lunes, 31 de julio de 2017

Bombardear los escombros. El imperio de la destrucción

Tom Engelhardt
TomDispatch



¿Guerra de precisión? No me hagáis reír
El lector lo recuerda. Supuestamente, la guerra del siglo XXI al estilo estadounidense estaba más allá de lo imaginable en cuanto a precisión: bombas inteligentes, drones capaces de eliminar a un ser humano cuidadosamente identificado y rastreado allí donde estuviese en la Tierra; operaciones especiales tan exactas que constituían un triunfo de la ciencia militar moderna. Todo “interconectado”. Prometía ser un glorioso sueño de destrucción acotada junto con un ilimitado poder y éxito. En realidad, se comprobaría que se trataba de una pesadilla de primer orden.
Si el lector quiere una palabra que sintetice el quehacer bélico de Estados Unidos en la última década y media le sugiero esta: escombros. Duele decirlo, pero desde el 11 de septiembre de 2001, este es el término adecuado. Además, para atrapar la esencia de esta guerra en lo que va del siglo, hay otra expresión que podría ser útil: ‘reducir a escombros’. Permítame que le explique qué quiero decir.
En las últimas semanas, otra ciudad iraquí ha sido oficialmente “liberada” (o casi) de los combatientes del Daesh. Sin embargo, los resultados de la campaña del ejército de Iraq –respaldado por EEUU– para retomar Mosul (por su tamaño la segunda ciudad de este país) de ninguna manera encajan con lo que normalmente se endiente por triunfo o victoria. La campaña comenzó en octubre de 2016; con los meses que han pasado desde entonces, ya ha durado más que la batalla de Stalingrado de la Segunda Guerra Mundial. Semana tras semana, en una lucha calle por calle, con repetidos ataques aéreos estadounidenses contra los barrios habitados aún por muchos mosultíes, ha muerto un número ignorado pero seguramente significativo de civiles. Más de un millón de personas –sí, ha leído bien: un millón– fueron arrancadas de su casa e importantes zonas de la mitad occidental de la ciudad de la que huyeron, incluyendo partes del casco antiguo, han sido reducidas a escombros.
Esta debería ser la definición de victoria en tanto derrota, de éxito en tonto desastre. También es una pauta. Ésta ha sido la esencia de la historia de las guerras de Estados Unidos contra el terror desde que, en el mes siguiente a los ataques del 11-S, el presidente George W. Bush lanzara su poder aéreo contra Afganistán. Esa primera campaña aérea fue el inicio de lo que cada vez más llegó a parecerse a la demolición a gran escala de importantes zonas del Gran Oriente Medio.
Debido a que no se trató solo de ir tras quienes habían perpetrado esos ataque sino que se decidiría acabar con el Taliban, ocupar Afganistán y –en 2003– invadir Iraq, la administración Bush abrió la proverbial caja de Pandora. El impulso imperial de derribar al gobernante iraquí Saddam Hussein, quien una vez había sido esbirro de Washington en Oriente Medio antes de convertirse en su enemigo mortal (quien, por otra parte, nada tenía que ver con el 11-S) resultó ser un funesto error de cálculo imperial.
También lo fue la profundamente arraigada fantasía que tenían los funcionarios de la administración Bush acerca de su capacidad de controlar a unas fuerzas armadas que manejaban la precisión de las tecnologías de punta, una precisión capaz de proyectar poder en unas formas que ningún otro país del planeta o de la historia lo había hecho jamás; unas fuerzas armadas que serían, según lo dijo el propio presidente, “la más maravillosa fuerza de liberación humana que el mundo ha conocido nunca”. Con Iraq ocupado y convertido en un cuartel (al estilo de Corea) durante generaciones, sus principales funcionarios supusieron que derribarían el fundamentalista Irán (¿suena conocido?) y otros regímenes hostiles de la región, creando allí una Pax Americana (de ahí, lo peculiarmente irónico del actual ascendiente iraní en Iraq). Efectivamente, en procura de hacer realidad esta fantasía de poder mundial, la administración Bush produjo un devastador agujero en las tierras petrolíferas de Oriente Medio. En la mordaz imaginería de Abu Mussa, líder de la Liga Árabe en ese entonces, Estados Unidos eligió directamente atravesar “la puertas del infierno”.
Voladura del Gran Oriente Medio
En los más de 15 años que han pasado desde el 11-S, partes importantes de una porción cada vez mayor del planeta –desde la zona fronteriza de Pakistán, en el sur de Asia, hasta Libia, en el norte de África– se han desestabilizado catastróficamente. Los pequeños grupos de terroristas islámicos se han multiplicado exponencialmente tanto en el entorno local como en el internacional, diseminándose gracias a la guerra de ‘precisión’ estadounidense y la ira que esta despierta en las poblaciones civiles afectadas. Algunos países empiezan tambalearse o a fracasar. Hay países que literalmente se han venido abajo provocando oleadas de refugiados en el mundo a medida que año tras año, las fuerzas armadas de Estaos Unidos, sus fuerzas de operaciones especiales y la CIA han aumentado su despliegue de una manera u otra en un país tras otro.
Aunque los casos se suceden y, en unos y otros, los resultados son visiblemente adversos, las tres administraciones con sede en Washington posteriores al 11-S han parecido incapaces de extraer las conclusiones más obvias; en cambio, continuaron haciendo más de lo mismo (con ajustes mínimos de un tipo u otro). De ningún modo debe sorprender que los resultados fueran igualmente decepcionantes o infaustos.
A pesar de las dudas sobre esta forma de hacer la guerra en el mundo planteadas por el candidato Trump durante su campaña electoral en 2016, todo esto no ha hecho más que aumentar en los primeros meses de su presidencia. Da la impresión de que Washington es incapaz de ayudarse a sí mismo en relación con su afán de continuar en esta versión de guerra con su carga de nefasta imprecisión en sus cada vez más vagas aunque previsiblemente destructivas conclusiones. Peor aun, si esta es la forma de proceder de los personajes militares y políticos que mandan en Washington, nada de esto puede acabar en el término de nuestra vida (en los últimos años, por ejemplo, el Pentágono y quienes canalizan su pensamiento han empezado a hablar de un “enfoque generacional” o una “lucha generacional” en Afganistán).
En todo caso, después de tantos años de haber sido lanzada, la guerra contra el terror muestra todos los indicios de que continuará extendiéndose; cada día que pasa, el nombre de la cosa está más y más claro: escombros. He aquí una relación muy parcial de la cuestión:
Además de Mosul, varias otras ciudades importantes de Iraq – entre ellas Ramadi y Fallujah– también han sido reducidas a escombros. Del otro lado de la frontera, en Siria, donde una feroz guerra civil lleva ya seis años, numerosas ciudades y pueblos –de Homs a partes de Aleppo– han sido totalmente destruidas. Ahora, Raqqa, la ‘capital’ del autoproclamado Daesh, está sitiada (según se dice, fuerzas de operaciones especiales de EEUU ya están actuando dentro de los agrietados muros, trabajando junto con fuerzas rebeldes aliadas kurdas y sirias). Más temprano que tarde, también será “liberada”, es decir, destruida.
Como pasó en Mosul, Fallujah y Ramadi, aviones estadounidenses han estado atacando posiciones del Daesh en el centro urbano de Raqqa y –evidentemente– matando a una considerable cantidad de civiles mientras convierten en cascotes partes de la ciudad. En la lejana Libia, la ciudad de Sirte, por ejemplo, está en ruinas después de una lucha similar en la que estuvieron involucradas unidades locales, la fuerza aérea de EEUU y combatientes del Daesh. En Yemen, durante los dos últimos años, los saudíes han estado llevando a cabo una interminable campaña de bombardeo aéreo (con apoyo estadounidense), dirigida sobre todo contra la población civil; esta campaña ha convertido el país en una enorme pila de escombros y preparado el terreno para una devastadora hambruna y una horrorosa epidemia de cólera, que –dadas las condiciones de vida de ese empobrecido y asediado país– será imposible de controlar.
Muy recientemente, este tipo de destrucción se ha extendido por primera vez más allá del Gran Oriente Medio y partes de África. El pasado mayo, en la isla de Mindanao –en el sur de Filipinas–, rebeldes musulmanes locales identificados con el Daesh, tomaron la ciudad de Marawi. Mientras penetraban en la ciudad, gran parte de su población de 200.000 personas ha sido desplazada; casi dos meses después, los rebeldes mantienen en sus manos partes de la ciudad mientras libran una guerra al estilo Mosul contra las fuerzas armadas filipinas (ayudadas por asesores de la fuerza de Operaciones especiales de EEUU). Mientras esto sucede, se ha sabido que la zona ha sufrido demoledores ataques como los sufridos por Mosul.
En la mayoría de esas ciudades y zonas circundantes reducidas a escombros, aunque se haya cantado “victoria”, lo peor está todavía por llegar. En Iraq, por ejemplo, con el “califato” de Abu Bakr al-Baghdadi, que ahora está siendo desmantelado, el Daesh continúa siento una guerrilla verdaderamente peligrosa, las comunidades sunníes y chíies (incluyendo sus milicias armadas) no dan señales de actuar juntas, y en el norte del país los kurdos están amenazando con proclamar un estado independiente. Por lo tanto, están garantizadas luchas de todo tipo, y la posibilidad de que Iraq se convierta en un gran país fallido o que surja un sinnúmero de devastados miniestados sigue siendo del todo demasiado real, incluso aunque la administración Trump –según se dice– esté presionando al Congreso para que le permita construir y poblar nuevas bases militares “temporales” y otras instalaciones en ese país (y en la vecina Siria).
Como si esto fuera poco, en todo el Gran Oriente Medio, la palabra “reconstrucción” no significa absolutamente nada. Sencillamente, no hay dinero para eso. Los precios del petróleo siguen siendo desesperadamente bajos y, desde Libia y Yemen hasta Iraq y Siria, todos esos países o bien son demasiado pobres o bien están demasiado divididos para encarar la reconstrucción, por mínima que sea. En esta guerra contra el terror, tampoco –y este es un dato– el Estados Unidos de Trump lanzará el equivalente al Plan Marshall para la región. Y aunque lo hiciese, lo que se sabe de los años que siguieron al 11-S ya muestra que –tanto en Iraq como en Afganistán– la hipermilitarizada versión estadounidense de la “reconstrucción” o la “construcción de naciones” –vía amiguismo corporativo– ha sido uno de los mayores chanchullos de estos tiempos (solo en la reconstrucción de Afganistán se han volcado más dólares del contribuyente de EEUU que los que se destinaron a la totalidad del Plan Marshall; es dolorosamente evidente lo eficaz que ha demostrado ser).
Por supuesto, tal como pasó con la guerra civil siria, Washington no es el único responsable de la destrucción en la región. El mismo Daesh ha sido una maquinaria considerablemente destructiva y brutalmente asesina con sus propios e impresionantes récords de producción de escombros urbanos. Aun así, la mayor parte de la destrucción en Oriente Medio es el resultado de las ensoñaciones y planes militares de la administración Bush y de su respuesta al 11-S (que acabó con al soñada escenificación de la muerte de Osama bin Laden). No olvidemos que el predecesor del Daesh, el al Qaeda de Iraq, era una criatura de la invasión y ocupación estadounidenses de ese país, y que, fundamentalmente, el propio Daesh se formó en una prisión militar estadounidense en el país en el que su futuro califa estaba encarcelado.
En el caso que el lector piense que de todo esto se ha extraído alguna lección, bien vale que vuelva a pensárselo. En los primeros meses de la administración Trump, Estados Unidos ha decidido un nuevo minienvío de soldados y unidades aéreas a Afganistán; ha empleado allí por primera vez la bomba convencional más poderosa de su arsenal; ha prometido a los saudíes más apoyo en su guerra contra Yemen; ha aumentado sus ataque aéreos y operaciones especiales en Somalia; está preparándose para una nueva presencia militar de EEUU en Libia; ha incrementado las fuerzas armadas estadounidenses y relajado las normas para realizar ataques aéreos en zonas civiles de Iraq y otros sitios; y ha enviado –tanto a Iraq como a Siria– un número creciente de agentes de operaciones especiales y otro personal de EEUU.
Poco importa el presidente, cuando se trata de la “guerra contra el terror”, la primera apuesta solo parece ser aumentar; es esta una guerra de imprecisión que ha arrancado de su tierra a un número récord de personas en el mundo con los acostumbrados resultados previsibles: formación de más grupos terroristas, más desestabilización de las estructuras estatales, más civiles desplazados o muertos y cada vez más porciones del planeta convertidas en escombros.
Aunque nadie negaría el potencial destructivo de los grandes poderes imperiales de la historia, el imperio estadounidense de la destrucción podría ser único. En estos años, en la cúspide de su poderío militar, ha sido totalmente incapaz de traducir esa ventaja de poder en algo que no sea la producción de escombros.
Vivir en las ruinas; una breve historia del siglo XXI
En este punto y dado que vivo en el corazón, increíblemente protegido y tranquilo, de ese imperio y en la misma ciudad donde empezó todo, permitidme que hable a título personal. Lo que no para de intrigarme es la incapacidad que tienen quienes gobiernan esa maquinaria imperial de captar lo que pasó realmente a partir del 11-S y extraer alguna conclusión razonable de ese acontecimiento. Después de todo, gran parte de lo que he estado describiendo hasta ahora parece desalentadoramente previsible.
En todo caso, la índole “generacional” de la guerra contra el terror y la forma en que se transformó en una permanente guerra de terror, hoy debería ser un tema de discusión demasiado obvio. Aun así, más allá de lo que dijera en su campaña electoral, al presidente Trump le faltó tiempo para nombrar en puestos clave a los mismos generales que han estado inmersos durante largo tiempo en las guerras estadounidenses en todo el Gran Oriente Medio y están claramente dispuestos a hacer más de lo mismo. Cómo diablos puede alguien imaginar, incluso esos mismos generales, que semejante enfoque podría redundar en algo más “exitoso” está más allá de mi entendimiento.
De muchas maneras, la producción de escombros ha estado en el centro de todo este proceso iniciado con los hechos del 11-S. Después de todo, entre tantos escombros, los objetivos de esos ataques simbolizaban el poder de Estados Unidos –el Pentágono (el poder militar); el World Trade Center (el poder económico); y el Capitolio o algún otro edificio de Washington (el poder político, donde sin duda se dirigía el avión secuestrado que se estrelló en un campo de Pennsylvania)–. En esos sucesos, miles de civiles fueron asesinados.
En cierto sentido, gran parte de la conversión en escombros del Gran Oriente Medio en los últimos años podría ser vista como –si bien inconsciente– una vengativa campaña por el horror y la ofensa de los ataque aéreos en esa mañana de septiembre de 2001, que convirtieron en polvo las torres más altas de la ciudad en la que vivo. Desde entonces, de algún modo, la guerra estadounidense ha implicado pagar a Osama bin Laden con la misma moneda, pero a una escala pasmosamente mayor. En Afganistán, Iraq y otros lugares, un momento de horror, aunque pasajero, para los estadounidenses se ha convertido en la vida cotidiana para poblaciones enteras y han muerto muchísimos inocentes, que deberían sumarse a las muchas de las Torres Gemelas apiladas unas sobre otras.
El origen de TomDispatch, el sitio web que yo administro, también está ligado a los escombros. Aquel día, yo estaba en Nueva York. Viví el impacto de del ataques y sentí el olor de los edificios en llamas. Un amigo mío vio un avión estrellándose en una de las torres y otro estuvo recorriendo la zona llena de humo con su bicicleta en búsqueda de su hija. Unos días después, me acerqué al lugar de los ataques con mi propia hija y estuvimos deambulando por las calles cercanas viendo lo que había quedado de los enormes edificios.
Según una expresión de ese momento, la estela del 11-S, “cambió” todo; en cierto sentido, fue realmente así. Yo lo sentí así. ¿Quién no? Percibí la sensación de temor que se extendía por todas partes; las repetidas ceremonias en todo el país en las que los estadounidenses se llamaban a ellos mismos las víctimas, los supervivientes y (más adelante) los vencedores más extraordinarios del planeta. En esas semanas que siguieron al 11-S percibí la sensación de horror y el crecimiento en la población de un deseo de venganza que habilitaba a los funcionarios de la administración Bush (que habían pasado años soñando con la “superpotencia solitaria” y omnipotente, una sin precedentes en la historia) para que hicieran prácticamente lo que quisieran.
En cuanto a mí, estaba dominado por la sensación de que el tiempo siguiente sería el peor de mi vida, mucho peor que el de la época de la guerra de Vietnam (la última vez que había estado de verdad políticamente movilizado). Y había una cosa de la que estaba seguro: las cosas no irían bien. Sentía el impulso de hacer algo, pero no tenía idea de qué podía ser.
A principios de octubre de 2001, la administración Bush lanzó el poder aéreo contra Afganistán; una campaña que, en cierto sentido, nunca terminaría y sencillamente se extendería a todo el Gran Oriente Medio (hasta ahora, Estados Unidos ha lanzado repetidos ataques aéreos en por lo menos siete países de esta región). En ese momento, alguien me mandó por correo electrónico un artículo de Tamin Ansary, un afgano que había vivido en EEUU durante años pero continuaba estando en contacto con lo que pasaba en su país de origen.
Su trabajo, que apareció en el sitio web Counterpunch, acabaría siendo ciertamente profético, sobre todo habiéndose escrito a mediados de septiembre, pocos días después del 11-S. En ese momento, como señalaba Ansari, loe estadounidenses ya estaban amenazando –con una frase recogida de la época de la Guerra de Vietnam– con bombardear a Afganistán para hacerlo “regresar a la Edad de Piedra”. ¿Para que serviría, se preguntaba él, una campaña como esa cuando “las nuevas bombas solo removerían los escombros dejados por las bombas anteriores”? Cómo él apuntaba, Afganistán, principalmente gobernado por entonces por el nefasto Taliban, había sido convertido en escombros en años anteriores en la guerra por delegación que soviéticos y estadounidenses combatieron allí hasta que, en 1989, el Ejército Rojo regresó a casa derrotado. La pila de escombros que ya era Afganistán no haría más que crecer en la atroz guerra civil que le seguiría. Y en los años anteriores a 2001, la reconstrucción había sido mínima. Por eso, como dejó claro Ansary, Estados Unidos estaba a punto de lanzar su poder aéreo por primera vez en el siglo XXI contra un país que no existía, un país hecho de ruinas y más ruinas.
Para él, la consecuencia de esa acción era el desastre. Y así sería. En ese momento, la imagen de unos ataques aéreos contra los ruinas me dejó atónito. En parte, porque aquello era horroroso y verdadero; en parte, por lo que parecía una señal tan ominosa de lo que nos depararía el futuro; y en parte, porque nada parecido podía por entonces encontrarse en las noticias de los medios dominantes ni en discusión alguna sobre la forma en que podía responderse al 11-S (del cual no aparecía prácticamente nada). Impulsivamente, envié el escrito de Ansary –con una nota mía– a mis amigos y parientes, Algo que no había hecho nunca. Este sería el inicio de lo que, algo menos de un año después, se transformaría en TomDispatch, una experiencia sin lista de suscriptores que no pararía de crecer.
¿Una plutocracia de los escombros?
Fue así como la primera palabra que atrapó mi atención en la época posterior al 11-S fue “escombros”. Es una pena que, casi 16 años después, los estadounidenses continúen obsesivamente atemorizados por ellos mismos, un temor que ha ayudado a crear y construir un estado de la seguridad nacional de dimensiones sorprendentes. Por otra parte, somos muy pocos quienes hemos captado el significado de las interminables e imprecisas experiencias estilo 11-S que nuestras fuerzas armadas han lanzado en todo el mundo. Las bombas quizá sean inteligentes, pero las acciones no podrían ser más erradas
Fundamentalmente, en este país no se siente responsabilidad alguna por la proliferación del terrorismo, el derrumbe de países, la destrucción de vidas y de medios de vida, las oleadas de refugiados y la conversión en escombros de importantes ciudades del planeta. No hay evaluaciones razonables de la verdadera naturaleza y consecuencias del modo estadounidense de hacer la guerra fuera de sus fronteras: su imprecisión, su estupidez, su capacidad destructiva. En esta tierra de paz, resulta difícil imaginar el verdadero impacto de la imprecisión bélica al estilo estadounidense. Sin embargo, tal como están yendo las cosas, es bastante fácil imaginar el escenario descrito por Tamin Ansari prolongándose en los tiempos de Trump y de quienes le sucedan: Estados Unidos volviendo a bombardear los escombros dejados en todo el Gran Oriente Medio.
Aun así, estas lejanas guerras imperiales encuentran la manera de llegar a casa; no solo en forma de nuevas técnicas de vigilancia, o de drones sobrevolando “la tierra patria”, o de militarización total de las fuerzas policiales. Sospecho que, sin esas desastrosas y eternas guerras, la elección de Donald Trump habría sido improbable. Aunque él no desencadene esa guerra de “precisión” en la tierra patria misma, su proyecto (y el de los congresistas republicanos) –desde el sistema de salud al medioambiente– apunta visiblemente a convertir en escombros a la sociedad estadounidense. Si él fuera capaz, ciertamente crearía una plutocracia de los escombros en un mundo en el que las ruinas son cada vez más la norma.
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176310/tomgram%3A_engelhardt%2C_bombing_the_rubble/#more
 Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

martes, 11 de julio de 2017

Qatar, Arabia Saudí, y la Crisis del Consejo de Cooperación del Golfo

RGE 622/17

Mouin Rabbani - Sin Permiso - 9/07/2017

http://www.sinpermiso.info/textos/qatar-arabia-saudi-y-la-crisis-del-consejo-de-cooperacion-del-golfo


Es tentador, y no del todo inexacto, descartar la escalada de la crisis entre Qatar y varios de sus vecinos como una pelea de guardería de principitos petulantes. Estirando esta lógica tentadora, se podría concluir que la victoria decisiva de cada uno de los protagonistas sería el resultado óptimo. Sin embargo, la crisis también refleja dinámicas más profundas en la política árabe y regionales que están estructurando una realidad cada vez más turbulenta y violenta en Oriente Próximo.

El Consejo de Cooperación del Golfo de Arabia Saudí

El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que es el foco de la actual crisis, fue establecida en 1981 por Arabia Saudí, Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Su formación fue la prueba del agotamiento del concepto de acción colectiva árabe a la que la Liga de los Estados Árabes aspiraba pero que nunca alcanzan y presagiaba la preocupación prioritaria de los regímenes de la región con Irán en lugar de Israel. Aunque formalmente establecido para promover un mayor desarrollo económico, político y mejorar la coordinación de seguridad entre sus estados miembros, el impulso para la formación del CCG fue la amenaza colectiva a sus miembros, tanto de la revolución islámica de 1979 en Irán, en el litoral oriental del Golfo, y la Guerra Irán-Irak, desencadena al año siguiente por Saddam Hussein, y cuyos esfuerzos tanto los estados árabes del Golfo Pérsico como Estados Unidos apoyaron y financiaron.

A principios de la década de 1980, el único miembro significativo del CCG era Arabia Saudí, cuyo tamaño, población, recursos y riqueza era muy superior al de los otros estados miembros juntos -y en menor medida a Kuwait. A pesar de que Omán, a diferencia de sus aliados, no había roto relaciones con Egipto después de que éste firmase la paz por separado con Israel en 1979, la posibilidad de que los miembros del CCG siquiera contemplasen seguir una política independiente, regional o exterior, de Arabia Saudí en aquellos días habría sido considerado una fantasía. Por ejemplo, era inconcebible, después de que Irak ocupase Kuwait en 1990, que Qatar o Bahrein hubiesen optado por una solución negociada de la crisis rechazada por Riad (y su patrón en Washington). Ni haber permitido que los Estados Unidos desplegasen tropas y estableciesen bases militares en su territorio hasta que los saudíes no diesen ejemplo y dado su consentimiento a dichos movimientos.

Durante la década de 1990, esta ecuación comenzó a cambiar gradualmente. Las guerras de Irán-Irak, Kuwait, y la Guerra Fría habían terminado, el precio del petróleo se desplomó, y los Estados Unidos mantuvo una presencia creciente y aparentemente permanente militar o naval en todos los estados del CCG. Riad, además de su relativamente menor importancia estratégica y su liderazgo esclerótico y menguante, también tenía que hacer frente a las deudas sustanciales en que había incurrido, de nuevo en coordinación íntima con los Estados Unidos, para montar y financiar la coalición de estados que desalojaron a Saddam Hussein de Kuwait . Por el contrario, Dubai, con su economía diversificada, alimentada en parte por extensas violaciones de las sanciones comerciales a Irán, y nunca carente de una llamativa ambición, estaba en camino de convertirse en una ciudad global y sustitución de Kuwait como ejemplo regional. En 1995, Qatar, que incluso muchos árabes estos días han tenido problemas para encontrar en un mapa, fue noticia cuando su Emir fue derrocado por su hijo, Sheik Hamad bin Khalifa Al Thani, en un golpe palaciego incruento, mientras que estaba de vacaciones en Suiza.

Un golpe en Doha

Al igual que Omán después de que el Sultan Qabus se hiciera con el trono de su padre en 1970, Hamad se embarcó en un programa para transformar su país en un estado de finales del siglo XX. A diferencia de Omán en la década de 1970, Qatar no había sufrido ni la agonía de una década de insurrección armada (Dhofar) ni compartido una frontera con un vecino “comunista” (la República Democrática Popular del Yemen), y por lo tanto podría proceder a un deliberado rápido ritmo. El nuevo gobernante de Doha era, además, capaz de financiar sus esfuerzos con el gas natural aún sin desarrollar del Dome Norte/ Pars Sur, con mucho los depósitos más grandes del mundo, que comparte con Irán. La producción comenzó en 1997, y en una década Qatar se convirtió en el primer exportador mundial de gas natural licuado (GNL), lo que representa casi un tercio del suministro mundial.

A diferencia de Qabus, la toma del poder de Hamad no fue patrocinada por el Reino Unido u otra potencia extranjera, permitiendo así a los descontentos regionales -ante todo Arabia Saudí-, la oportunidad de revertir esta afrenta a la veteranía y las convenciones establecidas para la sucesión. Un frustrado intento de restaurar al emir depuesto en 1996 y otro adicional para deponer Hamad en 2005 demostraron, además, que la construcción de los estados modernizados en la región del CCG eran más una tarea  de infraestructura y administración que un proyecto político. Varios miles de miembros de los Bani Murra, cuyo territorio se extiende a ambos lados de la frontera saudí-catarí (donde los enfrentamientos por cuestiones fronterizas sin resolver habían estallado en fecha tan reciente como 1992), vieron revocada su ciudadanía después de que varios de ellos se vieran implicados en diversos contragolpes de estado.

Sheik Hamad comenzó a trabajar rápidamente para reducir su vulnerabilidad. Unos mil millones de dólares fueron invertidos en la expansión de la Base Aérea de Al Udeid para dar cabida a todos los aviones de la flota de Estados Unidos. Cuando el Comando Central  del ejercito de EEUU (CENTCOM) cuya área de responsabilidad cubre más de cuatro millones de millas cuadradas en tres continentes, abandonó la base aérea de Principe Sultán en Arabia Saudí para reducir la exposición política de la Casa de Saudí después del 11 de septiembre de 2001, fue invitado a establecer su sede de operaciones avanzada en al Udeid. La presencia militar de Estados Unidos, con unos diez mil efectivos es actualmente la más grande en Oriente Próximo, proporciona protección frente a Irán e Irak de Saddam Hussein. Más importante aún, también sirvió para disuadir a los saudíes de cualquier plan contra su pequeño vecino, que, con solo  unas 4.500 millas cuadradas, es más pequeño que Yorkshire o Connecticut.

En el plano interno, Hamad inició un desarrollo masivo de la infraestructura física y financiera de Qatar, y de sus servicios públicos. Según la mayoría de los índices, el país tiene hoy el mayor PIB per cápita en el mundo (130.000 dólares). Sus aproximadamente 300.000 ciudadanos disfrutan de la cuna a la tumba de bienestar y beneficios, mientras que más de 1,5 millones de trabajadores migrantes mantienen sus instituciones, servicios, y la rápida expansión de sector de la construcción, que opera a su máxima capacidad. La Autoridad de Inversiones de Qatar (QIA), el fondo soberano establecido durante la década anterior, se encuentra entre los mejores gestionados y con más recursos del mundo. Ha comprado propiedades emblemáticas y bienes raíces de primera en todo el mundo, así como acciones de las principales empresas, como la Bolsa de Londres y Volkswagen. El gas natural, que es la principal exportación de Qatar, es, en contraste con el petróleo, menos propenso a fluctuaciones repentinas de precios, y tiende a ser vendido sobre la base de contratos a largo plazo de décadas, y se encuentra bajo una presión significativamente menor en los esfuerzos para hacer frente al calentamiento global y el cambio climático.

Qatar se va de casa

Fue dentro de la región donde Qatar tuvo más éxito. A mediados de la década de 1990, fracasó un proyecto prematuro de radiodifusión por satélite en árabe conjunto entre Arabia Saudí y la British Broadcasting Corporation (BBC) después de que su telediario difundiera informes que violaron el estricto tabú de Riad contra el escrutinio crítico de sus políticas. Qatar se hizo con el personal altamente profesional que quedó disponible y con menos de 150 millones de dólares lanzó el canal satelital Al Jazeera el 1 de noviembre de 1996. Rompiendo el molde de los informes vacuos de los canales terrestres que se especializaron en la glorificación ilimitada de unos gobernantes mediocres, Al Jazeera en 1999 era capaz de proporcionar las 24 horas del día noticias de calidad en señal abierta por satélite y una red de corresponsales en toda la región y en la diáspora de lengua árabe en todo el mundo. Qatar, su dirigente, y sus objetivos de política exterior casi nunca merecieron una mención a menos que hubiera un interés periodístico real, y hacerlo de otro modo habría sido superfluo. Cuando hace unos años se difundieron rumores de que Al Jazeera se quedaría sin financiación o incluso que sería cerrada, se difundió que Sheik Hamad los desmintió señalando que la emisora era más útil para Qatar que todo su cuerpo diplomático.

De hecho, Al Jazeera no sólo ofreció una cobertura seria de noticias, sino también de cuestiones prioritarias que hablaban de las preocupaciones y aspiraciones de los árabes desde Marrakech a Muscat, y todo el mundo sabía que esto había sido posible gracias a los gobernantes de Qatar. También fue pionera de prácticas profundamente impopulares, como las entrevistas a funcionarios gubernamentales israelíes responsables de la de la ocupación de los territorios árabes. En general Al Jazeera ofreció una refrescante y amplia gama de perspectivas, como resultado de lo cual ocho estados árabes y Etiopía en un momento u otro retiraron a sus embajadores de Doha. Sin embargo, los promotores o simpatizantes de los Hermanos Musulmanes y otras corrientes islamistas parecían estar constantemente sobre-representados en sus emisiones. Una de esas figuras fue Yusuf Al-Qaradawi, el influyente clérigo egipcio exiliado que ha residido en Qatar desde 1960 y que es Presidente de la Unión Internacional de Académicos Musulmanes. Ampliamente considerado como el principal teólogo de la Hermandad, tuvo durante muchos años un programa de una hora en Al Jazeera cada domingo por la noche. Titulado “Sharia y Vida”, habitualmente iba más allá de las cuestiones de fe para ofrecer puntos de vista y orientaciones propias sobre los acontecimientos de actualidad.

Muchos líderes y miembros de los Hermanos Musulmanes han encontrado un hogar lejos del hogar en Arabia Saudí y otros estados del Golfo, donde los partidos políticos están estrictamente prohibidos, después de que el Egipto de Gamal Abdel Nasser y otros regímenes nacionalistas republicanos les purgaran de su cuerpo político a partir de la década de 1950, y en algunos casos consideraran la mera pertenencia a la Hermandad como una ofensa capital. Aunque la Hermandad como organización no compartía la orientación salafista de sus nuevos huéspedes, era un valioso aliado para las monarquías conservadoras y sus patrocinadores occidentales durante la guerra fría árabe que hacía estragos en toda la región. Sus miembros eran también una fuente importante de mano de obra calificada en la enseñanza y otros sectores que requieren conocimientos lingüísticos o religiosos, en un momento en el que la mano de obra local era incapaz de satisfacer esas necesidades. En la década de 1980, como el activismo islamista tomó un giro cada vez más militantes, los Hermanos Musulmanes jugaron un papel importante en la canalización de combatientes hacia la Yihad antisoviética en Afganistán que Riad y Washington por igual llegaron a considerar como su momento de gloria.

La relación comenzó a agriarse durante la década de 1980, con el surgimiento del movimiento Sahwa en Arabia Saudí. Combinando el pensamiento salafista con la política de los Hermanos Musulmanes, era una espina persistente para las autoridades. Estas tensiones culminaron durante la década de 1990, con la negativa de la Hermandad de apoyar a Riad en su decisión de permitir el estacionamiento de tropas occidentales en su suelo durante la crisis de Kuwait lo que se consideró posteriormente un acto de deslealtad e ingratitud, y, además, un desafío implícito a las credenciales islámicas de la Casa de Saud.

Al sustituir a Riad como patrono principal de la mayor y mejor organizada fuerza de oposición de la región, Sheik Hamad fue capaz de apoderarse de otro vehículo para proyectar la influencia de su país.(Los movimientos salafistas yihadistas, que durante la década de 1990 llegarían a defender abiertamente el derrocamiento violento no sólo de las repúblicas laicas de la región, sino también de sus monarquías “apóstatas”, fueron menos tolerados. Sin embargo los gobernantes del CCG -con la esperanza de mantener la paz- tendido a su vez la vista gorda a los sujetos que simpático, ya que durante la yihad afgana, continuaron canalizando dinero y otras formas de apoyo a otros grupos como al-Qaeda). A pesar de que Qatar es el único otro estado musulmán que ha elevado el salafismo ral rango de doctrina religiosa oficial (la principal mezquita de Doha lleva el nombre de Muhammad ibn Abdul Wahhab, el clérigo rígidamente puritano del siglo XVIII que fue co-fundador del estado saudí), algunas de las prácticas sombrías que son política del gobierno en Arabia Saudí se aplican en el segundo hogar del wahabismo.

Hacia 2010, Doha había logrado escapar de la sombra a prueba de luz de Riad. Otro Hamad, Shaikh Hamad bin Jasim Al-Thani (comúnmente conocido en Occidente como HBJ), ha sido un jugador clave en este sentido. Primo del emir, HBJ fue ministro de Asuntos Exteriores de Qatar desde 1992, y en 2007 se convirtió también en su primer ministro. Al mismo tiempo, jefe de la QIA, sus actividades empresariales y la riqueza personal fabulosa resultante llevó al emir a bromear que mientras él gobernaba el país, HBJ lo poseía. Otra destacada qatarí durante este período fue Shaikha Moza bint Nasir Al-Masnad, la segunda y más influyente de las tres esposas del emir. Desde su posición al frente de la fundación filantrópica de Qatar, personificó el poder blando del país. Juntas Moza y la Qatar Foundation patrocinaron a las principales universidades e instituciones internacionales para que establecieran sucursales en Doha, y crearon una serie de organizaciones no gubernamentales para promover libertades y valores en toda la región que Qatar rechazaba y reprimía en el reino.

En poco más de una década, estos esfuerzos comenzaron a dar sus frutos. En 2008 Doha negoció con éxito el fin a una crisis política que había atormentado al Líbano durante más de un año, todo ello facilitado por generosos pagos a sus numerosos protagonistas. Del mismo modo trató de mediar en un acuerdo de paz en Darfur, un alto el fuego entre el gobierno de Yemen y el movimiento Houthi, así como otro entre Djibouti y Eritrea tras una disputa fronteriza que llevó al despliegue de fuerzas de paz de Qatar en el Cuerno de África. En más de una ocasión, Qatar trató de desplazar a Egipto como patrocinador de los esfuerzos de reconciliación entre la Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas y Hamas, la rama palestina de la Hermandad Musulmana.

Cuando a principios de 2009, la Liga Árabe, bajo la presión de Arabia Saudí y Egipto, se negó a convocar una reunión de emergencia en respuesta al asalto brutal de Israel contra la Franja de Gaza, Qatar, aliado de Hamás que gobernaba desde 2007 Gaza, organizó una reunión alternativa en Doha en apoyo de los palestinos. Los dos Hamads utilizaron los considerables poderes de persuasión y los recursos a su disposición para pedir favores, superar los llamamientos de Arabia Saudí a boicotear la reunión, y explotar las rivalidades cada vez más profundas en la región. Al final, la realidad política se impuso y el cónclave no alcanzó el quórum necesario, en parte porque ningún otro estado del GCC (o funcionario de la Liga Árabe) tuvo a bien desafiar a Riad. Por si fuera poco, Doha había asignado la silla palestina en la mesa de la conferencia al líder de Hamas Khalid Mashal una vez que el Presidente de la OLP, Mahmoud Abbas, se excusó, alegando presiones irresistibles para abandonar a su pueblo en su hora de necesidad. Mahmoud Ahmadinejad y un representante de la Venezuela de Hugo Chavez volaron desde sus respectivos países para dirigirse a los presentes. Qatar también anunció el cierre de la oficina comercial que Israel había mantenido en Doha desde 1996, y en los años siguientes comenzó a reducir lentamente de lo que había sido una relación cada vez más pública con el gobierno israelí a los niveles más altos (aunque Shimon Peres volvería a hacer una “visita no oficial” en 2007).

Si los Hamads habían puesto a Qatar en el mapa, sus logros anteriores a 2010 también serían fáciles de exagerar; unos EAU seguros de sí mismos también le habían metido el dedo en el ojo a Riad en 2009 cuando bloqueó los planes para una unión monetaria del GCC después de que Arabia Saudí utilizase su influencia para situar la sede del banco central propuesto en su capital en lugar de Dubai. Más aun, Omán acogió varios años más tarde unas negociaciones secretas estadounidenses-iraníes que en 2015 resultaron en el Plan Integral de Acción Conjunto (el acuerdo nuclear con Irán). Mientras que Qatar se había situado con éxito en el mapa y actuaba con habilidad por encima de su peso, sólo el potentado más paranoico podía considerar sus actividades una amenaza para el orden regional. Era, después de todo, parte integrante de ese orden.

Caos

Como tantas otras cosas, todo empezó a cambiar con la era de agitación del mundo árabe que comenzó en diciembre de 2010. Los Hermanos Musulmanes utilizaron su experiencia organizativa y su perspicacia para entrar en el gobierno en Egipto, Libia, Marruecos y Túnez, y labrarse una papel central en la oposición siria, al Jazeera se convirtió en la emisora oficial de los levantamientos árabes. Parecía especialmente contenta de la caída de Hosni Mubarak en Egipto, cuyos servicios de inteligencia habían participado en el golpe de Estado abortado de 1996 para restaurar al padre de Sheik Hamad en el poder. Un mes más tarde Yusuf Al-Qaradawi regresó a El Cairo y dio el sermón del viernes en la plaza Tahrir. Con la asistencia de cientos de miles de personas, fue transmitido simultáneamente por la televisión estatal egipcia y, por supuesto, Al Jazeera.

Qatar se convirtió de repente en el miembro más influyente de la Liga Árabe, ingeniando su apoyo a la intervención militar extranjera en Libia, en la que participó, así como la suspensión como miembro de Siria y la transferencia de su asiento al opositor Consejo Nacional Sirio, protegido por Doha. Cuando el levantamiento sirio contra casi medio siglo de dominio Ba'thista se transformó en una guerra civil, Qatar fue el principal financiador y proveedor de los grupos armados de la oposición que surgieron en todo el país. Parecía que estaba rehaciendo toda la región, si no a imagen de Qatar, al menos de acuerdo con las decisiones tomadas en Doha. El ratón roía de gusto. En 2010 Qatar -acusaciones mediante de soborno- incluso ganó el derecho a organizar la Copa Mundial de la FIFA en 2022. En 2013, con el consentimiento de los Estados Unidos, invitó a los talibanes afganos a abrir una oficina en Doha para facilitar las negociaciones en Asia Central.

La indulgencia de Doha a los desafíos a los antiguos regímenes de la región también tenía límites precisos, especialmente cuando los disturbios se acercaron a casa. Aprobó y apoyó la intervención del GCC-Arabia Saudí contra Bahrein en 2011 para aplastar las protestas populares contra la muy represiva monarquía de Al Khalifa, y ese mismo año firmó el plan del CCG para Yemen que forzó la transferencia de poder del presidente Ali Abdallah Saleh a su adjunto en lugar de cederlo a quienes trataban de crear un nuevo y diferente sistema político. Los disturbios en la Provincia Oriental de Arabia Saudí, rica en petróleo y de mayoría chiíta, también fueron ignorados.

Del mismo modo, los gobernantes de Qatar, con poderes absolutos y una piel tan fina como sus homólogos del CCG, no dudaron en encarcelar a sus críticos internos que se inspiraban en los acontecimientos regionales. En 2011, el poeta local Muhammad al-Ajami fue condenado a cadena perpetua por el delito de lesa majestad por varios versos que había compuesto. La Fundación Democracia Árabe, con sede en Doha, que se especializó en declaraciones rimbombantes sobre cómo nunca se doblegaría la voluntad de los pueblos árabes en otras partes, no tenía nada que decir sobre el asunto, mientras que el Centro de Doha para la Libertad de los Medios se conformó con expresar su “preocupación“. Ni pío dijeron las numerosas instituciones extranjeras que habían aceptado la generosidad de Qatar; muchos se habían contentado con un comunicado formal, en el sentido de que les motivaba la oportunidad de civilizar a una nueva generación de árabes. (Al Ajami recibió un perdón real en 2016). Más recientemente, las pésimas condiciones de los trabajadores inmigrantes de la construcción de las instalaciones para la Copa del Mundo de 2022 se ha convertido en un escándalo internacional, pero que los periodistas in situ encuentran casi imposible de investigar.

Varios factores contribuyeron a que Qatar jugara un papel fuera de proporción en relación con su geografía, su demografía, o incluso su economía. Egipto dejó de jugar temporalmente su papel de líder tradicional del mundo árabe. En Arabia Saudí, los últimos años de reinado del rey Abdallah se caracterizaron por su disfuncionalidad creciente que dividió a la élite saudí, a menudo incapaces de formular una política exterior coherente y consistente y de mantener a otros miembros del CCG en línea. El más cercano aliado regional de Qatar, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, por el contrario, atravesaba por un exceso de claridad y ambición, era uno de los estados más grandes y más potentes de la región y, al contrario que sus predecesores, tenía un gran interés en el Próximo Oriente. El gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), además, tenía mucho en común con los Hermanos Musulmanes, y se presentaba como un modelo a las diversas ramas árabes de estos últimos cuando tenían oportunidad de gobernar. Por último, Qatar adoptó un enfoque pragmático de política exterior. Mantuvo relaciones tanto con Israel como Hamas, los Estados Unidos y Rusia, Arabia Saudí e Irán.

Nemesis

De forma casi dialéctica, el momento de triunfo de Doha también sembró las semillas de su desintegración. En 2012 la reputación de la programación de Al Jazeera en árabe -que servía de portavoz no disimulado de unos objetivos de política exterior de Qatar cada vez más explícitos y cuyos diversos aliados y clientes se movilizaban para alcanzarlos-, comenzó a disminuir rápidamente. Como se suele decir, la credibilidad tarda años en construirse, pero se pierde en un instante, y una vez perdida, es para siempre. (Al Jazeera en inglés, cuya relevancia para la política regional es mínima, por el contrario, continúa en gran parte siendo un medio de noticias convencional).

Los Hermanos Musulmanes, con su muy diferente concepción de la política islamista a la practicada por los regímenes del Golfo, su defensa de las urnas como árbitro del poder político, y su papel cada vez mayor en el gobierno, fueron percibidos como una amenaza existencial por los gobernantes hereditarios de la región. También la posibilidad de que los grupos islamistas más militantes, que desafían abiertamente las credenciales religiosas de los potentados y que piden sus cabezas, pudiesen ganar fuerza. Los guardianes del orden regional habían priorizado hasta ahora contener a Irán -un proyecto en el que varias organizaciones islamistas sunitas podían desempeñar un útil papel- pero ahora se concentraron principalmente restaurar el status quo regional, que exigía que estas organizaciones fueran removidas del poder y sus patrocinadores qataríes y turcos marginados. (Muchos especialistas estaban convencido de que la Hermandad barrería fácilmente en unas hipotéticas elecciones en Arabia Saudí y el rey Abdallah declaró que los hermanos Musulmanes eran el principal enemigo de su reino).

Un punto de inflexión fue el golpe de 2013 que depuso al presidente electo Muhammad Morsi y a su gobierno en Egipto, el estado más poblado e importante del mundo árabe. El golpe de estado sustituyó a los Hermanos Musulmanes por un régimen militar dirigido por Abdel Fattah al-Sisi, que estaba decidido a erradicarlos. También representó un cambio  en el sentido de que Egipto paso de ser cliente de Qatar a prácticamente depender del patrocinio saudí y emiratí para su supervivencia. Egipto volvió a imponer su bloqueo sobre la Franja de Gaza, ahora exponencialmente más severo que en los peores días de Mubarak; los islamistas de Túnez salieron voluntariamente del gobierno; y los candidatos de Qatar comenzaron a perder las supuestas elecciones de dirigentes de la oposición siria.

Dentro del Golfo, la campaña alcanzó su ápice en los EAU donde Al Islah, una asociación creada por los miembros de la Hermandad exiliados que había sido autorizada por las autoridades durante la década de 1970, fue acusada de desarrollar una organización militar clandestina para tomar el poder en el país. El juicio contra noventa y cuatro supuestos conspiradores condenó a cincuenta y seis de ellos. Fue una farsa, no un juicio ejemplar; un pariente de uno de los acusados fue encarcelado por twittear sobre las actuaciones judiciales. En 2014, tanto Arabia Saudí como los EAU catalogaron a los Hermanos Musulmanes como una organización terrorista.

Una semana antes del golpe de Al-Sisi, Sheik Hamad abdicó de repente en favor de su hijo con Moza, Tamim, de treinta y tres años de edad. Aunque Hamad se había sometido a dos trasplantes de riñón, las razones de salud, no alegadas, no eran convincentes como explicación. De acuerdo con algunos informes, era parte de un acuerdo informal con Riad y otros detractores del CCG gracias al cual la abdicación del emir aseguraría que la contrarrevolución saudí no se llevaría por delante a la familia Al-Thani, que era considerada como los patrocinadores principales de la inestabilidad regional. Otros supusieron que la transferencia voluntaria de poder a una nueva generación era el desafío final al monarca octogenario saudí, cuya tutela Hamad había pasado la mayor parte de su carrera desafiando. Tal vez ambas versiones eran ciertas. Sheik Hamad se llevó consigo a HBJ, porque la prominencia y el poder de este último habrían hecho imposible que Shaikh Tamim pudiera gobernar el mismo.

Ya fuese que Riad y Abu Dabi creyeran que el nuevo emir era tan díscolo como su padre, o quisieran poner a prueba el temple del joven, o simplemente estuvieran decididos a asegurar que Qatar respetase las viejas reglas de juego, la crisis estalló en marzo de 2014. En este preludio a la actual crisis, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, y Bahrein retiraron a sus embajadores de Doha y amenazaron con nuevas medidas en caso de que Qatar no corrigiese su conducta. Tamim fue acusado de haber incumplido los compromisos asumidos en la cumbre de 2013 del GCC sobre la preservación de la seguridad y la estabilidad regionales, medios de comunicación hostiles, y la no interferencia de los estados miembros en los asuntos de los otros- unos conceptos tan amplios que podrían corresponder a una mala crítica gastronómica.

En cuestión de meses el conflicto fue superado por una crisis más urgente cuando el Estado Islámico se extendió desde el noreste de Siria, hacia el noroeste de Irak y declaró en su segunda ciudad de Mosul un califato. Los informes de que las negociaciones entre Irán y Estados Unidos sobre el expediente nuclear estaban haciendo progresos sin precedentes hacia un acuerdo internacional, además, estimularon al CCG a cerrar filas. Apoyándose en diversas interpretaciones, un nuevo documento reafirmó los compromisos de 2013, y la expulsión de varios líderes y cuadros de la Hermandad de Qatar, Kuwait medió con éxito en noviembre de 2014 para la vuelta de los embajadores retirados a Doha. Sin embargo, las tensiones subyacentes que se habían acumulado durante casi dos décadas, seguían sin resolverse.

La reinvención de Arabia Saudí

En enero de 2015, el rey Abdallah de Arabia Saudi, que había gobernado con eficacia el país desde que su predecesor y medio hermano Fahd fuese incapacitado en 1995, expiró. El fundador del reino, el rey Abdulaziz (comúnmente conocido como Ibn Saud), fue padre de más de cuarenta hijos de numerosos matrimonios. Aunque Ibn Saud pasó la corona a uno de sus hijos, la sucesión desde entonces ha procedido horizontalmente entre hermanos, en lugar de verticalmente entre generaciones. Como la naturaleza agota constantemente la oferta de candidatos disponibles (dos de los príncipes herederos medio hermanos de Abdallah murieron en el plazo de un año), el monarca creó el Consejo de la Lealtad (un organismo consultivo de los príncipes) en 2006, así como el cargo de príncipe sucesor adjunto en 2014, para asegurar una transición consensuada y, por lo tanto, suave a la siguiente generación. Tales medidas eran necesarias, ya que, en contraste con las monarquías tradicionales, cada uno de los numerosos nietos de Ibn Saud, en lugar del último descendiente de sus hijos que han ocupado el trono, son elegibles para la sucesión, multiplicando así las posibilidades de rivalidad y conflicto real en el mayor exportador de petróleo del mundo.

Cuando Salman se convirtió en rey en 2015, nombró a su medio hermano Muqrin como príncipe sucesor y a su sobrino, el poderoso ministro del Interior (y favorito de Washington) Muhammad bin Nayif, príncipe sucesor adjunto. Fue la primera vez que un miembro de la tercera generación fue situado en la línea de sucesión, y la ausencia aparente de unas disidencias anticipadas, parecían reivindicar las medidas que Abdallah había tomado antes de su muerte.

Sólo tres meses después, sin embargo, el rey Salman cesó a Muqrin, promovió a Muhammad bin Nayif como príncipe sucesor, y nombró a su propio hijo de veintinueve años de edad, Muhammad bin Salman (a menudo referido como MBS) príncipe sucesor adjunto. Los cargos supremos del reino se concentraron en una rama de la Casa de Saud desciente de sólo una de las esposas de Ibn Saud, Hissa Al-Sudairi, cuyos hijos -el ex rey Fahd, el ex príncipe heredero y ministro de Defensa Sultan, el ex príncipe heredero y ministro del Interior Nayif, y el rey Salman son conocidos como los Siete Sudairi. No menos importante, la reorganización real sugería fuertemente que el enfermo Salman trataba de pasar la corona a su propia progenie, transformando así Arabia Saudí en una monarquía “normal”.

Casi inmediatamente, MBS comenzó a amasar poderes enormes, entre ellos el de ministro de Defensa, Presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo (de nueva creación), y la presidencia del recién creado Consejo Supremo de Aramco, usurpando la política energética al Ministerio de Energía, Industria y Recursos minerales.

Un año después MBS dio a conocer la Visión 2030, un modelo de desarrollo inspirado por McKinsey & Company consultores que buscaba transformar la economía saudí (y por ende, la sociedad) en respuesta a la caída prolongada de los precios del petróleo como consecuencia del esquisto estadounidense. Una pieza central del plan, que ha sido muy controvertido a nivel nacional y dentro de los círculos reales, prevé la venta de un cinco por ciento de Aramco, la compañía petrolera estatal que es la joya de la corona saudí, por valor de entre 1 y 2 trillones de dólares. El producto de la venta, combinado con los ahorros resultantes de diversas reformas y medidas de austeridad, serían aprovechados para financiar un catálogo de objetivos completamente imposibles, incluyendo quintuplicar los ingresos no petroleros del gobierno, multiplicar por cinco la contribución del sector no lucrativo al PIB, una expansión del cincuenta por cien del sector privado, y un aumento de la esperanza de vida de seis años, todo ello a finales de la próxima década. Visión 2030 también fue claramente diseñada para servir al objetivo más asequible de permitir que MBS marginase a su primo Muhammad bin Nayif en la línea de sucesión antes de la muerte de su padre.

Que MBS estaba decidido a saltarse el proceso tradicional de decisión política saudí fue aún más evidente en los asuntos exteriores. Los días en los que Riad construía cuidadosamente un consenso nacional, regional e internacional antes de impulsar un cambio de dirección fueron sustituidos por una imprudencia agresiva. De acuerdo con un informe filtrado de la agencia de inteligencia alemana BND :

“La cautela diplomática previa de los miembros dirigentes de la familia real saudí está siendo sustituida por una política impulsiva de intervención ... [MBS] es un jugador político que está desestabilizando el mundo árabe a través de guerras de poder ... [su concentración de poder] implica un riesgo latente de que al tratar de establecerse en la línea de sucesión en vida de su padre, abarque demasiado ... las relaciones con los países amigos y aliados en la región podría tensarse”.

Esto fue más evidente en Yemen, donde a los pocos meses de convertirse en el ministro de defensa más joven del mundo, MBS desató una guerra apoyada (entre otros) por Qatar y Estados Unidos, para restaurar el gobierno de Abd-Rabbu Mansur Hadi que había sido expulsado por los rebeldes Houthi, en alianza con el ex presidente Saleh.

Pero en lugar de concluir con una victoria rápida y decisiva que reforzase sus credenciales militares y de liderazgo, la guerra de Yemen se ha convertido en un lodazal que ha fragmentado y destruido efectivamente el país, matado a miles de civiles, y convertido a Yemen en una emergencia humanitaria de primer orden. Ha infligido pérdidas humanas y materiales a Arabia Saudí, y adicionalmente permitido incursiones y ataques de misiles desde territorio yemení a Arabia Saudí. Como consecuencia, MBS parece dispuestos a poner fin a su aventura cuanto antes, pero todavía no ha dado con la fórmula que le permita preservar su reputación y ambición sin nuevos danos irreparables.

La relación de los Houthi con Irán, muy exagerada, esta convirtiendo en realidad a causa de la guerra, a pesar de ser alegada como una motivación clave de la invasión saudí. Esto refleja un cambio más amplio en Riad, para la que la contención y bloqueo de la creciente influencia de Irán en la región desde el deshielo de sus relaciones con EEUU en 2014-15 a menudo ha tenido prioridad a la marginación de otros islamistas y la restauración del status quo perturbado por las revueltas árabes. En Siria, por ejemplo, los saudíes dejaron de lado su rivalidad con Qatar y Turquía por el control de la oposición siria, y colaboraron a formar Jaysh al-Fath, una coalición de grupos rebeldes sirios en la que Jabhat Al-Nusra, el afiliado sirio de Al-Qaeda, juega un papel destacado. Del mismo modo, el Grupo Internacional de Crisis, en su informe publicado este año, señala que Arabia Saudí esta participando en “alianzas tácitas” con Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP) y “lucha con regularidad junto a” las fuerzas de Ansar al-Sharia, una filial de AQAP. Escribiendo antes para la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, el especialista Neil Partrick llegó a una conclusión similar , y, además, señaló que “Arabia Saudí se ha asegurado de restaurar sus relaciones con el Partido Islah de los HM [Hermandad Musulmana]” antes de la guerra, y que este esfuerzo ha implicado ponerlo “de vuelta en la nómina de Riad”.

Otro estado del Golfo actúa por encima de su peso

A pesar de los EAU ha sido el miembro más activo de la coalición en el envío de fuerzas terrestres a Yemen, ha evitado alianzas con los islamistas. Esto refleja tanto su hostilidad congénita hacia ellos desde 2011 (que también explica su relativa ausencia del teatro sirio), y la realidad de que sus fuerzas operan principalmente en las zonas del país donde la coalición Houthi-Salih ha sido expulsada, y el conflicto principal ahora es entre las fuerzas gubernamentales y las milicias islamistas. Los EAU, un estado federal compuesto por siete emiratos hereditarios en las que el gobernante de Abu Dabi, cuyo territorio abarca el ochenta y cinco por ciento del país, sirve tradicionalmente como presidente, se caracterizó bajo su líder fundador Shaikh Zayid bin Nahyan por su neutralidad en los conflictos inter-arabes y por una política regional equilibrada en un contexto de respeto al liderazgo de Arabia Saudí.

Hace poco ha desarrollado una postura mucho más firme. A pesar de que los EAU, por ejemplo, no reconocen a Israel, se le permite mantener una misión diplomática en la capital de los EAU en el marco de la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA). La Fuerza Aérea de los Emiratos también ha llevado a cabo ejercicios conjuntos con sus homólogos israelíes en los Estados Unidos y Grecia. Estos vínculos de seguridad informales se dice que son muy profundos e incluyen la adquisición de sistemas de armas y tecnología israelíes.

El protagonista de estos cambios ha sido Muhammad bin Zayed (MBZ), que desde 2004 ha sido el príncipe heredero de Abu Dabi y subcomandante en jefe de las fuerzas armadas de los EAU y gobernante de facto del país. Ya patrocinó al señor de la guerra palestino Muhammad Dahlan para desbancar a Hamas después de su victoria en las elecciones legislativas de 2006 de la Autoridad Palestina. Desde la derrota de Dahlan en la Franja de Gaza y su caída en desgracia posterior en Cisjordania a causa de una disputa personal con su principal patrocinador, Mahmoud Abbas, MBZ le promociona como sucesor de Abbas. Fue nombrado asesor de seguridad nacional del emirato de Abu Dabi, y ha realizado diversas misiones en nombre de su nuevo benefactor en Egipto, Libia, Serbia, y en otros lugares. (En un giro más reciente, Hamas y Dahlan a mediados de junio alcanzaron una serie de acuerdos de cooperación en un esfuerzo conjunto para debilitar a Abbas. Debido a que su aplicación depende de la la ayuda de Egipto y la financiación de los Emiratos, esto sitúa de manera efectiva los EAU y a Hamas en el mismo campo, a pesar de las acusaciones de Abu Dabi contra Qatar de apoyar a los islamistas palestinos como un factor en la actual crisis del CCG).

Uno de los logros más notables de MBZ ha sido el desarrollo de las fuerzas especiales de los EAU como un activo militar significativo y su despliegue en toda la región. Crucial para esta tarea ha sido Erik Prince, ex integrante de Blackwater y hermano del secretario de Educación de Estados Unidos Betsy DeVos, y un gran contingente de mercenarios colombianos contratados por el príncipe para desarrollar sus fuerzas. El contrato del príncipe le ha supuesto a Prince mas de 500 millones de dólares .

Las fuerzas terrestres de los EAU han luchado en Yemen para recuperar el territorio de los Houthi, y han participado en una fallida incursión en febrero de 2017 con US Navy Seals para eliminar a un líder de AQAP que provocó la muerte de numerosos civiles. Su fuerza aérea ha actuado contra objetivos del Estado Islámico, y en lugares tan lejanos como Libia en apoyo del general renegado (y ex agente de la CIA) Khalifa Haftar. Tal aventurerismo ha llevado al secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis a etiquetar al país de “Pequeña Esparta”. A pesar de su agenda diferente y del uso de diferentes instrumentos, la creciente influencia regional de los EAU en aspectos importantes se asemeja a la del otro pequeño estado a su norte, Qatar. Asimismo, las fuerzas saudíes y emiratíes recientemente han estado trabajando con objetivos opuestos en Yemen y compiten por el dominio de varias fuerzas clientelares.

Cuando el rey Salman alcanzó el trono saudí y de inmediato se puso a marginar sistemáticamente a los cortesanos y confidentes de Abdallah, con los que MBZ había mantenido estrechas relaciones, la designación de Muhammad bin Nayif como príncipe sucesor causó especial preocupación en Abu Dabi. Un telegrama de Wikileaks que relata cómo MBZ en una discusión con el diplomático estadounidense Richard Haass comparó al padre del príncipe saudí con un mono, provocó lo que podría denominarse una ruptura permanente. la comparativamente cálida bienvenida de los EAU al acuerdo nuclear iraní tensó aún más la situación.

MBZ reconstruyó la relación cultivando asiduamente al más afín MBS, que fue junto con su padre recortandole las alas a Muhammad bin Nayif a cada oportunidad que surgió. MBZ también fue rápido en cultivar su relación con Donald Trump después de las elecciones de 2016. En diciembre, voló a Nueva York para reunirse con el presidente electo y sus principales ayudantes en la Torre Trump sin - en contra del protocolo- informar al gobierno de Estados Unidos de su visita ( de acuerdo con el Washington Post, la Casa Blanca sólo se enteró de ella cuando su nombre fue descubierto en un manifiesto de vuelo). Poco después, según informó el mismo periódico, MBZ y su hermano negociaron una reunión encubierta entre Erik Prince y un colaborador del presidente ruso Vladimir Putin en las islas Seychelles en el Océano Índico, donde los EAU tiene extensas propiedades, para establecer un canal discreto entre la administración estadounidense entrante y el Kremlin. Cambie se afirma que MBZ arregló la audiencia de MBS con Trump poco después de su toma de posesión, que se tradujo en la visita de mayo de 2017 de Trump a Riad.

Llega Trump

Desde cualquier punto de vista, los saudíes han jugado sus bazas con la administración Trump extremadamente bien. Llegaron a sus colaboradores más cercanos, llenaron al nuevo presidente de efusivas alabanzas que captaron su atención, y enviaron a Washington a MBS para recordarle todas las contribuciones que Arabia Saudí puede hacer tanto a su agenda nacional como internacional. Mientras las relaciones de la nueva administración con sus vecinos y aliados tradicionales experimentaban diferentes niveles de crisis, consiguieron con gran éxito que Riad, en lugar de Ciudad de México, Ottawa, o Londres, fuese la visita al extranjero inaugural de Trump.

El mes de noviembre anterior, los saudís había contado con impaciencia los días que quedaban para que Obama fuese reemplazado por Hillary Clinton, y la política estadounidense en Oriente Próximo volviese a su paradigma tradicional de una alianza estratégica con el Reino saudí sobre la base de una agenda regional compartida y objetivos comunes, particularmente en Siria e Irán. No menos sorprendidos que el resto del planeta por la inesperada victoria de Trump, los dirigentes de Arabia Saudí tenían además una fuerte aprensión contra él por su inflamatoria retórica en la campaña electoral contra su país, el islam y sus recursos. Pero todo esto fue superado por la hostilidad del candidato ganador contra Irán en la campaña electoral, y la aún mayor animosidad expresada por los gurús presidenciales como Steve Bannon y el nuevo equipo de seguridad nacional.

Demostrando su influencia y autoridad mediante la convocatoria de una reunión del GCC y una cumbre árabe / islámica de forma paralela a los encuentros al mas alto nivel entre EE UU y Arabia Saudí (que llevó a Trump a declarar la tontería de que la historia nunca había sido testigo de una reunión de este tipo y probablemente nunca lo sería de nuevo), los dirigentes saudís anunciaron la formación de una nueva coalición islámica (una “OTAN de Oriente Próximo”). Esta coalición declaró estar en contra del “terrorismo”, con Trump como su padrino espiritual; agitó la perspectiva de un acuerdo de paz árabe-israelí frente al presidente de Estados Unidos y su hijo político; renovaron los acuerdos concluidos con la administración Obama, y, además, firmaron cartas de intención para otros nuevos que permitieron que el nuevo presidente de Estados Unidos presumiese de haber conseguido contratos por valor de cientos de miles de millones de dólares; y no perdieron la oportunidad de hacer ostentación kitsch de su riqueza, sabiendo que a Trump le encanta.

El relanzamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí fue un éxito superlativo, hasta el punto en que prácticamente Trump hizo responsable de la aparición y el crecimiento de las organizaciones extremistas sunitas en toda la región al Iran chií. Más importante aún, ungió a su nuevo mejor amigo Salman como socio árabe indispensable de Washington y líder supremo de árabes y musulmanes. Trump había dado efectivamente a Salman carta blanca para rehacer la región, de acuerdo con su visión compartida para una seguridad y estabilidad duraderas, y lo nombró comandante regional de la alianza contra Teherán. El abandono que había caracterizado a los años de Obama, más una cuestión de percepción que real, había acabado definitivamente, y Riad se sintió autorizada y alentada a reafirmar su papel de líder. En lo inmediato, esto significaba someter a Qatar de nuevo.

Crisis

Durante la cumbre de Riad, se dice que los líderes de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos se quejaron a Trump de la conducta díscola de Qatar con respecto a Irán y los grupos islamistas, señalando que estaba socavado los pilares fundamentales de la política de Oriente Próximo de Trump. Cuando el presidente de Estados Unidos transmitió estas preocupaciones y su origen durante su reunión por separado con el gobernante de Qatar, el jeque Tamim replicó que el presidente de Estados Unidos estaba ladrando al árbol equivocado, y puntualizó que no sólo Al Qaeda, sino también el Estado Islámico obtenían la mayor parte de su financiación y apoyo de sus simpatizantes en Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, y que Dubai, además, es la ventana principal de la economía iraní al mundo. Sin embargo, sólo días después Doha, citando presiones irresistibles, expulsó a varios líderes militares de Hamas, con efecto inmediato, e informó al movimiento islamista que seguirían medidas adicionales.

Según el Financial Times, los saudís y emiratís estaban particularmente preocupados por un complejo acuerdo mediado por Qatar en abril de este año para obtener la liberación de veintiséis de sus ciudadanos, incluyendo al menos un miembro de la familia real, que habían sido tomada rehenes en el sur de Irak en 2015 por las milicias chiíes pro-iraníes durante una expedición de caza. Además de pagar un rescate de unos setecientos millones de dólares a los captores, que en su mayor parte parece que han terminado en las arcas de la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI), la libertad de los rehenes se condicionó a un intercambio de poblaciones en Siria. El componente sirio del acuerdo incluía la evacuación de varios miles de civiles chiíes sirios de la ciudad de Madaya, que durante varios años habían sido sitiados por grupos islamistas sirios incluyendo Jabhat Tahrir al-Sham - la recientemente rebautizada rama de Al-Qaeda conocida como Jabhat al-Nusra. Qatar desembolsó doscientos millones de dólares adicionales a los grupos rebeldes sirios para asegurar la evacuación, lo que le valió la acusación de financiar no sólo directamente a Al-Qaeda, sino de utilizar persistentemente las negociaciones de rehenes como cobertura para financiar a los islamistas radicales en Siria con el fin de promover un cambio de régimen en Damasco y consolidar su influencia sobre la oposición siria. (La operación fue descubierta cuando los contenedores con dinero en efectivo por un total de cientos de millones de dólares en un avión qatarí fueron retenidos en el aeropuerto de Bagdad).

Pero pocos días después del final de la visita de Trump, la Agencia de Noticias de Qatar (QNA) el 24 de mayo publicó en su web unas declaraciones atribuidas a Tamim en la que expresaba su apoyo a Hezbollah y Hamas; elogiaba a Irán e Israel; denunciaba a Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto; y menospreciaba tanto a Trump como los acuerdos alcanzados en Riad. Qatar negó que su Emir hubiera hecho las declaraciones, defendió que el sitio web de QNA había sido hackeado, y pidió una investigación del FBI. Para entonces, la guerra en los medios ya había estallado. Las supuestas declaraciones fueron circuladas de forma masiva y ruidosamente denunciadas por los medios saudís y emiratís, y la circulación y la transmisión de los medios de comunicación patrocinados por Qatar fueron bloqueados en los estados ofendidos. El tono y la crueldad de las campañas en los medios son fácilmente comparables a las de los países que han estado enfrentados en largas guerras.

A principios de junio, la cuenta de correo electrónico del Embajador de los EAU en los Estados Unidos, Yusuf al-Otaiba, que el New York Times calificó como “tutor personal para la política de Oriente Próximo de Jared Kushner”, fue hackeada. Su contenido -especialmente embarazoso en relación con las propuestas de Otaiba de trasladar la sede regional de CENTCOM fuera de Qatar, su estrecha relación con la Fundación para la defensa de la Defensa de las Democracias, fanaticamente pro-israelí, y los comentarios derogatorios sobre Trump en sus conversaciones con funcionarios de Obama durante la transición, fueron prominente publicitados por los medios de propiedad qatarís.

Inmediatamente Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Egipto anunciaron el 5 de junio que rompían relaciones diplomáticas con Qatar. Además de retirar a sus diplomáticos de Doha y dar a los representantes de Qatar cuarenta y ocho horas para salir, cortaron todas las conexiones marítimas, aéreas y terrestres con Qatar; cerraron su espacio aéreo a la compañía aérea nacional de Qatar, en flagrante violación de la Convención sobre Aviación Civil Internacional; ordenaron la repatriación en catorce días de los qataríes residentes en su territorio, así como (exceptuando Egipto) de sus ciudadanos que viven en Qatar; y expulsaron a Qatar de la coalición que ha reducido a escombros Yemen. Dado que la única frontera terrestre de Qatar es con Arabia Saudí, a través de la cual obtiene el cuarenta por ciento de su suministro de alimentos (incluyendo más de un noventa y cinco por ciento de las frutas y verduras), ello supone un bloqueo real. Varios destinatarios árabes y musulmanes de la generosidad de Arabia Saudí y los Emiratos -incluyendo Jordania, Mauritania, Las Maldivas, el gobierno en el exilio de Yemen y Libia-, también anunciaron la reducción o ruptura de sus relaciones con Qatar. Jordania, además, revocó la licencia de emisión de Al Jazeera.

En los días sucesivos hubo nuevas medidas adicionales contra Qatar, en especial de los EAU. Qatalum, el productor de aluminio de propiedad conjunta de Qatar Petroleum y la noruega Norsk Hydro, se vio obligado a cambiar la ruta de sus exportaciones de su puerto tradicional de Dubai, Jabal Ali, a otras alternativas en Omán. Del mismo modo Qatar, el segundo mayor productor del mundo de helio, tuvo que cerrar sus instalaciones de producción el 12 de junio ya que el gas ya no podía ser exportado por tierra a través de Arabia Saudí. El 7 de junio, las autoridades de Abu Dhabi anunciaron que cualquier residente que expresase oposición a su política hacia Qatar, o simpatía por Doha, se enfrentaba a quince años de prisión y una multa importante. Arabia Saudí y Bahrein siguieron el ejemplo con medidas similares.

La rapidez con que esta crisis se intensificó y escaló ha sido notable. En medio de rumores inverificables de divisiones internas en Qatar, Arabia Saudí, y los EAU por su gestión de los acontecimientos -incluso se llegó a hablar de una opción militar si la política fracasaba-, Kuwait y Omán, los únicos estados del CCG que se negaron a tomar medidas contra Qatar, iniciaron sus esfuerzos de mediación. Pero las tensiones se intensificaron aún más cuando el presidente Trump, que parece desconocer que Qatar alberga la mayor base militar de Estados Unidos en la región, se hizo responsable personalmente en su cuenta de Twitter de la campaña contra Doha, presentándola como un logro de su incursión en Oriente Próximo para acabar con la bestia del terror. Ni que decir tiene, sus comentarios dejaron el Departamento de Estado y al Pentágono en vilo, intentando garantizar a Doha que no habría ni reubicación de CENTCOM ni cambio de régimen.

Aunque los detalles siguen siendo escasos, los detractores de Qatar han denunciado enérgicamente las “violaciónes” del acuerdo que puso fin a la ruptura diplomática 2014. Aunque ha habido noticias de una lista de diez exigencias, otros sólo hablan de “quejas”. Los qataríes, que insisten que sólo discutirán temas relacionados con el cumplimiento de los compromisos del CCG y sólo después de que el bloqueo haya sido levantado, por su parte sostienen que los mediadores de Kuwait y Omán todavía tienen que transmitir o recibir una lista de violaciones o exigencias específicas a este respecto.

Si la expulsión de Hamas de Qatar y el cierre de Al Jazeera forman parte de una apertura estratégica inicial o están diseñados como concesiones temporales es difícil de adivinar, pero los adversarios de Qatar inicialmente parecían tener todas las cartas en la mano. Doha fue obligada a apoyarse en Irán y Turquía para su suministro de alimentos y otras importaciones, y utilizar su espacio aéreo para que su compañía aérea de bandera permanezca operativa, haciendo su conducta más sospechosa. Por otra parte, una Al Jazeera disminuida carece de la credibilidad y la audiencia que una vez tuvo para movilizar a la opinión pública regional. La moneda y la calificación crediticia de Qatar han estado en declive, y se plantean preguntas sobre su capacidad para organizar con éxito una Copa Mundial de fútbol en el que ha invertido masivamente.

Algunos observadores toman las exigencias hechas a Qatar en serio, pero otros sugieren que las cuestiones específicas planteadas tienen un valor propagandístico o son marginales para los intereses reales de Arabia Saudí y los demás. Por el contrario, su propósito es obligar a Doha a bailar al son del CCG, reducir de nuevo su influencia a su pequeño tamaño, y asegurarse de que una vez más sigue el ejemplo de sus vecinos más poderosos en lugar de mantener una agenda regional independiente, que a menudo es contradictoria con la de los demás estados de la región.

La suerte de Qatar dio un giro repentino para mejor el 7 de junio. Trump llamó a Tamim, y durante su conversación, el presidente de Estados Unidos hizo hincapié en la importancia de restablecer la calma y la estabilidad en los países del CCG, invitó a su homólogo qatarí a la Casa Blanca, y ofreció ayudar los esfuerzos de mediación, proporcionando a Kuwait y Omán un apoyo vital. Ese mismo día, el FBI anunció que la web de QNA había sido efectivamente intervenida por operadores rusos, pero sin especificar para quién actuaban. Esa misma tarde el parlamento turco -país con el que Qatar firmó en 2016 un tratado de defensa mutua- adoptó una resolución para enviar tres mil soldados más al país asediado. Esta fuerza, que excluía efectivamente cualquier opción militar, llegó la semana siguiente, durante un ejercicio militar conjunto con las fuerzas de Qatar y Estados Unidos, que envió un mensaje igualmente importante. Mientras tanto, un coro creciente de potencias internacionales, entre ellas Rusia, la Unión Europea, y Alemania, dejaron claro que no necesitaban en absoluto una nueva crisis en Oriente Próximo, esta vez entre sus principales exportadores de energía. Como era de esperar, han presionado constantemente para una solución rápida y pacífica.

Dos días más tarde, el secretario de estado Rex Tillerson, presumiblemente de acuerdo con la Casa Blanca, hizo unas declaraciones preparadas en las que esencialmente alababa a Qatar y su alianza con Estados Unidos, al tiempo que le instaba a tomar con mayor rapidez medidas más eficaces contra la “financiación del terrorismo”. Además, apeló a sus adversarios a comenzar a levantar el bloqueo por su impacto humanitario durante el mes de Ramadán, que también suponía un problema para las actividades militares y comerciales de Estados Unidos y, de nuevo, apoyó y se ofreció a participar en una solución negociada de la crisis regional. Sólo unas horas más tarde, el Presidente Trump, en unas declaraciones preparadas propias en lugar de improvisadas, denunció en repetidas ocasiones a Qatar como un estado patrocinador del terrorismo. Por si fuera poco, reveló que su mala conducta le había sido señalada por su “buen amigo” el rey Salman durante su visita a Riad, una vez más dando todo su apoyo a los estados enfrentados con Doha. A principios de ese mismo día, Arabia Saudí y los EAU designaron a cincuenta y siete individuos y entidades conectadas a Qatar como terroristas, algunos de los cuales también son conocidos por sus relaciones con Arabia Saudí y que podrían estar en prisión. Una semana más tarde, Trump, a pesar de su evaluación condenatoria de Doha, se felicitó de la venta de aviones de combate avanzados a Qatar por valor de doce mil millones de dólares.

Consecuencias

La insostenible intensidad de la crisis de Qatar sugiere que se dirige ya sea hacia una escalada catastrófica o una solución rápida. En ausencia de la eliminación de Tamim y su sustitución por un familiar más sumiso en un futuro muy próximo -un escenario que parece en el mejor de los casos altamente improbable y más distante después de un intento reciente frustrado-, el resultado más probable podría ser un renovado compromiso de Qatar con el acuerdo de 2014, endulzado con una pocas concesiones simbólicas, una reconciliación pública, y un mecanismo de seguimiento.

Dicho esto, la situación es suficientemente tensa para que un movimiento impulsivo o un error de cálculo pueda tener consecuencias imprevistas, particularmente cuando Qatar y sus cada vez más imprudentes adversarios han fracasado a la hora de conseguir el apoyo regional e internacional que necesitan, y la respuesta de Washington ha sido en el mejor de los casos ambigua y variable. Si bien una escalada incontrolada sería desastrosa para Qatar, es poco probable que sea positiva para Arabia Saudí o los EAU, y de hecho el CCG en su conjunto, para quienes su reputación de estabilidad y distancia de la agitación regional es en estos días no es menos valiosa que su producción energética. El impacto en la economía global también podría ser significativo.

Una resolución rápida, que barra la disputa bajo la alfombra, supondría un impresionante cambio de suerte para Qatar. Al mismo tiempo, esta crisis, no de manera diferente a la guerra en Yemen, tiene como objetivo mostrar la capacidad de liderazgo de MBS y por lo tanto su elegibilidad para el trono saudí. Por lo tanto, tampoco puede permitirse una perdida de cara que dañe más su reputación. Para los EAU y MBZ la apuesta es, posiblemente, más ideológica, y no podrán rentabilizar la crisis si no se produce una ruptura entre Doha y los Hermanos Musulmanes.

Los grandes ganadores hasta ahora son Irán, Siria y sus aliados libaneses de Hezbollah, pero que no pueden sino estar encantados por las grietas visibles en la alianza contra Damasco y Teherán y que bien puede significar el fin del CCG. Irán y Hezbolá esperan, además, que Hamas finalmente haya aprendido la lección de que ningún aliado de los Estados Unidos puede ser un verdadero amigo de los palestinos. Turquía también, una vez más, ha demostrado que en el actual Oriente Próximo tiene un papel que desempeñar en todas las crisis y que los demás ignoran los intereses de Ankara- ya sea en el Golfo, Siria, o Irak- a su propio riesgo. Por otro lado, cada vez hay más rumores dentro de Riad y Abu Dabi de que la campaña debe ampliarse para incluir a Turquía, que recientemente ha afirmado que los EAU está implicados en el intento de golpe contra Erdogan de 2016.

La crisis también ha sido de enorme valor para la propaganda de Irán, que transporta cientos de toneladas de alimentos y otros artículos de primera necesidad a Qatar en un esfuerzo que recuerda el puente aéreo de Berlín, aunque al país más rico de la tierra en lugar de la Franja de Gaza. También Turquía y -quizás más significativamente a la vista de los intentos de colocar Doha en cuarentena árabe- Marruecos han abastecido los estantes de los supermercados de Qatar. Sin embargo, como The Economist concluye, el bloqueo “no está funcionando”; a largo plazo, la dependencia estructural de Irán y Turquía no es una opción que los gobernantes de Qatar puedan mantener por razones políticas.

Israel parece ser uno de los beneficiario también. Un Qatar contenido que reduzca su apoyo a Hamas es bienvenido, pero lo más importante es que Tel Aviv ha sido capaz de consolidar su incipiente relación con otros estados del Golfo. La decisión de junio del gobierno Netanyahu de reducir drásticamente el suministro de electricidad a la Franja de Gaza, en virtud de una solicitud despreciable de Mahmoud Abbas, que había rechazado previamente debido a que la seguridad israelí advirtió que podría conducir a una nueva conflagración con Hamas, sólo puede ser interpretada como una esfuerzo para demostrar su valor y confiabilidad a sus socios árabes, y la viabilidad de un enfoque diplomático que se centre en la normalización árabe-israelí, en lugar de un Estado palestino, cara a la nueva administración en Washington.

Los perdedores son evidentes, por supuesto: todos los árabes. Sus instituciones se han revelado una vez más irremediablemente disfuncionales. La crisis se resuelve no en o por la región, sino más bien sobre la base de que protagonista puede comprar la mayor cantidad de armas a Estados Unidos, pagar el mayor número de grupos de presión, y conseguir las declaraciones más condescendientes de la Casa Blanca, el Pentágono, el Departamento de Estado, y las capitales europeas. El destino de Qatar se decide por la ubicación del CENTCOM.

Sin embargo, sea como se resuelva esta crisis, Qatar tendrá que sopesar seriamente las consecuencias antes de volver a contemplar actuar por encima de su ligero peso, y será obligado de una manera u otra a alinearse con una coalición dominada por Arabia Saudí y dirigida no sólo contra Irán, sino también contra cualquier cambio en la región que pretenda transformar a sus súbditos privados de derechos en ciudadanos. Esta crisis es a la vez una petulante pelea infantil de príncipes, digna solamente de indiferencia, y un intento de determinar el futuro de toda la región, ante lo que la indiferencia no es una opción.

Posdata: La Casa de Salman

En la mañana del 21 de junio, el rey Salman depuso al Príncipe Muhammad bin Nayif, al mismo tiempo que lo despojó de todas sus funciones y poderes en el gobierno, y lo reemplazó por su hijo, MBS. Aunque, como se mencionó anteriormente, la maniobra era ampliamente esperada, el momento, sin embargo, fue una sorpresa, y plantea la posibilidad de que Salman esté o gravemente enfermo o tenga la intención de abdicar pronto en favor de su hijo. Al mismo tiempo, y en un desarrollo que tendrá profundas consecuencias políticas, incluso si pretende no crear precedentes, Salman ha “modificado secciones de la Ley Básica de 1990 para introducir una sucesión monárquica vertical, de padres a hijos“.

Hasta el momento, ningún nuevo príncipe heredero adjunto ha sido nombrado, y dado el cambio generacional existen razones para sospechar que el cargo puede ser abolido. Aunque estos cambios han sido aprobados oficialmente por el Consejo de la Lealtad y el clero institucionalizado, hay noticias de disconformidad, sobre todo en el seno de la familia gobernante. Hay rumores adicionales de descontento entre los clérigos considerados cercanos a Muhammad bin Nayif y el Prince Mit'ib bin Abdallah, hijo del anterior monarca, que sigue siendo comandante de la Guardia Nacional, la guardia pretoriana del régimen. Muy bien puede haber problemas serios en el futuro para la Casa de Saud a causa de este juego de poder.

Mientras tanto, MBS, ahora también primer ministro adjunto, ha consolidado más aún su posición, especialmente a través del nombramiento del príncipe Abdulaziz bin Saud bin Nayif por el rey Salman, considerado un asado de MBS, como ministro del Interior. Abdulaziz es también sobrino de Muhammad bin Nayif “perpetuando así el feudo de Nayif sobre el ministerio más importante para la seguridad nacional.” Sin duda, esta designación fue hecha simultáneamente con el fin de limitar las disidencias en la familia real tras la última remodelación.

MBS controla ahora la energía, la seguridad, y la política económica y exterior de Arabia Saudí. La alianza entre MBS y MBZ de los EAU controlará la toma de decisiones y la política regional del CCG. Esto no es un buen augurio para las perspectivas de distensión CCG-Irán, es probable que se produzca una mejora en las relaciones con Israel a expensas de los palestinos, y es casi seguro que resulte en una intensificación del conflicto en Siria y otras guerras de poder interpuestas, incluyendo en lo que queda de Yemen.

El ascenso de MBS también sugiere un endurecimiento de la posición saudí-emiratí hacia Qatar. Sin embargo, a menos que Riad y Abu Dhabi tienen un as bajo la manga o sean lo suficientemente imprudentes para intervenir directamente en Qatar, es difícil ver cómo pueden prevalecer dada la creciente impaciencia internacional con la continuación de esta crisis y la inestabilidad que está produciendo en un rincón del mundo esencial para la economía global.
Mouin Rabbani
editor colaborador del Middle East Report, ha publicado y analizado ampliamente sobre los asuntos palestinos y el conflicto palestino-israelí. Fue Analista Senior de Oriente Medio con el Grupo Internacional de Crisis . Anteriormente trabajó como Director para Palestina del Centro de Investigación EEUU-Palestina. Es co-editor de Jadaliyya publicación electrónica.

Fuente:
http://www.jadaliyya.com/pages/index/26776/qatar-saudi-arabia-and-the-gulf-cooperation-counci
Traducción:

G. Buster

viernes, 7 de julio de 2017

Octubre rojo un siglo después

  

Higinio Polo 1

Un siglo después de su triunfo, la revolución bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.
Los marineros y milicianos que se lanzaron al asalto del Palacio de Invierno, que vemos en las imágenes recreadas de Eisenstein, no son un accidente de la historia; los obreros que se atrevieron a derribar el trono imperial, a convertir las iglesias en almacenes útiles, y a dispersar las sombras de la explotación, no eran una ráfaga transitoria de años convulsos, sino el rumor de siglos de protestas y de gritos de honestidad y trabajo proletario. En 1917, los bolcheviques supieron expresar el ansia de justicia de los rusos, la ambición de una vida digna que dejase atrás las argollas de la miseria y la opresión bajo los zares; supieron traducir el deseo de los trabajadores de terminar con la explotación en las fábricas. y de los campesinos de romper la soga que les ataba a una nobleza parasitaria y casi medieval. La exigencia de paz, en el matadero de la gran guerra, los gritos reclamando pan, los campesinos exigiendo la tierra, y los trabajadores las fábricas, resumen la decisión de Lenin y los bolcheviques protagonizando la revolución que cambió el mundo. Porque fue la aspiración a la igualdad y la justicia la que creó el poder soviético, la que levantó el socialismo en condiciones difícilmente imaginables hoy: suele olvidarse, pero la revolución bolchevique tuvo que construir el socialismo en un país que perdió, en un lapso de treinta años, a casi cuarenta millones de personas, víctimas de la guerra civil impuesta tras la revolución por veinte países capitalistas, y por las dos guerras mundiales desatadas por las rivalidades de esas mismas potencias. Sólo en la guerra de Hitler, la Unión Soviética vio morir a veintisiete millones de trabajadores y soldados.
Tras 1017, la revolución bolchevique se extendió por el mundo, y su voz llegó a los campesinos malayos y a los obreros de los frigoríficos argentinos, a los labradores chinos y a los trabajadores alemanes; desde entonces, las ideas y propuestas del socialismo y del comunismo han seguido galopando por el planeta, iluminando revoluciones, en China o en Vietnam, en Cuba o en Nicaragua, cambiando el mundo, aunque esa voz haya sufrido duras derrotas, como la matanza en Indonesia, los campos de la muerte de Oriente Medio, o la desaparición de la propia URSS y el retroceso social en Europa y América durante las dos últimas décadas. Pero, ni en Moscú ni en Madrid, la revolución bolchevique no se ha olvidado, y la historia no ha terminado.
Hoy, de forma abrumadora, los rusos siguen viendo a Lenin como un dirigente excepcional, que desempeñó un papel histórico trascendental, y siguen juzgándolo de manera positiva: apenas un 14 % de la población aceptaría retirar sus estatuas de las ciudades rusas, y una abrumadora mayoría lamenta la desaparición de la Unión Soviética. La popularidad de Lenin crece, y, según el centro Levada, en la última década ha aumentado de forma notable el número de ciudadanos rusos que consideran positiva su aportación al país y al mundo. Las estrellas rojas siguen coronando las torres del Kremlin moscovita, y la presencia de Lenin, aunque no se traduzca todavía en cambios políticos y sociales, no va a desaparecer, pese a los interesados augurios de la derecha.
Para conmemorar el centenario, el Partido Comunista ruso organizará una gran manifestación en Moscú, el 7 de noviembre, así como otros actos en la gran mayoría de las ciudades del país, y el gobierno de Putin también ha publicado un calendario de actividades para destacarlo, intentando atraer hacia el partido del poder las movilizaciones populares de celebración de la revolución de octubre, hasta el punto de que el comité gubernamental encargado de organizarlas está lleno de anticomunistas: el poder actual no puede obviar la importancia de la revolución bolchevique, ni tampoco las aportaciones de la Unión Soviética, como no puede ignorar el prestigio creciente de Lenin y del socialismo entre la población, por lo que se ve obligado a nadar entre dos aguas.
No será sólo en Rusia. En los cinco continentes habitados, se sucederán las celebraciones entre los trabajadores, acompañadas por la monótona y reiterada condena de los centros del poder capitalista, que busca arrojar a la hoguera el persistente susurro de décadas de la revolución bolchevique y del socialismo. De Bolivia a China, de Cuba a Alemania, de Venezuela a Vietnam, de Sudáfrica a Australia, ese centenario recorre durante este año conferencias y congresos, seminarios y libros, ondea en las banderas rojas de las manifestaciones y en las huelgas que siguen reclamando el fin de la explotación y un mundo mejor; se interroga por los excesos y errores cometidos, trabaja en los laboratorios que alumbran el progreso humano, y brilla en los ojos de las mujeres del mundo que contemplan la desventura y la marginación de la mitad del cielo sin renunciar a nada; se manifiesta en el esfuerzo de los campesinos por salvar la vida y el planeta, se escucha en el ruido de las cadenas de montaje y centellea en el parpadeo de las pantallas de ordenador, y se revela en la noche maltratada de los pobres, en las gargantas de los esclavos, en las lágrimas de los apátridas y en el sufrimiento de los inmigrantes perseguidos por el odio.
Un siglo después, el capitalismo se empeña en desacreditar la idea de una sociedad justa e igualitaria, y destruye paulatinamente las conquistas obreras; reduce salarios, convierte la seguridad en el trabajo en la precariedad de empleos temporales o de trabajadores autónomos, y mantiene legiones de operarios con empleos-basura, mientras sus terminales ideológicas y sus medios de comunicación siguen intentando demoler la razón socialista, destruir el recuerdo de la dignidad obrera y de las luchas por la emancipación social; al tiempo que los empresarios arrojan el socialismo y la revolución bolchevique a las tinieblas como un prescindible vestigio del pasado, y presentan a sindicatos y partidos obreros como herramientas inútiles superadas por la historia, atreviéndose a postularse a sí mismos como los creadores de la modernidad y del progreso, aunque tengan las manos sucias de la explotación y la mentira.
Sin embargo, la huella de la revolución bolchevique está ahí, y se encuentra en los territorios cotidianos conquistados por las mujeres y en las leyes que aseguraron los derechos de los trabajadores (en la reducción de las horas de trabajo diarias y en el derecho a vacaciones pagadas, en la asistencia sanitaria gratuita y en los permisos de maternidad, en el derecho a tener pensiones y en la jubilación a una edad antes impensable), como se encuentra en la derrota del monstruo nazi y en el proceso que dio inicio de la emancipación de las colonias que los países capitalistas oprimieron, y en los espacios de libertad contemporánea que se salvaron por el esfuerzo soviético de ser enterrados en la cal viva del nazismo.
Cien años después, el impulso de la revolución bolchevique no ha desaparecido, aunque los partidos comunistas vivan años de debilidad, que no les afecta sólo a ellos, sino a toda la izquierda. Ese agotamiento debe terminar con el abandono de cualquier esperanza de reforma capitalista y con la adopción de un programa radical que luche por el socialismo en todos los continentes, porque el capitalismo ahoga a millones de trabajadores, ensucia el mundo, aplasta a la humanidad, vende nuestro futuro, pero alberga también en su seno a quienes tienen el fermento de la revuelta, con la seguridad de que el comunismo y la revolución bolchevique son la juventud del mundo de la que nos habló Alberti, y la fraternidad que le dio a Neruda el verso tierno del comunismo chileno: un siglo después del octubre rojo, son los trabajadores que se manifestaron en la gigantesca huelga general de la India en 2016, son las manos que acarician a los niños en medio de las catástrofes con las que nos hace convivir el capitalismo, y las que se aferran a las alambradas de los campos de refugiados. 

Higinio Polo es Licenciado en Geografía e Historia, y Doctor en Historia contemporánea por la Universidad de Barcelona. Ha publicado numerosos trabajos y ensayos sobre cuestiones políticas y culturales, y colabora habitualmente en medios como la revista El Viejo Topo, el periódico Mundo Obrero y otros, tanto convencionales como digitales. Entre sus libros se cuentan la investigación Los últimos días de la Barcelona republicana, las novelas Al acabar la tarde, en Singapur; Vientre de nácar, y El caso Blondstein, así como los ensayos Irán: memorias del paraíso; USA: el Estado delincuente; El terrorismo (en colaboración); Retratos (de interior); Dashiell Hammett. Novela negra y caza en brujas en Hollywood; La noche de Calcuta; Barcelona (informe confidencial). Su última obra publicada, en 2014, es Rosas blancas sobre Stalingrado.

correo electrónico: higini_polo@hotmail.com
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