jueves, 26 de noviembre de 2015

Siria, terreno de una guerra mundial

SOPHIE BESSIS ES EXPERTA DEL INSTITUTO DE RELACIONES INTERNACIONALES 
Y ESTRATEGICAS
La historiadora tunecina analiza el conflicto en Siria y el papel que desempeñan los países de Occidente y del Golfo Pérsico en esta crisis que deja cientos de víctimas bajo las bombas, los atentados terroristas y la represión.
 Por Eduardo Febbro para Página 12
Desde París
El conflicto en los países de Medio Oriente ha rebasado de una vez sus fronteras. Las injerencias occidentales destructoras, sus intervenciones armadas, la cadena inimaginable de burradas cometidas en la región por los supuestos estrategas de Occidente, la expansión del conflicto entre chiítas y sunnitas (entre los países del Golfo Pérsico e Irán), el doble rostro de las monarquías del Golfo Pérsico y las confrontaciones inherentes al conflicto entre las grandes potencias –Estados Unidos, Rusia, Unión Europea– han desatado un incontenible conflicto que dejó cientos y cientos de miles de muertos en la región y, en lo que va del año, se introdujo varias veces en el corazón de Occidente: las huellas más sangrientas están en Siria, Irak y Francia, donde los atentados de enero de 2015 contra el semanario francés Charlie Hebdo y el supermercado judío del este de París, y, ahora, en noviembre, la matanza perpetrada en París por un comando que respondía al Estado Islámico, dejaron un saldo de más de 150 muertos y cientos de heridos. Esta catástrofe polifónica es el resultado del intervencionismo militarista de las potencias Occidentales cuyas estrategias y alianzas regionales no hicieron sino propulsar el surgimiento de fundamentalismos religiosos cada vez más devastadores. La historiadora Sophie Bessis ha desarrollado una obra rigurosa en torno a estos múltiples focos de horror que desestabilizan a Medio Oriente. Tunecina de nacimiento, investigadora en el IRIS de París (Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas) Bessis ha sabido sin embargo ir más lejos en sus análisis. Publicado por Alianza Editorial en 2002, su libro Occidente y los otros: historia de una doble supremacía, había trazado un singular perspectiva sobre la arrogancia occidental y ese control del mundo que lo lleva a creer que esa supervisión es parte de su identidad. En el último libro publicado, El doble camino sin salida, lo universal ante la prueba de los fundamentalismos religiosos y mercantiles (La double impasse. L’universel à l’épreuve des fondamentalismes religieux et marchand, Paris, éd. La Découverte, 2014), la historiadora tunecina ponía en relación la influencia mutua que ejercen el radicalismo islamista y el hiper liberalismo tal y como se practican en Occidente y las petromonarquías.
En esta entrevista exclusiva realizada en París, Sophie Bessis analiza la guerra en Siria, los orígenes y las responsabilidades de la catástrofe en Medio Oriente, el conflicto interno entre chiítas y sunnitas y el papel que desempeñan los países de occidente y los del Golfo Pérsico en esta crisis que corroe el corazón del sistema internacional y deja cientos de miles de victimas bajo las bombas, los atentados terroristas y la represión.
–Los atentados de París marcan un nuevo hito, tanto en el horror como en el señalamiento de la responsabilidad occidental en esta crisis. Al mismo tiempo le sacan la máscara al origen de este problema, que es, en gran parte, el pacto entre las petromonarquías del Golfo Pérsico y Occidente.
–Los últimos acontecimientos trágicos que golpearon a Francia nos conducen a reflexionar todavía más sobre los efectos catastróficos que pueden tener la convergencia de estos dos fundamentalismos, el liberalismo y el fundamentalismo religioso. Sabemos muy bien que ciertas monarquías del Golfo Pérsico son las ideólogas y los propagadoras del fundamentalismo clanista. Hay pruebas irrefutables. Si no, basta con ver cómo es un país como Arabia Saudita y cuál es su ideología. Desde el primer colapso petrolero de 1973, los países del Golfo acumularon una inmensa fortuna gracias a la adicción de las economías occidentales con respecto al petróleo. Esta adicción y el dinero que va con ella le permitió a los países del golfo globalizar lo que podría llamarse un nuevo Islam, una nueva versión del Islam que se tradujo en movimientos islamistas cada vez más violentos y extremistas. Ahora bien, estos países son los aliados más cercanos de los grandes Estados democráticos de Occidente, los defensores de la libertad y los derechos humanos. Estas monarquías del Golfo se encuentran entre los países más ricos del planeta, pero los grandes países occidentales pasan por encima de sus propios valores para venderles armas, aliarse con ellos, comprarles petróleo. No quiero decir que debemos ser completamente idealistas y no tomar en cuenta la realidad. Pero en fin, entre tomar en cuenta la realidad y hacer de Arabia Saudita y Qatar sus aliados más cercanos hay un margen. Y mientras haya un abismo tan grande entre el discurso y la realidad veremos que esos dos fundamentalismos seguirán siendo complementarios. La ideología wahabista de Arabia Saudita es la más sectaria, la más oscurantista de todas las formas y lecturas del Islam. No hay que confundir Islam e islamismo. Incluso si hay pasarelas entre una y otra, está la religión y luego la política. Pero esos movimientos políticos que reivindican el Islam lo hacen identificándose con esa versión regresiva del mismo.
–¿Cuál el proceso que conduce a esta radicalización?
–Hay muchas causas, pero distinguiré dos. La primera y dentro del contexto internacional es evidente que todas las acciones occidentales llevadas a cabo en Medio Oriente desde el 11 de septiembre 2001 forman parte del problema y no de la solución. Esas acciones exacerbaron, desestructuraron y destruyeron Medio Oriente como nunca antes había ocurrido. La invasión de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos es una de las matrices del extremismo jihadista armado. Estados Unidos destruyó un Estado. Ciertamente era una dictadura, Saddam Hussein era un dictador sangriento que mató a decenas de miles de personas. Pero la invasión norteamericana mató a cientos de miles de personas, acá hablamos de otra escala. Esa invasión de 2003 hizo explotar un Estado, no dejó ninguna base. Si se miran las intervenciones occidentales de los últimos años en la región, estas hicieron explotar los Estados sin garantizar la estabilidad después. Pienso en Libia, por ejemplo. Convencidos de su hiperpotencia los Estados occidentales hicieron cualquier cosa. Actuaron con un simplismo político que se aparenta al cretinismo. En Irak, como Saddam Hussein era sunnita, lo mataron a él y le entregaron el poder a los chiítas. Ahí hay una prueba del simplismo político de Occidente. Además, al darles el poder a los chiítas se le entrega Irak a su peor enemigo, que es Irán. Después ponen a la cabeza de Irak a un fundamentalista chiíta, Nouri Kamal al Maliki, el cual emprenderá la peor de las represiones contra la minoría sunnita. Y esa minoría, incluso si no era particularmente extremista, se unirá al Estado Islámico con la idea de que únicamente éste los protege. El Estado Islámico no sería lo que es hoy si no estuviese detrás toda esta situación. La segunda razón cabe en una pregunta que conecta el fundamentalismo religioso con el fundamentalismo mercantil: ¿por qué las tres cuartas partes de esos jóvenes que van a matar cientos de personas provienen de los suburbios de las grandes ciudades europeas, de los cuales entre 30 a 40 por ciento son convertidos, es decir, que ni siquiera provienen del mundo árabe? ¿Por qué? Porque el mundo en el cual vivimos es un mundo vacío de sentidos, carente de propuestas. El fundamentalismo mercantil provocó un vaciamiento del sentido. Una idea colectiva no puede resumirse al horizonte del consumo. Encima, ponen ese horizonte del consumo sin dar los medios para consumir. La variable principal de ajuste de la versión actual del capitalismo es el trabajo, el desempleo. Cuando se unen estos dos factores la bomba explota. La extraordinaria perversidad de esos movimientos religiosos consiste en hacerle creer a esa juventud sin rumbo que le transmiten un sentido y un horizonte de esperanzas.
–¿Qué lugar ocupa en este conflicto la propia confrontación interna entre chiítas y sunnitas?
–La división entre chiítas y sunnitas remonta a la muerte del profeta Mahoma, pero nunca fue un problema geopolítico como hoy.
–Pero se ha convertido en una de las esencias del conflicto.
–Sí, actualmente es un problema geopolítico pero es un pretexto dentro de la lucha de poderes. La revolución iraní ejerció un enorme poder de atracción en las masas musulmanas pobres. A partir de allí, Arabia Saudita quiso construirse otro polo de atracción y empezó a financiar, a capacitar y a armar el fundamentalismo sunnita. Pero no estamos asistiendo a querellas teológicas, o querellas dinásticas. Estamos ante conflictos políticos y este conflicto interno entre sunnitas y chiítas le conviene a mucha gente. Mire, otro ejemplo: hoy, Arabia Saudita está arrasando Yemen. En este país, los zaiditas nunca se consideraron chiítas, pero se volvieron chiítas desde que Irán los financia. Es un chismo político reciente. Pero en los años 70, Arabia Saudita financiaba al zaidismo. En suma, Arabia Saudita fue aliada de los zaiditas y hoy los bombardea con el pretexto de que son chiítas. No niego la existencia del conflicto entre chiítas y sunnitas en la historia el Islam, pero hoy asistimos a una instrumentalización política de este conflicto.
–¿Usted coincide con ciertos análisis según los cuales hay una clara intención de provocar el famoso conflicto entre civilizaciones, entre religiones?
–Hay dos grupos que necesitan llegar a ese punto: los extremistas islamistas y las extremas derechas occidentales. Ambos necesitan un conflicto entre las civilizaciones, entre las culturas, entre las religiones. Los extremistas islamistas necesitan el conflicto para decir “ellos son nuestros enemigos hereditarios hay que matarlos a todos”. Y a las extremas derechas occidentales les hace falta ese conflicto para decir: “miren, nuestros enemigos de hoy no son los grupos extremistas sino los musulmanes como globalidad”. En la actualidad, los democráticos del mundo árabe tienen mucho trabajo por hacer, pero nadie les presta atención y se olvidan de que existen. Cuentan con muy pocas divisiones. El Occidente tiene a su vez un doble combate por delante: un combate contra el extremismo que mató en París a 130 personas y que, me temo, seguirá provocando daños en los próximos meses y años. Y también otro combate contra las extremas derechas. Esos dos extremos quieren llegar a una situación de odio contra odio. Los demócratas tienen que evitar que se llegue a esto.
–Siria, ahora ¿por dónde se introdujo la fractura que condujo a este desastre político, geopolítico y humanitario?
–En marzo de 2011, cuando empezó la Primavera Arabe con el levantamiento de Túnez, seguido por la sublevación de la Plaza Tahrir (Egipto), luego el de Bahréin, el de Bengazi, también se reveló la ciudad siria de Deraa. Lo hizo con el grito de justicia, libertad, dignidad y exigiendo lo mínimo que un pueblo puede pedir. Basta de esencializar a los árabes diciendo que no tienen las mismas neuronas que los demás. Los sirios, como los demás, estaban hartos de 50 años de una dictadura sangrienta y espantosa. Pero la represión fue salvaje, de una violencia horrible, lo que no es sorprendente de parte del hijo de Hafez al Assad. Lamentablemente, varios movimientos, varios países vecinos, se dijeron que la única solución era armar la revuelta. La fractura está ahí, cuando se pretendió armar la sublevación. Hoy tenemos más de 300 mil muertos. Ceder a las sirenas de la militarización de la revuelta fue un error grave. Luego, tampoco hubo unidad de la oposición siria ante la dictadura de Bashar al Assad. Al fin, gracias a los países vecinos, en particular a las monarquías del golfo, Siria se volvió el terreno de la guerra de todos. En Siria, hoy asistimos a una guerra mundial. Están todos: los norteamericanos, los europeos, los rusos, los iraníes, el Hezbollah, los sauditas. En suma, todos están ahí y todos bombardean Siria. En la última etapa tenemos a Rusia, que se introdujo en el juego de forma magistral respaldando una de las peores dictaduras que haya conocido el Medio Oriente en su historia moderna. Y esto no hay que olvidarlo: la dictadura de Assad es una de las más sangrientas de Medio Oriente. Si se olvida esto, nos olvidamos de los muertos, pero los muertos no pueden olvidase.
–¿No hay salida racional entonces?
–Lo que podría ocurrir es que las potencias se pongan de acuerdo para que todo quede igual, menos el Estado Islámico, desde luego. Se pondrán de acuerdo para eliminarlo. Es posible. Así se llegará de nuevo a la explosión de Medio Oriente. No estoy segura de que sea la solución. Estamos en un período de desintegración total de la región y no se cómo se recompondrá.
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