Claudio Katz2
PALABRAS CLAVES
Neoliberalismo, belicismo, capitalismo.
1 Este
artículo actualiza y complementa los conceptos expuestos en: Katz,
Claudio. Belicismo, globalismo y autoritarismo, Nuestra
América XXI,
CLACSO, noviembre 2017.
2 Economista,
investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su
página web es: www.lahaine.org/katz
RESUMEN
Con provocaciones
y amenazas Trump intenta recuperar la primacía económica de Estados
Unidos. Exige negociaciones bilaterales para reforzar el dominio de
la digitalización y la supremacía en los servicios. Pero no logra
forjar las alianzas internacionales requeridas para su proyecto.
Acentúa el belicismo de sus apéndices sin recurrir hasta ahora a la
intervención directa.
En un escenario de
recuperación económica la ansiada reducción del déficit comercial
sigue pendiente. El caos del gabinete, las tensiones con el
establishment y la resistencia democrática erosionan su gestión. El
liderazgo inicial de la mundialización neoliberal no ha contenido el
deterioro del poder norteamericano.
Transcurrido más
de un año de gestión Trump no logra encaminar su gobierno. Sus
exabruptos y contramarchas son tan impactantes como el caótico
manejo de su gabinete. Los desplantes, provocaciones e insultos han
afianzado la imagen de un hombre descontrolado e irracional.
Pero el magnate
tiene objetivos muy precisos. Toda su estrategia apunta a utilizar la
supremacía geopolítica y militar de Estados Unidos para revertir el
declive económico de la primera potencia. Esa recomposición exige
una dura pulseada con rivales y aliados de larga data. La batalla se
desenvuelve en la arena comercial pero genera grandes peligros en
todos los terrenos.
REVERTIR EL DESBALANCE COMERCIAL
En las últimas
décadas Estados Unidos fue el principal impulsor de la
mundialización neoliberal y obtuvo grandes beneficios de esa
transformación capitalista. Pero las nuevas reglas de la acumulación
global no contuvieron su pérdida de posiciones económicas. Ese
debilitamiento se refleja en el sostenido endeudamiento externo y en
el gigantesco déficit comercial.
Trump busca
reducir drásticamente ese desbalance de intercambios con China,
Alemania, Japón, México y Canadá. Para lograr mayor equilibrio
exige la restauración de la negociación bilateral. Pretende
priorizar las leyes nacionales y atenuar el peso de los arbitrajes
internacionales.
Como las reglas de
la OMC obstruyen esas tratativas directas, Trump sabotea el organismo
y desconoce su facultad para zanjar controversias. El sentido de su
principal lema (America first) es colocar a Estados Unidas en
el centro de negociaciones con cada país.
Con esa estrategia
busca reforzar la preponderancia de Wall Street. Ya amplió la
desregulación financiera y dispuso nuevos privilegios impositivos
para los bancos. Trabaja además para el lobby petrolero eliminando
restricciones a la contaminación. En medio de grandes huracanes y
sequías esgrime un descarado negacionismo climático.
Su ofensiva
favorece también a las firmas de alta tecnología. Trump sabe que
Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido, pero
intenta relocalizar las actividades automatizadas que utilizan mano
de obra calificada. Por eso reclama una mayor apertura a sus rivales
en los sectores de alta competitividad yanqui.
El potentado
apunta especialmente al sector de los servicios. En esa actividad
Estados Unidos mantiene un importante superávit que compensa el
monumental desequilibrio en el comercio de bienes.
Las ventajas en
los servicios obedecen al surgimiento de una economía digital
liderada por compañías norteamericanas. La nueva fase de la
revolución informática se asienta en la expansión de mecanismos
que aceleran la transnacionalización de ese sector. Internet es el
epicentro de un sistema de plataformas que generan y recolectan
enormes volúmenes de datos.
El 50% de la
población mundial ya está conectada y el flujo transfronterizo de
información creció 45 veces desde el 2005. El manejo de ese insumo
clave (big data) permite diseñar perfiles detallados de los
individuos, que las empresas venden para personalizar la publicidad.
Las grandes corporaciones digitales se han consolidado utilizando la
masa de usuarios reclutados en la fase previa. También aprovechan la
tendencia a permanecer en el ámbito donde cada uno se encuentra
conectado.
Estados Unidos
controla ese dispositivo. Cinco empresas de ese origen (Google,
Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) absorbieron el enorme capital
requerido para afianzar ese dominio. Las compañías estadounidenses
manejan los datos que luego empaquetan y venden. Operan a escala
internacional sin ninguna presencia física y ya manejan gran parte
de la publicidad.
Trump pretende
estabilizar ese liderazgo bloqueando cualquier protección al flujo
de datos. También se opone a la localización de los servidores
fuera del territorio norteamericano y al consiguiente desarrollo de
capacidades locales en otros países.
Esa supremacía es
indispensable para comandar la próxima fase del desarrollo
informático basada en la robótica, la inteligencia artificial, el
aprendizaje automático y las nuevas formas de almacenamiento de la
energía. Ese futuro se dirime en las negociaciones sobre el
comercio electrónico que prioriza Trump.
El potentado
disputa en múltiples terrenos y con incontables países, pero
jerarquiza la confrontación con China. Quiere frenar a toda costa la
expansión de un gigante que compite por la primacía económica
global. Trump exige la apertura de la economía oriental en las áreas
más favorables a la penetración yanqui (telecomunicaciones,
energía, finanzas).
Con los
adversarios alemanes discute una agenda semejante, pero con menor
agresividad y apostando a la sumisión del estrecho aliado de
posguerra. La negociación con los subordinados del imperio (Japón,
Canadá) es más amistosa pero igualmente intensa.
DILEMAS DE LA INTERVENCIÓN
El principal
instrumento de la estrategia económica de Trump es el poder imperial
norteamericano. Afronta dos posibilidades para el uso de esa fuerza.
La primera es
restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país
debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar ese modelo.
Insinúa grandes operaciones, que sintonizan con el clima creado por
sus diatribas contra el terrorismo y los inmigrantes.
Reagan y Bush son
los antecesores de esa estrategia. En los 80 el actor devenido en
presidente recurrió a un gran despliegue de misiles para doblegar a
la URSS. Bush propició varias intervenciones para recomponer la
hegemonía de la primera potencia. Aún se desconoce si Trump
retomará esa senda. No es lo mismo el cacareo cotidiano a través de
twittes que los operativos reales de acción militar.
Una escalada de
ese tipo convergería con los intereses del Pentágono que ya logró
un significativo aumento del presupuesto. Entre 2001 y 2011 el
incremento del gasto militar permitió cuadruplicar las ganancias de
los fabricantes de cadáveres. El viejo complejo industrial militar
ha integrado al pujante sector informático y esa articulación
requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante. Las
guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios
yanquis para tapar escándalos políticos y desviar la atención de
la población.
La segunda posibilidad de Trump es
reconocer el declive de la capacidad norteamericana para consumar
grandes aventuras bélicas. Si predomina esa evaluación, sólo
gestionaría incursiones protagonizadas por sus socios o vasallos.
Esas guerras por delegación se desarrollarían con asesoramiento del
Pentágono pero sin la intervención directa de los marines.
¿Cuál de las dos
opciones ha priorizado hasta ahora el millonario? Sin descartar la
primera alternativa jerarquiza la segunda, en el escenario clave de
Medio Oriente.
Luego de retomar
los bombardeos en Siria Trump eludió la presencia de tropas, en un
país ocupado por múltiples ejércitos. Llegó a un acuerdo con
Putin para congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con
división de zonas bajo la protección de cada contendiente. Incluso
aceptó la continuidad de Assad, diluyendo la programada
contraofensiva de los mercenarios que financia el Departamento de
Estado.
Estados
Unidos bombardea ocasionalmente el demolido país en una guerra que
no concluye. La derrota del Ejército Islámico confirmó la
tradicional debilidad de un salvajismo rudimentario frente a la
barbarie de los más poderosos. Otras variantes de la oposición al
gobierno de Assad fueron pulverizadas y Siria se convirtió en una
simple pieza de las disputas geopolíticas internacionales. Cada
potencia hace su juego con la tragedia ocasionada a millones de
individuos.
Turquía está
lanzada a desmantelar las regiones kurdas que conquistaron autonomía
y Rusia afianza su presencia militar. ¿Recurrirá Trump a un
despliegue de tropas equivalente al exhibido por Putin? Hasta ahora
no implementó ningún paso en esa dirección. Apuesta a la
intervención de sus dos principales socios.
Por un lado
dispuso el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, para
enviar un contundente mensaje de sostén a cualquier agresión
sionista. Netanyahu celebra la sangría de Siria, pero no ha
renunciado a la balcanización de su principal rival fronterizo. El
plan de segmentar a Siria en tres mini-estados (kurdo, sunita y
alauita) explica la continuidad del martirio impuesto a la población.
Trump también
avala la nueva conducción belicista de la monarquía saudita. Los
jeques multiplican las masacres en Yemen e incursionan en el Líbano
para compensar sus fracasos en Siria. Apuntalan una alianza militar
con Egipto para desbaratar la estrategia conciliadora que impulsan
Qatar y Turquía. Pretenden bloquear los acuerdos energéticos con
Rusia y sabotean la estabilización de una zona de comercio fluido
con China.
El magnate
prioriza la vieja asociación de petróleo y armas que Estados Unidos
mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión permite sostener al dólar
como moneda internacional, frente a los intentos de sustituir
ese signo por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los
sauditas realizan, además, compras multimillonarias de armas e
invierten en la infraestructura estadounidense.
En las principales
alternativas de Medio Oriente Trump delega la acción militar en sus
aliados. Busca recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices,
sin comprometer directamente al Pentágono.
DISYUNTIVAS SIMILARES EN OTRAS REGIONES
Los mismos dilemas
afronta el millonario en otros focos de tensión internacional.
Frente a Corea del Norte ha subido el tono de las agresiones verbales
manteniendo la prudencia militar. Su amenaza de arrasar el país es
coherente con la masacre perpetrada por los yanquis en los años 50.
Convalidaron la división del territorio y obstruyeron todas las
negociaciones de paz. Trump utiliza un lenguaje virulento con
fórmulas primitivas, sin recurrir siquiera al disfraz de la
intervención humanitaria.
Su inagotable
palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos
que ensayaron India y Francia. Diaboliza al país que vulneró un
principio básico de la hipocresía nuclear: otorgar el derecho a
destruir a ciertas naciones y condenar a otras a ser destruidas.
Trump sabe que las
opciones militares son limitadas, en la medida que Pongyang pueda
convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas
nucleares tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir
las masacres de Irak o Libia.
Para lidiar con el
pequeño país Trump militariza la zona, acelera el rearme de Japón
y aumenta la presión sobre China. Con esa variedad de acosos busca
quebrantar a un régimen aislado. Pero no ha logrado vencer las
reticencias del gobierno surcoreano a la instalación de otro arsenal
nuclear. El régimen de Kim sigue probando misiles y ya estaría
próximo a lograr el status de potencia nuclear. Como ha fracasado la
neutralización negociada Trump debe definir sus próximos pasos.
En un tercer
terreno de conflictos localizados en Europa, el millonario actúa con
menor agresividad que Obama. Ha disminuido la presión sobre Ucrania
y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a Rusia.
Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses
en el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor
financiamiento de la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto
militar por parte de la Unión Europea.
El espionaje yanqui suele utilizar
también los atentados yihadistas para conseguir las metas de la Casa
Blanca. Una parte de esos grupos es manipulada directamente por sus
creadores del Departamento de Estado. Por eso los fundamentalistas se
trasladan de un lugar a otro sembrando el terror, bajo la sospechosa
inacción de los servicios de inteligencia. Su comportamiento bestial
sirvió para demoler varios países (Irak, Libia, Siria) y
actualmente facilita la militarización de las relaciones
internacionales. Este clima contribuye a imponer la subordinación de
Europa y el debilitamiento del competidor alemán.
En otro lugar
clave de la batalla geopolítica -Afganistán- Trump avala una
presencia más directa del Pentágono. Confirmó esa política con la
mega-bomba que lanzó para impresionar a toda la región. Con esa
pedagogía del terror reforzó la presencia militar en una zona de
estratégico entrecruzamiento fronterizo (China, Irán, India, ex
repúblicas soviéticas).
Pero repite el
mismo alarde de poderío que desplegaron otros presidentes demócratas
y republicanos sin revertir su fracaso. No logra
resultados con la privatización de tropas financiadas con el
saqueo de los recursos naturales.
Todo indica que la
prueba de fuego para el guerrero yanqui se desenvolverá en Irán.
Trump busca anular el acuerdo de control nuclear suscripto por Obama
y no tolera la existencia de un estado independiente de la
envergadura persa. Los Ayatollahs no encarnan un proyecto
antiimperialista, pero manejan un nivel de riquezas y poderío que
rompe la balanza de poder regional. El desbocado presidente no acepta
un desafiante de ese porte.
Desde hace tiempo
Israel propicia atentados directos contra los laboratorios de
investigación atómica. Los sauditas suscriben ese plan para
disputar el liderazgo subimperial en la región.
El reingreso de un
pelotón de cavernícolas al gabinete del millonario (Bolton, Pompeo,
Haspel) sintoniza con estas tendencias guerreras. Pero la
confrontación con Irán es una decisión muy seria. Acentuaría el
distanciamiento con miembros de la OTAN (como Turquía) y chocaría
con la resistencia de Alemania y Francia, que preparan grandes
negocios con Teherán.
El uso de las
tensiones bélicas para reconstruir el poder económico
estadounidense es una jugada riesgosa. Hasta ahora Trump sólo
propaga amenazas (Irán), autoriza acciones indirectas (Siria), rodea
a sus enemigos (Corea), encubre repliegues (Europa Oriental) y recrea
fracasos (Afganistán). La consistencia de su proyecto es una gran
incógnita.
FRUSTRACIONES EXTERNAS
Trump no ha logrado en su primer año
ninguna concesión económica significativa de China o Alemania. El
gigante asiático muestra poca disposición a negociar bajo chantaje.
Ha respondido con la bandera de Davos, exhibe fidelidad al
libre-comercio y busca atraer a las empresas transnacionales
enemistadas con el millonario.
Esa postura coincide con una gran
aceleración del salto hacia el capitalismo pleno en China. Hay
nuevas privatizaciones de empresas estatales y se prepara un cambio
de normas bancarias para derivar la fijación de la tasa de interés
al mercado.
El gigante oriental sigue creciendo
con nuevos emprendimientos globales, como el Banco Asiático de
Inversiones en Infraestructura que ya suma a 84 países. La Ruta de
Seda en gestación y un próximo mercado de petróleo a futuro en
Shangái, incrementan la presión para convertir al yuan en moneda
mundial. También el comercio con África y América Latina supera
cualquier volumen precedente.
China no se amolda a las exigencias de
Trump. El presidente Xi se afianzó mediante un equilibrio entre la
crema del poder (“los príncipes”) y las burocracias regionales.
Ahora se planta como un duro interlocutor de Washington.
En la gira por China Trump redujo el
tono de su agresividad. Pero posteriormente retomó la ofensiva, con
el contundente anuncio de aranceles a 1300 productos de origen
asiático. Con esa decisión explicitó quién es su principal
enemigo económico y con qué intensidad buscará forzar el pago de
patentes.
Las acciones contra China contienen un
mensaje estratégico. No son simples medidas proteccionistas, que
Trump anuncia y revierte en función de lo negociado con cada país.
Difieren del variable manejo ensayado con el acero. El adversario
oriental intenta evitar el choque frontal, pero nadie sabe cómo
termina una escalada comercial descontrolada.
Trump afronta
problemas del mismo tipo con su segundo rival de peso. La resistencia
de Alemania ha sorprendido al mandatario yanqui. Merkel intenta sumar
a Macron a un eje de rechazo a las exigencias estadounidenses.
Realizó varias giras por el mundo para ensayar políticas autónomas
y sugirió la conveniencia de un alineamiento militar con Francia.
Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación
transatlántica.
La
líder germana ha perdido la fortaleza electoral del pasado. La
economía no es tan próspera como parecía y la insatisfacción con
la precarización laboral genera el descontento que expresan las
urnas. Pero como ese malestar es capitalizado por la derecha, la
disputa con el magnate estadounidense se acentúa.
Mientras las
relaciones entre ambos países se enfrían, el Bundesbank decidió
incluir al yuan en sus reservas en desmedro del dólar, para enviar
un mensaje de disgusto a la Reserva Federal. En la pulseada con
Alemania y China se juega la reducción del déficit comercial que
Trump no logra achicar.
SIN SOCIOS A LA VISTA
Trump necesita
alguna sociedad con países para implementar su estrategia. Por eso
intentó un acuerdo inicial con Rusia. Buscó esa alianza para
contrapesar la incontable variedad de flancos que abre a escala
internacional. Pero desde hace mucho tiempo Moscú es el principal
adversario geopolítico de Washington y el grueso del establishment
norteamericano se opone a cualquier pacto.
Esa animadversión
desbarató todas las sugerencias de aproximación con Putin. El
complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto
a la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de
espionaje (Rusiagate), para obstruir cualquier convergencia
con el aliado ambicionado por Trump. Las virulentas presiones
anti-rusas de Washington han escalado hasta forzar la expulsión de
diplomáticos, como corolario del escándalo por espionaje que
estalló en Inglaterra.
Por su parte la dirigencia rusa
consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea y desconfía del pérfido
funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece
retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación.
Con una política exterior agresiva y fuertes apelaciones al ideario
imperial, Putin ha consolidado un sostén electoral que lo aleja de
la asociación imaginada por Trump.
Inglaterra es el
otro candidato a converger con la política diseñada en la Casa
Blanca. Trump ofrece a los conservadores británicos un gran respaldo
para confrontar con Alemania, en la dura negociación por la salida
de la Unión Europea.
El Brexit tiene
parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una
versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de
posiciones económicas británicas a través de fuertes restricciones
a la inmigración, mayor diversificación del comercio y creciente
desregulación financiera.
Inglaterra ha
perdido posiciones y pretende retener el máximo acceso al mercado
unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir el arancel
aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar
acuerdos comerciales con otros países y manejar en forma autónoma
su política inmigratoria.
Es lo mismo que
plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la
globalización, pero con estrategias comerciales propias y una
gestión unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del
England First se intenta mejorar la performance de una vieja
potencia en la internacionalización europea.
Pero con la
economía estancada y la productividad en retroceso, los británicos
tienen poco espacio para desenvolver con éxito esa operación. No
cuentan con las espaldas de Estados Unidos para encarar una apuesta
tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit)
quedó frenada, en un contexto de gran división en las clases
dominantes. Mientras se desenvuelven las tratativas, los bancos y las
automotrices no saben a qué atenerse.
Alemania no acepta
la simple revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los
millonarios compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al
incorporarse a la Unión. Tampoco hay nítidas resoluciones para el
estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y
los dos millones de ingleses afincados en Europa.
La restitución de
potestades legales de Europa a Gran Bretaña se ha complicado y el
mantenimiento de una frontera abierta de Irlanda del Norte con el Sur
(que permanece en la Unión) introduce conflictos adicionales. La
propia existencia del Reino Unido está en juego, si Escocia decide
celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su asociación de
tres siglos con Inglaterra.
Trump tampoco
logra consolidar una sociedad con la derecha europea continental. El
electorado de esa región busca a ciegas caminos para oponerse al
neoliberalismo de los partidos tradicionales y ha facilitado la
expansión de organizaciones muy reaccionarias. Pero esas formaciones
afrontan un techo cuando se avizora su llegada al gobierno y sus
proyectos son frecuentemente absorbidos por la derecha convencional.
La irrupción de pequeños Trumps en múltiples puntos de Europa, no
implica la automática concertación de alianzas con el inventor
estadounidense de la fórmula.
LA CRISIS INTERNA
Ningún obstáculo externo se equipara
con la oposición que afronta el millonario dentro de su país.
Desenvuelve un mandato signado por tormentosos conflictos. No
consigue el sostén estable del Congreso para sus principales
proyectos y forzó la renuncia de 25 funcionarios de alto rango. Esa
rotación equivale al doble de lo registrado durante Reagan y al
triple de lo observado con Obama.
Varios jueces le impusieron, además,
fuertes vetos a sus decretos de visado anti-musulmán y el intento de
expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers)
está cuestionado. No logró tampoco aumentar las deportaciones, que
en el 2017 fueron inferiores al año precedente. Despliega grandes
anuncios del muro fronterizo con México, pero no obtiene los fondos
de los legisladores para construirlo.
La improvisación y los fracasos son
datos repetidos de su gestión y los escándalos por corrupción
afectan a sus allegados y familiares. En los primeros meses el
establishment le impuso una seria depuración. Debió eyectar a su
principal hombre de confianza (Bannon), a su estratega militar
(Flynn) y tuvo que incorporar a dos generales del Pentágono (Mattis,
McMaster) y varios hombres de la elite empresarial (Tillerson,
Perry).
Pero posteriormente impuso un giro
inverso. Desplazó a los exponentes de Washington (Tillerson, Cahn),
reafirmó a sus fieles (Navarro, Ross), introdujo nuevos trogloditas
(Bulton) y ascendió a gente de su mismo palo (Pompeo, Haspel).
Con esa
restauración de allegados volvió al punto de partida y a la
consiguiente intención de forjar una presidencia bonapartista, para
disciplinar a los principales grupos de poder. La pulseada con el
establishment permanece irresuelta y sólo quedaría zanjada en las
elecciones de medio término.
Trump reafirma su xenofobia para
conservar el apoyo de los sectores empobrecidos. Logró ese sustento
propiciando límites a la movilidad de la fuerza de trabajo, con la
intención de actualizar la vieja segmentación de los asalariados
estadounidenses. Mediante una descarnada confrontación con la gran
prensa pretende mantener la fidelidad de sus bases de la “América
Profunda”. Pero recurre a manipulaciones aberrantes del electorado,
mediante invasiones a la privacidad que ya destaparon las
investigaciones de Cambridge Analytica-Facebook.
El magnate
usufructúa del rechazo al centralismo de Washington y fomenta un
nacionalismo primitivo profundamente arraigado. Busca canalizar esas
tradiciones hacia proyectos regresivos de liquidación del Obamacare
y mayor debilitamiento de las organizaciones gremiales. Apuntala la
ofensiva legislativa para pulverizar los derechos de sindicalización
y quebrar las protestas de los docentes y empleados públicos. Actúa
en un contexto de gran declive de las huelgas tradicionales.
Pero no logra
doblegar otras resistencias democráticas asociadas por ejemplo con
el movimiento feminista. Tampoco disuade la lucha de los
afroamericanos, que encabezaron el repudio a su complicidad con los
asesinatos racistas del sur. Otro flanco de batalla despunta entre
los jóvenes que se movilizaron para exigir la prohibición (o
regulación) del uso de armas, luego de las terribles masacres de Las
Vegas y Florida.
Esos asesinatos
volvieron a conmocionar a una sociedad acosada por la irrestricta
circulación de 300 millones de pistolas y fusiles de variado
calibre. Ese arsenal es comercializado a través de un lucrativo
mercado de la muerte. Trump es un representante directo de la
Asociación Nacional del Rifle y los asesinatos están a tono con sus
discursos. Sintonizan con la brutalidad de un mensaje que enaltece la
guerra. Mientras despotrica contra el peligro islámico, el magnate
protege descaradamente a los terroristas internos de la
ultra-derecha.
En el colmo de ese
salvajismo, Trump propuso armar a los maestros para convertir a los
colegios públicos en campos de batalla. La indignación masiva del
estudiantado y las marchas del nuevo “movimiento por nuestras
vidas” pueden sepultar ese delirio.
NUEVO ESCENARIO ECONÓMICO
El contexto
productivo de la gestión de Trump es muy distinto al prevaleciente
en la era Bush u Obama. El legado de desplome financiero del 2008 ha
sido sustituido por una moderada recuperación de la economía.
A diez años de la
gran recesión se observa el mismo repunte en todos los países
desarrollados. Los efectos el socorro estatal ya no influyen sólo
sobre el sector bancario. Impactan sobre el nivel general de
actividad. También el comercio global se recupera y la tracción de
China impulsa incontables negocios internacionales.
Existen opiniones
divididas sobre la consistencia de esta recuperación. Algunos
autores estiman que el rebote sólo encubre la explosividad
financiera subyacente. Consideran que las entidades privadas no están
saneadas y que los Bancos Centrales cargan con inmanejables activos
tóxicos. Resaltan la peligrosidad del boom artificial de Wall
Street, que multiplicó por cuatro sus cotizaciones desde el 2009.
Pero otros
analistas estiman que la recuperación tiene cimientos reales.
Subrayan que por esa razón la FED ha puesto fin al rescate monetario
(“Quantitative Easing”), adquiere bonos en lugar de emitirlos y
está embarcada en una paulatina elevación de la tasa de interés.
La economía
estadounidense es el principal escenario de este giro. Trump estimula
la renovada avidez por el beneficio, promoviendo los cambios
legislativos que reclama el gran capital. Su reforma tributaria ya
redujo significativamente el pago de impuestos a las corporaciones.
No sólo en ese
terreno repite la política de Reagan. También retoma la estrategia
monetaria y cambiaria de su antecesor para absorber capital foráneo.
Intenta conciliar las tasas de interés elevadas con un dólar fuerte
y al mismo tiempo competitivo. El endeudamiento y las burbujas que
generan esas políticas son conocidos. Pero mientras florecen las
ganancias toda la burguesía bendice al magnate.
Este nuevo
contexto se refleja en los organismos internacionales. Durante los
años de mayor crisis la OMC y el G 20 apuntalaban el salvataje
coordinado de los bancos. En el respiro actual reaparecen las
disputas comerciales expresadas en los desplantes de Trump. Como
desapareció el temor a un gran desplome de los bancos resurgen los
choques entre competidores.
Estados Unidos ya
no aspira a lograr el rescate chino de sus finanzas. Pretende
recuperar los negocios perdidos y frenar la expansión de su rival. A
una escala inferior estas mismas tensiones se verifican con Europa.
El discurso
proteccionista del ocupante de la Casa Blanca se amolda a esta
situación. En lugar de propiciar la regresión a los bloques
aduaneros de los años 30, aprovecha la coyuntura de crecimiento para
apuntalar la competitividad yanqui.
Trump no quiere,
ni puede revertir el cambio estructural introducido por la
preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de
internacionalización se afianzó al cabo de tres décadas de grandes
inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima de la
producción.
Su estratégica
apuesta al capitalismo digital requiere más globalización. Sería
totalmente inaplicable en un contexto de generalizado cierre de
fronteras. Las pulseadas aduaneras que retoma no son novedosas. Entre
2009 y 2017 se registraron 1643 acciones proteccionistas contra 622
liberalizadoras entre los miembros del G 20. La belicosidad comercial
tampoco impidió la reciente suscripción del tratado de libre
comercio entre Canadá y la Unión Europea.
Las principales
tendencias de la globalización productiva persisten más allá de la
coyuntura. Las empresas transnacionales y sus cadenas de valor se
expanden al mismo ritmo que el desplazamiento de la industria a
Oriente. Ese curso refuerza el deterioro salarial, la precarización
laboral, el desempleo y la desigualdad social.
Trump no tiene
ninguna receta para evitar las enormes convulsiones -que cada
quinquenio o decenio- conmocionan a la economía mundial. Al
contrario, acrecienta los excedentes invendibles, la sobreinversión
y la especulación financiera, que saldrán a la superficie en el
próximo estallido. Como típico exponente del capitalismo actual
erosiona los diques que morigeran los desajustes del sistema.
EROSIÓN DEL PODER ESTADOUNIDENSE
Trump es
frecuentemente presentado como un demente sin brújula que actúa en
forma imprevisible. Esa impresión suele oscurecer el sentido
principal de su presidencia, que es recuperar posiciones económicas
con la amenaza de la guerra. El magnate no actúa sólo, ni al
servicio de una minúscula elite. Representa a los grandes
capitalistas norteamericanos. Es importante registrar esa lógica de
su acción para evitar interpretaciones superficiales de su mandato.
Estados Unidos fue un nítido ganador del primer período de la
mundialización neoliberal y cumplió un papel económico clave en el
despegue de ese proceso. Aportó el enlace estatal requerido para
gestar la acumulación a escala mundial. Las instituciones de
Washington internacionalizaron los instrumentos financieros y
apuntalaron la globalización productiva.
La regulación
bancaria de la FED, la operatoria del dólar como moneda mundial, la
reorganización de los presupuestos estatales bajo la auditoría del
FMI y las reglas bursátiles de Wall Street afianzaron la
mundialización. Esa gravitación volvió a notarse en el desenlace
de la convulsión del 2008.
Pero esta nueva
etapa del capitalismo no revirtió la pérdida de supremacía
norteamericana. Estados Unidos conserva los principales bancos y
empresas transnacionales y encabeza, además, la introducción de
nuevas tecnologías. Pero ha resignado posiciones claves en la
producción y el comercio. Su impulso de la mundialización
neoliberal terminó favoreciendo a China, que se
convirtió en un inesperado competidor global. Trump intenta
modificar ese resultado atemorizando a sus contrincantes.
Pero su capacidad
real para ejercer esa presión es una incógnita. Aunque Estados
Unidos prevalece en el terreno militar (y carece de reemplazantes
para la custodia del orden capitalista) su hegemonía ha perdido la
contundencia del pasado. Por eso sus líderes fallan en todos los
operativos para retomar supremacía.
El balance de las
últimas décadas es concluyente. El cambio de régimen en Irak
reforzó a Irán y no redujo la autonomía de Turquía. La incursión
en Ucrania para debilitar a Rusia tuvo el efecto opuesto. El despegue
de China y el acceso de Corea del Norte a las armas nucleares no
fueron contenidos.
El Pentágono
esparció además el caos en Libia, Sudán, Somalia y Afganistán,
sin apuntalar la dominación estadounidense. Los ganadores de la
pulseada en Siria son Rusia e Irán. Cada una de esas intervenciones
consumió millones de dólares y decenas de bajas.
Como esas
destructivas acciones desmoralizaron también a los pueblos, el
imperialismo norteamericano no ha sufrido derrotas comparables a
Vietnam. Pero ha fracasado en el logro de sus objetivos.
La acumulación de
fallidos ha modificado las relaciones de Estados Unidos con sus
socios. La tradicional subordinación ha mutado hacia
entrelazamientos más complejos. Las potencias europeas y asiáticas
ya no aceptan con la vieja sumisión a Washington. Desenvuelven
estrategias propias y explicitan sus conflictos con el gigante
norteamericano. Ningún aliado cuestiona la supremacía del
Pentágono, ni pretende gestar un poder bélico contrapuesto. Pero se
diluyó el vasallaje de la segunda mitad del siglo XX.
Habrá que ver si
en el futuro el liderazgo yanqui desaparece, resurge o se disuelve
paulatinamente. Hasta ahora ninguna acción e Trump ha contenido el
declive.
30-3-2018
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