martes, 31 de marzo de 2015

Estado Islámico, hijo bastardo de la invasión de Irak









Un iraquí exhibe su armamento ante la bandera del Estado Islámico en...
Un iraquí exhibe su armamento ante la bandera del Estado Islámico en la localidad de Al-Alam. REUTERS
  • Su surgimiento tiene las raíces en el odio sectario

  •  generado por la ocupación militar


  • El jordano llevó Al Qaeda a Irak causando daños físicos y psicológicos

  • Fue quien impuso las decapitación de occidentales y la exhibición del horror ante la cámara

  • El terror era concebido por los suníes como un mal menor ante la ocupación y vejaciones

  • Sin esos elementos no se puede comprender el surgimiento del Estado Islámico en 2005

  • A EEUU y sus socios no pareció molestarles el IS hasta que la violencia fue televisada

  • El grupo se presenta como liberador de los suníes frente a un mundo que les odia


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Aquella tarde de octubre de 2003 caía un calor plomizo en la anónima y polvorienta localidad situada entre Abu Ghraib y Faluya donde se celebraba el encuentro, pero los rostros de los cuatro militantes del Jaish Ansar al Sunna que hablaban pausadamente, sentados en el suelo ataviados con dishdashas, no emitían ni una gota de sudor. La desesperación, la legitimidad que les daba defenderse de los invasores y falta de medios para explicar por qué luchaban contra la ocupación extranjera que en abril había derrocado a Sadam Husein les habían llevado hablar, largo y tendido, con esta periodista sobre sus acciones armadas.
A lo largo de cinco horas, les pregunté si defendían el uso de suicidas, una nueva forma de guerra que comenzaba a surgir en Bagdad de la mano de Abu Musab al Zarqawi, el jordano que llevó Al Qaeda a Mesopotamia, provocando ingentes daños materiales, físicos y sobre todo psicológicos. "¿Nosotros? Por supuesto que no. Esos son los árabes, los voluntarios de Arabia Saudí, que vienen aquí a morir por su yihad... Los iraquíes no nos suicidamos, preferimos morir matando", dijo el líder de la unidad, ufano.
Dos años después, cuando las torturas norteamericanas en Abu Ghraibhabían grabado el nombre del penal en los anales de la infamia y Faluya se había consagrado como un nuevo Grozni gracias a dos dantescos asaltos militares estadounidenses destinados a poner la ciudad suní de rodillas, no se escuchaban críticas contra los métodos de Zarqawi. Tampoco se podía volver a mantener semejante conversación con un grupo armado suní porque todos simpatizaban, cooperaban o se habían integrado en las huestes del jordano consagrando su posición de líder de Al Qaeda en la antigua Mesopotamia -juró lealtad a Bin Laden en 2004 como responsable de Tawhid wa Jihad [monoteísmo y guerra santa]- y suscribiendo sus métodos de terror como una opción legítima en el Irak invadido por Washington.

Represión y venganza

Fue Zarqawi quien puso, aquellos años en Irak, de moda las decapitaciones de occidentales -su primera víctima, Nicholas Berg, vestía un uniforme naranja como lo hacen ahora las víctimas de Jihadi John- y la exhibición del horror ante una cámara de vídeo. También impuso la justificación religiosa de cualquier abominación surgida de su mente y la ampliación de sus objetivos, mucho más allá de los ocupantes y sus aliados iraquíes, a las Naciones Unidas, embajadas, instituciones internacionales o a cualquier extranjero -árabe o no- que trabajase en Irak ya fuera como transportista, cooperante, periodista o mercenario. Cualquiera que osara pisar su territorio era sospechodo de apostasía, y todos debían pagar por ello. De la forma más cruel concebible.
No se puede acusar de maldad a la comunidad suní de Irak por haberse refugiado en el terror de Zarqawi, en todo caso, de haber llevado demasiado lejos sus ansias de revancha tras haber perdido el poder absoluto que su minoría disfrutaba desde hacía décadas. ISIS era un mal menor en el contexto de la ocupación militar, las torturas en prisiones norteamericanas e iraquíes, las vejaciones, los bombardeos de zonas civiles, las innumerables decisiones erróneas -cuesta creer que inocentes- adoptadas por la Casa Blanca (como la criminalización de los baazistas iraquíes, la disolución de las Fuerzas Armadas o la entrega del poder a facciones controladas desde Irán que dieron impunidad a sus milicias) y crímenes de guerra tan visuales como los cometidos en Abu Ghraib y en otras prisiones, caldo de cultivo del actual extremismo yihadista.
Sin todos esos elementos, es imposible comprender el surgimiento del Estado Islámico de Irak que fundó Zarqawi en 2005, origen del actual Estado Islámico reinventado por el sucesor de aquél, Abu Baqr al Baghdadi, en una jugada propiciada por el odio sectario generado por la invasión en sí. Antes de la agresión de 2003, la tensión interreligiosa era imperceptible en todo Oriente Próximo; la imposición norteamericana de un Gobierno chií reforzó a esta comunidad como vencedora y a la suní como vencida. En los primeros años de invasión, en Irak, cada atentado de Zarqawi contra un mercado, una mezquita o una marcha religiosa chií enconaba a las partes y empujaba a las milicias chiíes a buscar venganza. No necesitó ni un año y medio para lograr una guerra abierta entre los musulmanes iraquíes que le reportaría hombres, financiación global y legitimidad para erigirse como líder suní con la bendición de Al Qaeda. La invasión, sembrando Irak de cadáveres, destapó una caja de Pandora que no se limitaba a las fronteras iraquíes de los acuerdos de Sikes-Picot sino que se extendería con rapidez a todo Oriente Próximo.
La derrota, la represión y el sentimiento de abandono de los suníesexplica -que no justifica- el desmedido apoyo que terminarían dando a la doctrina takfiri -cualquiera que no comulgue con su visión, musulmán o infiel, es declarado apóstata, lo que conlleva condena a muerte- y aquel efímero primer éxito del Estado Islámico, implantado en Irak en 2006. A finales de 2004, Zarqawi renombró su organización Al Qaeda en el País de los Dos Ríos -nombre de Irak, en referencia al Tigris y el Éufrates- nombrándose a sí mismo emir de Al Qaeda en Mesopotamia y en 2005, asociado con otros movimientos en el Consejo de la Shura de los Muyahidin, terminaría sentando las bases del primer proyecto moderno de estado islámico.
El Estado Islámico de Irak (ISI), como fue bautizado, nació sin que Zarqawi pudiera verlo: muerto en un ataque norteamericano en junio de 2006, su sucesor egipcio Abu Ayyub al Masri fue el encargado de anunciar, en octubre de ese mismo año, su creación. Al Masri no sería sin embargo su líder, puesto que fue asignado a Abu Omar al Baghdadi para dar al grupo un rostro iraquí que aglutinara apoyos en Mesopotamia.
La escuela de terror de Zarqawi 
El califato islámico llegó a extender su poder a Mosul y a varios sectores de Bagdad además de las provincias suníes de Anbar y Diyala, con presencia menor pero destacada en Nínive, Salahadin, Kirkuk y Babel. Lo hacía mientras multiplicaba de forma exponencial los atentados en todo el territorio iraquí: chiíes, cristianos, yazidíes, norteamericanos y británicos pero también suníes se convirtieron en el objetivo de sus exacciones. Todos eran takfiri a ojos de los herederos de Zarqawi, lo que explica atentados como el de junio de 2007 contra la reunión de líderes tribales suníes de Anbar o asesinatos como el de Abdul Sattar Abu Risha, uno de los respetados líderes suníes del Irak de entonces.
El sentimiento de abandono de los suníes explica -que no justifica- el apoyo a la doctrina takfiri [cualquiera que no comulgue con su visión es apóstata, lo que conlleva condena a muerte]
Aquel califato también se financiaba con secuestros, donaciones exteriores y el control de instalaciones petrolíferas, conseguía sus armas saqueando las posiciones militares que tomaba y creó un completo proyecto de Estado con la burocracia que eso conlleva. Su consolidación atrajo a sus filas a miles de hombres, desencantados con grupos armados sin proyecto o carentes de futuro. Declaró su capital en Baaquba y no tardó en aplicar el mismo horror contra la propia población suní que, meses atrás, les había acogido de brazos abiertos, esperando que Al Qaeda restaurase los derechos y la dignidad que había perdido a manos de los invasores y los dirigentes religiosos chiíes.
El Estado Islámico de Irak comenzó a aplicar su particular sentido de la justicia con aparatosas ejecuciones de cualquier sospechoso deapostasía, secuestros de inocentes que serían liberados a cambio de rescate, torturas... Fumar, conducir, escuchar música no religiosa, cualquier cosa era susceptible de ser considerada un delito en el califato del primer Baghdadi.
El horror impune conlleva un precio. Las tribus suníes no habían apoyado a Al Qaeda en Irak para cambiar de opresores y seguir siendo víctimas.
La rebelión interna contra los extremistas fue fraguada, en un calculado ejercicio político, por Estados Unidos -sin interés por perder vidas doblegando un Estado Islámico temible para sus tropas- y las autoridades chiíes de Bagdad. La solución parecía brillante: dejar que los suníes combatiesen a otros suníes, preservando las vidas de los socios en el poder. Así surgieron las Sahwa, las fuerzas del despertar suní que tomaron las armas contra Al Qaeda para desembarazarse de la última forma de terror que se cebaba contra su comunidad. Lo lograron, financiadas y dotadas por Estados Unidos, en 2009, tras meses de combates. El Estado Islámico de Irak quedó fuertemente debilitado y sus fuerzas se dispersaron, quizás cambiaron de uniforme, a la espera de un momento mejor. Pero no era el final, sino el primer capítulo de un drama que se desarrolla en un Oriente Próximo de fronteras religiosas.

Ruptura con Al Qaeda

En 2011, cuando la revolución estalló en Siria movida por el sentimiento de injusticia de la sociedad -en su mayoría suní- contra un régimen dictatorial alauí [secta chií, aliada con Irán] el ISI era una sombra de lo que había sido. Sus acciones seguían perturbando Irak pero con una cadencia casi anecdótica, comparada con tiempos pasados. La persecución del ISI en Irak era prioritaria para Bagdad, y la financiación ya no llegaba como antes.
El primer año de represión militar en Siria alumbró los primeros grupos armados y el Estado Islámico de Irak, entonces dirigido por Abu Bakr al Baghdadi -sus predecesores Abu Omar y Abu Ayyub habían muerto- vio su oportunidad de resurgir fuera de sus fronteras aprovechando el contexto sectario que ya le había dado la victoria a su organización años atrás: no lo haría abiertamente sino exportando combatientes y financiación bajo un liderazgo sirio y con un nombre diferente: Jabhat al Nusra, dirigida por Abu Mohamed al Golani, el primer grupo armado que introdujo -como Zarqawi años atrás- la figura del suicida en Siria. El guión iraquí se repitió. Como ocurriera en Irak, a medida que crecía el sentimiento de abandono internacional y aumentaban los crímenes del régimen, más simpatía generaba la organización entre los sirios, islamistas moderados.
Al tiempo, el régimen de Bashar Assad supo aprovechar el potencial de la carta islamista (exprimida a fondo durante la guerra civil y la invasión iraquí, cuando canalizó combatientes, fondos y armas para defender sus intereses) liberando a los extremistas de las prisiones en las que les había confinado juntos, dándoles el tiempo y el espacio físico necesario para organizar futuras acciones. "De esas prisiones es de donde salen todos los actuales líderes islamistas y donde se creó parte del IS", me explicaba en Estambul hace pocos meses un ex reo que acompañó a los ideólogos salafistas de IS, Nusra o Ahrar al Sham en aquellas celdas. Podía identificar a los principales islamistas sirios de hoy en día por nombre y apellidos. "Fue una estrategia del régimen para radicalizar un movimiento inicialmente pacífico y disponer así de la excusa 'terrorista' para justificar sus métodos de represión".
En abril de 2013, Baghdadi trató de recuperar el control de Jabhat al Nusra incorporándola a un nuevo grupo denominado el Estado Islámico de Irak y Levante (territorio que, en términos islamistas, incluye Jordania, Líbano, Palestina, Israel, Chipre y parte del sur de Turquía). Habría supuesto una evolución transfronteriza del ISI, pero el Frente Nusra se negó. Ayman al Zawahiri, máximo líder de Al Qaeda, intervino respaldando a Jabhat al Nusra lo que confirmó la escisión absoluta entre el IS y Al Qaeda.
"Carece de legitimidad y metodología", escribió Baghdadi sobre Zawahiri. El alumno de Al Qaeda se rebelaba contra sus maestros y declaraba la guerra a su antigua organización. Y sus despiadados métodos robaron el espectáculo a Al Qaeda: ahora, la moda internacional es rendir lealtad a Baghdadi y a la última reedición de su grupo terrorista: el Estado Islámico, un califato con el tamaño de Gran Bretaña que aspira a expandirse a medio mundo.
Pese a toda la desesperación de la guerra, el doble rasero y la represión, resulta difícil digerir el éxito del IS. En Siria, su doctrina takfiri le ha llevado a enfrentarse con el resto de actores del conflicto pero ni siquiera la ofensiva generalizada de grupos armados -Jabhat al Nusra incluido- a principios de 2014 minaron la fuerza de la organización.
En Irak, los mismos que les expulsaron por las armas en 2009 les reciben hoy con brazos abiertos. Hay elementos que explican ese éxito: a diferencia del resto de los grupos armados suníes en Oriente Próximo, IS tiene un proyecto y una visión de futuro-nada menos que el proyecto del Califato islámico, que además ha materializado-, tiene la determinación de imponerse por las armas liberando zonas suníes oprimidas y maneja las redes sociales a la hora de extender su mensaje. Su inteligente discurso religioso, capaz de justificar todo -si bien el nivel de brutalidad que emplea es considerado anti-islámico- despierta la admiración dentro y fuera de sus fronteras.
También contó con el inestimable apoyo del régimen sirio, en unamaquiavélica estrategia para justificar su represión militar: Damasco permitió que el actual IS crease su prototipo de estado en Raqqa sin bombardear sus instalaciones hasta que el movimiento comenzó a decapitar periodistas y vio la oportunidad de granjearse la simpatía de Occidente. Hoy en día, las bases e instalaciones del IS siguen gozando de considerable seguridad en Siria, en comparación con los barrios civiles de zonas rebeldes.
A medida que el Estado Islámico se fortalecía, desde fuera su importancia se ninguneaba quizás con la esperanza de que si se tapaba los ojos al público, el mal dejase de existir. A Estados Unidos y sus socios no pareció molestarles la presencia de ISIS hasta que la violencia contra sus civiles -las exacciones contra árabes nunca fue noticia- fue televisada.
Hubo escasa conmoción cuando las excavadoras del Estado Islámico derribaron los puestos fronterizos entre Siria e Irak reescribiendo la Historia, y el discurso donde el autoproclamado califa Al Bagdadi cambiaba el nombre a la organización y declaraba un Estado Islámico con aspiraciones internacionales en la Gran Mezquita de Al Nuri de Mosul, tras una escalofriante ofensiva que devolvía a Irak a sus peores años, pareció generar más curiosidad que angustia.
Washington y sus aliados actuaron como si se tratase de un fenómeno desconocido. "Es como si el Vietcong regresara en 1985 con una bandera diferente y tomase bajo su control un tercio de Asia y todo el mundo, desde la Administración Reagan a la CNN, se mostraran asombrados por la irrupción de una nueva y desconocida forma de insurgencia. Si había un enemigo familiar [para EEUU] ese era el IS", escriben los autores de 'IS, en el Ejército del Terror', Michael Weiss y Hassan Hassan.
Y sí, la población suní iraquí volvió a acoger como liberadores a sus antiguos opresores. La causa subyace en la desconocida revolución de las provincias suníes de Irak de 2011 y 2012, donde decenas de miles tomaron las calles exigiendo la liberación de presos políticos y emulando a otros escenarios revolucionarios árabes con un resultado similar al de Siria: la represión del régimen chií, que bombardeó, arrestó y mató a activistas sin que ningún medio de comunicación alzase la voz.
El IS, a medias entre grupo terrorista, organización radical islamista y mafia organizada, se presenta como único actor liberador de los suníes oprimidos frente a un mundo que les odia, donde Irán y Estados Unidos trabajan mano con mano para consumar su limpieza étnica, la prensa miente para criminalizarles y potencias suníes como Egipto, Arabia Saudí o Turquía actúan en colaboración con sus peores enemigos. Y ese es un papel que no estaba cogido en la región.
"Si nadie nos ayuda, entonces ellos son la única solución", dice Mohamed, un joven bagdadí de 17 que hoy se plantea seriamente ingresar en las filas del IS pese a la oposición de su familia. Cuando le pregunto por acciones como el asesinato del piloto jordano, quemado vivo en una jaula, piensa antes de responder. "Cometen errores, pero son mejor que todo lo demás".

MÓNICA G. PRIETO ha trabajado 12 años en Oriente Próximo y ha cubierto los conflictos de Irak entre 2003 y 2010 y la revolución siria entre 2011 y 2014.

jueves, 26 de marzo de 2015

La batalla de las caricaturas árabes por su propio espacio

Pedro Rojo, arabista y presidente de la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe
Este artículo fue publicado originalmente en francés en Orient XXI 

La solidaridad de los caricaturistas árabes con sus compañeros del Charlie Hebdo ha sido contundente, hay un consenso unánime en que las balas jamás pueden ser la respuesta a unos dibujos. El debate aparece en una vez superado este primer estadio de conmoción. Es entonces donde empiezan a discutirse los matices y los límites de la libertad de expresión y el respeto al otro. Una discusión tan antigua como los intentos de los distintos estamentos del poder, ya sea político, religioso o social, por marcar esos límites según sus intereses o por controlar las ideas y los canales a través de los que se forma la opinión pública.
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Habib Haddad

Y es que si en el general la caricatura es un elemento vital para criticar y hacer mofa a lo que sucede a nuestro alrededor, en el mundo árabe esta labor tiene un mayor impacto pues hace de correa de transmisión de muchas ideas que llegan a un público que nunca leerá un artículo de opinión o escuchará una tertulia política. La capacidad de simplificar un hecho añadiéndole un mensaje crítico con ironía convierte a las viñetas políticas en un arma muy temido por las estructuras establecidas.
El uso de los distintos dialectos como lengua en las caricaturas añade un nivel más de cercanía con su público. Hay que recordar que en el mundo árabe la prensa y los programas informativos de la televisión se producen enteramente en árabe clásico o en la antigua lengua colonial. A este respecto el marroquí Jáled Guedar, antiguo colaborador de Charlie Hebdo es contunente: “Mis caricaturas en francés (Courrier International y antes Charlie Hebdo) tienen mucho menos impacto que las que hago en árabe. Unas las lee la élite las otras el pueblo en general”.
En realidad la discusión sobre donde empieza el respeto y donde termina la libertad de expresión se produce también en el viejo continente, en la que se ha posicionado hasta el papa de Roma. A los dos grupos enfrentados, a saber: los defensores a ultranza y sin límites de la libertad de expresión representados por el ya famoso “Je suis Charlie” frente a los que no comparten lo publicado por la revista que se alinean en torno del “Yo no soy Charlie”, hay que sumar en el mundo árabe musulmán un tercer grupo que serían los que no solo están en contra de lo publicado sin que creen que hay que dar una contestación para defender la imagen del islam, algunos de ellos se han pronunciado con el hastag “Ni Charlie ni Kouachi me representan”.
En este sentido las iniciativas han ido desde proyectos personales mayoritariamente publicados en las redes sociales a proyectos más organizados como el dossier especial que hizo sobre el tema el diario argelino Al Shuruq el día 14 de febrero en el que 12 dibujantes crearon viñetas en repulsa de la nueva portada de Charlie Hebdo donde volvía a reproducirse al profeta Mohoma. Más allá ha ido el régimen iraní reeditando el concurso internacional de viñetas sobre el holocausto cuya primera edición se realizó en 2005 como respuesta a la primera edición de las viñetas del profeta Mahoma.
Más allá de la provocación de esta competición hay un claro consenso en el mundo árabe sobre el doble rasero de internacional al seleccionar qué temas entran en el saco de la libertad de expresión y cuales no: “en Occidente no hay problema en publicar sobre el Profeta pero nada de judíos o del holocausto porque es antisemitismo” denuncia el palestino Mohamed Sabaaneh, triplemente represaliado por sus dibujos por las autoridades israelíes y por los dos gobiernos palestinos de Hamás y Fatah.
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Mohamed Sabaaneh


Por su parte el caricaturista del jordano del diario Al Ghad, Nasser al Yaafari, pide a los europeos que exigen a los árabes dibujen sobre los profetas y las religiones como muestra de su compromiso con la libertad de prensa que “entiendan las limitaciones y condicionantes que tenemos en Oriente Próximo. Hay unas tradiciones muy inculcadas, la religión está muy presente en nuestra sociedad. Para nosotros como dibujantes, que siempre buscamos la libertad es una situación muy complicada.”
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 Naser al Yaafari


La discusión que se deriva de esta disyuntiva sobre si dibujar de cualquier tema o no tratar cuestiones que son socialmente inaceptables se inclina en general del lado de la balanza de la “responsabilidad social”. Para el yemení Kamal Sharaf “el caricaturista presenta una idea con un mensaje crítico para todos los ojos de la sociedad, intenta resumir lo que hay a su alrededor presentándolo de una forma simple con ironía, cercana a los corazones de los destinatarios, que conecte con su imaginario” por lo que tratar temas que no van a empatizar con sus lectores no tiene sentido. La responsabilidad de la que hablan muchos dibujantes árabes se entiende desde la lectura constructiva de su trabajo, como cuenta desde su exilio en Ginebra, el sirio de origen palestino Hani Abbas, premio Cartoons for Peace 2014 junto con la egipcia Doaa al Adel: “no quieres chocar con la sociedad, quieres hacerla cambiar, sorprenderla pero no crear un cisma. Cualquier tema que no tenga un efecto positivo, que aporte un valor a la sociedad no merece la pena ser dibujado, hay otros muchos que sí lo son: hambre, los bombardeos de Gaza, la tiranía… ¿Para qué remontarse a un tema de hace 2000 años?”
Es esa frontera entre la sorpresa y la ruptura lo que está creando crecientes problemas para una generación de caricaturistas que tras las revoluciones árabes han roto muchas de las ataduras de su creatividad impuestas por los regímenes dictatoriales anteriores. Aunque la situación de libertades haya empeorado en los últimos años con las contrarevoluciones no parece que haya vuelta atrás en el nivel de crítica política de las caricaturas. Si los medios tradicionales como los periódicos en Egipto (en Marruecos a pesar de la colonización francesa la viñeta está ausente en la mayoría de la prensa diaria) se cierran a la creatividad de los jóvenes ellos escapan a las redes sociales e internet. Los números hablan por sí solos: en Marruecos, hay 5 millones de usuarios de Facebook por 300.000 lectores de prensa en papel. El poder tradicional está intentando controlar y reprimir la libertad de expresión en estos medios pero es inmensamente más complicado que amordazar un puñado de periódicos.
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Pero la valentía de seguir publicando contra regímenes brutales tiene un precio muy alto que en ocasiones es la misma vida como en el caso del libio Qais al Hilali que murió en 2011 tras publicar mordaces caricaturas de Muamar el Gaddafi, algunas de ellas en los muros de las ciudades libias, o el sirio Akram Raslán, en paradero desconocido desde que el régimen sirio lo secuestró hace dos años, o palizas recibidas como el caso del también sirio Ali Ferzat (premio Sharajov 2013). A pesar de la involución temporal de las revoluciones árabes hay un buen grupo de caricaturistas ya asentados en el mundo árabe que ha decidido seguir luchando por ampliar el espacio para expresarse en libertad como reclama Hani Abbas: “cuando podamos dibujar lo que queramos sin temor a nuestras vidas hablaremos de libertad”.

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Naser al Yaafari

La prioridad ahora no está en criticar la religión como credo, pero sí el uso partidista que están haciendo diversos grupos políticos islamistas que intentan blindarse contra la crítica política en nombre del islam, como le sucedió a Doaa al Adel cuando dibujó una caricatura en la que se mofaba de los comentarios de algunos hombres de religión que aseguraban que quien votase “sí” en el referéndum constitucional de Egipto iría al Paraíso y quien votase que “no” al infierno. El crimen de Doaa: hacer un paralelismo dibujando a Adán y Eva bajo el manzano en el Paraíso con esa misma pregunta. Pero ante esta trampa el posicionamiento de los jóvenes caricaturistas árabes es contundente como expresa Mohamed Sabaaneh: “no hay que dejarse amedrentar, hay que seguir con esa crítica, en realidad es parte de la lucha contra el extremismo, al normalizar la crítica y la sátira contra líderes políticos de orientación religiosa se les baja al nivel de los mortales, se les humaniza.” Esa es la forma de luchar contra el extremismo, mientras que forzar la publicación en el mundo árabe sobre profetas y religiones solo alimentaría a los radicales.
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Doaa el Adel

 http://www.fundacionalfanar.com/la-batalla-de-las-caricaturas-arabes-por-su-propio-espacio/