viernes, 17 de enero de 2014

Tres versiones de Bagdad

EL MUNDO 16 ENE 2014 
Atentados dejaron al menos 80 muertos esta semana en Irak
La capital iraquí es una ciudad acostumbrada a las bombas, la ocupación y la corrupción en las esferas políticas.
Por: Víctor de Currea-Lugo
Tres versiones de Bagdad
Suníes iraquíes rezan junto a los ataúdes de varias víctimas asesinadas por el ejército iraquí en el marco de la lucha “antiterrorista”. / EFE
Todos oímos en la infancia de una región llamada Mesopotamia, que significa “la tierra entre dos ríos”, el Tigris y el Éufrates. Allí nació la escritura. Es la tierra de Simbad el marino y otros cuentos de las Mil y una noches. La tierra tanto de los sumerios, una de las primeras civilizaciones conocidas, como de los que hoy la pueblan: los iraquíes.
Entre sus ciudades legendarias están Bagdad y Babilonia. Bagdad fue fundada en 761, a orillas del Tigris. Durante 500 años fue la capital del mundo árabe-musulmán y finalmente cayó destruida por los mongoles en 1257. Entre 1533 y la Primera Guerra Mundial, Mesopotamia fue parte del Imperio otomano. En 1917 los británicos entraron a Bagdad y, con la creación de Irak, se convirtió en capital.
Bagdad puede ser vista desde la geopolítica de sus conflictos, que la hacen figurar a diario en las noticias, desde la cotidianidad de sus habitantes y desde las leyendas que se le adjudican. Las tres miradas, al final, confluyen.
Bagdad, donde las paredes lloran
Bagdad me dio la bienvenida con cotidianos cortes de luz y llena de peregrinos camino a Karbala. La torre de Babel fue sin duda construida aquí: todos gritan, pero pareciera que nadie entiende a nadie. “Es Irak”, me dice mi guía. En todas las grandes calles vi carros de combate otrora usados por las tropas estadounidenses y ahora en manos del ejército de Irak.
En un modesto restaurante terminé hablando con el mesero, un iraquí educado en Manchester y ahora mal pagado. Me dijo: “Aquí en Irak, para conseguir un empleo no hay que tener conocimientos, hay que conocer a los que están en el poder”. El barrio donde estábamos había sido, recuerda Yasser, un barrio floreciente. Hoy es un vecindario hundido en la crisis. “El país cambió de mal a peor y estará aún peor en el futuro”.
La ciudad está tensa por los ataques terroristas, pero el despliegue militar es, me dicen, el usual. Bagdad luce sucia, como un pueblo después de una tormenta de arena. Bueno, sufrió una tormenta de tropas extranjeras. Las basuras son parte del paisaje. Para Yasser, la suciedad es tristeza. Me dice: “En esta ciudad las paredes lloran”.
El gran empleador es el Estado y éste depende del petróleo. Siendo la seguridad un gran problema, las Fuerzas Armadas son una alternativa laboral. A orillas del río Tigris terminé hablando con un psicólogo cuya opción fue incorporarse a la policía. Pero dentro de las filas la frustración es grande. En Salman Pak, un soldado me pidió que le ayudase a conseguir un trabajo para dejar el Ejército.
Durante el gobierno de Sadam Husein los letreros religiosos en homenaje a Alí, yerno del profeta Mahoma, estaban prohibidos. Hoy se ven en calles y mercados sin problema. Los chiitas, perseguidos por Sadam, ahora celebran públicamente su fe. No es el retorno de los chiitas, siempre han estado ahí, pero antes se ocultaban. Pero sí hay un grupo de habitantes de Bagdad ocultos: los niños con malformaciones y con cáncer fruto del uranio empobrecido y otras armas usadas por Estados Unidos. ¿Cómo decir que la guerra ha terminado en una ciudad con tantas personas con alteraciones y abortos causados por las armas del ocupante?
A pesar de todo, el mercado sigue. Sus calles comerciales están invadidas de productos chinos. Una de las calles más famosas conduce a la estatua del poeta Mutanabi; es una venta callejera de libros y otras cosas. Aquí conviven copias del Corán con afiches de Mickey Mouse. Pero otras calles perdieron su magia. La calle Rashid, la primera que vio el alumbrado público —en 1917— y una de las más imponentes, es hoy un manojo de fachadas a medio derruir.
Cerca de allí me encontré al empresario y escritor Hamid al Hassani, quien me dijo por qué había decidido volver a Bagdad: “La mayoría siempre aplasta a la minoría y yo me devolví para que la minoría creciera un poco”. Después de mucho hablar me regaló una frase: “No tengo tiempo para morir”. Cuando un periodista local notó que era extranjero decidió preguntarme qué hacía una persona como yo en un sitio como ese. Les extraña que alguien quiera visitar Bagdad. Le contesté: “Vine a Bagdad porque quería verla antes de morirme”. No hablar árabe es, para muchos, ser estadounidense y ser estadounidense es sinónimo de tener dinero.
La Bagdad de la infancia de Yasser ya no existe. La torre Sadam y el puente Sadam dejaron de llamarse como el dictador para recibir el nombre de un líder chiita, Mohamed Sadeq al Sadr, y pasaron a ser llamadas torre y puente Sadr. Incluso la cabeza de bronce de Abu Jaafar al Mansur, fundador de Bagdad en el siglo VIII, sobrevivió a la guerra (y a una explosión en 2005), pero hoy es desplazada en el imaginario urbano por el centro comercial recién abierto a pocos metros de la estatua y que lleva el nombre de Mansur.
Otra vez, Mesopotamia en guerra
La guerra de 2003 tiene un ícono: la estatua de Sadam cayendo en la plaza Firdos. Hoy sólo queda su pedestal cubierto. Bagdad es una ciudad bajo control militar y no por ello más segura. Los túneles otrora para peatones en los principales cruces están del todo cerrados.
Hay dos Bagdads: la de los ocupantes (y sus amigos) y la de los ocupados. La “Zona Verde” es una ciudad dentro de la ciudad. Fortificada, allí quedan oficinas del Gobierno, transnacionales del petróleo y buena parte de los extranjeros. Me recuerda las historias medievales donde el rey y su corte vivían amparados del pueblo y de sus enemigos tras unas murallas que lo aislaban de quienes lo mantenían con sus impuestos. No se puede entrar sin ser invitado.
La Bagdad de los ocupados tiene muchos matices. Hay una zona de edificios donde vivían los hombres de la Guardia Republicana de Sadam. Cuentan que cuando llegaron las tropas ocupantes, muchos huyeron dejando abandonadas sus viviendas, que a los pocos días fueron ocupadas por iraquíes incluso de otras regiones del país.
La ciudad ha cambiado. No sólo hay cuarteles hechos parqueaderos sino ruinas. Una parte de Bagdad se cae a trozos, cual ruinas de los bombardeos de 2003, y otra intenta surgir sin lograrlo a través de nuevas construcciones a medio camino. La ciudad está salpicada de lo que un día fueron controles militares y cierres de vías, hoy abandonados.
Hubo un famoso centro comercial en las afueras de Bagdad, el Salman Pak, con jardines, zonas para niños, fuentes, piscinas públicas y tiendas. Ese centro fue destruido no por la guerra sino por el pillaje que siguió a la ocupación de 2003: hasta el mármol de sus paredes fue robado. La ruta entre Bagdad y el parque estaba llena de fincas, pero hoy está llena de barrios de desplazados. Son algunos de los 1,3 millones de desplazados que siguen sin retorno. Ir a ese parque era uno de los paseos de colegio, pero hoy no quedan sino sus ruinas al lado de una histórica puerta de Bagdad del tiempo del profeta Mahoma.
La economía es frágil. Irak (y sus guerras) depende del petróleo. Como decía Robert Fisk: “¿Creen que si Irak sólo produjera zanahorias lo hubiéramos invadido?”. A pesar de su potencial energético, los cortes de luz se suceden varias veces cada día. La poca agricultura se ha visto afectada por las armas químicas usadas por Estados Unidos en la reciente ocupación.
En 2012 Irak superó sus exportaciones anuales de petróleo de los últimos 30 años, llegando a 2,6 millones de barriles al día. Pero los avances en la exportación no se ven reflejados en el desarrollo de las instituciones, en la lucha contra la corrupción, ni mucho menos en las condiciones de vida.
En 2010 se retiraron la mayoría de las “tropas de combate”, pero un número considerable de “asesores militares” sigue allí. Las tropas se fueron pero las petroleras se quedaron: Exxon Mobil, British Petroleum, Emerson y Shell permanecerán por mucho tiempo, tanto como haya petróleo disponible. En la plaza Tahrir hay un letrero contra el terrorismo. Se fueron las tropas pero se quedó la muerte. Un toque de humor negro: aquí sí lo reciben a uno con “bombas” y platillos.
La “fatiga de Irak” es de la opinión pública, de los donantes internacionales, de la prensa y hasta de las tropas ocupantes. Nadie quiere saber nada más de Irak, casi todos desean pasar página y centrarse en otros temas.
Irak es ahora un lugar inseguro y destruido, donde el agua potable es un lujo. Un país petrolero dependiente de generadores eléctricos que funcionan con combustible proveniente del mercado negro. No se sabe bien quién ganó la guerra; tal vez las petroleras. Pero sin duda Irak la perdió.
Bagdad del ábrete sésamo
Aladino liberó una esclava, Morgiana, que le ayudó en sus aventuras. Aquí, en la calle Kahramana, está ella, inmortalizada en piedra, echando aceite hirviendo a los cuarenta ladrones escondidos en tinajas. La lámpara maravillosa tiene una inmensa réplica tan grande como su genio al frente del Teatro Nacional. Y Sherezada cuenta sus historias al rey Shahryar a la orilla del río Tigris (todos los que escribimos tenemos algo de Sherezada, contamos historias esperando que nuestros lectores nos mantengan vivos).
Si bien es cierto que la historia de Alí Baba parece ser originaria de Sudán, la de Aladino de Aleppo (actual Siria) y las Mil y una noches están llenas de tradición persa, no por eso es menos real que Morgiana, Sherezada y la lámpara de Aladino son parte de Bagdad.
También hay más de 40 ladrones en el parlamento iraquí, donde la corrupción es una constante. También los civiles quisieran que la lámpara de Aladino funcionara para pedir, por lo menos, que cesen los carros bomba. También EE.UU. es una Sherezada que inventa historias para tratar de ganar con las palabras una guerra que perdió.
En 1257 los mongoles arrasaron Bagdad, y cuenta la leyenda que el río Tigris se tiñó de rojo de sangre y luego de negro de tinta, por la destrucción de las bibliotecas. Hoy es gris plomizo de basura. Total, el Tigris no es como lo pintan.
En una triste y mágica cotidianidad de la guerra confluyen las tres versiones de esta ciudad. Con rezagos del embargo de los años noventa, huellas de la dictadura y cicatrices de la ocupación. Sí, hay tres Bagdads: la difuso de los cuentos de Oriente y sus alfombras voladoras, la estudiada en las clases de geopolítica y la cotidiana de su mercado de pájaros. Las tres son a su manera posibles. La magia está en que uno, de paso por Bagdad, puede tomar de cada una lo que más le guste.
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