miércoles, 29 de julio de 2015

Waleed Saleh Alkhalifa: "El Estado Islámico no es peor que los regímenes de Irán, Iraq y Siria"

"Muchos jóvenes, la mayoría fracasados social y económicamente y con una frustración política enorme, tienen una rabia contenida muy grande contra los regímenes iraquí, sirio e iraní, y han encontrado en estos grupos armados, en estos grupos radicales, el mejor aliado para combatir a estos gobiernos islamistas"

•elmercuriodigital ▫- El profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid Waleed Saleh Alkhalifa cree que el grupo terrorista Estado Islámico (EI) ha surgido como "contrapeso a otros regímenes instalados en la zona desde hace décadas y que, en nombre del Islam, han estado actuando y asesinando". Además, en una entrevista con Servimedia, se muestra crítico con la comunidad internacional porque "se le llena la boca" hablando de principios como la democracia o los derechos humanos, pero luego no tiene reparos en apoyar a "los regímenes dictatoriales criminales" de Iraq, Irán y Siria.


En el año 1978, Waleed Saleh Alkhalifa abandonó Irak cansado de las continuas amenazas, torturas y retenciones de las que era objeto por su pertenencia al Partido Comunista Iraquí. Tras un breve paso por Marruecos, llegó a España, donde actualmente trabaja como profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.


Considerado uno de los mayores expertos de de España en Oriente Próximo, Waleed Saleh Alkhalifa lo tiene claro: aunque hay muchas circunstancias que se deben tener en cuenta, una de las principales causas del surgimiento del grupo terrorista Estado Islámico (EI) es la "situación política que se vive en Oriente Medio".

"El Estado Islámico (EI), propiamente dicho, ha surgido como una reacción inmediata, directa, a lo que estaba instalado en Irán, Irak y Siria, que supuestamente es la otra versión del Islam, el Islam chií. Es una especie de contrapeso a otros regímenes instalados desde hace varias décadas y que también, en el nombre del Islam, han estado actuando y asesinando a sus opositores", asegura.

"Para mí, el Estado Islámico no es peor que los estados instalados en la zona y, concretamente, en Irak, Siria e Irán. Particularmente en Irán, donde llevan ya varias décadas haciendo una política siniestra y asesinando y cortando derechos", añade.

En esa situación política también está el origen, según el experto, del apoyo que está teniendo la organización terrorista por parte de algunas tribus en la región, de antiguos oficiales y soldados del Ejército iraquí y de algunos jóvenes.

"Muchos jóvenes, la mayoría fracasados social y económicamente y con una frustración política enorme, tienen una rabia contenida muy grande contra los regímenes iraquí, sirio e iraní, y han encontrado en estos grupos armados, en estos grupos radicales, el mejor aliado para combatir a estos gobiernos islamistas", destaca.

CRÍTICAS A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

Waleed Saleh Alkhalifa se muestra muy crítico con la actitud de la comunidad internacional y, en concreto, de los Estados Unidos, y considera que "lo que sucede en la región también es fruto de la política errónea que se ha practicado".

"Da vergüenza ver a Estados Unidos negociando y aliándose con Irán para luchar contra el Estado Islámico. ¡Si Irán es otro Estado islámico peor que el otro! ¿Cómo es posible que se olviden de las maldades que han cometido, colgando a homosexuales, metiendo a los opositores en las cárceles, marginando a las mujeres?", se pregunta.

El profesor universitario denuncia que "se nos llene la boca hablando desde Europa de todos estos principios, pero luego, cuando tratamos a regímenes en la región, nos olvidamos de todo esto y solamente miramos nuestros intereses".

NO EXISTEN RECETAS MÁGICAS

Cuando se le pregunta por posibles soluciones para la región, y tras advertir que no hay recetas mágicas y que el mundo árabe islámico va a seguir mucho tiempo en esta situación "complicada, difícil y desagradable", destaca como uno de los primeros pasos a seguir romper relaciones con estos regímenes.

"La comunidad internacional tiene que poner un poco más delante de sus ojos sus principios, que reclama día y noche. Principios como los derechos humanos, los derechos de la mujer y de las minorías, las libertades, la democracia, etc. Esto hay que llevarlo a la práctica paso a paso, es decir, debe dejar de apoyar a los regímenes dictatoriales criminales que están en la región. A sistemas anclados en el pasado y a gobiernos que tienen una mentalidad retrógrada", asevera.

También hace hincapié en la necesidad de apoyar a los grupos liberales. "En todos los países árabes y musulmanes ha habido y hay otros partidos políticos liberales, que no son religiosos y que sí necesitan y merecen ser apoyados", opina, y cree que "es a ellos a quienes debería apoyar el mundo occidental".

Además, critica esa tendencia a solucionar todo por la vía militar. "Las acciones militares suelen traer todavía más radicalismos y más fanatismo, por eso hay que actuar y trabajar, de otro modo, y procurar tener relaciones con la sociedad civil", advierte.


jueves, 23 de julio de 2015

11 muros que todavía dividen al mundo

De Cisjordania-Israel a México, estos son algunos de los muros implantados en el mundo que actualmente dividen a pueblos, países y familias



El muro que el gobierno de Turquía está construyendo en la frontera con Siria para intentar disminuir el riesgo de ataques del Estado Islámico se suma a la lista de barreras que han impuesto gobiernos para frenar el movimiento de personas por razones políticas, religiosas o migratorias.
Frontera entre Estados Unidos y México. Foto: Getty
 

1. Estados Unidos-México

La frontera entre México y Estados Unidos (EEUU) se extiende por cerca de 3.200 km. Más de 10.000 personas han muerto intentando cruzar la frontera, la mayoría debido a las temperaturas del desierto.
El muro construido por EE.UU. para controlar la entrada de indocumentados se extiende por aproximadamente un tercio de la frontera es en realidad un mosaico de vallas de acero y concreto, al que se suman cámaras infrarrojas, sensores, aviones, dirigibles y otros mecanismos.
"Hasta la fecha Estados Unidos ha completado 652 millas (1050 km) de barreras primarias", le dijo a Carlos Lazo, vocero de la Oficina de Aduana y Protección de Fronteras estadounidense.
Los alambres con cuchillas nunca fueron retirados de Ceuta y siguen causando heridas. Foto: Getty
 

2. Ceuta y Melilla

Inmigrante herido por las concertinas o alambres con cuchillas en Ceuta. Para evitar la entrada masiva de inmigrantes africanos España decidió construyó a finales de los 90 dos barreras físicas en Ceuta y Melilla.
Estas ciudades autónomas ubicadas en territorio africano, al otro lado del estrecho de Gibraltar, representan la entrada más directa a Europa desde África.
La inclusión de cuchillas que generan heridas profundas ha sido uno de los aspectos más condenados de este muro, formado por dos vallas de seis metros de altura y un tendido de alambres tridimensional intermedio de tres metros.
ONGs y palestinos han denunciado al muro como un mecanismo de apropiamiento ilegal de más tierras. Foto: Getty
 

3. Cisjordania

La barrera que divide el territorio entre Israel y Cisjordania, que comenzó a construirse en 2002, está formada por vallas, alambradas, zanjas y placas de cemento de hasta ocho metros de alto.
Algunas secciones tienen también "zonas de separación" de hasta 60 metros. ONGs y palestinos han denunciado al muro como un mecanismo de apropiamiento ilegal de más tierras.
Israel defiende el muro como un mecanismo para garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
Pero los palestinos y organizaciones internacionales lo denuncian como un "muro de apartheid" que ha llevado además al apropiamento ilegal de más tierras.
Muchos residentes de Belfast dicen sentirse más seguros con los muros. Foto: Getty
 

4. Irlanda del Norte

Las 99 llamadas "líneas" o muros de paz de la capital Belfast comenzaron a ser levantadas hace 40 años para evitar la violencia entre católicos y protestantes.
Sus dimensiones varían desde unos pocos centenares de metros hasta cinco kilómetros. Muchos residentes de Belfast dicen sentirse más seguros con los muros.
"Están en áreas en las que los nacionalistas (que quieren vivir en una Irlanda unida), y los unionistas (que quieren seguir siendo parte de Reino Unido), viven en zonas contiguas. Existen interfaces o portones de comunicación que se cierran durante la noche y en épocas tensas", explicó Andy Martin, corresponsal de la BBC en Irlanda del Norte.
A diferencia de muchos otros muros, los de Belfast cuentan con apoyo de muchos residentes.
La franja entre las dos Coreas fue creada en 1953, cuando tuvo lugar la guerra que dejó cerca de tres millones de víctimas. Foto: Getty
 

5. Corea del Norte y Corea del Sur

La Zona Desmilitarizada de las dos Coreas (ZDC) es una franja de territorio de cuatro kilómetros de ancho por unos 250 kilómetros de largo, que divide a Corea del Norte y Corea del Sur.
La franja fue creada en 1953, cuando un armisticio puso fin a la guerra entre las dos Coreas que dejó más de un millón de muertos.
Un efecto inesperado ha sido el florecimiento en esa zona no habitada de una de las reservas de biodiversidad más ricas de toda Asia.
El rey Abdalá de Arabia Saudita ordenó "todas las medidas necesarias para proteger al reino de grupos terroristas". Foto: Reuters 
 

6. Arabia Saudita-Irak

Cerca de la mitad de la frontera de 900 km entre Arabia Saudita y su vecino del norte, Irak, es con la provincia iraquí de Anbar.
El rey Abdalá (fallecido en enero del 2015) de Arabia Saudita había ordenado "todas las medidas necesarias para proteger al reino de grupos terroristas".
Y en esa provincia es donde combatientes del grupo yihadista autodenominado Estado Islámico se mueven con libertad, según el corresponsal de seguridad de la BBC, Frank Gardner.
Estado Islámico ya controla gran parte del oeste de Irak y está efectivamente a la puerta de Arabia Saudita, por lo que el reino está alerta.
Físicamente la frontera parece estar asegurada. Desde 2006 Arabia Saudita ha estado reforzando las barreras existentes con un sistema de vallas altas con alambre de púa, patrulladas desde puestos de observación y bases militares, según Gardner.
Las paredes defensivas construidas por Marruecos en el Sahara Occidental tienen una altura de entre dos y tres metros. Foto: Getty
 

7. Sahara Occidental

Con más de 2.700 metros de longitud, es considerado el segundo muro más largo del mundo después de la Muralla China. Las paredes defensivas construidas por Marruecos en el Sahara Occidental tienen una altura de entre dos y tres metros.
El Sahara Occidental es una zona disputada por sus pobladores originales -los saharauis- y Marruecos, que ocupó ese territorio en 1976 luego de que España, la potencia colonial ocupante, se retirara.
Al apropiarse del territorio, Marruecos decidió construir un muro en el desierto para defenderse del Frente Polisario, un movimiento político y militar que busca su independencia de Marruecos y la autodeterminación del pueblo saharaui.
El muro es en realidad un conjunto de seis paredes defensivas. Tiene una altura de entre dos y tres metros y tiene partes de arena, otras de piedra, alambres de espino y minas.
El muro se convirtió en una frontera infranqueable tras la guerra entre ambas comunidades en Chipre en 1974. Foto: Getty
 

8. Chipre

En 1964 se definió la barrera que partió Chipre en dos, separando a los grecochipriotas en el sur y los turcochipriotas en el norte de la isla.
Una década después, este muro se convirtió en una frontera infranqueable tras la guerra entre ambas comunidades en 1974.
La alambrada se extiende 180km y existe una zona de exclusión entre ambas comunidades (conocida como Línea Verde) bajo control de las fuerzas de paz de la ONU. Esta "tierra de nadie" tiene un ancho que oscila entre tres metros y 7,5km. Tras la caída del muro de Berlín, Nicosia es la única capital dividida del mundo.
Muros y alambradas entre India y Pakistán que se extienden por casi la mitad de los 2900 km de línea fronteriza.. Foto: Getty
 

9. India-Pakistán

La frontera que comparten India y Pakistán, ambas potencias nucleares, es una de las más inestables del planeta.
A finales de la década de los 80, India comenzó a levantar la barrera con el argumento de "combatir el terrorismo".
Un motivo frecuente de tensión es la valla de alambres, combinados con minas y alta tecnología, conocida como Línea de Control, erigida a casi todo lo largo de la frontera de facto en Cachemira, no reconocida por Pakistán.
India y Pakistán se enfrentaron en tres guerras por el territorio de Cachemira, en 1947, 1965 y 1999.
Las barreras entre Kuwait e Irak son una consecuencia directa de la invasión por parte del gobierno de Saddam Hussein. Foto: Getty
 

10. Kuwait-Irak

La delimitación entre Irak y Kuwait con barreras de diverso tipo fue una consecuencia directa de la invasión de Kuwait por parte del entonces gobierno de Saddam Hussein en 1990.
La primera de ellas empezó a construirse en 1991 por iniciativa de Naciones Unidas para evitar una nueva invasión iraquí.
Tiene 190 kilómetros de longitud y se compone de una cerca electrificada, alambre de púa y muros de arena.
En 2004 Kuwait empezó a instalar una nueva barrera de 217 km. El argumento fue que era necesario proteger la frontera norte del país.
Buena parte de los 1.100 kilómetros de frontera que Uzbekistán comparte con Kirguistán están demarcados por barreras de alambre. Foto: Getty
 

11. Uzbekistán: alambres de púas, minas y cercas electrificadas

Uzbekistán ha colocado barreras en gran parte de sus fronteras. El objetivo es, según las autoridades, evitar el ingreso de insurgentes.
En 1999, tras un atentado en la capital, Tashkent, el gobierno uzbeko defendió las barreras como una forma de impedir que militantes del radical Movimiento Islámico de Uzbekistán se infiltraran en su territorio.
En su límite sur, Uzbekistán linda con Afganistán. La barrera de alambre de púa está respaldada por una cerca electrificada.
En la frontera con Tajikistán, de unos 1500 kilómetros de longitud, la barrera de alambre de púas está reforzada por minas antipersonales..
http://www.lanacion.com.ar/

lunes, 20 de julio de 2015

Arabia Saudí, Irán y la geopolítica cambiante de Oriente Medio

AFKAR / IDEAS nº 46 Verano 2015

SIMON MABON
En la relación prima un juego de suma cero y a pesar del cambio de liderazgo, se sigue imponiendo la enemistad.
El 11 de mayo de 2015 saltó la noticia de que el rey Salman de Arabia Saudí no asistiría a una cumbre sumamente encomiada con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y otros líderes del Consejo de Cooperación del Golfo. La cumbre se había organizado para debatir el acuerdo nuclear con Irán y constaba de una reunión en la Casa Blanca seguida por una jornada en la residencia de descanso presidencial de Camp David. La necesidad de celebrar un encuentro tan destacado refleja las tensiones crecientes entre Washington y Riad, motivadas principalmente por la inquietud que suscita cualquier acuerdo nuclear con Irán. Pero la crisis nuclear no era el único punto de la agenda, en la que también estaban Irak, Siria y los ataques contra los rebeldes hutíes dirigidos por Arabia Saudí. La sombra de la rivalidad entre saudíes e iraníes cubría todos los puntos del orden del día, y se consideraba determinante para los acontecimientos. Si bien la enemistad entre Arabia Saudí e Irán ha oscilado entre periodos de hostilidad y posible acercamiento, en la pasada década las relaciones entre ambos se han enturbiado. Bajo la presidencia de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013) hubo una vuelta a la retórica revolucionaria enfocada a la resistencia –aunque, en último término, beligerante– de Ruhollah Jomeini que caracterizó los años posteriores a la revolución. A raíz de la elección de Hasan Rohaní a la presidencia en 2013 nació la esperanza de que el péndulo oscilase hacia el acercamiento, pero ante las coyunturas favorecidas por la fragmentación del sistema de Estados de Oriente Medio, la posibilidad de debilitar al otro –y reforzarse uno mismo– es tentadora.

Raíces, revoluciones y batallas por la legitimidad
Para comprender la actual rivalidad entre Arabia Saudí e Irán es necesario tener en cuenta las raíces históricas de una enemistad originada por una herencia de conquista e interacciones. Durante los reinados de Ciro el Grande y Darío, el Imperio persa, que se extendía desde la costa oriental de Grecia hasta las riberas del Indo, era el más grande jamás conocido. Los éxitos militares árabes llegaron mucho más tarde, con la conquista de gran parte de Persia unos 1.100 años después de Ciro. Estas victorias militares árabes llevaron el islam a territorio persa, lo cual, en último término, resultó en la conversión de gran parte de la población a la rama suní del islam. A principios del siglo XVI, el líder Ismail, de 14 años, cambió la religión de los territorios del sunismo al chiismo, lo cual culminó en una división sectaria que se manifestó a nivel de los Estados, especialmente entre Arabia Saudí e Irán.
A pesar de esta división, el periodo posterior a la formación del Estado de Arabia Saudí y anterior a la revolución iraní de 1979 se caracterizó por una cierta desconfianza, aunque no por una hostilidad abierta. Los acontecimientos de 1979 alteraron radicalmente la dinámica de la región del golfo Pérsico, y la revolución en Irán dio al islam un papel protagonista en la disputa. La creación de una República Islámica en Irán suponía un desafío para una fuente principal de legitimidad de Arabia Saudí, ya que, históricamente, los Al Saud habían sido los garantes del islam como protectores de sus dos lugares sagrados. En los momentos inmediatamente posteriores a la revolución, tanto Riad como Teherán buscaron su reconocimiento por parte del mundo islámico y se embarcaron en un proceso retórico dirigido a incrementar la legitimidad islámica propia y menoscabar la del otro. Por ejemplo, Jomeini calificó a los miembros de la Casa de los Saud de corruptos, indignos de ser los guardianes de las dos mezquitas sagradas, y “traidores a los dos santuarios sacros”, mientras que los Al Saud tachaban al régimen de Teherán de nazi. La contienda se agravó en 1987, cuando 400 iraníes fueron asesinados mientras realizaban el hajj (peregrinación) a Arabia Saudí, aunque hay quien piensa que los sucesos fueron provocados por agentes iraníes.
La idea de apoyar a los mustazefin (oprimidos) del mundo musulmán formaba parte de los objetivos en política exterior de la nueva República Islámica. La idea de la defensa de los sometidos del mundo se encuentra en la historia del chiismo, y los conceptos de culpa y martirio, que aparecen con el asesinato de Husein en la batalla de Kerbala, se manifiestan en los cálculos políticos. La tendencia quedó consagrada en el artículo 3.16 de la Constitución, y al parecer consolidó la idea del celo revolucionario en las mentes de otros actores de la región. Como consecuencia, Arabia Saudí, temerosa de las aspiraciones expansionistas de Jomeini, proporcionó ayuda financiera a Irak durante la guerra con Irán, lo cual incrementó la tensión entre Riad y Teherán.
Al parecer inspirados por los acontecimientos en Irán, diversos grupos chiíes de la provincia oriental de Arabia Saudí, que habían vivido décadas de discriminación y persecución, se levantaron contra el Estado. Así empezó una prolongada campaña de resistencia anti-estatal acompañada por insinuaciones de manipulación iraní de los asuntos internos saudíes. De manera similar, en Bahréin, en 1981, el Frente Internacional por la Liberación de Bahréin, una organización chií que actuaba con el apoyo de Irán, lanzó un golpe de Estado contra la familia gobernante suní Al Jalifa. Aunque acabaron fracasando, estos sucesos resultaron ser fundamentales para entender las futuras dinámicas de rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. De hecho, esto, unido al legado de la batalla de Kerbala, suscitó la idea que Irán se encontraba detrás del descontento en la región, en particular entre las comunidades chiíes.

Las revueltas árabes
La pasada década demuestra que ni Riad ni Teherán pueden resistirse ante la oportunidad de reforzarse a sí mismos y debilitar al otro. Por eso, las perspectivas abiertas a raíz del estallido de las revueltas árabes intensificaron la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. Las revueltas árabes comenzaron en diciembre de 2010 con la autoinmolación de Mohamed Buazizi. La acción del joven tunecino fue el reflejo de un malestar creciente por las condiciones socioeconómicas de Túnez, padecidas por muchos más a lo largo y ancho de Oriente Medio y el Norte de África. Los regímenes autoritarios de la región se vieron enfrentados al descontento de sus poblaciones, muchas de las cuales empezaron a manifestarse con protestas a gran escala a las que los gobiernos respondieron con la fuerza. La enemistad entre Riad y Teherán se intensificó cuando algunos Estados empezaron a fragmentarse y los diversos actores tuvieron que buscar alternativas a los Estados para proteger sus identidades. De hecho, la quiebra de las relaciones entre el Estado y la sociedad creó la coyuntura para la intromisión externa en los asuntos internos de los países, pero también las circunstancias para sospechar de la injerencia iraní. No obstante, lo que las amenazas a la estabilidad de los regímenes de la región generó en última instancia fueron las condiciones para la escalada de un conflicto subsidiario sin ganadores ni perdedores, en muchos casos a costa de las poblaciones.

Cultivar el sectarismo
A la luz de la quiebra de las relaciones entre los regímenes y la sociedad y la desintegración de la soberanía de los Estados, las identidades sectarias se han convertido en un punto de referencia y de seguridad cada vez más trascendental. Con todo, es importante señalar que, a menudo, esas divisiones sectarias son inducidas con el fin de alcanzar las metas estratégicas de diversos actores.
En el periodo posterior a la invasión de Irak en 2003 encabezada por Estados Unidos, Arabia Saudí e Irán aumentaron su influencia en Irak dando apoyo a los diversos protagonistas siguiendo directrices típicamente partidistas. En Líbano, la naturaleza de la disputa es algo diferente. En ese país, Riad y Teherán proporcionan apoyo político y financiero a las alianzas de 14 de marzo y del 8 de marzo, respectivamente.
No obstante, desde las revueltas árabes, las identidades sectarias se han utilizado cada vez con más frecuencia como medio para ofrecer diferentes interpretaciones interesadas de los conflictos, al tiempo que para ubicarlos en retóricas geopolíticas más amplias. Esto se puede ver en Bahréin, donde el régimen de la dinastía Al Jalifa intentó tergiversar una protesta originalmente prodemocrática y no partidista presentándola como sectaria. De este modo, los Al Jalifa se aseguraban la lealtad de los suníes que antes habían tomado las calles y suscitado el temor a la influencia iraní en el archipiélago, pero también contextualizando las protestas en la rivalidad geopolítica de más amplio alcance que se está fraguando en la región. Inmediatamente después de las protestas del 14 de febrero, fuerzas militares del Consejo de Cooperación del Golfo dirigidas por Arabia Saudí entraron en Bahréin y contribuyeron a afianzar el régimen de los Al Jalifa. Y, dicho sea de paso, a pesar de que las evidencias que indican que Irán estaba detrás de los disturbios son escasas, prima la percepción de que Teherán manipula los acontecimientos en el archipiélago.
Está claro que Bahréin no es el único ejemplo de un discurso legitimador sectario construido con fines políticos o geopolíticos. En Siria, desde que empezaron las protestas a principios de 2011, los acontecimientos han ido adquiriendo un carácter cada vez más partidista, también en este caso en un intento por afianzar el régimen de Al Asad dentro de su base supuestamente chií, así como por contextualizar el conflicto en el marco de una enemistad más amplia. Para Irán es necesario garantizar la supervivencia del régimen de Al Asad con el fin de tener influencia en Siria, pero también para facilitar el apoyo a Hezbolá en Líbano. Para Arabia Saudí, los manifestantes brindaron la oportunidad de que Siria volviese “al redil árabe” y de mermar la influencia iraní tanto en Siria como en Líbano.
Lo mismo se puede observar en Yemen, donde la campaña aérea capitaneada por Arabia Saudí contra los rebeldes hutíes –que se sospecha cuentan con el apoyo de Irán– ha causado la muerte de más de 1.600 personas. Los hutíes son adeptos a la rama zaidí del islam chií y, como tales, muchos los consideran representantes de Teherán (lo cual no tiene en cuenta que Irán profesa el chiismo duodecimano, un rama chií distinta desde el punto de vista teológico y doctrinal), un caso más de reacción condicionada por las percepciones.
Por supuesto, este escenario de sectarismo se ha complicaco con la aparición del Daesh (organización Estado Islámico de Irak y el Levante, denominado aquí por su acrónimo despectivo en árabe) en Siria e Irak, cuya estentórea actitud anti-chií lo enfrenta con Irán, pero cuya ideología salafista, brutalmente fundamentalista, es una preocupación de primer orden para Arabia Saudí. Si la rivalidad entre Riad y Teherán estuviese motivada estrictamente por intereses sectarios, el Daesh proporcionaría una ocasión más para socavar la influencia iraní.

Seguridad regional y fines estratégicos
Diversas cuestiones relativas a la naturaleza de la seguridad regional, tanto en el golfo Pérsico como, más ampliamente, en Oriente Medio, apoyan este análisis. Riad y Teherán tienen concepciones diferentes sobre cómo debe ser la seguridad regional y cómo lograrla. Dado que considera que su historia es la de un “Estado natural” libre de interferencia colonial, Irán se ve a sí mismo como el único cualificado para responder de la seguridad en la región del Golfo sin estar sometido a la injerencia exterior. En cambio, desde la invasión iraquí de Kuwait en 1990, Arabia Saudí y otros Estados del CCG han dependido de EE UU para garantizar su seguridad. Sin embargo, los cambios en la postura de este último podrían complicar la naturaleza de la seguridad regional y hacer que aumente la preocupación de Riad por lo que parece ser un prometedor acercamiento entre Washington y Teherán.
Por supuesto, detrás de estas cuestiones hay cálculos estratégicos, en el marco de los cuales la enemistad se considera un juego de suma cero, de manera que el triunfo de uno se interpreta como la derrota del otro y viceversa. Los problemas internos van adquiriendo importancia en vista del desarrollo de un conflicto de carácter cada vez más sectario, unido a la percepción de la implicación de la otra parte en estos temas. Aunque el cambio de liderazgo político tanto en Riad como en Teherán abrió la perspectiva de un deshielo de las relaciones, al final parece que la coyuntura se está imponiendo a la consolidación.