lunes, 20 de enero de 2014

DEPENDE: UN SIGLO XXI 'MADE IN' ASIA

20 de enero de 2014

¿Hacía donde va el continente? Derrumbando mitos, vislumbrando escenarios.

AFP/Getty Images


“El auge de Asia cambiará el orden mundial”
Sin duda. Ya lo está haciendo. China no es el único país asiático que quiere acabar con el orden internacional impuesto tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Además de Pekín, en Asia compiten por establecer un nuevo orden más acorde con sus intereses Rusia, India, Japón, Indonesia, Corea del Sur y Turquía. Todos estos países están convencidos de que ha llegado la hora de acabar con la supremacía ostentada por Europa desde el siglo XVIII y heredada por Estados Unidos en 1941, aunque es China la que ha tomado la delantera.
Con el 60% de la población y el 25% del PIB del planeta, el mundo asiático se presenta como multipolar, quiere adaptar las instituciones internacionales a su realidad, se mueve por los impulsos del comercio y el desarrollo económico y, a nivel global, mantiene una estrategia dirigida a la consecución de materias primas para seguir creciendo, lo que crea mucha competencia entre los diferentes actores.
En Asia -fábrica, laboratorio y mercado del mundo- se dirime el futuro económico de la Tierra. En los ascensos y caídas de los imperios juegan tanto los intereses económicos como el poderío militar y Asia ofrece todas las condiciones para impulsar y modelar la economía y las finanzas del siglo XXI.

“El Asia de hoy es la Europa de 1914”
La potenciación de los nacionalismos es muy preocupante. El despertar de Asia lo han protagonizado los Estado-nación, lo que alienta el nacionalismo y la autoafirmación en sociedades que aún no se han curado las heridas que le infligieron el imperialismo y el colonialismo de los siglos XIX y XX. El historiador británico David Stevenson considera el noreste de Asia como la “zona más caliente” del planeta, en la que se enfrentan Estados Unidos como imperio en decadencia y China como imperio emergente.
Pekín considera que la política de Washington en Asia tiene como fin cercarle y frenar su ascenso, por lo que en los últimos años ha pasado de una diplomacia discreta a una mucho más proactiva, que no tiene reparos en extender su influencia por Asia a base de mostrar tanto su poder duro (militar) como blando (económico, cultural y diplomático). China se siente vulnerable frente al poderío militar de EE UU, que antes de 2020 tendrá en el Pacífico más del 60% de su flota. El despliegue de 2.500 marines estadounidenses en el norte de Australia, el reforzamiento de la base de Guam y de las alianzas defensivas con Filipinas, Corea del Sur y Japón, y la ofensiva diplomática estadounidense en India y los 10 países de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) profundizan la desconfianza de Pekín hacia Washington. La decisión del presidente Barack Obama de dar prioridad a la región de Asia-Pacífico fue interpretada por el Partido Comunista Chino (PCCh) como prueba de la evidente resistencia de EE UU a aceptar la competencia geoestratégica en una zona que China considera su área natural de influencia.
Esta situación desemboca en una nueva guerra fría, en la que el escenario más volátil es el mar del Este, con la peligrosa disputa entre Japón y China por las islas denominadas Diaoyu en chino y Senkaku en japonés. Según el Tratado de San Francisco (1951), que China no firmó y a cuya negociación no fue invitada, esas islas son territorio nipón y como tales están protegidas por el acuerdo de defensa entre EE UU y Tokio. Pekín sostiene que las islas le pertenecen y que Washington no debe inmiscuirse en sus asuntos. La disputa se nutre del nacionalismo creciente en  amplios sectores de la sociedad china, que el PCCh utiliza para legitimarse, y en la japonesa, como vivero de votos de los partidos más derechistas, incluido el ala dura del gobernante Partido Liberal Democrático.  
A su vez, la guerra fría se alimenta con la carrera armamentista emprendida por los países de la zona ante el espectacular crecimiento del presupuesto militar chino, que lleva dos décadas aumentando a cifras de dos dígitos, aunque el gasto militar de EE UU sigue siendo seis veces superior al chino. El mayor empeño de Pekín ha sido modernizar y aumentar el tamaño de su flota y de sus fuerzas aéreas, dotarlas de medios y de armamento muy avanzados, que compra mayoritariamente a Rusia, aunque China ha logrado importantes avances tecnológicos en su industria bélica y aeroespacial.
Al igual que Europa en 1914, Asia carece de una estructura de seguridad que permita poner en contacto inmediato a los dirigentes de los países para evitar que un accidente o un incidente desate un incendio de consecuencias tan terroríficas como la Primera Guerra Mundial. En la solución de esta grave carencia estratégica deben implicarse los países del entorno y la misma ASEAN como institución. La Unión Europea debería impulsarla y prestar su asesoramiento.

“Corea del Norte utilizará sus armas nucleares”
Es muy improbable, pese a la agresiva retórica de Kim Jong-un. El  tercero de la dinastía Kim, en su discurso de Año Nuevo, afirmó que si estalla una nueva contienda en la península coreana “supondrá una espantosa catástrofe nuclear, de la que ni siquiera EE UU se salvará”. Empeñado en hacerse con las riendas del país más aislado del planeta desde que hace dos años muriera su padre, el Querido Líder Kim Jong-il, el nuevo tirano reforzó el año pasado su arsenal atómico con una tercera prueba explosiva y el disparo de un misil de largo alcance. El rechazo a volver a la mesa de negociaciones para renunciar al armamento nuclear a cambio de una cuantiosa ayuda económica y tecnológica extiende la inestabilidad por todo el noreste del Asia, mientras en el interior de Corea del Norte se suceden las purgas políticas con ejecuciones sumarias. La impredecible evolución del régimen eleva la temperatura de una zona en la que también hay un diferendo fronterizo entre Japón y las dos Coreas, que se disputan la soberanía de unos islotes.

“Las aguas turbulentas están en el mar del Este de China”
No solo. Hay tormenta en el espacio aéreo y en el mar del Sur de China. El 23 de noviembre pasado Pekín anunció que declaraba una Zona de Identificación de la Defensa Aérea (ZIDA) sobre una extensa parte del mar del Este. La decisión unilateral fue muy criticada, en especial por Japón, pese a que ese país ha realizado varias ampliaciones de su ZIDA, la última en 2012, y por EE UU que envió a la zona dos aviones de combate B-52 para recordarle a China que las medidas no se toman de forma unilateral.  Días después, Seúl anunció el establecimiento de su propia ZIDA. Las tres zonas se solapan en grandes áreas, por lo que el riesgo de accidentes e incluso de confrontación directa se ha disparado. Los tres países han declarado que no van a desatar un conflicto armado por unos islotes -aunque sus aguas, ricas en pesca, esconden grandes bolsas de petróleo y gas-, pero siguen dando pasos hacia el enfrentamiento.
Además, los países del sureste asiático temen que el nuevo moviendo de China sea un paso previo a la declaración unilateral de su ZIDA sobre los tres cuartos del mar del Sur de China que reclama. El PCCh reivindica el dominio sobre el 80% de ese mar, que tiene una extensión aproximada de 3,5 millones de kilómetros cuadrados, con numerosas islas, islotes, atolones y peñascos deshabitados, cuya soberanía también se disputan Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunei y Taiwan. Esto tendría serias consecuencias tanto en la navegación aérea como marítima. Esas aguas son unas de las más transitadas del planeta, por las que discurre más de la mitad del tonelaje de la flota mercante mundial y un tercio del transporte de crudo, además de multitud de pesqueros, submarinos y buques de las distintas fuerzas navales.

“La vuelta de Japón”
Mucho más que Abenomics. Así se denomina la política económica del primer ministro Shinzo Abe, con la que en un año de gobierno ha devuelto la confianza a los empresarios y consumidores nipones tras dos décadas de estancamiento económico y deflación. Más allá del término, lo que Japón experimenta en la actualidad es una reafirmación de su espíritu nacional, que afecta tanto a la economía como a la política, la diplomacia y la sociedad. Shinzo Abe se plantea modificar la Constitución de 1946, impuesta por EE UU como potencia ocupante tras la Segunda Guerra Mundial. El espíritu pacifista de la Carta Magna prohíbe a Japón tener un Ejército como tal y limita las tareas de las denominadas fuerzas de autodefensa, que carecen de capacidad para sumarse a una operación militar internacional, aunque tenga como objetivo la defensa de Japón. Para incrementar el papel nipón en la esfera internacional, Abe pretende también eliminar de la Carta Magna las restricciones a Japón a participar en el sistema de seguridad colectiva de Naciones Unidas.
La normalización de las Fuerzas Armadas japonesas casi 70 años después de su estrepitosa derrota ha llevado a Tokio a dotarse de un Consejo de Seguridad Nacional para responder con rapidez ante cualquier contingencia. Además, Abe ha ordenado el incremento del presupuesto militar en un 5% y ha elaborado su primer plan de estrategia nacional, con una duración de cinco años, a lo largo de los cuales no se descarta que vuelva a redefinir su política defensiva y acepte el principio de ser el primero en atacar ante una grave amenaza, lo que provocará que vecinos como China y las dos Coreas, que sufrieron la dominación japonesa en la primer mitad del siglo XX, pongan el grito en el cielo.
Ante la reemergencia de China -su primer socio comercial--, Tokio tiene tres posibles soluciones. La primera es la más amarga para los políticos. Consiste en asumir el nuevo papel de China y tratar de obtener con ello el mayor beneficio económico posible. La segunda es pragmática y exige ligar aún de forma más estrecha la suerte japonesa a la de EE UU y convertirse en el bastión estadounindense en Asia, seguido de cerca por Australia, Corea del Sur y Filipinas. Y la tercera, la más arriesgada, parece ser la que va tomando cuerpo en el archipiélago: se decanta por la reafirmación nacionalista de Japón e incluye gestos como la visita al monasterio sintoísta de Yasukuni, donde se veneran las almas de los millones de japoneses caídos en las contiendas de 1853 a 1945, incluidas las de los 14 criminales clase A de la Segunda Guerra Mundial. Abe acudió al templo el pasado 26 de diciembre y su ministro del Interior una semana más tarde. Ni China ni las Coreas se lo van a perdonar. Incluso EE UU lo criticó al entender que añade leña al fuego de las tensas relaciones de Japón con sus vecinos.
Si China ve con espanto la opción de que se refuerce la alianza Tokio-Washington, aún le alarma más la reafirmación nacionalista japonesa.  

“La contención de China se llama India”
No está tan claro. La Administración de George Bush, profundamente anticomunista, llegó a un acuerdo nuclear con India e impulsó sobremanera las relaciones entre la democracia más numerosa del mundo y la más poderosa. Los halcones republicanos ven en India -que comparte al menos en teoría los valores occidentales de democracia, libertad y Estado de Derecho, al gigante asiático capaz de contener la expansión china. Pekín y Nueva Delhi, que en 1962 se enfrentaron en una guerra de baja intensidad, aún mantienen uno de los muchos contenciosos fronterizos que les separaban, ideológicamente son como el día y la noche y sus modelos económicos son radicalmente opuestos. Sin embargo, esta disparidad ha convertido sus economías en complementarias. Si China es la fábrica del mundo, India es la oficina, con su espectacular dominio de Internet, de la tecnología de la información y del software. Pero esta producción ocupa muy poca mano de obra e India, que muy pronto sobrepasará a China en población –en la actualidad, China tiene 1.350 millones de habitantes, apenas 100 millones más que India– necesita con urgencia impulsar un sector manufacturero que cree trabajo, para lo que precisa una amplia red infraestructuras que no tiene. China, que por la política del hijo únicocomienza a tener una población envejecida, tiene en India millones de jóvenes disponibles para trabajar en las fábricas que deslocalice.

Nueva Delhi, al igual que Pekín, trata de jugar con todas las carta de que dispone en la mesa y, al tiempo que estrecha las relaciones con Washington y la Unión Europea,  ha mejorado considerablemente sus contactos y sus intercambios comerciales con China, sin dejar de rearmarse y expandir su influencia por el Océano Índico.

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viernes, 17 de enero de 2014

Tres versiones de Bagdad

EL MUNDO 16 ENE 2014 
Atentados dejaron al menos 80 muertos esta semana en Irak
La capital iraquí es una ciudad acostumbrada a las bombas, la ocupación y la corrupción en las esferas políticas.
Por: Víctor de Currea-Lugo
Tres versiones de Bagdad
Suníes iraquíes rezan junto a los ataúdes de varias víctimas asesinadas por el ejército iraquí en el marco de la lucha “antiterrorista”. / EFE
Todos oímos en la infancia de una región llamada Mesopotamia, que significa “la tierra entre dos ríos”, el Tigris y el Éufrates. Allí nació la escritura. Es la tierra de Simbad el marino y otros cuentos de las Mil y una noches. La tierra tanto de los sumerios, una de las primeras civilizaciones conocidas, como de los que hoy la pueblan: los iraquíes.
Entre sus ciudades legendarias están Bagdad y Babilonia. Bagdad fue fundada en 761, a orillas del Tigris. Durante 500 años fue la capital del mundo árabe-musulmán y finalmente cayó destruida por los mongoles en 1257. Entre 1533 y la Primera Guerra Mundial, Mesopotamia fue parte del Imperio otomano. En 1917 los británicos entraron a Bagdad y, con la creación de Irak, se convirtió en capital.
Bagdad puede ser vista desde la geopolítica de sus conflictos, que la hacen figurar a diario en las noticias, desde la cotidianidad de sus habitantes y desde las leyendas que se le adjudican. Las tres miradas, al final, confluyen.
Bagdad, donde las paredes lloran
Bagdad me dio la bienvenida con cotidianos cortes de luz y llena de peregrinos camino a Karbala. La torre de Babel fue sin duda construida aquí: todos gritan, pero pareciera que nadie entiende a nadie. “Es Irak”, me dice mi guía. En todas las grandes calles vi carros de combate otrora usados por las tropas estadounidenses y ahora en manos del ejército de Irak.
En un modesto restaurante terminé hablando con el mesero, un iraquí educado en Manchester y ahora mal pagado. Me dijo: “Aquí en Irak, para conseguir un empleo no hay que tener conocimientos, hay que conocer a los que están en el poder”. El barrio donde estábamos había sido, recuerda Yasser, un barrio floreciente. Hoy es un vecindario hundido en la crisis. “El país cambió de mal a peor y estará aún peor en el futuro”.
La ciudad está tensa por los ataques terroristas, pero el despliegue militar es, me dicen, el usual. Bagdad luce sucia, como un pueblo después de una tormenta de arena. Bueno, sufrió una tormenta de tropas extranjeras. Las basuras son parte del paisaje. Para Yasser, la suciedad es tristeza. Me dice: “En esta ciudad las paredes lloran”.
El gran empleador es el Estado y éste depende del petróleo. Siendo la seguridad un gran problema, las Fuerzas Armadas son una alternativa laboral. A orillas del río Tigris terminé hablando con un psicólogo cuya opción fue incorporarse a la policía. Pero dentro de las filas la frustración es grande. En Salman Pak, un soldado me pidió que le ayudase a conseguir un trabajo para dejar el Ejército.
Durante el gobierno de Sadam Husein los letreros religiosos en homenaje a Alí, yerno del profeta Mahoma, estaban prohibidos. Hoy se ven en calles y mercados sin problema. Los chiitas, perseguidos por Sadam, ahora celebran públicamente su fe. No es el retorno de los chiitas, siempre han estado ahí, pero antes se ocultaban. Pero sí hay un grupo de habitantes de Bagdad ocultos: los niños con malformaciones y con cáncer fruto del uranio empobrecido y otras armas usadas por Estados Unidos. ¿Cómo decir que la guerra ha terminado en una ciudad con tantas personas con alteraciones y abortos causados por las armas del ocupante?
A pesar de todo, el mercado sigue. Sus calles comerciales están invadidas de productos chinos. Una de las calles más famosas conduce a la estatua del poeta Mutanabi; es una venta callejera de libros y otras cosas. Aquí conviven copias del Corán con afiches de Mickey Mouse. Pero otras calles perdieron su magia. La calle Rashid, la primera que vio el alumbrado público —en 1917— y una de las más imponentes, es hoy un manojo de fachadas a medio derruir.
Cerca de allí me encontré al empresario y escritor Hamid al Hassani, quien me dijo por qué había decidido volver a Bagdad: “La mayoría siempre aplasta a la minoría y yo me devolví para que la minoría creciera un poco”. Después de mucho hablar me regaló una frase: “No tengo tiempo para morir”. Cuando un periodista local notó que era extranjero decidió preguntarme qué hacía una persona como yo en un sitio como ese. Les extraña que alguien quiera visitar Bagdad. Le contesté: “Vine a Bagdad porque quería verla antes de morirme”. No hablar árabe es, para muchos, ser estadounidense y ser estadounidense es sinónimo de tener dinero.
La Bagdad de la infancia de Yasser ya no existe. La torre Sadam y el puente Sadam dejaron de llamarse como el dictador para recibir el nombre de un líder chiita, Mohamed Sadeq al Sadr, y pasaron a ser llamadas torre y puente Sadr. Incluso la cabeza de bronce de Abu Jaafar al Mansur, fundador de Bagdad en el siglo VIII, sobrevivió a la guerra (y a una explosión en 2005), pero hoy es desplazada en el imaginario urbano por el centro comercial recién abierto a pocos metros de la estatua y que lleva el nombre de Mansur.
Otra vez, Mesopotamia en guerra
La guerra de 2003 tiene un ícono: la estatua de Sadam cayendo en la plaza Firdos. Hoy sólo queda su pedestal cubierto. Bagdad es una ciudad bajo control militar y no por ello más segura. Los túneles otrora para peatones en los principales cruces están del todo cerrados.
Hay dos Bagdads: la de los ocupantes (y sus amigos) y la de los ocupados. La “Zona Verde” es una ciudad dentro de la ciudad. Fortificada, allí quedan oficinas del Gobierno, transnacionales del petróleo y buena parte de los extranjeros. Me recuerda las historias medievales donde el rey y su corte vivían amparados del pueblo y de sus enemigos tras unas murallas que lo aislaban de quienes lo mantenían con sus impuestos. No se puede entrar sin ser invitado.
La Bagdad de los ocupados tiene muchos matices. Hay una zona de edificios donde vivían los hombres de la Guardia Republicana de Sadam. Cuentan que cuando llegaron las tropas ocupantes, muchos huyeron dejando abandonadas sus viviendas, que a los pocos días fueron ocupadas por iraquíes incluso de otras regiones del país.
La ciudad ha cambiado. No sólo hay cuarteles hechos parqueaderos sino ruinas. Una parte de Bagdad se cae a trozos, cual ruinas de los bombardeos de 2003, y otra intenta surgir sin lograrlo a través de nuevas construcciones a medio camino. La ciudad está salpicada de lo que un día fueron controles militares y cierres de vías, hoy abandonados.
Hubo un famoso centro comercial en las afueras de Bagdad, el Salman Pak, con jardines, zonas para niños, fuentes, piscinas públicas y tiendas. Ese centro fue destruido no por la guerra sino por el pillaje que siguió a la ocupación de 2003: hasta el mármol de sus paredes fue robado. La ruta entre Bagdad y el parque estaba llena de fincas, pero hoy está llena de barrios de desplazados. Son algunos de los 1,3 millones de desplazados que siguen sin retorno. Ir a ese parque era uno de los paseos de colegio, pero hoy no quedan sino sus ruinas al lado de una histórica puerta de Bagdad del tiempo del profeta Mahoma.
La economía es frágil. Irak (y sus guerras) depende del petróleo. Como decía Robert Fisk: “¿Creen que si Irak sólo produjera zanahorias lo hubiéramos invadido?”. A pesar de su potencial energético, los cortes de luz se suceden varias veces cada día. La poca agricultura se ha visto afectada por las armas químicas usadas por Estados Unidos en la reciente ocupación.
En 2012 Irak superó sus exportaciones anuales de petróleo de los últimos 30 años, llegando a 2,6 millones de barriles al día. Pero los avances en la exportación no se ven reflejados en el desarrollo de las instituciones, en la lucha contra la corrupción, ni mucho menos en las condiciones de vida.
En 2010 se retiraron la mayoría de las “tropas de combate”, pero un número considerable de “asesores militares” sigue allí. Las tropas se fueron pero las petroleras se quedaron: Exxon Mobil, British Petroleum, Emerson y Shell permanecerán por mucho tiempo, tanto como haya petróleo disponible. En la plaza Tahrir hay un letrero contra el terrorismo. Se fueron las tropas pero se quedó la muerte. Un toque de humor negro: aquí sí lo reciben a uno con “bombas” y platillos.
La “fatiga de Irak” es de la opinión pública, de los donantes internacionales, de la prensa y hasta de las tropas ocupantes. Nadie quiere saber nada más de Irak, casi todos desean pasar página y centrarse en otros temas.
Irak es ahora un lugar inseguro y destruido, donde el agua potable es un lujo. Un país petrolero dependiente de generadores eléctricos que funcionan con combustible proveniente del mercado negro. No se sabe bien quién ganó la guerra; tal vez las petroleras. Pero sin duda Irak la perdió.
Bagdad del ábrete sésamo
Aladino liberó una esclava, Morgiana, que le ayudó en sus aventuras. Aquí, en la calle Kahramana, está ella, inmortalizada en piedra, echando aceite hirviendo a los cuarenta ladrones escondidos en tinajas. La lámpara maravillosa tiene una inmensa réplica tan grande como su genio al frente del Teatro Nacional. Y Sherezada cuenta sus historias al rey Shahryar a la orilla del río Tigris (todos los que escribimos tenemos algo de Sherezada, contamos historias esperando que nuestros lectores nos mantengan vivos).
Si bien es cierto que la historia de Alí Baba parece ser originaria de Sudán, la de Aladino de Aleppo (actual Siria) y las Mil y una noches están llenas de tradición persa, no por eso es menos real que Morgiana, Sherezada y la lámpara de Aladino son parte de Bagdad.
También hay más de 40 ladrones en el parlamento iraquí, donde la corrupción es una constante. También los civiles quisieran que la lámpara de Aladino funcionara para pedir, por lo menos, que cesen los carros bomba. También EE.UU. es una Sherezada que inventa historias para tratar de ganar con las palabras una guerra que perdió.
En 1257 los mongoles arrasaron Bagdad, y cuenta la leyenda que el río Tigris se tiñó de rojo de sangre y luego de negro de tinta, por la destrucción de las bibliotecas. Hoy es gris plomizo de basura. Total, el Tigris no es como lo pintan.
En una triste y mágica cotidianidad de la guerra confluyen las tres versiones de esta ciudad. Con rezagos del embargo de los años noventa, huellas de la dictadura y cicatrices de la ocupación. Sí, hay tres Bagdads: la difuso de los cuentos de Oriente y sus alfombras voladoras, la estudiada en las clases de geopolítica y la cotidiana de su mercado de pájaros. Las tres son a su manera posibles. La magia está en que uno, de paso por Bagdad, puede tomar de cada una lo que más le guste.
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