lunes, 24 de mayo de 2021

Palestina e Israel, una encrucijada geopolítica

 

 Imagen del artista palestino Ismail Shammout

Por Martín Martinelli

En momentos en que observamos estremecidos los ataques israelíes de destrucción masiva de los palestinos de la Franja de Gaza, nos queda desde nuestros lugares, manifestarnos en oposición a esa matanza compulsiva pero a la vez repetitiva. Ese paisaje, esa geografía, resulta controvertida para explicarla solo tomando una foto del presente. También resulta necesario preguntarse qué relación particular tienen con esta porción de territorio que es relativamente escueta, que no posee grandes yacimientos, o riquezas en materias primas, pero directas, el tema es encontrarse en un sitio nuclear a nivel geoestratégico y geopolítico.

Algunas de las posibles respuestas las encontramos al observar la sacralidad de ese pequeño pasadizo, antiguamente la franja sirio-palestinense, una costa del Mediterráneo, puerta geográfica a esa parte de Asia, contacto marítimo dentro de ese mar interior, pero quizás no tan relevante como pudiera ser el Canal de Suez. Entonces, qué razones llevan a estar a esta temática cotidianamente en las planas de los periódicos, en diferentes documentales, en la educación religiosa (entremezclada con lo laico), en películas y en todo tipo de manifestaciones artísticas y no tanto.

Ahora bien, para comprender la causa palestina, el lugar de todas las luchas, es necesario analizar varios elementos. El primero es la reconfiguración del Medio Oriente de estas últimas, al menos, tres décadas, desde la invasión de Iraq por parte de Estados Unidos y un conglomerado de países, a partir de 1991, tras la caída de la Unión Soviética. Ese es un cambio radical en la región en el que, por supuesto, Israel colaboró en todo momento. Partiendo de ese punto, por no ir mucho más atrás, ya que durante el siglo XX y parte del XIX, la región funcionó como un escenario donde las potencias mundiales y regionales disputaron su hegemonía. Los últimos ejemplos más evidentes son la destrucción y matanzas en Siria, Iraq, Libia, Afganistán y Yemen.

El segundo punto son las relaciones de Israel con los Estados árabes, cuyas poblaciones embanderaron la causa palestina como propia. Desde el tratado de paz entre Egipto e Israel, mediado por EE. UU. De 1978-1979 y el tratado con Jordania de 1994. No es para nada menor que Israel haya tenido un plan sistemático de acercamiento a países árabes, ya que en 1979, Egipto al pactar con Israel con la mediación de EEUU, fue expulsado de la Liga Árabe. Recientemente pactó en una llamada “normalización” con Bahréin, Emiratos Arabes Unidos (EAU), Sudán y Marruecos de forma abierta, así como podríamos sumar el caso de Arabia Saudita de manera subterránea.

En el aspecto geopolítico, esto nos otorga varios indicios, EAU es uno de los países más pujantes de la región, no debemos menospreciar la importancia que tiene esto a nivel internacional, así como también la presencia del mayor evento deportivo (y político) mundial que se desarrollará en Qatar en 2022, la Copa Mundial de fútbol. Momento, que de esta forma será usado para intentar maquillar la constante opresión israelí sobre la población palestina. Además, es una forma de acercamiento a la costa opuesta de Irán dentro del Golfo Pérsico (o árabigo), zona donde por donde pasa buena parte de la producción mundial de petróleo a través del Estrecho de Ormuz. Irán el país opuesto a las prerrogativas estadounidenses desde la Revolución Islámica de 1979 y que acaba de firmar un tratado comercial de 25 años con China.

El tercer punto, es que Israel procura y procuró mostrarse como parte de Europa, tanto en su participación en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como en la Unión Europea, así como en las diferente disciplinas donde participa como un país europeo más, cuestión que se contradice con sus coordenadas geográficas. Pero que asimismo, denota su visión del mundo, puesto que desde su declaración más manifiesta de establecer un Estado en esta región tan particular, y nos referimos a la idea esbozada en “El Estado judío” (“Der Judeenstaat” de Theodor Herzl de 1896), su función de punta de lanza de Europa en Asia –¿De occidente en oriente?– no es negada, sino que por el contrario es subrayada por sus diferentes administraciones. Salvando distancias, algo semejante a Estados Unidos, su aliado incondicional, que varía en los nombres y supuestas orientaciones ideológicas, pero que mantiene, en este caso unas prerrogativas básicas respecto de la población palestina a la cual busca expulsar o aniquilar según su geografía.

 El Estado de Israel, en su rol imperialista de acompañamiento a Estados Unidos, tiene al menos, tres políticas hacia Palestina. Primero, un Master Plan de judaización, de desarabización, de generar una mayoría de población judía por una cuestión de mayoría política y basados en un racismo estructural, semejante en algunos puntos al que tanto se hablo durante el “Black Lives Matter” estadounidense. En el caso jerosolimitano es donde esto se hace más explícito. Podemos diferenciar entre la forma utilizada en Jerusalén, declarada capital única, indivisible y eterna en 1980 de manera unilateral y con la intención de minar (hace cuarenta años) la posibilidad de que los palestinos logren su autodeterminación, su autogobierno. Un cuestión central es la Colonia Maale Adunim el objetivo es diseccionar a Cisjordania en dos, o lo que queda de ella.

El plan para el territorio, se cumple aquí de manera exponencial. Una ciudad que hubiese sido un “corpus separatum” para la injusta recomendación de partición de la Declaración 181 de 1947 de la recién nacida ONU, dada su condición de sacralidad para las tres religiones monoteístas que consideran con una misticidad particular a los emplazamientos como la Explanada de la Mezquita para los musulmanes –más de 1600 millones de creyentes–, el Muro de los Lamentos para los judíos –15 millones– y el Santo Sepulcro para los cristianos –alrededor de 2400 millones–.

Segundo, en Cisjordania, donde también se pretende una anexión territorial, que quiso legitimarse en 2020. La expulsión por goteo sucede a las deportaciones masivas de 1948 y 1967. Las colonias de asentamiento (colonialismo del siglo XXI), el órgano de conquista territorial israelí, creció al doble de la tasa de crecimiento de las demás zonas de Israel. Lo antedicho se complementa con la estrategia para la denominada “Judea y Samaria” (nombres de la Torá) Cisjordania, una serie de carreteras, puestos de control, colonos armados y preparados ideológicamente para cometer todo tipo de tropelías contra sus vecinos palestinos, y una presencia cotidiana del ejército israelí a todo nivel, o sea, de un ocupante contra un pueblo impedido de ejercer su soberanía.

Las microviolencias cotidianas se hacen menos perceptible para los medios, o más bien, estos eligen no mostrarla, como explica el documental “Peace, Propaganda & the Promised Land”. Más aún colaboran al no mostrar esa cara del régimen de apartheid israelí y eligen exaltar el supuesto éxito frente al Covid-19, por ejemplo. En síntesis, Israel pretende colonizar y arrebatar estas tierras y sus recursos, controlar exhaustivamente por las fuerzas militares de ocupación, el resultado es una serie de poblaciones inconexas o bantustantes al estilo sudafricano.

Tercero, lo que se está viviendo ahora. Israel, único poseedor de armas nucleares en la región y de los más sofisticados armamentos, incursiona con asesinatos masivos sobre la Franja de Gaza en 2021, tras lo hecho en 2008-2009, 2012, 2014. Este pequeño territorio está bloqueado por tierra mar y aire, una cárcel a cielo abierto. No tiene colonos israelíes desde 2005, cuestión que puede ayudar a entender porque es el elegido como objetivo de sus bombardeos. Además, de la riqueza en sus aguas. Llamado o guerra asimétrica, se trata de un bombardeo de poblaciones enteras y su infraestructura, que buscan resistir con lanzamientos de cohetes, cuyo poder es diametralmente opuesto a las fuerzas del ejército israelí, uno de los más entrenados del mundo. La intención es aniquilar la Franja de Gaza con sus dos millones de habitantes.

Una cárcel a cielo abierto

Tras lo acaecido en la Nakba (catástrofe) de 1948, la limpieza étnica, se entretejió un esquema de negación simultáneo de la identidad palestina y el retorno a sus tierras. Los palestinos son en su mayoría refugiados, y habitan bajo diferentes Estados incluidos el israelí. En sus diferentes geografías, se ven asfixiados en sus posibilidades económicas, restringidos en el uso del agua y de sus tierras; o quedan en una situación intermedia, no especificada por completo, de habitar Israel, pero a un nivel de sometimiento marcado por su diferencia lingüística, no tanto cultural, ya que incluso Israel ha asimilado varios aspectos árabes o palestinos como la música y la comida.

Si repasamos, las últimas tres décadas, ahora solo en Palestina e Israel, los Acuerdos de Oslo de 1993 buscaron entre otros objetivos, no volver a sufrir intifadas –que si ocurrieron–, u que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) se encargara de ser una policía de control complementaria palestina, pero de su población más belicosa o revolucionaria. Esto significó que se la proveía de armas de disuasión, aunque debían usarlas solo para mancillar a sus connacionales ¿En qué difiere esto de cualquier monopolio del ejercicio de la violencia de otros Estados? La salvedad radica en que los israelíes buscan conquistar más tierras y controlar el territorio, pero el dispositivo falla al no considerar una población palestina (de una cantidad semejante a la israelí), si nos ceñimos al mapa completo de la Palestina del Mandato Británico (1922-1948). Dicho en otras palabras, Israel continúa con sus planes de anexión y desde 1967 cada vez más, la población palestina queda engullida en una maraña de poblados israelíes, pero sin tener los derechos que le proporcionaría esa ciudadanía.

La disputa, desigual en la mayoría de los aspectos, se lleva a cabo en los más diferentes planos, como el geográfico, el histórico, el lingüístico, el arqueológico, el artístico y uno que quiebra el balance, como es y ha sido el mediático. Sin embargo, el poderío tecnológico y militar israelí es garantizado por la máxima potencia histórica en ese sentido que le promete abiertamente una “ventaja militar cualitativa” en la región, el US Army, la mayor máquina de matar y destruir hasta ahora creada, dirigida de las maneras más cruentas, de más está decirlo. Esto se ve soslayado por el apoyo a la causa Palestina que se sucita a través del mundo. No de los gobernantes pero si de los pueblos (no solo los de Asia occidental) que conocen cada vez más las injusticias, la muerte que aqueja la vida cotidiana de los palestinos, que los degrada en el uso de la tierra y el agua para proveerse de alimentos.

En cuánto a las formas de resistencia palestina, tomemos un ejemplo. El BDS, Boicot Desinversión y Sanciones, que más allá del resultado que ya haya tenido, es una de las formas de resistencias y subterfugios a las declaraciones del Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto IHRA (en sus siglas en inglés), que se evidencian en la carta firmada por gran cantidad de intelectuales de la más diversa procedencia, donde se rechaza la asimilación entre el antisemitismo (preferimos llamarlo judeofobia) como forma de racismo y el antisionismo que es una práctica anticolonial, y agregaríamos antiimperialista. Aquí nos vemos empujados a realizar varias disquisiciones, pero una cuestión nos resulta clave, y está expresada en el libro de Enzo Traverso El final de la Modernidad Judía: Un giro conservador, cuya tesis principal es que la intelectualidad judía ha mutado desde Trotsky o Theodor Herzl y su papel en los márgenes del poder mundial, hacia un rol central en el aparato decisorio mundial con el ejemplo opuesto, graficado en la figura de Henry Kissinger.

Para resumir quienes están detrás de cada sector, basta con mirar un mapa de los países que reconocen (apoyan) a Israel, cuáles a ambos, y cuáles apoyan la autodeterminación palestina, es decir a un colonizador o a un colonizado. Como ejemplo político para nuestra región, los Macri y Bolsonaro son quienes esgrimen, junto con los Biden, el derecho a defenderse de las agresiones. Tenemos un país que encarcela a una población a cielo abierto, allí bombardea a unos, a otros los encierra tras un muro, y busca asfixiar cualquier toma de decisiones, fomenta las divisiones políticas y deja inconexos sus territorios. Al mismo tiempo, la contienda se da en los medios, allí busca tergiversarlo para la opinión pública internacional a través del epíteto de terroristas (quién y porqué usa esta definición). Esto nos deja una pregunta ¿Quién es el terrorista?


Martín Martinelli (Argentina). Es Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de Historia en la Universidad Nacional de Luján y co-coordinador del Grupo Especial Revista Al Zeytun / CLACSO “Palestina y América Latina”.

 https://www.clacso.org/palestina-e-israel-una-encrucijada-geopolitica/
 http://portalcoordenadas.com.ar/palestina-e-israel-una-encrucijada-geopolitica/