lunes, 28 de octubre de 2013

Por qué Washington no se puede detener - Why Washington Can’t Stop

La próxima era de pequeñas guerras y micro-conflictos

Tom Dispatch


En términos de proyección de poder puro nunca ha habido nada parecido. Sus militares han dividido el mundo –todo el planeta– en seis “comandos”. Su armada, con 11 grupos de batalla de portaaviones, es la reina de los mares y lo ha sido sin que nadie le haya disputado el puesto durante casi siete décadas. Su Fuerza Aérea reina en los cielos del globo, y a pesar de haber estado casi siempre en acción durante años, no ha se ha enfrentado a un avión enemigo desde 1991 ni ha recibido un desafío serio desde principios de los años setenta. Su flota de drones [aviones teledirigidos sin tripulación] ha demostrado que es capaz de atacar y asesinar a presuntos enemigos en las lejanías del planeta, de Afganistán y Pakistán a Yemen y Somalia, con poco respeto por las fronteras nacionales y ninguno por la posibilidad de ser derribado. Financia y entrena ejércitos que actúan por encargo en varios continentes y tiene complejas relaciones de ayuda y entrenamiento con militares en todo el planeta. En cientos de bases, algunas pequeñísimas y otras del tamaño de ciudades estadounidenses, sus soldados están establecidos en todo el globo, de Italia a Australia, de Honduras a Afganistán, y en las islas, de Okinawa en el Océano Pacífico a Diego Garcia en el Océano Índico. Sus fabricantes de armas son los más avanzados en la Tierra y dominan el mercado global de armas. Su armamento nuclear en silos, en bombarderos y en su flota de submarinos sería capaz de destruir varios planetas del tamaño de la Tierra. Su sistema de satélites espías no tiene igual y no es desafiado. Sus servicios de inteligencia pueden intervenir los llamados telefónicos o leer los correos electrónicos de casi todos en el mundo, desde altos dirigentes extranjeros a oscuros insurgentes. La CIA y sus fuerzas paramilitares en expansión son capaces de secuestrar a las personas que les interesan prácticamente en cualquier sitio, de la Macedonia rural a las calles de Roma y Trípoli. Para sus numerosos prisioneros ha establecido (y desmantelado) prisiones secretas en todo el planeta y en sus naves. Gasta más en sus fuerzas armadas que los siguientes 13 Estados más poderosos juntos. Si se agregan los gastos para su Estado total de seguridad nacional, es superior a cualquier posible grupo de naciones.

En términos de poder militar avanzado e indisputable, no ha habido nada como las fuerzas armadas de EE.UU. desde que los mongoles barrieron a través de Eurasia. No es sorprendente que los presidentes estadounidenses utilicen regularmente frases como “la mejor fuerza de combate que el mundo ha conocido” para describirlas. Por la lógica de la situación, el planeta debiera ser pan comido. Naciones más pequeñas, con fuerzas mucho más pequeñas han controlado, en el pasado, vastos territorios. Y a pesar de mucha discusión de la decadencia de EE.UU. y de la disminución de su poder en un mundo “multipolar”, su capacidad de pulverizar y destruir, matar y mutilar, hacer volar y aplastar no ha hecho más que amentar en este nuevo siglo.

Ningunas fuerzas armadas de otra nación le llegan a los talones. Ningunas tienen más que un puñado de bases en el exterior. Ningunas tienen más de dos grupos de batalla de portaaviones. Ningún enemigo potencial tiene una flota semejante de aviones robóticos. Ninguno tiene más de 60.000 miembros en sus fuerzas de operaciones especiales. País tras país, no hay competencia discutible. El ejército ruso (ex “Rojo”) es una sombra de lo que fue. Los europeos no se han rearmado significativamente. Las fuerzas de “autodefensa” de Japón son poderosas y crecen lentamente, pero bajo el “paraguas” nuclear estadounidense. Aunque China, regularmente identificada como el próximo Estado imperial ascendente, está involucrada en un fortalecimiento militar del que se hace mucho alboroto, con un portaaviones (reciclado de los días de la Unión Soviética), sigue siendo solo una potencia regional.

A pesar de esa deslumbrante ecuación de poder global, durante más de una década se nos ha dado una lección sobre lo que unas fuerzas armadas, por aplastantes que sean, pueden y (en su mayoría) no pueden hacer en el Siglo XXI, y en lo que unas fuerzas armadas, no importa cuán sorprendentemente avanzadas, pueden y (en su mayoría) no pueden traducir en la actual versión del planeta Tierra.

Una máquina de desestabilización

Comencemos por lo que EE.UU. puede hacer. Al respecto, el historial reciente es claro: puede destruir y desestabilizar. De hecho, cada vez que el poder militar de EE.UU. ha sido aplicado en los últimos años, cuando ha habido algún tipo de efecto duradero, ha sido desestabilizar regiones enteras.

En 2004, casi un año y medio después de que las tropas estadounidenses entraran a un Bagdad saqueado y en llamas, Amr Mussa, jefe de la Liga Árabe, comentó ominosamente, “las puertas del infierno se han abierto en Irak”. Aunque para el gobierno de Bush, la situación en ese país ya se estaba desarrollando, en la medida en que alguien prestara atención a la descripción de Mussa, esta parecía exagerada, incluso ultrajante, al ser aplicada a Irak ocupado por EE.UU. Hoy, con el último cálculo científico de muertes iraquíes causadas por la invasión y la guerra ascendiente a 461.000, más los que siguen muriendo allí, y con Siria en llamas, parece una especie de eufemismo.

Ahora es evidente que George W. Bush y sus principales funcionarios, fervientes fundamentalistas en lo que se refiere al poder de las fuerzas armadas de EE.UU. de alterar, controlar, y dominar el Gran Medio Oriente (y posiblemente el planeta) lanzaron una transformación radical de la región. Su invasión de Irak abrió un agujero en el corazón de Medio Oriente, provocando una guerra civil suní-chií que ahora se ha propagado catastróficamente a Siria, y ha costado más de 100.000 vidas en ese país. Ayudaron a convertir la región en un agitado mar de refugiados, a otorgar vida y significado a un al Qaida en Irak previamente inexistente (y ahora a una versión siria del mismo), y dejaron al país a la deriva en un mar de bombas al borde de la ruta y de atacantes suicidas, y amenazado, como otros países de la región, por la posibilidad de dividirse.

Y eso es solo una breve reseña. No importa si se habla de desestabilización en Afganistán, donde las tropas de EE.UU. han estado en el terreno durante casi 12 años y suma y sigue; Pakistán, donde una campaña aérea de drones dirigida por la CIA en sus áreas tribales fronterizas ha tenido lugar durante años mientras el país se hacía cada vez más convulso y más violento. Yemen (lo mismo), mientras un grupo llamado al Qaida en la Península Arábiga crece cada vez más; o Somalia, donde Washington apoyó repetidamente a ejércitos por encargo que había entrenado y financiado, y apoyado incursiones extranjeras mientras un país ya desestabilizado se despedazaba y la influencia de al-Shabab, un grupo insurgente cada vez más radical y violento, comenzó a filtrarse a través de fronteras regionales. Los resultados han sido los mismos: desestabilización.

Consideremos Libia donde, ya no enamorado de intervenciones con tropas en el terreno, el presidente Obama envió su Fuerza Aérea y los drones en 2011 en una intervención sin derramamiento de sangre (a menos, por supuesto, que se estuviera en el terreno) que ayudó a derrocar a Muamar Gadafi, el autócrata local y su régimen de policía secreta y prisiones, y lanzó una vigorosa joven democracia… ¡oh!, esperad un momento, no exactamente. De hecho, el resultado que, increíblemente, fue una sorpresa para Washington, fue un país cada vez más dañado con un gobierno central desesperadamente débil, un territorio controlado por una variedad de milicias –algunas islámicas, de tendencias extremistas– una insurgencia y guerra a través de la frontera en el vecino Malí (gracias a la llegada de armas saqueadas de los vastos arsenales de Gadafi), un embajador estadounidense muerto, un país casi incapaz de exportar su petróleo, etc.

Libia estaba, de hecho, tan totalmente desestabilizada, tan carente de autoridad central, que Washington sintió recientemente que podía despachar fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. a las calles de su capital a plena luz del día en una operación para capturar a un presunto terrorista buscado hace tiempo, un acto que tuvo tanto “éxito” como el derrocamiento del régimen de Gadafi y, de la misma manera, desestabilizó aún más a un gobierno que todavía era, teóricamente, respaldado por Washington. (Casi inmediatamente después, el propio primer ministro fue brevemente secuestrado por una unidad de milicia como parte de lo que podría haber sido un intento de golpe.)

Milagros del mundo moderno

Si el abrumador poder militar a disposición de Washington puede desestabilizar regiones enteras del planeta, ¿qué, entonces, no puede hacer un poder militar semejante? Al respecto, el historial no es menos claro e igualmente decisivo. Como ha indicado cada acción militar significativa de EE.UU. en este nuevo siglo, la aplicación de fuerza militar, no importa en qué forma, ha resultado ser incapaz de lograr incluso los objetivos más mínimos de Washington en ese momento.

Considerémoslo uno de los milagros del mundo moderno: acumula tecnología militar, derrama dinero en tus fuerzas armadas, sobrepasa al resto del mundo, y nada de esto es más que una fantasía cuando se trata de lograr que el mundo actúe como deseas. Sí, en Irak, para tomar un ejemplo, el régimen de Sadam Hussein fue rápidamente “decapitado” gracias a una demostración abrumadora de poder y fuerza por los invasores estadounidenses. Su burocracia estatal fue desmantelada, su ejército despedido, una autoridad ocupante fue establecida respaldada por tropas extranjeras, rápidamente refugiada en inmensas bases militares multimillonarias con la intención de ser guarnecidas de tropas durante generaciones, y se instaló un gobierno local adecuadamente “amistoso”.

Y entonces los sueños del gobierno de Bush terminaron en los escombros creados por un conjunto de insurgencias de minorías mal armadas, terrorismo, y una brutal guerra civil étnica/religiosa. Al final, casi nueve años después de la invasión y a pesar del hecho de que el gobierno de Obama y el Pentágono querían mantener tropas de EE.UU. estacionadas en el país en cierta capacidad, un gobierno central relativamente débil se negó, y se fueron; los últimos representantes de la mayor potencia del planeta que se escabulleron en el silencio de la noche. Abandonadas entre las ruinas de zigurat históricos quedaron los “pueblos fantasma” y bases estadounidenses despojadas o saqueadas que debían ser nuestros monumentos en Irak.

Actualmente, en circunstancias aún más extraordinarias, parece que un proceso similar se está desarrollando en Afganistán, otro espectáculo de nuestros días que debería sorprendernos. Después de casi 12 años en el país, al descubrir su incapacidad de reprimir una insurgencia minoritaria, Washington está retirando lentamente sus tropas de combate, pero tal vez quiere mantener en las bases gigantescas que hemos construido a unos 10.000 “entrenadores” para los militares afganos y algunas fuerzas de Operaciones Especiales para continuar la caza de al Qaida y otros tipos terroristas.

Para la única superpotencia del planeta, esto, de todas las cosas, debería ser una clavada. El gobierno iraquí por lo menos tenía una cierta fuerza propia (y la riqueza petrolera del país para respaldarla). Si hay un gobierno en la tierra que merezca el término “títere”, debería ser el gobierno afgano del presidente Hamid Karzai. Después de todo, por lo menos un 80% (y posiblemente 90%) de los gastos de ese gobierno son cubiertos por EE.UU. y sus aliados, y sus fuerzas de seguridad son consideradas incapaces de continuar la lucha contra los talibanes y otros grupos insurgentes sin el apoyo y la ayuda de EE.UU. Si Washington se retirara totalmente (incluyendo su apoyo financiero), cuesta imaginar que algún sucesor del gobierno de Karzai pueda durar mucho tiempo.

¿Cómo, entonces, se puede explicar el hecho de que Karzai se haya negado a firmar un futuro pacto de seguridad bilateral que se está preparando? En su lugar, recientemente denunció acciones de EE.UU. en Afganistán; como ha hecho repetidamente en el pasado, afirmó que simplemente no firmará el acuerdo, y comenzó a negociar con funcionarios estadounidenses como si fuera el líder de la otra superpotencia del planeta.

Washington, frustrado, tuvo que enviar al secretario de Estado John Kerry a una repentina misión a Kabul para unas negociaciones de alto nivel, cara a cara. El resultado, después de lo que se dice fue un maratón de conversaciones y reuniones de 24 horas, fue saludado como un éxito: problema(s) solucionados. ¡Upa!, todos menos uno. Resultó que era el mismo que hizo tambalear la continuación de la presencia militar de EE.UU. en Irak, la demanda de Washington de inmunidad legal ante la ley local para sus soldados. Finalmente, Kerry se fue sin un acuerdo seguro.

Buscando un sentido para la guerra en el siglo XXI

Ya sea que los militares de EE.UU. duren o no unos años más en Afganistán, la pura realidad es la siguiente: el presidente de uno de los países más pobres y débiles del planeta, él mismo relativamente impotente, dicta esencialmente condiciones a Washington, ¿y quién dirá si a fin de cuentas, como en Irak, las tropas de EE.UU. no serán también obligadas a irse?

Una vez más, la fuerza militar no se ha impuesto. Sin embargo, el poder militar, el armamento avanzado, la fuerza, y la destrucción como instrumentos de la política, como medios para crear un mundo según su propia imagen o a su propio gusto, han funcionado bastante bien en el pasado. Preguntad a los mongoles, o a las potencias imperiales europeas desde España en el siglo XVI a Gran Bretaña en el siglo XIX, que se apoderaron de sus imperios por la fuerza y los mantuvieron exitosamente durante largos períodos.

¿En qué planeta nos encontramos ahora? ¿Por qué sucede que esta potencia militar, la más poderosa imaginable, no puede derrotar, pacificar, o simplemente destruir a potencias débiles, a movimientos de insurgencia menos que impresionantes, o a los grupos harapientos de pueblos (a menudo tribales) que calificamos de “terroristas”? ¿Por qué sucede que semejante potencia militar ya no es transformadora o incluso razonablemente efectiva? ¿Será, para usar una analogía, como los antibióticos? ¿Si se utilizan demasiado tiempo en demasiadas situaciones, se genera una especie de inmunidad?

Seamos claros: fuerzas armadas semejantes siguen siendo un poderoso instrumento potencial de destrucción, muerte y desestabilización. Muy posiblemente –no es algo que hayamos visto en cierta medida en estos años– también podría ser un poderoso instrumento de una auténtica defensa. Pero si la historia reciente nos ha de servir de guía, lo que claramente no puede ser en el siglo XXI es un instrumento de determinación de políticas, un medio de alterar el mundo para que se ajuste a un proyecto desarrollado en Washington. El propio planeta y la gente que se encuentra en casi todas partes en él parecen oponer cada vez más resistencia y encontrar maneras de desechar a los militares como instrumento de Estado efectivo para una superpotencia.

Los planes y tácticas militares de Washington desde el 11-S han representado un espectacular accidente ferroviario. Cuando se mira hacia atrás, la doctrina de contrainsurgencia, resucitada de las cenizas de la derrota de EE.UU. en Vietnam, vuelve una vez más al montón de chatarra de la historia. ¿Quién llega a recordar alguna vez en la actualidad su frase organizadora crucial –“despejar, retener, y construir”– que ahora parece el remate de algún chiste maligno? “Oleadas”, aclamadas un día como una brillante estrategia militar, ya han desaparecido en la bruma. “Construcción de la nación”, otrora un término adecuado para los profesionales en Washington, ha caído en desgracia. “Soldados en el terreno”, de los cuales EE.UU. tenía enormes cantidades y sigue teniendo 51.000 en Afganistán, ya no están de moda. El público estadounidense está, todos están de acuerdo, “fatigado” de la guerra. ¿Habrá grandes ejércitos estadounidenses que lleguen a combatir en algún sitio en el continente eurasiático en el futuro previsible? No cuentes con ello.

¿Y las lecciones aprendidas del colapso de la política bélica? No cuentes con ellas, tampoco. Es bastante obvio que Washington todavía no puede absorber totalmente lo que ha sucedido. Su fe en la guerra permanece notablemente intacta en un siglo en el cual el poder militar se ha convertido en el equivalente político estadounidense de una religión de Estado. Nuestros dirigentes todavía están intoxicados con las guerras de contraterrorismo del futuro, incluso mientras se ahogan en sus esfuerzos militares del presente. Su afán sigue siendo hacer ajustes y volver a imaginar qué sería una solución militar aplicable.
Ahora el mensaje es: Pasad por alto esos soldados en masa –de hecho, reducid su cantidad en la edad del secuestro– y entusiasmaos por el paquete de contraterrorismo. No más derramamiento de sangre (estadounidense). Liquidad a “los malos”, a uno o a varios cada vez, usando el ejército privado del presidente, las fuerzas de Operaciones Especiales, o su fuerza aérea privada, los drones de la CIA. Construid nuevas bases de tamaño limitado en todo el globo. Llevad esos grupos de batalla de portaaviones frente a la costa de cualquier país que queráis intimidar.

Es obvio que estamos entrando en un nuevo período en términos del modo estadounidense de hacer la guerra. Llamadlo la era de pequeñas guerras, o micro-conflictos, especialmente en las áreas tribales pobres del planeta.

Por lo tanto algo ciertamente está cambiando en reacción al fracaso militar, pero lo que no cambia es la preferencia de Washington por la guerra como opción predilecta, a menudo la opción preferida. Lo que no cambia es la idea de que si se puede reajustar la estrategia y la táctica correctamente, la fuerza funcionará. (Recientemente, Washington solo fue salvado de caer en otro desastre militar predecible en Siria por un comentario a la ligera del secretario de Estado John Kerry y la intervención oportuna del presidente ruso Vladimir Putin).

Lo que no comprenden nuestros dirigentes es el hecho práctico más básico del momento: la guerra simplemente no funciona, ni grande, ni micro, no para Washington. Una superpotencia en guerra en lugares distantes de este planeta ya no es una superpotencia ascendente sino una superpotencia con problemas.

Las fuerzas armadas de EE.UU. podrán ser una máquina de desestabilización. Podrán ser una máquina contraproducente. Ciertamente no son una máquina de elaboración o ejecución de políticas.
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “ The End of Victory Culture ”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .



Copyright 2013 Tom Engelhardt

© 2013 TomDispatch. All rights reserved.

Traducido para rebelion por Germán Leyens


Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175763/tomgram%3A_engelhardt%2C_what_planet_are_we_on/#more

jueves, 24 de octubre de 2013

Siria no es Iraq

En apoyo a Santiago Alba



El único argumento para no escribir estas líneas en apoyo a Santiago Alba Rico radicaría en que con ellas se dará nuevos bríos a quienes le llevan denostando desde hace tiempo, personajes que nada saben de la región árabe ni de su Historia (ni, evidentemente, nada les interesa saber), fácilmente identificables por su esquematismo mental y su agresividad verbal (que suelen ser inversamente proporcionales) y por reeditar una y otra vez una ideología que podríamos llamar neoprosovietismo, cuyos ingredientes son la necesidad psicológica de tener regímenes referenciales y el justificar lo injustificable remitiéndose a una geopolítica de cartón-piedra. Ciertamente, tras ellos está la sombra de un piolet: ya no pueden asesinar a quienes discrepan educadamente de su dogmatismo zafio, pero sí, como durante el estalinismo, dedicar todas sus energías a difamarles y desacreditarles.

Frente a ellos, Santiago Alba representa por su trayectoria y por su labor desde hace muchos años una genuina combinación de análisis y compromiso militante, ambos sustentados —y ese parece haber sido su gran pecado— en una honestidad personal e intelectual a prueba de dogmas y sectarismos. A Santiago Alba le debemos las páginas más hermosas y comprometidas, más certeras e inteligentes que se hayan escrito sobre Palestina, sobre Iraq, en general sobre el mundo árabe, donde lleva residiendo décadas y cuya lengua conoce bien, una gran ventaja para él a la hora de leer y escuchar a los hombres y mujeres árabes y una suerte para los demás, al permitirnos conocer sus aspiraciones. En concreto respecto al actual conflicto sirio, Santiago Alba ha aportado apreciaciones certeras, incluida la de que EEUU no está interesado en atacar el país. Su posición es clara para quien le escuche o lea con respeto. Albert Camus habló en una ocasión de dos compromisos difíciles de mantener: “la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión”. Santiago Alba se caracteriza por su empeño en respetar esta vocación.

Resumiremos nuestro apoyo a Santi con una simple frase: Siria no es Iraq. Nuestra posición parte del convencimiento de que ningún poder regional (ni tan siquiera Israel) o internacional (tampoco EEUU) ha querido realmente la caída del régimen de los al-Asad hasta que, ante el incierto resultado de la guerra en Siria, se han visto obligados a aceptar que el régimen ya no les podía garantizar aquello que lleva propiciando al menos desde los años 70: el mantenimiento del statu quo regional (sobre ello volveremos más adelante).

El caso de Iraq es bien distinto. En el transcurso de tres Administraciones estadounidenses, Iraq fue un país sometido a más de una década de sanciones genocidas, a una guerra de devastación (la de enero-febrero de 1991), a la imposición de zonas de exclusión aérea y a recurrentes ataques. El objetivo no era acabar con el régimen de Sadam Husein, sino destruir —como anticipó Samir Amín— una potencia emergente, es decir, aniquilar la base material y humana de un país, como así ha sido. Compartiendo intereses ocultos, a tal empeño estadounidense prestaron su apoyo buena parte de los regímenes árabes (incluido el sirio) e Irán, además de, claro está, Israel. Antes de que alguien lo piense: el régimen iraquí era ciertamente una dictadura, pero desde la imposición del embargo al país en el verano de 1990 y hasta su derrocamiento durante la invasión de 2003 fue capaz de aglutinar en un esfuerzo titánico —elogiado por organismos y personalidades internacionales, también por nosotros mismos— a la sociedad iraquí sobre los pilares opuestos a los del régimen sirio: el diálogo interno (como acreditó el retorno a Bagdad de las fuerzas opositoras laicas, nacionalistas y de izquierdas en el exilio ante el auge de la amenaza de invasión estadounidense), el mantenimiento de los sistemas públicos de protección social ante el empobrecimiento generalizado, la defensa de la educación ante la desesperanza del futuro, la estimulación del orgullo cívico por encima de los referentes étnicos, religiosos y tribales, de la laboriosidad y del sentido compartido del deber ante la adversidad, alentado todo ello por una lucha radical contra la corrupción interna. En un encuentro privado pocas horas antes del inicio de la invasión de Iraq, Tareq Aziz nos dijo: “No nos atrincheramos [el régimen] detrás de nuestro pueblo. No utilizaremos a nuestro pueblo como escudo humano”.

¿Qué ha hecho el régimen de los al-Asad?, todo lo contrario: desencadenar una guerra de aniquilación contra su propio pueblo para eludir un anhelado cambio interno, expresado inicialmente de manera masiva y pacífica, recurriendo incluso a un inteligente uso (ni a Kissinger se le hubiera ocurrido) de armas químicas contra barrios de Damasco para negociar en mejor posición su continuidad. La dinastía de los al-Asad se ha especializado durante décadas en el arte de la supervivencia.

Rememorar la Historia


Cuando aludíamos al mantenimiento del statu quo regional y a la estabilidad nos referíamos a lo opuesto a resistir frente al imperialismo y el sionismo: a acoplarse para coexistir. La dinámica regional ya no está determinada, como ocurrió entre las décadas de los años 50 a 70, por la vitalidad y fuerza de los movimientos populares y revolucionarios árabes, galvanizados en torno a la lucha armada palestina contra Israel. Hasta el estallido de la “primavera árabe”, la inercia regional estaba determinada por la mera defensa de los intereses de Estado, concretados en la pura preservación de los privilegios de los grupos oligárquicos dominantes, capaces de reactivar periódicamente guerras de baja intensidad en escenarios secundarios (Líbano, Iraq) para avanzar en la negociación de su propia agenda de intereses.

En el caso de Siria, echando la vista atrás, ¿cómo se puede calificar a la república hereditaria de los al-Asad de progresista o antiimperialista? Todo lo contrario: no ha habido en la región un régimen que haya favorecido tanto a Israel, a EEUU y a las oligarquías familiares del Golfo como el de los al-Asad. Para tranquilidad de Israel, con el respaldo de EEUU y de la Liga Árabe, Siria invadió Líbano en 1975 formalmente para poner fin a la guerra civil en el país, en realidad para impedir in extremis el triunfo inminente de los nacionalistas libaneses y de la OLP frente a los falangistas pro-israelíes de los Gemayel. Desde entonces y hasta su retirada de Líbano 29 años después, los ocupantes sirios eludieron una y otra vez el enfrentamiento con Israel (particularmente durante la invasión de 1982 y el cerco durante 80 días de Beirut) y se dedicaron por el contrario a erradicar militarmente, de manera directa o con fuerzas interpuestas (recordemos los criminales asedios y asaltos contra los campamentos palestinos por parte de Amal entre 1985 y 1988, la denominada “Guerra de los campamentos”) la presencia militar nacionalista, de formaciones de izquierda y palestinas en Líbano. Los Acuerdos de Taif (1989), de inspiración estadounidense y saudí, sancionaron esta tutela militar y política de Siria en Líbano, que tendría poco tiempo después su contrapartida en el apoyo y participación del régimen sirio en la primera Guerra del Golfo contra Iraq en 1991.

Entonces, ¿y Hizbolá? Los cándidos reiteran que es la máxima expresión de la resistencia contra Israel. Pero la historia de Hizbolá es de muy corto recorrido y su aparición en Líbano —a partir de Amal— se lleva a cabo precisamente después de la eliminación por parte siria de las formaciones nacionalistas libanesas y palestinas. Hizbolá explicita la desaparición definitiva de la autonomía revolucionaria y resistente árabe en la última frontera con Israel (salvo en la propia Palestina, como demostrarán posteriormente las Intifadas) y su sustitución por el juego, siempre bien medido, de los poderes regionales. También explicita (aunque se obvie interesadamente) la sustitución del secularismo socialista del nacionalismo árabe por el confesionalismo liberal/caritativo del panislamismo político. La presencia de Hizbolá en Líbano es el resultado del acercamiento camaleónico del régimen Sirio a Irán al inicio de la década de los 90, una aproximación que, antes que suponer un desafío a los intereses estadounidenses e israelíes en Oriente Próximo, contribuirá a abrir el espacio árabe a las pretensiones hegemónicas iraníes frente a las saudíes, en ambos casos sistemas confesionales extremadamente regresivos socialmente, dictaduras familiares o teocráticas defensoras de la economía de mercado (en su modalidad denominada del “bazar”).

Para perplejidad de un observador incauto del devenir regional, ello conduce a la pasmosa convergencia de Irán y Siria de una parte, y de EEUU, Israel y Arabia Saudí de la otra, en la necesidad estratégica de destruir Iraq como potencia regional, un proceso culminado con la invasión estadounidense de 2003. Así, a partir de 2007, ya en las postrimerías de la fallida ocupación estadounidense del país, el antagonismo regional entre Arabia Saudí e Irán se manifestará en la terrible violencia sectaria y social generada por los salafistas y los paramilitares chiíes en Iraq, ahora reproducida en Siria a menor escala, como luego retomaremos. El resultado es de nuevo sorprendente: de facto, EEUU cede el control de Iraq a Irán, el único poder regional que le ofrece someter el país y aniquilar su resistencia, como así fue. Irán será el definitivo beneficiario de la invasión estadounidense de Iraq y su régimen el primero en reconocer a las nuevas autoridades surgidas de la ocupación, más próximas a Teherán que a Washington.

Cuanto peor, mejor

El régimen de los al-Asad ha sido una pieza clave para el mantenimiento de la estabilidad regional en el sentido indicado. El coste interno que ello ha tenido durante décadas para la población siria se ha cobrado con una elevadísima represión política, el desmantelamiento de las prestaciones sociales públicas del Estado y un proceso de privatizaciones que ha depauperado extremadamente a la población en beneficio de una oligarquía vinculada estrechamente con el régimen y la familia al-Asad. La mundialización neoliberal (la faceta económica del imperialismo) no ha sido ajena a los resortes del régimen para perpetuarse. Contra esta situación se manifestará pacíficamente la población siria a partir de marzo de 2011 en su propia “primavera”. Y ha sido la represión masiva del régimen y no la protesta civil previa la que ha desencadenado la guerra en Siria. Solo cuando el levantamiento sirio ha puesto en evidencia las contradicciones internas del régimen y su dificultad de seguir cumpliendo el papel que lleva desempeñando desde los años 70, ha sido cuando algunos actores locales y exteriores han empezado a buscar una alternativa al mismo.

La respuesta del régimen ha sido la estrategia de “O yo o el caos”. Esta estrategia, nutrida de una salvaje represión del movimiento popular, ha propiciado que Siria se convierta en escenario de la confrontación —mediante subalternos— de Arabia Saudí e Irán, en pugna por la hegemonía regional. Ciertamente Arabia Saudí está alentando la presencia masiva de combatientes salafistas en Siria, pero la contrapartida iraní es la entrada de miles de combatientes de Hizbolá y de paramilitares chiíes iraquíes en apoyo al régimen sirio. Detengámonos en este hecho. Aceptemos que a los detractores de Santiago Alba les preocupan realmente los yihadistas suníes. Pero, ¿tienen alguna opinión formada sobre los miles de combatientes iraquíes chiíes que han entrado en Siria para apoyar al régimen? Adiestradas por los Guardianes de la Revolución Iraní y por Hizbolá, toleradas por los ocupantes estadounidenses, a quienes harán el trabajo más sucio, esas milicias integraron los escuadrones de la muerte que segaron la hierba bajo la insurgencia iraquí forzando por el terror el éxodo de cinco millones de iraquíes (mayoritariamente suníes y de confesiones minoritarias), principalmente en 2005-2006. Ellos fueron quienes asesinaron selectivamente a más de tres centenares de profesores universitarios, a millares de dirigentes de organizaciones civiles, los que erradicaron al colectivo de palestinos iraquíes y de los cristianos de Basora y otras ciudades, los que impusieron a las universitarias el chador y quienes mataban a los homosexuales tras torturarlos. Son el mejor instrumento para que la destrucción sectaria de la región avance. ¿Quién puede afirmar que defendiendo al régimen de los al-Asad se defiende la preservación de la convivencia confesional en Siria y en la región?

Quienes arremeten contra Santiago Alba le acusan —mintiendo— de respaldar a los yihadistas que combaten en Siria a las fuerzas del régimen al haber apoyado las primaveras árabes de Egipto y Túnez, dado que han propiciado el acceso de los islamistas al gobierno en ambos países, o de Siria, por haber atraído a los salafistas a este país. Pero, ¿puede derivarse de los textos de Santiago Alba tolerancia o simpatía alguna hacia cualquier confesionalismo o sectarismo? En absoluto. La cuestión es otra: sus detractores están justificando retrospectivamente los crímenes del régimen sirio gracias a la reciente presencia de yihadistas en el conflicto; o, algo más lamentable, se están justificando a sí mismos. Su flemático antiimperialismo les ha permitido mirar hacia otro lado mientras el régimen atacaba por tierra, mar y aire ciudades y aldeas indefensas ante la completa indiferencia internacional. Durante al menos dos años (en el verano de 2011 la represión militar de las manifestaciones pacíficas da paso a los primeros enfrentamientos armados entre opositores y ejército y sabihas) han callado ante una no-guerra que se ha cobrado más de 110.000 muertos y que ha generado más de seis millones de desplazados y refugiados (el 28% de la población). En una demostración monumental de cinismo e inmoralidad han levantado la bandera del “No a la guerra” (rememorando la guerra contra Iraq) solo cuando parecía posible una intervención militar occidental contra el régimen sirio. Admirable resulta esta capacidad de anular dos veces seguidas a millones de seres humanos que, tras movilizarse pacífica y masivamente exactamente por lo mismo que aquí ha hecho el movimiento de los indignados (derechos sociales y democracia real), se han visto atrapados en una guerra aniquiladora. Ni merecieron atención antes, ni la merecen ahora; simplemente no existen. Que lo digan sin tapujos: no les preocupa que sean minoritarios los sectores sirios a los que Santiago Alba da voz o que los salafistas estén entrando en tropel (solo en una fase posterior del conflicto) en Siria; lo que les preocupa es que el régimen sirio caiga. Que no se preocupen: de momento, el régimen sirio sobrevive y se aleja la amenaza de una intervención militar estadounidense.

La ‘rehabilitación’ del régimen

Santiago Alba ha argumentado sólidamente que la Administración Obama no tiene un interés estratégico en intervenir militarmente contra el régimen sirio, al tiempo que ha reiterado una y otra vez su oposición a un ataque contra este país. De poco le ha valido. Algunos de sus detractores han advertido en ello precisamente lo contrario: es la perspicaz psicología del torturador, aquella que le permite saber que su víctima siempre miente. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos de nuevo da toda la razón a Santiago Alba.

La deriva sectaria de la guerra en Siria, el gravísimo problema humanitario que ha generado y el reciente episodio de los ataques con gas sarín en barrios de Damasco han permitido al régimen negociar su continuidad ofreciendo recuperar su tradicional funcionalidad estabilizadora. Incluso altos responsables israelíes así lo reconocen. La reciente aceptación por parte del régimen de abrir el país a los inspectores internacionales de desarme, aceptar la destrucción de sus arsenales de destrucción masiva y firmar los correspondientes tratados internacionales (pasos que han sido muy elogiosamente recibidos tanto por el secretario de Estado estadounidense Kerry como por el emir de Qatar para pasmo de Arabia Saudí) van en tal dirección. Al ofrecer la destrucción de sus arsenales de armamento no convencional, Bashar al-Asad se rehabilita y el régimen se asegura su continuidad (al menos hasta mediados de 2014 podrá proseguir con la guerra “convencional”) de la mano de la Rusia de Putin (también antiimperialista). El régimen ya ha anunciado asimismo su participación en la Conferencia de Paz de Ginebra prevista para el 23 de noviembre. No hay recambio para el régimen sino más régimen. Todo lo más que puede esperarse es la ya apuntada “solución yemení”, mediante la cual se implante en el país una transición que no cambiará la esencia del régimen ni su funcionalidad regional, aun cuando se desembarace formalmente de Bashar al-Asad y vincule a ciertos personajes acomodaticios de la oposición en el exilio.

Finalmente, que algunos sectores minoritarios de la izquierda nacionalista árabe consideren como un triunfo del antiimperialismo la huida hacia adelante del régimen constituye una equivocación histórica que les aniquilará. El régimen sirio no representa al antiimperialismo. El régimen sirio representa, como tantos otros de la zona, un eslabón del ordenamiento político poscolonial al que se ha acomodado subsidiariamente durante décadas y que no contempla para los pueblos de la región ni democracia, ni justicia social, ni desarrollo. Si las revueltas árabes estaban llamadas a desbaratar dicho ordenamiento en nombre de la dignidad y la soberanía populares, la posición inmovilista de esa izquierda ha dejado pasar una oportunidad única de ser parte activa en el ímpetu transformador de las sociedades árabes. Con ello contribuye a perpetuar ese mismo ordenamiento reaccionario que les ha aplastado todas estas décadas y que, reeditado de la mano de la contrarrevolución, puede acabar extinguiendo la esencia misma del nacionalismo árabe para satisfacción de Israel. Parafraseando al propio Santiago, “la Historia se repite no como farsa sino como apocalipsis”.

Carlos Varea presidió entre 1987 y 2004 el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (CSCA) y desde 1992 coordinó la Campaña Estatal por el Levantamiento de las Sanciones a Iraq (CELSI, posteriormente Campaña Estatal contra la Ocupación y por la soberanía de Iraq). Loles Oliván fue secretaria de organización del CSCA entre 1998 y 2004, y coordinadora de las delegaciones a Iraq de la CELSI y de la iniciativa “Brigadas a Iraq contra la Guerra” en 2003.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Iraq, una guerra olvidada


Estatua de Saddam Hussein derribada en 2003

Página 12

Terminó –por así decirlo– hace menos de dos años y pareciera que la de Iraq entró en perfecto olvido. Tal vez porque finalizó tres veces: la primera, cuando W. Bush anunció en mayo del 2003, menos de dos meses después de invadirlo y a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln, “misión cumplida”. La segunda bajo Obama, cuando tropas estadounidenses cruzaron la frontera con Kuwait como si se estuvieran retirando, un hecho proclamado como “el fin de la guerra de Iraq”. La tercera, cuando el Parlamento iraquí se negó a acordar inmunidad a los invasores, quienes proclamaron oficialmente el cese del conflicto el 11 de diciembre del 2011. Pero la muerte sigue campante su paseo por Iraq.
Estos otros asesinatos, provocados por enfrentamientos sectarios y sobre todo por atentados terroristas, no despiertan mayor interés en los medios a pesar de su estruendo. Una breve relación indica que el 10 de octubre que pasó hubo 42 ejecutados, 39 muertos y 22 heridos en distintas partes del país; el 11 de octubre, 23 muertos y 36 heridos; el 12 de octubre, 47 asesinados y 50 heridos; el 13 de octubre, 61 muertos y 171 heridos; el 14 de octubre, 13 asesinados y 12 heridos; el 15 de octubre, 24 muertos y 34 heridos; el 16 de octubre, 14 muertos y 20 heridos; el 17 de octubre 76 muertos y 229 heridos. Según estimaciones del Centro Palestino, más de 6000 civiles iraquíes perdieron la vida sólo en lo que va del año. ¿Daños colaterales de la democracia y la libertad que EE.UU. y sus socios de la OTAN legaron a Iraq?
Es notorio que se contradicen las evaluaciones en torno del número de muertos civiles durante los ocho años de guerra propiamente dicha. Es un tema espinoso. Los mandos de las tropas ocupantes decidieron no dar cuenta del número de esas bajas. En no pocas ocasiones las incluyeron en el rubro de “fuerzas insurgentes” o “terroristas”. Salee, una niña de 9 años que difícilmente perteneciera a las unas o a los otros, estaba jugando a la rayuela con sus amigos cuando aviones de EE.UU. dispararon tres misiles causando la muerte de su hermano y de su mejor amigo, la pérdida del pie derecho de su hermana Rusul y la de sus dos piernas desde las rodillas. Un caso entre tantos otros.
El presidente Obama calificó a EE.UU. de “país excepcional” y uno de los factores de esa calidad es la ignorancia o la no admisión de las matanzas del gobierno por parte de un sector de la opinión pública. En el 2011, una encuesta de la Universidad de Maryland reveló que un 38 por ciento de los estadounidenses estaba perfectamente convencido de que EE.UU. había hallado pruebas irrefutables de que Saddam Hussein mantenía estrechas relaciones con Al Qaida. Se ignora si muchos de los interrogados creyeron y todavía creen que el número de civiles iraquíes muertos ascendió a unos diez mil, según encuestas realizadas en EE.UU. y Gran Bretaña en junio de 2013.
Un estudio publicado por la revista PLOS Medicine indica que esa cifra habría que multiplicarla por 50. Preparado por 12 investigadores de EE.UU., Canadá e Iraq, indica que perdieron la vida 460.800 civiles iraquíes entre 2003 y 2011, un 60 por ciento de muerte violenta y el resto por el colapso de la infraestructura hospitalaria motivado por la guerra y causas anexas.
Los autores del informe, pertenecientes a las universidades de Washington, John Hopkins, Simon Fraser y Mustansiriya explican su metodología, tal vez la más rigurosa empleada hasta ahora: visitaron dos mil hogares seleccionados en 18 provincias de Iraq entre mayo y julio del 2011 y averiguaron el número de fallecidos en cada familia, así como las consecuencias médicas de las sanciones impuesta a Iraq por la ONU desde el 2001. Encontraron que la tasa de quienes perecieron era del 4,55 por cada mil personas, más del 50 por ciento superior a la anterior a la invasión. Señala el informe que el exceso de muertes atribuibles a la guerra fue de 405.000 hasta mediados del 2011.
Los investigadores contaron con la asistencia voluntaria de científicos iraquíes y como el estudio se llevó a cabo a mediados del 2011, pudieron recorrer territorio con más seguridad y amplitud que quienes realizaron una labor similar tiempo antes y registraron pérdidas menores. Es el caso de Iraq Body Count, que las cifró en 112.000.
Habrá que darle la razón a Leonardo da Vinci. Escribió: “El mal es nuestro enemigo. ¿Pero no sería peor que fuera nuestro amigo?”. Se ve que sí.
Fuentel: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-231634-2013-10-20.html

Las elecciones en Israel sacan a relucir el racismo

Los partidos políticos acusados de utilizar un lenguaje denigrante hacia los palestinos


Al Jazeera, Traducido para Rebelión por Germán Leyens

NAZARET, Israel – En algunas partes de Israel, los votantes en las elecciones del martes no depositarán su voto sobre cuán bien es administrada su municipalidad sino sobre cómo impedir que “árabes” se instalen al lado de su casa, cómo evitar que se construyan mezquitas en su comunidad, o cómo “salvar” mujeres judías de las garras de hombres árabes.

Mientras el ascenso de la extrema derecha en la política nacional israelí ha llegado a los titulares, se ha prestado menos atención a cómo esto ha repercutido en las relaciones de todos los días entre israelíes judíos y la minoría palestina árabe del país, que representa un quinto de la población.

Según analistas y residentes, las elecciones locales de Israel han sacado a relucir una ola de desagradable racismo, especialmente en un puñado de comunidades conocidas como “ciudades mixtas” en las cuales ciudadanos judíos y palestinos viven cerca los unos de los otros.

Partidos judíos, incluidos filiales locales del gobernante partido Likud, han adoptado un lenguaje abiertamente racista y alarmista sugiriendo una inminente apropiación musulmana de comunidades judíos en un intento de ganar votos.

“La sociedad israelí se ha hecho cada vez más racista, y los candidatos simplemente reflejan el racismo de los votantes a sabiendas de que obtendrán mucho apoyo”, dijo Mohammed Zeidan, director de la Asociación de Derechos Humanos en Nazaret.

La semana pasada, a medida que se intensificaba el proceso electoral, Salim Joubran, un juez árabe, intervino para prohibir anuncios del partido Likud del primer ministro Benjamin Netanyahu en las ciudades de Karmiel y Tel Aviv.

Joubran, quien es el primer árabe en la historia de Israel en presidir el Comité Central de Elecciones, que supervisa las elecciones, dijo que los anuncios eran “racistas y que es casi seguro que afecten los sentimientos de israelíes árabes y el orden público”.

Al hacerlo, Joubran invalidó la opinión del fiscal general, Yehuda Weinstein, quien había argumentado que el comité no tenía autoridad para regular anuncios en línea y afiches.

“Aburguesando” vecindarios

Notablemente, Netanyahu y sus ministros se han negado a condenar o a distanciarse de las campañas de sus filiales locales.

En Jaffa, la capital comercial de Palestina antes de la creación de Israel en 1948 y que ahora es un suburbio mixto de Tel Aviv, el Likud publicó anuncios contra los musulmanes locales. Un tercio de la población de Jaffa son palestinos, pero enfrentan creciente presión para irse bajo un programa de “aburguesamiento” de los vecindarios.

Un anuncio –utilizando la consigna “¿Silenciad a los muecines en Jaffa? Solo el Likud puede hacerlo”– se hizo eco de amenazas hechas por Netanyahu a fines de 2011 de prohibir que las mezquitas utilicen altavoces para llamar a los musulmanes a orar.

Una portavoz del partido Likud se negó a comentar ante las críticas de Joubran.

El Jeque Ahmed Abu Ajwa, un imán en Jaffa, dijo: “Es una campaña racista pero no debemos olvidar que los que promueven el odio contra musulmanes y cristianos en Jaffa simplemente siguen la línea del gobierno.

“Es una gran impertinencia que se nos diga que tenemos que silenciar nuestras mezquitas. Estábamos aquí –y también estaban nuestras mezquitas– mucho antes de la creación de Israel. Si no les gusta estar aquí, pueden irse.”

Otro afiche, implicando que los ciudadanos palestinos no son leales a Israel y que el Likud intensificará las acciones para sacarlos de la ciudad, dijo que el partido “Retornará Jaffa a Israel”.

Joubran prohibió igualmente un anuncio telefónico utilizado por el partido Likud en Karmiel, una así llamada ciudad de “judeización” en Galilea hecha para llevar judíos a una región con una gran población palestina.

Residentes judíos recibieron un mensaje telefónico grabado de alguien que se llama “Nabil” invitándolos a una ficticia ceremonia de colocación de la primera piedra para una nueva mezquita en la ciudad.

Los residentes palestinos de Karmiel, que se cree son menos de 2.000 en una ciudad de 45.000 habitantes, dicen que ni siquiera han propuesto que se debiera construir una mezquita en la ciudad.

Koren Neuman, jefe de la lista electoral del Likud en Karmiel, dijo que la decisión del comité electoral no era justificada.

“Nuestro mensaje es que queremos mantener nuestra ciudad judía-sionista. Esa, después de todo es la misión del Estado de Israel. No estamos contra nadie. Pero se supone que Karmiel sea una ciudad judía y no debemos permitir que su carácter sea cambiado.”

“Toman nuestras mujeres”

Naama Blatman-Thomas, activista política local, dijo que los partidos judíos en Karmiel han recurrido a “trucos sucios” como respuesta a la emergencia de un partido conjunto judío-árabe, Karmiel Rainbow, que participe en la elección del consejo.

“Cuando he hablado con residentes judíos, la narrativa en sus mentes es que la ciudad está amenazada de ser tomada, que los árabes tomarán nuestras mujeres, etc. Los puntos de vista expresados en Karmiel forman parte de una tendencia mucho más amplia en toda Galilea.”

La mayoría de las comunidades en Israel están segregadas sobre una base étnica.

Sin embargo, en los últimos años los palestinos en Galilea han comenzado a migrar a ciudades de judeización como Karmiel en creciente número porque las políticas de tierras de Israel han privado a sus propias comunidades de terrenos para construcción de nuevas casas, dijo Zeidan.

En comunidades rurales como ser el kibutz y moshav donde hay viviendas, se han instalado comités de aprobación para asegurar que las viviendas no sean accesibles a ciudadanos palestinos.

Pero en ciudades como en Karmiel, hay casas disponibles para la compra si judíos quieren venderlas a ciudadanos palestinos. Blatman-Thomas, quien investiga políticas de segregación en Karmiel para su doctorado, dijo que judíos emigran de la ciudad por falta de oportunidades de empleo, allanando el camino para que palestinos de las ciudades y aldeas cercanas compren apartamentos.

Estudios recientes muestran una fuerte aversión por parte de muchos en el público judío a la vida en comunidades compartidas. Según el Índice anual Israel Democracy publicado este mes, un 48% de los judíos no quieren tener un vecino árabe, mientras un 44% favorece políticas que alienten a los ciudadanos palestinos para que emigren de Israel.

Semejantes sentimientos han recibido respaldo oficial de rabinos municipales. Más de 40 firmaron un decreto en 2010 de que los judíos no deben vender casas a no judíos.

En esa época, el vicealcalde de Karmiel, Oren Milstein, estableció una línea especial por correo electrónico en la cual los residentes podían informar sobre residentes judíos que se propusieran vender a familias palestinas. Milstein afirmó que habían logrado impedir 30 ventas semejantes.

Dov Caller, portavoz de Karmiel Rainbow, dijo que el atractivo de la ciudad para familias palestinas era un reflejo de la discriminación que enfrentaban en sus propias comunidades.

“Cuando tengan derecho a tierras para urbanización, sus propias zonas industriales, jardines, centros deportivos y escuelas decentes, Karmiel no será la única opción a su disposición”.

“Sensiblerías”
Tensiones semejantes han brotado en Nazaret Alto, una ciudad de judeización construida en los años cincuenta para contener el crecimiento de Nazaret, la ciudad bíblica de la infancia de Jesús.
Durante la última década, grandes cantidades de cristianos y musulmanes se han mudado a Alto Nazaret. Algunos cálculos sugieren que un cuarto de la población de 55.000 de la ciudad, podrían ser ahora ciudadanos palestinos, en su mayoría de Nazaret.
El alcalde, Shimon Gapso, ha colocado grandes banderas israelíes en cada entrada a la ciudad en los preparativos para la elección, en una acción que según él tiene el propósito de dejar en claro que ciudadanos palestinos no son bienvenidos en Nazaret Alto.
Raed Ghattas, uno de los dos miembros árabes del consejo municipal, dijo que la estrategia electoral de Gapso se ha basado en el odio a los árabes. “Hay cuatro candidatos a alcalde – para nosotros, hay que ver cuál es el mal menor. Pero Gapso es definitivamente el peor de un grupo malo.”
Antes este año Gapso publicó un panfleto a los residentes que advertía: ¡Es hora de proteger nuestro hogar!... Todas las solicitudes de características extranjeras en la ciudad son negadas”.
Ha rechazado la construcción de una iglesia o mezquita, el permiso de colocar árboles de Navidad en plazas públicas o, lo más controvertido, que se construya una escuela en idioma árabe para los 2.000 niños palestinos de la ciudad.
Gapso aumentó aún más las tensiones durante la elección al realizar una campaña electoral ficticia utilizando afiches que instaban a los votantes a “Expulsar al alcalde”, citando a destacados políticos palestinos en Israel que lo atacaban.
Se citó a Haneen Zoabi, un miembro del parlamento que se presenta como candidato a alcalde del vecino Nazaret, diciendo: “Alto Nazaret fue construido en tierra árabe. Lucharemos hasta el fin contra el racismo de Shimon Gapso. [Enviad] al racista a casa; Árabes a Alto Nazaret.”
Defendiendo su campaña electoral en un artículo en el periódico Haaretz bajo el título “Si pensáis que soy racista, entonces Israel es un Estado racista”, Gapso acusó a sus críticos de “hipocresía y mojigatería sensiblera”. Lo importante, escribió, era que su ciudad “retuviera una mayoría judía y que no sea tragada por el área árabe que la rodea”.
En otra entrevista, dijo: “Un 95% de los alcaldes judíos [en Israel] piensan lo mismo. Solo temen decirlo en alta voz”.
Jonathan Cook ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son “ Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y "Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair ” (Zed Books) Su nueva web es www.jonathan-cook.net
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/features/2013/10/israel-elections-bring-racism-fore-2013102184217401251.html 

viernes, 18 de octubre de 2013

Entre la revolución y las contrarrevoluciones

Entrevista a Gilbert Achcar


-Terry Conway: ¿Podrías evaluar el estado actual de la Primavera árabe en general, antes de que nos centráramos específicamente en Siria?
-Gilbert Achcar: Lo que está ocurriendo ahora es la confirmación de lo que se podía decir al inicio del proceso; lo que comenzó en diciembre de 2010 en Túnez no fue una "Primavera", como lo llamaron los medios de comunicación, un breve período de cambio político que, con el derrocamiento del tirano, abría el camino a una democracia parlamentaria mejor, y ahí se acababa todo. Los levantamientos fueron retratados como "La revolución facebook", otra de aquellas "revoluciones de colores". Yo insistí desde el principio en que ésa era una mala interpretación de la realidad. Lo que comenzó en 2011 fue un largo proceso revolucionario, que se desarrollará durante muchos años, o incluso durante décadas, especialmente si tenemos en cuenta la extensión geográfica.
Desde esta perspectiva, hasta ahora sólo hemos asistido a la fase inicial del proceso. En algunos países han logrado ir más allá de esa etapa inicial de derrocamiento de los gobiernos existentes. Es el caso de Egipto, Túnez y Libia, los tres países cuyos regímenes fueron derrocados por levantamientos. Y como se puede ver, en estos países aún persiste una situación de confusión e inestabilidad, algo habitual en los períodos revolucionarios.
Quienes crean que el levantamiento árabe ha terminado o está muerto, no han llegado a ver más allá de la victoria inicial de las fuerzas islamistas en las elecciones en Túnez y Egipto. Contra tales agoreros, señalé el hecho de que esto era en realidad inevitable, ya que las elecciones celebradas poco después de la caída de estos gobiernos solo podían reflejar la correlación de las fuerzas organizadas ya existentes en esos países. También señalé que el período en el que los islamistas fundamentalistas estarían en el poder no sería muy largo, si tomábamos en consideración las raíces reales del proceso revolucionario.
Este largo proceso hunde sus raíces en la realidad social de la región, caracterizada por muchas décadas de estancamiento en su desarrollo, con un alto índice de desempleo (especialmente desempleo juvenil), mayor que el de otras regiones del mundo. Éstas fueron básicamente las causas de la explosión y mientras no se resuelvan estos problemas estructurales el proceso continuará. El gobierno que no tenga solución para estos problemas endémicos estará condenado al fracaso. El fracaso de la Hermandad Musulmana era previsible. En mi libro "El pueblo quiere", que fue escrito antes del derrocamiento de Morsi en Egipto, sostuve que la Hermandad Musulmana fracasaría inevitablemente. Escribí lo mismo de Ennahda en Túnez, que ahora está encarando una protesta muy dura que cuestiona el futuro del gobierno.
Así pues, existe un proceso en marcha en toda la región que, como todo proceso revolucionario en la historia, tiene altos y bajos, períodos de avances y períodos de retrocesos y, a veces, períodos contradictorios. El momento más contradictorio que ha vivido este proceso hasta ahora es el que se dio recientemente en Egipto, donde el 30 de junio vimos una gran movilización contra Morsi, que constituyó una experiencia muy avanzada en democracia, protagonizada por un movimiento de masas que pidió la destitución de un presidente electo que había traicionado las promesas que hizo a la gente. Pero al mismo tiempo, y aquí radica la contradicción, tenemos el golpe militar y las ilusiones generalizadas de la gente de que el ejército puede jugar un papel progresista, compartidas por sectores dominantes de la izquierda así como por los liberales.

-TC: ¿Cómo encaja en tu análisis la situación actual de Siria en el contexto general de la región?
-GA: No puede haber duda de que lo que comenzó en Siria en 2011 es parte del mismo proceso revolucionario de los otros países. Es parte del mismo fenómeno y es fruto de las mismas causas: estancamiento del desarrollo y desempleo, particularmente desempleo juvenil. Definitivamente, Siria no es una excepción. De hecho, es uno de los casos más agudos de la crisis social y económica de la región, debido a las políticas neoliberales implementadas por los Assad, padre e hijo, pero especialmente por el hijo desde que llegó al poder hace doce años, tras la muerte de su padre.
Siria es un país que se ha visto masivamente empobrecido en las últimas décadas, especialmente en las áreas rurales: el nivel de pobreza ha ido en aumento y llegó a una situación en que casi un tercio de la población estaba por debajo del umbral de la pobreza, con un desempleo creciente. En vísperas de la insurrección, las propias cifras oficiales de desempleo lo cifraban globalmente en un 15%, y en más de un tercio el de los jóvenes entre 15-24 años.
Todo esto se ocurría en un contexto de gran desigualdad social, con un régimen muy corrupto, en el que el primo de Bashar al Assad se convirtió en el hombre más rico del país, controlando, se cree, más de la mitad de la economía. Y esto sólo hace referencia a un miembro del clan gobernante: todos los miembros del clan han ido acumulando enormes beneficios materiales. El clan funciona como una verdadera mafia y ha estado gobernando el país desde hace varias décadas.
Lo anterior, junto al hecho de que el régimen sirio es uno de los más despóticos de la región, constituye la raíz profunda de la explosión. Comparado con la Siria de Al-Assad, ¡el Egipto de Mubarak era un faro de democracia y de libertades políticas!
Por eso no fue una sorpresa que después de Túnez, Egipto, Libia, Yemen, etc., Siria también entrara en este movimiento. Como tampoco lo fue (para quienes como yo estaban familiarizados con el carácter militar del régimen sirio) que el movimiento no pudiera lograr lo que logró en Túnez y Egipto a través de movilizaciones masivas.
Lo específico de este régimen es que el padre de Assad remodeló y reconstruyó el aparato del Estado, sobre todo su núcleo duro -las fuerzas armadas- con el fin de crear una guardia pretoriana para sí mismo. El ejército, especialmente sus fuerzas de élite, está ligado al régimen de varias maneras, especialmente a través del uso del sectarismo. Mucha gente que hasta ahora no había oído hablar de Siria, sabe ahora que el régimen está basado en el poder de una minoría del país que supone alrededor del 10% de la población, los Alawitas.
Con un ejército que es completamente leal al régimen, la ilusión (y había muchas ilusiones en el movimiento al principio) de que el régimen pudiera ser derrocado sólo a través de manifestaciones masivas era falsa. En cierto sentido era inevitable que la insurrección se convirtiera en una guerra civil, porque no hay manera de derrocar a un régimen de esta naturaleza sin una guerra civil.
En la historia de las revoluciones, las revoluciones pacíficas son la excepción, no la regla. La mayoría de las revoluciones, si no comenzaron con una guerra civil, como la revolución China, llevaron rápidamente a una guerra civil, como en Francia, Rusia, etc. 
Dicho esto, el régimen sirio no es más que una de las contrarrevoluciones a las que se enfrentan la revuelta siria, a pesar de que es, con mucho, la más mortífera. La segunda contra-revolución viene de las monarquías del Golfo, el principal bastión de la reacción en toda la región. Estas monarquías reaccionaron contra la primavera árabe de la única forma que podían hacerlo, especialmente teniendo en cuenta que su padrino, el imperialismo de los EEUU, no estaba en disposición de intervenir como una fuerza contra-revolucionaria contra los levantamientos. Intentaron cooptar el movimiento, recuperarlo. Y para las monarquías del Golfo, esto significaba luchar por convertir las revoluciones sociales y democráticas en movimientos dirigidos por fuerzas que, ideológicamente, no son una amenaza para ellos. Esto sirve para los Hermanos Musulmanes, que fueron fuertemente respaldados por el Emirato de Qatar, como para todo tipo de salafistas -incluyendo "jihadistas moderados"- respaldados por el reino saudí, o por varias redes wahabí-salafistas en los países del Golfo.
Estas monarquías han hecho todo lo posible para ayudar y promover una salida favorable a sus intereses desde dentro del levantamiento sirio, desviando la revolución democrática, que podía ser una amenaza para ellos, en una guerra sectaria. Esto significa actualmente una convergencia entre ellos y la primera contra-revolución, la del régimen.
Al principio lo que había en Siria eran manifestaciones, como en cualquier otro lugar de la región, organizadas y seguidas por la gente joven del pueblo, la creación de redes a través de medios sociales; manifestaciones muy animadas, con demandas claramente sociales, democráticas y anti-sectarias. Pero desde el primer día, el régimen acusó a estas movilizaciones de estar promovidas por al-Qaeda, al igual que Gaddafi en Libia; en ambos casos, este era un mensaje dirigido a Occidente. Ellos estaban diciendo a Washington: "No os confundáis, nosotros somos vuestros amigos, estamos luchando contra el mismo enemigo, nosotros estamos luchando contra al-Qaeda, así que no deberíais estar contra nosotros, sino con nosotros".
El régimen sirio hizo algo más que librar una guerra de propaganda: permitió a los jihadistas salir de las cárceles para que pudieran construir su corriente dentro del levantamiento. En la oposición siria hay una creencia muy generalizada de que los grupos de Al-Qaeda están infiltrados y manipulados por el régimen. Esta no es una visión descabellada de la realidad; seguramente, hay un cierto nivel de implicación, aunque nadie puede decir cuánto.
Pero aún hay una tercera fuerza contra-revolucionaria trabajando contra el levantamiento sirio: se trata, por supuesto, de los EEUU y, yo agregaría, Israel. Respecto a Siria, como respecto al resto de países de la región, los EEUU son contra-revolucionarios en el sentido estricto del término. Washington no quiere que ningún Estado sea desmantelado. Quieren lo que denominan una "transición ordenada": que el poder cambie de manos sin que cambie básicamente la estructura del Estado. En Washington y en Londres continúan hablando de "las lecciones de Iraq" y de cómo se equivocaron desmantelando el Estado baazista. "Deberíamos haber mantenido ese Estado y simplemente haber echado a Saddam Hussein, y si lo hubiéramos hecho, no habríamos tenido tantos problemas".
¿Y qué pasa con Libia? Antes de la caída de Gaddafi, escribí un largo artículo explicando que la intervención de la OTAN en Libia iba encaminada a cooptar el levantamiento para dirigirlo y administrarlo mientras participaban en las negociaciones con Saif al-Islam, hijo de Gaddafi, que era visto por Occidente como el mejor miembro de la familia gobernante. Occidente quería que él intercediera para que su padre capitulara en favor de los deseos de Washington, Londres, París y el resto. Pero por supuesto el levantamiento en Libia fue más allá cuando la insurrección de Trípoli llevó al colapso de todo el régimen.
Respecto a Siria, Washington dijo claramente -incluso durante la reciente crisis alrededor de las armas químicas-: "Nosotros no queremos la caída del régimen, nosotros queremos una solución política", lo que Obama llamó hace un año "la solución Yemen". ¿Qué ocurrió en Yemen? El presidente, Ali Abdullah Saleh, después de un año de protestas, entregó el poder a su vicepresidente con una gran sonrisa en la cara, y desde entonces sigue en el país donde aún maneja muchos hilos. Esta es la razón por la que el conflicto está lejos de terminar en Yemen, a pesar de que no se oiga nada en las noticias de los medios occidentales. El movimiento continúa no solo en Yemen, sino también en Bahrein y en toda la región.
Esta es la misma solución que quieren los EEUU para Siria. No quieren intervenir militarmente como hicieron en Libia. La reciente crisis se debió a la presión que sufría Washington desde dentro, con su credibilidad en juego, desde que Obama había marcado como "línea roja" el posible uso de armas químicas por parte del régimen sirio. Pero incluso cuando contemplaban la intervención militar, explicaron que ésta sería muy limitada y que no afectaría a la correlación de fuerzas en conflicto. The New York Times publicó un extenso artículo informando que Israel deseaba exactamente esto mismo: ataques limitados que no alteraran el equilibrio de fuerzas dentro de Siria.
Las fuerzas occidentales no prestarán un apoyo substancial - especialmente apoyo militar - a nadie, ya que no confían especialmente en ninguna fuerza de la oposición. Como escribió el Jefe del Estado Mayor estadounidense, Martin Dempsey: "No se trata hoy de elegir en Siria entre dos lados sino entre muchos. En mi opinión, el lado que elijamos debe estar preparado para defender sus intereses y los nuestros cuando el equilibrio se desplace a su favor. A día de hoy, no existe esto".

-TC: Cuando has hablado de las fuerzas contra-revolucionarias no has mencionado a Rusia. ¿Sería exacto describirla como la cuarta columna en este caso?
-GA: No la he mencionado pero es obvio que es la clave de la fuerza del régimen de Al-Assad. En este sentido, la Rusia de Putin forma parte de la primera columna, no de la cuarta.

-TC: ¿No es cierto que su implicación no sólo tiene un importante efecto material a través del suministro de armas a al-Assad, sino también un efecto ideológico importante que desorienta a algunos de los que se podría esperar que apoyaran a la insurrección?
-GA: En última instancia, el levantamiento tiene muy pocos amigos. Incluso entre la gente de la que se podría esperar que fuera amiga de las revoluciones se pueden ver algunas actitudes hostiles; la gente asume la propaganda del régimen sirio, así como la de Moscú, que retrata a toda la insurrección como jihadista. Y alguna gente mira a Rusia como si ésta fuera aún la Unión Soviética, a pesar de que en términos de carácter político y social, los Estados Unidos aparece como bastante progresista en comparación con lo que significa la Rusia de Putin: gobierno autoritario, capitalismo salvaje, tasa fija de impuesto a la renta fija del 13%, cleptocracia, etc. Hay muchos más elementos para considerar a Rusia como un país imperialista, que como uno anti-imperialista.
En cuanto a los que creen que el régimen sirio es "anti-imperialista", ignoran justamente la historia de este régimen y el puro oportunismo que guía su política exterior. La Siria de Assad intervino en 1976 para aplastar a la resistencia palestina y a la izquierda libanesa en Líbano y evitar su victoria sobre la extrema derecha. Entre 1983 y 1985 libró una guerra contra los palestinos en los campos de refugiados de Líbano. En 1991, el régimen sirio luchó en la guerra contra Iraq bajo el mando de los EEUU; fue parte de la coalición con los EEUU hasta 2004, el régimen sirio fue el protector del gobierno neoliberal pro-EEUU de Hariri en el Líbano; y durante todos estos años, la frontera siria ha sido la más tranquila y segura para Israel. Así que no tiene ningún sentido describir al régimen de Al-Assad como anti-imperialista: éste es un régimen oportunista que no ha dudado de cambiar de bando y alianzas para defender sus propios intereses.

-TC: ¿Podrías comentar algo sobre la correlación de fuerzas dentro de la oposición siria?
-GA: Por noticias de amigos a los que creo y que han visitado todas las áreas controladas por la oposición, los dos grupos que representan a al-Qaeda no suponen más del 10% de los combatientes, mientras que los salafistas probablemente representen al 30%. Esto significa que la mayoría de las fuerzas que actúan lo hacen bajo la bandera del Ejército Sirio Libre (FSA), aunque parte de ellos también son de tendencia islamista. Este es el resultado de que las principales fuentes de financiación de las fuerzas contrarias al régimen sirio hayan sido islámicas y del Golfo, desde las monarquías hasta las diferentes redes religiosas.
Esto en lo que respecta a los grupos armados; en lo que respecta a la resistencia popular, su gran mayoría no está interesada en ninguna clase de estado islámico, sino que sus aspiraciones son sociales y democráticas, las que han estado en el origen del levantamiento desde el principio.

-TC: ¿Podrías decirnos algo sobre cómo se organiza la resistencia y cuáles son sus principales demandas?
-GA: La resistencia es muy heterogénea. Como en el resto de la región, durante los primeros meses del levantamiento los líderes eran mayoritariamente gente joven organizada a través de las redes de internet. Se auto-organizaron en comités locales de coordinación (CLCs) y elaboraron un programa progresista: democrático, anti-sectario y con una orientación secular. Globalmente, un conjunto de demandas progresistas que no puedes dejar de apoyar sí te consideras de izquierdas.
La segunda etapa fue la constitución del Consejo Nacional Sirio (CNS) en el extranjero. Esta es la mayor diferencia con Libia, donde el Consejo Nacional de Transición se organizó en el interior del país y fue reconocido como legítimo por la mayoría de los libios que se levantaron contra Gaddafi, aunque incluso allí hubo algunos problemas. El CNS fue creado en el extranjero por gente que no tuvo un papel real en el liderazgo del levantamiento, pero que tenían algunas conexiones. Fue creado con la injerencia de Turquía y de Qatar. El emirato financió el CNS, especialmente a los Hermanos Musulmanes, quienes fueron y siguen siendo un componente importante de la oposición oficial en el exilio.
Pero en el mismo CNS puedes encontrar gente que pertenece a la izquierda siria, como el Partido Democrático del Pueblo, que es una escisión del Partido Comunista Sirio. Incluso los propios CLCs están representados en el CNS y reconocen su liderazgo en la oposición. Desde un punto de vista de izquierdas no hay problemas para estar de acuerdo con su programa: es democrático, anti-sectario y con una orientación clara. Por supuesto, podríamos decir que no es suficientemente social, pero el CNS no es ciertamente una dirección de izquierda radical.
Ahora el CNS ha sido reemplazado por la Coalición Nacional Siria. Básicamente sigue siendo una coalición de fuerzas similar a las que participaron en las revueltas de Egipto y Túnez. No hay que olvidar que en Egipto, la Hermandad Musulmana y los salafistas ya estaban allí, en el levantamiento, junto con los liberales y la izquierda.
Con la militarización de la lucha, la mutación del levantamiento en una guerra civil que se desarrolló progresivamente desde el otoño de 2011, hemos visto la emergencia de una línea dura de grupos islamistas jihadistas que, además de los grupos salafistas, incluyen dos grupos que trabajan bajo el sello de Al-Qaeda, con algunas diferencias entre ellos. De las dos filiales de Al-Qaeda, los combatientes de una vienen fundamentalmente de fuera de Siria; la otra está formada, sobre todo, por sirios y hay tensiones entre ellas. Han aumentado los enfrentamientos entre el FSA, el brazo armado de la oposición oficial, y los grupos de Al Qaeda.
Es reconfortante ver que los jihadistas más duros son cada vez más rechazados por la oposición, pero también hay que entender que la oposición no puede librar una guerra contra dos frentes, ya tiene suficientes problemas con la muy desigual relación de fuerzas entre ellos y el régimen. Desafortunadamente, en la lucha armada, no existe una izquierda. La izquierda radical en Siria es muy marginal. Y la izquierda más amplia no ha intentado organizarse al margen del FSA.

-TC: ¿Cómo ha respondido la oposición al intento del régimen de caracterizarla como sectaria?
-GA: Ha respondido de varias formas: a través de declaraciones y proclamas, pancartas en las manifestaciones, utilizando nombres de personajes históricos alauitas, cristianos o drusos para sus movilizaciones de los viernes, etc.
El hecho es que no hay comparación posible entre los asesinatos sectarios perpetrados por el régimen y los shabbihas -sus milicias-, que han provocado las mayores masacres, y los asesinatos sectarios de las fuerzas anti-régimen. Estos últimos son en su mayoría perpetrados por los jihadistas, a quienes considero como otra fuerza contrarrevolucionaria.
Por supuesto hay reacciones salvajes de gente con poca conciencia política que reacciona con una orientación sectaria en respuesta a la brutalidad del régimen. Ahora bien, ¿qué se podía esperar? Este no es un ejército de intelectuales marxistas que plantan cara al régimen; es un levantamiento popular sin una dirección política que eduque a la gente. Por tanto hay reacciones sectarias por parte de la oposición en respuesta al masivo sectarismo del régimen. Hemos vivido el mismo caso en la guerra civil del Líbano, con una mayor simetría en la violencia sectaria por parte de los dos bandos. Si hubiera que utilizar ese criterio, todo el mundo debería haber rechazado por igual a ambos lados en la guerra civil libanesa.
Por supuesto, hay que denunciar todos los actos sectarios cuando se den. Y actualmente están siendo denunciados por la oposición y por el FSA. Pero no se debería caer en la trampa de ignorar la diferencia entre los masivos asesinatos sectarios del régimen y aquellos perpetrados por las fuerzas anti-régimen.

-TC: ¿Cuál es la relación con la lucha de los kurdos?
-GA: Tanto el régimen como la oposición cortejaban a los kurdos desde el principio. El régimen no quería que los kurdos participaran en el levantamiento, y la oposición, al contrario, quería sumarlos al levantamiento. El CNS incluyó en su programa el reconocimiento de los derechos de las minorías, pero no el derecho a la auto-determinación, aunque ésta ni siquiera es una demanda unánime entre los kurdos de toda Siria, lo que no quiere decir que no apoyarían este derecho.
El movimiento kurdo sirio aprovechó la oportunidad y tomó el control de las zonas kurdas. La fuerza dominante entre los kurdos sirios está ligada al PKK, que domina en Turquía y tiene el control de parte del Kurdistán, y que ha cultivado relaciones con el régimen sirio a lo largo de los años. Pero los kurdos no están interfiriendo directamente en la guerra civil, ya que están ocupados en el control de su propia área y en el establecimiento de la autonomía de facto, como pasó en Iraq. Ellos se mantienen a cierta distancia de la guerra civil, si dejamos aparte algunos enfrentamientos con los jihadistas.

-TC: ¿Cómo describirías la situación en las áreas controladas por el FSA? Evidentemente, la situación humanitaria es un desastre pero, ¿cómo la describirías políticamente?
-GA: Efectivamente, la situación humanitaria es espantosa. En muchas de las áreas de las que la oposición se hizo cargo y desmontó el Estado baazista, hemos visto la creación de comités locales democráticos, con alguna forma de elección. Esto es positivo y totalmente normal: cuando la autoridad desaparece, se intenta organizar algo para reemplazarla. Alguien podría retratar estos comités como "soviets" o algo así, pero estaría completamente fuera de lugar. Estas estructuras pueden representar un interesante potencial para el futuro, pero por el momento no son más que medidas de auto-organización con el fin de reemplazar el vacío de poder creado por el colapso de las instituciones estatales locales.

-TC: ¿Cómo resumirías lo que debe de hacer la izquierda en relación a Siria?
-GA: Es muy importante movilizarse en solidaridad con la revuelta siria y no ser tímido al respecto. Si creemos en el derecho de los pueblos a la autodeterminación, si creemos en el derecho de los pueblos a elegir libremente lo que quieren, entonces, incluso si tuviésemos un levantamiento con el liderazgo de las fuerzas islamistas, no deberíamos cambiar de posición, como no lo hicimos, por ejemplo, con Gaza y Hamas, o con la resistencia iraquí, la cual estaba bajo un control islamista más fuerte que el existente en Siria.
Por todas estas razones, pienso que es muy importante expresar nuestra solidaridad con la revolución siria, construir redes con los progresistas de la oposición, combatir la propaganda del régimen, así como la propaganda de Moscú, y denunciar a Washington y a Occidente como cómplices de los crímenes contra la humanidad perpetrados en Siria. 
Fuente original: http://socialistresistance.org/ 
Traducción de Viento Sur: http://www.vientosur.info/