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martes, 3 de septiembre de 2013

Déjalos que se maten entre ellos

Publicado por 
La ciudad siria Deir al Zor - Fotografía de Jalil Ashaui (Reuters)
La ciudad siria Deir al Zor – Fotografía de Jalil Ashaui (Reuters)
La población siria se levantó contra la dictadura exigiendo democracia, el régimen respondió masacrándoles y Occidente ignoró su penuria; entonces llegó Al Qaeda.
El retrato de Bashar al Assad había sido colocado en el baño a ras de suelo. Justo frente al agujero que utilizaban los rebeldes para defecar. «Así tendrá unas buenas vistas», aseguró uno los alzados con un sentido del humor ciertamente escatológico.
El calendario marcaba el mes de noviembre del 2011. En mi anterior visita a Siria, en julio del 2010, antes de que comenzara la revuelta, la imagen de Al Assad seguía siendo un referente tan venerado que en el monasterio de Santa Tecla, a 65 kilómetros de Damasco, se prodigaba tanto como la iconografía religiosa. Bashar aparecía fotografiado en solitario, junto a los huérfanos del recinto, con las monjas del convento, comiendo con sus residentes y rodeado de religiosos de todas las confesiones.
El radical giro político que sufrió la nación árabe pocos meses después fue un efecto más de la llamada Primavera Árabe y del hartazgo que despertaba entre la población siria una dictadura —la del Partido Baaz que accedió al poder en 1963 que lleva ya medio siglo rigiendo los designios del país.
«Con el Baaz, todo dependía de la muhabarat (el servicio secreto). Tenías que pedirles permiso para viajar, para casarte, para abrir un negocio… No podías ni respirar», recordaba uno de los activistas instalados en Jabal Zawiya, Fahid Sheij Wali.
El estudiante de Educación Física, de 21 años, era uno de los opositores que todavía defendía en aquel entoncestras meses de brutal represión las protestas pacíficas.
En realidad, al principio todos secundaban esa postura. Los sirios salieron a las calles no con ametralladoras sino «con las manos abiertas para demostrar que íbamos desarmados», relataba Fahid.
La revuelta comenzó cuando un grupo de colegiales de Daraa decidió emular las imágenes que veían procedentes de Túnez o Egipto y escribir en los muros de esa ciudad, sita al este de Siria, los mismos mensajes que lanzaban las multitudes que protestaban contra la autocracia en esos países: «¡Vete!» o «El pueblo quiere derrocar al régimen». Eran tan ingenuos que firmaron las pintadas con sus propios nombres. Eso ocurrió el 16 de febrero del 2011.
Los estudiantes fueron arrestados al día siguiente y cuando fueron liberados un mes más tarde Daraa ya se había convertido en el detonante de la creciente algarada popular. El regreso de los chicos y su relato sobre las tropelías que habían sufrido en la cárcel, donde les golpearon con cables, les colgaron del techo y les intentaron romper las manos hasta hacerles sangrar, azuzó la insurrección.
Bashar al Assad respondió desde el primer momento al estilo Gadafi. El ejército y la policía comenzaron a disparar sobre las manifestaciones pacíficas. Miles fueron asesinados.
Durante el verano del 2011 enclaves como Hama, Homs o la citada Daraa se convirtieron en bastiones de la protesta popular. Cientos de miles de personas se concentraron en la primera casi a diario, pese a la triste memoria que atesoraba esa ciudad, arrasada en 1982 por el padre de Bashar, Hafez al Assad, cuando también se erigió como reducto de la oposición que pretendía derrocar al régimen en aquellas fechas.
Bashar respondió al desafío con la misma brutalidad que su antecesor. El 31 de julio del 2011 los tanques y los soldados del autócrata mataron a decenas tan solo en Hama. El Ramadán de ese año fue un anticipo sangriento del futuro que se cernía sobre los opositores.
Cuando entré por primera vez a Siria tras el inicio de la insurrección popular, en noviembre de ese año, las protestas eran todavía diarias incluso en las poblaciones controladas por el régimen.
«La población sale todas las noches a protestar. Hace un mes mataron a tres personas. Ahora se contentan con dejarnos gritar», me explicó Mahmud al Jarabsha, un vecino del primer villorrio en el que nos escondimos al cruzar ilegalmente la frontera en la provincia norteña de Idlib.
Desde su vivienda se podían escuchar los gritos de los manifestantes. Mahmud y sus amigos permanecían «enganchados» a las emisiones de uno de los canales que se ha erigido en portavoz de la revuelta: Oriente TV. Las imágenes de las protestas populares se entremezclaban con las que constataban la violencia con la que respondió la autocracia. Civiles apaleados, a los que les pisoteaban la cabeza. Cadáveres amoratados o cribados por las marcas de la tortura. En una de las grabaciones un soldado le arrancaba a un prisionero los pelos del bigote uno a uno.
«Da igual, ya hemos perdido el miedo», declaró Mahmud frente a los estremecedores vídeos.
Era cierto, para esas fechas un amplio sector de la población siria tan solo Alepo, el centro de Damasco y la región drusa y alauí permanecían mas o menos al margen de la insurrección había decidido desafiar al régimen en las calles. El 27 de julio, tras cuatro meses de represión disparatada contra manifestantes desarmados, el núcleo inicial del Ejército Libre de Siria, la oposición armada, anunció su creación.
Los primeros dirigentes, Hussein Harmush y Riad al Asaad, procedían ambos de la región montañosa de Jabal al Zawiya, en Idlib. Allí establecieron los alzados lo que llamaron la primera «región liberada» de Siria.
El recorrido por Jabal Zawiya aquel noviembre del 2011 me permitió comprender la determinación pero también la ingenuidad de los opositores. Se decían prestos a enfrentarse a la maquinaria bélica de Bashar una de las más potentes de Oriente Próximo con ametralladoras y escopetas de caza. Algunos patrullaban con palos, pistolas y viejos mosquetones con la bayoneta calada. Escenas propias de la Primera Guerra Mundial para intentar frenar a un ejército equipado con misiles Scud y armas químicas.
Su primera pregunta al encontrarse con los extranjeros casi siempre era la misma: «¿ustedes creen que somos unos terroristas?».
En aquellas fechas, ninguno de las decenas y decenas de sirios a los que entrevisté mostró ninguna afinidad con Al Qaeda. De hecho, Jabhat al Nusra, la facción que ahora reconoce su lealtad a esa ideología, ni siquiera se había creado.
Una semana después de que abandonáramos Jabal Zawiya, los tanques y el ejército leal a Damasco arrasó la región. Los mosquetones y las escopetas de caza poco pudieron hacer frente a los blindados.
Las organizaciones de Derechos Humanos dijeron que más de un centenar de personas habían sido masacradas, atrapados en una emboscada en la que fueron ametrallados sin misericordia. Los testimonios recogidos por esas mismas ONG hablaban de cuerpos quemados o decapitados, que fueron dejados en las calles para que se pudrieran al sol.
Meses más tarde me encontré con el coronel Abdul Hamid Zakaria, que había participado en aquella arremetida, desertando después a Turquía.
Zakaria, un oficial médico, confirmó la matanza y recordó que al retirarse del lugar la columna de blindados, ante el temor que sufrir una emboscada, decidió avanzar colocando niños sobre algunos de los tanques.
«Yo iba con la ambulancia al final del convoy. Eran más de 35 vehículos. La estrategia militar dice que el último tanque es el más expuesto porque no tiene a nadie que le cubra la retaguardia. Por eso colocaron cinco niños encima del blindado. En una de las curvas, uno de los pequeños se cayó. Lo aplastamos con las ruedas de la ambulancia. No pude hacer nada. Estaba muerto», relató.
Cuando en junio del 2012 le pregunté a la opositora cristiana Marcell Shahwaro cuánto tiempo podía prevalecer la oposición pacífica de la que era una de las principales adalides en su ciudad natal, Alepo frente a la represión de las fuerzas de Bashar, su respuesta fue honesta: «Muy poco, en dos o tres meses todo el mundo portará armas para defenderse».
Sus palabras fueron proféticas. Semanas después asistíamos al inicio de la batalla por el control de Alepo, la segunda ciudad del país, que muy pronto se estancaría en una guerra de atrición, francotiradores y destrucción generalizada que marcaría la pauta para otros frentes como Deir Ez Zor, Homs, Idlib o Daraa.
La represión había azuzado los deseos de venganza de muchos, que comenzaban a eclipsar las demandas de libertad y democracia que alentaron la revuelta en un inicio. La revolución ya no era tal, sino una guerra civil cada vez más sangrienta, aunque los activistas cada vez menos seguían reuniéndose sin armas cada viernes en muchas poblaciones para pedir «la caída del régimen».
El verano del 2012 vio como las milicias kurdas se sublevaban e irrumpían en un conflicto que cada vez adquiría una mayor complejidad, con milicias de todas las filiaciones luchando en sectores inconexos, y el odio sectario cada vez más presente.
Los acólitos del régimen nunca ocultaron sus intenciones. Las escribían en los muros de las ciudades que atacaban como Azzaz o Taftanaz: «O Asad o quemaremos el país». Cumplieron su promesa. De los tanques y la artillería pasaron a la aviación, y más tarde a los misiles del tipo Scud. Las armas químicas solo fueron un escalón más en el descenso a la locura.
«¿Cuál es la diferencia entre asesinar a 100.000 con cuchillos o a 1000 con armas químicas? No nos sorprendió que usaran armas químicas. Se habían saltado todas las líneas rojas que uno pudiera imaginar. Si tuviera una bomba atómica también la usaría. La postura de Occidente ha sido de pura hipocresía. Ni siquiera han sido capaces de cubrir las necesidades de los refugiados. Lo que quieren EE. UU. y sus aliados es la destrucción de Siria. Que nos exterminemos entre nosotros», apuntó hace días Abu Eizendil, jefe de la oficina política de la División Al Haq, una de las principales facciones islamistas que actúan en Homs.
El pasado 28 uno de los analistas más leídos de Israel, Nahum Barnea, escribía en el principal diario del país,Yediot Aharonot, un artículo sobre la posible intervención norteamericana y recordaba un poco de historia.
«Cuando le preguntaron a Moshe Dayan (quien fuera ministro de Defensa israelí) sobre un guerra entre dos grupos palestinos en Gaza respondió: déjalos que se maten entre ellos. Esa fue la actitud del presidente Obamahacia la guerra civil en Siria. Había llegado a la conclusión de que el interés norteamericano no se vería favorecido por la victoria de ninguno de los dos lados», escribió.
La tesis del «déjalos que se maten entre ellos», no solo se han convertido durante estos meses en leitmotiv de los neoconservadores más radicales de Washington y del lobby proisraelí, sino que curiosamente ha conseguido el apoyo de facto de muchos adalides del autodenominado frente antimperialista.
Atrapados entre los intereses de la realpolitik internacional, los sirios nunca entendieron por qué Occidente ignoraba su revuelta.
En una de mis visitas a Idlib, a principios del 2012, cuando todavía el islamismo yihadista en el conflicto de Siria no era más que una hipótesis incipiente, un doctor de esa provincia no pudo esconder su indignación hacia Europa y EE. UU. Confesó que siempre había sido laico, que incluso hubo un tiempo en el que no rechazaba la bebida, pero terminó con una declaración devastadora: «ahora no hay Al Qaeda, pero si Occidente sigue sin ayudarnos, en pocos meses todos seremos de Al Qaeda».
[Javier Espinosa es corresponsal de El Mundo en Oriente Próximo]
http://www.jotdown.es

sábado, 31 de agosto de 2013

El "déjà vu" sirio

Estar en contra de un bombardeo de la OTAN o una invasión estadounidense no significa que se defienda al régimen de Asad

eldiario.es
Todo parece indicar que EEUU bombardeará Siria en los próximos días, es lo que los medios y la diplomacia denominan eufemísticamente “intervenir”. Para empezar debemos aclarar que tenemos la humildad de reconocer que, aunque parece indiscutible que hubo una masacre por armas químicas, no sabemos quiénes fueron los responsables. Es por ello que la ONU envía inspectores a la zona. Ignorado esto podemos presentar algunas deducciones lógicas. La primera de ellas es el principio establecido en el Derecho Romano y utilizado en criminalística de “cui prodest” (¿quién se beneficia?). Desde hace semanas, en la agenda de las potencias occidentales y sus adláteres árabes están las acusaciones contra el gobierno sirio por el uso de armas prohibidas, lo más absurdo que podría hacer ese gobierno sería asesinar un millar de civiles, incluidos niños, en un barrio que no forma parte del frente y poner en bandeja la justificación de una intervención militar de EEUU o de la OTAN. Es decir, la respuesta de “a quien beneficia” la masacre por agentes químicos es los partidarios de esa intervención militar contra Siria.
Lo siguiente que hemos comprobado es la rápida difusión de la noticia señalando la autoría del gobierno sirio. Tan rápida que el día 21 los medios internacionales estaban informando de una masacre de 650 personas por parte del ejército sirio utilizando como fuente informativa un tuit de la oposición siria. Nada más. No se me ocurre ningún agente social que pueda conseguir ser titular mundial con un tuit.
Inmediatamente, los gobiernos que han mostrado su apoyo a los rebeldes sirios comienzan a exigir la presencia de los inspectores en la zona para confirmar el ataque y determinar sus responsables, y acusan al gobierno sirio de no colaborar. Sin embargo, cuatro días después ese gobierno está autorizando la presencia de los inspectores y dotándoles de escolta para desplazarse a la zona. Cuando se dirigen al terreno, estos inspectores sufren un tiroteo. De nuevo el gobierno es acusado de la responsabilidad de los disparos de francotiradores al convoy. Sería un cosa curiosa que un bando escolte a unos inspectores de la ONU y al mismo tiempo les disparara. A continuación, los mismos que exigían la presencia de inspectores dicen que ya es tarde, que no necesitan a los inspectores. Sin esperar a las conclusiones del equipo de investigadores de Naciones Unidas, el secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, dice que ya tienen la información de inteligencia que demostrará que “no fueron los rebeldes y que el Gobierno sirio fue el responsable".
De nada sirve que el gobierno sirio lo niegue, o que Médicos sin Fronteras afirme que “no puede establecer la autoría del ataque”. La información del gobierno sirio, difundida por la televisión nacional de ese país, asegurando que el ejército allanó el día 24 un depósito de los opositores armados en Jobar, localidad de la periferia de Damasco, en donde halló varios barriles de agentes tóxicos con la inscripción hecho en Arabia Saudita, además de máscaras antigás y pastillas para neutralizar los efectos por la exposición a dichos químicos, sólo fue recogida por Prensa Latina.
El gobierno que más muertes ha provocado en la historia por armas atómicas (Hiroshima y Nagasaki) y por armas químicas (agente naranja en Vietnam) es el que se presenta como protector mundial de los daños por esas armas. El gobierno que inició una guerra de Iraq, que todavía continúa, justificada por unas armas de destrucción masiva que no existían, ahora propone hacer lo mismo por unas armas químicas fundadas en las mismas pruebas. La sensación de déjà vu con la invasión de Iraq es inevitable. Entonces pidieron inspectores y cuando se encontraban en el terreno les obligaron a salir precipitadamente porque comenzaban a bombardear.
Son los mismos gobiernos que se escudaron en una resolución de la ONU para proteger a los libios y terminaron bombardeando el convoy del presidente para que una horda de mercenarios lo linchara y colgara el vídeo en internet. Es la misma OTAN que bombardeó Yugoslavia sin autorización del Consejo de Seguridad argumentando una limpieza étnica que los forenses demostraron falsa y que, una vez más, lo volverá a hacer en Siria sin importarle la legislación internacional. Los mismos países que invadieron Afganistán para liberar a las mujeres de los talibanes y hoy siguen siendo lapidadas y el país aumentando su récord de producción de opio, corrupción y pobreza.
A todas esas personas bienintencionadas que dicen que no podemos permanecer impasibles ante la masacre de cientos de civiles en Siria hemos de explicarles que esos libertadores que esgrimen el derecho de proteger, la defensa de los derechos humanos y la implantación de la democracia cargan con demasiados antecedentes para que podamos creer en sus buenas intenciones.
Como señala Jean Bricmont (Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, El Viejo Topo, 2008), asistimos a que gran parte del discurso ético de la izquierda considera la necesidad de exportar la democracia y los derechos humanos echando mano de las intervenciones militares del primer mundo, y califican de relativistas morales e indiferentes al sufrimiento ajeno a quienes critican esas injerencias. De forma que es precisamente esa izquierda la que inventa e interioriza “la ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación”. Es un error plantear que existen gobiernos buenos -que pueden invadir- y malos -que merecen ser invadidos y derrocados-. No olvidemos que si aceptamos esa opción, la invasión legítima, en el fondo, estamos autorizando la del fuerte sobre el débil. ¿Acaso invadirá Brasil (tan democrático como EEUU) a Iraq para instaurar la democracia? ¿Aceptaríamos que el Líbano bombardeara con carácter preventivo a Israel? Recordemos que ha sido atacado alguna vez por ese país, estaría muy fundado su ataque preventivo.
Olvidan también que el poder siempre se ha presentado como altruista. Decir que se bombardea Yugoslavia para impedir una limpieza étnica, se invade Afganistán para defender los derechos de las mujeres, se ocupa Iraq para llevar la democracia y liberar al país de un dictador o se ataca Siria para derrocar a un tirano no difiere mucho del discurso de la Santa Alianza para enfrentar las ideas de la Ilustración que inspiraron la Revolución Francesa, o del de Hitler que justificó su invasión de los Sudetes checoslovacos para defender a la minoría alemana. Parece que esa izquierda de fervor internacionalista humanitario olvida que, ya en los tiempos más recientes, el intervencionismo extranjero occidental, que viene a ser lo mismo que decir el estadounidense, es el que apoyó en Indonesia a Suharto frente a Sukarno, a los dictadores guatemaltecos frente a Arbentz, a Somoza frente a los sandinistas, a los generales brasileños contra Goulart, a Pinochet frente a Allende, al apartheid frente a Mandela, al Sha contra Mossadegh y a los golpistas venezolanos contra Chávez. Si de intervenir para proteger y salvar vidas se trata, bastaría con “bombardear” muchos países de África con tetra briks de leche en lugar de bombas de racimo.
Tampoco es que estemos defendiendo a talibanes, a Sadam, a Gadafi ni Al Assad. Estar en contra de un bombardeo de la OTAN o una invasión estadounidense no requiere de un pronunciado rechazo expreso a esos regímenes para que no se interprete que se defienden, el asunto que debemos plantearnos es la violación de la legislación internacional por parte de una potencia invasora, y las mentiras en las que se escudan para justificarla.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Estados Unidos, listo para un ataque inminente sobre Siria





 Fuerzas militares en la región


Estados Unidos está listo para un ataque sobre Siria, que podría ser inminente: el dispositivo militar está en posición de combate, las razones han sido expuestas a la opinión pública, el Congreso ha sido informado, se ha obtenido el imprescindible respaldo de una parte sustancial de la comunidad internacional y ha sido descartada cualquier otra alternativa. Todo está preparado para que el presidente Barack Obama dé la orden, que la comunicará al mismo tiempo a toda la nación.
“Hemos desplazado los medios necesarios para cumplir con la opción que el presidente desee tomar, estamos listos para actuar al instante”, dijo ayer el secretario de Defensa, Chuck Hagel en una entrevista a la BBC. “Eso ocurrirá en coordinación con nuestros aliados”, añadió. “Tiene que haber una respuesta y la habrá”, certificó el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, quien explicó que sería contraproducente para los intereses norteamericanos permitir que otros regímenes crean que pueden utilizar impunemente armas químicas. Por su parte, el vicepresidente de EE UU, Joe Biden, ha asegurado que "no hay duda" de que el régimen es el responsable del "atroz" ataque químico.
El Gobierno no precisó los medios que serán utilizados en esa operación, pero EE UU tiene varios barcos de guerra en el Mediterráneo armados con misiles de crucero y aviones en distintas bases de la zona con capacidad de bombardear fuera del alcance de la artillería antiaérea siria. También Francia y el Reino Unido poseen flotas en la región y han desplazado aviones con el armamento preciso para contribuir al ataque.
Ninguno de los tres países está ya a la espera de informes de Naciones Unidas ni de ninguna otra baza diplomática que pudiera impedir la intervención militar. Los tres, así como Turquía, la Liga Árabe, Canadá y Australia, con cuyos jefes de Gobierno habló Obama el lunes y martes, comparten la convicción de que Siria utilizó armas químicas en su ataque de la semana pasada contra posiciones rebeldes en las afueras de Damasco y no creen necesario esperar a que concluya su trabajo la misión de inspectores de la ONU que actualmente está en Damasco, menos aún después de que ese equipo anunciase este martes un retraso de sus investigaciones. Ninguno de los tres gobiernos alude ya a esa misión y, en realidad, solo se está a la espera de que Obama decida el momento más conveniente para actuar.
Este podría llegar incluso esta misma semana. Varios medios de comunicación norteamericanos anticipaban, citando altos funcionarios de la Administración, que el ataque podría ocurrir este mismo jueves. Este miércoles Obama participará en un acto muy importante para conmemorar el 50 aniversario del discurso de Martin Luther King I have a dream. No parece el momento ideal de empezar una guerra. Pero todas esas consideraciones son en este momento secundarias frente a otras de carácter técnico-militar que, probablemente, decidirán la hora H del día D.
El Gobierno norteamericano ha estado sugiriendo últimamente que el ataque será limitado, pero es difícil anticipar qué significa ese concepto. El mero lanzamiento de unos cuantos misiles de crucero durante un par de días, serviría para mandar un mensaje al régimen sirio sobre la intolerancia de la comunidad internacional a sus métodos de combate, pero difícilmente tendría un impacto sobre la marcha de la contienda civil ni sobre la supervivencia del propio Bachir al Asad, sobre quien Obama dijo hace más de dos años que tendría que dejar el poder.
Una operación militar más larga y profunda, con el uso sostenido de la aviación, por ejemplo, multiplicaría, a su vez, los riesgos evidentes de una intervención de esta naturaleza en uno de los puntos más peligrosos del mundo, con Líbano e Israel, entre otros, en la frontera con Siria.
Que todo esté preparado para un ataque no significa necesariamente que esté bien preparado. De hecho, se aprecian ya varios inconvenientes. Aunque se han trasladado a la opinión pública los argumentos que justifican la acción –especialmente, el hecho de que EE UU no puede tolerar el uso de un arma tan cruel como los gases venenosos, sobre todo cuando el presidente norteamericano había advertido previamente que no se hiciera- la población es todavía reacia a este ataque: solo un 9% lo apoya, y un 25% lo haría en el caso de que se demostrase la utilización de armas químicas, según una encuesta de The Washington Post.
Al mismo tiempo, aunque la Casa Blanca asegura que el Congreso ha sido informado de los planes del presidente, varios congresistas reclaman datos más precisos y recomiendan una aprobación específica de parte de ambas cámaras. Es poco probable que Obama atienda a esa recomendación, pero está obligado por ley a solicitar la aprobación en el caso de que la participación militar norteamericana se extienda por más de dos meses.
Parece que la voluntad de la Administración es que no sea necesario un plazo tan largo. El ejemplo al que se acude es el de la intervención en Libia en 2011, cuando EE UU atacó solo durante los primeros días y dejó después el peso de la campaña aérea a sus aliados europeos. Pero esta vez no va a ser fácil repetir ese modelo, en parte porque Francia y el Reino Unido no tienen capacidad militar para una actuación así en Siria, y en parte porque la ofensiva sobre ese país es mucho más compleja desde todos los puntos de vista.
Otros de los aspectos controvertidos de la operación que se avecina es la de su legitimidad. Aunque en el pasado se ha intervenido militarmente sin el respaldo de la ONU –la más destacada, la de la OTAN en los Balcanes- los participantes en este ataque van a tener algunas dificultades para justificar legalmente su acción, particularmente si se producen víctimas civiles, lo que no es descartable.
www.elpais.com

lunes, 26 de agosto de 2013

Rusia advierte a EE UU de las “graves consecuencias” de intervenir en Siria

Londres cree que no es necesario un respaldo unánime de la ONU para intervenir

El presidente sirio dice en una entrevista que el "fracaso" espera a Washington si ataca su país


  • Bachar el Asad, durante la entrevista con 'Izvestia'. / AFP / HO / SANA

Rusia ha advertido a Estados Unidos sobre las consecuencias "catastróficas" que una intervención armada en Siria tendrá para Oriente Medio y ha manifestado su "profunda alarma" por la disposición de Washington a lanzar una operación militar contra el régimen de Bachar el Asad.
Lavróv transmitió estas preocupaciones a su colega estadounidense, John Kerry, en el curso de una conversación telefónica en la que trataron de la situación en Siria y que se realizó a iniciativa de Moscú.
En la nota del ministerio ruso en la que se informa sobre la conversación con Kerry, se dice también que causan "perplejidad" las declaraciones de algunos dirigentes estadounidenses en el sentido de que estaría demostrado que el Gobierno sirio es el responsable del ataque con armas químicas perpetrado la semana pasada.
El Kremlin considera que ese ataque fue una provocación de la oposición fundamentalista contra el régimen de El Asad, que está interesada en acusar del bárbaro empleo de armas químicas al Gobierno sirio para conseguir que Estados Unidos y sus aliados comiencen por fin la intervención militar en ese país árabe.
El ataque se produjo el miércoles pasado, el mismo día que llegaron a Damasco los especialistas de la ONU que deben investigar las anteriores denuncias de uso de armas químicas en el conflicto. Los especialistas ahora tiene luz verde para investigar también lo sucedió en Guta Oriental, la zona en las afueras de la capital donde la semana pasada perecieron cientos de personas como consecuencia del ataque químico.
Moscú hizo un llamamiento a abstenerse de presionar militarmente al gobierno sirio, a no caer en provocaciones y a crear condiciones normales para que los expertos de la ONU puedan investigar imparcialmente los hechos in situ.
Lavrov advirtió asimismo de las consecuencias extremadamente peligrosas –"catástroficas", según una nota divulgada el domingo- que tendrá un intervención militar en Siria para Oriente Medio y el norte de África, "donde repercuten todavía los procesos desestabilizadores que aún viven países como Irak y Libia".
En conferencia de prensa dada horas más tarde, Lavrov insistió en que un escenario bélico por parte de los países occidentales no sólo contradice el derecho internacional si se realiza sin el visto bueno de la ONU sino que tendrá consecuencias nefastas para la región. El ministro ruso lamentó que las afirmaciones de quienes aseguran tener pruebas de la culpabilidad del régimen de El Asad en el empleo de armas químicas no se corresponden con los acuerdos de Lucerna del grupo de los ocho, donde se consensuó que toda información sobre uso de estas armas debe ser investigada detalladamente por profesionales y sus resultados, presentados en el Consejo de Seguridad.
 Además, señaló Lavrov, a diferencia de lo que hizo Rusia cuando investigó pasadas acusaciones, nadie ha presentado ahora pruebas de culpabilidad del gobierno sirio.
 A pesar de todo, Moscú “no piensa entrar en guerra con nadie”, aseguró Lavrov. Es decir, que si Estados Unidos y sus aliados atacan a Siria, Rusia no intervendrá.
El domingo, el ministerio de Exteriores ruso había advertido a Washington que no debía repetir los errores del pasado y volver, como en el caso de Irak, a basarse en informaciones falsas para intervenir militarmente. Estados Unidos justificó hace diez años su invasión a Iraq afirmando que Husein tenía armas de exterminio masivo, lo que resultó ser falso.
El Asad, mientras tanto, calificó de "insulto al sentido común" las acusaciones contra su Gobierno de usar armas químicas. En una entrevista publicada hoy en el diario ruso Izvestia, Al Asad afirmó que si Estados Unidos invade Siria, le esperará "un fracaso, como en todas las guerras que ha desatado desde Vietnam hasta nuestros días".
Rusia tiene una base naval en Siria y excelentes relaciones con el régimen de El Asad, al que le ha suministrado modernos complejos de defensa antiaérea. La Iglesia Ortodoxa Rusa también apoya al régimen sirio, ya que bajo este los cristianos de ese país pueden practicar su religión sin mayores problemas, y teme que con el triunfo de la oposición islamista comenzará la persecución de los que profesan otra fe que no sea el islam suní. De ahí que el Kremlin desearía ver una salida política al conflicto, con garantías para los cristianos y tratando de evitar que en la situación interna prime la inestabilidad, como ha sucedido en otros países árabes que han cambiado de régimen en los últimos tiempos.

Una intervención como en Kosovo

El primer ministro británico, David Cameron, ha anunciado que adelantará el fin de sus vacaciones para tratar la crisis en Siria en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional. La decisión viene después de que jefe de la diplomacia británica, William Hague, viese posible una intervención militar que no contase con el respaldo unánime del Consejo de Seguridad de la ONU,  lo que se conoce como la vía Kosovo. Londres y Washington entienden que el permiso de Damasco para la inspección llega demasiado tarde, por lo que la opción militar sigue abierta. "¿Es posible responder a las armas químicas sin la completa unidad del Consejo de Seguridad". Diría que sí. De otro modo, sería imposible responder a estas salvajadas, estos crímenes, y no creo que sea aceptable esa situación", ha dicho Hague en la BBC. Un ataque sin el respaldo del Consejo de Seguridad, la llamada via Kosovo -el territorio serbio que fue bombardeado por aviones de la OTAN-, es una de las opciones presentadas al presidente de EE UU, Barack Obama, para afrontar la situación en Siria.
China, por su parte, ha pedido "cautela" a la hora de resolver la crisis por el uso de armas químicas "para evitar interferir en la búsqueda de una solución política", según una declaración del ministro de Exteriores, Wang Yi.
Los mandatarios de EE UU, Barack Obama, y de Reino Unido, David Cameron, conversaron en la noche del sábado y aumentaron la presión sobre Siria, a la que advirtieron de una “respuesta firme” en caso de confirmarse el ataque químico. Rusia insiste en que no se han empleado armas ilegales por parte del Gobierno y que, de hecho, los que sí las habrían empleado son los rebeldes.
Por su parte, ante el ensordecedor silencio de Alemania, y la confusa e inaudible voz de la política exterior de la Unión Europea, el presidente francés, François Hollande, acordó ayer con el presidente estadounidense, Barack Obama, dar “una respuesta común”. Por la mañana, el Elíseo afirmó, a través de un comunicado oficial, que “existen ya un puñado de pruebas que indican que el ataque del 21 de agosto [en las afueras de Damasco] fue de naturaleza química”. La nota subrayaba que “todo lleva a considerar al régimen sirio como responsable de ese acto incalificable”, informa Miguel Mora.
www.elpais.com

sábado, 24 de agosto de 2013

Vuelta de tuerca en Egipto

Los militares recuperan el protagonismo en una escena que nunca llegaron a abandonar por completo


La madre del policía egipcio Amr Shebl, que fue asesinado en un ataque a dos autobuses cerca de la frontera de Rafah, en el norte de Sinai es consolada por parientes en su casa de Salmun Bahri en la region de Menufiya, 50 kms al norte de El Cairo. Militantes asesinaron a 25 policías en el último ataque en un país que sufre una escalada de violencia desde el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi. (AFP / MOHAMED EL-SHAHED)Lamadre del policía egipcio Amr Shebl, que fue asesinado en un ataque a dos autobuses cerca de la frontera de Rafah, en el norte de Sinai es consolada por parientes en su casa de Salmun Bahri en la region de Menufiya, 50 kms al norte de El Cairo. Militantes asesinaron a 25 policías en el último ataque en un país que sufre una escalada de violencia desde el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi. (AFP / MOHAMED EL-SHAHED) - Agregada por el autor del blog














Las aguas han retornado a su cauce. Con el derrocamiento de Morsi y labrutal represión de las acampadas islamistas, los militares han cortado de raíz el errático experimento democrático egipcio. Recuperan así el protagonismo en una escena que nunca llegaron a abandonar por completo, ya que durante todo este tiempo mantuvieron su control sobre el Estado profundo representado por las fuerzas de seguridad y los aparatos de inteligencia.
Desde la caída del recién excarcelado Mubarak, los militares han venido manipulando al conjunto de las fuerzas políticas y fomentando las disputas interpartidistas. Primero se aproximaron a los Hermanos Musulmanes y a los salafistas a los que enfrentaron con los sectores revolucionarios de la plaza Tahrir, que acabaron boicoteando las elecciones legislativas y denunciaron la existencia de un pacto secreto entre religiosos y militares para repartirse el poder.
En el golpe del 3 de julio se aliaron con laicos, liberales, izquierdistas y coptos, todos ellos hastiados por el autoritarismo de Morsi y preocupados por la islamización del país. Al respaldar el derrocamiento de un gobierno legítimo, la oposición ha hipotecado su futuro convirtiéndose en un cooperador necesario de los militares.
Con esta exitosa estrategia, los militares han conseguido preservar sus innumerables privilegios y el vasto imperio económico laboriosamente erigido durante las pasadas seis décadas. Además, la confusión que ha presidido la transición les ha apuntalado como garantes del orden y la estabilidad entre una parte significativa de la población. Esta narrativa ha terminado por ser asumida por las potencias regionales que, como en el caso de Israel, han respaldado el golpe. También Arabia Saudí y otras petromonarquías le han dado su bendición al inyectar 12.000 millones de dólares para evitar el colapso de la economía egipcia y, de paso, reforzar las posiciones de los sectores salafistas, los principales beneficiados de la probable ilegalización de la Hermandad.
Esta ayuda vuelve a poner de manifiesto la santa alianza entre petróleo y salafismo, pero también la creciente irrelevancia de EE UU y la UE en la región, ya que sus iniciativas para evitar un baño de sangre fueron sistemáticamente ignoradas.
Los Hermanos Musulmanes son, sin duda, los grandes perdedores. En tan sólo unas semanas han pasado de controlar los poderes ejecutivo y legislativo a estar al borde de la ilegalización. El encarcelamiento de sus principales dirigentes ha descabezado la organización, que se encuentra en un estado de shock psicológico del que tardará en recuperarse.
Además, la brutal represión de la que han sido objeto podría favorecer la emergencia de un nuevo liderazgo deseoso de tomarse la justicia por sus manos. Las dos opciones a las que se enfrenta la Hermandad son igualmente descorazonadoras: Por un lado, la ilegalización y la represión, como ocurriera en época de Nasser. Por el otro, alegalidad y relativa tolerancia, como pasó con Mubarak, siempre y cuando acepten dócilmente la nueva repartición de poder.
Ante este escenario no puede descartarse por completo el surgimiento de alguna escisión entre sus filas que adopte un discurso más beligerante e, incluso, abogue por el empleo de las armas, una opción que ofrecería a los militares el argumento idóneo para adoptar una estrategia erradicadora.
Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante. en www.elpais.com

viernes, 23 de agosto de 2013

Una oportunidad o cien para los generales de Egipto

Israel y Arabia Saudí, tradicionales aliados de EE.UU, son los grandes beneficiados por el golpe de Estado egipcio
Las potencias occidentales no parecen molestas con sus amigos del Golfo, los grandes valedores del nuevo Egipto
De hecho Francia y Arabia Saudí se han reunido para dar "una oportunidad a la hoja de ruta" en Egipto
El presidente francés François Hollande y el príncipe Saud Al-Faisal, ministro de Exteriores saudí en París, esta semana (Al Arabiya)
El presidente francés François Hollande y el príncipe Saud Al-Faisal, ministro de Exteriores saudí en París, esta semana (Al Arabiya)
Esta semana el presidente de Francia François Hollande recibió en París al ministro de Exteriores de Arabia Saudí, el príncipe Saud al-Faisal. Ambos hablaron de los acontecimientos en Egipto y acordaron “dar a la hoja de ruta en Egipto una oportunidad para asegurar la seguridad y elecciones tempranas”, en palabras del saudí, quien defendió el derrocamiento de Mohamed Morsi. 

Poco importa que los creadores de esa hoja de ruta, los perpetradores del golpe de Estado en Egipto, estén impulsando la caza de sus opositores políticos de la Hermandad musulmana, la matanza de manifestantes, la imposición del toque de queda, el arresto de periodistas. Eso es lo de menos. Hay que darles una oportunidad. O cien. Los intereses que confluyen en Egipto son demasiados como para arriesgarse a perderlos. 

Lo sabe bien Estados Unidos. Lo experimentó en carne propia en los años cincuenta, cuando se negó a entregar al presidente egipcio Abdel Gamal Nasser la ayuda económica militar que él solicitaba. Aquella negativa terminó facilitando el acercamiento de El Cairo a la Unión Soviética y su posicionamiento como país “neutral”. Así lo admitiría tiempo después, en 1963, el secretario de Estado estadounidense de John F Kennedy, Robert Komer: 

“Nosotros mismos habíamos contribuido a esta situación por nuestra política a mediados de los años cincuenta con respecto al presidente egipcio Nasser. Giró hacia Moscú como reacción a la política británica y estadounidense y no queríamos cometer la misma equivocación otra vez”.

A partir de entonces Washington se propuso recuperar Egipto. Impulsó un acercamiento que desembocó en una amistad con el presidente egipcio Anuar el Sadat en los años setenta y en los pactos de paz de Camp David entre El Cairo e Israel. Con ello Estados Unidos arrastró a los egipcios a su órbita, con la voluntad de no “perderlos” nuevamente. 

“Algo mucho más complejo”

Ahora, ante un nuevo vaivén en suelo egipcio, Estados Unidos se niega a llamar golpe de Estado al golpe de Estado y no congela las ayudas a El Cairo. 

Más lejos ha ido el representante del Cuarteto de Paz para Oriente Medio, Tony Blair, (sí, el de las Azores y la invasión de Irak), quien ha defendido el golpe de Estado egipcio diciendo que solo había dos opciones, “intervención o caos” y respaldando nuevamente el neocolonialismo en nombre de la estabilidad: “Traer la estabilidad a Oriente Medio no es responsabilidad de nadie más, sino nuestra”. 

El propio representante de la UE en Oriente Medio, el malagueño Bernardino León, evitaba esta misma semana hablar de golpe de Estado, diciendo que lo ocurrido en Egipto “es algo mucho más complejo que una simple intervención militar”.

Hay mucho en juego. Egipto es el país árabe más poblado del mundo y por su territorio pasa el canal de Suez, vía marítima que une Asia con el Mediterráneo, de vital importancia estratégica y comercial. Por ella transitan barcos mercantes que trasladan materias primas, en especial petróleo (unos 2,5 millones de barriles diarios), así como buques militares estadounidenses o israelíes, entre otros. Esta misma semana lo ha cruzado un portaaviones estadounidense que se dirigía a Afganistán, y se calcula que lo transitan unas 40 naves militares de EE.UU al año.
Egipto también es estratégico debido a que comparte frontera con Israel. Hubo un antes y un despúes en la región tras la firma de los acuerdos de paz de Camp David entre El Cairo e Israel en 1979. La importancia de Camp David fue subrayada por la embajadora estadounidense en El Cairoen octubre de 2011, hablando de las relaciones que los Hermanos Musulmanes deberían tener con Israel cuando gobernaran Egipto: 

“Los acuerdos de paz de Camp David son absolutamente fundamentales para la paz en toda la región. Si no tienen éxito, las demás cuestiones serán inmateriales. Es realmente importante, no tiene por qué ser una gran historia de amor, pero tiene que ser una relación pacífica”.

El papel de Israel

Para analizar los acontecimientos es por tanto imprescindible observar el papel de Israel, un país que cuenta con el Ejército más poderoso en la zona y que necesita el mantenimiento del statu quo para perpetuar su ocupación ilegal en los territorios palestinos.  

Como escribí en julio en el artículo “Israel y Egipto, una relación forjada en Washington”, la gestión de la seguridad en el Sinaí egipcio, fronterizo con Gaza e Israel, fue en estos últimos meses causa de importantes tensiones entre Morsi y el Ejército egipcio. 

Desde los años setenta los generales egipcios, Israel y la monarquía absolutista de Arabia Saudí han sido grandes aliados. La estabilidad con Israel ha sido una prioridad del Ejército de Egipto. Por eso Israel contempló con temor la caída de Mubarak en 2011 y por eso ha sido uno de los grandes defensores de los militares egipcios. Dicho en palabras de un alto representante israelí, citado hace unos días por The Wall Street Journal, “los militares egipcios, Arabia Saudí e Israel son el eje de la razón en Oriente Medio”.

También por eso el gobierno israelí ha pedido una vez más a Estados Unidos que no retire la ayuda económica que destina a las Fuerzas Armadas egipcias -1.300 millones de dólares anuales- iniciada como recompensa a los acuerdo de paz entre El Cairo e Israel en 1979 y que simboliza de algún modo el compromiso de los generales egipcios con el Estado israelí, según escribía en 2009la propia embajada estadounidense de El Cairo.
Tanques del Ejército egipcio en el centro de El Cairo (Efe)
Tanques del Ejército egipcio en el centro de El Cairo (Efe)

Arabia Saudí
El papel de Arabia Saudí, gran aliado del Egipto de Mubarak, es fundamental tras el golpe de Estado. Solo horas después del derrocamiento del presidente egipcio Mohamed Morsi, la monarquía saudí ya mostraba su apoyo al nuevo statu quo en Egipto y celebraba el fin de los Hermanos Musulmanes en el poder. 

El ministro de Exteriores saudí, con el que el presidente francés se reunía esta semana, se ha referido a Egipto como “nuestro segundo hogar”, ha subrayado que Arabia Saudí nunca permitirá su desestabilización y ha prometido más respaldo económico (tras el golpe de Estado, tres países del Golfo -los saudíes, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos- ya anunciaron un paquete de 12.000 millones de dólares para Egipto) en caso de que otras potencias decidan retirar su respaldo económico a El Cairo. 

Arabia Saudí ha sido, junto con Israel y los generales egipcios, importante aliado de Estados Unidos y otras potencias occidentales. Y lo sigue siendo. De hecho la mayor venta de armas de la historia estadounidense a un solo país, por valor de 60.000 millones de dólares en 15 años, es precisamente a Arabia Saudí, un país donde l a libertad brilla por su ausencia, sobre todo para las mujeres, donde las autoridades reprimen cualquier conato de protesta y en el que se acogen las tesis más retrógadas y fundamentalistas del Islam. Esta misma semana, sin ir más lejos, han sidodecapitados dos hombres acusados de robo y asesinato. 

Por eso resulta cuanto menos hipócrita escuchar cómo desde algunos sectores occidentales se apela a la defensa de los derechos humanos para justificar el golpe de Estado en Egipto. 

Los Hermanos Musulmanes

 Los errores de los Hermanos Musulmanes han sido muchos, pero entre ellos no está abrazar las tesis islámicas más radicales. A pesar de lo que han llegado a sostener algunos “analistas”, en Egipto no había una teocracia, ni se cortaba la cabeza a los ladrones ni se lapida a las mujeres. La Hermandad es una organización islámica conservadora menos radical y fundamentalista que los salafistas del partido Nour a los que la coalición pro golpe de Estado acogió en su seno y a los que apoya y financia Arabia Saudí. 

Morsi no buscó satisfacer las demandas de las revueltas de 2011 y gobernó de espaldas al resto de las fuerzas políticas, sin tener en cuenta, además, que había ganado las elecciones con un raspado 51% de los votos y una elevada abstención.

Además, como presidente impulsó una Constitución que no prohibía de forma explícita la discriminación por razones de género, sexo, origen o religión, que permitía juzgar en tribunales militares a civiles, que ponía serios obstáculos a la creación de sindicatos independientes y que seguía limitando, como el régimen anterior, la libertad de expresión e información. 

Durante su mandato se registraron nuevos casos de represión y persecución contra activistas y periodistas. No era representante de una fuerza revolucionaria defensora de las libertades, como tampoco lo son los generales golpistas. 

A pesar de lo ocurrido estas últimas semanas en Egipto, Estados Unidos no ha cancelado su ayuda militar a El Cairo -la segunda mayor ayuda que Washington entrega a unas fuerzas armadas- y la Unión Europea solo ha recomendado suspender la exportación de armas a Egipto, dejando la decisión final a cada país miembro, y manteniendo las ayudas. La apuesta por el diálogo con el gobierno golpista egipcio sigue vigente. 

Son días oscuros para Egipto. Se está imponiendo el terror, la guerra sucia, la justificación de la violencia en diversos sectores. Ante ello las potencias occidentales dan una oportunidad a la “hoja de ruta” de los golpistas y no parecen molestas con sus amigos del Golfo, los grandes valedores del nuevo régimen egipcio. Nuevamente los gobiernos de Europa y Estados Unidos optan por defender los intereses de la minoría a la que representan.
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