empoderamiento político y social, ese algo es la guerra.
La lenta defunción del viejo orden basado en el petróleo
Esta miopía aún afecta a los círculos oficiales en Iraq, lo que no está muy lejos del fracaso estatal sistémico de Siria. Las autoridades estadounidenses e iraquíes están depositando sus esperanzas en el efímero sueño de convertir el país en un floreciente productor de petróleo, capaz de bombear petróleo a un ritmo que rivalice con su vecina, Arabia Saudí.
Lo cual es, literalmente, una quimera.
En mi nuevo estudio, cito datos sólidos que muestran que la producción convencional de petróleo de Iraq alcanzará su pico dentro de una década, alrededor de 2025, para después declinar. Esto significa que después de 2025, la principal fuente de los ingresos del gobierno central empezará a disminuir a la par.
En tal contexto, será sólo cuestión de tiempo antes de que el Estado –sin haber identificado una nueva fuente de ingresos sostenible- se vea obligado a retractarse. En este escenario, podemos ver cómo el gobierno central será cada vez menos capaz de atender los gastos sociales básicos, extremadamente tensados ya. En una trayectoria normal, el Iraq que conocemos se encamina hacia un fracaso estatal sistémico total hacia aproximadamente 2040.
Este es un pronóstico conservador que, en mi opinión, es probable que se acelere debido a la retroalimentación amplificado existente entre los procesos subyacentes ESD de agotamiento del petróleo convencional, cambio climático, escasez de agua y crisis agrícola; y los procesos HSD de la represión sectaria estatal apoyada por EEUU, la intensificada competición geopolítica y la insurgencia sectaria a largo plazo del Estado Islámico, al Qaida y otros actores.
En resumen, mientras que la perturbación del sistema terrestre va lenta y silenciosamente desentrañando el poder estatal, las respuestas miopes están provocando la desestabilización del sistema humano, dejando un vacío que cada vez llenarán más quienes buscan la autonomía del gobierno central y los extremistas que están en guerra abierta con él.
No es sólo Iraq y Siria quienes se hallan en la senda del fracaso estatal sistémico. Otros países de la región exhiben dinámicas similares.
Yemen
En Yemen, por ejemplo, la producción convencional de petróleo alcanzó su pico en 2001 y ahora está prácticamente colapsada, según datos recientes. En agosto de 2016, las exportaciones netas de petróleo se habían reducido a “un goteo” y así siguen hasta este momento.
El Yemen de después de ese pico del petróleo, al igual que Siria e Iraq, exhibe rasgos de creciente escasez de agua y alimento. La producción eléctrica es intermitente y la escasez de combustible por toda la nación es un problema omnipresente que ha obligado a cerrar las fábricas y a que las compañías extranjeras y organizaciones internacionales suspendan operaciones y retiren capitales y personal.
A medida que se destruyen los medios de subsistencia, la geopolítica del conflicto en marcha, que implica el apoyo de EEUU y Reino Unido a la campaña de bombardeos de Arabia Saudí, más la persistente rebelión de los hutíes, está sirviendo para arrasar lo que quedaba de sociedad civil. Ahora hay doce millones de yemeníes en riesgo de hambruna, y 7,3 millones que ignoran de dónde va a salir su próxima comida.
Esto significa no sólo que la principal fuente de ingresos del Estado está prácticamente agotada, sino que su capacidad para responder a la crisis de un modo que no sea simplemente reactivo a los síntomas ha quedado fatalmente inhibida.
Los Estados del Golfo no están muy lejos de lo expuesto arriba. A nivel colectivo, los principales productores de petróleo podrían tener mucho menos petróleo de lo que afirman en sus libros. Los analistas de Lux Research estiman que las reservas de petróleo de la OPEC pueden haber sido exageradas hasta en un 70%. La consecuencia es que los productores importantes, como Arabia Saudí, podrían tener que enfrentarse a serios retos para mantener los altos niveles de producción a que están acostumbrados en la próxima década.
Un nuevo estudio del Dr. Steven Griffiths, vicepresidente de investigación en el Instituto Masdar para la Ciencia y Tecnología en Abu Dhabi, revisado por sus colegas y publicado en la revista Energy Policy, corrobora estas preocupaciones. El Dr. Griffiths señala que los países de la OPEC en Oriente Medio y el Norte de África en particular pueden haber exagerado la amplitud de sus reservas. Indica la prueba de que “las reservas probadas de Kuwait pueden estar más cerca de los 24.000 millones de barriles [que los 101.000 millones de barriles citados por la OPEC], y que las reservas de Arabia Saudí pueden haberse sobreestimado hasta en un 40%”.
Otro claro ejemplo de exageración se aprecia en las reservas de gas natural. Griffiths sostiene que “la abundancia de recursos no es equivalente a la abundancia de energía explotable”.
Si bien la región tiene cantidades sustanciales de gas natural, las subinversiones debido a los subsidios, los términos de inversión poco atractivos y el “reto de las condiciones de extracción” implica que los productores de Oriente Medio “no sólo son incapaces de monetizar sus reservas para la exportación sino que, además, son fundamentalmente incapaces de utilizar sus reservas para satisfacer las demandas internas de energía”.
Esto es particularmente importante en los Estados del Golfo: “Los países del CCG [Consejo de Cooperación del Golfo], por ejemplo, tienen sustanciales reservas de gas natural asociadas y no asociadas, pero todos los países del CCG, con excepción de Qatar, están enfrentándose en estos momentos a una escasez de suministro de gas natural doméstico”.
Griffiths concluye por tanto que “las reservas probadas de hidrocarburos en la región MENA [siglas en inglés de Oriente Medio y Norte de África] pueden ser engañosas respecto a las perspectivas de autosuficiencia energética regional”.
Amenaza alimentaria
Aunque esto “no implica necesariamente una escasez inminente de petróleo, plantea dudas respecto al pico convencional del petróleo”. Sigue adelante señalando implicaciones potencialmente desestabilizadoras: “Los países MENA que han dependido históricamente de las rentas de sus recursos para apoyar agendas económicas, políticas y sociales, se enfrentan a una serie de riesgos respecto a sus cronogramas reales para poner en marcha las reformas necesarias para unas economías ‘pospetróleo’”.
El agotamiento del petróleo es sólo una dimensión de los procesos ESD en juego. La otra son las consecuencias medioambientales de la explotación del petróleo.
En las tres próximas décadas, incluso si el cambio climático se llega a estabilizar en un aumento medio de 2º Celsius, el Instituto Max Planck prevé que Oriente Medio y el Norte de África tendrán que enfrentar oleadas de calor y tormentas de polvo prolongadas que podrían convertir gran parte de la región en “inhabitable”. Esos procesos podrían destruir gran parte del potencial agrícola de la región.
La Organización Árabe para el Desarrollo Agrícola (AOAD) informa que Oriente Medio está experimentando ya una persistente escasez de productos agrícolas, una brecha que se ha ampliado rápidamente durante las últimas dos décadas. En toda la región, las importaciones de alimentos están ahora por encima de los 25.000 millones de dólares anuales.
Si no se hace nada para abordar estos retos, el período de 2020 a 2030 será testigo de cómo los exportadores de petróleo de Oriente Medio sufren una convergencia sistémica de crisis climática, energética y alimentaria. Estas crisis debilitarán sus capacidades para entregar bienes y servicios a sus poblaciones. Y el proceso de fracaso estatal sistémico que estamos viendo ya en Iraq, Siria y Yemen, se extenderá por toda la región.
 Iraqis displaced from Mosul wait to receive aid at a camp in the Hamam al-Alil area south of the embattled city on 11 March 2017 (AFP)
Modelos rotos
Aunque algunos de estos procesos climáticos están bloqueados, no ocurre así con su impacto en los sistemas humanos. El viejo orden en Oriente Medio está inequívocamente colapsado. No podrá recuperarse nunca.
Pero no es –todavía- demasiado tarde para que Oriente y Occidente vean qué está realmente sucediendo y actúen de inmediato para poner en marcha la transición hacia el inevitable futuro posterior a los combustibles fósiles.
La batalla por Mosul no puede derrotar a la insurgencia, porque es parte de un proceso de desestabilización del sistema humano. Ese proceso no ofrece una vía fundamental que haga frente a los procesos de alteración del sistema terrestre que socavan la tierra bajo nuestros pies.
La única vía significativa de respuesta es empezar a ver la crisis como lo que es, mirar más allá de la dinámica de los síntomas de la misma –el sectarismo, la insurgencia, los combates- y abordar las cuestiones más profundas. Eso requiere pensar el mundo de forma diferente, reorientar nuestros modelos mentales de seguridad y prosperidad de una manera que capte bien la forma en que las sociedades humanas forman parte de los sistemas medioambientales para responder en consecuencia.
Quizá en ese momento podamos entender que estamos combatiendo una guerra equivocada y que el resultado es que nadie va a poder ganarla.
A medida que el viejo orden del petróleo en el Oriente Medio se derrumbe en los próximos años y décadas, los gobiernos, la sociedad civil, las empresas y los inversores tienen una oportunidad de construir estructuras fundamentales de combustibles posfósiles que puedan allanar el camino para nuevas formas de resiliencia ecológica y prosperidad económica.

Nafeez Ahmed es un periodista de investigación, experto en cuestiones de seguridad internacional, que trata de rastrear y profundizar en lo que denomina “crisis de la civilización”. Ha ganado el premio Project Censored Award for Outstanding Investigative Journalism por su informe en The Guardian sobre la intersección de la crisis global ecológica, energética y económica con la geopolítica regional y los conflictos. Ha escrito también para The Independent, Sydney Morning Herald, The Age, The Scotsman, Foreign Policy, The Atlantic, Quartz, Prospect, New Statesman, le Monde Diplomatique, New Internacionalist, etc. Sus trabajos sobre las causas fundamentales y las operaciones encubiertas vinculadas con el terrorismo internacional se tuvieron en cuenta en la Comisión del 11-S y en la Investigación Forense del 7 de julio [atentados de Londres].
Fuente: http://www.middleeasteye.net/essays/after-mosul-coming-break-iraq-and-end-middle-east-1887306183
 Traducido del inglés para Rebelión por Loles Oliván y Sinfo Fernández.

miércoles, 26 de abril de 2017

El historiador israelí Ilan Pappé dice que "Israel no ofrece un verdadero Estado palestino"

De visita por primera vez en Buenos Aires para dar varias charlas, una de ellas este sábado en la embajada palestina, el pensador indicó que Israel "creó un proceso de paz que no lleva a ningún lado".

Por María Laura Carpineta


El historiador Ilan Pappé vivió casi toda su vida en Israel, conoce "el ADN de la política y la sociedad" de ese país y es una de las voces más criticas en el conflicto con Palestina. En una entrevista con Télam, advirtió hoy que "Israel no ofrece un verdadero Estado palestino" y que "creó un proceso de paz que no lleva a ningún lado".

De visita por primera vez en Buenos Aires para dar varias charlas, una de ellas mañana sábado en la embajada palestina a las 17, el autor de una de las obras que más marcó el polarizado y siempre tenso debate sobre el conflicto israelí-palestino -La limpieza étnica de Palestina- ofreció un análisis histórico de la ocupación israelí de los territorios palestinos a sólo meses de su 50 aniversario.
"El gobierno de Israel en 1967 y los sucesivos gobiernos israelíes consensuaron tres puntos: primero, Israel no puede existir si no controla directa o indirectamente Cisjordania; segundo, no se puede expulsar a los palestinos de Cisjordania y de la Franja de Gaza, como se hizo en (el territorio actual de Israel en) 1948; y tercero, no se les puede dar ciudadanía a esos palestinos porque si no los judíos no van a ser mayoría y, entonces, no van a poder decir que defienden un Estado democrático judío", explicó el historiador.
"Ellos crearon su propio problema: quieren el territorio, deciden no expulsar a la gente ni darles ciudadanía ni derechos", agregó el historiador, de 62 años, quien perdió su trabajo y tuvo que abandonar su país en 2007, luego de apoyar públicamente el boicot académico y económico contra su universidad y el estado en general, en reclamo del fin de la ocupación.

Pappé, hijo de alemanes que escaparon del nazismo en los años 30 y nacido en la ciudad israelí de Haifa, vive actualmente en el Reino Unido y es profesor de la Universidad de Exeter.

El propio primer ministro Benjamin Netanyahu confirmó parcialmente las palabras de Pappé cuando visitó recientemente la Casa Blanca para su primera visita oficial con el presidente Donald Trump y afirmó que "en cualquier acuerdo de paz, Israel debe mantener un control de la seguridad dominante sobre toda la zona al oeste del río Jordan".
Al oeste del río Jordan, lo único que divide a Israel es el territorio palestino de Cisjordania.
Según Netanyahu, Israel necesita mantener ese control porque "si no otro estado islamista radical y terrorista se instalará en las zonas palestinas, que hará explotar la paz y a Medio Oriente", en referencia a la victoria en las urnas del movimiento islamista Hamas en la Franja de Gaza, tras la retirada de la colonias israelíes de ese territorio.

Pappé rechazó estos argumentos securitarios y eligió concentrarse en las consecuencias de los tres consensos que, dice, sustentan hoy la ocupación: "crearon una mega prisión, en la que millones de personas no tienen derechos plenos ni derechos civiles básicos, y crearon un proceso de paz que no lleva a ningún lado porque en realidad el proceso de paz busca ganar tiempo para que los israelíes construyan una nueva realidad en el territorio".
Por ejemplo, explicó, alrededor de medio millón de colonos israelíes viven hoy en los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén este.
Para el historiador, la ocupación israelí ha oscilado a lo largo de las décadas entre dos modelos de lo que él llama la mega prisión.
"La abierta, la liberal, en la que los palestinos tienen permitido ir a trabajar a Israel y circular sin problemas. Los palestinos reciben ese premio, si se comportan bien. Si no cuestionan a Israel, reciben estos beneficios". explicó.
"En cambio si resisten, -continuó- como lo hicieron en las intifadas (levantamientos populares palestinos), entonces reciben el otro modelo, una mega prisión de máxima seguridad, en la que hay castigos colectivos, demoliciones de casas, arrestos sin juicios, represión y las ofensivas militares contra la Franja de Gaza".
La conclusión de esta dinámica, para el historiador, es unívoca.

"Según la visión de Israel, lo mejor que los palestinos pueden conseguir es una mega prisión abierta, en la que tienen permitido trabajar en Israel, moverse sin problemas, pero en la que nunca tendrán derechos plenos ni una ciudadanía real", aseguró.
Pappé sostuvo que esa misma conclusión le cabe al último proceso de paz, reivindicado por Israel, Estados Unidos y gran parte de la comunidad internacional como exitoso.
"Al contrario de lo que muchos recuerdan, el proceso de paz de Oslo no propuso la creación de un Estado palestino, sino apenas una transición. En otras palabras, propuso la versión light de la mega prisión israelí, nada más. Por eso creo que la segunda intifada que vino después fue provocada por la ira que generó entre muchos palestinos entender que eso era lo mejor que podían conseguir", explicó el historiador.
Israel -tanto la dirigencia política como la mayoría de la sociedad- interpretó de otra manera el fracaso del proceso de paz de Oslo. De hecho, el momento que para ellos marcó el fin de los esfuerzos diplomáticos fue el inicio de la segunda intifada y, por ende, consideran que la responsabilidad de romper el diálogo fue de los palestinos por haber elegido la violencia.
De hecho, pese a que la mayoría de los puntos acordados en el proceso de Oslo ya no son respetados, los sucesivos gobiernos israelíes siguen citando ese texto como base para defender la solución de dos Estados, la propuesta diplomática que la ONU y la mayoría de la comunidad internacional propone para terminar de una vez y por todas el conflicto israelí-palestino.
Por eso, Argentina, como más de cien países, reconoció hace unos años la existencia de un Estado palestino sobre las fronteras previas a la guerra de 1967, que inauguró la ocupación militar israelí en los territorios de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén este.
Pappé apoya este tipo de reconocimientos porque cree que le da aire al reclamo palestino, pero advierte que Israel está deformando el concepto de Estado cuando habla de una solución de dos Estados.
"Israel no propone crear un verdadero Estado palestino. Le pueden llamar Estado, pero en ningún libro de texto se define como Estado lo que propone. Israel quiere que Palestina no tenga un Ejército, no tenga contigüidad territorial y quiere reservarse el derecho a controlar la seguridad de la zona, es decir, las entradas y las salidas. En resumen, -concluyó el historiador- quiere una prisión". 
Fuente: telam.com.ar