jueves, 28 de febrero de 2013

Un debate nuclear emborronado

ANÁLISIS

El contexto político marca la reunión entre que el Sexteto y Teherán celebran en Almaty sobre el programa nuclear






La jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, y el jefe negociador iraní, Said Jalili durante la reunión internacional sobre el programa nuclear iraní. / STANISLAV FILIPPOV (AFP)
Resulta tentador reducir las nuevas conversaciones nucleares entre Irán y las seis potencias hoy en Almaty a la crónica de un fracaso anunciado. El punto de partida de ambas partes es tan dispar que no solo las posibilidades de acuerdo son remotas, sino que la propaganda de uno y otro lado ha emborronado el debate. Teherán insiste en que se reconozcan sus "derechos nucleares", es decir, que se le permita formar parte del club de países que enriquecen uranio. Mientras, el sexteto (EE UU, China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania) le ofrece el levantamiento parcial de sanciones para precisamente intentar limitar esa actividad que tanto sirve para producir combustible nuclear como para fabricar una bomba.
La insistencia del régimen iraní en reclamar lo que denomina sus “derechos nucleares” transmite la idea de que la comunidad internacional le niega el derecho a la energía atómica. Sin embargo, nadie ha cuestionado la puesta en marcha de la central de Bushehr, que oficialmente empezó a funcionar en septiembre de 2011. El problema radica en su obstinación por enriquecer uranio, un proceso necesario para obtener el combustible nuclear, pero que también lleva a la obtención del material fisible con el que se fabrican las bombas atómicas.
Estados Unidos y sus aliados recelan de ese empeño porque Bushehr se alimenta de combustible vendido por Rusia que recoge además los residuos radioactivos que genera. Y también porque desconfían del régimen iraní. Teherán asegura que tiene previsto construir una veintena de centrales más por lo que va a necesitarlo en el futuro y que no puede fiarse de obtenerlo en los mercados internacionales debido a la marginación a que ha sido sometido desde la revolución de 1979. Aunque existen datos para justificar su suspicacia, también es cierto que sus planes de nuevas centrales aún están en pañales.
Tampoco ayuda que las autoridades iraníes mantuvieran secreto su programa nuclear durante casi dos décadas, hasta que salió a la luz en el verano de 2002. Estados Unidos, que rompió relaciones diplomáticas con Irán a raíz de la toma de su Embajada en Teherán en 1979, enseguida acusó a la República Islámica de querer dotarse del arma atómica, una posibilidad que acabaría con la superioridad estratégica de su principal aliado en la zona, Israel.
Desde entonces, se iniciaron dos procesos paralelos para tratar de atajar la consiguiente tensión. Por un lado, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que se encarga de vigilar el cumplimiento del Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) del que Irán es firmante, ha enviado periódicamente inspectores para tratar de asegurarse de que su programa no viola el TNP y aclarar las actividades sospechosas de tener un carácter militar. Tras sus visitas, esos expertos entregan un informe al director general del OIEA que invariablemente constata puntos oscuros o lugares a los que no se les permite acceder.
Por otro lado, y ante la ausencia de relaciones entre Washington y Teherán, Reino Unido, Alemania y Francia lanzaron una iniciativa diplomática para buscar un compromiso que evitara la crisis, en principio, que los gobernantes iraníes renunciaran a enriquecer uranio a cambio de incentivos. Fue el germen de las conversaciones que hoy se celebran en Almaty y que a partir de de 2006 se ampliaron para incluir a Rusia, China y EE UU, si bien mantuvieron al responsable de política exterior de la UE como jefe negociador (antes Javier Solana, ahora Catherine Ashton).
La oferta que Ashton presenta al jefe negociador iraní, Said Yalilí, en nombre de los Seis propone “una reducción de ciertas sanciones sobre el comercio del oro, las relativas a la industria petroquímica y algunas sanciones bancarias”, según se ha filtrado a la prensa en los últimos días. A cambio, renuevan la exigencia de que Teherán “cese el enriquecimiento de uranio al 20%, cierre las instalaciones de Fordo y envíe fuera el uranio enriquecido al 20% que ha almacenado”. Es la misma petición que plantearon, sin éxito, en la reunión de Bagdad en 2012.
Después de una década de negociaciones fallidas, seis resoluciones condenatorias del Consejo de Seguridad de la ONU (cuatro de ellas acompañadas de sanciones) y un embargo occidental a la compra de petróleo y las transacciones financieras con Irán, el régimen iraní ha dejado claro que ninguna presión va a hacerle renunciar a su programa nuclear. Nada que no sea un total levantamiento de las sanciones, logrará que Yalilí coja el móvil para llamar a Teherán. Tal posibilidad no solo es remota sino impracticable. El volumen y complejidad de las sanciones, muy en particular de las impuestas unilateralmente por EE UU (cuya retirada tiene que aprobar el Congreso), requiere un proceso político que puede llevar meses sino años.
De ahí que se especulara con un primer paso por parte de los países europeos, para crear una atmósfera de confianza. Pero mientras tanto, el paradigma ha cambiado. Los gobernantes iraníes han visto como, a pesar de las amenazas israelíes o del “todas las opciones están sobre la mesa” de EE UU, han ido sorteando el malestar internacional con periódicos (y estudiados) anuncios de nuevos avances. Desde el inicial enriquecimiento experimental al 3,5% al enriquecimiento a escala industrial, al enriquecimiento al 20% o la revelación, cuando ya no les quedaba más remedio porque se la habían detectado, de una segunda instalación para enriquecimiento en Fordo.
De hecho, el Sexteto (y sobre todo EE UU) ya no le exige el enriquecimiento cero y ha aceptado implícitamente que purifique uranio al 3,5%. Por lo tanto, el empecinamiento de los gobernantes iraníes ha dado resultado. Mientras exista demanda de petróleo, podrán encontrar agujeros al sistema de sanciones, y sin la necesidad de rendir cuentas en las urnas, el programa nuclear se ha convertido no sólo en el eje de su política exterior sino también en un aglutinante ante el faccionalismo interno.
Más allá de las cuestiones técnicas, es la política (tanto iraní como internacional) la que marca el contexto de estas reuniones periódicas entre el Sexteto y Teherán. Sin cambios, en ese nivel resulta improbable ningún avancen ni Almaty ni donde quiera que se organice la próxima cita. Pero mientras se habla, se congela el riesgo de tener que hacer efectivas las amenazas de una acción militar, algo para lo que Israel presiona regularmente, pero que nadie más parece dispuesto a considera
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martes, 26 de febrero de 2013

¿Obama y Putin van a repartirse el Medio Oriente?

En un artículo publicado en Rusia el 26 de enero de 2013, Thierry Meyssan expone el nuevo plan de partición del Medio Oriente en el que trabajan actualmente la Casa Blanca y el Kremlin. El autor revela los principales parámetros de la negociación en marcha sin emitir juicios sobre la posibilidad de un acuerdo definitivo ni sobre su aplicación. El interés de este artículo reside en que permite la comprensión de las ambiguas posiciones de Washington, que está empujando a sus aliados hacia un callejón sin salida para imponerles próximamente una nueva distribución de cartas que simplemente los deja fuera del juego.

 | DAMASCO (SIRIA)  

JPEG - 22.2 KBEn 1916, Francia y Gran Bretaña se repartían el Medio Oriente con los acuerdos Sykes-Picot. Casi un siglo después, Estados Unidos y Rusia están discutiendo un nuevo plan de partición que beneficiaría a ambos países y pondría fin a la influencia franco-británica en la región.

El presidente Obama se dispone a cambiar completamente de estrategia internacional, a pesar de la oposición que ha suscitado su proyecto en el seno de su propia administración.La situación es muy simple. Estados Unidos está a punto de alcanzar la independencia energética a través de la rápida explotación del gas de esquito y de las arenas bituminosas [1]. Ese factor determina el fin de la doctrina Carter –adoptada en 1980–, según la cual la necesidad de garantizar el acceso al petróleo del Golfo era un imperativo de seguridad nacional. Lo mismo sucede con el acuerdo de 1954 en el que Washington se comprometía a proteger a la dinastía gobernante de Arabia Saudita a condición de que esta última garantizara el acceso de Estados Unidos al petróleo de la Península Arábiga. Así que ha llegado el momento de decretar una retirada masiva que permitiría trasladar las tropas estadounidenses hacia el Extremo Oriente, para contrarrestar allí la creciente influencia de China.Por otro lado, hay que hacer el máximo esfuerzo para impedir una alianza militar entre China y Rusia. Para ello es conveniente ofrecer a Rusia algo que desvíe su atención del Extremo Oriente.
Y para terminar, Washington ya se siente que no puede respirar a causa de su relación, demasiado estrecha, con Israel. Esta relación se ha hecho demasiado onerosa, resulta injustificable en el plano internacional, y está enemistando a Estados Unidos con los pueblos musulmanes en su conjunto. Por otro lado, resultaría conveniente castigar claramente a Tel Aviv por su escandalosa injerencia en la campaña electoral previa a la elección del presidente de Estados Unidos, donde el gobierno israelí apostó además en contra del candidato ganador.
Esos tres factores han llevado a Barack Obama y sus consejeros a proponerle un pacto a Vladimir Putin: Washington, reconociendo implícitamente su derrota en Siria, está dispuesto a aceptar que Rusia se instale en el Medio Oriente, sin que esta tenga que ceder nada a cambio, y a compartir con Moscú el control de dicha región.
A ese estado de ánimo corresponde la redacción, por parte de Kofi Annan, del Comunicado de Ginebra adoptado el 30 de junio de 2012. En aquel momento, el objetivo no era otro que hallar una salida a la cuestión siria. Pero aquel acuerdo fue saboteado de inmediato por varios miembros de la propia administración Obama que filtraron hacia la prensa europea diversos detalles sobre la guerra secreta contra Siria, incluyendo la existencia de una Presidential Executive Order en la que se orientaba a la CIA el despliegue de hombres y mercenarios en el terreno. Esa sorpresiva maniobra llevó a Kofi Annan a renunciar a sus funciones como mediador. La Casa Blanca, por su parte, prefirió mantener un perfil bajo para evitar que las divisiones existentes en el seno del ejecutivo saliesen a la luz en medio de la campaña para la reelección de Barack Obama.En las tinieblas, 3 grupos se oponían en aquel momento al comunicado de Ginebra:
Los agentes implicados en la guerra secreta,
Las unidades militares a cargo del enfrentamiento con Rusia,
Los defensores de los intereses de Israel.
Inmediatamente después de su reelección, Barack Obama emprendió la purga. El primero en caer fue el general David Petraeus, quien había concebido la guerra secreta contra Siria. Después de caer en la trampa sexual que le tendió una agente de la inteligencia militar, el director de la CIA se vio obligado a dimitir. Posteriormente, una docena de militares de alto rango fueron puestos bajo investigación por sospechas de corrupción. Entre ellos se encontraban el almirante James G. Stravidis, comandante supremo de la OTAN, y su sucesor designado –el general John R. Allen– así como el comandante de la Missile Defense Agency (o sea, el escudo antimisiles), general Patrick J. O’Reilly. Para terminar, Susan Rice y Hillary Clinton fueron blanco de recios ataques por haber ocultado al Congreso ciertos elementos sobre la muerte del embajador Chris Stevens, asesinado en Bengazi por un grupo islamista, probablemente por orden del Mossad.
Ya pulverizados o paralizados los elementos de oposición, Barack Obama anunció una profunda renovación de su equipo. Comenzó poniendo a John Kerry a la cabeza del Departamento de Estado. Kerry es partidario declarado de la colaboración con Moscú en temas de interés común. Es también amigo personal de Bachar al-Assad.
Obama continuó después con la nominación de Chuck Hagel para dirigir el Departamento de Defensa. Hagel, es uno de los pilares de la OTAN, pero es además un realista. Siempre ha denunciado la megalomanía de los neoconservadores y el sueño de imperialismo global del que son portadores. Es además un nostálgico de la guerra fría, aquella época bendita en que Washington y Moscú se repartían el mundo sin muchas complicaciones. Junto a su amigo John Kerry, Chuck Hagel organizó en 2008 un intento de negociación para tratar de que Israel restituyese a Siria la meseta del Golán.
Y, para terminar, John Brennan a la cabeza de la CIA. Este asesino a sangre fría está convencido de que la primera debilidad de Estados Unidos es haber creado y desarrollado el yihadismo internacional. Su obsesión es la eliminación del salafismo y el desmantelamiento de Arabia Saudita, lo cual aliviaría en definitiva la situación de Rusia en el norte del Cáucaso.
La Casa Blanca prosiguió al mismo tiempo sus conversaciones con el Kremlin. Lo que debía ser una simple solución para Siria se ha convirtido en un proyecto mucho más amplio de reorganización y partición del Medio Oriente.
Es importante recordar que, luego de 8 meses de negociaciones, el Reino Unido y Francia se repartieron en secreto el Medio Oriente (Acuerdos Sykes-Picot). El contenido de esos acuerdos fue revelado al mundo por los bolcheviques en cuanto llegaron al poder. Y así se mantuvo la situación a lo largo de un siglo. Lo que la administración Obama tiene ahora en mente es un rediseño del Medio Oriente para el siglo XXI, bajo la égida de Estados Unidos y Rusia.
En Estados Unidos, a pesar de que Obama se sucede a sí mismo, la administración saliente no puede hacer otra cosa que ocuparse de los temas corrientes. Y recuperará la totalidad de sus atribuciones sólo después de la ceremonia de juramente para el próximo mandato, el 21 de enero de 2013. Después de la investidura del presidente, habrá una audiencia en el Senado –el 23 de enero– donde Hillary Clinton será interrogada sobre el misterio del asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia. El 24 de enero, tendrá lugar en el Senado la audiencia para la confirmación de John Kerry como secretario de Estado. Inmediatamente después, los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU se reunirán en Nueva York para examinar las proposiciones Lavrov-Burns sobre Siria.
Esas proposiciones prevén la condena de toda injerencia externa, el despliegue de observadores y de una fuerza de paz de la ONU, así como un llamado a los diferentes protagonistas para que formen un gobierno de unión nacional y planifiquen la celebración de elecciones. Es posible que Francia se oponga, pero sin llegar por ello a amenazar con recurrir al veto en contra de su amo estadounidense.
La originalidad del plan reside en que la fuerza de la ONU se conformaría principalmente con soldados de los países miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). El presidente Bachar al- Assad se mantendría en el poder, negociaría rápidamente una Carta Nacional con los líderes de la oposición no armada seleccionados con la aprobación de Moscú y Washington y sometería esa Carta al veredicto popular a través de la realización de un referéndum organizado y realizado bajo la supervisión de observadores.
Este sorprendente escenario fue preparado desde hace tiempo por el general sirio Hassan Tourkmani (asesinado en el atentado que estremeció Damasco el 18 de julio de 2012) y su homólogo ruso Nikolai Bordyuzha. Los ministros de Relaciones Exteriores de la OTSC adoptaron después –el 28 de septiembre de 2012– una posición común sobre el tema y el departamento de la ONU a cargo de las operaciones de paz firmó con la OTSC un protocolo que otorga a esa organización prerrogativas similares a las de la OTAN. Bajo la denominación «Fraternidad inviolable», una serie de simulacros militares ONU/OTSC se desarrollaron en Kazajstán del 8 al 17 de octubre de 2012. Finalmente, un plan de despliegue de «chapkas azules» se discutió –el 8 de diciembre– en el Comité Militar de la ONU.
Después de la estabilización de Siria, una conferencia internacional por una paz global entre Israel y sus vecinos debería desarrollarse en Moscú. Estados Unidos estima que no es posible negociar una paz separada entre Israel y Siria porque los sirios exigen, en nombre del arabismo, que se resuelva primero la cuestión de Palestina. Pero tampoco es posible una negociación de paz con los palestinos, debido a la extrema división que reina entre estos últimos, a menos que Siria se encargue de obligarlos a respetar un acuerdo aceptado por la mayoría. Por lo tanto, toda negociación debe tener un carácter global, según el modelo de la Conferencia de Madrid (realizada en 1991). Según esa hipótesis, Israel se retiraría lo más posible hacia sus fronteras de 1967 y los territorios palestinos se fusionarían con Jordania para conformar el Estado palestino definitivo, cuyo gobierno estaría en manos de la Hermandad Musulmana, lo cual haría esa solución aceptable para ciertos gobiernos árabes. Posteriormente, se devolvería a los sirios la meseta del Golán a cambio de que renunciaran al lago Tiberiades, conforme al esquema ya estudiado en 1999 durante las negociaciones de Shepherdstown (1999). Y Siria se convertiría en garante del respeto de los tratados por la parte jordano-palestina.
Como en un juego de dominó, habría ocuparse entonces del tema kurdo. Se desmantelaría Irak para dar nacimiento a un Kurdistán independiente y Turquía estaría llamada a convertirse en un Estado federal que concedería la autonomía a su región kurda.
Los estadounidenses desean llevar el rediseño hasta una fase en la que sacrificarían a Arabia Saudita, que ya ha dejado de serles útil. Ese país se dividiría en 3 partes y algunas provincias pasarían a formar parte de la federación jordano-palestina o del Irak chiita, conforme a un viejo plan del Pentágono titulado «Taking Saudi out of Arabia», que data del 10 de julio de 2002. Esa opción permitiría a Washington dejar en manos de Moscú una amplia zona de influencia, sin tener por ello que sacrificar parte de su propia influencia. Es un comportamiento similar al que ya pudo verse en el FMI cuando Washington aceptó aumentar el derecho de voto de los países miembros del grupo BRICS. Estados Unidos no cedió ni un ápice de su propio poder sino que obligó a los europeos a renunciar a una parte de sus votos para abrir espacio a los miembros del BRICS.
Este acuerdo político-militar va acompañado de un acuerdo económico-energético ya que lo que realmente interesaba a la mayoría de los protagonistas de la guerra contra Siria era la conquista de las reservas de gas de ese país. En efecto, importantes yacimientos de gas natural han sido descubiertos en el sur del Mediterráneo y en Siria. Con el posicionamiento de sus tropas en ese país, Moscú mejoraría su control sobre el mercado del gas para los próximos años.
El regalo de la nueva administración Obama para Vladimir Putin es también resultado de una serie de cálculos. Su objetivo no sólo es desviar a Rusia del Extremo Oriente sino también neutralizar a Israel. Si bien un millón de israelíes tienen también la nacionalidad estadounidense, hay otro millón de israelíes rusoparlantes. La presencia de tropas rusas en Siria sería un elemento disuasivo para evitar que los israelíes cedan a la tentación de atacar a los árabes y que los árabes ataquen Israel. Así que Estados Unidos ya no tendría que dedicar sumas astronómicas a la seguridad de la colonia judía.
La nueva distribución del juego obligaría a Estados Unidos a reconocer por fin el papel de Irán en la región. Washington quiere, sin embargo, la garantía de que Teherán va a retirarse de Latinoamérica, donde ha establecido numerosas relaciones, sobre todo con Venezuela. Se ignora aún cuál será la reacción iraní sobre este aspecto del dispositivo, pero Mahmud Ahmadinejad ya se ocupó de hacerle saber a Obama que está dispuesto a hacer lo que esté en sus manos para ayudarlo a distanciarse de Tel Aviv.
Hay perdedores en ese proyecto. En primer lugar, Francia y Gran Bretaña, que van a perder su influencia. Y después Israel, que perderá su influencia en Estados Unidos y se verá reducido a su justa dimensión de pequeño Estado. Finalmente Irak, que será desmantelado, y posiblemente Arabia Saudita que desde hace varias semanas viene haciendo desesperados esfuerzos por reconciliarse con todas las partes para tratar de escapar al destino que se le prepara.
Pero también hay ganadores. En primer lugar, Bachar al-Assad, hasta ayer tratado por los occidentales como un culpable de crímenes contra la humanidad y mañana glorificado como el vencedor de los islamistas. Y sobre todo Vladimir Putin, quien –gracias a su tenacidad a lo largo del conflicto– saca finalmente a Rusia de su «containment», le abre nuevamente las puertas del Mediterráneo y del Medio Oriente y obtiene el reconocimiento del predominio ruso sobre el mercado del gas.
Thierry Meyssan
Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).

domingo, 24 de febrero de 2013

La razón “formal” de la izquierda árabe en su alianza con el Baaz y su postura contraria a la revolución


Texto original: Al-Hayat 

Autor: Salamah Kayleh

Fecha: 20/02/2013



Sí, hay un gran sector de la izquierda árabe e internacional que lo hace bajo el lema del rechazo, la resistencia y el antiimperialismo. Se trata de una izquierda que estaba relacionada con el esquema soviético previamente, esquema que partía de que la lucha internacional es una lucha contra el imperialismo, que es el “círculo principal”, entendido como imperialismo estadounidense básicamente, que dirigía el modelo capitalista en su conjunto.

Por ello, todo el que se oponía o difería con el imperialismo estadounidense pasaba a estar en el “bando nacional” o “progresista” o “libertador” y había que aliarse con él por necesidad. Esa “conciencia” o “concepción” ha seguido dominando a aquellos y dirigiendo sus políticas. Ello a pesar de la caída de la Unión Soviética y de los países socialistas, situación que ha creado un nuevo mundo que ya no posee las mismas características que en la guerra fría (es decir, la guerra entre el capitalismo y el comunismo),y a pesar de que la idea misma era un error marxistamente hablando, y expresaba la política del Estado soviético en su lucha internacional, que se suponía que debía atraer al eje de su política a todos los que se oponían al imperialismo. Eso es lo que hicieron los partidos comunistas en general, sin tener en cuenta la realidad objetiva en sus países.

Por ello, siempre estaban unidos a fuerzas que no eran comunistas ni socialistas, sino que eran en su esencia capitalistas aunque difirieran con el imperialismo estadounidense en concreto. Por ejemplo, se unieron al Baaz, que estableció una autoridad que se alió con las autoridades soviéticas, pero cuyas relaciones económicas eran con los estados capitalistas europeos, y defendían su socialismo aunque lo único que tenía de socialista eran sus lemas, cuyo contenido expresaba el “socialismo de la pequeña burguesía” o el “socialismo de los campesinos”, y era el Baaz quien representaba a esos sectores sociales. Este “socialismo” inevitablemente daba lugar a un desarrollo capitalista, y posteriormente mafioso.

A pesar de todos los errores de la experiencia, aquellos no corrigieron las ideas en las que se apoyaban, sino que siguieron dominados por el “hecho” en sí.

Esos mismos, también defendieron a muerte a los “yihadistas” y los “Hermanos Musulmanes”, que se oponían al imperialismo, como decía esta izquierda, aunque los islamistas no utilizasen el concepto de imperialismo y careciesen de una política basada en lo político. Esta izquierda también acusó a todo aquel que se negó a apoyar a los islamistas o a aliarse con ellos de estar de parte del imperialismo. Por ello, prepararon el camino a los islamistas para convertirse en la primera fuerza “opositora” al régimen y la primera fuerza “anti-imperialista”. Así, era obvio que llegarían al poder tras las revoluciones que han tenido lugar. Esta política no solo ha fortalecido a los islamistas, sino que también ha debilitado a las fuerzas de izquierda, bien porque estas fuerzas, en su discurso político, aparecían como un margen para los islamistas, lo que los hacía estar en apuros con el régimen, o bien porque los anti-imperialistas tendían a apoyar a los islamistas en vez de a la izquierda que los glorificaba. Ello es lo que aumentó el volumen de los islamistas y marginó a la izquierda.

Esta izquierda no se detuvo ante lo que se  acaba de exponer: no criticó su alianza con o su apoyo a los islamistas. Y ello a pesar de que la puesta en valor de los “Hermanos” y los islamistas en general es resultado en cierta medida de este canturreo mediático y propagandístico “de izquierdas”, que los asentó como fuerza opositora o como fuerza anti-imperialista. La “lógica de la concepción” siguió siendo la misma, y el principio general heredado de los soviéticos siguió dominando su visión. El concepto del círculo central siguió siendo clave en el análisis, unido a la visión “política”; es decir, la visión de la política como hechos, posturas y relaciones, sin una comprensión profunda de la naturaleza de las fuerzas, ni de los intereses de clase, ni de las relaciones entre las fuerzas y las clases. Por ello, (esta izquierda) repite los mismos errores y se queda marginada y, desde el margen, se arrepiente y habla de conspiraciones, además de insultar.

Esta izquierda sigue el mismo patrón metodológico, en cualquier parte: en Siria y con los islamistas. Y por tanto, si ha fracasado en la primera postura, necesariamente también fracasará ahora. Ve “la divergencia” entre el poder (sirio) y EEUU en concreto (no con todo el imperialismo, ya que hay relaciones con Europa y Turquía) sin aproximarse a las causas de esa divergencia, partiendo de una comprensión de la naturaleza de clases del poder, como supone el marxismo y la naturaleza de sus intereses. ¿Por qué diverge con EEUU y firma un pacto estratégico con Turquía y se esfuerza por atraerse a Europa, por no decir que intenta entenderse con EEUU (incluso con mediación sionista en algún momento)? ¿La estructura económica materializada en la última década supone un enfrentamiento con los EEUU o una unión con ellos, o quizá con el modelo capitalista? Finalmente, ¿por qué se produjo la divergencia con EEUU?

Era importante para esta izquierda que “existiera la divergencia” que comenzó a  caracterizar previamente, con adjetivos “abstractos”, resultado de una preconcepción y una pre-definición de todo lo que diverge con el imperialismo estadounidense. Es decir, resultado de “moldes preparados” que valen para todo aquel que aparente estar en contra de EEUU. Estos moldes se aplicaron a los islamistas en su momento y hoy se aplican a las autoridades sirias. Eso es lo que se llama una visión formal, que se somete a presupuestos que nada tienen que ver con la realidad, ya que no se definen claramente las clases que se están apoyando, sino que la pre-delimitación política es la que provoca las “ilusiones” sobre la naturaleza de estas fuerzas que se amoldan a ese presupuesto. Por tanto, todo el que está “en contra del imperialismo” forma parte de las clases revolucionarias o progresistas (o la burguesía nacional), aunque su divergencia con el imperialismo no llegue al punto de una verdadera lucha, sino que tal vez imponga una competencia o un intento formal de marginar la lucha entre las fuerzas de clases semejantes. Así, los “Hermanos”, en términos de clase, son los capitalistas comerciales tradicionales insertos en el poder económico mundial. Las autoridades sirias son “nuevos hombres de negocios” que trabajan como una mafia en los sectores de servicios como todos los capitalismos gobernantes, y esa naturaleza suya es la que ha provocado la revolución, como sucedió en Túnez, Egipto, Yemen y Libia, y en Marruecos y Jordania ha hecho que se iniciara un movimiento revolucionario, pues la estructura de clases es semejante. Por tanto, hay que preguntarse por la causa de la divergencia entre la mafia siria y el imperialismo estadounidense (a pesar de que esta mafia es parte de la estructura capitalista mundial).

Así, hay una contradicción que nace frente el imperialismo, que es en su base una contradicción de los pueblos, y también existe una divergencia por uno u otro motivo en el marco de la competencia o la aclimatación con el poder imperialista, como resultado de la naturaleza de la clase que domina todas las circunstancias para que se produzca una revolución. ¿Damos, entonces más importancia a una divergencia marginal entre la clase dominante con el imperialismo en vez de a la profunda contradicción entre esta clase y el pueblo?

El estudio de la estructura de clase y la realidad política ha quedado fuera de los intereses de esta izquierda, a pesar de ser una prioridad marxista, y la base de su método materialista. En consecuencia, no son conscientes de las contradicciones de clase, sino que ven la divergencia política, justo porque su conciencia es una conciencia politiquista (es decir, de hechos, que sigue la política de las autoridades y los partidos, las relaciones internacionales y las declaraciones de las fuerzas). Y toda la lucha de clases queda fuera de esa visión, porque lo político no se funda sobre el conocimiento de la realidad económica y las contradicciones de clases, y en consecuencia de su representación política, sino que parte en exclusiva de lo político.

Todo ello está fuera de las posibilidades de la “razón formal” (la razón que sigue la lógica formal del blanco y negro sin ver la gama de colores entre ambos).

La razón es formal y superficial y el resultado es necesariamente una política errónea. Ello no es izquierda, pero ¿qué intereses expresa? ¿Es acaso un “reacondicionamiento” del pasado, que sigue relacionado con las ilusiones de ideas que la realidad ha superado?

http://traduccionsiria.blogspot.com.es/2013/02/la-razon-formal-de-la-izquierda-arabe.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed:+TraduccionesDeLaRevolucinSiria+(Traducciones+de+la+revoluci%C3%B3n+siria)

El Índice de Libertad de Prensa de 2013, o un saludo a la familia real kuwaití


Al-Ajbar (edición en lengua inglesa)
Traducción de Loles Oliván.


Cada año, la organización internacional Reporteros sin Fronteras publica su Índice Anual de Libertad de Prensa. Y cada año, los medios de comunicación occidentales comparten los mismos titulares que se centran únicamente en los países que se atreven desafiar la voluntad política occidental. Este año no ha sido una excepción.
Pero cada vez que veo una encuesta que clasifica a los países de todo el mundo por su libertad de prensa o por su simpatía o por cualquier otro criterio ya sea serio o estúpido, me centro en la región de Oriente Próximo, pues es una zona que conozco bastante bien, lo que me permite juzgar la credibilidad de la encuesta o del proceso de clasificación.
He notado, por ejemplo, que Freedom House [Casa de la Libertad], supuestamente especializada en clasificar la situación de la libertad en todo el mundo, ha favorecido a países que están alineados con Estados Unidos, independientemente de las normas sobre libertad en esos países. Los regímenes comunistas siempre han sido recompensados ​​por Freedom House. Pero Freedom House es una “institución” estadounidense y Estados Unidos está acostumbrado a los estándares patrióticos y festivos en las normas políticas. No obstante, Reporteros sin Fronteras es una organización internacional que cuenta con una reputación “progresista”.
Si nos fijamos en el ranking de países de Oriente Próximo en la encuesta de este año observaremos los mismos problemas de sesgo político. Así, según el Índice anual de este año, Siria e Irán reciben la peor clasificación de todos los países de Oriente Próximo. Sin duda, Siria e Irán no se merecen una buena posición en tal encuesta, pero qué coincidencia que esos dos países que son los que más se oponen a las orientaciones políticas de los gobiernos occidentales reciban un “prominente” rango bajo.

¿Y por qué Siria e Irán aparecen tan próximos si la situación de la prensa en ambos países no es la misma? En Irán existe una prensa política más diversa a pesar de que no se permitan las críticas al régimen o al líder supremo. Pero criticar a los presidentes iraníes está permitido en la prensa iraní, mientras que tales críticas no se toleran en Siria. En Irán existen diferentes puntos de vista políticos que se reflejan en la prensa iraní (a pesar de que lo que se permita es reflejar los diferentes puntos de vista políticos de la élite gobernante y no los de la población en general). La prensa siria no refleja los diferentes puntos de vista políticos del régimen porque el régimen no se permite ofrecer puntos de vista políticos diferentes. Pero resulta muy curioso que los dos países se sitúen tan estrechamente juntos cuando ambos regímenes no son completamente iguales.
Asimismo, uno constata que Cuba, Corea del Norte y China están situados en el grupo más abajo de la encuesta, lo cual está bien aunque plantea muchas cuestiones acerca de las normas y criterios de la encuesta.
Por ejemplo: ¿por qué Arabia Saudí se sitúa por delante de los regímenes sirio e iraní cuando la suya es claramente una de las prensas más controladas de toda la región? La prensa saudí está en su mayoría bajo control de los príncipes saudíes a los que no se les permite airear los desacuerdos de la familia real.
¿Cómo es posible que Egipto reciba tan baja calificación por parte de Reporteros sin Fronteras, que lo sitúa en el rango 158, mientras que Jordania recibe el rango 134? Y, cómicamente, Emiratos Árabes Unidos se sitúa muy por delante de la mayoría de los países árabes, en el rango 114. ¿Cómo podría la prensa de Emiratos Árabes Unidos estar por delante de la de Irán, o incluso de la de Siria? La prensa egipcia es rica, diversa y dinámica. Se tolera la variedad de puntos de vista y las críticas al jefe de gobierno a pesar de los intentos gubernamentales de amordazar a los medios, mientras que en Emiratos Árabes Unidos jamás se ha tolerado ni siquiera la más leve crítica a sus gobernantes.

¿Con qué vara de medir emite RSF tales juicios netamente políticos? ¿Y a Qatar se le otorga la posición número 110? ¿Quién puede creerse que la prensa qatarí, a la que no se le permite abordar temas relacionados con Qatar, es más libre que la prensa egipcia? ¿Y por qué los aliados dictatoriales próximos a Estados Unidos reciben un tratamiento preferencial en esta encuesta (y en otras)?
Y ¿por qué lógica la prensa kuwaití (que se adhiere a la norma de prohibir cualquier ofensa, crítica o insulto contra el gobernante) recibir el adelantado rango 77, cuando a Líbano, que tiene claramente la prensa más libre de cualquier país de Oriente Próximo, se le otorga el puesto 101? ¿Quién va a creerse que los medios de comunicación kuwaitíes son más libres que los medios de comunicación libaneses, que desde 2005 únicamente se adhieren a escasas limitaciones o restricciones? No hay jefe de gobierno ni dirigente de Oriente Próximo que sea inmune a las críticas o insultos en la prensa libanesa, a pesar de los intentos de la familia real saudí de poner todos los medios de comunicación bajo su estricto control, y a pesar de los intentos del régimen sirio de controlar los medios de comunicación libaneses durante años.
Esta encuesta, y otras similares, muestran más allá de toda duda razonable que las ONG occidentales padecen a menudo los manifiestos prejuicios políticos de los medios de comunicación occidentales: que son muy susceptibles a las preferencias e inclinaciones políticas de los gobiernos occidentales.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=164319

viernes, 22 de febrero de 2013

¿Qué hacemos con Siria?


¿Qué hacemos con Siria?
Por Leandro Albani. La Unión Europea extendió el embargo de armas a Siria. La medida generó contradicciones en el bloque. Las monarquías criticaron la extensión de sanciones que golpea a los mercenarios.

Si algo se observa después de dos años de conflicto en Siria es que el movimiento diplomático y político entre ese país, sus aliados y las naciones que buscan derrocar el presidente Bashar Al Assad es constante y cada día trae nuevas noticias.
El lunes pasado, los 27 miembros de la Unión Europea (UE) acordaron prolongar las sanciones contra la nación árabe por otros tres meses. La medida también abarca el embargo de venta de armas hacia Siria, que en un primer momento intentó golpear al gobierno de Al Assad, pero ahora genera rispideces y tensiones entre quienes quieren ver al mandatario sirio fuera del poder. Con el embargo, los países que apoyan a los grupos opositores irregulares ven con preocupación la imposibilidad de enviar armamento a los mercenarios que operan en territorio sirio.
Los deseos porque esta medida no se cumpla los encabezan Gran Bretaña, Francia, Italia, Qatar y Arabia Saudita. La monarquía qatarí es uno de los principales polos de desestabilización abierta contra Siria, al igual que Turquía. Ambos países han declarado públicamente su respaldo a los grupos terroristas, muchos de ellos integrados por miembros de Al Qaeda y mercenarios trasladados desde una treintena de países.
Por su parte, el gobierno británico ha desviado hacia Siria millones de euros, decisión que al tomarse siempre fue anunciada por el canciller William Hague. Días atrás, Hague reconoció que en Siria operan yihadistas islámicos, los cuales son señalados como promotores de políticas ultra ortodoxas como las aplicadas en Arabia Saudita.
Hague reconoció que “dichos yihadistas no representan ningún peligro para nosotros cuando se dirigen hacia Siria. Pero si sobreviven podrían retornar a Europa con una ideología más radical y mayor experiencia en el manejo de armas y explosivos”.
Conocido el anuncio de la UE, la monarquía de Qatar criticó al bloque y calificó la medida como “equivocada”. El primer ministro qatarí, jeque Hamed Bin Yasem Al Zani, afirmó que su país está dispuesto a proporcionar cualquier cosa que los terroristas necesiten, incluidas armas, informó HispanTV.
Quien también reconoció la existencia de mercenarios en Siria fue el coordinador de la UE en la Lucha contra el Terrorismo, Gilles de Kerchove. El funcionario admitió que ciudadanos europeos, especialmente jóvenes, se han trasladado a la nación árabe para sumarse al Frente Al Nusra, integrante de la red al Qaeda, y al cual el propio Washington debió incluir en su lista de organizaciones terroristas que tienen que ser sancionadas.
La medida tomada por la UE se puede analizar como un nuevo intento de desestabilizar al gobierno de Al Assad, pero demuestra a su vez las tensiones internas. El costo de profundizar los intentos violentos contra Damasco no es compartido por todos los socios del bloque, la mayoría de ellos imbuidos en una crítica situación financiera.
A esto se suma que las negociaciones de Rusia e Irán para encontrar una salida pacífica al conflicto sirio se observan más potables y reales que la idea inicial de la Casa Blanca y sus socios europeos de convertir a Siria en una nueva Libia y arrasar el país.
Este intento, que se mantiene latente y siempre a mano de Washington, tuvo una respuesta rápida de Moscú y Beijing dentro del Consejo de Seguridad de la ONU al vetar cualquier posibilidad de invasión extranjera. Pero además tiene, hasta el momento, una cohesión entre el gobierno de Al Assad, las Fuerzas Armadas sirias y el pueblo, hecho poco tratado en los medios de comunicación.
Por estos días, en Siria se realizan encuentros y reuniones para encontrar una salida a la crisis. Grupos opositores del país, que rechazan la injerencia, han demandado una salida segura al conflicto y concretar un cambio democrático, pero sin recurrir a las armas.
Fateh Jamus, líder de las denominadas Fuerzas Nacionales Opositoras en la Línea de Cambio Pacífico (FNOLCP), declaró que se necesita “concretar un acuerdo político y legal para cambiar la forma y estructura del sistema político, a través de un método pacífico, gradual y seguro hacia un sistema moderno y democrático”. El dirigente indicó que para lograr esto han presentado una serie de iniciativas en apoyo al diálogo nacional, como poner fin a la violencia, permitir la manifestación pacífica protegida por el Ejército o las fuerzas de seguridad y castigar a los funcionarios corruptos. Jamus, en nombre de los grupos opositores pacíficos, llamó a las organizaciones irregulares a “desmantelar los controles en las vías públicas y colaborar en la prestación de servicios y labores de socorro”, como también a aceptar las negociaciones propuestas por el gobierno de Al Assad.
http://www.marcha.org.ar/1/index.php/elmundo/111-medio-oriente/3040-que-hacemos-con-siria

jueves, 21 de febrero de 2013

Al liberalismo no le preocupa la desigualdad


POR EZEQUIEL ADAMOVSKY HISTORIADOR (UBA, CONICET)


El representante de una fundación alemana argumentó en esta misma sección el miércoles que el liberalismo debe dejar de sonar a “mala palabra”, ya que es el “espíritu” de la democracia. Nada más alejado de la realidad. Los liberales han sido participes y defensores de innumerables regímenes dictatoriales por todo el mundo. Esto no es casual, está en su naturaleza.
El liberalismo ha sido históricamente enemigo del gobierno del pueblo.
Hasta mediados del siglo XIX, la corriente que en Europa se llamaba “liberal” estaba en contra de la ampliación del derecho al sufragio. De hecho, la problemática que le dio origen como tradición intelectual fue, precisamente, la del modo de limitar los alcances de la soberanía popular.
El liberalismo nació en tiempos del advenimiento de la modernidad, que vino de la mano de un descubrimiento revolucionario. Las leyes de este mundo pertenecen a este mundo, no emanan ni de Dios ni de ningún plano trascendente. El potencial democrático de este descubrimiento era enorme, porque significaba que las leyes legítimas surgían sólo de la decisión de cada comunidad.
Comprendiendo la amenaza que eso significaba, el liberalismo surgió como una adaptación a los tiempos.
Aparentó apoyarse en los preceptos de la modernidad, pero sólo para reintroducir por la ventana un nuevo plano trascendente.
Propuso que hay “derechos naturales” que poseen los individuos antes de vivir en sociedad, por lo que ninguna comunidad puede siquiera discutirlos. Entre ellos, la propiedad privada y, con ella, la potestad de usufructuarla y ampliarla sin ser molestado por regulaciones legales. Luego, diseñó todo un andamiaje institucional formado por la división de poderes, los legislativos con cuerpos altamente selectivos, la máxima autoridad judicial “protegida” de la voluntad popular y dispositivos para asegurarse que los gobiernos nunca pudieran amenazar la desigualdad.
Sólo entonces, a regañadientes y por presión de la política callejera, los liberales fueron aceptando la posibilidad de que todos los ciudadanos tuvieran derecho al voto. Así surgió el sistema político en el que hoy vivimos, la “democracia liberal” –un oxímoron para un habitante de principios del siglo XIX–, que no significa el gobierno del pueblo, sino que designa apenas un mecanismo para la selección de algunas autoridades con atribuciones que nunca alcanzan a arañar el núcleo duro de la desigualdad. Cada tanto, sin embargo, las dinámicas electorales o las luchas populares se las arreglan para abrir escenarios en los que los basamentos de la desigualdad son puestos en cuestión.
No es extraño –más bien la norma– que cuando eso sucede, los liberales promuevan regímenes de facto o intervenciones que “corrijan” el curso mediante la violencia y la arbitrariedad.
La del liberalismo no es “mala prensa”: es una reputación bien ganada.

lunes, 18 de febrero de 2013

El abuso del “choque de civilizaciones”


Edición Nro 164 - Febrero de 2013




Trabajador iraní frente al puerto petroquímico de Mahshahr, 27-12-04 (Morteza Nikoubazi/Reuters)
UN ANÁLISIS PROFANO DE LOS CONFLICTOS
Por Georges Corm

Víctima de análisis polarizados y reduccionistas, el mundo árabe parece reducirse a la lucha entre sunnitas y chiitas. Sin embargo, desde Bahrein hasta el Líbano, los conflictos se encuentran anclados en una realidad social más vasta y profunda que los grandes medios de comunicación ya no se preocupan demasiado en comprender.
Cambiamos de época. Al período en que se condenaba, en Occidente, la subversión comunista fomentada por Moscú y se celebraba, en Oriente, la lucha de clases y el antiimperialismo le sucedió el que convoca a las luchas de comunidades religiosas o étnicas, e incluso tribales. Este nuevo estilo de lectura cobró una fuerza excepcional desde que el politólogo estadounidense Samuel Huntington popularizara, hace más de veinte años, la noción de “choque de civilizaciones”, explicando que las diferencias de valores culturales, religiosos, morales y políticos eran fuente de numerosas crisis. Huntington no hacía más que resucitar la vieja dicotomía racista, popularizada por Ernest Renan en el siglo XIX, entre el mundo ario, supuestamente civilizado y refinado, y el mundo semita, considerado anárquico y violento.
Esta invocación de “valores” alienta a un retorno a las identidades primarias que las grandes y sucesivas olas de modernización habían hecho retroceder y que, paradójicamente, son bien recibidas nuevamente con la globalización, la homogeneización de los modos de vida y de consumo, o incluso los cambios sociales provocados por el neoliberalismo, del que son víctimas amplios sectores de la población mundial. Permite una movilización de la opinión pública a escala internacional en favor de una u otra de las partes en conflicto, movilización fuertemente ayudada por la permanencia de ciertas tradiciones universitarias impregnadas de un esencialismo cultural heredado de las visiones coloniales. 

Mientras que el liberalismo laico a la europea y la ideología socialista, que se expandieron fuera de Europa, parecen haberse desvanecido, los conflictos se reducen a su dimensión antropológica y cultural. Pocos periodistas o universitarios se preocupan por mantener un marco de análisis de politología clásica, que tenga en cuenta los factores demográficos, económicos, geográficos, sociales, políticos, históricos y geopolíticos, pero también que contemple la ambición de los dirigentes, las estructuras neoimperiales del mundo y la voluntad de reconocimiento de la influencia de potencias regionales.

En general, la presentación de un conflicto se abstrae de la multiplicidad de factores que generaron su desencadenamiento. Se contenta con distinguir entre “buenos” y “malos” y caricaturizar los desafíos. Los protagonistas se verán designados por su afiliación étnica, religiosa y comunitaria, lo que supone una homogeneidad de opiniones y comportamientos en el seno de los grupos así designados. 

Los indicadores de este tipo de análisis surgieron durante el último período de la Guerra Fría. Fue así que en el largo conflicto libanés, entre 1975 y 1990, los diversos actores fueron clasificados en “cristianos” y “musulmanes”. Se suponía que la totalidad de los primeros adherían a una agrupación denominada Frente Libanés, o al partido falangista, formación derechista de la comunidad cristiana; los segundos se agrupaban en una coalición denominada “palestino-progresista”, luego “islamo-progresista”. A esta presentación caricaturesca no le preocupaba el hecho de que numerosos cristianos pertenecieran a la coalición antiimperialista y antiisraelí, y apoyaran el derecho de los palestinos a realizar operaciones contra Israel desde el Líbano, mientras que muchos musulmanes se opusieran a ello. Además, el problema planteado en el Líbano por la presencia de grupos armados palestinos, y por las represalias israelíes violentas y masivas que sufría la población, eran de naturaleza profana, sin relación alguna con los orígenes comunitarios de los libaneses.

Durante el mismo período, se produjeron otras manipulaciones de las identidades religiosas que no fueron en absoluto denunciadas por los analistas especializados y los grandes medios de comunicación. Así, la guerra de Afganistán, provocada por la invasión soviética de diciembre de 1979, debía dar lugar a una movilización masiva del “Islam” contra invasores calificados de ateos, y ocultar la dimensión nacional de la resistencia. Miles de jóvenes musulmanes de todas las nacionalidades, pero principalmente árabes, fueron arrastrados y radicalizados bajo la dirección estadounidense, saudí y paquistaní, creando así el contexto favorable para el desarrollo de una internacional islamista yihadista que aún perdura.

Además, la revolución iraní de enero-febrero de 1979 generó un malentendido geopolítico importante, al pensar las potencias occidentales que lo mejor, para suceder al Shah y evitar un gobierno de tinte burgués nacionalista (según el modelo de la experiencia encabezada por Mohammad Mossadegh a comienzos de los años 1950), o socializante y antiimperialista, sería la llegada al poder de dirigentes religiosos. El ejemplo de dos Estados muy religiosos, Arabia Saudita y Pakistán, estrechamente aliados a Estados Unidos, les hizo presumir que Irán sería también un socio fiel y decididamente anticomunista.

Más tarde, el esquema de análisis cambió. La política antiimperialista y pro palestina de Teherán fue denunciada como “chiita”, antioccidental y subversiva, en oposición a una política sunnita calificada de moderada. Suscitar una rivalidad entre sunnitas y chiitas, y accesoriamente entre árabes y persas –trampa en la cual Saddam Hussein cayó de cabeza al atacar a Irán en septiembre de 1980–, devino una preocupación importante para Estados Unidos, más aun tras el fracaso de su invasión a Irak en marzo de 2003, que desembocaría finalmente en un aumento de la influencia iraní (1).

Actualmente, toda una literatura política y mediática invoca el peligro representado por una media luna llamada “chiita”, constituida por Irán, Irak, Siria y el Hezbollah libanés, que intentarían desestabilizar al islam sunnita, practicarían el terrorismo y serían impulsados por la voluntad de eliminar al Estado de Israel. Nadie piensa en recordar que la conversión de una parte de los iraníes al islam chiita sólo se remonta al siglo XVI, y que fue alentada por la dinastía de los safávidas para oponerse mejor al expansionismo otomano (2). Fingen también ignorar que Irán fue siempre una potencia regional importante, y que el régimen no hace más que continuar, con nuevos ropajes, la política de grandeza del Shah, que pretendía ser el gendarme del Golfo, y que también tenía fuertes ambiciones nucleares, alentadas entonces por Francia. A pesar de estos datos históricos profanos, todo, en Medio Oriente, se analiza actualmente en términos de “sunnitas y chiitas”.


Sin matiz


Desde el desencadenamiento de las revueltas en el mundo árabe, a comienzos de 2011, el juego de la simplificación continúa. En Bahrein, los manifestantes son descriptos como “chiitas” manipulados por Irán contra los gobernantes sunnitas. Lo que significa olvidar a los ciudadanos de confesión chiita partidarios del poder vigente, así como a aquellos de confesión sunnita que simpatizan con la causa de los opositores. En Yemen, la revuelta huti (3) de los partidarios de la dinastía real que gobernó durante mucho tiempo ese país, no es vista sino como un fenómeno “chiita”, debido exclusivamente a la influencia de Irán.

En Líbano, a pesar de la oposición que puede suscitar en el seno de la comunidad chiita, y, a la inversa, de la popularidad que adquirió frente a numerosos cristianos y musulmanes de diversas confesiones, incluyendo a sunnitas, el Hezbollah es considerado un simple instrumento en manos de la ambición iraní. Olvidan que este partido nació de la ocupación por parte de Israel, entre 1978 y 2000, de una amplia parte del sur del país, poblada mayoritariamente por chiitas; ocupación que habría seguramente perdurado sin su encarnizada resistencia.

Por otra parte, que el Hamas en Gaza sea un mero producto “sunnita”, surgido de la esfera de influencia de los Hermanos Musulmanes palestinos, apenas incomoda a los analistas que defienden el sunnismo “moderado”: este movimiento debe denunciarse, ya que las armas provistas son de origen iraní y están destinadas a levantar el bloqueo del territorio por parte de Israel.

En síntesis, el matiz está ausente en todas partes. Las situaciones de opresión o de marginalidad socioeconómicas fueron silenciadas. La ambición hegemónica de las partes en conflicto no existe: hay potencias benéficas y otras maléficas. Comunidades con opiniones y comportamientos diversos son caracterizadas mediante generalidades antropológicas huecas y esencialismos culturales estereotipados, aun cuando éstas vivieron durante siglos en una fuerte interpenetración socioeconómica y cultural.


Una región atormentada


Nuevos conceptos invadieron los discursos: en Occidente, los “valores judeocristianos” sucedieron a la invocación de naturaleza laica de raíces “grecorromanas”. Del mismo modo, la promoción de “valores, especificidades y costumbres musulmanas”, o “arabo-musulmanas”, sucedió a las reivindicaciones antiimperialistas, socializantes e “industrializantes” del nacionalismo árabe de inspiración laica, que durante mucho tiempo había dominado la escena política regional.

Actualmente, los valores individualistas y democráticos que pretende encarnar Occidente se oponen a los supuestos valores exclusivamente holistas, “patriarcales y tribales” de Oriente. Grandes sociólogos europeos ya habían estimado que las sociedades budistas nunca accederían al capitalismo industrial, basado en los valores aparentemente muy específicos del capitalismo “protestante”...

En la misma línea, la cuestión palestina ya no es percibida como una guerra de liberación nacional, que podría resolverse mediante la creación de un solo país donde vivirían en pie de igualdad judíos, cristianos y musulmanes, tal como durante mucho tiempo lo reclamó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) (4). Es considerada como un rechazo arabo-musulmán opuesto a la presencia judía en Palestina, y por ende, para muchas mentes lúcidas, como la señal de una permanencia del antisemitismo a la cual habría que castigar. Sin embargo, un poco de sentido común basta para comprender que si Palestina hubiera sido invadida por budistas, o si la Turquía post-otomana hubiera querido reconquistarla, la resistencia habría sido igualmente constante y violenta. 

En el Tíbet, Xinjiang, Filipinas, el Cáucaso bajo dominación rusa, y actualmente en Birmania, donde acaba de descubrirse la existencia de una población musulmana en conflicto con sus vecinos budistas, pero también en la ex Yugoslavia desmembrada sobre líneas comunitarias (croatas católicos, serbios ortodoxos, bosnios musulmanes), en Irlanda (dividida entre católicos y protestantes)... En todas estas regiones, ¿pueden los conflictos percibirse realmente como el enfrentamiento de valores religiosos? ¿O son, en cambio, profanos, es decir, anclados en una realidad social cuya dinámica ya nadie se preocupa demasiado en analizar, mientras que numerosos dirigentes comunitarios autoproclamados encuentran allí la ocasión de concretar sus ambiciones?

La instrumentalización de las identidades en el juego de las grandes y las pequeñas potencias es vieja como el mundo. Podía creerse que la modernidad política y los principios republicanos que se difundieron en el planeta desde la Revolución Francesa habían instalado en forma duradera la laicidad en la vida internacional y en las relaciones entre los Estados; ahora bien, no ha ocurrido así. Se asiste a un aumento de la pretensión de algunos Estados de convertirse en los portavoces de religiones transnacionales, en particular en lo que concierne a las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam).

Estos Estados se adueñan de lo religioso para ponerlo al servicio de su política de potencia, influencia y expansión. Justifican así la no aplicación de los grandes principios de los derechos humanos definidos por Naciones Unidas, al ratificar Occidente la ocupación continua de los territorios palestinos desde 1967, y al aceptar algunas potencias musulmanas las flagelaciones, lapidaciones, las manos cortadas a los ladrones. Las sanciones infligidas a quienes infringen el derecho internacional también varían: severos castigos impuestos por la “comunidad internacional” en algunos casos (Irak, Irán, Libia, Serbia, etc.), ausencia total de una simple reprimenda en otros (ocupación israelí, régimen de detención estadounidense en Guantánamo).

Hacer cesar esta instrumentalización y los análisis simplistas tendientes a disimular la realidad profana de los conflictos, especialmente en Medio Oriente, constituye un imperativo urgente, si se quiere lograr apaciguar esta región atormentada. 


1. Seymour M. Hersch, “The Redirection. A Strategic Shift”, The New Yorker, 5-3-07, www.newyorker.com
2. La dinastía de los safávidas reinó en Persia de 1501 a 1736. Ismail I (1487-1524) inició la conversión de la población al chiismo.
3. Véase Pierre Bernin, “La guerra oculta de Yemen”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, octubre de 2009.
4. Especialmente en el célebre discurso de Yasser Arafat ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1974, en el cual defendía la causa de un Estado donde judíos, cristianos y musulmanes vivirían en pie de igualdad.
* Ex ministro libanés, autor de Pour une lecture profane des conflits, La Découverte, París, 2012.

Traducción: Gustavo Recalde


Aporte de Pablo Ferri