Gilberto Conde
El Medio Oriente vive una situación de caos, desatada en Iraq y Siria, que se está extendiendo aceleradamente a toda la región y a otras partes del mundo. Aunque sus raíces son más profundas, la geopolítica de potencias grandes y medianas hacia Iraq desde 2003 y hacia los movimientos sociales desde 2011 ha tenido una gran parte de responsabilidad en esta evolución.
La región ha sido objeto de muy complejos juegos geopolíticos desde inicios del siglo XX. Su importancia estratégica se confirmó durante la Guerra Fría por su ubicación y recursos fundamentales. En lo que va del siglo XXI la relevancia que le atribuyen las potencias grandes y medianas no deja de aumentar.
La región ha sido objeto de muy complejos juegos geopolíticos desde inicios del siglo XX. Su importancia estratégica se confirmó durante la Guerra Fría por su ubicación y recursos fundamentales. En lo que va del siglo XXI la relevancia que le atribuyen las potencias grandes y medianas no deja de aumentar.
La administración de Estados Unidos marcó un viraje geopolítico al ocupar Iraq en la primavera de 2003. Constituía el primer paso de una política mucho más ambiciosa. Después debían caer otros regímenes de la región que la Casa Blanca consideraba hostiles, particularmente el iraní, el sirio y el libio. El fracaso rotundo en Iraq les impidió continuar. Los “Civiles del Pentágono” que habían concebido el plan se proponían garantizar que su país se mantuviera al frente del mundo durante el siglo que se abría. 1 Controlar el Medio Oriente era una pieza clave de la estrategia global para evitar que algún país o coalición, incluyendo a China, adquiriera la capacidad de obtener la hegemonía sobre el sistema capitalista en su conjunto.
Una de las principales fallas de la administración estadunidense de Iraq fue establecer leyes como la de desbaathificación o actuar como si la sociedad iraquí se dividiera esencialmente entre sunníes y chiíes. Como estos últimos eran mayoría, los ocupantes le dieron el poder a los partidos islamistas chiíescon los que venían tratando desde la guerra de 1991.2 El gobierno iraquí así constituido desconfiaba de las comunidades sunníes y recayó cada vez más en el apoyo, más que de las fuerzas de ocupación, del Estado iraní. A esto se sumó la venalidad de un gobierno producto de un proceso tal y, con ella, la discriminación hacia los sunníes, que atizó la división sectaria del país.
Washington fue descubriendo que su enorme gasto y la muerte de miles de sus soldados había resultado en fortalecer a Irán. Los monarcas del Golfo, en especial los saudíes y kuwaitíes, que habían anhelado capitalizar la ocupación, sintieron que ocurría lo contrario. Invirtieron grandes sumas para promover a grupos de sunníes que boicotearan al nuevo gobierno.
Las atrocidades cometidas por las tropas ocupantes, como las torturas en la prisión de Abu Ghraib, redundaron en el fortalecimiento de organizaciones armadas de resistencia que no sólo contribuyeron a la derrota de Estados Unidos en Iraq. Producto de ese proceso, Al-Qaeda en Mesopotamia —posteriormente rebautizada Estado Islámico en Iraq, Estado Islámico en Iraq y Sham (Daesh) y ahora simplemente Estado Islámico— se dedicó a combatir a los chiíespor el simple hecho de serlo.
Por esos mismos años los propagandistas de las monarquías del Golfo empezaron a difundir la idea de que la contradicción fundamental en el Medio Oriente era la que oponía a sunníes y shiíes, y que Irán estaba estableciendo lo que llamaron una Media Luna Chií. Aseguraban que estaba extendiendo una hegemonía en la región por medio de gobiernos y organizaciones chiíes que formaban un arco que incluía a Iraq, Siria y Líbano con Hezbolá. Se trataba de una amenaza a una supuesta ortodoxia sunní que el reino saudí se esmera por imponer en toda la región desde hace décadas.3
Una de las principales fallas de la administración estadunidense de Iraq fue establecer leyes como la de desbaathificación o actuar como si la sociedad iraquí se dividiera esencialmente entre sunníes y chiíes. Como estos últimos eran mayoría, los ocupantes le dieron el poder a los partidos islamistas chiíescon los que venían tratando desde la guerra de 1991.2 El gobierno iraquí así constituido desconfiaba de las comunidades sunníes y recayó cada vez más en el apoyo, más que de las fuerzas de ocupación, del Estado iraní. A esto se sumó la venalidad de un gobierno producto de un proceso tal y, con ella, la discriminación hacia los sunníes, que atizó la división sectaria del país.
Washington fue descubriendo que su enorme gasto y la muerte de miles de sus soldados había resultado en fortalecer a Irán. Los monarcas del Golfo, en especial los saudíes y kuwaitíes, que habían anhelado capitalizar la ocupación, sintieron que ocurría lo contrario. Invirtieron grandes sumas para promover a grupos de sunníes que boicotearan al nuevo gobierno.
Las atrocidades cometidas por las tropas ocupantes, como las torturas en la prisión de Abu Ghraib, redundaron en el fortalecimiento de organizaciones armadas de resistencia que no sólo contribuyeron a la derrota de Estados Unidos en Iraq. Producto de ese proceso, Al-Qaeda en Mesopotamia —posteriormente rebautizada Estado Islámico en Iraq, Estado Islámico en Iraq y Sham (Daesh) y ahora simplemente Estado Islámico— se dedicó a combatir a los chiíespor el simple hecho de serlo.
Por esos mismos años los propagandistas de las monarquías del Golfo empezaron a difundir la idea de que la contradicción fundamental en el Medio Oriente era la que oponía a sunníes y shiíes, y que Irán estaba estableciendo lo que llamaron una Media Luna Chií. Aseguraban que estaba extendiendo una hegemonía en la región por medio de gobiernos y organizaciones chiíes que formaban un arco que incluía a Iraq, Siria y Líbano con Hezbolá. Se trataba de una amenaza a una supuesta ortodoxia sunní que el reino saudí se esmera por imponer en toda la región desde hace décadas.3
Por diversas causas una chispa encendió la pradera árabe durante los últimos días de 2010. En las semanas siguientes cientos de miles salieron a las calles y lograron derrocar por vía pacífica a los presidentes de Túnez y de Egipto. Hubo manifestaciones hasta en los sitios más inverosímiles, como el reino saudí. Las autoridades estadunidense y europeas, ni hablar de las del Golfo, mostraron desconcierto. No pocos dictadores que habían prestado servicios durante décadas y que aún no caían se enfilaban hacia el despeñadero. El presidente de Yemen y el monarca de Bahréin estaban en serios aprietos. El único alivio que encontraron las elites euroestadunidenses y las de la región fue ver que también el hombre fuerte de Libia y el presidente de Siria estaban siendo cuestionados.
Las monarquías saudí, qatarí y otras del Golfo juntaron cientos de millones de dólares para hacer frente a la situación. Con la venia de la Casa Blanca todos los esfuerzos se concentraron en conseguir dos cambios en la región, evitar cambios importantes en otros países y revertir, en la medida de lo posible, lo de Túnez y Egipto.
En Siria el asunto ha sido particularmente complejo. En breve, el gobierno de Bashar al-Asad reprimió muy violentamente a los manifestantes empujando a muchos sectores a tomar las armas. Los aliados de Washington en la región —el grueso de las monarquías del Golfo y gobiernos como los de Turquía (de la OTAN) y Jordania, entre otros, aunque también integrantes individuales de las oligarquías de la región— hicieron todo para que los opositores intentaran derrocar al gobierno por la vía armada. Apoyaron a todo individuo o grupo dispuesto a hacerlo, independientemente de sus objetivos ulteriores. Así, terminaron financiando y apoyando logísticamente a organizaciones islamistas sunníes ultrarradicales como el Estado Islámico u otras con ideologías similares.
Por el otro lado, Rusia e Irán, al igual que organizaciones como Hezbolá y milicias chiíes iraquíes, se han alineado con el gobierno sirio, a pesar de algunas críticas iniciales. Desde el inicio del conflicto Rusia y China impidieron que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizara alguna operación similar a la realizada en Libia por la OTAN. Hacia finales de 2011 Rusia se puso a reabastecer abiertamente al ejército árabe sirio de los pertrechos consumidos o averiados. Se sospecha que desde muy temprano en el conflicto hubo guardias republicanos iraníes que aconsejaban a las fuerzas sirias. En 2013 Hezbolá decidió entrar al combate a favor del gobierno. El apoyo ruso e iraní cobró dimensiones cualitativamente superiores en 2015 a como parecía flaquear la capacidad del ejército sirio para mantener cierto control.
Las monarquías saudí, qatarí y otras del Golfo juntaron cientos de millones de dólares para hacer frente a la situación. Con la venia de la Casa Blanca todos los esfuerzos se concentraron en conseguir dos cambios en la región, evitar cambios importantes en otros países y revertir, en la medida de lo posible, lo de Túnez y Egipto.
En Siria el asunto ha sido particularmente complejo. En breve, el gobierno de Bashar al-Asad reprimió muy violentamente a los manifestantes empujando a muchos sectores a tomar las armas. Los aliados de Washington en la región —el grueso de las monarquías del Golfo y gobiernos como los de Turquía (de la OTAN) y Jordania, entre otros, aunque también integrantes individuales de las oligarquías de la región— hicieron todo para que los opositores intentaran derrocar al gobierno por la vía armada. Apoyaron a todo individuo o grupo dispuesto a hacerlo, independientemente de sus objetivos ulteriores. Así, terminaron financiando y apoyando logísticamente a organizaciones islamistas sunníes ultrarradicales como el Estado Islámico u otras con ideologías similares.
Por el otro lado, Rusia e Irán, al igual que organizaciones como Hezbolá y milicias chiíes iraquíes, se han alineado con el gobierno sirio, a pesar de algunas críticas iniciales. Desde el inicio del conflicto Rusia y China impidieron que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizara alguna operación similar a la realizada en Libia por la OTAN. Hacia finales de 2011 Rusia se puso a reabastecer abiertamente al ejército árabe sirio de los pertrechos consumidos o averiados. Se sospecha que desde muy temprano en el conflicto hubo guardias republicanos iraníes que aconsejaban a las fuerzas sirias. En 2013 Hezbolá decidió entrar al combate a favor del gobierno. El apoyo ruso e iraní cobró dimensiones cualitativamente superiores en 2015 a como parecía flaquear la capacidad del ejército sirio para mantener cierto control.
Muchos se dejan seducir por la imaginación geopolítica de los saudíes y aceptan la afirmación de que se trata de un bloque sunní y otro chií. Aunque pueda haber algunos elementos de verdad en esta aseveración, los dos ámbitos —que no bloques— están constituidos en torno de sendos liderazgos globales, aunque los regionales tengan su autonomía. Un ámbito se conforma en torno de la hegemonía estadunidense y el otro en torno del liderazgo ruso. Cada actor estatal y cada oligarquía suele tener sus intereses, afinidades y temores propios.
En el ámbito pro estadunidense se ubican la Unión Europea y Estados como Arabia Saudí, Qatar, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Bahréin, Jordania y Egipto. A éstos se unen actores no estatales o semiestatales, como el libanés Movimiento Futuro del hombre político y de negocios Saad Hariri, y el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) iraquí, encabezado por la familia Barzani y su Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Este ámbito tiene subfacciones. Desde que dieran inicio los levantamientos de 2011 la monarquía saudí experimentó una fobia absoluta a cualquier cambio. En Egipto apoyaron el golpe de Estado del verano de 2013. El gobierno militar ha puesto fin a los avances democráticos conseguido por las manifestaciones. La monarquía y los líderes religiosos saudíes han mantenido una actitud sumamente hostil a la Sociedad de los Hermanos Musulmanes en toda la región, a pesar de ser también sunníes. Por el contrario, la familia real qatarí y el gobierno de Turquía, encabezado por Recep Tayyip Erdogan, a su vez líder del islamista-neoliberal Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), dieron la bienvenida a los movimientos populares, anticipando la llegada al poder en diversos países de los Hermanos Musulmanes. Esta afinidad ha generado fricciones con la oligarquía saudí y con otras del Golfo, por no hablar del gobierno militar egipcio. A pesar de los choques, incluso armados, de los partidarios de ambas tendencias (en Libia, por ejemplo), han coincidido en al menos dos escenarios. El deterioro de la situación en Yemen tras la remoción negociada del ex presidente Ali Abdallah Salih dio un viraje súbito cuando miembros de la tribu huthi se levantaron en armas y, con el apoyo de Salih y aparentemente de Irán, derrocaron al nuevo gobierno, encabezado por Abd Rabbuh Mansur Hadi. Las fuerzas armadas saudíes intervinieron en contra de los huthis y de su antiguo hombre de confianza para intentar restituir al presidente Hadi. En esto han contado con el apoyo de las autoridades qataríes y turcas, y del Partido Islah (los Hermanos Musulmanes en Yemení). En Siria los gobiernos aliados de Estados Unidos han tenido muchas coincidencias aunque no pocas desavenencias. No obstante, todos esos Estados y un número importante de sus magnates han apuntalado, de una forma u otra, a cualquier grupo dispuesto a combatir al gobierno de Bashar al-Asad. Esto ha incluido a Daesh, pero también a la sección de al-Qaeda en Siria, Yibhat al-Nosra, y muchos otros grupos grandes y pequeños que se encuentran en el país no tanto por apoyar a la rebelión con sus reivindicaciones originales, sino en función de una agenda ligada a su concepción escatológica del mundo y de la religión. Es probable que estos Estados y actores individuales hubieran albergado esperanzas, en 2011 y 2012, de derrocar rápidamente a Asad y su régimen. Tras ver que el poder sirio se mantenía, fueron orientando sus apoyos a las organizaciones que mostraban más eficacia en el terreno, pero también a aquellas que tenían una mayor afinidad ideológica con los financiadores. La administración estadunidense se ha encontrado en una situación compleja tras otra en Siria. Primero parece haber aceptado que todas las rebeliones árabes se resuman a ésta. En nombre de la legitimidad del levantamiento contra Asad, ha permitido actuar a sus aliados y ha tolerado el desarrollo de numerosas organizaciones yihadistas. Cuando en el verano de 2013 se convenció de que Asad no caería fácilmente, decidió concentrar sus ataques en el Estado Islámico, que ya tomaba su propio curso. Ha dejado a sus aliados tomar el grueso de las decisiones estratégicas en Siria y otros países, a pesar de que se da cuenta del caos resultante y de las ondas de choque que ya está teniendo en todo el Medio Oriente y fuera de él. Enfrenta contradicciones entre su interés por contrarrestar la influencia rusa, garantizar el apoyo de sus aliados y asegurar la estabilidad necesaria para mantener los negocios capitalistas en la región. Aunque Israel tiene sus propios problemas con el recurrente surgimiento de la resistencia palestina a la ocupación y a la supresión de derechos, no deja de actuar en todo el tablero regional. Sigue quedando claro que una solución justa y duradera a la cuestión palestina ayudaría enormemente a reducir el sentimiento de agravio de los árabes y los musulmanes del mundo.
En el ámbito pro estadunidense se ubican la Unión Europea y Estados como Arabia Saudí, Qatar, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Bahréin, Jordania y Egipto. A éstos se unen actores no estatales o semiestatales, como el libanés Movimiento Futuro del hombre político y de negocios Saad Hariri, y el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) iraquí, encabezado por la familia Barzani y su Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Este ámbito tiene subfacciones. Desde que dieran inicio los levantamientos de 2011 la monarquía saudí experimentó una fobia absoluta a cualquier cambio. En Egipto apoyaron el golpe de Estado del verano de 2013. El gobierno militar ha puesto fin a los avances democráticos conseguido por las manifestaciones. La monarquía y los líderes religiosos saudíes han mantenido una actitud sumamente hostil a la Sociedad de los Hermanos Musulmanes en toda la región, a pesar de ser también sunníes. Por el contrario, la familia real qatarí y el gobierno de Turquía, encabezado por Recep Tayyip Erdogan, a su vez líder del islamista-neoliberal Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), dieron la bienvenida a los movimientos populares, anticipando la llegada al poder en diversos países de los Hermanos Musulmanes. Esta afinidad ha generado fricciones con la oligarquía saudí y con otras del Golfo, por no hablar del gobierno militar egipcio. A pesar de los choques, incluso armados, de los partidarios de ambas tendencias (en Libia, por ejemplo), han coincidido en al menos dos escenarios. El deterioro de la situación en Yemen tras la remoción negociada del ex presidente Ali Abdallah Salih dio un viraje súbito cuando miembros de la tribu huthi se levantaron en armas y, con el apoyo de Salih y aparentemente de Irán, derrocaron al nuevo gobierno, encabezado por Abd Rabbuh Mansur Hadi. Las fuerzas armadas saudíes intervinieron en contra de los huthis y de su antiguo hombre de confianza para intentar restituir al presidente Hadi. En esto han contado con el apoyo de las autoridades qataríes y turcas, y del Partido Islah (los Hermanos Musulmanes en Yemení). En Siria los gobiernos aliados de Estados Unidos han tenido muchas coincidencias aunque no pocas desavenencias. No obstante, todos esos Estados y un número importante de sus magnates han apuntalado, de una forma u otra, a cualquier grupo dispuesto a combatir al gobierno de Bashar al-Asad. Esto ha incluido a Daesh, pero también a la sección de al-Qaeda en Siria, Yibhat al-Nosra, y muchos otros grupos grandes y pequeños que se encuentran en el país no tanto por apoyar a la rebelión con sus reivindicaciones originales, sino en función de una agenda ligada a su concepción escatológica del mundo y de la religión. Es probable que estos Estados y actores individuales hubieran albergado esperanzas, en 2011 y 2012, de derrocar rápidamente a Asad y su régimen. Tras ver que el poder sirio se mantenía, fueron orientando sus apoyos a las organizaciones que mostraban más eficacia en el terreno, pero también a aquellas que tenían una mayor afinidad ideológica con los financiadores. La administración estadunidense se ha encontrado en una situación compleja tras otra en Siria. Primero parece haber aceptado que todas las rebeliones árabes se resuman a ésta. En nombre de la legitimidad del levantamiento contra Asad, ha permitido actuar a sus aliados y ha tolerado el desarrollo de numerosas organizaciones yihadistas. Cuando en el verano de 2013 se convenció de que Asad no caería fácilmente, decidió concentrar sus ataques en el Estado Islámico, que ya tomaba su propio curso. Ha dejado a sus aliados tomar el grueso de las decisiones estratégicas en Siria y otros países, a pesar de que se da cuenta del caos resultante y de las ondas de choque que ya está teniendo en todo el Medio Oriente y fuera de él. Enfrenta contradicciones entre su interés por contrarrestar la influencia rusa, garantizar el apoyo de sus aliados y asegurar la estabilidad necesaria para mantener los negocios capitalistas en la región. Aunque Israel tiene sus propios problemas con el recurrente surgimiento de la resistencia palestina a la ocupación y a la supresión de derechos, no deja de actuar en todo el tablero regional. Sigue quedando claro que una solución justa y duradera a la cuestión palestina ayudaría enormemente a reducir el sentimiento de agravio de los árabes y los musulmanes del mundo.
El ámbito en el que participa Rusia, sus elites y las de China e Irán, aunque también la dirección del Hezbolá libanés y de fuerzas chiíes iraquíes, ligadas o no al gobierno, consideran que el derrocamiento del régimen sirio amenaza con traer consecuencias muy graves. Se podía convertir en el primer paso hacia la consecución del objetivo de la administración Bush en 2003. Rusia perdería mucho más que el acceso a la base naval de Tartús, la única en el Mediterráneo, y los riesgos superarían los del retorno de miles de yihadistas a su territorio. De hacerse del Medio Oriente, Estados Unidos podía aspirar a controlar buena parte de los recursos energéticos del planeta. Si durante las próximas décadas el capitalismo estuviera en condiciones de experimentar un cambio de hegemonía de Washington y Nueva York hacia otros centros, como Moscú y Beijing, los líderes actuales en estas capitales deben impedir el control total del Medio Oriente por fuerzas adversas. Todos lo consideran pivote geopolítico tanto por su ubicación geográfica como por la abundancia de recursos estratégicos.
Aunque los que toman las decisiones estratégicas en Irán pueden entender este desafío, perciben un peligro existencial más inmediato. Si Washington y sus aliados en la región lograran derrocar a Asad y al Baath en Siria, las amenazas a la República Islámica se podrían multiplicar. Hezbolá podría quedar aislado en Líbano y a merced de los servicios israelíes, lo que aumentaría la probabilidad de que la fuerza aérea de Israel lanzara un ataque contra Irán con menores riesgos de consecuencias. Si la caída del régimen sirio era sucedida por el establecimiento de un mayor caos en el país, con una guerra entre diferentes agrupaciones sunníes armadas, sin hablar de posibles masacres contra minorías religiosas y étnicas, la estabilidad de Iraq se podía ver comprometida, lo que también podría amenazar directamente al propio Irán.
El escenario en Siria parece uno de desintegración acelerada. La prensa estadunidense habla de la existencia de miles de grupos de oposición, civiles y armados, cada uno con matices ideológicos respecto de los otros, que cubren todo el espectro político. Aunque todos se dan cuenta de que Estados Unidos o sus otros protectores están en Siria en busca de cuidar sus propios intereses, requieren del apoyo material de quienes los financian. Saben también que si quieren el apoyo de Washington deben combatir al Estado Islámico. Muchos de quienes iniciaron el movimiento y que siguen libres y con vida, en Siria o en el exilio, sienten que lo menos que deben conquistar después de tanta destrucción es la destitución de Asad. Las organizaciones armadas yihadistas-salafistas quisieran además controlar territorios en los cuales imponer su visión del islam.
De los opositores que desde 2011 optaron por una salida negociada al conflicto, los que tienen mayor influencia son los kurdos del Partido de la Unidad Democrática (PYD). Sus Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y de las Mujeres (YPJ) garantizan la autodefensa en una serie de cantones a lo largo de la frontera entre Siria y Turquía. La ideología del PYD propone una cultura de respeto a la diversidad con el establecimiento de órganos autónomos de democracia directa de las mujeres y de cada grupo étnico y religioso. En las antípodas de la ideología de Daesh, no es de extrañar que hayan chocado con la organización yihadista desde que conquistó territorios aledaños a los cantones kurdos en 2012 y 2013. Esto, por un lado, ha permitido al PYD gozar de cierto apoyo de Estados Unidos, que los trata como aliados circunstanciales. Por otro lado, el pro estadunidense gobierno turco trata al PYD como enemigo, al punto de seguir tolerando los movimientos de la organización yihadista-salafista a pesar de pertenecer a la coalición contra ésta.
El Estado Islámico busca territorio e influencia con la idea de desatar una insurrección islámica sunní global contra los chiíes, los “cruzados” y los apóstatas de la sunna. Parece difícil imaginar que frenarán su ofensiva, a menos de que sean reducidos a su mínima expresión. No obstante, han demostrado una gran habilidad para explotar cualquier debilidad y los sentimientos de agravio de los sectores más desafortunados de la población sunní de Siria, Iraq y más allá.
De los opositores que desde 2011 optaron por una salida negociada al conflicto, los que tienen mayor influencia son los kurdos del Partido de la Unidad Democrática (PYD). Sus Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y de las Mujeres (YPJ) garantizan la autodefensa en una serie de cantones a lo largo de la frontera entre Siria y Turquía. La ideología del PYD propone una cultura de respeto a la diversidad con el establecimiento de órganos autónomos de democracia directa de las mujeres y de cada grupo étnico y religioso. En las antípodas de la ideología de Daesh, no es de extrañar que hayan chocado con la organización yihadista desde que conquistó territorios aledaños a los cantones kurdos en 2012 y 2013. Esto, por un lado, ha permitido al PYD gozar de cierto apoyo de Estados Unidos, que los trata como aliados circunstanciales. Por otro lado, el pro estadunidense gobierno turco trata al PYD como enemigo, al punto de seguir tolerando los movimientos de la organización yihadista-salafista a pesar de pertenecer a la coalición contra ésta.
El Estado Islámico busca territorio e influencia con la idea de desatar una insurrección islámica sunní global contra los chiíes, los “cruzados” y los apóstatas de la sunna. Parece difícil imaginar que frenarán su ofensiva, a menos de que sean reducidos a su mínima expresión. No obstante, han demostrado una gran habilidad para explotar cualquier debilidad y los sentimientos de agravio de los sectores más desafortunados de la población sunní de Siria, Iraq y más allá.
Aunque la geopolítica de las potencias mundiales y regionales hacia el Medio Oriente ha sido muy compleja históricamente, la situación se ha complicado aún más desde la ocupación de Iraq en 2003 que buscó romper los frágiles equilibrios regionales en función de las aspiraciones geopolíticas globales de la administración estadunidense. Las rebeliones antiautoritarias de 2011 volvieron a sacudir el escenario geopolítico. Las oligarquías del Medio Oriente y sus Estados optaron por evitar cambios reales, salvo en los dos países gobernados por facciones que les parecían incómodas. Fuerzas yihadistas aprovecharon la coyuntura para fortalecerse. El resultado ha sido un caos que no hace más que extenderse allende la región. Las contradicciones internas de las potencias mundiales, particularmente de Estados Unidos, dificulta la puesta en práctica de soluciones que rebasen lo militar. Si algo ha mostrado Siria durante los últimos cinco años es que las opciones bélicas por sí solas pueden resultar muy perjudiciales.
Gilberto Conde
Profesor-investigador del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.
Profesor-investigador del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.
1 Su página de internet, ahora inexistente, era www.newamericancentury.org
2 Es indispensable distinguir varios conceptos: islam es la religión; musulmán, quien la profesa; islamismo, una ideología política basada en la religión islámica; islamista, un partidario del islamismo. Hay numerosas variantes de islamismo.
3 La monarquía saudí gobierna el reino con mano de hierro bajo una de las interpretaciones más rígidas del islam.
fuente: http://www.nexos.com.mx/?p=27305