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jueves, 9 de mayo de 2013

La invasión de Irak, o el día que EEUU encendió la mecha del sectarismo regional


MÓNICA G. PRIETO | 21 DE MARZO DE 2013
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    Dos soldados colocan la bandera de EEUU sobre la estatua de Sadam, el 9 de abril de 2003, en Bagdad. / Mónica G. Prieto
    A veces pienso que el verdadero propósito de la invasión de Irak no era apropiarse de recursos naturales, vengarse de Sadam Husein por su pasado de amor/odio hacia Estados Unidos o proteger a Israel creando un régimen afín a los intereses norteamericanos en la antigua Mesopotamia. No es que nunca me creyese las mentiras que justificaron la invasión de Irak: ni la (in)existencia de Armas de Destrucción Masiva (varios expertos del programa UNSCOM, entre ellos Scott Ritter, me habían sacado de cualquier duda en Bagdad, en los meses previos a aquel desastre) ni la pretendida defensa de los Derechos Humanos que decía promover la Administración de George W. Bush. No había más que estar en Irak durante la ocupación para ver cómo los soldados norteamericanos observaban desde sus carros de combate cómo una banda de saqueadores robaba edificios públicos, escuelas  y hasta hospitales donde se seguía tratando a los heridos por los bombardeos y combates sin mover un sólo dedo. “No tenemos órdenes”, aducían cuando se les inquiría por qué no ponían fin al caos que presagiaba lo peor. Quizás ese fue el problema. No tenían órdenes ni un plan B. Invadieron un país que, harto de dictadura, no les plantó cara para luego ver cómo era devorado por las hienas. Y no me refiero sólo a los saqueos, sino a las milicias armadas que, animadas por la invasión en sí -cada una, a su manera- terminarían sumiendo el país en la guerra civil y expandiendo el odio sectario en todo Oriente Próximo.
    Tras un largo año de insurgencia generalizada, que hizo perder muchas vidas a los ocupantes, entre 2004 y 2005 la invasión dio un giro radical. Los primeros coches bomba contra objetivos sectarios comenzaron a producirse. Desmanteladas las Fuerzas de Seguridad del país, la seguridad corría a cargo de los ocupantes, quienes sólo velaban por su propia integridad y de facto ponían en peligro, con su presencia, las vidas de los civiles que se encontrasen cerca. La desbaazificación criminalizó a la comunidad suní, pese a que muchos militaban en el Baaz sólo para conseguir un puesto de trabajo. La entrada de yihadistas en el país, atraídos a combatir contra el icono imperialista, reforzaba a este bando opuesto a a la administración norteamericana, quien a su vez había confirmado su apuesta por la comunidad chií -duramente castigada por la dictadura suní de Sadam Husein- promoviéndola al poder. Los atisbos de insurgencia chií quedaron rápidamente devorados por atentados contra barriadas chiíes reclamados por grupos afines a Al Qaeda. El enemigo cambió de rostro: de las tropas norteamericanas a la comunidad suní.
    Ante la ausencia de líderes políticos iraquíes -masacrados por la dictadura ante el temor de que, un día, se hicieran con el poder, salvo aquellos llegados desde el exilio, vistos con desagrado en el interior- los clérigos chiíes tomaron el poder, a menudo hijos o sobrinos de respetados religiosos asesinados por el régimen. No estaban preparados para ejercer cargos de responsabilidad política, y a muchos de ellos les movía la venganza. No tardaron en crear milicias armadas que terminarían siendo integradas en los cuerpos de seguridad del Estado, incluidosescuadrones de la muerte que dependían de ministros, vice primeros ministros o incluso el jefe del Gobierno iraquí. La violencia sectaria quedó institucionalizada, definiendo el segundo bando en conflicto.
    Las potenciales tensiones entre chiíes y suníes eran obvias, y detonarlas era extremadamente sencillo. Hay quien piensa que la guerra civil iraquí -tantos coches bomba de procedencia dudosa, tantas explosiones de alto nivel profesional que no fueron reclamadas por Al Qaeda- fue parte de la estrategia de Estados Unidos para poner fin a los ataques contra sus tropas. Lo fuera o no, lo cierto es que funcionó en ese sentido: el número de bajas entre los ocupantes disminuyó drásticamente mientras las calles de Irak se llenaban de cadáveres. Los salvajes niveles de violencia empleados por ambas partes -cadáveres rellenos de explosivos, torturas y violaciones generalizadas, incluso de niños, secuestros a manos de fuerzas de Seguridad, bombas contra autobuses escolares, hoteles y hospitales- inocularon una desconfianza casi paranoica entre los iraquíes. A la destrucción material del país, producto de varias guerras, una década de sanciones y la invasión en sí, se sumó algo mucho peor: la destrucción del tejido social de un país que antes se caracterizaba por la convivencia religiosa. Y la degradación moral de una población que ha visto demasiadas atrocidades para no sufrir un trauma colectivo.
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    Imagen de la plaza Firdous de Bagdad, durante la invasión anglo-americana de 2003. / Mónica G. Prieto
    La identidad de los ciudadanos con su nación ha desaparecido: ahora se identifican con su secta o su etnia, no con su país”, me explica por correo electrónico el escritor e intelectual iraquíRaed al Hamed. Es el veneno sectario que divide a chiíes y suníes y que, desde Irak, se ha exportado a todo Oriente Próximo. El hecho de que la invasión -ironías del destino- haya colocado a importantes aliados de Irán en el Gobierno iraquí ha reforzado a Teherán hasta niveles insospechados: si antes era el único país de mayoría chií con un régimen chií de Oriente Próximo, ahora ha ganado en Irak a un socio privilegiado. Y confía en que Bahréin, de mayoría chií pero gobernado por una monarquía suní y en plena revuelta social para revertir esa realidad, siga el mismo camino para ampliar así su poder regional.
    Los suníes, mayoritarios en el Islam y mucho más conservadores que sus colegas chiíes, ven con muy malos ojos ese aumento de la influencia chií en la región. Eso explica que regímenes como el de Arabia Saudí, Kuwait o Qatar armen a los rebeldes sirios en lo que ellos ven como un conflicto sectario: una mayoría suní enfrentada contra una minoría alauí, escisión del chiísmo. Sus propósitos tampoco tienen nada que ver con la justicia, la democracia -se trata de regímenes totalitarios- o la libertad de los sirios: invierten en extender el poder suní por Oriente Próximo, no en velar por sus poblaciones. Y no les importaría que ese poder lo aplique una dictadura, siempre que sea suní y vele por los intereses de los suníes.
    Siria es un buen ejemplo de cómo el sectarismo que incendió Irak se ha extendido por toda la región. Algunos de los sirios que, en su día, fueron a combatir en Irak con los suníes en contra de la ocupación y, posteriormente, en contra de la comunidad chií, hace tiempo que regresaron para poner en práctica sus habilidades bélicas en su propio país. A Bashar Assad se le volvió en contra su perversa estrategia de permitir el paso por sus fronteras de yihadistas con destino a Irak, pensando que debilitaba así a Estados Unidos, ya que éstos han regresado a Siria para derribar su régimen. Y si la oposición suní es ayudada por los regímenes suníes del Golfo, así como por Al Qaeda, al régimen le apoyan activamente todos sus aliados chiíes: desde Hizbulá hasta combatientes iraníes, pasando por clérigos iraquíes como Muqtada al Sadr, que respaldan verbalmente a Assad y, según la oposición, habría enviado milicianos a tierra siria. En un peligroso giro, hace unos días medio centenar de soldados sirios morían en suelo iraquí víctimas de una emboscada que ha sido reivindicada por el Estado Islámico de Irak, la rama local de Al Qaeda, en lo que confirma la regionalización del conflicto entre chiíes y suníes. “Destacamentos militares han logrado aniquilar una columna entera del Ejército safávida”, explicó el grupo en un comunicado empleando un término que alude a una de las grandes dinastías persas para referirse a las tropas sirias.
    Los medios árabes describen los acontecimientos en Siria con términos sectarios, los mismos que emplean los políticos regionales ahondando en las diferencias religiosas. En Irak, la terminología sectaria también es común, como lo es desde hace pocos años en Líbano. El país del Cedro es otro ejemplo de país que corre el riesgo de ser devorado por el sectarismo regional. Con un 40% de chiíes, otro 40% de suníes y un 20% de minorías religiosas, la tensión entre ambos bandos es tan extrema que incluso el primer ministro, Najib Miqati, pronunciaba en su cuenta Twitter hace días una frase inquietante: “Que Dios proteja al Líbano”. Suníes libaneses acusan a sus hermanos chiíes de ser corresponsables de la masacre siria, y los chiíes acusan a los suníes de proteger a los “terroristas” sirios que pretenden acabar con el régimen alauí. Y el sectarismo regional no se queda ahí: en Arabia Saudí, la minoría chií de Qatif es reprimida duramente en las calles por exigir igualdad con los suníes, en Yemen los houthis (minoría chií) que aspiran a la secesión son armados por Irán y se han convertido en objeto de ataques de Al Qaeda, en Bahréin la población -minoría- suní ha radicalizado su oposición hacia las protestas de la mayoría chií…
    Hablo con suníes iraquíes implicados en las protestas masivas que se están produciendo en la provincia de Anbar y llego a la conclusión de que Irak, tal como lo entendemos, está perdido. Me dicen que las manifestaciones son preparativos para una nueva fase militar que pretende independizar de facto las áreas suníes de Irak y muy en especial Anbar, que comparte fronteras con Siria, Jordania y Arabia Saudí, tres países de mayoría suní. ¿Se trata del principio de un nuevo Oriente Próximo? “No creo que Irak siga unido en el futuro, tras el derramamiento de sangre de los últimos 10 años a manos de milicias apoyadas por el Gobierno iraquí y por Irán. Por eso, los suníes piden ahora con voz firme un Estado suní independiente, y no una confederación”, incide Al Hamed.
    Por eso comienzo a pensar que el verdadero objetivo de la invasión era muy distinto al petróleo o la venganza. Más bien parece que una estrategia de redistribución de Oriente Próximo, que pretende trazar nuevas fronteras según la composición sectaria aniquilando identidades nacionales. A veces parece que el principal objetivo de la invasión de Irak era promover el odio entre musulmanes, desatando guerras internas que distraigan a los extremistas y les aparten así de objetivos occidentales. Si esa era la apuesta, lo están logrando. Pero que nadie piense que no se volverá en el futuro contra Occidente.

    miércoles, 17 de abril de 2013

    Iraq: 10 años del 'American way of death' (El modo de muerte norteamericano)

    Por Gilberto López y Rivas(El modo de muerte norteamericano) El análisis de los datos es escalofriante sobre lo que la ocupación ha provocado en proporciones dantescas
    Dirk Adriaensens, coordinador de la organización SOS Irak, da cuenta en un dramático texto, “2003-2013: resistencia iraquí, guerra sucia estadunidense y remodelación de Oriente Próximo” (www.brussellstribunal.org), de la catastrófica devastación que padece este país ocupado, tras 10 años de iniciada la ilegal e injustificada guerra neocolonial cuyas secuelas no cesan de aparecer. Lejos de alcanzar el propósito anunciado por los militares estadunidenses en sus manuales de contrainsurgencia, de hacer de Irak un ejemplo de la "construcción de naciones" a partir de la "democracia" impuesta por invasores, y modelo para la reconfiguración de Medio Oriente, tenemos una población diezmada, un Estado desmantelado y casi en ruinas, un gobierno colaboracionista y, lo que nadie podía imaginar, la reafirmación del nacionalismo iraquí y la resistencia política y armada en medio del caos, la muerte y el colapso del que fue el país más próspero y progresista de la región, que tuve oportunidad de conocer en 1989. Irak es la evidencia de lo que realmente resulta de las guerras "humanitarias" del imperialismo mundial encabezado por Estados Unidos.
    Adriaensens señala que, tal como preveían los integrantes de un grupo de más de 200 economistas opuestos a la guerra (Ecaar, Economists Allied for Arms Reduction), entre ellos siete premios Nobel, los costos de la guerra, calculados en 3 millones de millones de dólares por Joseph E. Stiglitz en su libro The three trillon dollar war (2008) –sin contar en este balance el diagnóstico, tratamiento e indemnización de los veteranos inválidos–, han sumido a Estados Unidos y el resto del mundo en una profunda crisis económica, señalando claramente las limitaciones y aberraciones del poder estadunidense.
    Nuestro autor sostiene que la guerra fue ilegal según el derecho internacional, a partir de hechos probados a una década de iniciada la guerra: 1) NO había armas de destrucción masiva; 2) NO existía ninguna relación con los terroristas de Al Qaeda, y 3) la guerra NO llevó la democracia a Irak. Fue una guerra de agresión que no contaba con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU y que tampoco podía ser considerada de autodefensa, porque Irak no estaba atacando a Estados Unidos ni planteaba una amenaza inminente. A la luz del derecho internacional, Estados Unidos es culpable de supremo crimen de lesa humanidad. Fue una guerra de agresión y conquista neocolonial contra un país soberano integrante de la ONU.
    Se pregunta Adriaensens: ¿qué ha dado Estados Unidos a los iraquíes? Pues una versión extrema y brutal del neoliberalismo de Milton Friedman: desregulación, privatización de entidades públicas y recortes de los servicios estatales, en un momento en que el auge del neoliberalismo estadunidense e internacional ha coincidido con el apogeo de Estados Unidos como potencia militar dominante mundial. Transcribiendo al columnista de The New York Times Thomas Friedman, Adriaensens destaca: "La mano oculta del mercado nunca funcionará sin el puño oculto".
    En palabras del investigador: “Estados Unidos ha creado un imperio global en el que ofrece dos opciones a los países: o aceptan o se les destruye… Esta es la razón por la que Irak no sólo tuvo que ser invadido militarmente, sino también destruido… porque se posicionaba de forma completamente contraria al modelo neoliberal del Banco Mundial y el FMI… Irak era un acérrimo Estado antiliberal: se negaba rotundamente a ser… cliente de Estados Unidos y había cerrado a los inversores corporativos, estadunidenses o de otros lugares, su participación en cualquiera de los mercados tras las sanciones (que le habían sido impuestas): agricultura, sanidad, educación, industrias, etcétera […] restringir (y ya no digamos excluir) de sus mercados a las corporaciones estadunidenses hubiera sido razón suficiente para que Estados Unidos emprendiera acciones decisivas”.
    Acertadamente se aduce que otra de las razones para invadir Irak es la naturaleza guerrerista del capitalismo: "Para el complejo de la industria militar, para la economía de los Bush, Cheney, Rice, Rumsfeld, etcétera, para la economía de las sociedades del petróleo y de los fabricantes de armas, para la economía de los estadunidenses ricos que poseen acciones en estos emporios y corporaciones, esta guerra, como las guerras en general, constituye algo verdaderamente maravilloso porque se embolsarán los beneficios que tan profusamente generan las guerras... (mientras) la muerte y el desastre los padecerán otros".
    Examinemos los saldos de la guerra y la ocupación de Irak: más de un millón 450 mil muertos, de acuerdo con un estudio científico sobre las muertes violentas ("Just foreign policy, Iraq deaths"). Dos millones 700 mil desplazados internos y dos millones 200 mil refugiados, la mayoría de ellos en estados vecinos; 83 por ciento de esos desplazados son mujeres y niños y la mayoría de los niños son menores de 12 años. La tasa de mortalidad infantil ha aumentado 150 por ciento desde 1990, cuando Naciones Unidas impuso sanciones al país. En 2007 había 5 millones de huérfanos. El 70 por ciento de los iraquíes no dispone de agua potable. El 80 por ciento carece de condiciones higiénicas. Más de 8 millones de iraquíes requieren de ayuda humanitaria. En el Informe Mercer sobre calidad de vida, que abarca resultados respecto a la ciudad más habitable, Bagdad aparece en el último lugar, como la menos habitable del planeta, debido a la aniquilación a manos del ejército estadunidense del sistema de plantas de tratamiento de aguas residuales, de fábricas, escuelas, hospitales, museos y centrales eléctricas.
    El análisis de los datos es escalofriante sobre lo que la ocupación ha provocado en proporciones dantescas: desocupados, desaparecidos, presos sin juicio, víctimas de torturas y tratos degradantes, población urbana malviviendo en cinturones de miseria, discapacitados físicos y mentales, enfermos por las municiones de uranio empobrecido, víctimas de los bombardeos y atentados, etcétera. Y aun así, el pueblo de Irak, digno, ¡resiste!
    La Jornada

    miércoles, 20 de marzo de 2013

    Lecciones a aprender de la guerra de Iraq


    Al Jazeera


    Después de una década de combates, bajas, desplazamientos masivos, violencia persistente, aumento de la tensión sectaria y de la violencia entre chiíes y suníes, atentados suicidas periódicos y gobierno autocrático, parece inevitable hacer una evaluación negativa de la Guerra de Iraq como una acción estratégica de EE.UU., el Reino Unido y unos pocos de sus aliados secundarios, incluido Japón.

    No solo el resultado de desestabilización regional –incluyendo un aumento maligno de la influencia diplomática de Irán– sino el coste para su reputación en Medio Oriente asociado a una intervención imprudente, destructiva y fracasada hacen que la Guerra de Iraq sea el peor desastre de la política exterior de EE.UU. desde su derrota en Vietnam en los años setenta.

    Una contabilidad geopolítica semejante ni siquiera considera el daño ocasionado a las Naciones Unidas y al derecho internacional debido al uso de fuerza agresivo en flagrante violación de la Carta de la ONU, iniciado sin ninguna autorización legitimadora del Consejo de Seguridad.

    La ONU dañó su imagen cuando no reforzó su negativa a autorizar a EE.UU. y su coalición, a pesar de gran presión de EE.UU. para lanzar el ataque. Esta falla posterior al ataque se complicí debido a que la ONU dio su apoyo a la ocupación ilegal dirigida por EE.UU. que tuvo lugar posteriormente.

    En otras palabras, la Guerra de Iraq no fue solo un desastre desde la perspectiva de la política exterior estadounidense y británica y la paz y estabilidad en la región de Medio Oriente, sino también un serio revés al derecho internacional, la ONU y el orden mundial.

    Después de la Guerra de Vietnam, EE.UU. supuestamente se agobió por lo que los políticos llegaron a llamar “el Síndrome de Vietnam”. Se convirtió para Washington en una clave de las inhibiciones psicológicas para involucrarse en intervenciones militares fuera de Occidente debido al supuesto rechazo a ese tipo de empresas imperiales del público y el gobierno estadounidense, especialmente entre los militares, a los que se culpaba ampliamente del el resultado en Vietnam.

    ‘Síndrome de Vietnam’

    Muchos militaristas estadounidenses de la época se quejaron de que el Síndrome de Vietnam fue el resultado combinado de una conspiración contra la guerra organizada por los medios liberales y una reacción a una conscripción impopular que requería que muchos estadounidenses de clase media combatieran en una guerra que carecía de apoyo popular o de una justificación estratégica o legal convincente.

    Los féretros de los jóvenes estadounidenses muertos cubiertos por banceras se mostraban en la televisión, lo que llevó a reputados belicistas a sostener de un modo algo ridículo que “la guerra se perdió en las salas de estar de Estados Unidos”. El gobierno hizo ajustes: se abolió la conscripción, desde entonces se confió en fuerzas armadas de profesionales voluntarios y se hicieron más esfuerzos para conseguir el apoyo de los medios en las operaciones militares ulteriores.

    El Presidente George H.W. Bush dijo al mundo en 1991 inmediatamente después de la Guerra del Golfo para revertir la anexión iraquí de Kuwait que “finalmente nos hemos librado del Síndrome de Vietnam”. En efecto, Bush padre estaba diciendo a los grandes estrategas en la Casa Blanca y el Pentágono que el rol del poder militar estadounidenses volvía a estar disponible para su uso en todo el mundo.

    Lo que mostró la Guerra del Golfo fue que en un campo de batalla convencional, en el escenario de una guerra en el desierto, la superioridad militar de EE.UU. sería decisiva y podría lograr una victoria rápida con un coste mínimo de vidas estadounidenses. El nuevo entusiasmo militarista creó la base política para recurrir a la Guerra de la OTAN en 1999 para arrebatar Kosovo del control serbio.

    Para asegurar la limitación de bajas, se confió en el poder aéreo, que tardó más tiempo de lo esperado, pero que vindicó aún más la afirmación de los planificadores de la guerra de que EE.UU. ahora podría librar y ganar “guerras con cero bajas”. De hecho, no hubo muertes de la OTAN en combate en la Guerra de Kosovo.

    Los planificadores de guerras estadounidenses más sofisticados comprendieron que no todos los desafíos a los intereses de EE.UU. en todo el mundo podían enfrentarse con el poder aéreo en la ausencia de combate en tierra. La violencia política que involucraba prioridades geopolíticas tomó crecientemente la forma de violencia transnacional (como en los ataques del 11-S) o se situó dentro de las fronteras de Estados territoriales e involucró la intervención militar occidental destinada a aplastar fuerzas sociales de resistencia nacional.

    La presidencia de Bush confundió gravemente esta nueva seguridad propia sobre la conducta de la guerra internacional en el campo de batalla y su antigua némesis de los días de guerra de contrainsurgencia de la Guerra de Vietnam, también conocida como guerra de baja intensidad o asimétrica.

    David Petraeus ascendió en las filas de los militares estadounidenses reformulando la guerra de contrainsurgencia en un formato post Vietnam basándose en un enfoque desarrollado por el destacado experto de la guerra de guerrillas David Galula. Éste afirmaba que en la Guerra de Vietnam el error fatal se debió a la suposición de que una guerra de ese tipo estaría determinada en un 80% por batallas en las selvas y arrozales y el 20% restante se dedicaría a la captura de los “corazones y las mentes” de la población indígena.

    Galula argumentó que las guerras de contrainsurgencia solo se podrían ganar si se invertía esa fórmula. Eso significaba que un 80% de las futuras intervenciones militares de EE.UU. se dedicaría a los aspectos no militares de bienestar social: restaurar la electricidad, suministrar protección policial para la actividad normal, construir escuelas y dotarlas de personal, mejorar el saneamiento y el servicio de basura y suministrar atención sanitaria y empleos.

    Afganistán, y luego Iraq, se convirtieron en los campos de ensayo de esas lecciones de ‘construcción de la nación’ de Vietnam, solo para revelar a través de sus prolongados, destructivos y costosos fracasos que se habían aprendido las lecciones equivocadas.

    Estos conflictos eran guerras de resistencia nacional, una continuación de las luchas de independencia contra la dominación colonial centrada en Occidente. Sin que importara si la matanza era complementada por programas sociales y económicos sofisticados, todavía involucraban un desafío pronunciado y letal por intereses extranjeros a los derechos de autodeterminación que incluía la muerte de mujeres y niños iraquíes y la violación de sus derechos más básicos mediante la mecánica, inevitablemente dura, de la ocupación extranjera.

    También resultó imposible separar el 80% planificado del 20% ya que la hostilidad del pueblo iraquí contra sus supuestos libertadores estadounidenses se demostraba una y otra vez, especialmente ya que muchos iraquíes que colaboraron con los ocupantes resultaron corruptos y brutales, provocando la sospecha popular e intensificando la polarización interior.

    El “error fatal” cometido por Petraeus, Galula y todos los propugnadores de la contrainsurgencia que han seguido ese camino, es que no han reconocido que la resistencia popular se moviliza cuando los militares estadounidenses y sus aliados atacan y ocupan un país no occidental –especialmente en el mundo islámico– y comienzan a dividir, matar y controlar a sus habitantes,

    Es precisamente lo que ocurrió en Iraq, y los atentados suicidas hasta la fecha sugieren que los terribles modelos de violencia no se han detenido ni siquiera con el final del papel directo de EE.UU. en los combates.

    EE.UU. fue culpable de una mala interpretación fundamental de la Guerra de Iraq, evidenciada ante el mundo, cuando George W. Bush declaró teatral y prematuramente el 1 de mayo de 2003 la victoria desde la cubierta del portaaviones estadounidense USS Abraham Lincoln, con el tristemente célebre letrero que proclamaba “misión cumplida” claramente visible detrás del podio mientras el sol se ponía sobre el océano Pacífico.

    Bush celebró ese malentendido al suponer que la fase de ataque había sido toda la guerra, olvidando la más difícil y prolongada fase de la ocupación. La verdadera Guerra de Iraq, en lugar de terminar, estaba a punto de comenzar, es decir, la violenta lucha interna por el futuro político del país, dificultada y prolongada por la presencia militar de EE.UU. y sus aliados.

    Esta secuela de contrainsurgencia de la ocupación no se decidiría en el tipo de campo de batalla en el cual se enfrentan contingentes militares ordenados, sino más bien a través de una guerra de desgaste librada por fuerzas interiores iraquíes que atacaban por sorpresa, apoyadas por voluntarios extranjeros opuestos a las tácticas de Washington. Una guerra semejante tiene un comienzo tenebroso y un fin incierto, y es, como en Iraq, como resultó ser antes en Vietnam, un cenagal para las potencias intervencionistas.

    Crimen contra la paz

    Cada vez hay más razones para creer que el actual dirigente iraquí, Maliki, se parece más al estilo autoritario de Sadam Hussein que al supuesto régimen liberal constitucional que EE.UU. pretendía establecer antes de partir y que el país se orienta hacia una lucha continua, incluso a una desastrosa guerra civil.

    La guerra de Iraq fue una guerra de agresión desde el comienzo ya que, sin mediar provocación, se utilizó la fuerza armada contra una Estado soberano en una situación que no era defensica. Los Tribunales de Crímenes de Guerra de Núremberg y Tokio declararón después de la Segunda Guerra Mundial que una guerra de agresión semejante constituye un “crimen contra la paz” y procesó y castigó como criminales de guerra a los dirigentes políticos y militares supervivientes de Alemania y Japón.

    Podemos preguntar por qué George W Bush y Tony Blair no han sido investigados, acusados y procesados por su participación en la planificación y realización de la Guerra de Iraq. Como nos enseñó hace tiempo el cantante de folk Bob Dylan, la respuesta está “En el viento”, o en lenguaje más directo, los motivos de una impunidad semejante concedida a los dirigentes estadounidenses y británicos es un obsceno despliegue de geopolítica, sus países no fueron derrotados y ocupados, sus gobiernos nunca se rindieron, y semejantes fallas (o éxitos) estratégicos están exentos del escrutinio legal.

    Estos son los dobles raseros que hacen que la justicia penal internacional tenga más que ver con la política del poder que con la justicia global.

    También existe la cuestión de la complicidad de países que apoyaron la guerra con despliegues de tropas, como Japón, que envió 1.000 miembros de sus unidades de autodefensa a Iraq en julio de 2003, para ayudar en actividades de no combate de la ocupación. Ese tipo de acción constituye una violación evidente del derecho y la moralidad internacional.

    También es inconsecuente con el Artículo 9 de la Constitución japonesa. Se combinó con el apoyo diplomático de Tokio, de principio a fin, a la Guerra de Iraq dirigida por EE.UU. y el Reino Unido. ¿No debería producir alguna consecuencia adversa semejante historial de participación?

    Parece que por lo menos Japón debería revisar la idoneidad de su participación cómplice en una guerra de agresión y en qué medida eso disminuye la credibilidad de cualquier pretensión japonesa de respaldar las responsabilidades de la calidad de miembro en la ONU. Por lo menos da al pueblo japones la oportunidad de una introspección nacional para pensar en qué tipo de orden mundial logrará mejor la paz, la estabilidad y dla ignidad humana.

    ¿Hay lecciones que aprender de la Guerra de Iraq? Creo que existen. La lección abrumadora es que en este período histórico de intervenciones de Occidente fuera de su ámbito, especialmente cuando no las autoriza el Consejo de Seguridad de la ONU, pocas veces logran sus objetivos declarados.

    De un modo más amplio, la guerra de contrainsurgencia que involucre un enfrentamiento fundamental entre fuerzas invasoras y ocupantes occidentales y un movimiento nacional de resistencia no se decidirá sobre la base de pura superioridad militar. Sino más bien por la dinámica de la autodeterminación asociada con la parte que tenga las credenciales nacionalistas más verosímiles, que incluyen la voluntad de persistir en la lucha por mucho que dure,y la capacidad de capturar la razón moral más elevada en la continua lucha por el apoyo público interior e internacional.

    Solo podremos tener alguna esperanza de que se estén aprendiendo las lecciones correctas de la Guerra de Iraq cuando presenciemos el desmantelamiento de muchas de las más de 700 bases militares en el extranjero repartidas por el mundo reconocidas por EE.UU. y veamos el fin alde las repetidas intervenciones militares de EE.UU. en todo el mundo.

    Hasta entonces habrá más intentos por parte del gobierno de EE.UU. de corregir los errores tácticos que afirma que explican los fracasos del pasado en Iraq (y Afganistán), e indudablemente se propondrán nuevas intervenciones en los próximos años, llevando probablemente a costosos nuevos fracasos y a nuevas controversias de “¿por qué?” combatimos y por qué perdimos.

    Es poco probable que los dirigentes de EE.UU. reconozcan que el error más básico es el propio militarismo, por lo menos hasta que sea cuestionado por fuertes fuerzas políticas antimilitaristas que actualmente no existen en la escena política.

    * Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional en la Universidad de Princeton y Distinguido Profesor Visitante de Estudios Globales e Internacionales en la Universidad de California, Santa Bárbara. Es autor y editor de numerosas publicaciones a lo largo de cinco décadas, y recientemente editor de “El Derecho Internacional y el Tercer Mundo: reformulando la Justicia” (Routledge, 2008).

    Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2013/03/2013361029140182.html
    Traducido del inglés por Germán Leyens

    martes, 22 de enero de 2013

    Las manifestaciones del viernes ‘No al engaño’: “Maliki, deja de mentir y vete”



    Imán. Ahmed Jamás*
    Traducido del inglés para IraqSolidaridad y Tribunal BRussells por Paloma Valverde
    En diferentes partes del país millones de iraquíes han tomado parte en las protestas, que cumplen hoy 27 días dentro del marco de la revolución iraquí [1], para exigir que el gobierno dé una respuesta positiva a sus exigencias, sin mentiras ni retrasos (de ahí el nombre del Viernes del ‘No al engaño’).
    Manifestaciones en al-Anbar, 18 de enero de 2013.
    Manifestaciones en al-Anbar, 18 de enero de 2013.
    Las exigencias de los manifestantes se podrían resumir en mantener la dignidad de los iraquíes y poner fin al gobierno dictatorial y tiránico de al-Maliki [2]. Los manifestantes hicieron hincapié en la puesta en libertad de decenas de miles de prisioneros políticos y detenidos, incluidas las mujeres, el fin de la tortura, la humillación, las violaciones y los chantajes —tanto a los presos como a sus familias— así como la exigencia de una solución a la corrupción política, económica y administrativa y la rectificación del proceso político. Algunas de las reivindicaciones exigen el cambio de gobierno y el fin de su sumisión a Teherán, entre otras demandas[3].
    La manifestación más grande se celebró al norte de Ramadi (capital de al-Anbar), donde más de dos millones de personas continuaron con las protestas, y a quienes se unieron delegaciones venidas de otras partes de Iraq, incluida una delegación de jeques de la ciudad sagrada de Kárbala [4].
    Los manifestantes confirmaron que no iban a abandonar o modificar ninguna de sus legítimas demandas, y se comprometieron a continuar con las protestas hasta que esas exigencias se cumplan[5]. Como en muchos otros lugares de Iraq, esos millones de personas organizaron una oración colectiva el Viernes del ‘No al engaño’ en la autopista internacional de Ramadi; los manifestantes continuaron las protestas en la Plaza de la Dignidad y del Honor[6].
    Rezo comunitario, viernes 18 de enero. Al-Anbar
    Rezo comunitario, viernes 18 de enero. Al-Anbar.
    Un representante del comité estatal de las protestas declaró que éstas no se corresponden con ningún partido o grupo político, que es la protesta exclusivamente del pueblo unido de Iraq, y que los manifestantes aceptarán encantados todo el apoyo y la solidaridad de todo aquel que crea en la legitimidad de su lucha y de sus derechos. De hecho, el comité invitó a todos los iraquíes de todos los rincones de Iraq a unirse a la marcha multitudinaria del próximo lunes 21 de enero en la Plaza de la Dignidad y el Honor. Además, prometió que las protestas continuarán siendo pacíficas, al tiempo que advirtió al gobierno de que no utilice la fuerza contra los manifestantes. Por otro lado, los profesores de Derecho Internacional, Drs. Abdulwahid Al-Aani y Merwan al-Dusari dan clases a diario para enseñar a los manifestantes jóvenes actividades pacíficas, contenido de las pancartas, eslóganes, etc.
    En Bagdad, debido a los estrictos mecanismos de seguridad, la existencia de una fuerte maquinaria militar, el corte de las carreteras tanto principales como secundarias de comunicación entre diferentes puntos de Bagdad, y que intentan evitar que la gente se reúna en las mezquitas para las oraciones colectivas, las manifestaciones no pueden ser unitarias, sino que se producen muchas manifestaciones más pequeñas en diferentes puntos de la ciudad, como las del barrio de al-Yamia, al-Madain, al-Dura, Adamiya, y al-Amiriya, donde la policía confiscó los móviles de los asistentes para evitar que hicieran fotos o grabaran vídeos.
    También en Samarra (provincia de Saladino) decenas de miles de personas participaron en el Viernes del ‘No al engaño’,  en la Plaza de Al Haq. Los representantes de los manifestantes confirmaron que no pararán hasta que se cumplan todas las exigencias y que dichas exigencias son las mismas en al-Anbar, Mósul, Diyala, Kirkuk, Bagdad y en todo Iraq.
    Shahristani, presidente del comité gubernamental para las manifestaciones, se presentó en Samarra para llevar las respuestas del gobierno, pero sus sugerencias se rechazaron y los representantes de los manifestantes dijeron que las personas con las que éste se había reunido no los representaban.
    Vista general de la manifestación multitudinaria en al-Anbar, 18 de enero de 2013.
    Vista general de la manifestación multitudinaria en al-Anbar, 18 de enero de 2013.
    Ayer, en una conferencia de prensa celebrada en Bagdad, Shahristani admitió que hay 6500 prisioneros, y entre ellos 97 mujeres, acusados de ‘terrorismo’, y 6.000 detenidos, entre ellos 95 mujeres, también ‘sospechosos de terrorismo’; 15.800 detenidos, entre ellos 500 mujeres, acusados de delitos comunes  y 1.000 detenidos sospechosos de haber cometido delitos comunes. Además, reconoció que todos los casos de detenidos van muy retrasados. En otro lugar mencionó que hay 3.373 personas que no cobran sus salarios y cuyas cuentas corrientes están embargadas en aplicación de la ley de desbazificación; 1.802 ex miembros del ejército no cobran sus pagas y 4.200  inmuebles se han confiscado en razón de la misma ley.  Bagdad TV informa hoy de que el pasado mes de noviembre y sólo en las provincias de al-Anbar, Diyala y Saladino detuvieron a 97.000 personas.
    En Bacuba, al este de Iraq, las fuerzas de seguridad tomaron medidas muy duras para evitar que la gente se reuniera. No obstante, los manifestantes fueron capaces de llegar al centro de la ciudad y participar la oración colectiva del viernes del ‘No al engaño’. Sus representantes hablaron sobre el trato salvaje que las autoridades infligen a los ciudadanos y se refirieron especialmente al sitio de la ciudad vecina de Yalaula, situada al este de la provincia.
    Igualmente en Mosul muchos manifestantes denunciaron el acoso de las fuerzas de seguridad, el bloqueo de las calles para llegar a la Plaza central y la prohibición de que se levanten tiendas padeciendo temperaturas bajo cero. El jeque Yunis Taha, uno de los representantes de los manifestantes de Mosul fue detenido y denigrado. Después de su puesta en libertad, negó categóricamente que hubiera firmado ningún documento en el que renunciara a manifestarse o a convocar otra manifestación, como algunos medios habían informado. Dahham al-Ubeidi, otro jeque de Mosul, también fue golpeado y denigrado. Estudiantes de la Universidad de Mosul intentaron unirse a las protestas pero las fuerzas de seguridad los golpearon y tres de ellos fueron detenidos. En Tarmiya, al norte de Bagdad, la policía ha llevado a cabo una campaña generalizada de asaltos de viviendas para buscar armas, según se ha informado.
    Manifestación en Doura
    Manifestación en Doura
    El ayatolá al-Sistani, máxima autoridad religiosa de Nayaf, ha dado luz verde al cambio de gobierno en el país [7].
    “[…] Al-Maliki no debe gobernar un tercer mandado, se ha de cumplir el Acuerdo de Erbil punto por punto y poner fin a la manipulación del poder judicial. Irán está muy indignado con  al-Maliki porque intenta arrastrar al gobierno hacia un conflicto sectario”.
    El ‘gesto’ de al-Maliki de cumplir una de las exigencias de los manifestantes cuando prometió liberar a 300 detenidos es un fraude, porque parece ser que hacía tres meses que los detenidos habían sido declarados inocentes por los jueces y en aquel momento deberían de haber sido puestos en libertad. Sin embargo, no les concedieron la libertad y los mantuvieron en prisión.
    A continuación reproducimos la traducción de algunos de los mensajes enviados directamente por los manifestantes al mundo:
    1.- El ánimo de los manifestantes es muy alto y cada vez lo es más.
    2.- Necesitamos vuestra ayuda y un esfuerzo aún mayor ahora que antes. Estas protestas no pueden terminar hasta que no consigamos nuestras reivindicaciones.
    3.- Al-Sader apoya abiertamente las protestas, pero se niega a apoyar dos puntos esenciales: la derogación de la ley de desbazificación y el artículo 4 que versa sobre terrorismo.
    4.- Las personas más implicadas en las manifestaciones son objetivo de las fuerzas de seguridad.
    5.- Las manifestaciones son populares; no son de ningún partido ni grupo político de cualquier signo o secta. Acordamos que si Irán se menciona en la declaración, habría que mencionar a otros grupos también. No obstante, la realidad es que Irán tiene un impacto de más de un 90 por ciento en la política iraquí. Por ejemplo, los iraquíes de las provincias del Sur desean unirse a las protestas —de hecho ellos las iniciaron— pero muy pronto fueron el objetivo de la inteligencia iraní, de las milicias y del gobierno. En realidad, la gente del Sur es la que más daño ha sufrido y la que más padece al gobierno actual, más incluso que en otras partes de Iraq, pero se les silencia de manera espantosa. Por ejemplo, la semana pasada sólo en Babel detuvieron a 200 personas.
    6.- Hasta ahora han sido asesinados dos jefes por su apoyo a las protestas: el jeque  Eifan al-Issawi  de al-Anbar y el jeque Mohammad Tahir al-Jaburi de Nínive. Esto es un intento de silenciar a otras personas muy implicadas en las protestas.
    7.- Todo Iraq se ha convertido en una enorme prisión. No podemos salir de nuestras casas sin ser humillados por las fuerzas de seguridad con acosos y preguntas estúpidas.
    8.- Todo los grupos de la Resistencia armada habidos desde 2003 hasta el momento actual, y con independencia de su posicionamiento político, apoyan las protestas.
    Notas de la autora y de IraqSolidaridad:
    1. Véase la declaración de la CEOSI, en apoyo de la revolución iraquí, 9 de enero de 2013.
    2. Véase la convocatoria conjunta de las manifestaciones del Viernes del ‘No al engaño’
    3. Véase la Declaración de la Red Internacional Anti Ocupación (IAON) en apoyo de la revolución. Disponible en español.
    4. Ciudad considerada supuestamente bastión de la Shía.
    5. Véase “Los manifestantes de al-Anbar responden a las alegaciones de al-Maliki de que solo son una ‘burbuja’ pasajera.”
    6. Traducción de la autora de ‘Sahat Al-Izza wal Karama.’
    7. Véase en inglés artículo completo sobre esta noticia
    Más fotografías disponibles enhttp://www.iraqsolidaridad.org
    *Imán Ahmed Jamás es periodista y activista iraquí y miembro de la CEOSI. Desde 2006 está exiliada en el Estado español y ha sido galardonada con el Premio Julio Anguita Parrado de Periodismo en su primera edición. Es autora de numerosos artículos y del libro editado en España o Crónicas de Iraq.