viernes, 27 de octubre de 2017

Esto no es unidad nacional: Hamás y Fatah deben reformarse para poder hablar en nombre de los palestinos


  Muestras de júbilo en las calles de Gaza tras el anuncio del acuerdo de unidad alcanzado por Fatah y Hamás el 12 de octubre en El Cairo [Mustafa Hassona/Anadolu Agency]



 


El acuerdo de reconciliación firmado en El Cairo el pasado 12 de octubre entre las dos principales facciones palestinas rivales, Hamás y Fatah,  no fue un acuerdo de unidad nacional – al menos, no de momento. Para que esto se consiga, el acuerdo debe priorizar los intereses del pueblo palestino.

La crisis de liderazgo en Palestina no es algo nuevo. Precede a Fatah y Hamás por décadas.
Desde la partición de Palestina y la creación de Israel en 1948 – e incluso antes – los palestinos se vieron atrapados en el juego de poder internacional y regional, más allá de su capacidad de controlar o siquiera influir.
El mayor logro del difunto Yasser Arafat, el icónico líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue su capacidad de fomentar una identidad política palestina independiente y un movimiento nacional que, aunque recibía apoyo árabe, no estaba totalmente apropiado por ningún país árabe en concreto.
Sin embargo, los Acuerdos de Oslo fueron el fin de ese movimiento. Los historiadores discuten si Arafat, la OLP y su mayor partido político, Fatah, tuvieron otra opción aparte de involucrarse en el llamado ‘proceso de paz’. Sin embargo, en retrospectiva, sin duda podemos argumentar que Oslo fue la cancelación abrupta de todo logro político de Palestina, al menos desde la guerra de 1967.  
A pesar de la rotunda derrota de los países árabes a manos de Israel y sus poderosos aliados occidentales en esa guerra, nació la esperanza para un nuevo comienzo. Israel ocupó Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza, pero, involuntariamente, unificó a los palestinos como una nación, aunque estuviera oprimida y ocupada.
Además, las profundas heridas que sufrieron los países árabes tras esa desastrosa guerra le dieron a Arafat y a Fatah la oportunidad de utilizar los nuevos márgenes que se abrieron como resultado de la retirada árabe.
La OLP, que originalmente era dirigida por el difunto presidente egipcio Jamal Abdul Nasser, se convirtió en una plataforma únicamente palestina. Fatah, establecido unos pocos años antes de la guerra, era el partido al mando.
Cuando Israel ocupó Líbano en 1982, su objetivo era aniquilar al movimiento nacional de Palestina, sobre todo porque Arafat estaba abriendo nuevos canales de diálogo, no sólo con países musulmanes y árabes; también internacionalmente. Las Naciones Unidas, entre otras instituciones globales, empezaron a reconocer a los palestinos, no como refugiados que necesitaban ayuda, sino como un movimiento nacional serio que tenía que ser escuchado y respetado.
En aquel momento, Israel estaba obsesionado con impedir que Arafat convirtiera a la OLP en un gobierno en ciernes. A corto plazo, Israel logró su principal objetivo: Arafat fue llevado a Túnez junto a los líderes de su partido, y el resto de los militantes de la OLP se dispersaron por Oriente Medio, víctimas, una vez más, de los caprichos y las prioridades árabes.
Entre 1982 y la firma de Oslo en 1993, Arafat luchó por la relevancia. El exilio de la OLP se hizo particularmente evidente cuando los palestinos comenzaron su primera intifada (el levantamiento de 1987). Empezó a surgir una nueva generación de líderes palestinos; una identidad distinta incubada en las prisiones israelíes, nutrida en las calles de Gaza y nacida en Nablus. Cuanto mayores eran los sacrificios y las cifras de muertos palestinos, más crecía el sentido de identidad colectiva.
El intento de la OLP de sabotear la intifada fue una de las principales razones por las que el levantamiento acabó fracasando. Las conversaciones de Madrid en 1991 marcaron la primera vez que los verdaderos representantes del pueblo palestino en los Territorios Ocupados hablaban en nombre de su pueblo en una plataforma internacional.
Este logro fue efímero. Eventualmente, Arafat y Mahmoud Abbas (el líder actual de la Autoridad Palestina) negociaron en secreto un acuerdo alternativo en Oslo. El acuerdo permitía a Estados Unidos reclamar su posición como un autoproclamado ‘mediador honesto’ en el ‘proceso de paz’.

El jefe de la Oficina Política de Hamáas, Ismail Haniyeh, junto al líder de la ANP, Mahmud Abbás, en una imagen de archivo.
Cuando Arafat y su facción tunecina tuvieron permitido volver para gobernar a los palestinos ocupados con un mandato limitado otorgado por el gobierno y el ejército israelíes, la sociedad palestina cayó en uno de sus dilemas más dolorosos en muchos años.
Con la OLP, que representaba a todos los palestinos, apartada para dejar hueco a la AP – que meramente representaba los intereses de una rama de Fatah en una región autónoma limitada – los palestinos se dividieron.
De hecho, 1994, cuando se formó oficialmente la AP, fue el año en el que nació la actual guerra de Palestina. La AP, presionada por Israel y EEUU, tomó medidas contra los palestinos opuestos a Oslo y rechazó justificadamente el ‘proceso de paz’.
La represión cayó sobre muchos palestinos que habían sido líderes durante la primera intifada. La táctica israelí funcionó a la perfección: los líderes palestinos exiliados fueron devueltos para la represión contra los líderes de la intifada mientras Israel observaba el triste espectáculo desde un rincón.  
Hamas, que, en sí mismo, fue un resultado temprano de la Primera Intifada, se enfrentó directamente a Arafat y su autoridad. Durante años, Hamas se posicionó como el líder de la oposición que rechazaba la normalización de la ocupación israelí. Eso le dio a Hamas una popularidad masiva entre los palestinos, sobre todo tras quedar claro que Oslo fue una artimaña y que el ‘proceso de paz’ llegaba a un callejón sin salida.
Cuando murió Arafat, tras pasar años bajo un asedio del ejército israelí en Ramallah, Abbas se hizo cargo. Teniendo en cuenta que Abbas fue el artífice de Oslo y su falta de carisma y liderazgo, Hamas dio el primer paso en una maniobra política que costó cara: se presentó a las elecciones legislativas de la AP. Peor aún; ganó.  
Al emerger como el principal partido político en una elección que fue, en sí misma, el resultado de un proceso político que Hamas había rechazado durante años, Hamas fue la víctima de su propio éxito.
Como era de esperar, Israel castigó a los palestinos. Como resultado de la presión de EEUU, Europa siguió su ejemplo. El gobierno de Hamas fue boicoteado, Gaza sufrió el bombardeo constante de Israel y los cofres palestinos empezaron a vaciarse.  
En el verano de 2007 se produjo una breve guerra civil entre Hamás y Fatah que causó cientos de muertos y la división política y administrativa de Gaza desde Cisjordania.
Oficialmente, los palestinos tenían dos gobiernos, pero ningún Estado. Era una tomadora de pelo que un prometedor proyecto nacional de liberación abandonara la libertad y se centrara en contar los puntos de las facciones, mientras millones de palestinos sufrían bajo la ocupación militar y el asedio, y otros millones sufrían la angustia y la humillación del ‘shattat’ – el exilio de los refugiados en el extranjero.
En los últimos 10 años se han hecho muchos intentos de reconciliar a los dos grupos, pero todos han fracasado. Fracasan porque, una vez más, los líderes palestinos dejan sus decisiones en manos de potencias regionales e internacionales. La edad de oro de la OLP fue reemplazada por la era oscura de las divisiones en facciones.
Sin embargo, el último acuerdo de reconciliación en El Cairo no es resultado de un nuevo compromiso con un proyecto nacional Palestina. A Hamas y a Fatah se les han acabado las opciones. Su política regional era un desastre, y sus programas políticos ya no impresionaban a los palestinos, huérfanos y abandonados.
Para que la unidad entre Hamas y Fatah sea una verdadera unidad nacional tendrían que cambiar por completo las prioridades; el interés del pueblo palestino – de todos, en todas partes – ha de ser primordial, por encima de los intereses de una facción o dos.

domingo, 22 de octubre de 2017

Desastre kurdo: la "independencia" que siempre no fue

Alfredo Jalife-Rahme
Foto
En una manifestación ante la sede de Naciones Unidas en Arbil, la capital de la región autónoma, un kurdo iraquí muestra los retratos del presidente ruso, Vladimir Putin; el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente del Kurdistán iraquí, Massud Barzani, con una frase en kurdo atribuida a este último: Quiero decir ante mi Dios y mi gente que no soy la persona que los decepcionaFoto Afp
En mi artículo postsísmico sobre cómo Israel apoya la secesión del Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía (https://goo.gl/Sb48Mu), adelanté que la alta vulnerabilidad del Kurdistán iraquí radica en que se encuentra totalmente rodeado de países que pueden ser desestabilizados, lo cual beneficia enormemente a Israel, pero a costa de un elevado precio del pueblo kurdo, que puede volver a ser sacrificado en el altar de la geopolítica regional, como sucedió con el tratado de Sèvres de 1920.
Pues fue justamente lo que sucedió casi 100 años más tarde cuando Massoud Barzani, líder de la región kurda en el norte de Irak y prócer de su fugaz independencia, fue abandonado por Donald Trump (sucesor de los negociadores occidentales del Tratado de Sèvres).
En una fulgurante operación del ejército iraquí –curiosamente entrenado tanto por el Pentágono como por los pasdarán iraníes (Guardias Revolucionarios Islámicos Chiítas)– fue tomada la región de Kirkuk y su capital, con pletóricos yacimientos de hidrocarburos, ante la sorprendente huida de los combatientes kurdos, los legendarios peshmergas (que se arrojan a la muerte), a lo que no hicieron honor, y cayeron después de 12 horas casi sin combatir.
La independencia del Kurdistán iraquí –no se diga su efecto dominó en Irán, Siria y Turquía, con relevantes minorías kurdas (https://goo.gl/Fh5HV2)– quedó hecha añicos. Sin el petróleo de Kirkuk no es viable el estado independiente kurdo en el norte de Irak (https://goo.gl/vudtvp).
Con la hostilidad de todos los estados regionales islámicos fronterizos –en particular los no árabes: la sunita Turquía y la chiíta Irán– y con la sola excepción del apoyo envenenado de Israel, Erbil (con 5 millones de habitantes), capital del Kurdistán iraquí, se aisló de la realidad geoeconómica/geopolítica. Quizá el peor error de Barzani fue su obsceno meretricio con el Estado sionista, Israel, expoliador de tierras, derechos, vidas y sueños palestinos.
La gran mayoría de los analistas se equivocó al sobrestimar la valentía de los peshmergas y al subestimar al ejército central iraquí, después de su previa derrota humillante ante los yihadistas en Mosul: ciudad plural del norte de Irak, con mayoría árabe e importante presencia de asirios cristianos que hablan el arameo (el idioma de Cristo) y de caldeos católicos.
Con la ignominiosa derrota de los peshmergas, Kirkuk es hoy compartida por tres diferentes grupos étnicos y religiosos: los árabes semitas, los turcomenos (de origen turco-mongol y que aquí en su mayoría son chiítas) y los cristianos asirios/arameos/caldeos semitas. El triunfo de los turcomenos chiítas, casi la mitad de la población de Kirkuk, resume la nueva alianza entre la Turquía sunita y el Irán chiíta contra la balcanización de los pueblos kurdos inducida por Israel.
Israel y Trump sufren dos derrotas humillantes con la pérdida de la plaza petrolera de Kirkuk, destinada esquemáticamente a los kurdos.
Debka Weekly (número 774), portal desinformativo del Mossad, se desvive explicando teorías conspirativas entre los mismos kurdos y la traición del grupo Talabani, tradicional enemigo de los Barzani (vinculados a la CIA y al Mossad).
La narrativa hilarante de Debka eleva a dimensiones sobrehumanas al legendario general Qassem Soleimani, jefe de la rama de élite expedicionaria Qods, dependiente de los pasdarán jomeinistas. Días antes, Trump había despotricado en forma grotesca contra los pasdarán y el mismo Soleimani, para complacer a su yerno, el israelí-estadunidense Jared Kushner, y a su supremo aliado, el premier Benjamin Netanyahu. Trump obtuvo días más tarde su respuesta en Kirkuk, con la entrada triunfal de su vilipendiado general Soleimani.
Los británicos entienden mejor la geopolítica que sus maniqueos/lineales alumnos de Estados Unidos. David Gardner colige perfectamente la hipercomplejidad no-lineal de las arenas movedizas del Medio Oriente y sostiene que la captura de Kirkuk y la derrota de Barzani, aliado de Israel, debe ser vista como parte de la competencia geopolítica entre Irán y Estados Unidos (https://goo.gl/MpvJCA).
Otro británico muy sagaz, Patrick Cockburn, apunta que los kurdos perdieron 40 por ciento del territorio que controlaron previamente, mientras la geografía política del norte de Irak será transformada, en detrimento de los kurdos. Sin campos petroleros bajo su control –reservas de 45 mil millones de barriles de petróleo y 150 millones de millones (trillones anglosajones) de metros cúbicos de gas, con una exportación de 600 mil barriles diarios (https://goo.gl/3hni88)–, los kurdos pierden su independencia económica.
El premier iraquí Haider al Abadi –chiíta árabe semita– consigue su segundo triunfo fenomenal este año: la captura de Mosul contra los yihadistas sunitas y la derrota de los peshmergas sunitas kurdos. Curioso: los dos grupos derrotados por el chiíta premier iraquí son sunitas, mientras se expande el proyectado Creciente Fértil chiíta del C4+1 (Irán, Irak, Siria, Hezbolá+Rusia; https://goo.gl/ZKN3CX).
Para el analista británico filorruso Alexander Mercouris, el plan C de Trump se frustró en Irak: “Estados Unidos fracasó en conseguir el cambio de régimen en Siria (plan A) y falló en catalizar la balcanizacion de Siria sobre líneas sectarias (plan B; https://goo.gl/M7EhyS), y ahora buscaba usar a los kurdos para desestabilizar tanto a Irak como a Siria” (https://goo.gl/ce4Wq8) con el fin de frenar la influencia creciente de Irán y de alienar a Turquía. Le salió el tiro por la culata a Trump, ya que lo único que consiguió es alinear a Irán, Turquía, Siria e Irak, mientras aisló a los kurdos.
Mercouris comenta que en los recientes dos años se ha demostrado que “los rusos son los maestros (sic) de la estrategia militar y tecnología en el Medio Oriente, y que los iraníes son los maestros (sic) indiscutibles de operaciones encubiertas, con su excepcional conocimiento de la región, mediante sus diversas agencias de espionaje y seguridad”.
En forma interesante, Mercouris aduce que la debacle del plan C exhibe el rápido declive del poder estadunidense en el Medio-Oriente: Trump –quien, a instigación de su aliado supremo Netanyahu, descertificó en forma unilateral e insensata el acuerdo nuclear del P5+1 con Irán (https://goo.gl/LCV7u6)– se está aislando, mientras Irán, el supuesto marginado, sancionado y vituperado, exhibe excelentes relaciones con Turquía, Siria, Irak y Pakistán, así como los países centroasiáticos. Le faltó agregar a Líbano.
El Pentágono mantiene 10 mil soldados en Irak y es aliado de Bagdad en el combate contra los yihadistas, quienes ahora se encuentran en franca retirada en Siria e Irak. ¿Para resucitar en el sudeste asiático?
¿Se inclinaron tanto el Pentágono como Rex Tillerson, secretario de Estado y ex mandamás de ExxonMobil, por los más pletóricos y lucrativos yacimientos petroleros del sur chiíta iraquí, en detrimento del menor yacimiento de Kirkuk, el cual hubiera sido otorgado a los kurdos sunitas no árabes por los intereses de Israel para su abasto? ¿Tuvo miedo Trump a un alza descomunal del petróleo, que hubiera beneficiado a Rusia, por lo que prefirió laisser-faire a Irán?
www.alfredojalife.com
fuente: http://www.jornada.unam.mx
  RGE 1041/17 Red de Geografía Económica

jueves, 19 de octubre de 2017

El plan de Israel para remodelar Oriente Medio apoya la independencia del Kurdistán

Jonathan Cook
Mondoweiss

 
Un kurdo sostiene una bandera israelí y otra kurda durante una manifestación para mostrar su apoyo al referéndum de independencia del 25 de septiembre en Erbil, Irak, el 16 de septiembre de 2017. (Foto: REUTERS / AZAD LASHKARIG)
 
Palestinos e israelíes observaron el referéndum de los kurdos de Irak de la semana pasada con especial interés. Los funcionarios israelíes y muchos palestinos de a pie estaban encantados -por razones muy diferentes- de ver un voto abrumador para separarse de Irak.
Dada la reacción negativa de Bagdad y la ira de Irán y Turquía, que tienen minorías kurdas intranquilas, la creación de un Kurdistán en el norte de Irak podría no ocurrir de inmediato.
El apoyo palestino a los kurdos no es difícil de entender. Los palestinos también fueron ignorados cuando Gran Bretaña y Francia dividieron el Medio Oriente en estados hace un siglo. Al igual que los kurdos, los palestinos se han visto atrapados en diferentes territorios y oprimidos por sus amos.
Los complejos intereses de Israel en la independencia kurda son más difíciles de desentrañar.
El primer ministro Benjamin Netanyahu es el único líder mundial que respalda la independencia kurda mientras otros políticos hablan del "derecho moral" de los kurdos a un Estado. Nadie vio lo incómodo que se puso con su enfoque del caso palestino.
En un nivel superficial Israel ganaría porque los kurdos se sientan sobre abundante petróleo. A diferencia de los estados árabes y de Irán, están dispuestos a vender a Israel.
Pero las razones del apoyo israelí son más profundas. Ha habido cooperación, en gran parte secreta, entre Israel y los kurdos durante décadas. Los medios de comunicación israelíes hicieron un homenaje a los generales jubilados que han venido entrenando a los kurdos desde los años sesenta. Esas conexiones no han sido olvidadas ni finalizadas. En las manifestaciones de la independencia se vieron banderas israelíes y los kurdos hablaron de su ambición de convertirse en un "segundo Israel".
Israel considera a los kurdos aliados claves en una región dominada por los árabes. Ahora, con el retroceso de la influencia del Estado Islámico, un Kurdistán independiente podría ayudar a prevenir que Irán llenase el vacío. Israel quiere un baluarte contra un Irán que transfiere sus armas, inteligencia y conocimientos a los aliados chiítas en Siria y Líbano.
Los intereses actuales de Israel, sin embargo, remiten a una visión más amplia que ha albergado durante mucho tiempo para la región, sobre la que me explayé extensamente en mi libro Israel and the Clash of Civilisations (Israel y el choque de civilizaciones, N. de T.).
Comenzó con el padre fundador de Israel, David Ben Gurion, quien ideó una estrategia de "aliarse con la periferia", construyendo lazos militares con estados no árabes como Turquía, Etiopía, India e Irán, gobernados por los shahs. El objetivo era ayudar a Israel a salir de su aislamiento regional y contener un nacionalismo árabe dirigido por Gamal Abdel Nasser de Egipto.
El general israelí Ariel Sharon amplió esta doctrina de seguridad a principios de los 80, con la pretensión de convertir Israel en una potencia imperial en el Medio Oriente. Israel se aseguraría de que solo el Estado judío poseyera armas nucleares en la región, hecho que lo hace indispensable para los Estados Unidos.
Sharon no fue explícito acerca de cómo podría cristalizar el imperio de Israel, pero el Plan Yinon, escrito para la Organización Sionista Mundial por un exfuncionario del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, proporcionó una indicación aproximada.
Oded Yinon propuso la implosión de Oriente Medio rompiendo los estados clave de la región -y principales opositores de Israel- alimentando la discordia sectaria y étnica. El objetivo era romper estos estados, debilitarlos para que Israel pudiera asegurar su lugar como único poder regional.
La inspiración de esta idea estaba en los territorios ocupados, donde Israel había confinado a los palestinos en una serie de enclaves separados. Posteriormente Israel dividiría el movimiento nacional palestino, alimentando un extremismo islamista que se unió a Hamas y al la yihad islámica.
En este período, Israel también puso a prueba sus ideas en el vecino Líbano meridional, que ocupó durante dos décadas. Allí su presencia alimentó aún más las tensiones sectarias entre cristianos, musulmanes drusos, sunitas y chiíes.
La estrategia de "balcanizar" el Oriente Medio encontró el favor en los EE.UU. entre un grupo de políticos conocidos como neoconservadores, que asomaron al poder durante la presidencia de George W. Bush.
Fuertemente influenciados por Israel, promovieron la idea de hacer "retroceder" a los estados claves, especialmente Irak, Irán y Siria, que se oponían al dominio israelí-estadounidense en la región. Priorizaron el derrocamiento de Saddam Hussein, quien había disparado misiles contra Israel durante la guerra del Golfo de 1991.
Aunque se suponía a menudo que era un desafortunado efecto secundario de la invasión de Irak de 2003, la supervisión de Washington de la sangrienta desintegración del país en feudos sunitas, chiítas y kurdos parecía sospechosamente intencional. Ahora los kurdos iraquíes están a punto de hacer que la ruptura sea permanente.
Siria atravesó el mismo proceso sumida en una convulsa guerra que ha dejado impotente a su gobernante. Y Teherán es, una vez más, el blanco de los esfuerzos de Israel y sus aliados de Estados Unidos para destruir el acuerdo nuclear de 2015, arrojando a Irán al rincón. Las minorías árabes, baluchis, kurdas y azeríes deberían estar ya maduras para despertar.
El mes pasado, en la conferencia anual de Herzliya, un festival del establishment de la seguridad de Israel, la ministra de Justicia Ayelet Shaked pidió un Estado kurdo. Declaró que sería parte integral de los esfuerzos israelíes por "reestructurar" el Medio Oriente.
El desmembramiento del mapa implantado por Gran Bretaña y Francia en la región conduciría probablemente a un caos del tipo que un Israel fuerte, armado nuclearmente y con el apoyo de Washington, podría explotar ampliamente. No menos importante, sin embargo, es que más embestidas empujarían a la causa palestina aún más abajo en la lista de prioridades de la comunidad internacional.
Una versión de este artículo apareció por primera vez The National, Abu Dhabi.
Fuente: http://mondoweiss.net/2017/10/kurdish-independence-underpins/
Traducido para rebelion por JM