sábado, 29 de julio de 2023

El resurgimiento de Eurasia lidera la transición a un nuevo mapa de poder mundial

Martín A. Martinelli.

Imagen: Mapa del continente asiático fechado en 1650 y elaborado por el cartógrafo Nicolas Sanson. CREATIVE COMMONS.

01 de julio 2023.

Texto completo publicado en esta Revista 

https://www.revistas.usach.cl/ojs/index.php/ideas/article/view/5808

El resurgimiento de Eurasia modifica el escenario y grafica la transición hacia un nuevo mapa de poder mundial. Ejemplo de ello es la Nueva Ruta de la Seda. Esto se desenvuelve en consonancia con el declive hegemónico estadounidense a largo plazo y la crisis de Europa; en esa competencia surgen debates sobre si se trata de potencias imperialistas o no. Tales planteamientos servirán para poder precisar algunas cuestiones respecto de la inserción en esta nueva coyuntura de nuestra región de Sudamérica y el Medio Oriente. La dinámica de competencia hegemónica repercute en los cambios a nivel mundial, mientras la gran crisis sistémica actual se observa en una guerra híbrida, marcada por un desplazamiento geopolítico y una transición respecto de las placas tectónicas. La reconfiguración del mapa de poder mundial, entre un mundo unipolar y otro multipolar, no exento de conflictividad, genera a nuestra región una posibilidad de realinearse.


Introducción

Analizaremos desde una perspectiva de nuestra región de América Latina cómo se pergeña un nuevo mapa de poder mundial. Entre los aspectos que abordaremos se encuentra el resurgimiento de Eurasia, encabezado por una asociación estratégica liderada por China y Rusia, que también incluye a la India e involucra en diferentes niveles a potencias de segundo orden como Turquía, Irán o Arabia Saudita.

Las potencias manufactureras o con yacimientos de materias primas neurálgicas están aumentando su nivel de asociación y por ende un fortalecimiento regional frente a las demás potencias y organizaciones como la denominada tríada (Prashad, 2023): Estados Unidos, Europa occidental y Japón. Tal situación gravita en una crisis sistémica, la cual gira en torno a un rediseño de las estructuras de poder mundial, cuyo nuevo orden multipolar desafía los parámetros de otro de carácter más unipolar.

La encrucijada histórica y geográfica actual asume como principales escenarios el ascenso de Eurasia y un declive relativo euroamericano.

Al mismo tiempo, aumenta la desigualdad a nivel mundial. Por lo tanto, diferentes doctrinas y posturas se plantean en la disputa del poder hegemónico, cuyos principales poderes se erigen en la República Popular China y Estados Unidos con un rol diferente respecto de su incidencia mundial.

En las últimas tres décadas, la potencia norteamericana viene ejerciendo un papel de liderazgo más intervencionista en las políticas de los países, con una serie de intervenciones militares en la región denominada “Medio Oriente ampliado”, desde Afganistán a Libia. Mientras que China ejerce otro tipo de intervención en el aspecto de mayor dependencia geoeconómica desde la instauración de la Nueva Ruta de la Seda en 2013 (Zhang, 2018), a una intermediación en el conflicto saudí-iraní para su resolución.

En el presente año 2023 se cumplen dos siglos de la doctrina Monroe de 1823 —“América para los estadounidenses”—, esto es para América Latina (Nuestramérica). Por diferentes motivos, casi coincide en el tiempo con los procesos emancipatorios de la misma región. Entretanto, se desplegó la maquinaria militar más grande creada y aumentada por dicha potencia desde 1945. En los últimos treinta años, posterior a la implosión soviética, el país norteamericano ha pretendido ejercer una unipolaridad, el Proyecto del Nuevo Siglo Americano (PNAC en inglés). Entre esos dos ejes, el de la unipolaridad y el de la multipolaridad se encuentra el nuevo mapa mundial que por ende modifica la situación de nuestra región y el Medio Oriente.

Nuestra metodología consistirá en analizar el paradigma de la competencia entre Estados Unidos y China, con sus diferentes modelos y proyectos de asociación. Además, evaluaremos si se trata de potencias imperialistas. Esto está contextualizado por una crisis sistémica, de transición a un mundo donde Eurasia resurge como forma de análisis, y de un protagonismo mayor de los océanos Índico y Pacífico. La disputa varía según las áreas estratégicas y cercanía a las potencias en cuestión. Para ello, del plano general nos acercaremos a situaciones específicas como Argentina e Irán.

El resurgimiento de Eurasia

La Revolución de 1917 es un parteaguas, un evento que incidió y modificó el escenario de todo el siglo XX. Treinta y dos años después, en 1949, estalló la Revolución China, ambos intentos de establecer, con el correr de los años, impulsos de tipos socialistas o comunistas. Al mismo tiempo, industrializaron sociedades de cuantía demográfica y territorial. Por el poder simbólico que irradiaron, también impulsaron de alguna manera a una modificación en los países capitalistas e imperialistas para mostrar un modo de producción capitalista “con rostro más humano”, brindando algunos beneficios a los trabajadores.

Después de 1945, el equilibrio de poder en el mundo ha mutado en varios sentidos. Ello se refleja en los cambios en las líneas de las fronteras estatales que trajo la descolonización de Asia y África, siendo uno de los procesos más gravitantes de los últimos cien años (Arrighi, 2007: 1). Mientras, a finales del siglo XX se produjo la descomposición, más o menos inducida según el caso, de la Unión Soviética, Yugoslavia, o la separación y vuelta a unirse de Alemania, por dar algunos ejem plos. En el caso del gigante asiático se gestaría la base que posteriormente deparará en el crecimien to chino hacia su interior, con un alcance a niveles de una de las mayores potencias del siglo XXI. Como explica la historiadora china Lin Chun:

¿Qué es China? ¿Qué significa zhongguo o el “Reino Medio”? […] la (auto) identidad de China es intrínsecamente plural y siempre está en movimiento. Esto es especialmente cierto en lo que toca a su historia más reciente, una historia de experiencias revolucionarias y de desarrollo enormemente complejas que ha vivido un pueblo multiétnico, multirregional y multifacético, y que ha transformado a una de las civilizaciones o Estados más antiguos y de mayores dimensiones del mundo. (Lin, 2015: 15)

Este país, de dimensiones continentales en di- versos aspectos, no se ajusta a los parámetros habituales de Imperio o Estado-nación por sus características, y ha ido ampliando su esfera de influencia, incorporando integrantes en las diferentes organizaciones. Tal carácter regional adquiere un matiz planetario, como el BRICS+: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (y otros a incorporarse) o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS): China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikis tán, Pakistán, India e Irán.

Dicho fenómeno, en pleno desenvolvimiento, lleva ya varias décadas, aunque no es algo novedoso en la historia china. La región de China y la India han sido potencias geoeconómicas (Madi- son, 2004) hasta la irrupción de industrial europea y el debilitamiento a partir (entre otras causas) de las invasiones por las guerras del opio iniciadas en 1839, propiciadas por Inglaterra; la segunda, donde se implicó Francia desde 1856, y otra por el imperio del Japón en 1931, en el caso chino. Mientras que India —más los actuales Pakistán, Birmania y Bangladesh— sufrieron la colonización británica durante casi un siglo, desde 1858-1947.

Asia oriental es una región preponderante para en la economía mundial durante más de dos mil años, hasta el siglo XVI, XVII o incluso el XVIII. A finales de la Segunda Guerra Mundial, China se transformó en el país más pobre del mundo, Japón fue ocupado militarmente y los países de la región luchaban contra el dominio colonial o estaban afectados por la Guerra Fría (Arrighi, 2007: 14).

Aunque esa historia no explica la situación actual, ello responde a las transformaciones sociales del último siglo, más allá de la concepción china y de su planificación a largo plazo (Martinelli, 2022a).

China mantuvo una tradición no expansionista. Se diferencia de los grandes Estados europeos, por no colonizar; de un Japón previo a la Segunda Guerra Mundial, sin guerrear contra sus vecinos; de los Estados Unidos, por no detentar bases militares en todo el mundo ni enviar su ejército; o de la Unión Soviética, por no ejecutar una carrera armamentista con la otra “superpotencia” mundial, ni instaurar gobiernos afines en países cercanos (Schweickart, 2011 citado en Lin, 2015).

China atravesó dos etapas distintas y está entrando en una tercera. Entre 1977 y 1995, inicia una ruptura manifestada en frases tales como “reforma y apertura”, “economía socialista de mercado” y “construir un socialismo altamente civilizado, altamente democrático”. O sea, imple- mentar mecanismos de mercado, capacidades de gestión y tecnología del mundo capitalista para sus propios propósitos socialistas (Lin, 2009). El capitalismo allí está presente pero no somete a todos los factores de la economía. La nueva clase burguesa no controla el aparato estatal.

Sin embargo, la transición socialista se debilitó y predomina un status intermedio. A diferencia de Europa oriental y Rusia transitaron directo hacia el capitalismo hace tres décadas. En China coexisten sistemas en transición (Katz, 2021b); sin embargo, la particularidad es cómo durante ese lapso asciende el nivel de vida para la mayoría china al sacar de la pobreza a 400 millones de personas, financiado por el Estado con una amplia participación desde abajo (Lin, 2009).

China genera debates en torno a que, si su sociedad encarna el capitalismo y/o socialismo o comunismo, por varios motivos: su autopercepción de un socialismo con características chinas, la dirección del Partido Comunista Chino —el más populoso del mundo, con más de 90 millones de partidarios y cien años de existencia— (Guigue, 2018), mientras una parte de la economía china, en sectores estratégicos está en manos estatales como la energía. Las posiciones al respecto varían: entre Au Loong Yu (2010), para quien es un capita lismo burocrático diferenciado, y Lin Chun (2009, 2015), quien se opone al decir que es una restauración capitalista inconclusa dado que infiere la importancia de las luchas sociales al interior de ese país, cuyo legado socialista mantiene cierta influencia.

La expansión inédita China es un caso de desarrollo desigual y combinado. El modelo se erige sobre las bases de un país socialista, (1) al que agrega un complemento mercantil y la implementación de medidas capitalistas que se retroalimen taron con el proceso de la globalización. Aunque con una retención local del excedente durante un período, la falta de neoliberalismo y financiarización en China se contrapuso a la incidencia del capitalismo que generó sobreinversión y exceden- tes a descargar en el exterior (Katz, 2021a), visto en parte de la Nueva Ruta de la Seda (Figura 1).

Figura 1. Mapa la Nueva Ruta de la Seda, año 2015

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Fuene/source: https://www.merics.org/en/tracker/mapping-belt-and-road-initiative-where-we-stand

La reposesión de Hong Kong en el año 1997 y Macao en 1999 como “regiones administrativas especiales” contextualizó en China una transformación sustancial del mercado mundial desde alrededor del año 2000; antes su impacto era en términos de venta de bienes, pero no de préstamo de dinero a países para el desarrollo. David Harvey (2022) no lo considera imperialismo, pero sí un proceso dentro del modo de producción capitalista, de la producción y ajuste del espacio. Por lo tanto, la política exterior china se amplió en lo geoeconómico y lo geopolítico a nivel mundial y eso acarrea nuevas situaciones con los países de distinto nivel de per juicio o beneficio.

China y la URSS se diferencian en tanto el primero parte de una situación más periférica a mediados del siglo XX, con una gran tasa de anal fabetismo, baja esperanza de vida de 44 años y la mitad del producto bruto de África. O sea, son ocho décadas de crecimiento a altas tasas, con un mayor ascenso en los últimos cuatro decenios, y un posicionamiento como potencia en los recientes dos. Partir de ese nivel periférico junto con su órbita de influencia —con la que también tiene roces por cuestiones limítrofes—, demuestra el resurgimiento de Eurasia visto en la infraestructura que la atraviesa.

A diferencia de los anteriores casos donde un competidor copia la tecnología del otro en la industrialización (como Francia y Alemania de Inglaterra), China posee la mayoría de las ventajas de generar su desarrollo acoplado al de su actual competidor. China no vuelve a un lugar en la histo ria mítica que le correspondería, como un destino manifiesto, sino que se trata de los desarrollos de tres cuartos de siglo, los cuales la reposicionan, en un hecho inédito, de la periferia al centro.

Prosiguió con una acumulación y retención del excedente y un crecimiento de más del 10% anual, lo cual requirió, hace una década, de un vuelco hacia el exterior junto con su sobreproducción.

Se ejemplifica en el caso de la producción del cemento, mucho mayor a la de Estados Unidos en parte de su historia. Tal crecimiento endógeno, por las características de su población y el mayor desarrollo de la zona costera, se intenta plasmar hacia el interior de China, así como también a los demás países de la región, para consolidar la idea de Eurasia.

No obstante, expande su geoeconomía a las demás regiones como América Latina y África (política de los tres anillos). Por ahora no envía tropas o mantiene bases militares diseminadas por esas regiones (solo Yibouti en el cuerno de África). Mas su propagación genera disputas de poder mundial y en cada región en particular. La asociación estratégica entre Rusia y China trata de ser frenada mediante una guerra híbrida que también intenta bloquear las conexiones de las rutas de la seda. Es la mayor reorganización espacio temporal de Eurasia desde Genghis Khan (Martinelli, 2023).

La integración euroasiática y América Latina

La inminente incorporación de Argentina e Irán a los BRICS+ demuestra un acercamiento geoestratégico, geoeconómico y geopolítico. Implica la conformación de una faja de cuatro continentes que excluye la tríada: Europa occidental, Japón y Estados Unidos. Entre los siete países totalizarían 3.336 millones de personas, casi la mitad del mundo.

Una alianza de tal magnitud refleja que los desplazamientos geoeconómicos y tectónicos implican un rebalanceo hegemónico del sistema capitalista. Aumentaron desde la crisis capitalista del 2008, luego con el anuncio de la BRI de 2013. Se les adiciona el tratado entre Irán y China, su incorporación a la OCS o la integración de Argentina a la Nueva Ruta de la Seda (NRS). Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los cuales tanto Irán como Argentina han pedido sumarse, es algo que corrobora un panorama en constante transformación.

Una cuestión central es la asiatización de la economía. Si bien es un desarrollo progresivo, en este último período se ha acentuado y acelerado la reconfiguración del orden mundial y del tablero geopolítico. Contemporáneos al momento unipolar, comienza la asociación de los cinco de Shanghái, China, Rusia y tres repúblicas exsoviéticas: Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán. Es así que la OCS reúne a cuatro potencias nucleares (la mitad de los Estados nucleares del mundo): China, Rusia, India y Pakistán (Figura 2).

Figura 2. Mapa de la Organización de Cooperación de Shangái

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Fuente/source: https://es.wikipedia.org/wiki/Organizaci%C3%B3n_de_Cooperaci%C3%B3n_de_ Shangh%C3%A1i

Los Estados miembros de la OCS representan aproximadamente una cuarta parte del PIB mundial y alrededor del 44% de la población mundial. Ocupan 60% de Eurasia y un cuarto de la extensión territorial del mundo. Por ejemplo, Pakistán, con 230 millones de habitantes, está sumergido en una crisis sociopolítica y económica, y se acerca cada vez más a China y Rusia, y la OCS. Así se aleja de la órbita de Washington a la que estuvo sometido durante largo tiempo. Asimismo, adquiere relevancia por ser uno de los corredores eco- nómicos de la NRS; se conecta la zona de China, la región autónoma y menos poblada de Xinjiang entre otras, en la estrategia del gigante asiático de expandirse sobre todo su territorio.

En un primer momento y desde esa zona del oeste llega hasta el puerto de Gwadar, para de esa manera evitar llevar sus mercancías, así como recibir materias primas utilizando el estrecho de Malaca (Martinelli, 2022a). Un lugar neurálgico que Estados Unidos podría bloquear marítimamente (su marina está desplegada a través del mundo), en caso de que hubiese una confrontación más acen tuada con China. Una región, en la que, junto con Afganistán e Irán, e incluso con la India, asciende en su jerarquía geoestratégica en la cercanía con Medio Oriente y las potencias productoras de petróleo o el caso del tránsito de hidrocarburos como es el caso del estrecho de Ormuz.

El declive hegemónico estadounidense no es a corto plazo, sino que lleva varias décadas. Algo evidente en el porcentaje de productos manufacturados del mundo que en setenta años descendió de la mitad al entre 18 y 19%. No obstante, desplegar menor poder (Monereo, 2022) no significa una caída precipitada y no implica dejar de ser la potencia hegemónica. Varias aristas así lo demuestran, sobre todo en lo político-militar, más allá del empantanamiento en Asia (Red Roja, 2016).

Uno de los ejes que demuestra la mayor consolidación del eje sino-ruso es la OCS. Es el mayor bloque regional del mundo, abarca casi la mitad de la población mundial y más del 30% del PIB global. La conforman Rusia, China, la India, Pakistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kazajstán, a los cuales se sumarán Irán y Bielorrusia. El grupo se complementa con el BRICS+, a los cuales se les adherirán inminentemente Argentina e Irán.

Dichos organismos se integran con otros como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP en sus siglas en inglés, liderada por el gigante asiático) y otros países como Australia, Indonesia, Corea del Sur, Vietnam o Japón. Estos grupos consolidan una relación geográfica de asociación que los fortalece frente a las sanciones unilaterales    de tipo económico, como las impulsadas contra Irán, Rusia o Venezuela, o las retenciones de las reservas en oro de varios países como Afganistán o Rusia.

Argentina e Irán y su incorporación a los BRICS+

Las naciones del BRICS+ en su conjunto represen- tan el 22% de la superficie continental, el 42% de la población mundial, el 24% del Producto Bruto Interno (PBI) global y contribuyen con el 16% de las exportaciones y el 15% de las importaciones mundiales de bienes y servicios. La inminente incorporación de Argentina e Irán a los BRICS+ implica una nueva pieza del rompecabezas geoestratégico, geoeconómico y geopolítico. Las relaciones tanto culturales, económicas e incluso en tecnología, incluyendo la energía nuclear, serán favorecidas por sus incorporaciones en este proyecto multipolar. En estas nuevas dinámicas globales, Irán es también miembro de la Organización para la Cooperación de Shanghái (firmó un tratado de 25 años con China en 2021) y Argentina de la Ruta de la Seda.

La candidatura de Irán y la aceptación del ingreso de Argentina a los BRICS+ (2009-continúa), se gestan en la transición hacia un orden mundial multipolar. Los cambios hegemónicos desobedecen más que nada la demonización de la cultura y la política iraní, víctima de los estereotipos generados sobre un país y sobre la región. Ello se manifiesta en al menos dos aspectos: en el control sobre el plan nuclear iraní y en las “sanciones económicas” consideradas ilegales según el derecho internacional que lo condicionan.

Argentina e Irán, tanto en la cooperación sur-sur como en el peso específico que adquieren al ser considerados subpotencias (así como otros países con esa condición) contribuyen a la nueva configuración del escenario global. Una política sostenida en un belicismo estructural frente a un despliegue geoeconómico.

A estos efectos el pacto y el desarrollo nuclear de Irán cobra gran importancia. Junto con el país sudamericano pueden acercarse a través del marco de los BRICS+. A eso se le suman los nuevos organismos multilaterales que vendrían a socavar el poder hegemónico de aquellos entes internacionales fomentados desde y por Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial y Bretton Woods, como el FMI, Banco Mundial y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN 1949-continúa).

Consideraciones sobre Estados Unidos, China y el imperialismo

La historia anterior a estos siglos de desarrollo del capitalismo industrial desde 1760 y mercantil hace cinco siglos, muestra un ascenso en diferentes lugares de Europa de los ciclos sistémicos de acumulación de Génova, Holanda, Reino Unido, Esta- dos Unidos —un hegemón relativamente reciente a nivel histórico— que ahora se estaría trasladando a China (Arrighi, 2007). La centralidad a nivel mundial de Europa o Estados Unidos, el llamado occidente, varía según las posturas entre dos a cinco siglos.

Las fases de la expansión capitalista no se definen por la potencia que desenvuelve su hegemonía (la hegemonía británica o la hegemonía estadounidense). La hegemonía resulta relativa y provisoria. Es preferible interpretar los parámetros que precisan las pretensiones a la hegemonía más que a su ejercicio y a las estrategias de los aspirantes a tal supremacía (Amin, 2004).

EEUU desde 1798 hasta la actualidad ha participado en cerca de 400 intervenciones militares alrededor del mundo y eso se ha incrementado en las últimas tres décadas donde ha llegado hasta cien, con una diversidad de alcance e intensidad de las mismas que se ha extendido por casi todo el mundo. Ello denota sus políticas belicistas, arti- culadas con el capitalismo. Explica la pretensión en el liderazgo de un imperialismo dominante y colectivo, donde dirige a Japón o Alemania, o demuestra su poderío bélico o de sanciones, hasta en el caso de Rusia. O sea que el despliegue de las flotas funciona demostración de su poder, usado incluso con quienes fueron sus aliados hasta poco tiempo atrás, como en los casos de Iraq, Irán o Afganistán (Martinelli, 2022b).

La OTAN surgió, más bien se consolidó, en un contexto de carrera armamentística, espacial y nuclear, e ideológica, con sus oponentes: la Unión Soviética y sus aliados. En 1999, la OTAN (sobre- viviente a su opuesto Pacto de Varsovia, de 1955- 1991) destruye y disecciona Yugoslavia convirtiéndola en seis países: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Eslovenia (más Kosovo). Como las guerras mundiales, parte de la Guerra Fría, o la crisis Ucrania-Rusia-OTAN, ocurrida en la propia Europa, devienen una “balcanización”; incluso ahora se habla de yugoslavización (Armanian, 2022), el “divide y reinarás”. Durante ese cambio de siglo, en 2001 emerge la OCS, la alianza China-Rusia (y con el acople de Irán), temida por el país anglosajón según advirtió un geoestratega estadounidense:

El escenario potencialmente más peligroso sería el de una gran coalición entre China, Rusia y quizás Irán, una coalición “antihegemónica” unida no por una ideología sino por agravios complementarios. Recordaría, por su escala y por su alcance, a la amenaza que planteó, en determinado momento, el bloque sino-soviético, aunque esta vez China sería probablemente el líder y Rusia el seguidor. Evitar esta contingencia, por más remota que pueda ser, requerirá un despliegue simultáneo de habilidad estratégica estadounidense en los perímetros occidental, oriental y sur de Eurasia. (Brzezinksi: 2016, 63)

Seis meses después invaden, en una pretensión de recolonizar la región: llegar a esas potencias en Afganistán en 2001, nuevamente Iraq (en 1991, ahora 2003) y rodear a Irán. Los dos primeros su- fren cuatro décadas de guerras casi ininterrumpidas de variada índole, en el corazón de Eurasia (el Heartland) (Mackinder, 2010).

Esta organización militar, actualmente, está en expansión (30 países) bajo las prerrogativas de la anglósfera. En la expansión de la OTAN y de cerca- miento a Irán, China y Rusia, ingresan en: 2002, Lituania, Letonia y Estonia, hasta 1991 integrantes de la URSS; en 2004, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia; en 2009, Albania y Croacia; en 2017, Montenegro; en 2020, Macedonia del Norte y en 2023, Finlandia. De los 30 países de la OTAN, 14 son países de la ex URSS. Esto se realizó incumpliendo las promesas de Estados Unidos de no expandir la OTAN más allá de Alemania Oriental. A estos se suman los aliados más directos como Japón, Canadá, Australia, Corea del Sur, Israel, entre otros (Figura 3).

Figura 3. Expansión de la OTAN hacia el este

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Fuente/source: https://vaventura.com/divulgacion/geopolitica/la-dimension-geopolitica-la-crisis-ucrania

La noción de imperialismo difiere de la de imperio, y, por lo tanto, no podemos adjudicarlo a un país expansivo o que disputa sus fronteras, ya que existen más conflictos fronterizos que en países imperialistas, como fue Brasil en su conformación hace dos siglos. Ese caso, si puede denominarse como imperio, más discutible es llamarlo imperialismo, dado que, entre otros aspectos, no lo hizo fuera de su región y no tiene una lógica de dominio mundial.

El sociólogo ucraniano Ischenko (2022) considera imperialismo usar el poder y la fuerza, incluida la invasión y la fuerza militar, para obtener recursos económicos. Eso es crucial para el uso de tal noción, pero debe ampliarse y matizarse. Existe una serie de salvedades y diferenciaciones en el carácter actual del neoimperialismo (Martinelli, 2022a) ya que usar el concepto indefinidamente no aclara el escenario actual. Sí es claro que una condición central es ser un país capitalista, pero no la única.

El nuevo imperialismo se resume en los monopolios de producción y circulación, del capital financiero, del dólar estadounidense y la propiedad intelectual, y de la alianza oligárquica internacional que facilita la base económica para la política monetaria y las amenazas bélicas que la sostienen, siendo este último punto la esencia económica y la tendencia general (Enfu y Baolin, 2021). El imperialismo es una política de dominación desplegada por los poderosos del planeta a través de sus Estados.

Debemos diferenciar entre ser una potencia nuclear o a nivel del ejército, o una potencia económica capitalista o con rasgos capitalistas, de ser un país imperialista. Ya sea por tener resabios de esa política fuera de sus fronteras, es decir  Francia y Reino Unido que son alterimperialistas (Katz, 2021a), porque se alían con Estados Unidos en la OTAN, más allá de algunas discrepancias, y se incorporan a la estructura imperialista.

Estados Unidos construyó diferentes enemigos a lo largo de su historia (Martinelli, 2020). Ya se preocupaba por el ascenso chino, sus condiciones militares y cómo ese crecimiento sería distinto al anterior de un Japón que pudo frenar (Arrighi, 2007). Se muestra como potencia agresora, tanto por los círculos de contención que busca incrementar al organizar el AUKUS (Figura 4) junto con Australia, Reino Unido y el QUAD, el cuadrilátero, liderando a Japón, Corea del Sur e India, para incentivar a sus aliados de la región a presionar la injerencia china hacia el Índico en lo que se denomina el Collar de Perlas. Otros lugares de tensión son el mar Meridional de la China (su zona de influencia inmediata) y sobre todo la cuestión de Taiwán, considerada por el gigante asiático como parte de su territorio: la política de “Una sola China”.

Figura 4. Mapa del AUKUS

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Fuente/source: https://www.geostrategy.org.uk/app/uploads/2023/03/AUKUS-Map-1.svg

Un cambio de paradigma en las relaciones entre Estados Unidos y China se produjo a partir de la crisis financiera de 2008 (Watkins, 2019: 13). El ascenso económico chino implica una disputa con Estados Unidos en el terreno comercial, de mercados, en lo tecnológico y de influencia planetaria. Su crecimiento industrial y económico no comporta un liderazgo mundial de imperialismo, porque también transfiere valor excedente al bloque imperialista (Roberts, 2022) y difiere en el uso de la fuerza, la coerción o la influencia.

China no ensaya el imperialismo, desenvuelve una lógica geopolítica del poder agudo (Sharp power), diferente tipo de injerencia al de las fuerzas  solo diplomáticas (soft power), o estadounidense de respuestas bélicas duras (hard power) e interferencia política. Su trascendencia económica no se refleja de igual manera en la esfera geopolítico-mi- litar que delimita el proceder imperial (Martinelli, 2022a). Si bien dista de ser un país periférico o semiperiférico, es una potencia central de expansión y exportación de capitales, inversiones masivas en los demás continentes y en áreas de su influencia regional.

Esto conlleva el despliegue de sus empresas constructoras para erigir una infraestructura que permita transportar las materias primas y exportar productos manufacturados. Estados Unidos, en cambio, impulsa sanciones unilaterales, posee siete comandos geográficos, numerosas bases militares (unas 750), unas cien intervenciones militares en los últimos 30 años, un belicismo estructural como mayor exportador y presupuesto militar, bases rodeando a los principales competidores hegemónicos y bloqueando otros aliados pero competidores capitalistas, y la sumisión de los principales derrota- dos en la IIGM Japón y Alemania, que luego resurgieron como potencias (Figura 5).

Figura 5. Mapa del imperio estadounidense más flotas en China y Rusia

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Fuente/source: https://www.limesonline.com/carta-impero-americano-flotte-usa-cina-russia/120430

El máximo inversor armamentístico está ligado con Corea del Sur, Australia, Japón, Reino Unido e Israel, Italia y Alemania en otros niveles y Francia en menor medida (este con Reino Unido continúa con métodos neocolonialistas y neoimperalistas en  África). Promueve en su complejo militar-industrial cuya inversión se dispara aún más al considerar su población, cercana al 5% del total mundial.

Además, dadas las discusiones actuales sobre el poderío y uso del armamento nuclear, es el único país que arrojó dos bombas atómicas sobre población civil, Hiroshima y Nagasaki en Japón, año 1945.

Ejerce la dominación sin ningún tipo de oposición real en su propio continente por su relación con México. Canadá es un aliado, y ni Brasil, Argentina o Colombia (donde está su mayor base de control a Sudamérica y la mayor reserva petrolífera del mundo comprobada en Venezuela), los más poblados, son considerados enemigos. Esto lo diferencia del formato que pudiesen emplear Rusia o China en la actualidad, Reino Unido, Francia, Japón y Alemania como precedentes y hasta imperialismos coetáneos. Rusia si bien posee una postura bélica, regional hasta ahora, no sería lo correcto hablar de imperialismo por características de la gravitación de su economía a nivel mundial (Piqueras, 2022), aunque esto también genera debates.

Existe un imperialismo colectivo que domina EEUU, al cual se acopla la OTAN, y se añaden las más recientes AUKUS y el QUAD. Eso se complementa con una división geoestratégica del mundo para expandir su influencia y control. Consiste en las siete flotas y los comandos de Estados Unidos: norte (Norteamérica), sur de Estados Unidos (Sudamérica), central (Medio Oriente ampliado), Mando Europeo del Pacífico (área Indo-Pacífico), Mando África, y otros cuatro funcionales: Estratégico, de Operaciones Especiales, de Transporte y Cibernético. Por eso se habla de las potencias  talasocráticas frente a las telurocráticas.

Gran parte de los medios hegemónicos de los  países latinoamericanos repiten el libreto de que la globalización entrelaza a la economía de los países. Sin embargo, desde el 2001 a esta parte, el imperialismo ha generado consecuencias catastró- ficas más de 900 mil muertos, 37 millones de refugiados, un gasto frenético de 8 billones de dólares, en la denominada “guerra contra el terrorismo” según Brown University (Costs of War Project, 2022). Una guerra contra una serie de países específicos, incorporando el apoyo de más países, como en el discurso de Bush, donde manifestó “O están con nosotros, o están contra nosotros”.

La particularidad geográfica insular de Esta- dos Unidos lo resguardó de las conflagraciones mundiales ocurridas en Europa, que sí afectaron, tanto a la URSS como a China, en 26 y 15 millones de víctimas respectivamente. La subsiguiente etapa a nivel bélico, llamada “Fría” se suscitó en muchos otros sitios, y por lo tanto participa en los conflictos lejos de su territorio. Su actuación expansiva se manifiesta en el “Pivot to Asia”, en el año 2011, hacia el mar de China para perseguir El Collar de Perlas, la estrategia de mayor injerencia sobre los puertos y estrechos desde el Índico hasta el Pacífico, el canal de Suez y estrechos como Malaca y Ormuz.

Cercamiento de Rusia, Irán y China

Los tres ejes de presión Israel, Ucrania y Taiwán accionan sobre tres potencias euroasiáticas Irán, Rusia y China (Crooke, 2022). Igualmente se añaden otros a los establecidos en la posguerra en Japón, Alemania y Turquía. Sin embargo, esto se modifica dado el acercamiento turco a la OCS más reciente, así como la reunión en Teherán, Irán, de los presidentes iraní Raisi, ruso Putin y turco Erdogan. Mientras Ucrania se ha convertido en una bomba de tiempo contra la propia Europa y en preferencia contra Alemania, país dependiente en su industria del gas ruso (Amin, 2014).

Israel presiona a Irán —aparte de colonizar y oprimir a los palestinos—, perfil observable en el asesinato de Qasem Soleimani o el de Mohsen Fakhrizadeh, uno de los arquitectos del programa nuclear iraní. Y por la presión alineada a Estados Unidos respecto al pacto del desarrollo nuclear de Irán controlado por los cinco miembros del Conse jo de Seguridad de la ONU: China, Francia, Rusia, EEUU y Reino Unido más Alemania, del que se aisló unilateralmente en 2018 y aún está en tratativas.

La jerarquía geopolítica de este país de la costa Mediterránea en la correlación de fuerzas se explica por su rol coimperial de la superpotencia americana (Martinelli, 2021). El Pentágono le promete una ventaja militar cualitativa en la región. Eso lo verificamos también por la cantidad de bases militares existentes en la zona, aumenta- das desde 1991, en el denominado Gran Medio Oriente. Dicho aliado estratégico figura en una política entrelazada que significó la destrucción de potencias estatales como Libia, Siria, Iraq, Afganis tán y Yemen, que oprime a Palestina, y que provoca a Irán.

La política exterior de EEUU hacia Medio Orien te ha sido de un uso de la fuerza y de colaboración con minorías, mientras buscó alianzas que en varios casos desmanteló luego, con otros países. Tal es así que, cuando el país no accede a los medios de consentimiento, se aplica la fuerza o se lo rodea de bases militares. Se pueden advertir en los mapas donde se ven las bases en toda Europa, llegando hasta los límites de Rusia, rodeando a Irán y acercándose a China.

El caso de la invasión a Afganistán en 2001 tuvo ese objetivo. Dicho país sufrió cuatro décadas de belicosidad y la potencia norteamericana se retiró luego de veinte años de ocupación. Además de su cercanía a esas potencias euroasiáticas, la importancia geoeconómica de la región se debe en parte a los gasoductos, los pipelineistan (Escobar, 2022) en Afganistán, Tayikistán, Uzbekistán, Pakistán, Kirguistán, Kazajistán y Turkmenistán, como también a sus recursos y a ser vía de diversos trayectos que conectan Eurasia. La construcción de enemigos en el discurso de mundo unipolar trataba de cercar a países con mayor potencialidad como Irán, Rusia y China, por eso la intención de dominar sus regiones aledañas.

En síntesis, la hoja de ruta de intervenciones en Medio Oriente ampliado para controlar el petróleo y el gas, y el intentar rediseñar las fronteras o las relaciones de poder, incluso quebrando las estruc turas estatales de varios países, tuvo en vista, desde al menos la crisis de 2008, el intentar frenar el eje ruso-chino que no solo involucra a esos dos países, pues podríamos sumar también a la India, que mantiene una situación de posible alianza y cercanía.

Un nuevo orden geopolítico, la crisis de largo plazo estadounidense

La crisis de largo plazo estadounidense es una teoría que reconoce el repliegue y retroceso en algunos aspectos de su economía. Se sustenta en la idea del “desarrollo desigual y combinado”. A su vez, compensa su retroceso industrial, el déficit comercial y una erosión estructural, pero continúa una supremacía militar (con la salvedad de los fracasos), tecnológica (competencia en 5G o microchips) y financiera (donde comienza un proceso de grietas respecto de la dolarización mundial, por ejemplo, con el acercamiento de Arabia Saudí —sostén del petródolar— y de Medio Oriente a China).

Luego de ser la superpotencia en la tensión bipolar con la URSS, superó a Japón, Alemania y Europa, derrotó a su competidor soviético, y ahora aparece China. Esta vez se diferencia por su fortaleza económica y productiva, en lo ideológico, aunque se mantiene sin intervención directa en los conflictos bélicos y teje una alianza con Rusia. Mientras, Estados Unidos sigue siendo el imperialismo dominante, asentado en su sociedad (Ander son, 2014).

En la política exterior se alió con China para debilitar a la Unión Soviética; luego procuró entenderse con Rusia para arrinconar a China. Es por esto que la dinámica actual de confrontación hege mónica perfila una asociación imperialista liderada por Estados Unidos que ve la recomposición y disputa en varias de las regiones periféricas. El eje es la manera en que, no con pocas dificultades, la alianza sino-rusa busca entrelazar Eurasia, sumar a África y acoplar a América Latina, a lo que la potencia norteamericana se opone.

La hegemonía financiera del dólar está sostenida en el despliegue militar estadounidense. Potencias económicas mundiales como Alemania o Japón, Italia o Turquía, cuentan con bases milita- res estadounidenses que incluyen armas nucleares cerca de China o Rusia, como también Australia, con la reciente compra de submarinos nucleares fabricados por EEUU. Como contrapartida, el comercio entre Rusia, China, India o Arabia Saudita en sus monedas genera la presunción de las transformaciones actuales, si bien esto se encuentra en pleno desarrollo.

Estados Unidos se relaciona con las demás potencias en dos niveles. Uno, compite y confronta con Rusia, China e Irán, pero es diferente en el caso de India o Turquía (miembro OTAN). Y dos, para Europa, el alterimperialismo se ejerce en sus principales países en lo geoeconómico, para establecer una actuación.

Luego para las áreas consideradas estratégicas, en Medio Oriente propone la fuerza y el consentimiento con las intervenciones (o colaboraciones) demoledoras en Libia, Siria, Yemen, Afganistán, Iraq y Palestina. Para América Latina imple- menta diferentes niveles de injerencia a través de mecanismos de la deuda externa o los lawfare. En África son diferentes los niveles de intervención, ya sea para dividir Sudán, en Somalia o en la región del Sahel, donde se mantiene la presencia de Fran cia. Las bases militares se despliegan por América Latina, Medio Oriente, África, Sudeste Asiático y la Unión Europea.

En el caso de Irán, Rusia y China es imprescindible incorporar a la India, un actor sustancial en la  dinámica actual y futura. Los herederos del imperio persa, del centro de la ex Unión Soviética y del Reino del Medio constituyen tres actores clave, conformando un triángulo en la zona euroasiática. Turquía y Pakistán se acoplan a los organismos creados, lo que implica a nivel simbólico a sus posturas intermedias.

La visión del nuevo orden multipolar se evidencia en regiones clave. Arabia Saudita despunta en las tratativas de la Organización para la Exportación de Petróleo (OPEP + Rusia); se asocia con Rusia para el precio del petróleo, o sea el control sobre uno de los productos más relevantes por su influencia en los precios de las demás mercancías, y por estar involucrado en la mayoría de las dispu tas y guerras de los últimos cien años.

Se va reconfigurando el mapa de poder, de influencias regionales y mundiales, de relaciones políticas y geopolíticas en el planeta: una nueva edad geopolítica (Ramonet, 2022). Además, las asociaciones regionales están cumpliendo un papel vector. Continúan existiendo fricciones, pero la tendencia general es de asociación por cercanía geográfica y la coexistencia con intentos de frac- turar esas alineaciones. La puesta en marcha de una desdolarización paulatina en los intercambios comerciales en Asia y otros continentes y el crecimiento de estos actores impulsan un mundo más multipolar.

Rusia, China y la India ya comercializan distintas materias primas en sus propias monedas, lo que da indicios de la apertura de un posible nuevo sistema financiero que no dependa tanto del dólar o el euro como monedas de intercambio internacional. Un nuevo ciclo emerge ya que el dólar, si bien es la moneda hegemónica, está sostenida en un monopolio del ejercicio de la violencia, en términos gramscianos, a nivel mundial. En la guerra de Ucrania 2014 hasta el presente es perseguida por la OTAN como uno de sus objetivos el bloqueo del triángulo China-Rusia-Alemania, una estrategia Euroasiática. La guerra estimulada por la OTAN (Cadoppi, 2022) intentará debilitar a Alemania al punto de que se corten sus lazos con China y Rusia. La presión de la OTAN sobre Ucrania pretende debilitar para desmembrar a Rusia y desconectar las relaciones europeas con Rusia y China; de esa forma debilita a Alemania y a Europa, postergándolas a un rol secundario (Dierckxsens y Formento, 2022).

La reemergencia rusa pone en jaque el pretendido orden unipolar de Estados Unidos. Eurasia resurge al encausar alianzas en el Heartland. Así como la Revolución Rusa de 1917 marca el devenir del siglo reciente marcado por las guerras, la Revolución China de 1949 generará, posterior- mente, las condiciones del siglo XXI (Anderson, 2010). El mundo está en constante cambio durante los últimos veinte años, con al menos tres hechos fundamentales: la crisis capitalista de 2008, el giro estratégico de EEUU en 2011 hacia el continente asiático, y en 2013, cuando China comenzó la BRI y cuando Rusia y China frenaron las inminentes invasiones de Washington sobre Siria. Durante ese lapso, China tuvo un ascenso económico inédito.

La disputa o competencia entre Rusia y EEUU, desde el punto de vista histórico, ha cambiado esta vez en varios sentidos. Brzezinski (2016) en 1997 argumentó que: “una potencia no euroasiática ostenta la preeminencia en Eurasia y la primacía global de los Estados Unidos depende de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su preponderancia en el continente euroasiático”. Uno de cuyos núcleos lo sustenta la Federación Rusa, junto a los países que conformaban la Unión Soviética. A partir del 2001, sobre todo, se han incrementado las relaciones entre Rusia y China (Piqueras, 2021).

La OCS junto con la Unión Económica Euroasiática (UEE) consolidan una de las concepciones de Eurasia. Esta época distingue una guerra global, híbrida, fragmentada, un nuevo orden mundial y geopolítico. Las potencias hegemónicas China, Rusia y Estados Unidos marcan una agenda, mientras que el rol de las potencias secundarias también presiona por su lugar en la toma de decisiones, así como también ejercen su contra- peso los niveles de resistencia en los movimientos populares que se manifestaron en el mismo perío do, por ejemplo, en América Latina.

A modo de conclusión

La visión unipolar del nuevo siglo estadounidense se topó con el crecimiento económico y con la asociación estratégica de países como Rusia, Irán y China, (a los que podrían sumarse India y otros), mientras que Estados Unidos continúa manejando la estrategia y la inversión militar. Dicha ventaja fracasó en sus incursiones militares, como en Iraq y Afganistán, que además de la destrucción de países —que no fueran potencias o subpotencias— no ha conseguido los objetivos propuestos. Entonces, con una dinámica distinta estamos fren te a un desgaste de la credibilidad en la retórica de enemigos de la humanidad (los últimos los terroristas, ahora más visible en chinos y rusos), y llegando al cuarto del siglo, este XXI se avizora como un siglo euroasiático.

China y EEUU disputan la hegemonía con diferentes planes geoestratégicos y alianzas, una volcada hacia el Atlántico y la OTAN en expansión. Mientras, el gigante asiático ensaya un mayor despliegue continental y territorial, pero que en los últimos años a través de la NRS se han incorporado países de todo el mundo hasta llegar a más de 140 países en la actualidad. La multipolaridad ya está en marcha representada por lo sucedido hasta ahora, pero se acentúa y sienta las bases para los próximos decenios. El dominio estadounidense, en parte debido a las crisis capitalistas; con la de 2008 como último ejemplo, enfrenta el resurgimiento de Eurasia. Las invasiones y destrucción de países que lideró no le permitieron imponer su “orden basado en reglas”. Potencias en recomposición como China y Rusia, más otros que se suman a esa alianza —aún con ambivalencias o sin cortar lazos con el eje anglosajón— de manera directa, ofrecen resistencia y modelos alternativos a los que se establecieron hace casi ocho décadas, y veremos cómo decanta hacia el resto del mundo.

Una lectura posible es un mayor equilibrio en las decisiones de los hechos a nivel mundial. Desde 1945 han estado marcados, durante medio siglo, por países capitalistas frente a los socialistas, más las revoluciones e independencias en el mundo colonizado. Y en las últimas tres décadas se pasó de un mundo pretendidamente unipolar a una mayor multipolaridad, abriendo nuevos escenarios para otros países de subpotencias como Irán y Argentina. Podrían gestarse así un abanico de posibilidades con más dimensiones y una oportunidad de unificar las políticas de Latinoamérica o Medio Oriente para tratar con las potencias.

*El presente artículo se enmarca y da continuidad a otros estudios previos como “La reconfiguración simbólica y material de Medio Oriente”, “La geopolítica euroasiática frente al imperialismo” y el libro Palestina (e Israel). Entre intifadas, revoluciones y resistencias, donde hemos estudiado en diferentes alcances temporales parte de los temas abordados. Este articulo apareció en la Revista Estudios Avanzados en su numero  38 en julio del 2023.


*Martín Martinelli es docente de la Universidad Nacional de Luján. Co-coordinador del Grupo Especial Revista Al-Zeytun “Palestina y América Latina” e integrante del Grupo de Trabajo Medio Oriente y norte de África del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

Notas

(1) Aspecto que también se debate, y que puede verse en  otros trabajos nuestros próximos a publicarse este año.

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La geopolítica euroasiática frente al imperialismo

Martín Martinelli.

Ilustración: Sr. Garcia, España

09 de junio 2023.

EE.UU. en Medio Oriente, está en un retroceso, por el incumplimiento de sus planes, de convertir cinco países en catorce o de balcanizar varios Estados. Si bien destruyó varios países, el ingreso de China y Rusia, así como la influencia de Irán modificaron su hoja de ruta. El intento de rediseño imperial sintoniza con el aplicado por Francia e Inglaterra al comienzo del siglo XX.


El desplazamiento geopolítico desde los ’90 lo inicia la implosión de La Unión Soviética. Se manifiesta en el desmantelamiento de su área de influencia, así como el avance de la OTAN hasta el Báltico y la frontera rusa. Se intensificó la internacionalización productiva a través de las cadenas globales de valor.

Desde la unipolaridad, Estados Unidos lideró invasiones en Medio Oriente, Norte de África y Asia Central, además de acrecentar el cerco hacia China y Rusia. Desde 2001 a la actualidad, la crisis del 2008 es el parteaguas. La segunda década del siglo actual, presenció la reincorporación rusa al poder decisorio mundial por su maquinaria bélica y el resurgimiento chino por el alcance de su potencial económico.

El nuevo imperialismo (2001) las intervenciones de 2001-2003, el desplazamiento geopolítico a partir del 2008, acentuado en 2013-2015, para llegar al momento actual. El ascenso chino y la recomposición derivan en la declaración de EE.UU. del “pivote asiático” hacia China para cercarla. Este impulsa como contrapartida la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (Belt and Road Initiative, BRI) desde 2013. Estados Unidos en parte, Rusia y China (¿orden tripolar?) imponen su presencia económica y diplomática. Allí las potencias subimperialistas como Arabia Saudí, Turquía e Irán (opuesto a Washington) más el Israel coimperial influyen respecto a otros actores no hegemónicos.

La región de Asia Occidental es un nudo intersticial del eje euroasiático, como las recientes tres décadas lo evidencian. La zona detenta alrededor del 65% de las reservas mundiales probadas de petróleo y gas del planeta, y es fundamental por su proximidad a China y Rusia. Nuclea pasos centrales para el comercio internacional y sus transportes: el Estrecho de Ormuz, el Canal de Suez y el Estrecho de Bab el-Mandeb, más los Estrechos de Dardanelos y Bósforo. Asimismo, destaca su participación con una de las mayores adquisiciones de armamentos y logística militar.

Irán, Iraq y Afganistán, países estratégicos de Eurasia, pasaron de estar suscriptos a la política occidental a ser designados como enemigos de las mismas, en tres décadas consecutivas, el primero desde 1979 (inmediatamente lo siguió la Guerra Iraq-Irán 1980-88), el segundo 1991 (luego desde 2003) y el tercero 2001, ambos a través de la invasión directa, estos dos circundan al primero.

Una de las mayores pugnas actuales se despliega en este escenario de disputa efectivo, desde al menos la segunda mitad del siglo XX y del XXI, o sea, la independencia política de estos “nuevos países”. Al mismo tiempo percibimos el declive del atlantismo y la anglósfera tras cuatro siglos –o incluso menos– de dominio occidental.

El imperialismo clásico y el nuevo imperialismo

El imperialismo va en concordancia con los cambios en los procesos de acumulación, alterando la jerarquía geopolítica y las formas de dominación mundial. La etapa clásica se caracteriza por la colonización de espacios, en el periodo entre 1880-1914. La segunda etapa inicia con los enfrentamientos interimperialistas directos, podría periodizarse hasta la década de 1970 y la crisis del petróleo. La etapa de nuevo imperialismo se avizora en los ´80, comenzaría luego del desmembramiento de la URSS y las invasiones directas sobre el Medio Oriente ampliado.

Esta nueva dominación se basa en la actualización de la concepción clásica de Lenin, quien debate con Kautsky, una visión de rivalidad con otra de asociación interimperial. En los últimos cuatro decenios, un breve lapso unipolar es atravesado por dos fenómenos. Un desplazamiento geopolítico, gravita el resurgimiento de Eurasia, con Asia Pacífico como locomotora económica. Una asiatización económica desafía a la Tríada (EE.UU., Europa y Japón), debido al retroceso industrial estadounidense y la competencia hegemónica. En Medio Oriente, la devastación deja en un estado crítico a diversos países, y entonces, se desarrolla la geopolítica euroasiática frente al imperialismo.

Estados Unidos se erige como superpotencia protectora del capitalismo global. Explota el complejo MICIMAT: Militar-Industrial-Contra-Inteligencia-Medios-Academia-Think Tank y la ideología del “choque de civilizaciones”. La acción imperial se recrea a través del belicismo y ahí radica una diferencia crucial con la forma de expansión china. No solo se trata de las luchas por el poder, de los individuos o de los países, sino de las tendencias de la acumulación capitalista a escala global. Una forma de dominación actual se instituye a través de bases militares en espacios aliados u ocupados por las potencias.

El neoimperialism compendia cinco características: uno, el nuevo monopolio de producción y circulación; dos, el nuevo monopolio del capital financiero, la financiarización económica; tres, el monopolio del dólar estadounidense y la propiedad intelectual, –que genera la desigual distribución de la riqueza–; cuatro, el nuevo monopolio de la alianza oligárquica internacional –la política monetaria y las amenazas bélicas–, cinco, la esencia económica y la tendencia general. En suma, el imperialismo es una política de dominación desplegada por los poderosos del planeta a través de sus estados.

Las transiciones geopolíticas recientes

 Desde las décadas de 1980 y 1990, el capitalismo se restructuró hacia políticas neoliberales y su fase neoimperialista. La recomposición de la nueva Rusia y el crecimiento económico exponencial chino combinaron con el declive del eje europeo franco-alemán y Japón. La alianza chino-rusa empezó en julio de 2001 con la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una asociación estratégica integral. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuatro meses después, ocupó Afganistán tras el 11 de septiembre de 2001 con 300.000 soldados.

Las incursiones ambicionaron abatir a los países no alineados a sus políticas como Irak o Afganistán. Además de evitar el fortalecimiento de rivales potenciales como China, nuevo centro de acumulación de capital y dependiente del suministro de hidrocarburos, o Rusia (Doctrina Wolfowitz, 1992). Pero, EE.UU. quedó empantanado en Irak, en una guerra contrainsurgente, declinando su hegemonía sobre Medio Oriente.

La hoja de ruta indicaba como objetivos a los supuestos “ejes del mal” de la “civilización occidental”. Acusaron a Siria, Irak (dos de los nacionalismos laicos más consolidados promediando el siglo XX, con una ideología baazista), Afganistán, Libia e Irán, pero también países de otras latitudes como Venezuela, Corea del Norte, la ahora ex-Yugoslavia y otros que se dispusieran a desarrollar algún tipo de autonomía.

Las rebeliones en los países del Medio Oriente y norte de África, en 2011, están signadas por la OTAN invadiendo Libia. En 2013/14, la oposición chino-rusa impidió el inminente ataque estadounidense-OTAN sobre Siria. Este nuevo orden mundial, mantuvo su escenario de confrontación, por su posición geoestratégica y geoeconómica, por las rutas marítimas y terrestres, por su cercanía al Heartland, y por su preeminencia energética.

EE.UU. utiliza el dólar como moneda de cambio y reserva del valor, y para consolidarlo despliega su ejército. Desde 2001, “Guerra contra el terrorismo”, luego 2011, “Pivote asiático”, se aproxima a la “rivalidad entre las grandes potencias”, hasta el momento en espacios intermedios en Ucrania, Taiwán, el Sahel o Irán.

En la crisis sistémica la fisura interna estadounidense entre el globalismo de las costas y el americanismo del interior obstaculiza su proyección exterior. Mantiene su primacía financiera y tecnológica, frente a su crisis interna. No es un declive inexorable del imperialismo estadounidense, el cual, como estructura mundial de dominación, es jerárquica con subimperios y apéndices, pero no se trata de una gobernanza mundial.

El gigante asiático se consolida como mayor motor del crecimiento económico global. El Cinturón y la Ruta una apuesta geoeconómica hegemónica con contradicciones, se contrapone a la actuación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de reconfigurar el Gran Oriente Medio desde 1991. Beijing al consolidarse supone un desafío ygenera todo tipo de tensiones para la hegemonía norteamericana.

 La Nueva Ruta de la Seda (BRI) o el Puente Terrestre Euroasiático

El mapa del poder mundial delinea la alianza entre Rusia, China (objetivo de Estados Unidos que nunca se unieran) e Irán. En 2013, Putin advirtió sobre la pretensión norteamericana de reconstruir un mundo unipolar. Obama reafirmó la “excepcionalidad norteamericana” que le consentiría dirigir el mundo y así defender los intereses mundiales.

Con altibajos, las potencias que se mantuvieron con papeles más regionales o más mundiales, son Japón, Rusia (y URSS), Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania. En los últimos dos siglos, China se transformó desde una situación semicolonial, periférica, mediante una mejora constante con base en la Revolución de 1949, para ascender a país central y hegemónico, en un caso inédito. Los últimos movimientos tectónicos denotan la importancia del Índico y el Pacífico, frente a la preminencia anterior del atlántico; si reparamos, en los puertos con mayor actividad del mundo.

La mayoría de la población mundial interactúa en el territorio euroasiático, escenario de multipolaridad, recursos, variedad cultural y lingüística. China representa el ascenso de Asia Pacífico, Rusia la potencia político-militar, territorial e inmensos recursos naturales. Europa es representada por su tríada: eje británico y Franco-alemán. No obstante, la irrupción geoeconómica sin antecedentes es China, cuya erradicación de la pobreza en beneficio de cuatrocientos millones de personas en el último medio siglo ejemplifica esa potencialidad, junto con el vuelco de su sobreproducción y excedentes al resto del mundo.

La tercera potencia en discordia es Moscú, desafiante geopolítico y militar, no tanto en lo económico. La prioridad inmediata es el acoso naval en el mar de China, zona vital del comercio mundial. A la OTAN Estados Unidos les añadió el AUKUS, junto con Australia, Gran Bretaña y también reactivó el QUAD, una especie de “OTAN del Pacífico” junto a Japón, Australia e India. Esta rodearía por fuera el “Collar de perlas” del corredor marítimo de la BRI. Mientras tanto, China lidera la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en sus siglas en inglés), entre quince naciones de la región de Asia y el Pacífico – como Japón, Australia, Indonesia, Filipinas y Vietnam –.

La estrategia estadounidense es contrarrestada por la alianza ruso-china, que se acopla en parte Asia Central (espacio postsoviético), y se incorpora a Irán (tratado de 25 años). En situaciones intermedias, se inclina hacia Pakistán (tradicional aliado nuclear de EE.UU.), y a Turquía (integrante de la OTAN) según la planificación de la BRI (Teherán-Estambul) con su posición geoestratégica, uno de los corredores económicos para llegar a Europa.

La doctrina de “Una sola China” ejerce su soberanía frente a los vestigios coloniales como Hong Kong y Taiwán. Su aparato militar se prepara mientras pregona su actuación pacífica. El “siglo de la humillación”, desde la Guerra del Opio en 1841 a 1949, cuando se funda de la República Popular China. Desde 2015, se diseñó una hoja de ruta en lo tecnológico, “Made in China 2025”, dirigido a estrechar su brecha; en 2035, fortalecer su posición, y en 2045, encabezar la innovación global.

La integración económica de la BRI con Rusia y Europa, ensamblan la intención de desenvolver el interior del país (como Xinjiang) y asegurarse la energía desde el centro de Eurasia. Además de restringir la presencia norteamericana y construir rutas que el ejército estadounidense no podría interrumpir en el caso de un mayor nivel de confrontación.

La vía ferroviaria –construida y proyectada– junto a la marítima y la terrestre conectan Eurasia. La ruta tiene lineamientos comerciales, industriales, de transporte, ciencia y tecnología. La estrategia se resume en una paz para su economía y su estatus global, estabilizar la situación económica y política global. A la extensión de su esfera de influencia, sus competidores responden con rivalidad geopolítica en la región del Indo-Pacífico.

Dos siglos de predominio marítimo, las sucesivas hegemonías británica y norteamericana, se intercalan con esta resolución terrestre (reduce el tiempo un tercio de lo necesario por mar) –las potencias talasocráticas frente a las telurocráticas–. Transforma la geografía de Eurasia central, luego de las invasiones estadounidenses, un “reordenamiento” pero en términos desiguales. Rusia, en 2015, con el apoyo tácito de China interviene con su ejército. Rusia y Estados Unidos difieren en la cercanía o lejanía geográfica adonde intervienen y el despliegue norteamericano alrededor del mundo con sus bases militares.

Alianza sino-rusa más Irán, oposición geopolítica al eje anglosajón

La alianza sino-rusa junto con Irán delinea un triángulo estratégico. Rusia recuperó protagonismo en el tablero geopolítico mundial. En el espacio postsoviético se desenvuelve otra parte de la contienda hegemónica y por los recursos, donde la OTAN avanzó hacia el este.

China luego de ser una potencia mundial y asiática, atravesó un periodo de invasiones e intentos de colonización primero británico y luego japonés. Y si bien posee armamento nuclear y es parte del Consejo de Seguridad de la ONU, no ha seguido la política de agresión de los restantes cuatro. Según los académicos chinos “el consenso de Beijing” desenvuelve un comportamiento circunspecto, una lógica geopolítica del poder agudo (sharp power), diferente tipo de injerencia al de las fuerzas solo diplomáticas (soft power), o estadounidense de respuestas bélicas duras (hard power) e interferencia política.

La política del pivote asiático estadounidense –y de la OTAN–, busca detener el despliegue de la BRI. Estados Unidos es imperialista, su posición es de agresión, los lugares adonde dirige sus flotas están a miles de kilómetros de su territorio. El país norteamericano con su geografía insular estuvo involucrado en guerras a excepción de diecinueve años de su historia.

Este reposicionamiento de Eurasia está representado, parte por este eje tripartito, aunque la desconexión con Alemania es otra cuestión central. China asume una reacción defensiva, destacan su planificación a largo plazo y el peso demográfico. El matiz es otra forma de reparto del poder multipolar. Está por verse si esto beneficia y en qué medida al resto del mundo.

 Potencias subimperialistas

Las transformaciones en una región principal para la competencia hegemónica se reflejan o anteceden a variaciones sistémicas mundiales. Las tensiones globales repercuten allí a través de enfrentamientos indirectos, de las rebeliones populares, de las fluctuaciones en las alianzas. Los gendarmes periféricos no contradicen la independencia de actuación de esos países, pero si confirma el nivel de intervencionismo en la región. Basta observar los sucesivos mapas de Medio Oriente, sus independencias y sus enfrentamientos bélicos (1916, 1948, 1967, 1973, 2001, 2021) para constatar la atmósfera de confrontación.

El papel de esta región pasa por la energía global (producción, tránsito), los refugiados, la seguridad del Golfo Pérsico, la no proliferación nuclear, el islam político, los actores no estatales (como Jezbolá y Hamas), la cuestión israelí-palestina, guerras civiles como en Siria, tensiones regionales (como la rivalidad saudí-iraní), el BRI chino, más la independencia de los subimperios, las revueltas populares, las batallas democráticas y las resistencias antiimperialistas.

Luego de la implosión de la Unión Soviética, se delinea una reconfiguración del mapa, simbólica y material, que repercutió en la belicosidad regional, cuando EE. UU. invade a los países que había apoyado en la década previa de los ´80, Iraq (frente a Irán) y Afganistán (el “Vietnam” de la URSS). El propósito de dominación mundial, en el siglo XXI, pasa por la energía, los alimentos, la tecnología y la seguridad. Esa beligerancia estuvo amparada por la caracterización del enemigo musulmán como el adverso per se de “occidente” en reemplazo del “Oso rojo”.

En las dos décadas recientes, 2001-2021, Estados Unidos comienza sus invasiones directas sobre la zona en Iraq (1991, 2003-2021), Afganistán (2001-2021), el parteaguas, la crisis capitalista de 2008, Libia (2011), injerencia en Siria (2012) y en Yemen (2015). Además, el apoyo incondicional a Israel frente a los palestinos y Jezbolá, la alianza con Arabia Saudita y la aparición del ISIS (2014), más el acuerdo nuclear con Irán (2015). Esas incursiones quedaron atascadas hasta la actualidad, con países devastados, miles de refugiados, y consecuencias sociales críticas.

Las subpotencias ubicadas en Medio Oriente, Turquía, Irán, Arabia Saudita e Israel, compiten por diferentes zonas de influencia. Dos se perciben como herederas de los Imperios Otomano y Persa; el peninsular, respecto de las expansiones árabo-musulmanas al Norte de África y Europa; en el colonial, el “Gran Israel” no se condicen con algún imperio. En un punto, esto se equipara con las percepciones que tienen los rusos y chinos de sí mismos, y se diferencia de los estadounidenses por ser una colonia que se convierte en Imperio.

El carácter subimperial de Turquía, miembro de la OTAN y vinculado con el Pentágono, se comprueba en su intervención en los conflictos regionales, su represión a los kurdos o las controversias con Irán. Sin embargo, oscila entre la asociación y ciertas disidencias respecto de Estados Unidos. Como un lugar de paso y de conexión, la diferencia con sus vecinos es que no se sustenta en reservas de gas natural y petróleo, sino en el comercio y el turismo.

Irán domina el Golfo Pérsico con su territorio, puente entre Asia Central o China hacia el Mediterráneo. Aliado de Rusia y China, de India (construyó un puerto en Irán, para evitar Paquistán) que con Rusia son sus principales abastecedores de petróleo y gas. Para China, el país persa es trascendental en la BRI. Para Rusia, resulta esencial para neutralizar la V Flota de EEUU, con base en Qatar. A su vez, el eje Irán-Iraq-Siria-Líbano (con Hezbolá) y Palestina (con Hamas) constituye una oposición a Israel y los estadounidenses en la región. Irán posee la segunda reserva mundial de gas y la tercera de petróleo, un extenso territorio en una zona clave, lo opuesto a el aliado incondicional del “Imperio del caos”.

Los intereses, alianzas y roles de países subimperialistas como Turquía e Irán –con ambivalencias–, y aliados históricos del hegemón como Israel (coimperial) y Arabia Saudita. A su vez, estos países dirimen sus diferencias en terceros países, pero no se enfrentan directamente, como tampoco lo hacen las superpotencias. La rivalidad se observa en sus zonas de influencia, con los países del Golfo cuyo protagonismo aumenta. Un nuevo paradigma se abre a partir de la reciente reconciliación entre Arabia Saudí e Irán.

Israel es un coimperio con una “ventaja militar cualitativa” auspiciada por su aliado. Se acerca a países árabes, ubicado en estrechos marítimos claves Bahréin, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Sudán y Marruecos de forma abierta, así como podríamos sumar Arabia Saudita de manera subterránea. En, EAU lo aproxima a la costa opuesta de Irán dentro del Golfo Pérsico. Israel sofoca y coloniza a Palestina, bombardea la Franja de Gaza cíclicamente, la bloquea por tierra, mar y aire, una cárcel a cielo abierto.

Afganistán, el “Vietnam de la URSS”, es un país estratégico para la OTAN. Brindaría una ventaja geopolítica única sobre China, Rusia, India e Irán, siendo la plataforma para implicarse en Eurasia. Las guerras inducidas por la OTAN en Afganistán, Iraq, Libia, Siria o Yemen perturbaron la existencia de al menos cien millones de personas en esta región, en las recientes tres décadas.

La reconfiguración material transforma las territorialidades mediante intervención directa o indirecta. El concepto de subimperio jerarquiza los poderes capitalistas en el estado de guerra, latente o permanente. Actores locales cuyos intereses e interacciones resultan ambivalentes para las superpotencias. Turquía, la oposición a Irán y un acercamiento con el tratado nuclear, y la alianza con Arabia Saudita.

El declive hegemónico y el ascenso chino

Tras la crisis mundial de 2008, en la región del “mundo árabe” se rebelaron desde 2011, depusieron así monarquías o gobernantes de larga data. Sin embargo, la contrarrevolución represiva asestó varios golpes a ese movimiento. Las transformaciones de la década del 2010, expusieron como Estados Unidos viró en su política para redirigirla hacia China y Rusia.

La guerra contra Iraq aislaría a Irán como paso previo a su destrucción, quedaban dos regímenes opositores como el libio y el sirio. En Siria se encuentran las únicas bases militares que permitían a Moscú proyectar su poder naval y aéreo sobre el Mediterráneo. La ofensiva del llamado Estado Islámico contra el régimen sirio –apoyada por EEUU, Israel, Turquía y Arabia Saudita– apuntaba a Rusia y a Irán que, desde Siria, respaldaba a Jezbolá. De ahí la decisión rusa amparada por China, de involucrarse en septiembre de 2015.

En Siria el conflicto devastó a su población. Mientras Libia quedó en una situación de potencial disgregación y división estatal en tres regiones. Las fronteras terrestres de Irán, que sufrió numerosas sanciones económicas, están cercadas por bases militares estadounidenses. Se aproxima así al Golfo Pérsico y al Océano Índico, de interés chino.

EE.UU. en Medio Oriente, está en un retroceso, por el incumplimiento de sus planes, de convertir cinco países en catorce o de balcanizar varios Estados. Si bien destruyó varios países, el ingreso de China y Rusia, así como la influencia de Irán modificaron su hoja de ruta. El intento de rediseño imperial sintoniza con el aplicado por Francia e Inglaterra al comienzo del siglo XX.

La desestabilización de la región, mal llamada “Guerra Global contra el terror”, aniquiló 900.000 personas, causó 38 millones de refugiados y desplazados internos en Afganistán, Pakistán, Yemen, Siria, Iraq, Somalia, Filipinas, Libia y Siria, más la cuestión palestina. Perjudicó al menos cien millones de vidas. El cambio externo ha quedado de manifiesto porque Rusia y China, dos potencias en recomposición, han intervenido en diferentes sentidos en la región, e incidido además de las rebeliones populares y las potencias subimperiales.

Medio Oriente y Eurasia se constituyen como espacios decisivos del sistema mundial. Estados Unidos apuesta a conservar su hegemonía mundial. Intenta mantener la supremacía armamentística desplegada por el mundo, además de una serie de subpotencias socias o seguidoras en momentos clave, y por sus características. En Nuestramérica veremos si la confrontación entre los bloques Estados Unidos-Europa con la alianza estratégica Rusia-China genera nuevas realineaciones. Queda por saber si la doctrina Monroe prevalece. La reacción debiera ser aliarse y no dividirse, tal como lo conciben ellos.

Gracias a la colaboración de Martín Martinelli para Observatorio de Trabajador@s en Lucha.


*Martín Martinelli es docente de la Universidad Nacional de Luján. Co-coordinador del Grupo Especial Revista Al-Zeytun “Palestina y América Latina” e integrante del Grupo de Trabajo Medio Oriente y norte de África del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).