miércoles, 27 de septiembre de 2017

PANEL: HISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DEL CERCANO ORIENTE, UN DIÁLOGO CONTINUO.


Recientes investigaciones sobre Egipto y Palestina

29/09/2017 - 15hs. 
Instituto de Historia Antigua Oriental "Dr. A. Rosenvasser"
 25 de mayo 217, 3er piso, CABA.

Coordinadora: Dra. Susana Murphy;
Panel: Dr. Bernardo Gandulla, Dr. Marcelo Campagno, Dr. Ianir Milevski, Dra. Roxana Flammini y Dr. Emanuel Pfoh
Organizado por:
-Instituto de Historia Antigua Oriental "Dr. A. Rosenvasser", Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
-PICT (Raíces) "Relaciones entre Egipto y Palestina a fines del IV milenio a.C.: aspectos socioeconómicos, políticos e ideológicos".

Panel:
Dr. Bernardo Gandulla, Universidad de Buenos Aires
Dr. Marcelo Campagno, Universidad de Buenos Aires - CONICET
Dr. Ianir Milevski, Israel Antiquities Authority- Programa Raíces, Mincyt
Dra. Roxana Flammini, Pontificia Universidad Catolica Argentina - CONICET
Dr. Emanuel Pfoh, Universidad Nacional de La Plata - CONICET

En los últimos años, una masiva cantidad de datos extraídos de excavaciones arqueológicas en Egipto y el Levante (Siria-Palestina) ha sido confrontada con la información de los textos escritos en cada una de estas regiones. A las tradicionales discusiones sobre el texto bíblico y la arqueología bíblica, se han sumado en el último tiempo los estudios paleo-genéticos. Estos estudios y algunos descubrimientos epigráficos han tratado de trazar un nuevo itinerario para los llamados Pueblos del Mar en la segunda mitad del II milenio a.C. Otros estudios se han centrado en las relaciones entre Egipto y el Levante en distintas etapas. Se destacan los avances en la primera presencia de Egipto en el Levante meridional a fines del IV milenio a.C. y las discusiones sobre el carácter de la primera urbanización en Palestina. Además, se destaca el estudio de las relaciones en el II milenio entre Siria-Palestina y Egipto, especialmente durante el llamado período de El Amarna, pero también el rol de Egipto en el Levante meridional luego de la crisis del siglo XII a.C. y el reordenamiento sociopolítico de la región.

BELICISMO, GLOBALISMO Y AUTORITARISMO (I)

Claudio Katz1

En diciembre se desarrollará en Argentina la conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en julio del 2018 la cumbre del G 20. Son dos cónclaves de gran relevancia que reúnen a los principales funcionarios del establishment internacional. 
En el primer encuentro los popes de las empresas transnacionales actualizarán la agenda de la globalización. Discutirán un cronograma de liberalización del agro, la industria y los servicios. 
El G 20 abordará las prioridades geopolíticas. Desde la crisis económica del 2008, un nuevo grupo de actores estratégicos fue incorporado a la gobernabilidad mundial. 
Pero ya nadie recuerda las pacíficas cumbres de los mandantes del sistema. El Brexit y Trump modificaron radicalmente el tono de los encuentros presidenciales. Los unánimes elogios al capitalismo neoliberal han sido sustituidos por reuniones que concluyen a los gritos. En la última cita de Hamburgo los choques entre Estados Unidos y Alemania desbordaron todos los protocolos de la diplomacia. 
Estas pugnas entre gigantes continuarán en Argentina y Macri espera lograr alguna palmadita de los poderosos por su rol de anfitrión. Aspira a liderar la derecha latinoamericana exhibiendo sintonía con todos los reaccionarios del orbe. Para lograr el beneplácito de Trump, el presidente argentino acepta las exigencias estadounidenses de apertura comercial. Para ganar el favor de Merkel acelera las negociaciones de un acuerdo de libre-comercio, que favorecería a la Unión Europea en desmedro del Mercosur. 
Pero la percepción de las cumbres globales también ha cambiado en el ánimo popular. Las disidencias por arriba incentivan las resistencias por abajo. Por eso recobran fuerza las movilizaciones contra los dueños del mundo. 
Siguiendo la tradición que consagró la derrota del ALCA, ya se prepara en Argentina el rechazo a la OMC y el G 20. Varias organizaciones trabajan en la gestación de actividades para confrontar con el belicismo imperial estadounidense, el globalismo librecambista de las firmas transnacionales y la restauración conservadora en América Latina. Son tres batallas conjuntas contra los opresores de los pueblos. 
Pero los cónclaves de los poderosos también obligan a evaluar el nuevo escenario. ¿Qué pretende Trump y cuál es la viabilidad de sus agresiones? 
RECUPERAR PRIMACÍA ECONÓMICA 
El millonario intenta aprovechar la supremacía geopolítica y militar de su país para revertir el declive económico de la primera potencia. Estados Unidos ha sido el principal impulsor de un cambio neoliberal, que en las últimas décadas favoreció a China. El gigante asiático se convirtió en una potencia central que compite por la primacía económica global.
El ocupante de la Casa Blanca intenta modificar ese resultado con un reordenamiento pro-yanqui de los tratados comerciales. No encara un repliegue proteccionista y es erróneo suponer que propicia la regresión a los bloques aduaneros de los años 30.
Trump no quiere, ni puede revertir el cambio estructural introducido por la preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de internacionalización de la economía se afianzó, al cabo de tres décadas expansión de las inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima de la producción. El exótico mandatario sólo busca reordenar los términos de esa globalización a favor de su país, mediante negociaciones a cara de perro.
Intenta contrarrestar los grandes desbalances que afectan a Estados Unidos, evaluando que la crisis del 2008-09 golpeó más a los rivales que a la primera potencia. Pretende especialmente corregir el monumental déficit comercial estadounidense con China, Alemania, Japón, México y Canadá. Exige a esos países una mayor apertura en los sectores de alta competitividad yanqui.
En el 2016 Estados Unidos registró un desequilibrio total del comercio de bienes de 750.000 millones de dólares, pero un superávit de 250.000 millones en el segmento de los servicios. Esa desproporción obedece a la emergencia de una economía digital liderada por compañías norteamericanas (comunicaciones, plataformas, finanzas, comercio electrónico).
Washington sólo puede extraer provecho de esas ventajas si restaura la negociación bilateral y prioriza las leyes nacionales en desmedro de los arbitrajes internacionales.
Muchas reglas multilaterales de la OMC -que obstruyen las tratativas directas entre los países- se han convertido en un obstáculo para Estados Unidos. Por eso Trump pretende recuperar instrumentos de represalia unilateral, socavando los mecanismos de la OMC para zanjar controversias. Este giro es el principal sentido de su lema “America first”.
Las negociaciones sobre el comercio electrónico son el punto de partida de esta reorientación. Trump exige plena libertad de las empresas para el manejo de los datos, los códigos y la localización de los servidores. Estas definiciones convalidarían el control estadounidense del sector.
El multimillonario repite la estrategia comercial agresiva que desplegó Reagan. También retoma la política monetaria y cambiaria que ensayó su antecesor para absorber capital foráneo. Por eso intenta conciliar tasas de interés elevadas con un dólar fuerte y al mismo tiempo competitivo.
Trump sabe que Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido. Pero favorece a las firmas de alta tecnología, con la intención de relocalizar actividades automatizadas que utilizan mano de obra calificada. Refuerza también la preponderancia internacional de Wall Street, con mayor desregulación financiera y privilegios impositivos a los bancos.
Trabaja además a favor del lobby petrolero eliminando restricciones a la contaminación. Exhibe un descarado negacionismo climático en medio de huracanes, sequías y variaciones extremas de la temperatura.
Con un gran despliegue de xenofobia busca adicionalmente sustento en la clase obrera para su política neoliberal. Propicia límites a la movilidad de la fuerza de trabajo con la intención de actualizar la vieja segmentación de los asalariados estadounidenses.
Su estrategia apunta a doblegar a China. Trump demanda la apertura de áreas claves de la economía oriental (telecomunicaciones, energía, finanzas) a las empresas yanquis. Ofrece como contrapartida a Beijing cierta participación en la renovación de la infraestructura norteamericana.
El presidente de los exabruptos discute con los adversarios alemanes una agenda semejante. En este caso despliega una agresividad menor, apostando a la sumisión del estrecho aliado de posguerra. La negociación con los subordinados o apéndices directos del imperio (como Japón y Canadá) es más amistosa.
SOCIOS MUY INCIERTOS
Trump necesita alguna sociedad con países que puedan sintonizar con su estrategia. Desde el Brexit Inglaterra es el principal candidato a esa convergencia. El mandatario bravucón ofrece a los conservadores británicos respaldo bilateral para confrontar con Alemania, en la dura negociación por la salida de la Unión Europea.
El Brexit tiene parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de posiciones económicas británicas a través de fuertes restricciones a la inmigración, mayor diversificación del comercio y creciente desregulación financiera.
Inglaterra ha perdido posiciones económicas y pretende retener el máximo acceso al mercado unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir al mismo tiempo el arancel aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar acuerdos comerciales con otros países y para manejar su política inmigratoria.
Es lo mismo que plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la globalización, pero con estrategias comerciales propias y una gestión unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del England First se intenta mejorar la performance de una vieja potencia en la internacionalización europea.
Pero con la economía estancada y la productividad en retroceso los británicos tienen poco espacio para esa operación. No cuentan con las espaldas de Estados Unidos para encarar una apuesta tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit) ya perdió peso frente a la andanada de objeciones germanas.
Alemania no acepta la revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los millonarios compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al incorporarse a la Unión. Como las tratativas se desenvuelven en un limbo, los bancos y las automotrices no saben si quedarse o irse del país. Tampoco hay resolución a la vista para el estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los dos millones de ingleses afincados en Europa.
No se sabe, además, cómo se mantendrá abierta la frontera de Irlanda del Norte con el Sur (que permanece en la Unión). La propia existencia del Reino Unido está en juego, si Escocia decide celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su asociación de tres siglos con Inglaterra.
El eventual empalme estadounidense con los británicos es tan incierto, como el acuerdo que Trump intenta con Rusia. Moscú es el principal adversario geopolítico de Washington desde hace mucho tiempo y el grueso del establishment norteamericano (Pentágono, Departamento de Estado, CIA, prensa) se opone a cualquier pacto de largo plazo.
Esa animadversión hacia Rusia ya desbarató varios intentos de aproximación con Putin. El complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto a la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de espionaje (Rusia-gate), para obstruir cualquier convergencia con el aliado seleccionado por Trump.
El escandaloso mandatario logró en cambio reafirmar la vieja asociación de petróleo y armas, que Estados Unidos mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión es vital para sostener al dólar como moneda internacional, frente a los intentos de sustituirla por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los sauditas accedieron, además, a realizar compras multimillonarias al Pentágono y a invertir en la infraestructura estadounidense.
¿INTERVENCIÓN DIRECTA O GUERRAS POR DELEGACIÓN?
El principal instrumento de la estrategia económica de Trump es el poder imperial norteamericano. Su gran dilema es cómo utilizar esa monumental fuerza geopolítica y militar. Afronta dos posibilidades.
La primera sería restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar el modelo agresivo de Bush. Insinúa grandes operaciones que sintonizarían con el clima ideológico creado por sus diatribas contra las drogas, el terrorismo y los inmigrantes.
Esa escalada también convergería con el interés del Pentágono, que ya logró un nuevo aumento del presupuesto. Entre el 2001 y 2011 el incremento del gasto militar permitió cuadruplicar las ganancias de los fabricantes de cadáveres. El viejo complejo industrial militar ha integrado al pujante sector informático y esa articulación requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante. Las guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios yanquis para tapar escándalos políticos y desviar la atención de la población.
Una segunda posibilidad supondría reconocer que Estados Unidos no está en condiciones de consumar aventuras bélicas de gran escala. Por eso se propiciarían las acciones protagonizadas por los socios o vasallos del imperio. Esas guerras por delegación se desarrollan con asesoramiento del Pentágono, pero sin la intervención directa de los marines.
¿Cuál de las dos opciones está priorizando el reaccionario ocupante de la Casa Blanca? Sin descartar la primera alternativa, hasta ahora ha optado por la segunda, en los tres principales focos de tensión internacional.
Luego de retomar los bombardeos en Siria eludió la presencia de tropas, en un país ocupado por múltiples ejércitos. Llegó además a un acuerdo con Putin para congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con división de zonas bajo la protección de cada contendiente. Incluso aceptó la continuidad de Assad, diluyendo la programada contraofensiva de los mercenarios que financia el Departamento de Estado.
Pero Trump combinó esa tregua con un visto bueno a Israel para que actúe contra Irán, a través de atentados o amenazas de ataque al laboratorio de armas atómicas. También sostiene a los sauditas en su genocida guerra del Yemen y en su ultimátum a Qatar para que rompa con Teherán.
El mandatario yanqui avala el eje belicista de Arabia Saudita con Egipto, frente a la línea conciliadora de Qatar con Turquía, que alienta acuerdos energéticos con Rusia y una zona de comercio fluido con China. Como la guerra de Siria afianzó la presencia de las potencias no occidentales en la región, Trump quiere recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices.
Pero interviene a través de esos agentes y no mediante sus propias tropas. El desbocado presidente confirmó esa política de acción indirecta, con la mega-bomba que lanzó para impresionar a los vecinos de Afganistán. Elevó la escala de su pedagogía del terror y reforzó la presencia militar en esa estratégica región. En un lugar de gran entrecruzamiento de fronteras con China, Irán, India y las ex repúblicas soviéticas, Trump exhibe el mismo alarde de poderío que desplegaron sus precursores demócratas y republicanos.
El millonario también ha subido el tono de las agresiones verbales contra Corea del Norte, manteniendo hasta ahora la prudencia militar. Su amenaza de arrasar ese país es coherente con la masacre que perpetraron los yanquis en los años 50. Posteriormente convalidaron la misma agresión con la división del territorio y la obstrucción de cualquier negociación de paz. Conviene recordar que la única potencia que alguna vez utilizó la bomba fue Estados Unidos. Con lenguajes primitivos Trump ni siquiera recurre al disfraz de las intervenciones humanitarias.
Pero entre tanto palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos que ensayan India y Francia. El diabolizado país suscita tanta reacción porque viola un principio básico de la hipocresía nuclear, que asigna a ciertas naciones el derecho a destruir y a otras el destino de ser destruidas.
Trump sabe que las opciones militares son muy limitadas, en la medida que Pongyang pueda convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas nucleares tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir lo hecho en Irak o Libia.
Para lidiar con ese dato Trump militariza la zona con un sistema de anti-misiles que barre a toda la región. Acelera el rearme de Japón y ya venció las reticencias del gobierno surcoreano a la instalación de un arsenal nuclear más devastador. Aumenta además la presión sobre China para que doblegue o asfixie económicamente a Corea del Norte. Con esa combinación de acosos sigue buscando la forma de quebrantar a un régimen aislado.
En Europa, Trump actúa con menor belicismo que Obama. Ha disminuido la presión sobre Ucrania y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a Rusia. Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses en el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor financiamiento de la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto militar por parte de la Unión Europea.
Seguramente Trump utiliza también los atentados yihadistas para conseguir sus objetivos. Una parte de esos grupos es directamente manipulada por sus creadores del Departamento de Estado. Los fundamentalistas se trasladan de un lugar a otro sembrando el terror, bajo la sospechosa inacción de los servicios de inteligencia. Su comportamiento bestial sirvió para demoler varios países (Irak, Libia, Siria) y actualmente facilita la militarización de las relaciones internacionales.
Este clima contribuye a instaurar los estados policiales que propicia el Pentágono. Trump incentiva esos regímenes para imponer la subordinación de Europa y el debilitamiento del competidor alemán. Las tensiones bélicas son un gran instrumento para reconstruir el poder económico estadounidense.
ATROPELLOS SIN RUMBO
¿A nueve meses de su asunción Trump avanza en el relanzamiento de Estados Unidos? Hasta ahora sólo se vislumbran tensiones sin desenlaces a la vista.
Sus socios conservadores de Inglaterra fracasaron en las recientes elecciones y no lograron encarrilar el Brexit. Los sectores pro y antieuropeos tienen igual predicamento entre las clases dominantes y el resurgido laborismo pone serios límites a la ruptura con el Viejo Continente.
Todo el paquete de restitución de potestades legales de Europa a Gran Bretaña está frenado y el gobierno ya extendió el plazo límite, para el comienzo de la separación (2019). Como el partido que promueve la salida en forma más extrema (UKIP) se desmoronó en los últimos comicios, reaparecen las posibilidades de reversión del Brexit.
Las mismas desventuras afrontan los potenciales socios de Trump en la derecha europea continental. El electorado de esa región busca a ciegas caminos para oponerse al neoliberalismo de los partidos tradicionales, pero se distancia de la ultra-derecha, cuando avizora su llegada al gobierno. Por eso Le Pen y los reaccionarios de otros países (como Holanda) afrontan un serio techo. En los hechos sus proyectos son parcialmente absorbidos por la derecha convencional.
Trump tampoco logra espaldarazos entre sus cortejados colegas de la dirigencia rusa, que consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea. Esa elite desconfía del pérfido funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación. Las virulentas presiones anti-rusas del poder subyacente en Washington siguen dinamitando cualquier acercamiento con Putin.
También China demuestra poca disposición a negociar bajo chantaje con Trump. Responde fuerte a las provocaciones del millonario y se ha embanderado con la agenda de Davos de profundización del libre-comercio. Exhibe fidelidad al neoliberalismo y busca atraer á las empresas transnacionales enemistadas con Trump.
La resistencia más sorprendente al mandatario yanqui proviene de Alemania. Merkel decidió confrontar con el magnate e intenta sumar a Macron a un eje común de rechazo a las exigencias estadounidenses. Intensifica giras por el mundo para ensayar políticas autónomas y sugiere la conveniencia de un alineamiento militar con Francia. Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación transatlántica.
Pero ninguno de esos obstáculos externos se equipara con la oposición que afronta Trump dentro de su propio país. Su mandato transita por un tormentoso carril de incontables conflictos. No logró disciplinar a su bancada para aprobar el régimen sustituto del Obamacare y tiene trabado su plan de reforma tributaria.
Varios jueces le impusieron, además, vetos a sus decretos de visado anti-musulmán y el intento de expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers) está muy cuestionado.
La improvisación, los fracasos y las renuncias son datos repetidos de su gestión, mientras se multiplican los escándalos por corrupción que afectan a sus allegados y familiares. La pretensión de forjar una presidencia bonapartista para disciplinar a todos los lobistas de Washington naufraga día tras día.
Trump debió eyectar a su principal hombre de confianza (Bannon) y su estratega militar (Flynn) fue reemplazado por dos generales del Pentágono (Mattis, McMaster). Mientras en su círculo de decisiones se afianzan los hombres de la elite empresarial (Tillerson, Perry) y de Wall Street (Mnuchin, Cohn, Rosenstein), los dueños del poder trabajan para desplazar a los últimos espadachines del acaudalado (Pompeo, Navarro, Ross).
Trump redobla su descarnada confrontación con la gran prensa y mantiene la fidelidad de sus bases de la “América Profunda”. Pero no logra doblegar a los jóvenes y militantes, que recientemente encabezaron el repudio a su complicidad con los asesinatos racistas del sur.
La continuidad de su administración es una incógnita y la conspiración para colocar al previsible Pence en la presidencia está siempre abierta. Este escenario es evaluado con mucha atención en América Latina. La agresiva estrategia de Washington contra la región obliga a precisar ciertas caracterizaciones, que desenvolvemos en la segunda parte de este texto.
26-9-2017
RESUMEN
En la OMC y el G 20 se verifican las nuevas tensiones entre potencias. Estados Unidos intenta recuperar primacía económica utilizando su poder geopolítico-militar. Restaura el unilateralismo comercial para hacer valer la competitividad de sus servicios, pero no logra concertar alianzas internacionales. Trump afianza el belicismo eludiendo el uso de los marines. Potencia las tensiones en la esfera internacional afrontando una aguda crisis interna.
REFERENCIAS
-Petras, James. La Élite del Poder en Tiempos de Trump, 11-9-2017, resumenlatinoamericano.org -Scherrer, Christoph. La agenda de política comercial de Trump: más liberalización, 29/06/2017, /www.sinpermiso.info/textos/. 

-Pieraccini, Federico. ¿A quién le interesa un conflicto en Corea del Norte?, 20-5-2017, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2243 
-Armanian, Nazanín. ¡Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento!, 20-8-2017//blogs.publico.es/puntoyseguido/4143/ 
-Rodríguez, Olga. El rearme y el nuevo puzle del poder, 8-6-2017, elperiodico.com/es/opinion/20170607/ 
-Ribeiro, Silvia. Trump, empleo y robots, 19-2-2017, www.motoreconomico.com.ar 
-Justo, Marcelo. Gana aceptación la idea de un Brexit blando, , 3-9- 2017 /www.pagina12.com.ar/60580 
-Anderson, Perry. El sistema se encuentra debilitado, pero no está en sus últimas horas, 19-7-2017, http://contrahegemoniaweb.com.ar 
-Pastor, Jaime. Deconstruir para reconstruir, 13/03/2017, http://vientosur.info/spip.php?article12349 -Glazebrook, Dan. El bloqueo de Catar, el "petro-yuán" y la próxima guerra contra Irán, 19-6-2017 /www.rebelion.org/noticia.php?id=228094
PALABRAS CLAVES
Mundialización, militarismo, crisis

Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Parte II en  https://katz.lahaine.org/belicismo-globalismo-y-autoritarismo-ii/

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Israel "apoya" secesión del Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía

Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada
México, 20/9/17

http://www.jornada.unam.mx/2017/09/20/opinion/024o1pol
Red de Geografía Económica RGE 870/17



El Kurdistán es una nación, más no país aún, cuyos entre 30 o 40 millones de habitantes –según quien realice las estadísticas– habitan en cinco países: Turquía, Siria, Irak, Irán y Armenia, donde comportan importantes minorías en sus regiones montañosas –ubicados en alrededor de medio millón de kilómetros cuadrados–, que son susceptibles de implosionar y hasta de propiciar una serie de balcanizaciones como "efecto dominó".

Tal parece que ese es el objetivo estratégico de Israel, que así pondría en jaque a Irán –potencia chiíta no-árabe– e iniciaría la desestabilización de Turquía –potencia sunnita no-árabe a carta cabal que aún pertenece a la OTAN– cuando el país otomano se aleja cada vez más de Europa y se acerca, pese a todos los avatares recientes, a Rusia, en especial, después del abortado golpe de Estado de la CIA contra el sultán Erdogan.

Israel –estado racista/paria/ Apartheid, cuyo supremacismo sionista se acopla al de Trump: hoy, el mejor aliado del premier Netanyahu–, es la única entidad de los 193 países de la ONU que alienta la secesión del Kurdistán en la parte norte de Irak, donde se ha programado para el 25 de septiembre un referéndum no- vinculatorio que puede provocar expansivos sismos trepidatorios en el Medio Oriente.

La historia del Kurdistán, según autores kurdos, se remonta a más de seis mil años. Los kurdos –20 por ciento de Irak, 20 por ciento de Turquía y 10 por ciento de Siria: el mayor cuarto grupo étnico del Medio Oriente– pertenecen a la rama iraní de la etnia indo-europea con la que comparten muchas costumbres, como el Nouruz (fiesta primaveral), y se han caracterizado por tener estupendos guerreros: sus célebres peshmergas ("quienes buscan la muerte"), como demostraron en las varias derrotas que infligieron a los yihadistas en la región de Mosul (Irak) y en la frontera de Siria con Turquía.

Entre sus legendarios guerreros se encuentra el sultán Saladino, quien, pese a ser kurdo, encabezó a los árabes frente a la Tercera Cruzada y coexistió en forma civilizada con su rival, el inglés Ricardo Corazón de León.

En su aplastante mayoría, los kurdos no-árabes son sunnitas.

El periódico libanés Daily Star comenta que el referéndum constituye un "forraje para la violencia" (https://goo.gl/EWfRRj).

Desde la cartográfica imposición colonial de Gran Bretaña y Francia para repartirse el féretro del imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial (mediante el plan Sykes-Picot), el Tratado de Sèvres de 1920 prometió otorgar un país a los kurdos –desechado y tres años más tarde en el Tratado de Lausanne por las tratativas bajo la mesa de Gran Bretaña e Irak para dividirse el botín petrolero regional.

Pese a todas las invectivas que le son proferidas a Saddam Hussein, sobre todo después de su ahorcamiento inducido por los ocupantes estadunidenses, fue quien concedió su mayor autonomía a los kurdos en el norte de Irak, cuya capital es Erbil y donde abunda su codiciado petróleo en Kirkuk.

Hoy el petróleo de Kirkuk desemboca por un oleoducto hasta el puerto turco de Ceyhan, en el mar Mediterráneo, y desde allí es primordialmente exportado a sus aliados de Israel.

A mi juicio, si el presidente de la región autónoma kurda en el norte de Irak Massoud Barzani promulgase la independencia secesionista del Kurdistán iraquí, seguramente Turquía cerraría el oleoducto Kirkuk-Ceyhan.

Precisamente, la alta vulnerabilidad del Kurdistán iraquí radica en que se encuentra totalmente rodeado de países que pueden ser desestabilizados, lo cual beneficia enormemente a Israel, pero a costa de un elevado precio del pueblo kurdo que puede volver a ser sacrificado en el altar de la geopolítica regional como sucedió con el tratado de Sèvres de 1920.

Por lo pronto, la ONU, Trump –pese a su Santa Alianza con el primer ministro israelí Netanyahu– y las dos principales potencias de la Unión Europea –Alemania y Francia (https://goo.gl/DfhExN)–, han externado su rotunda oposición al referéndum kurdo.

La Suprema Corte de Irak ha exigido también la suspensión del referéndum, mientras el gobierno de Bagdad ha sentenciado en forma categórica que "no permitirá la creación de un segundo Israel".

La postura de los kurdos en todo su espectro geográfico tampoco es homogénea. The Daily Star expone sus "divisiones internas" en los cinco países donde habitan con su "miríada de partidos, patrones (sic) y facciones".

El analista israelí Zvi Bar’el comenta que la "independencia del Kurdistán podría crear estragos en Medio Oriente", pero que a juicio de la polémica ministra de justicia israelí Ayelet Shaked "beneficiaría a Israel" (https://goo.gl/4vn3mc).

Para Zvi Bar’el, el apoyo del primer ministro Netanyahu a la independencia del Kurdistán "es una daga en los ojos del presidente turco Recep Tayyip Erdogan".

Más aún: Zvi Bar’el cita a Yair Gola –anterior jefe de Estado mayor del ejército israelí– quien durante una conferencia en Washington (sic) apoyó la secesión de los kurdos también en Turquía (súper sic).

A juicio de Zvi Bar’el, las "declaraciones de Netanyahu, Shaked y Golan fueron ampliamente difundidas en los medios turcos y kurdos, pero es dudoso que tales declaraciones públicas hagan un favor (sic) a los kurdos".Obviamente que Israel, más que la "independencia de los kurdos", busca la implosión de los cinco países donde habitan –Irán, Turquía, Irak, Siria y Armenia– que no son nada favorables al Estado sionista y apoyan la independencia negada del pueblo palestino.

Tanto el general James mad dog Mattis, como el secretario de la Liga Árabe, Ahmed Abu al-Rit, han visitado al presidente Masud Barzani de la región autónoma kurda de Irak para persuadirlo de posponer el referéndum en forma infructuosa.

Israel, EU, Gran Bretaña y algunos países de la UE abastecen de armas a los kurdos en los cinco países donde se encuentran esparcidos.

El primer ministro de Irak, Haider al-Abadi, en una entrevista a AP, comentó de que Irak se encontraba preparada para intervenir militarmente en la región donde se celebrará el referéndum, en caso de una explosión violenta.

Muchos analistas no ven como el primer ministro iraquí, que apenas acaba de reconstruir a su ejército después de las heridas que le propinaron los yihadistas, frente a la fuerza quizá superior de los kurdos –al menos que intervengan Irán y Turquía, lo cual, a mi juicio, sería el precio de la trampa israelí.

The Daily Star expone el punto de vista de analistas regionales, según el cual "Masud Barzani usa el referéndum como regateo en su disputa con el gobierno central de Bagdad sobre la asignación del presupuesto federal (sic), así como el reparto de las exportaciones del petróleo".

The Daily Star señala que "Masud Barzani ha amenazado con violencia en caso de que las tropas de Irak o las milicias chiítas intentan moverse a los territorios en disputa que ahora se encuentran bajo el control de los pershmergas, específicamente en la pletórica ciudad petrolera de Kirkuk".

Hadi Al-Ameri (https://goo.gl/aLjsHT), mandamás de la poderosa organización Badr, apuntalada por Irán en suelo iraquí, advirtió de que el referéndum podría desembocar en la secesión y en una guerra civil: ¡El sueño anhelado de Israel!

lunes, 4 de septiembre de 2017

La alianza ruso-china y el nuevo orden mundial

Augusto Zamora R.


 Rusia y China suman casi 27 millones de kilómetros cuadrados y 1.500 millones de habitantes. Si se agregan sus aliados (Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán, Irán, etc.), se añadirían otros cinco millones de kilómetros cuadrados y 300 millones de personas, para redondear –grosso modo- 32 millones de km2 y 1.800 millones de habitantes. Más que toda África (30,37 millones de km2 y 1.220 millones de habitantes). Sus costas y las de sus aliados se extienden desde Camboya, en Indochina, hasta el mar de Barents, controlando el mar Caspio, con proyección dominante sobre el mar Negro y decisiva sobre el Báltico. La alianza con Irán les permite proyectarse con fuerza sobre el golfo Pérsico y el océano Índico y, desde Siria, tener presencia en el Mediterráneo. En otras palabras, la alianza chino-rusa domina la inmensa masa euroasiática con una potencia incontrastable y sin rival posible que pueda poner en duda su dominio.
Hay otros dos protagonistas asiáticos de enorme relevancia geoestratégica: India y Paquistán. EEUU ha querido atraer a su bando a India, potencia dominante del Índico, pero ha encontrado dos obstáculos insalvables. Uno, India tiene su propia agenda como potencia regional, que no incluye alineamientos dudosos e inciertos. Dos, India es aliada estratégica de Rusia –como antes de la URSS- y no parece estar en sus planes romper esa alianza –entendida por Delhi como esencial- para convertirse en peón de una potencia marítima lejana e irrelevante en el Índico. Paquistán, rival de India, país con el que ha mantenido tres guerras (todas perdidas) y mantiene un duro contencioso territorial por Cachemira, ha sido y sigue siendo aliado de China, país con el que tiene vigorosos vínculos militares, económicos, comerciales y estratégicos, que no cesan de aumentar. Es aliado si y no de Washington, según giren los aires en según qué temas. No parece factible que abandone a Beijing para abrazarse a EEUU, país con mucha reputación y un cine dominante, pero que es incapaz de ganar una guerra. Sus aciagas experiencias en Vietnam, Iraq y Afganistán son ejemplos de su mal hacer militar.

Por demás, Rusia y China no cesan en su proyecto, posiblemente el más ambicioso y singular del mundo actual, de hacer de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), un foro angular en Eurasia. En junio pasado, Paquistán e India entraron a la OCS, como miembros de pleno derecho, hecho relevante que no recibió mayor atención en los medios occidentales. Paquistán ingresó apadrinado por China e India lo hizo avalada por Rusia. Con estos dos nuevos miembros, la OCS reúne el 60% del territorio euroasiático, el 45% de la población del planeta y el 20% del PIB mundial. Obviamente, el ingreso de los dos países a la OCS no hace desaparecer sus rivalidades, desconfianzas y contradicciones, pero no es menos obvio que la OCS ofrece, por vez primera, un foro de peso para canalizarlas y dialogar sobre ellas, bajo la mirada atenta de Rusia y China.

Los movimientos en Eurasia no quedan ahí. India, Irán y Afganistán firmaron un acuerdo, en junio de 2016, para la construcción de un gran puerto en Chabahar, Irán, que servirá de enlace clave para el tránsito de mercancías entre esos países y Asia Central y Afganistán. Con Chabahar, Irán dejará de depender de Emiratos Árabes Unidos para la carga y descarga de grandes buques. A India le servirá para ‘saltar’ la valla de Paquistán, que obstaculiza el comercio hindú hacia esas regiones. Afganistán, por su parte, hará de Chabahar su principal puerto de salida al mar.

China y Paquistán también han movido sus fichas portuarias. En noviembre de 2016 empezó a funcionar el puerto de Gwadar, en Paquistán, parte esencial del Corredor Económico China-Paquistán (CECP), de 3.000 kilómetros de longitud, acordado en 2013 e iniciado en 2015. China está haciendo inversiones en infraestructuras por 46.000 millones de dólares, cantidad que triplica la inversión extranjera recibida por Paquistán entre 2008 y 2015. El CECP conecta la ciudad china de Kashgar, en Xinjiang, con el océano Índico, en un movimiento geoestratégico que deja grandes beneficios a Beijing. Da a China acceso directo a Oriente Medio y una influencia más fluida en África; le permite reducir el peso del estrecho de Malaca, controlado por la flota de EEUU (y por donde sigue pasando buena parte de su comercio); hace contrapeso al puerto de Chabahar y, como colofón, reduce la influencia de EEUU en Paquistán. Éste país gana –además de desarrollo económico, empleo y modernización de sus infraestructuras- un pulso a India en su enquistado conflicto por Cachemira, pues el CEPC pasa, justamente, por la Cachemira que India reclama como propia. Hay otro aspecto que amerita destacar. Como expresó el primer ministro paquistaní, “el CEPC es un nuevo concepto de diplomacia basado en objetivos compartidos de prosperidad para Paquistán y la región, y un proyecto para eliminar la pobreza, el desempleo y el subdesarrollo”.

Rusia también juega con India como copartícipe de nuevas rutas. En julio de este año, se anunció el proyecto indo-ruso de crear el corredor “Norte-Sur”, que uniría Bombay con San Petersburgo, a lo largo de 7.200 kilómetros. El trazado del Corredor Norte-Sur pasa a través de Irán y Azerbaiyán, uniendo los puertos de Kandla y Nhava Sheva, en India, con Bandar Abbás, en Irán, desde donde saldría un tren hacia Rusia. Un corredor que seguiría los pasos de la Nueva Ruta de la Seda, a través de la cual China quiere unirse a toda Eurasia y África. De hecho, cada semana salen trenes de China rumbo a España y, en enero pasado, entró en funcionamiento la ruta Yiwu-Londres, que une Gran Bretaña y China, a través de 12.000 kilómetros, en 18 días, por 30 en barco.

Un hecho destaca en esta ‘fiebre’ de rutas comerciales: las cuatro grandes potencias compiten pacíficamente entre sí y las rutas que promueven no se niegan unas a otras. Se complementan. Rusia apoya el proyecto chino de Nueva Ruta de la Seda y China la Unión Económica Euroasiática (UEE), la gran apuesta rusa. Irán firmó con Paquistán, en 2014, nueve memorandos de entendimiento y, en marzo de 2016, seis acuerdos de cooperación. “La seguridad de Paquistán es nuestra seguridad y la seguridad de Irán es la seguridad de Paquistán”, resumía el presidente iraní, Hasán Rohaní.

Antes de la XII reunión del G-20, el presidente chino, Xi Jinping, pasó por Moscú, en visita oficial, siendo ésa su reunión número 22 con Vladimir Putin, desde que Xi fue nombrado presidente, en marzo de 2013. Más de cinco reuniones por año; de media, una cada dos meses. Si agregáramos las reuniones de vicepresidentes, ministros, etc., rusos y chinos, tendremos lo que hay: un diálogo permanente y diario entre Moscú y Beijing, lo que permite hacerse una idea del grado entendimiento existente entre los dos colosos. Xi y Putin examinaron la creación de una zona de libre comercio entre China y la UEE, así como la participación china en la construcción del tren de alta velocidad Moscú-Kazán. Además, suscribieron acuerdos de cooperación en campos tan diversos como el energético, el espacial y el alimentario. Se busca aumentar los intercambios comerciales hasta los 200.000 millones de dólares e incrementar las inversiones chinas en Rusia hasta 12.000 millones para 2020. Se creó, también, un fondo de inversión chino-ruso para promover las relaciones entre el noreste de China y el Extremo Oriente ruso. Como señaló Xi Jinping, China “se ha convertido en el mayor socio comercial de la región del Lejano Oriente de Rusia”. “Las partes están trabajando en proyectos de cooperación prometedores como la conversión profunda de recursos, la logística portuaria, la agricultura moderna y la cooperación infraestructural”, terminó diciendo Xi.

Capítulo especial es la colaboración militar sino-rusa. En junio pasado, en Astaná, los ministros de Defensa de los dos países firmaron una hoja de ruta para el desarrollo de la cooperación en el ámbito militar entre Rusia y China entre 2017 y 2020. Como indicara el gobierno chino, la firma del documento demostraba “el alto nivel de la confianza mutua estratégica y la cooperación estratégica entre los dos países”. Los órganos de defensa de China y Rusia mantienen “consultas regulares sobre la seguridad estratégica”, la última de ellas en septiembre de 2016. Rusia es el único país que suministra a China grandes cantidades de productos y servicios de uso militar. El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, durante una visita a Beijing, en noviembre de 2016, dijo que el volumen de ventas rondaba los 3.000 millones de dólares anuales.

Comparar esta suma espectacular de proyectos e iniciativas de los colosos asiáticos y Rusia con lo que acontece en Europa y EEUU da una idea bastante aproximada del futuro y del pasado del mundo. No hay proyectos equivalentes en este Occidente envejecido y roto. Su proyección exterior, en las últimas dos décadas, ha sido una suma de guerras e intervenciones –armadas o no- que han desestabilizado al vecindario, de Ucrania al Magreb. La exigencia del presidente Trump a Europa es que aumente su gasto militar. La OTAN quiere más tropas a Afganistán y aumentarlas en Siria. Guerra y pólvora desde un modelo económico-social agotado, insolidario y oxidado. La OTAN afila su maquinaria militar contra adversarios que le quintuplican en recursos, espacio, alcance y movilización. Que dominan un territorio inconquistable y que, aunque también se están armando hasta los dientes, están construyendo pacíficamente la economía del siglo XXI. No es misterio de Eleusis predecir cómo terminarían unos y otros. La economía y el futuro están en Eurasia y esta península Europa debería sumarse a ella, en vez de pensar suicidamente en retarla. Las nuevas reglas del mundo pasan por la cooperación, el desarrollo y la paz. Las guerras tardo-imperiales y el militarismo son reflejos pavlovianos caducos. ¿Entenderán, aquí, a tiempo, las nuevas reglas?

Augusto Zamora R., autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016.

Fuente: RGE 826/17
Augusto Zamora R. 2977/17
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229685&titular=la-alianza-ruso-china-y-el-nuevo-orden-mundial-