sábado, 31 de marzo de 2018

Trump agrava el atolladero estadounidense1


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Claudio Katz2
PALABRAS CLAVES

Neoliberalismo, belicismo, capitalismo.
1 Este artículo actualiza y complementa los conceptos expuestos en: Katz, Claudio. Belicismo, globalismo y autoritarismo, Nuestra América XXI, CLACSO, noviembre 2017.

2 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

RESUMEN

Con provocaciones y amenazas Trump intenta recuperar la primacía económica de Estados Unidos. Exige negociaciones bilaterales para reforzar el dominio de la digitalización y la supremacía en los servicios. Pero no logra forjar las alianzas internacionales requeridas para su proyecto. Acentúa el belicismo de sus apéndices sin recurrir hasta ahora a la intervención directa.
En un escenario de recuperación económica la ansiada reducción del déficit comercial sigue pendiente. El caos del gabinete, las tensiones con el establishment y la resistencia democrática erosionan su gestión. El liderazgo inicial de la mundialización neoliberal no ha contenido el deterioro del poder norteamericano.


Transcurrido más de un año de gestión Trump no logra encaminar su gobierno. Sus exabruptos y contramarchas son tan impactantes como el caótico manejo de su gabinete. Los desplantes, provocaciones e insultos han afianzado la imagen de un hombre descontrolado e irracional.
Pero el magnate tiene objetivos muy precisos. Toda su estrategia apunta a utilizar la supremacía geopolítica y militar de Estados Unidos para revertir el declive económico de la primera potencia. Esa recomposición exige una dura pulseada con rivales y aliados de larga data. La batalla se desenvuelve en la arena comercial pero genera grandes peligros en todos los terrenos.

REVERTIR EL DESBALANCE COMERCIAL

En las últimas décadas Estados Unidos fue el principal impulsor de la mundialización neoliberal y obtuvo grandes beneficios de esa transformación capitalista. Pero las nuevas reglas de la acumulación global no contuvieron su pérdida de posiciones económicas. Ese debilitamiento se refleja en el sostenido endeudamiento externo y en el gigantesco déficit comercial.
Trump busca reducir drásticamente ese desbalance de intercambios con China, Alemania, Japón, México y Canadá. Para lograr mayor equilibrio exige la restauración de la negociación bilateral. Pretende priorizar las leyes nacionales y atenuar el peso de los arbitrajes internacionales.
Como las reglas de la OMC obstruyen esas tratativas directas, Trump sabotea el organismo y desconoce su facultad para zanjar controversias. El sentido de su principal lema (America first) es colocar a Estados Unidas en el centro de negociaciones con cada país.
Con esa estrategia busca reforzar la preponderancia de Wall Street. Ya amplió la desregulación financiera y dispuso nuevos privilegios impositivos para los bancos. Trabaja además para el lobby petrolero eliminando restricciones a la contaminación. En medio de grandes huracanes y sequías esgrime un descarado negacionismo climático.
Su ofensiva favorece también a las firmas de alta tecnología. Trump sabe que Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido, pero intenta relocalizar las actividades automatizadas que utilizan mano de obra calificada. Por eso reclama una mayor apertura a sus rivales en los sectores de alta competitividad yanqui.
El potentado apunta especialmente al sector de los servicios. En esa actividad Estados Unidos mantiene un importante superávit que compensa el monumental desequilibrio en el comercio de bienes.
Las ventajas en los servicios obedecen al surgimiento de una economía digital liderada por compañías norteamericanas. La nueva fase de la revolución informática se asienta en la expansión de mecanismos que aceleran la transnacionalización de ese sector. Internet es el epicentro de un sistema de plataformas que generan y recolectan enormes volúmenes de datos.
El 50% de la población mundial ya está conectada y el flujo transfronterizo de información creció 45 veces desde el 2005. El manejo de ese insumo clave (big data) permite diseñar perfiles detallados de los individuos, que las empresas venden para personalizar la publicidad. Las grandes corporaciones digitales se han consolidado utilizando la masa de usuarios reclutados en la fase previa. También aprovechan la tendencia a permanecer en el ámbito donde cada uno se encuentra conectado.
Estados Unidos controla ese dispositivo. Cinco empresas de ese origen (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) absorbieron el enorme capital requerido para afianzar ese dominio. Las compañías estadounidenses manejan los datos que luego empaquetan y venden. Operan a escala internacional sin ninguna presencia física y ya manejan gran parte de la publicidad.
Trump pretende estabilizar ese liderazgo bloqueando cualquier protección al flujo de datos. También se opone a la localización de los servidores fuera del territorio norteamericano y al consiguiente desarrollo de capacidades locales en otros países.
Esa supremacía es indispensable para comandar la próxima fase del desarrollo informático basada en la robótica, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y las nuevas formas de almacenamiento de la energía. Ese futuro se dirime en las negociaciones sobre el comercio electrónico que prioriza Trump.
El potentado disputa en múltiples terrenos y con incontables países, pero jerarquiza la confrontación con China. Quiere frenar a toda costa la expansión de un gigante que compite por la primacía económica global. Trump exige la apertura de la economía oriental en las áreas más favorables a la penetración yanqui (telecomunicaciones, energía, finanzas).
Con los adversarios alemanes discute una agenda semejante, pero con menor agresividad y apostando a la sumisión del estrecho aliado de posguerra. La negociación con los subordinados del imperio (Japón, Canadá) es más amistosa pero igualmente intensa.

DILEMAS DE LA INTERVENCIÓN

El principal instrumento de la estrategia económica de Trump es el poder imperial norteamericano. Afronta dos posibilidades para el uso de esa fuerza.
La primera es restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar ese modelo. Insinúa grandes operaciones, que sintonizan con el clima creado por sus diatribas contra el terrorismo y los inmigrantes.
Reagan y Bush son los antecesores de esa estrategia. En los 80 el actor devenido en presidente recurrió a un gran despliegue de misiles para doblegar a la URSS. Bush propició varias intervenciones para recomponer la hegemonía de la primera potencia. Aún se desconoce si Trump retomará esa senda. No es lo mismo el cacareo cotidiano a través de twittes que los operativos reales de acción militar.
Una escalada de ese tipo convergería con los intereses del Pentágono que ya logró un significativo aumento del presupuesto. Entre 2001 y 2011 el incremento del gasto militar permitió cuadruplicar las ganancias de los fabricantes de cadáveres. El viejo complejo industrial militar ha integrado al pujante sector informático y esa articulación requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante. Las guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios yanquis para tapar escándalos políticos y desviar la atención de la población.
La segunda posibilidad de Trump es reconocer el declive de la capacidad norteamericana para consumar grandes aventuras bélicas. Si predomina esa evaluación, sólo gestionaría incursiones protagonizadas por sus socios o vasallos. Esas guerras por delegación se desarrollarían con asesoramiento del Pentágono pero sin la intervención directa de los marines.
¿Cuál de las dos opciones ha priorizado hasta ahora el millonario? Sin descartar la primera alternativa jerarquiza la segunda, en el escenario clave de Medio Oriente.
Luego de retomar los bombardeos en Siria Trump eludió la presencia de tropas, en un país ocupado por múltiples ejércitos. Llegó a un acuerdo con Putin para congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con división de zonas bajo la protección de cada contendiente. Incluso aceptó la continuidad de Assad, diluyendo la programada contraofensiva de los mercenarios que financia el Departamento de Estado.
Estados Unidos bombardea ocasionalmente el demolido país en una guerra que no concluye. La derrota del Ejército Islámico confirmó la tradicional debilidad de un salvajismo rudimentario frente a la barbarie de los más poderosos. Otras variantes de la oposición al gobierno de Assad fueron pulverizadas y Siria se convirtió en una simple pieza de las disputas geopolíticas internacionales. Cada potencia hace su juego con la tragedia ocasionada a millones de individuos.
Turquía está lanzada a desmantelar las regiones kurdas que conquistaron autonomía y Rusia afianza su presencia militar. ¿Recurrirá Trump a un despliegue de tropas equivalente al exhibido por Putin? Hasta ahora no implementó ningún paso en esa dirección. Apuesta a la intervención de sus dos principales socios.
Por un lado dispuso el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, para enviar un contundente mensaje de sostén a cualquier agresión sionista. Netanyahu celebra la sangría de Siria, pero no ha renunciado a la balcanización de su principal rival fronterizo. El plan de segmentar a Siria en tres mini-estados (kurdo, sunita y alauita) explica la continuidad del martirio impuesto a la población.
Trump también avala la nueva conducción belicista de la monarquía saudita. Los jeques multiplican las masacres en Yemen e incursionan en el Líbano para compensar sus fracasos en Siria. Apuntalan una alianza militar con Egipto para desbaratar la estrategia conciliadora que impulsan Qatar y Turquía. Pretenden bloquear los acuerdos energéticos con Rusia y sabotean la estabilización de una zona de comercio fluido con China.
El magnate prioriza la vieja asociación de petróleo y armas que Estados Unidos mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión permite sostener al dólar como moneda internacional, frente a los intentos de sustituir ese signo por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los sauditas realizan, además, compras multimillonarias de armas e invierten en la infraestructura estadounidense.
En las principales alternativas de Medio Oriente Trump delega la acción militar en sus aliados. Busca recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices, sin comprometer directamente al Pentágono.

DISYUNTIVAS SIMILARES EN OTRAS REGIONES

Los mismos dilemas afronta el millonario en otros focos de tensión internacional. Frente a Corea del Norte ha subido el tono de las agresiones verbales manteniendo la prudencia militar. Su amenaza de arrasar el país es coherente con la masacre perpetrada por los yanquis en los años 50. Convalidaron la división del territorio y obstruyeron todas las negociaciones de paz. Trump utiliza un lenguaje virulento con fórmulas primitivas, sin recurrir siquiera al disfraz de la intervención humanitaria.
Su inagotable palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos que ensayaron India y Francia. Diaboliza al país que vulneró un principio básico de la hipocresía nuclear: otorgar el derecho a destruir a ciertas naciones y condenar a otras a ser destruidas.
Trump sabe que las opciones militares son limitadas, en la medida que Pongyang pueda convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas nucleares tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir las masacres de Irak o Libia.
Para lidiar con el pequeño país Trump militariza la zona, acelera el rearme de Japón y aumenta la presión sobre China. Con esa variedad de acosos busca quebrantar a un régimen aislado. Pero no ha logrado vencer las reticencias del gobierno surcoreano a la instalación de otro arsenal nuclear. El régimen de Kim sigue probando misiles y ya estaría próximo a lograr el status de potencia nuclear. Como ha fracasado la neutralización negociada Trump debe definir sus próximos pasos.
En un tercer terreno de conflictos localizados en Europa, el millonario actúa con menor agresividad que Obama. Ha disminuido la presión sobre Ucrania y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a Rusia. Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses en el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor financiamiento de la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto militar por parte de la Unión Europea.
El espionaje yanqui suele utilizar también los atentados yihadistas para conseguir las metas de la Casa Blanca. Una parte de esos grupos es manipulada directamente por sus creadores del Departamento de Estado. Por eso los fundamentalistas se trasladan de un lugar a otro sembrando el terror, bajo la sospechosa inacción de los servicios de inteligencia. Su comportamiento bestial sirvió para demoler varios países (Irak, Libia, Siria) y actualmente facilita la militarización de las relaciones internacionales. Este clima contribuye a imponer la subordinación de Europa y el debilitamiento del competidor alemán.
En otro lugar clave de la batalla geopolítica -Afganistán- Trump avala una presencia más directa del Pentágono. Confirmó esa política con la mega-bomba que lanzó para impresionar a toda la región. Con esa pedagogía del terror reforzó la presencia militar en una zona de estratégico entrecruzamiento fronterizo (China, Irán, India, ex repúblicas soviéticas).
Pero repite el mismo alarde de poderío que desplegaron otros presidentes demócratas y republicanos sin revertir su fracaso. No logra resultados con la privatización de tropas financiadas con el saqueo de los recursos naturales.
Todo indica que la prueba de fuego para el guerrero yanqui se desenvolverá en Irán. Trump busca anular el acuerdo de control nuclear suscripto por Obama y no tolera la existencia de un estado independiente de la envergadura persa. Los Ayatollahs no encarnan un proyecto antiimperialista, pero manejan un nivel de riquezas y poderío que rompe la balanza de poder regional. El desbocado presidente no acepta un desafiante de ese porte.
Desde hace tiempo Israel propicia atentados directos contra los laboratorios de investigación atómica. Los sauditas suscriben ese plan para disputar el liderazgo subimperial en la región.
El reingreso de un pelotón de cavernícolas al gabinete del millonario (Bolton, Pompeo, Haspel) sintoniza con estas tendencias guerreras. Pero la confrontación con Irán es una decisión muy seria. Acentuaría el distanciamiento con miembros de la OTAN (como Turquía) y chocaría con la resistencia de Alemania y Francia, que preparan grandes negocios con Teherán.
El uso de las tensiones bélicas para reconstruir el poder económico estadounidense es una jugada riesgosa. Hasta ahora Trump sólo propaga amenazas (Irán), autoriza acciones indirectas (Siria), rodea a sus enemigos (Corea), encubre repliegues (Europa Oriental) y recrea fracasos (Afganistán). La consistencia de su proyecto es una gran incógnita.

FRUSTRACIONES EXTERNAS
Trump no ha logrado en su primer año ninguna concesión económica significativa de China o Alemania. El gigante asiático muestra poca disposición a negociar bajo chantaje. Ha respondido con la bandera de Davos, exhibe fidelidad al libre-comercio y busca atraer a las empresas transnacionales enemistadas con el millonario.
Esa postura coincide con una gran aceleración del salto hacia el capitalismo pleno en China. Hay nuevas privatizaciones de empresas estatales y se prepara un cambio de normas bancarias para derivar la fijación de la tasa de interés al mercado.
El gigante oriental sigue creciendo con nuevos emprendimientos globales, como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura que ya suma a 84 países. La Ruta de Seda en gestación y un próximo mercado de petróleo a futuro en Shangái, incrementan la presión para convertir al yuan en moneda mundial. También el comercio con África y América Latina supera cualquier volumen precedente.
China no se amolda a las exigencias de Trump. El presidente Xi se afianzó mediante un equilibrio entre la crema del poder (“los príncipes”) y las burocracias regionales. Ahora se planta como un duro interlocutor de Washington.
En la gira por China Trump redujo el tono de su agresividad. Pero posteriormente retomó la ofensiva, con el contundente anuncio de aranceles a 1300 productos de origen asiático. Con esa decisión explicitó quién es su principal enemigo económico y con qué intensidad buscará forzar el pago de patentes.
Las acciones contra China contienen un mensaje estratégico. No son simples medidas proteccionistas, que Trump anuncia y revierte en función de lo negociado con cada país. Difieren del variable manejo ensayado con el acero. El adversario oriental intenta evitar el choque frontal, pero nadie sabe cómo termina una escalada comercial descontrolada.
Trump afronta problemas del mismo tipo con su segundo rival de peso. La resistencia de Alemania ha sorprendido al mandatario yanqui. Merkel intenta sumar a Macron a un eje de rechazo a las exigencias estadounidenses. Realizó varias giras por el mundo para ensayar políticas autónomas y sugirió la conveniencia de un alineamiento militar con Francia. Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación transatlántica.
La líder germana ha perdido la fortaleza electoral del pasado. La economía no es tan próspera como parecía y la insatisfacción con la precarización laboral genera el descontento que expresan las urnas. Pero como ese malestar es capitalizado por la derecha, la disputa con el magnate estadounidense se acentúa.
Mientras las relaciones entre ambos países se enfrían, el Bundesbank decidió incluir al yuan en sus reservas en desmedro del dólar, para enviar un mensaje de disgusto a la Reserva Federal. En la pulseada con Alemania y China se juega la reducción del déficit comercial que Trump no logra achicar.

SIN SOCIOS A LA VISTA

Trump necesita alguna sociedad con países para implementar su estrategia. Por eso intentó un acuerdo inicial con Rusia. Buscó esa alianza para contrapesar la incontable variedad de flancos que abre a escala internacional. Pero desde hace mucho tiempo Moscú es el principal adversario geopolítico de Washington y el grueso del establishment norteamericano se opone a cualquier pacto.
Esa animadversión desbarató todas las sugerencias de aproximación con Putin. El complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto a la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de espionaje (Rusiagate), para obstruir cualquier convergencia con el aliado ambicionado por Trump. Las virulentas presiones anti-rusas de Washington han escalado hasta forzar la expulsión de diplomáticos, como corolario del escándalo por espionaje que estalló en Inglaterra.
Por su parte la dirigencia rusa consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea y desconfía del pérfido funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación. Con una política exterior agresiva y fuertes apelaciones al ideario imperial, Putin ha consolidado un sostén electoral que lo aleja de la asociación imaginada por Trump.
Inglaterra es el otro candidato a converger con la política diseñada en la Casa Blanca. Trump ofrece a los conservadores británicos un gran respaldo para confrontar con Alemania, en la dura negociación por la salida de la Unión Europea.
El Brexit tiene parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de posiciones económicas británicas a través de fuertes restricciones a la inmigración, mayor diversificación del comercio y creciente desregulación financiera.
Inglaterra ha perdido posiciones y pretende retener el máximo acceso al mercado unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir el arancel aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar acuerdos comerciales con otros países y manejar en forma autónoma su política inmigratoria.
Es lo mismo que plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la globalización, pero con estrategias comerciales propias y una gestión unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del England First se intenta mejorar la performance de una vieja potencia en la internacionalización europea.
Pero con la economía estancada y la productividad en retroceso, los británicos tienen poco espacio para desenvolver con éxito esa operación. No cuentan con las espaldas de Estados Unidos para encarar una apuesta tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit) quedó frenada, en un contexto de gran división en las clases dominantes. Mientras se desenvuelven las tratativas, los bancos y las automotrices no saben a qué atenerse.
Alemania no acepta la simple revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los millonarios compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al incorporarse a la Unión. Tampoco hay nítidas resoluciones para el estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los dos millones de ingleses afincados en Europa.
La restitución de potestades legales de Europa a Gran Bretaña se ha complicado y el mantenimiento de una frontera abierta de Irlanda del Norte con el Sur (que permanece en la Unión) introduce conflictos adicionales. La propia existencia del Reino Unido está en juego, si Escocia decide celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su asociación de tres siglos con Inglaterra.
Trump tampoco logra consolidar una sociedad con la derecha europea continental. El electorado de esa región busca a ciegas caminos para oponerse al neoliberalismo de los partidos tradicionales y ha facilitado la expansión de organizaciones muy reaccionarias. Pero esas formaciones afrontan un techo cuando se avizora su llegada al gobierno y sus proyectos son frecuentemente absorbidos por la derecha convencional. La irrupción de pequeños Trumps en múltiples puntos de Europa, no implica la automática concertación de alianzas con el inventor estadounidense de la fórmula.

LA CRISIS INTERNA

Ningún obstáculo externo se equipara con la oposición que afronta el millonario dentro de su país. Desenvuelve un mandato signado por tormentosos conflictos. No consigue el sostén estable del Congreso para sus principales proyectos y forzó la renuncia de 25 funcionarios de alto rango. Esa rotación equivale al doble de lo registrado durante Reagan y al triple de lo observado con Obama.
Varios jueces le impusieron, además, fuertes vetos a sus decretos de visado anti-musulmán y el intento de expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers) está cuestionado. No logró tampoco aumentar las deportaciones, que en el 2017 fueron inferiores al año precedente. Despliega grandes anuncios del muro fronterizo con México, pero no obtiene los fondos de los legisladores para construirlo.
La improvisación y los fracasos son datos repetidos de su gestión y los escándalos por corrupción afectan a sus allegados y familiares. En los primeros meses el establishment le impuso una seria depuración. Debió eyectar a su principal hombre de confianza (Bannon), a su estratega militar (Flynn) y tuvo que incorporar a dos generales del Pentágono (Mattis, McMaster) y varios hombres de la elite empresarial (Tillerson, Perry).
Pero posteriormente impuso un giro inverso. Desplazó a los exponentes de Washington (Tillerson, Cahn), reafirmó a sus fieles (Navarro, Ross), introdujo nuevos trogloditas (Bulton) y ascendió a gente de su mismo palo (Pompeo, Haspel).
Con esa restauración de allegados volvió al punto de partida y a la consiguiente intención de forjar una presidencia bonapartista, para disciplinar a los principales grupos de poder. La pulseada con el establishment permanece irresuelta y sólo quedaría zanjada en las elecciones de medio término.
Trump reafirma su xenofobia para conservar el apoyo de los sectores empobrecidos. Logró ese sustento propiciando límites a la movilidad de la fuerza de trabajo, con la intención de actualizar la vieja segmentación de los asalariados estadounidenses. Mediante una descarnada confrontación con la gran prensa pretende mantener la fidelidad de sus bases de la “América Profunda”. Pero recurre a manipulaciones aberrantes del electorado, mediante invasiones a la privacidad que ya destaparon las investigaciones de Cambridge Analytica-Facebook.
El magnate usufructúa del rechazo al centralismo de Washington y fomenta un nacionalismo primitivo profundamente arraigado. Busca canalizar esas tradiciones hacia proyectos regresivos de liquidación del Obamacare y mayor debilitamiento de las organizaciones gremiales. Apuntala la ofensiva legislativa para pulverizar los derechos de sindicalización y quebrar las protestas de los docentes y empleados públicos. Actúa en un contexto de gran declive de las huelgas tradicionales.
Pero no logra doblegar otras resistencias democráticas asociadas por ejemplo con el movimiento feminista. Tampoco disuade la lucha de los afroamericanos, que encabezaron el repudio a su complicidad con los asesinatos racistas del sur. Otro flanco de batalla despunta entre los jóvenes que se movilizaron para exigir la prohibición (o regulación) del uso de armas, luego de las terribles masacres de Las Vegas y Florida.
Esos asesinatos volvieron a conmocionar a una sociedad acosada por la irrestricta circulación de 300 millones de pistolas y fusiles de variado calibre. Ese arsenal es comercializado a través de un lucrativo mercado de la muerte. Trump es un representante directo de la Asociación Nacional del Rifle y los asesinatos están a tono con sus discursos. Sintonizan con la brutalidad de un mensaje que enaltece la guerra. Mientras despotrica contra el peligro islámico, el magnate protege descaradamente a los terroristas internos de la ultra-derecha.
En el colmo de ese salvajismo, Trump propuso armar a los maestros para convertir a los colegios públicos en campos de batalla. La indignación masiva del estudiantado y las marchas del nuevo “movimiento por nuestras vidas” pueden sepultar ese delirio.

NUEVO ESCENARIO ECONÓMICO

El contexto productivo de la gestión de Trump es muy distinto al prevaleciente en la era Bush u Obama. El legado de desplome financiero del 2008 ha sido sustituido por una moderada recuperación de la economía.
A diez años de la gran recesión se observa el mismo repunte en todos los países desarrollados. Los efectos el socorro estatal ya no influyen sólo sobre el sector bancario. Impactan sobre el nivel general de actividad. También el comercio global se recupera y la tracción de China impulsa incontables negocios internacionales.
Existen opiniones divididas sobre la consistencia de esta recuperación. Algunos autores estiman que el rebote sólo encubre la explosividad financiera subyacente. Consideran que las entidades privadas no están saneadas y que los Bancos Centrales cargan con inmanejables activos tóxicos. Resaltan la peligrosidad del boom artificial de Wall Street, que multiplicó por cuatro sus cotizaciones desde el 2009.
Pero otros analistas estiman que la recuperación tiene cimientos reales. Subrayan que por esa razón la FED ha puesto fin al rescate monetario (“Quantitative Easing”), adquiere bonos en lugar de emitirlos y está embarcada en una paulatina elevación de la tasa de interés.
La economía estadounidense es el principal escenario de este giro. Trump estimula la renovada avidez por el beneficio, promoviendo los cambios legislativos que reclama el gran capital. Su reforma tributaria ya redujo significativamente el pago de impuestos a las corporaciones.
No sólo en ese terreno repite la política de Reagan. También retoma la estrategia monetaria y cambiaria de su antecesor para absorber capital foráneo. Intenta conciliar las tasas de interés elevadas con un dólar fuerte y al mismo tiempo competitivo. El endeudamiento y las burbujas que generan esas políticas son conocidos. Pero mientras florecen las ganancias toda la burguesía bendice al magnate.
Este nuevo contexto se refleja en los organismos internacionales. Durante los años de mayor crisis la OMC y el G 20 apuntalaban el salvataje coordinado de los bancos. En el respiro actual reaparecen las disputas comerciales expresadas en los desplantes de Trump. Como desapareció el temor a un gran desplome de los bancos resurgen los choques entre competidores.
Estados Unidos ya no aspira a lograr el rescate chino de sus finanzas. Pretende recuperar los negocios perdidos y frenar la expansión de su rival. A una escala inferior estas mismas tensiones se verifican con Europa.
El discurso proteccionista del ocupante de la Casa Blanca se amolda a esta situación. En lugar de propiciar la regresión a los bloques aduaneros de los años 30, aprovecha la coyuntura de crecimiento para apuntalar la competitividad yanqui.
Trump no quiere, ni puede revertir el cambio estructural introducido por la preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de internacionalización se afianzó al cabo de tres décadas de grandes inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima de la producción.
Su estratégica apuesta al capitalismo digital requiere más globalización. Sería totalmente inaplicable en un contexto de generalizado cierre de fronteras. Las pulseadas aduaneras que retoma no son novedosas. Entre 2009 y 2017 se registraron 1643 acciones proteccionistas contra 622 liberalizadoras entre los miembros del G 20. La belicosidad comercial tampoco impidió la reciente suscripción del tratado de libre comercio entre Canadá y la Unión Europea.
Las principales tendencias de la globalización productiva persisten más allá de la coyuntura. Las empresas transnacionales y sus cadenas de valor se expanden al mismo ritmo que el desplazamiento de la industria a Oriente. Ese curso refuerza el deterioro salarial, la precarización laboral, el desempleo y la desigualdad social.
Trump no tiene ninguna receta para evitar las enormes convulsiones -que cada quinquenio o decenio- conmocionan a la economía mundial. Al contrario, acrecienta los excedentes invendibles, la sobreinversión y la especulación financiera, que saldrán a la superficie en el próximo estallido. Como típico exponente del capitalismo actual erosiona los diques que morigeran los desajustes del sistema.

EROSIÓN DEL PODER ESTADOUNIDENSE

Trump es frecuentemente presentado como un demente sin brújula que actúa en forma imprevisible. Esa impresión suele oscurecer el sentido principal de su presidencia, que es recuperar posiciones económicas con la amenaza de la guerra. El magnate no actúa sólo, ni al servicio de una minúscula elite. Representa a los grandes capitalistas norteamericanos. Es importante registrar esa lógica de su acción para evitar interpretaciones superficiales de su mandato.
Estados Unidos fue un nítido ganador del primer período de la mundialización neoliberal y cumplió un papel económico clave en el despegue de ese proceso. Aportó el enlace estatal requerido para gestar la acumulación a escala mundial. Las instituciones de Washington internacionalizaron los instrumentos financieros y apuntalaron la globalización productiva.
La regulación bancaria de la FED, la operatoria del dólar como moneda mundial, la reorganización de los presupuestos estatales bajo la auditoría del FMI y las reglas bursátiles de Wall Street afianzaron la mundialización. Esa gravitación volvió a notarse en el desenlace de la convulsión del 2008.
Pero esta nueva etapa del capitalismo no revirtió la pérdida de supremacía norteamericana. Estados Unidos conserva los principales bancos y empresas transnacionales y encabeza, además, la introducción de nuevas tecnologías. Pero ha resignado posiciones claves en la producción y el comercio. Su impulso de la mundialización neoliberal terminó favoreciendo a China, que se convirtió en un inesperado competidor global. Trump intenta modificar ese resultado atemorizando a sus contrincantes.
Pero su capacidad real para ejercer esa presión es una incógnita. Aunque Estados Unidos prevalece en el terreno militar (y carece de reemplazantes para la custodia del orden capitalista) su hegemonía ha perdido la contundencia del pasado. Por eso sus líderes fallan en todos los operativos para retomar supremacía.
El balance de las últimas décadas es concluyente. El cambio de régimen en Irak reforzó a Irán y no redujo la autonomía de Turquía. La incursión en Ucrania para debilitar a Rusia tuvo el efecto opuesto. El despegue de China y el acceso de Corea del Norte a las armas nucleares no fueron contenidos.
El Pentágono esparció además el caos en Libia, Sudán, Somalia y Afganistán, sin apuntalar la dominación estadounidense. Los ganadores de la pulseada en Siria son Rusia e Irán. Cada una de esas intervenciones consumió millones de dólares y decenas de bajas.
Como esas destructivas acciones desmoralizaron también a los pueblos, el imperialismo norteamericano no ha sufrido derrotas comparables a Vietnam. Pero ha fracasado en el logro de sus objetivos.
La acumulación de fallidos ha modificado las relaciones de Estados Unidos con sus socios. La tradicional subordinación ha mutado hacia entrelazamientos más complejos. Las potencias europeas y asiáticas ya no aceptan con la vieja sumisión a Washington. Desenvuelven estrategias propias y explicitan sus conflictos con el gigante norteamericano. Ningún aliado cuestiona la supremacía del Pentágono, ni pretende gestar un poder bélico contrapuesto. Pero se diluyó el vasallaje de la segunda mitad del siglo XX.
Habrá que ver si en el futuro el liderazgo yanqui desaparece, resurge o se disuelve paulatinamente. Hasta ahora ninguna acción e Trump ha contenido el declive.
30-3-2018



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-Rousset, Pierre (2017) El callejón sin salida y la amenaza nuclear, vientosur.info/spip.php?article13005, 16/09.

lunes, 26 de febrero de 2018

Zeev Sternhell: "En Israel crece un racismo cercano al del nazismo incipiente"

En una columna para Le Monde, el historiador israelí especialista en fascismo se embarca en una comparación entre el destino de las personas judías antes de la guerra y el de las palestinas de hoy.

El anuncio es simbólico y polémico a nivel internacional: el 6 de diciembre de 2017, el presidente de EE. UU., Donald Trump, decidió reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. La Embajada de los Estados Unidos, actualmente con sede en Tel Aviv, abrirá antes de finales de 2019. La iniciativa fue aclamada por el Primer Ministro israelí Benyamin Netanyahu. Desde entonces, en la Knéset, el Parlamento, la derecha ha estado llevando a cabo una ofensiva en varios frentes. El 2 de enero, los diputados votaron una enmienda a la ley básica, es decir, la constitucional, por lo que es imposible entregar parte de Jerusalén sin una mayoría de dos tercios de los votos. Varios diputados también presentaron proyectos de ley para redefinir el perímetro de la ciudad, rechazando barrios árabes enteros más allá del muro de separación o integrando asentamientos grandes. Para el historiador Zeev Sternhell, con estas decisiones se pretende imponer a los palestinos que acepten sin resistencia la hegemonía judía sobre el territorio.
Un drapeau israélien flotte sur le Mont des Oliviers, à l’est de la vieille ville de Jérusalem qui apparaît en contrebas, le 22 janvier. 

 Bandera israelí sobre el Monte de los Olivos-Ahmad Gharabli/AFP

Zeev Sternhell- Le Monde

A veces intento imaginar como trataríamos de explicar nuestra época al historiador que vivirá dentro de 50 o 100 años. Se preguntará sin duda ¿en qué momento se empezó a entender que Israel, ese país que se constituyó como Estado durante la guerra de independencia de 1948, fundado sobre las ruinas del judaísmo europeo y al precio de la sangre de 1% de su población −entre ellos miles de combatientes sobrevivientes del Genocidio (Shoah)−, se transformó en un monstruo  para la población no judía bajo su dominación? ¿Cuándo exactamente los israelíes −por lo menos en parte− entendieron que su crueldad hacia las personas no judías bajo su dominación en los territorios ocupados, su determinación de romper las esperanzas de libertad y de independencia del pueblo palestino, o su rechazo a dar asilo a los refugiados africanos, empezó a quebrantar la legitimidad moral de su existencia nacional?
La respuesta −dirá tal vez el historiador− se encuentra en su germen, en las ideas y acciones de dos importantes diputados de la mayoría: Miki Zohar (Likud) y Bezalel Smotrich (Hogar Judío), fieles representantes de la política gubernamental, recientemente propulsados al primer plano. Pero aún más importante es el hecho de que esta misma ideología se encuentra en la base de las propuestas de ley llamadas «fundamentales», es decir constitucionales, que la ministra de Justicia, Ayelet Shaked −con el asentimiento entusiasta  del primer ministro Benyamin Netanyahu− se propone hacer adoptar rápidamente por el Knesset (Parlamento).
Shaked, número dos del partido de la derecha religiosa nacionalista, además de su nacionalismo extremo, representa perfectamente una ideología política según la cual una victoria electoral justifica el control de todos los órganos del Estado y de la vida social, desde la administración a la justicia, pasando por la cultura. En el espíritu de esa derecha, la democracia liberal es un infantilismo. Se concibe fácilmente el significado de ese enfoque para un país de tradición británica que no posee Constitución escrita, sólo reglas de comportamiento y un armado legislativo que puede ser cambiado con una mayoría simple.
El elemento más importante de esta nueva jurisprudencia es una legislación llamada «ley sobre el Estado-nación»: se trata de un acto constitucional nacionalista duro, del que el nacionalismo integrista de otros tiempos como el de Charles Maurras no hubiera renegado, que la señora Le Pen hoy no se atrevería a proponer, y que el nacionalismo autoritario y xenófobo polaco y húngaro acogerían con satisfacción. Se trata de judíos que olvidan que su suerte, desde la Revolución Francesa, está ligada al liberalismo y a los derechos humanos, y que al mismo tiempo generan un nacionalismo en el que se reconocen fácilmente los más duros chovinistas de Europa.
La impotencia de la izquierda
En efecto, esta ley tiene como objetivo abiertamente declarado someter los valores universales de la Ilustración, del liberalismo y de los derechos humanos a los valores particularistas del nacionalismo judío. Obligará al Tribunal Supremo −al que Shaket, de todos modos, hace lo posible por reducirle las prerrogativas y hacer añicos el tradicional carácter liberal, sustituyendo en la medida de lo posible todos los jueces que se jubilan con juristas próximos a ella− a emitir veredictos siempre conformes a la letra y al espíritu de la nueva legislación. Pero la ministra va todavía más lejos: acaba de declarar que los derechos humanos tendrán que sacrificarse ante la necesidad de asegurar una mayoría judía. Pero ningún peligro acecha dicha mayoría en Israel, donde el 80% de la población es judía; por lo tanto, se trata de preparar a la opinión pública para una situación nueva, que se producirá en caso de anexión de los territorios palestinos ocupados (como desea el partido de la ministra): la población no judía quedará sin derecho a voto.
Gracias a la impotencia de la izquierda, esta legislación servirá como primer clavo en el ataúd del antiguo Israel, aquel del que sólo quedará la declaración de independencia como una pieza de museo, para recordar a las generaciones futuras lo que nuestro país hubiera podido ser si nuestra sociedad no se hubiera descompuesto moralmente tras medio siglo de ocupación, colonización y apartheid en los territorios conquistados en 1967, y ahora ocupados por unos 300.000 colonos. Hoy, la izquierda ya no es capaz de enfrentar a un nacionalismo que, en su versión europea, mucho más extrema que la nuestra, casi consiguió aniquilar a los judíos de Europa. Es por eso que conviene que insistamos en leer −en Israel y en todo el mundo judío− las dos entrevistas realizadas por Ravit Hecht para Haaretz (3/12/2016 y 28/10/2017) a Smoritch y Zohar. Se ve cómo crece ante nuestros ojos, no un simple fascismo local, sino un racismo cercano al nazismo en su etapa inicial.
Como cualquier ideología, el racismo alemán también había evolucionado, y en su origen sólo atacó los derechos humanos y cívicos de la población judía. Es posible que sin la Segunda Guerra Mundial, el «problema judío» se hubiera traducido en una migración «voluntaria» de las población judía de los territorios bajo control alemán. Después de todo, prácticamente todos los judíos y judías de Alemania y Austria pudieron salir a tiempo. No se descarta que, para algunos miembros de la derecha, la misma suerte podría presentarse para la población palestina. Sólo habría que esperar la ocasión oportuna; una guerra «buena», por ejemplo, acompañada de una revolución en Jordania, la cual permitiría expulsar hacia el este a la mayor parte de los habitantes de Cisjordania ocupada.
 

El espectro del apartheid

Los Smotrich y los Zohar, digámoslo, no quieren atacar físicamente a la población palestina, por supuesto si éstas acepta sin resistir la hegemonía judía. Simplemente se niegan a reconocer sus derechos humanos, su derecho a la libertad y a la independencia. En la misma línea, ya en caso de anexión oficial de los territorios ocupados, ellos y sus partidos políticos anuncian sin complejo que negarán a la población palestina la nacionalidad israelí, y por supuesto el derecho a voto. En cuanto a la mayoría hoy en el poder, las y los palestinos están condenados al estatuto de población ocupada para la eternidad.

La razón es simple y claramente enunciada: los árabes no son judíos, por eso no tienen derecho a pretender la propiedad de cualquier parte de la tierra prometida al pueblo judío. Para Smotrich, Shaked y Zohar, un judío de Brooklyn, que tal vez jamás ha pisado esta tierra, es su legítimo dueño; pero el árabe, que nació en ella −al igual que sus antepasados antes que él− es un extranjero cuya presencia únicamente es aceptada por la buena voluntad y humanidad de los judíos. El palestino, nos dice Zohar, «no tiene derecho a la autodeterminación porque no es dueño del suelo. Lo quiero aquí como residente, y eso porque soy honesto: nació aquí, vive aquí, no le diré que se vaya. Lamento decirlo pero [los palestinos] sufren una deficiencia esencial: no nacieron judíos».
Lo que significa que, incluso si los palestinos deciden convertirse (al judaísmo), dejarse crecer los aladares y estudiar la Torá y el Talmud, no les serviría de nada. No más que a los sudaneses y eritreos y a sus hijos, que son israelíes en todos los aspectos –lengua, cultura, socialización. Era lo mismo con los nazis. Después vino el apartheid que, según la mayoría de los «pensadores» de la derecha, podría, con algunas condiciones, aplicarse también a los árabes que son ciudadanos israelíes desde la fundación del Estado. Para nuestra desgracia, muchos de aquellos que tienen vergüenza de esos representantes electos y odian sus ideas, por muchas razones seguirán votando por la derecha.

Publicado en Le Monde el 18 de febrero de 2018. Traducción: Laurent Cohen Medina (editada por María Landi)
Zeev Sternhell, Historiador, miembro de la Academia Israelí de Ciencias y Letras, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, especialista en historia del fascismo.
Fuente: www.rebelion.org

lunes, 18 de diciembre de 2017

Clandestina de sí misma

Palestina es un país cuya cultura e historia han sido negadas durante más de medio siglo por el Estado de Israel y países de Occidente. Mientras tanto, la poesía ha dignificado su identidad.
Ilustración Jonathan Camilo Bejarano
En el muro del yacimiento arqueológico de la Ciudad de David dice: “Jerusalén fue fundada en la cima de la colina en la que usted se encuentra, hace casi 4.000 años, durante el período cananeo (Bronce Medio II)… Una visita a la Ciudad de David es un viaje a los orígenes. La Ciudad de David fue la primera capital de las tribus de Israel y el centro espiritual y político de la nación judía. Muchos libros de la Biblia fueron escritos aquí, y del pequeño terraplén de la Ciudad de David surgió la creencia en un Dios y los valores humanos fundamentales enseñados por los profetas que han inspirado al mundo entero. La Ciudad de David es el lugar en el que nació Jerusalén: el lugar en el que empezó todo”. (Lea también:Caminantes en busca del alma rusa)
 
Al leer esto se intuye, pues, que Jerusalén es la historia de Israel, es el corazón del mito sionista, el escenario exclusivo de los profetas bíblicos, el origen hasta de Dios —el de los judíos—, la Palabra y la luz, por tanto, el origen de todos, pues según eso, todos venimos de las escrituras, del lugar en el que empezó todo, hasta los otros dioses, los mentirosos, los impostores, los becerros de oro.
No hay lugar para preguntarse por el Dios islámico, la historia árabe, ni, mucho menos, por la Jerusalén que también es capital de Palestina. Ninguna palabra de ese muro lleva a preguntarse por la palabra Palestina, como tampoco por lo islámico y lo árabe: borran por completo la otra parte de la historia en los lugares de recogimiento histórico, igual que en la política, como veremos.
Desde que se voltea la mirada a la historia de Jerusalén se percibe una política de negación de la identidad, pues la Jerusalén palestina e islámica no se tiene en cuenta: se minimiza, se niega y se ignora.
Una parte de la construcción sociohistórica de Israel —el Estado de Israel— se ha promovido desde la negación del otro: la negación de Palestina. Pero, paradójicamente, la creación del Estado de Israel en 1948 y la posterior ocupación de Palestina ha sido tanto un golpe como un impulso para el sentido identitario de los palestinos*.
Por un lado, se tiene la discursividad política que ha emitido Israel. Por ejemplo, la primera ministra israelí de 1969, Golda Meir, declaró que “no existe nada llamado pueblo palestino”, lo que rebotó en el habla israelí y dio como resultado que los judíos se creyeran y repitieran este postulado, entre otras declaraciones de otros personajes que han deshumanizado y negado la ancestralidad palestina, lo que hace que, según el periodista independiente Sherri Muzher, ningún ataque a dicha sociedad sea infame ni mucho menos ilegal, pues allí no había nadie más que tribus y personas que venían de otros países, la tierra estaba sola, la arquitectura no tenía autor y el orden establecido era una arbitrariedad. (Lea también:El proyecto filosófico Latinoamericano)
Por otro lado están las modificaciones que han hebraizado la toponimia palestina al cambiar los nombres de los lugares, produciendo así una expropiación de la memoria territorial, como lo expone Martín A. Martinelli (U. Nacional de Luján) en su artículo La construcción de la identidad palestina, y que han deconstruido la urbanidad del país.
Por último están las narrativas míticas —el libro judío y el libro cristiano, principalmente— que en lo que concierne a Palestina dicen que es la tierra que Dios les regaló a los judíos; así, permanecer allí es infringir la voluntad de Dios.
Ante esto, los palestinos tienen un mínimo común que les permite una resistencia al golpe identitario que Israel les ha propiciado. Inclusive, los llaman “refugiados árabes”, ¿refugiados en su propio país?, y “árabes de Israel”, como si todos los palestinos fueran árabes y como si todos los árabes hablaran, creyeran y sintieran mediante el mismo dialecto y la misma “ideología”.
Esa resistencia devenida en identidad se ha forjado desde la desolación ante lo que comenzó hace más de medio siglo; desde la pérdida de autonomía en cualquier frontera del mundo, pues los palestinos están permanentemente en un purgatorio: no alcanzan la gloria de las ventajas que da la ciudadanía israelí, pero tampoco son muy válidos sus carnés del infierno en el que duermen; desde la incertidumbre de los cierres y desviaciones nuevas en las vías; desde el riesgo de la exposición de cada vivienda a la expropiación; desde el miedo diario fundado en la constante amenaza de perder la vida y la culpa misma por haber nacido; pero también desde la incesante pregunta sin respuesta de si algún día serán vistos como humanos o si seguirán siendo fantasmas numéricos de la historia y del presente.
Si bien Palestina es un país que ha soportado distintos dominadores —el Imperio otomano, Gran Bretaña y el Estado de Israel son los más recientes—, se ha llamado de distintas formas y su identidad se ha transformado en respuesta a cada cambio, también, y a pesar de esas variables los palestinos tienen una identidad que se ha hecho y les acompaña desde sus primeras leyendas, que inmortalizaron las hazañas de sus antepasados comunes, como todos los pueblos.
Es así, entonces, que Palestina, a su identidad de antaño —de antaño pero viviente en los genes—, suma en este momento y desde hace varias décadas una identidad rasgada por el sufrimiento y la vivencia del miedo ya mencionados, pero también por un sentimiento que no deja de creer y pedirles a los cielos que haya, algún día, independencia y que las cenizas vuelvan a ser olivos.
La dignidad poetizada
Cuando al fin se fueron las tropas británicas de Palestina, en 1948, se asomaba una pequeña sombra de esperanza. Pero al otro lado de la moneda, con apoyo británico, se estaba impulsando un asentamiento de judíos en Palestina. Empezó la instalación del Estado de Israel, el cual se fue expandiendo, ocupando tierras que hizo llamar tácitamente suyas, entre ellas ese reino de olivos.
Las gentes empezaban a escapar como ladrones de sus propias casas, sin llaves, ni maletas, con algún billete y lo que llevaban puesto. Huían, aunque algunos escribían y hacían fotos y trataban de plasmar lo que ocurría, como lo haría con el tiempo Mahmoud Darwish (Galilea, 1941-2008).
Su familia había huido sin nada y con apuros, para no perder la vida en manos y armas del nuevo Israel. Llegaron hasta el Líbano y allí sobrevivieron varios meses, no más de un año. Al regresar a su aldea, Birwa, en Galilea, no hallaron más que destrucción. En el lugar donde se levantaba su casa había escombros, polvo y rastro del olvido; igual era en donde había antes aldeas vecinas.
Otra versión, mucho más desgarradora, dice que su familia huyó no por miedo sino porque no les quedaba otra opción: ellos mismos presenciaron la destrucción de su casa. Fue entonces cuando partieron al Líbano.
Darwish tenía siete años. Mientras su familia estuvo en el Líbano, el gobierno adelantó una serie de censos entre los palestinos que se quedaron, y así, quienes no figuraran en las listas no tenían derecho a permanecer en el nuevo Estado de Israel: eran palestinos ilegales en Palestina. Tiempo después, Darwish comenzó a velar porque los problemas políticos no paralizaran la literatura palestina, la creación, la circulación y las agendas en torno a ella. Clandestino, sin derechos, desde joven se refugió en la literatura. Gritó y lloró contra Israel, volvió a ver el mundo por primera vez y lo retrató desde los ojos de su pluma. Para los palestinos, decía, la poesía es una fiesta perpetua, un símbolo de sí. Escribió sobre todo poemarios. Trabajó como editor en revistas y también se dedicó a la investigación. Entre sus obras están Enamorado de Palestina, El lecho de una extraña y Como la flor del almendro o allende.
Hay quienes dicen que los libros tienen un alma sabia que a cada hombre le susurra una revelación distinta. Darwish respondió a la suya con grandeza: reconstruyó mediante el lenguaje poético —ese que es una celebración para su pueblo— aquella identidad que está labrada sobre el dolor y la esperanza que los unen, pero añadió un esencial humano: dignificó el sufrimiento del pueblo palestino y homenajeó, letra tras letra, y en vida y obra, pues también fue a encarcelado por su coraje, a cada hombre junto a su hazaña de resistencia (sí, a cada palestino), que ha sido muerto por ese monstruo que se hace a sí mismo desde las más miserables inhumanidades y la complicidad de los que sólo miramos .
* Kevin Ary Levin – UBA.
Fuente https://www.elespectador.com/noticias/noticias-de-cultura/clandestina-de-si-misma-articulo-727236

lunes, 6 de noviembre de 2017

Pensamientos vivos. Entrevista a Avi Shlaim sobre los nuevos historiadores de Israel, Hamás y el Movimiento BDS

 
 Jadaliyya

Avi Shlaim es profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford y miembro de la Academia Británica. Uno de los principales "nuevos historiadores" de Israel, es autor, entre otras obras, de Collusion across the Jordan: King Abdullah, the Zionist Movement, and the Partition of Palestine (1988) y The Iron Wall: Israel and the Arab World (2000). Abierto crítico de Israel y sus políticas y a pesar de reconocer la "gran injusticia" que sufrieron los palestinos en 1948, Shlaim insiste en que hay distinciones fundamentales entre Israel antes y después de 1967. En esta amplia entrevista con Jadaliyya, habla de los nuevos historiadores de Israel, su apoyo actual a una solución de un Estado para el conflicto palestino israelí, su herencia iraquí y su problemática relación con el Estado de Israel del cual sigue siendo ciudadano.

Jadaliyya (J): ¿Cómo caracterizaría a los nuevos historiadores de Israel?
Avi Shlaim (AS ): La "Nueva historia" es un término acuñado por Benny Morris. Es un poco autocomplaciente, porque implica que todo lo que pasó antes es historia antigua. Pero como cualquier etiqueta, es bastante útil para distinguir una tendencia en la historiografía israelí. La tendencia, o el grupo de Nuevos Historiadores, incluían a Benny Morris, Illan Pappé y yo. Los tres publicamos libros en 1988 en el cuadragésimo aniversario de la creación del Estado de Israel y entre nosotros montamos un ataque frontal contra los mitos que han llegado a rodear el establecimiento de Israel y la primera guerra árabe-israelí. Nos dieron a conocer como historiadores revisionistas o nuevos israelíes porque desafiamos la versión sionista estándar del conflicto y asignamos un grado mucho mayor de responsabilidad a Israel por causar, intensificar y perpetuar el conflicto. Algo que diría sobre el término "Nueva historia" es que llama la atención sobre el hecho de que la mayor parte de lo que sucedió antes era una versión nacionalista de la historia. La nuestra era una versión más académica de la historia basada en la investigación de archivos.
La mayoría de las naciones ha reescrito su historia, pero las versiones nacionalistas de la historia tienen algo en común donde sea que estén. Sus señas de identidad son lo que yo llamo las cuatro S (según las palabras en inglés. N. del T): simplista, selectiva, autojustificada y egoísta. Al filósofo judío de Oxford, Isaiah Berlin le gustaba decir que los judíos son como cualquier otra gente más y, de la misma manera, la historia sionista es como cualquier otra versión nacionalista de la historia y más aún. Así que la principal contribución de la Nueva historia de Israel ha sido desafiar los prejuicios nacionalistas de la historiografía sionista tradicional del conflicto.
 J : Inicialmente hubo un impacto: los libros de texto escolares israelíes se reescribieron para arrojar algo de luz sobre una narración que había sido suprimida, pero los planes de estudio se reescribieron una vez más durante el Gobierno de Sharon de 2001-2005. Los nuevos historiadores también fueron denunciados virulentamente dentro de Israel. ¿Diría que todavía importan en Israel?
AS: La historia no está escrita en el vacío, sino en un contexto político particular. El contexto en el cual surgió la Nueva historia a fines de la década de 1980 fue la secuela de la Guerra del Líbano de 1982. Esta había sido una guerra por elección en el sentido de que no había amenaza para la seguridad de Israel, pero el Gobierno de Menachem Begin, sin embargo, decidió invadir Líbano por razones geopolíticas. Fue una guerra muy controvertida en Israel, terminó en lágrimas, terminó en desastre, terminó en las masacres de Sabra y Chatila y no logró ninguno de sus objetivos. La crítica comenzó durante la guerra y, como tal, fue la primera guerra israelí en la que hubo desacuerdo mientras la guerra estaba en curso.
La controversia en torno a la Guerra del Líbano creó un espacio en el que los Nuevos historiadores podrían tener un impacto, porque lo que decíamos era que la guerra del Líbano no era la única, contrariamente a la afirmación de que todas las guerras de Israel eran de carácter defensivo. Esto nos permitió ir más atrás en la historia de Israel y mirar las otras guerras. La Guerra del Sinaí de 1956 también fue una guerra de elección, ya que no había una amenaza egipcia a la seguridad de Israel ese año. Más bien, era una conspiración colonial entre Israel, Gran Bretaña y Francia para atacar a Egipto y derrocar a su líder, Gamal Abdel-Nasser. Entonces el clima en Israel era receptivo a ideas nuevas y críticas sobre el pasado y eso nos ayudó.
Posteriormente los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se firmaron en 1993 y con esto los palestinos dejaron de ser un enemigo absoluto e irreconciliable. Los israelíes se dieron cuenta de que la reconciliación es posible, que la culpa no era solo del lado palestino, que Israel también tenía la culpa y que había un camino por delante, una forma de reconciliar a las dos partes en el conflicto. Así que los primeros años de Oslo dieron un nuevo impulso a la Nueva historia y tuvo un impacto.
Uno de los logros más significativos de la Nueva historia fue la reescritura de los libros de texto de historia de Israel para las escuelas secundarias. En particular los hallazgos de Benny Morris de que Israel fue en gran parte responsable del éxodo palestino se incorporaron en los nuevos libros de texto. Esto no quiere decir que la versión anterior de la guerra de 1948 fuera dejada de lado y reemplazada por nuestra versión. Es decir, que hubo una mayor apertura y los nuevos libros de texto se entregaron a los escolares de Israel: imagínense lo que hubiera sido ser un niño árabe en medio de esta guerra. Por lo tanto despertó dudas en las mentes israelíes sobre las versiones antiguas de que los árabes se fueron por su propia voluntad y porque recibieron órdenes desde arriba y que Israel no era de ninguna manera responsable del problema de los refugiados palestinos. Así que durante diez o doce años después de que aparecieran nuestros libros estábamos haciendo un progreso constante y ganando una mayor legitimidad.
Algunas de nuestras ideas se infiltraron en la corriente principal intelectual, particularmente la idea de que Israel era responsable del problema de los refugiados. Algunos de mis amigos me dijeron: "Solías ser un joven turco, pero te has convertido en un viejo imbécil porque ahora eres oficialista". Nunca lo acepté porque nunca me uní a la corriente intelectual. Y en cualquier caso la aceptación de nuestro trabajo fue muy efímera. Esto se debe a que el siguiente evento significativo en la historia de Israel fue el estallido de la Segunda Intifada, en septiembre del 2000. Debido a la militarización de la Segunda Intifada, la violencia y más especialmente los atentados suicidas que tuvieron un efecto psicológico muy inquietante sobre los israelíes, el clima en Israel cambió completamente. Se volvió mucho más hostil a la erudición crítica como la nuestra.
Así como la década de Oslo nos ayudó, el estallido de la Segunda Intifada llevó a un movimiento contra nosotros. Los israelíes volvieron a posiciones muy fundamentalistas: estamos en lo correcto y ustedes están equivocados. Ese es el comienzo del declive de la influencia de la Nueva historia en Israel.
J: Y esta disminución ha continuado en el clima de derecha que existe actualmente. ¿Qué queda de los nuevos historiadores a la luz de la conversión de Benny Morris y los ataques a este grupo?
AS: El declive continúa hasta el punto de que el grupo ya no es un grupo y el término Nueva historia ya no tiene sentido en el contexto israelí. Un indicador de esta tendencia que se aleja de la nueva historia y regresa a la historia antigua es la conversión de Benny Morris. Después del estallido de la Segunda Intifada, Benny Morris se desvió a la extrema derecha y revisó radicalmente sus puntos de vista sobre el conflicto palestino-israelí, concluyendo que solo los palestinos son responsables. Dijo que los palestinos son mentirosos y que Arafat era un mentiroso inveterado y no se puede confiar en nada de lo que dijo. También dijo que para los palestinos firmar el acuerdo de Oslo era solo parte de su teoría de las etapas de desmantelamiento gradual de Israel y que, por lo tanto, era un error. Concluyó que solo hay dos posibilidades: o los palestinos nos arrojan o arrojamos a los palestinos, y que no hay distinción entre Israel y los territorios ocupados porque los palestinos lo quieren todo. Así que Morris volvió a una visión extremadamente cruda, derechista y bipolar de este conflicto como un conflicto existencial sin espacio para una solución diplomática. Morris es medianamente interesante porque refleja la tendencia en la sociedad israelí desde el estallido de la Segunda Intifada, hacia la derecha de culpar a los palestinos, demonizarlos y también un cambio hacia un racismo cada vez más abierto. En una entrevista en Ha'aretz en 2004, Morris dijo que los palestinos son como animales y que deberían ser colocados en una especie de jaulas.
A partir de entonces, Illan Pappé y yo nos distanciamos por completo de él y sus puntos de vista de derecha, sus crudas opiniones sobre el conflicto y sobre todo de su racismo. Benny Morris escribió un artículo en The Guardian con sus nuevos puntos de vista, para los cuales no tenía ni una pizca de evidencia, y yo escribí una respuesta al día siguiente bajo el título A Betrayal of History (Una traición a la historia, N. del T). Señalé en este artículo que Morris solía ser un historiador positivista que solo transitaba por registros escritos, pero aquí en este artículo no estipuló ninguna evidencia para sus afirmaciones. Por ejemplo, afirmó que la verdad no es un valor en el Islam, por lo que los musulmanes nunca dicen la verdad. También dijo que la paz con Siria es imposible porque no podría imaginar a Hafez al-Assad en su lecho de muerte diciéndole a su hijo que haga las paces con los judíos porque ellos son como los cruzados de la Edad Media, simplemente desaparecerán. Me gustaría que Morris, el historiador empírico, nos dé algunas pruebas concretas de la intransigencia siria, pero no hay ninguna porque es Israel quien siempre fue intransigente, no los sirios.
Así que tienes razón en que la nueva historia ha disminuido su influencia. Además el grupo original ya no es un grupo: hay divisiones profundas entre Benny Morris por un lado, que representa la historia antigua con una revancha, y por otro lado estamos Illan Pappé y yo.
 J: Mencionó a la izquierda de pasada. ¿Qué queda de la izquierda israelí? Con su tremendo declive de su influencia en los últimos años, ¿ve grupos orientados a la izquierda ganando terreno en el futuro cercano?
AS: Muy poco queda de la izquierda en Israel. El Partido Laborista de Rabin solía representar un enfoque del conflicto que era diferente al del Likud; el Partido Laborista defendió el compromiso territorial, mientras que el Likud es un partido ideológico que representaba al Gran Israel, a toda la tierra de Israel. Entonces había una diferencia entre los dos principales partidos, pero ahora se ha vuelto borrosa. El punto crítico del oscurecimiento de esta división es la cumbre de Camp David de julio de 2000. En las elecciones de 1999, el primer ministro Ehud Barak derrotó a Benjamín Netanyahu, presentándose como un discípulo de Yitzhak Rabin que quería reanudar el camino de Oslo hacia la paz. La cumbre en Camp David fue el momento de la crisis por su fracaso. La principal responsabilidad de su fracaso recayó en Ehud Barak. Bill Clinton también tiene una parte de la responsabilidad porque no actuó como un intermediario honesto, sino como un amigo y aliado de Israel. Así que Arafat se negó a firmar en la línea de puntos y la cumbre colapsó.
Clinton había prometido a Arafat que si la cumbre fracasaba no habría señalamientos, pero tan pronto como falló, apuntó con el dedo a Arafat y Ehud Barak también culpó a Arafat del fracaso. Barak regresó a su casa y se le ocurrió la afirmación de que no hay un socio palestino para la paz. Este fue un error trágico y tuvo un impacto real en la política israelí, porque si no hay un socio palestino para la paz, entonces las negociaciones son inútiles y sin esperanza. Si no hay un socio palestino para la paz, los israelíes no necesitan votar por un partido como el laborista, que cree en las negociaciones. Y en lugar de un líder moderado, un hombre de compromiso, buscaron a alguien fuerte que sea bueno para matar árabes. Ariel Sharon era el líder del Likud y tenía un historial impresionante de matar árabes y cometer crímenes de guerra, y el público israelí votó por el líder fuerte porque la mayoría de los israelíes, izquierda, derecha y centro, creían en este mito de que no hay un socio palestino para la paz. Así que Barak hizo el peor servicio a su propio partido al propagar este mito de la intransigencia palestina. Y al hacerlo también destruyó todo el campo de la paz, Paz Ahora. Hubo una victoria del Likud en 2001 y ya sea éste o un vástago suyo, Kadima, que también es un partido de derecha, ha estado en el poder desde entonces.
Mientras tanto, el Partido Laborista es una sombra de lo que era y ya no representa una alternativa clara al Likud. Se ha convertido en un partido nacionalista y ha cambiado su nombre de Partido Laborista a Unión Sionista, que lo dice todo. Entonces, es un partido sionista que cree en la tierra de Israel, que Jerusalén es la capital unificada y eterna del pueblo judío, y que Israel debe mantener todos los principales bloques de colonias en Cisjordania como una totalidad. Por lo tanto no es un partido moderado, no es un partido socialista, no es un partido de izquierda, es un tipo híbrido de centro-izquierda sin una ideología coherente y sin una alternativa clara a las políticas del Likud. Es por eso le ha ido tan mal en las elecciones sucesivas. También hay otras razones demográficas de largo alcance para su decadencia.
La vieja generación de inmigrantes europeos solía apoyar al Partido Laborista, pero el panorama político ha cambiado y los jóvenes israelíes no votan por el laborismo porque cualquier persona menor de 50 años nació después de la ocupación, por lo que para ellos la ocupación es el orden natural de las cosas y un partido que quiere terminar con la ocupación realmente no significa nada para ellos. Otro factor es la creciente proporción de judíos orientales en relación con los judíos asquenazíes en Israel. Por diversas razones los judíos orientales tienden a ser más halcones que los judíos asquenazíes. Hay otro factor que es la educación: existe una correlación directa entre el nivel de educación y las conciencias que buscan la paz. Muchos de los partidarios del Likud y los partidos de extrema derecha no están bien educados y tienen una visión del mundo en blanco y negro. Un último factor de largo plazo es el aumento en el número de judíos ortodoxos en Israel. Los judíos ortodoxos no leen Nueva historia, tienen su propia historia, la Biblia, y simplemente no están interesados ​​en los resultados de la investigación de archivos, por lo que también votan por los partidos de la derecha. En este contexto, el apoyo al Partido Laborista ha ido disminuyendo y no veo ninguna posibilidad de que regrese al poder.
 J: En cuanto a su relación personal con Israel, dice que sirvió en el ejército israelí "orgullosa y lealmente", pero también ha estado en Inglaterra durante muchos años y es ciudadano del Reino Unido. ¿Cómo describiría su relación con Israel? ¿Todavía es ciudadano israelí?
AS: Tengo doble nacionalidad, israelí y británica. Cuando voy a Israel entro con mi pasaporte israelí y a cualquier otro lugar que voy uso mi pasaporte británico. Entonces esa pregunta es fácil de responder. Pero mi actitud hacia Israel es más compleja y no es estática, sino cambiante. Ha evolucionado gradualmente. Crecí en Israel, mi familia se mudó a Israel cuando yo tenía cinco años, fui a la escuela en Israel, serví en el ejército israelí, pero eso fue a mediados de la década de 1960. Cuando estalló la guerra de los Seis Días (1967) yo era un estudiante de primer año de Historia en Cambridge y me ofrecí como voluntario para volver y luchar por mi país, pero la guerra terminó en seis días y terminé mi curso de Historia en Cambridge. Pero mi actitud hacia Israel comenzó a cambiar después de la Guerra de los Seis días muy gradualmente. Me volví más crítico con Israel y una razón personal para mi desencanto es que había servido en el ejército muy feliz y lealmente porque en mi época era fiel a su nombre: era la Fuerza de Defensa de Israel y solo nos enfrentamos a los ejércitos regulares del mundo árabe. Creí en la idea y también que estábamos rodeados de enemigos. Pero como resultado de la victoria en junio de 1967, Israel se convirtió en una potencia colonial, una potencia imperial y las FDI se convirtieron en la brutal fuerza policial de un brutal poder colonial. Así que ya no es mi ejército y el espíritu de la idea ha cambiado catastróficamente desde mi época. Fuimos criados en la idea del Tohar Ha Neshek -la pureza de las armas– según el cual no usas armas contra civiles y solo las usas para fines defensivos. Bueno, esta no es la de ejército actual, que comete crímenes de guerra de manera sistemática y ha cometido crímenes de guerra en cada uno de los últimos tres asaltos en la Franja de Gaza y está dirigido contra civiles. Así que estoy completamente desencantado con la forma en que el ejército ha evolucionado. Se ha convertido en un ejército de ocupación. En cuanto al resto de la sociedad israelí, se ha estado moviendo constantemente hacia la derecha, así que me he desencantado de Israel como Estado-nación debido a la ocupación.
 J: ¿Visita Israel a menudo?
AS: No, debido a mis reservas políticas sobre el país. Simplemente no me gusta la política, la política de derecha, el chovinismo y el creciente racismo del público israelí. No voy muy seguido, pero voy, mi madre tiene 92 años, vive en Israel y voy a visitarla. Hay otro factor en respuesta a su pregunta sobre mi actitud hacia Israel y es el hecho de que soy un judío oriental. Nací en Bagdad en 1945 y en 1950 mi familia se mudó a Israel. Ahora estoy escribiendo una memoria sobre mis primeros años, no es una autobiografía sino una historia de mi familia.
Éramos judíos árabes. Sé que el término no es popular en Israel, pero eso es lo que éramos. Hablábamos árabe en casa, la música de mis padres era música árabe. Tuvimos una vida muy feliz en Irak sin problemas y esto se produce en un contexto de una larga historia de armonía entre musulmanes y judíos. El antisemitismo no es un fenómeno árabe, el antisemitismo es un fenómeno europeo. El sionismo no es un fenómeno oriental, es un fenómeno europeo, es una solución al problema de los judíos en Europa. Mi familia no tenía problemas para vivir en Irak y no simpatizaba con el sionismo. Pero debido al contexto político y debido al choque político entre el nacionalismo árabe y el sionismo las vidas de los judíos en Irak se volvieron casi imposibles y hubo un gran éxodo de 100.000 judíos desde Irak a Israel en 1950 y formamos parte de él.
Digo todo esto porque las principales víctimas del movimiento sionista son los palestinos. Pero al analizar la historia de mi familia me doy cuenta de que hay otras víctimas del sionismo: los judíos de las tierras árabes. Había una comunidad judía en Irak que había estado allí durante dos milenios y medio y no deseaba irse. Es solo por el surgimiento del nacionalismo en el siglo XX que la coexistencia pacífica ya no era posible. Entonces mi actitud hacia Israel también está influenciada por mi formación.
 J: ¿Ha tenido contacto con otros iraquíes o ha intentado volver sobre la presencia de su familia en Bagdad antes de 1950?
AS: No, yo no. Cuando me encuentro casualmente con judíos iraquíes, siempre hablan con gran nostalgia de la vida en Irak. Mis dos abuelas, que vinieron con nosotros a Israel pero nunca aprendieron hebreo, solían hablar de Irak como Jannat Allah, el paraíso de Dios. Nunca fijaron sus pies en el nuevo Estado. Mi padre tenía 50 años cuando llegamos a Israel. Era un hombre muy rico, pero perdió todo su dinero y luchó con el hebreo. Nunca se adaptó al nuevo entorno. El impacto fue demasiado grande para él. Era un hombre roto. Solía ​​decir con un suspiro, los judíos rezaron en vano por un Estado propio durante dos mil años: ¿por qué tuvo que suceder esto en mi vida?
Podía haber visitado Irak después de la guerra de 2003, pero no quise llegar al Irak bajo la ocupación angloestadounidense, por lo que, por razones ideológicas, no volví. Pero estoy orgulloso de mi herencia iraquí, me enorgullece definirme como un judío árabe y la broma aquí en el Middle East Center en St. Antony's College, de Oxford, era que hasta que llegó Tariq Ramadan y se convirtió en un compañero yo era el único árabe entre los compañeros porque era iraquí.
 J: Pasando a temas más contemporáneos, usted afirmó en un artículo publicado en The Guardian a principios de este año que "Obama fue el presidente más pro-Israel desde Truman". ¿Volvería a evaluar esto ahora a la luz de la presidencia de Donald Trump y sus posiciones y políticas sobre Israel/Palestina?
AS: Estados Unidos tiene una gran parte de la responsabilidad del estancamiento diplomático en los últimos cincuenta años entre Israel y los palestinos, porque tras la guerra de 1967 Estados Unidos se arrogó un monopolio sobre la diplomacia que rodea el conflicto árabe israelí. Las Naciones Unidas deberían haber abordado este conflicto porque es un conflicto internacional. Pero Estados Unidos asumió o usurpó un monopolio que no era suyo y excluyó a todos los demás jugadores durante la Guerra Fría y después de ella. Todavía excluye a Rusia, a la ONU y a la UE. Pero no ha logrado traer la paz.
El proceso de paz patrocinado por Estados Unidos, que comenzó en 1991 después de la guerra del Golfo, es solo un proceso y no hay paz. Es una farsa. Es simulación. Es peor que una farsa porque el proceso de paz da a Israel la cobertura que necesita para continuar su agresivo proyecto colonial en Cisjordania. Y el problema con el apoyo estadounidense a Israel es que es incondicional, entonces Estados Unidos da dinero a Israel, da armas a Israel y da consejos a Israel. Israel toma el dinero, toma las armas y rechaza el consejo.
Israel no paga ningún precio por su desafío a los Estados Unidos. Ahora Obama sabe más sobre la historia palestina que cualquier otro presidente estadounidense, pronunció el discurso en El Cairo en 2009 en el que prometió solemnemente su apoyo al Estado palestino. Prometió pero no ejecutó. Obama fue muy bueno para hablar, pero no logró nada. Nunca usó la influencia económica sobre Israel para empujarle a un acuerdo con los palestinos. Durante sus ocho años en el cargo Obama aumentó constantemente la ayuda militar y económica estadounidense a Israel y oportunamente para su despedida decretó un paquete de ayuda de 38.000 millones de dólares para los próximos diez años. Entonces Obama no tiene logros en relación con la resolución del conflicto israelí-palestino, pero al menos lo intentó. Identificó la expansión de las colonias como el principal problema y se enfrentó a Netanyahu tres veces sobre este tema, pero cada vez retrocedió. Netanyahu hizo su voluntad; continuó con la expansión de las colonias y continuó recibiendo ayuda estadounidense.
Con Trump hubo un cambio importante en la política estadounidense hacia el conflicto, porque no hay pretensión de imparcialidad. Obama intentó fingir que era imparcial, pero Trump es pública y abiertamente unilateral proisraelí. La gente en la que Trump confía es sionista. Su principal asesor en Israel-Palestina es su yerno judío ortodoxo Jared Kushner, que no tiene ninguna experiencia en asuntos gubernamentales o públicos. La familia de Kushner apoya las colonias de la derecha en Cisjordania. El embajador de Trump en Israel es David Friedman, su abogado especializado en bancarrotas, que es un sionista de extrema derecha, a la derecha de Binyamin Netanyahu. Friedman recauda alrededor de dos millones de dólares al año para Beit El, que es una colonia de línea dura en Cisjordania. También está firmemente a favor de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. También anexar Ma'ale Adumim, en las afueras de Jerusalén. Si bien el Gobierno no ha aceptado eso, se informó de que Friedman apoya la anexión de partes de Cisjordania a Israel. Luego de una reunión entre Trump y Netanyahu en la Casa Blanca, un periodista preguntó a Trump si apoyaba el acuerdo de dos Estados, a lo que él respondió: "si Bibi está de acuerdo con dos Estados, estoy a favor y si Bibi quiere el Estado único, es lo que tendremos". En otras palabras, abdicó de una posición estadounidense independiente sobre cómo resolver este conflicto. Se estaba refiriendo a "Bibi" y no tenía ni idea de los derechos palestinos o de lo que los palestinos podrían decir sobre el tema. Por lo tanto nunca hemos tenido un presidente estadounidense que ignore más las realidades de este conflicto y los respectivos derechos e injusticias en virtud del derecho internacional y que sea tan público y abiertamente parcial como Trump.
 J: ¿Usted sigue siendo defensor de un acuerdo de dos Estados?
AS: Fui partidario de una solución de dos Estados durante la mayor parte de mi vida porque nunca puede haber una justicia absoluta para los palestinos. Creo que la creación del Estado de Israel implicó una injusticia monumental contra los palestinos, pero no quiero dar un paso más y decir que Israel debe ser desmantelado para hacer justicia a los palestinos. Acepto la realidad de Israel dentro de sus fronteras originales, acepto la legitimidad de Israel dentro de sus fronteras originales anteriores a 1967.
Edward Said describió las dos comunidades como dos comunidades de sufrimiento. Debemos tener en cuenta la trágica historia de los judíos y el sufrimiento de los palestinos. La solución de dos Estados parecía no ser una solución perfecta, sino una solución razonable. La OLP, al firmar los Acuerdos de Oslo, renunció a reclamar el 78 por ciento del Mandato Palestino con la esperanza de obtener un Estado palestino independiente en el 22 por ciento restante, en Cisjordania y Gaza. Así que apoyé la solución de dos Estados, pero Israel bajo los gobiernos laborista y el Likud continuó expandiendo las colonias. Esto es incompatible con una solución de dos Estados.
Las colonias representan el acaparamiento de tierras y el acaparamiento de tierras y la construcción de la paz no van de la mano, es una cosa u otra. Por sus acciones, si no siempre en su retórica, Israel ha optado por el acaparamiento de tierras y, mientras hablamos, Israel está expandiendo las colonias. Entonces, Israel ha estado destruyendo sistemáticamente las bases para un Estado palestino viable y este es el objetivo declarado del Likud y Netanyahu que solían pretender aceptar una solución de dos Estados. En el período previo a las últimas elecciones dijo que no habrá ningún Estado palestino bajo su Gobierno. La expansión de las colonias y el muro significan que no puede haber un Estado palestino viable con contigüidad territorial. Lo máximo que los palestinos pueden esperar son bantustanes, una serie de enclaves rodeados de colonias israelíes y bases militares israelíes.
Entonces, una solución de dos Estados ya no es una opción viable y es por eso que me he convertido en partidario de la solución de un solo Estado, un Estado único con los mismos derechos para todos sus ciudadanos. Ideológicamente no tengo ningún problema con una solución de un Estado. Ideológicamente es muy atractivo, es una visión noble de dos comunidades que viven en armonía en un espacio con los mismos derechos para todos sus miembros. Pero no soy tan ingenuo como para pensar que la solución de un solo Estado es una perspectiva realista, porque no hay respaldo para una solución de un solo Estado en Israel. Y si me presionan mucho, creo que Israel retirará la muralla y anexará todo lo que quiera de Cisjordania. Se anexaría los principales bloques de colonias en Ma'ale Adumim y toda el área alrededor de Jerusalén, y lo haría de forma unilateral en lugar de tener un Estado único, por lo que no soy en absoluto optimista de que la solución de un Estado sea una propuesta viable. Pero aquí es donde estoy parado y culpo a Israel por eliminar la alternativa de una solución de dos Estados.
 J: ¿Cómo percibe las últimas posiciones de Hamás y particularmente las proclamadas en su nuevo documento de política publicado en mayo de 2017?
AS: Hamás se convirtió en un partido político, se presentó a las elecciones en enero de 2006 y las ganó. Hubo muchos monitores internacionales y todos coincidieron en que fue una elección libre y justa. Así que considero a Hamás el Gobierno legítimo de Palestina. Pero Israel rechazó los resultados de las elecciones y Estados Unidos, para su vergüenza, siguió a Israel al rechazar los resultados de las elecciones y también lo hizo la Unión Europea. Los estadounidenses pretenden ser promotores de la democracia. Afirman que invadieron Irak para promover la democracia, pero la única democracia árabe auténtica con la posible excepción del Líbano es Palestina, que tuvo una elección, el pueblo habló, votó por Hamás e Israel y sus aliados occidentales rechazaron los resultados porque la gente votó por el grupo de líderes "equivocados". Así que siempre he considerado a Hamás el Gobierno legítimo de Palestina y también creo que Hamás ha moderado constantemente su programa. Sus líderes hicieron muchas declaraciones aceptando la solución de dos Estados y el documento reciente, que aunque no ha anulado el estatuto de 1988 es un nuevo conjunto de directrices para Hamás y es mucho más explícitamente moderado. Todo el antisemitismo de la carta se ha ido, el nuevo documento deja claro que la pelea de Hamás no es con los judíos sino con los sionistas. Dice explícitamente que Hamás aceptaría un Estado palestino independiente a lo largo de las fronteras de 1967 si es aprobado por el pueblo en un referéndum. Entonces, el problema no es Hamás, el problema es la intransigencia israelí, porque el rechazo israelí de Hamás no es condicional sino absoluto.
Entonces Hamás no es el obstáculo para la paz, es Israel el principal obstáculo para la paz. El último documento de Hamás es un paso más en el camino hacia la moderación y es una pena que haya habido muy poco reconocimiento de la importancia de este movimiento en Occidente.
Hay otro problema y es que Israel dice que la razón principal por la que no puede negociar con los palestinos es porque los palestinos están fragmentados. Eso es una completa basura porque ha habido muchos intentos de reconciliación entre Hamás y Fatah. Cada vez que llegan a un acuerdo, Israel lanza una guerra en Gaza para interrumpirlo y la última vez fue 2014 cuando Fatah y Hamás formaron un Gobierno de consenso. La estrategia israelí es dividir y gobernar. Y también es separar Gaza de Cisjordania para derrotar la lucha por el Estado palestino.
 J: ¿Cuáles son sus puntos de vista sobre el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS)
AS: BDS es un movimiento de alcance mundial que ha estado reuniendo apoyo a un ritmo impresionante y ha tenido un gran número de éxitos con importantes compañías que se desprenden de Israel. También ha tenido un impacto considerable en la opinión pública en todo el mundo, deslegitimando la ocupación israelí. Los israelíes lo toman muy en serio. Han formado una unidad con un presupuesto de 40 millones de libras esterlinas para luchar contra BDS, lanzar ataques contra personas y deslegitimarlas en lugar de comprometerse con los argumentos de BDS. Y me parece que ahora hay esperanza de que los gobiernos occidentales cambien su política de apoyo a Israel. Doce parlamentos europeos han reconocido a Palestina, pero solo el Gobierno sueco ha reconocido a Palestina, por lo que el reconocimiento de Palestina por parte de los gobiernos occidentales no ocurre. El gobierno británico bajo Theresa May es completamente unilateral en su apoyo a Israel. Theresa May ha descrito a Israel como un faro de libertad y tolerancia, dijo que se enorgullece de la Declaración Balfour y que planea celebrarla este año en su aniversario [2 de noviembre]. Entonces, la primera ministra británica se ha hecho cargo de la Declaración Balfour, que es un documento colonial clásico y no podría ser más unilateral. Por lo tanto no tengo la esperanza de que la política occidental ponga a Israel en su lugar.
Estoy a favor de las sanciones de la UE contra Israel porque Israel no cumple los términos del acuerdo de membrecía con la UE. El preámbulo de este acuerdo dice que Israel debe respetar los derechos humanos de todas las personas bajo su dominio. Israel viola sistemáticamente los derechos humanos de los palestinos y, por lo tanto, pienso y espero que la UE suspenda este acuerdo hasta que Israel cumpla sus obligaciones.
Volviendo al BDS, no hay esperanzas de que los palestinos pongan fin a la ocupación con el apoyo de los gobiernos occidentales o de la ONU, la única esperanza que tienen los palestinos es a través del BDS.
Eso no quiere decir que, en un futuro previsible, el BDS podría provocar el fin de la ocupación israelí. Pero esa es la única esperanza que tienen los palestinos de progresar.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/27251/quick-thoughts_avi-shlaim-on-israel%E2%80%99s-new-historia
Traducido para Rebelion por J.M.