jueves, 19 de octubre de 2017

El plan de Israel para remodelar Oriente Medio apoya la independencia del Kurdistán

Jonathan Cook
Mondoweiss

 
Un kurdo sostiene una bandera israelí y otra kurda durante una manifestación para mostrar su apoyo al referéndum de independencia del 25 de septiembre en Erbil, Irak, el 16 de septiembre de 2017. (Foto: REUTERS / AZAD LASHKARIG)
 
Palestinos e israelíes observaron el referéndum de los kurdos de Irak de la semana pasada con especial interés. Los funcionarios israelíes y muchos palestinos de a pie estaban encantados -por razones muy diferentes- de ver un voto abrumador para separarse de Irak.
Dada la reacción negativa de Bagdad y la ira de Irán y Turquía, que tienen minorías kurdas intranquilas, la creación de un Kurdistán en el norte de Irak podría no ocurrir de inmediato.
El apoyo palestino a los kurdos no es difícil de entender. Los palestinos también fueron ignorados cuando Gran Bretaña y Francia dividieron el Medio Oriente en estados hace un siglo. Al igual que los kurdos, los palestinos se han visto atrapados en diferentes territorios y oprimidos por sus amos.
Los complejos intereses de Israel en la independencia kurda son más difíciles de desentrañar.
El primer ministro Benjamin Netanyahu es el único líder mundial que respalda la independencia kurda mientras otros políticos hablan del "derecho moral" de los kurdos a un Estado. Nadie vio lo incómodo que se puso con su enfoque del caso palestino.
En un nivel superficial Israel ganaría porque los kurdos se sientan sobre abundante petróleo. A diferencia de los estados árabes y de Irán, están dispuestos a vender a Israel.
Pero las razones del apoyo israelí son más profundas. Ha habido cooperación, en gran parte secreta, entre Israel y los kurdos durante décadas. Los medios de comunicación israelíes hicieron un homenaje a los generales jubilados que han venido entrenando a los kurdos desde los años sesenta. Esas conexiones no han sido olvidadas ni finalizadas. En las manifestaciones de la independencia se vieron banderas israelíes y los kurdos hablaron de su ambición de convertirse en un "segundo Israel".
Israel considera a los kurdos aliados claves en una región dominada por los árabes. Ahora, con el retroceso de la influencia del Estado Islámico, un Kurdistán independiente podría ayudar a prevenir que Irán llenase el vacío. Israel quiere un baluarte contra un Irán que transfiere sus armas, inteligencia y conocimientos a los aliados chiítas en Siria y Líbano.
Los intereses actuales de Israel, sin embargo, remiten a una visión más amplia que ha albergado durante mucho tiempo para la región, sobre la que me explayé extensamente en mi libro Israel and the Clash of Civilisations (Israel y el choque de civilizaciones, N. de T.).
Comenzó con el padre fundador de Israel, David Ben Gurion, quien ideó una estrategia de "aliarse con la periferia", construyendo lazos militares con estados no árabes como Turquía, Etiopía, India e Irán, gobernados por los shahs. El objetivo era ayudar a Israel a salir de su aislamiento regional y contener un nacionalismo árabe dirigido por Gamal Abdel Nasser de Egipto.
El general israelí Ariel Sharon amplió esta doctrina de seguridad a principios de los 80, con la pretensión de convertir Israel en una potencia imperial en el Medio Oriente. Israel se aseguraría de que solo el Estado judío poseyera armas nucleares en la región, hecho que lo hace indispensable para los Estados Unidos.
Sharon no fue explícito acerca de cómo podría cristalizar el imperio de Israel, pero el Plan Yinon, escrito para la Organización Sionista Mundial por un exfuncionario del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, proporcionó una indicación aproximada.
Oded Yinon propuso la implosión de Oriente Medio rompiendo los estados clave de la región -y principales opositores de Israel- alimentando la discordia sectaria y étnica. El objetivo era romper estos estados, debilitarlos para que Israel pudiera asegurar su lugar como único poder regional.
La inspiración de esta idea estaba en los territorios ocupados, donde Israel había confinado a los palestinos en una serie de enclaves separados. Posteriormente Israel dividiría el movimiento nacional palestino, alimentando un extremismo islamista que se unió a Hamas y al la yihad islámica.
En este período, Israel también puso a prueba sus ideas en el vecino Líbano meridional, que ocupó durante dos décadas. Allí su presencia alimentó aún más las tensiones sectarias entre cristianos, musulmanes drusos, sunitas y chiíes.
La estrategia de "balcanizar" el Oriente Medio encontró el favor en los EE.UU. entre un grupo de políticos conocidos como neoconservadores, que asomaron al poder durante la presidencia de George W. Bush.
Fuertemente influenciados por Israel, promovieron la idea de hacer "retroceder" a los estados claves, especialmente Irak, Irán y Siria, que se oponían al dominio israelí-estadounidense en la región. Priorizaron el derrocamiento de Saddam Hussein, quien había disparado misiles contra Israel durante la guerra del Golfo de 1991.
Aunque se suponía a menudo que era un desafortunado efecto secundario de la invasión de Irak de 2003, la supervisión de Washington de la sangrienta desintegración del país en feudos sunitas, chiítas y kurdos parecía sospechosamente intencional. Ahora los kurdos iraquíes están a punto de hacer que la ruptura sea permanente.
Siria atravesó el mismo proceso sumida en una convulsa guerra que ha dejado impotente a su gobernante. Y Teherán es, una vez más, el blanco de los esfuerzos de Israel y sus aliados de Estados Unidos para destruir el acuerdo nuclear de 2015, arrojando a Irán al rincón. Las minorías árabes, baluchis, kurdas y azeríes deberían estar ya maduras para despertar.
El mes pasado, en la conferencia anual de Herzliya, un festival del establishment de la seguridad de Israel, la ministra de Justicia Ayelet Shaked pidió un Estado kurdo. Declaró que sería parte integral de los esfuerzos israelíes por "reestructurar" el Medio Oriente.
El desmembramiento del mapa implantado por Gran Bretaña y Francia en la región conduciría probablemente a un caos del tipo que un Israel fuerte, armado nuclearmente y con el apoyo de Washington, podría explotar ampliamente. No menos importante, sin embargo, es que más embestidas empujarían a la causa palestina aún más abajo en la lista de prioridades de la comunidad internacional.
Una versión de este artículo apareció por primera vez The National, Abu Dhabi.
Fuente: http://mondoweiss.net/2017/10/kurdish-independence-underpins/
Traducido para rebelion por JM 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

PANEL: HISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DEL CERCANO ORIENTE, UN DIÁLOGO CONTINUO.


Recientes investigaciones sobre Egipto y Palestina

29/09/2017 - 15hs. 
Instituto de Historia Antigua Oriental "Dr. A. Rosenvasser"
 25 de mayo 217, 3er piso, CABA.

Coordinadora: Dra. Susana Murphy;
Panel: Dr. Bernardo Gandulla, Dr. Marcelo Campagno, Dr. Ianir Milevski, Dra. Roxana Flammini y Dr. Emanuel Pfoh
Organizado por:
-Instituto de Historia Antigua Oriental "Dr. A. Rosenvasser", Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
-PICT (Raíces) "Relaciones entre Egipto y Palestina a fines del IV milenio a.C.: aspectos socioeconómicos, políticos e ideológicos".

Panel:
Dr. Bernardo Gandulla, Universidad de Buenos Aires
Dr. Marcelo Campagno, Universidad de Buenos Aires - CONICET
Dr. Ianir Milevski, Israel Antiquities Authority- Programa Raíces, Mincyt
Dra. Roxana Flammini, Pontificia Universidad Catolica Argentina - CONICET
Dr. Emanuel Pfoh, Universidad Nacional de La Plata - CONICET

En los últimos años, una masiva cantidad de datos extraídos de excavaciones arqueológicas en Egipto y el Levante (Siria-Palestina) ha sido confrontada con la información de los textos escritos en cada una de estas regiones. A las tradicionales discusiones sobre el texto bíblico y la arqueología bíblica, se han sumado en el último tiempo los estudios paleo-genéticos. Estos estudios y algunos descubrimientos epigráficos han tratado de trazar un nuevo itinerario para los llamados Pueblos del Mar en la segunda mitad del II milenio a.C. Otros estudios se han centrado en las relaciones entre Egipto y el Levante en distintas etapas. Se destacan los avances en la primera presencia de Egipto en el Levante meridional a fines del IV milenio a.C. y las discusiones sobre el carácter de la primera urbanización en Palestina. Además, se destaca el estudio de las relaciones en el II milenio entre Siria-Palestina y Egipto, especialmente durante el llamado período de El Amarna, pero también el rol de Egipto en el Levante meridional luego de la crisis del siglo XII a.C. y el reordenamiento sociopolítico de la región.

BELICISMO, GLOBALISMO Y AUTORITARISMO (I)

Claudio Katz1

En diciembre se desarrollará en Argentina la conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en julio del 2018 la cumbre del G 20. Son dos cónclaves de gran relevancia que reúnen a los principales funcionarios del establishment internacional. 
En el primer encuentro los popes de las empresas transnacionales actualizarán la agenda de la globalización. Discutirán un cronograma de liberalización del agro, la industria y los servicios. 
El G 20 abordará las prioridades geopolíticas. Desde la crisis económica del 2008, un nuevo grupo de actores estratégicos fue incorporado a la gobernabilidad mundial. 
Pero ya nadie recuerda las pacíficas cumbres de los mandantes del sistema. El Brexit y Trump modificaron radicalmente el tono de los encuentros presidenciales. Los unánimes elogios al capitalismo neoliberal han sido sustituidos por reuniones que concluyen a los gritos. En la última cita de Hamburgo los choques entre Estados Unidos y Alemania desbordaron todos los protocolos de la diplomacia. 
Estas pugnas entre gigantes continuarán en Argentina y Macri espera lograr alguna palmadita de los poderosos por su rol de anfitrión. Aspira a liderar la derecha latinoamericana exhibiendo sintonía con todos los reaccionarios del orbe. Para lograr el beneplácito de Trump, el presidente argentino acepta las exigencias estadounidenses de apertura comercial. Para ganar el favor de Merkel acelera las negociaciones de un acuerdo de libre-comercio, que favorecería a la Unión Europea en desmedro del Mercosur. 
Pero la percepción de las cumbres globales también ha cambiado en el ánimo popular. Las disidencias por arriba incentivan las resistencias por abajo. Por eso recobran fuerza las movilizaciones contra los dueños del mundo. 
Siguiendo la tradición que consagró la derrota del ALCA, ya se prepara en Argentina el rechazo a la OMC y el G 20. Varias organizaciones trabajan en la gestación de actividades para confrontar con el belicismo imperial estadounidense, el globalismo librecambista de las firmas transnacionales y la restauración conservadora en América Latina. Son tres batallas conjuntas contra los opresores de los pueblos. 
Pero los cónclaves de los poderosos también obligan a evaluar el nuevo escenario. ¿Qué pretende Trump y cuál es la viabilidad de sus agresiones? 
RECUPERAR PRIMACÍA ECONÓMICA 
El millonario intenta aprovechar la supremacía geopolítica y militar de su país para revertir el declive económico de la primera potencia. Estados Unidos ha sido el principal impulsor de un cambio neoliberal, que en las últimas décadas favoreció a China. El gigante asiático se convirtió en una potencia central que compite por la primacía económica global.
El ocupante de la Casa Blanca intenta modificar ese resultado con un reordenamiento pro-yanqui de los tratados comerciales. No encara un repliegue proteccionista y es erróneo suponer que propicia la regresión a los bloques aduaneros de los años 30.
Trump no quiere, ni puede revertir el cambio estructural introducido por la preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de internacionalización de la economía se afianzó, al cabo de tres décadas expansión de las inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima de la producción. El exótico mandatario sólo busca reordenar los términos de esa globalización a favor de su país, mediante negociaciones a cara de perro.
Intenta contrarrestar los grandes desbalances que afectan a Estados Unidos, evaluando que la crisis del 2008-09 golpeó más a los rivales que a la primera potencia. Pretende especialmente corregir el monumental déficit comercial estadounidense con China, Alemania, Japón, México y Canadá. Exige a esos países una mayor apertura en los sectores de alta competitividad yanqui.
En el 2016 Estados Unidos registró un desequilibrio total del comercio de bienes de 750.000 millones de dólares, pero un superávit de 250.000 millones en el segmento de los servicios. Esa desproporción obedece a la emergencia de una economía digital liderada por compañías norteamericanas (comunicaciones, plataformas, finanzas, comercio electrónico).
Washington sólo puede extraer provecho de esas ventajas si restaura la negociación bilateral y prioriza las leyes nacionales en desmedro de los arbitrajes internacionales.
Muchas reglas multilaterales de la OMC -que obstruyen las tratativas directas entre los países- se han convertido en un obstáculo para Estados Unidos. Por eso Trump pretende recuperar instrumentos de represalia unilateral, socavando los mecanismos de la OMC para zanjar controversias. Este giro es el principal sentido de su lema “America first”.
Las negociaciones sobre el comercio electrónico son el punto de partida de esta reorientación. Trump exige plena libertad de las empresas para el manejo de los datos, los códigos y la localización de los servidores. Estas definiciones convalidarían el control estadounidense del sector.
El multimillonario repite la estrategia comercial agresiva que desplegó Reagan. También retoma la política monetaria y cambiaria que ensayó su antecesor para absorber capital foráneo. Por eso intenta conciliar tasas de interés elevadas con un dólar fuerte y al mismo tiempo competitivo.
Trump sabe que Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido. Pero favorece a las firmas de alta tecnología, con la intención de relocalizar actividades automatizadas que utilizan mano de obra calificada. Refuerza también la preponderancia internacional de Wall Street, con mayor desregulación financiera y privilegios impositivos a los bancos.
Trabaja además a favor del lobby petrolero eliminando restricciones a la contaminación. Exhibe un descarado negacionismo climático en medio de huracanes, sequías y variaciones extremas de la temperatura.
Con un gran despliegue de xenofobia busca adicionalmente sustento en la clase obrera para su política neoliberal. Propicia límites a la movilidad de la fuerza de trabajo con la intención de actualizar la vieja segmentación de los asalariados estadounidenses.
Su estrategia apunta a doblegar a China. Trump demanda la apertura de áreas claves de la economía oriental (telecomunicaciones, energía, finanzas) a las empresas yanquis. Ofrece como contrapartida a Beijing cierta participación en la renovación de la infraestructura norteamericana.
El presidente de los exabruptos discute con los adversarios alemanes una agenda semejante. En este caso despliega una agresividad menor, apostando a la sumisión del estrecho aliado de posguerra. La negociación con los subordinados o apéndices directos del imperio (como Japón y Canadá) es más amistosa.
SOCIOS MUY INCIERTOS
Trump necesita alguna sociedad con países que puedan sintonizar con su estrategia. Desde el Brexit Inglaterra es el principal candidato a esa convergencia. El mandatario bravucón ofrece a los conservadores británicos respaldo bilateral para confrontar con Alemania, en la dura negociación por la salida de la Unión Europea.
El Brexit tiene parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de posiciones económicas británicas a través de fuertes restricciones a la inmigración, mayor diversificación del comercio y creciente desregulación financiera.
Inglaterra ha perdido posiciones económicas y pretende retener el máximo acceso al mercado unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir al mismo tiempo el arancel aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar acuerdos comerciales con otros países y para manejar su política inmigratoria.
Es lo mismo que plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la globalización, pero con estrategias comerciales propias y una gestión unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del England First se intenta mejorar la performance de una vieja potencia en la internacionalización europea.
Pero con la economía estancada y la productividad en retroceso los británicos tienen poco espacio para esa operación. No cuentan con las espaldas de Estados Unidos para encarar una apuesta tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit) ya perdió peso frente a la andanada de objeciones germanas.
Alemania no acepta la revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los millonarios compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al incorporarse a la Unión. Como las tratativas se desenvuelven en un limbo, los bancos y las automotrices no saben si quedarse o irse del país. Tampoco hay resolución a la vista para el estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los dos millones de ingleses afincados en Europa.
No se sabe, además, cómo se mantendrá abierta la frontera de Irlanda del Norte con el Sur (que permanece en la Unión). La propia existencia del Reino Unido está en juego, si Escocia decide celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su asociación de tres siglos con Inglaterra.
El eventual empalme estadounidense con los británicos es tan incierto, como el acuerdo que Trump intenta con Rusia. Moscú es el principal adversario geopolítico de Washington desde hace mucho tiempo y el grueso del establishment norteamericano (Pentágono, Departamento de Estado, CIA, prensa) se opone a cualquier pacto de largo plazo.
Esa animadversión hacia Rusia ya desbarató varios intentos de aproximación con Putin. El complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto a la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de espionaje (Rusia-gate), para obstruir cualquier convergencia con el aliado seleccionado por Trump.
El escandaloso mandatario logró en cambio reafirmar la vieja asociación de petróleo y armas, que Estados Unidos mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión es vital para sostener al dólar como moneda internacional, frente a los intentos de sustituirla por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los sauditas accedieron, además, a realizar compras multimillonarias al Pentágono y a invertir en la infraestructura estadounidense.
¿INTERVENCIÓN DIRECTA O GUERRAS POR DELEGACIÓN?
El principal instrumento de la estrategia económica de Trump es el poder imperial norteamericano. Su gran dilema es cómo utilizar esa monumental fuerza geopolítica y militar. Afronta dos posibilidades.
La primera sería restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar el modelo agresivo de Bush. Insinúa grandes operaciones que sintonizarían con el clima ideológico creado por sus diatribas contra las drogas, el terrorismo y los inmigrantes.
Esa escalada también convergería con el interés del Pentágono, que ya logró un nuevo aumento del presupuesto. Entre el 2001 y 2011 el incremento del gasto militar permitió cuadruplicar las ganancias de los fabricantes de cadáveres. El viejo complejo industrial militar ha integrado al pujante sector informático y esa articulación requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante. Las guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios yanquis para tapar escándalos políticos y desviar la atención de la población.
Una segunda posibilidad supondría reconocer que Estados Unidos no está en condiciones de consumar aventuras bélicas de gran escala. Por eso se propiciarían las acciones protagonizadas por los socios o vasallos del imperio. Esas guerras por delegación se desarrollan con asesoramiento del Pentágono, pero sin la intervención directa de los marines.
¿Cuál de las dos opciones está priorizando el reaccionario ocupante de la Casa Blanca? Sin descartar la primera alternativa, hasta ahora ha optado por la segunda, en los tres principales focos de tensión internacional.
Luego de retomar los bombardeos en Siria eludió la presencia de tropas, en un país ocupado por múltiples ejércitos. Llegó además a un acuerdo con Putin para congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con división de zonas bajo la protección de cada contendiente. Incluso aceptó la continuidad de Assad, diluyendo la programada contraofensiva de los mercenarios que financia el Departamento de Estado.
Pero Trump combinó esa tregua con un visto bueno a Israel para que actúe contra Irán, a través de atentados o amenazas de ataque al laboratorio de armas atómicas. También sostiene a los sauditas en su genocida guerra del Yemen y en su ultimátum a Qatar para que rompa con Teherán.
El mandatario yanqui avala el eje belicista de Arabia Saudita con Egipto, frente a la línea conciliadora de Qatar con Turquía, que alienta acuerdos energéticos con Rusia y una zona de comercio fluido con China. Como la guerra de Siria afianzó la presencia de las potencias no occidentales en la región, Trump quiere recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices.
Pero interviene a través de esos agentes y no mediante sus propias tropas. El desbocado presidente confirmó esa política de acción indirecta, con la mega-bomba que lanzó para impresionar a los vecinos de Afganistán. Elevó la escala de su pedagogía del terror y reforzó la presencia militar en esa estratégica región. En un lugar de gran entrecruzamiento de fronteras con China, Irán, India y las ex repúblicas soviéticas, Trump exhibe el mismo alarde de poderío que desplegaron sus precursores demócratas y republicanos.
El millonario también ha subido el tono de las agresiones verbales contra Corea del Norte, manteniendo hasta ahora la prudencia militar. Su amenaza de arrasar ese país es coherente con la masacre que perpetraron los yanquis en los años 50. Posteriormente convalidaron la misma agresión con la división del territorio y la obstrucción de cualquier negociación de paz. Conviene recordar que la única potencia que alguna vez utilizó la bomba fue Estados Unidos. Con lenguajes primitivos Trump ni siquiera recurre al disfraz de las intervenciones humanitarias.
Pero entre tanto palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos que ensayan India y Francia. El diabolizado país suscita tanta reacción porque viola un principio básico de la hipocresía nuclear, que asigna a ciertas naciones el derecho a destruir y a otras el destino de ser destruidas.
Trump sabe que las opciones militares son muy limitadas, en la medida que Pongyang pueda convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas nucleares tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir lo hecho en Irak o Libia.
Para lidiar con ese dato Trump militariza la zona con un sistema de anti-misiles que barre a toda la región. Acelera el rearme de Japón y ya venció las reticencias del gobierno surcoreano a la instalación de un arsenal nuclear más devastador. Aumenta además la presión sobre China para que doblegue o asfixie económicamente a Corea del Norte. Con esa combinación de acosos sigue buscando la forma de quebrantar a un régimen aislado.
En Europa, Trump actúa con menor belicismo que Obama. Ha disminuido la presión sobre Ucrania y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a Rusia. Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses en el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor financiamiento de la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto militar por parte de la Unión Europea.
Seguramente Trump utiliza también los atentados yihadistas para conseguir sus objetivos. Una parte de esos grupos es directamente manipulada por sus creadores del Departamento de Estado. Los fundamentalistas se trasladan de un lugar a otro sembrando el terror, bajo la sospechosa inacción de los servicios de inteligencia. Su comportamiento bestial sirvió para demoler varios países (Irak, Libia, Siria) y actualmente facilita la militarización de las relaciones internacionales.
Este clima contribuye a instaurar los estados policiales que propicia el Pentágono. Trump incentiva esos regímenes para imponer la subordinación de Europa y el debilitamiento del competidor alemán. Las tensiones bélicas son un gran instrumento para reconstruir el poder económico estadounidense.
ATROPELLOS SIN RUMBO
¿A nueve meses de su asunción Trump avanza en el relanzamiento de Estados Unidos? Hasta ahora sólo se vislumbran tensiones sin desenlaces a la vista.
Sus socios conservadores de Inglaterra fracasaron en las recientes elecciones y no lograron encarrilar el Brexit. Los sectores pro y antieuropeos tienen igual predicamento entre las clases dominantes y el resurgido laborismo pone serios límites a la ruptura con el Viejo Continente.
Todo el paquete de restitución de potestades legales de Europa a Gran Bretaña está frenado y el gobierno ya extendió el plazo límite, para el comienzo de la separación (2019). Como el partido que promueve la salida en forma más extrema (UKIP) se desmoronó en los últimos comicios, reaparecen las posibilidades de reversión del Brexit.
Las mismas desventuras afrontan los potenciales socios de Trump en la derecha europea continental. El electorado de esa región busca a ciegas caminos para oponerse al neoliberalismo de los partidos tradicionales, pero se distancia de la ultra-derecha, cuando avizora su llegada al gobierno. Por eso Le Pen y los reaccionarios de otros países (como Holanda) afrontan un serio techo. En los hechos sus proyectos son parcialmente absorbidos por la derecha convencional.
Trump tampoco logra espaldarazos entre sus cortejados colegas de la dirigencia rusa, que consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea. Esa elite desconfía del pérfido funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación. Las virulentas presiones anti-rusas del poder subyacente en Washington siguen dinamitando cualquier acercamiento con Putin.
También China demuestra poca disposición a negociar bajo chantaje con Trump. Responde fuerte a las provocaciones del millonario y se ha embanderado con la agenda de Davos de profundización del libre-comercio. Exhibe fidelidad al neoliberalismo y busca atraer á las empresas transnacionales enemistadas con Trump.
La resistencia más sorprendente al mandatario yanqui proviene de Alemania. Merkel decidió confrontar con el magnate e intenta sumar a Macron a un eje común de rechazo a las exigencias estadounidenses. Intensifica giras por el mundo para ensayar políticas autónomas y sugiere la conveniencia de un alineamiento militar con Francia. Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación transatlántica.
Pero ninguno de esos obstáculos externos se equipara con la oposición que afronta Trump dentro de su propio país. Su mandato transita por un tormentoso carril de incontables conflictos. No logró disciplinar a su bancada para aprobar el régimen sustituto del Obamacare y tiene trabado su plan de reforma tributaria.
Varios jueces le impusieron, además, vetos a sus decretos de visado anti-musulmán y el intento de expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers) está muy cuestionado.
La improvisación, los fracasos y las renuncias son datos repetidos de su gestión, mientras se multiplican los escándalos por corrupción que afectan a sus allegados y familiares. La pretensión de forjar una presidencia bonapartista para disciplinar a todos los lobistas de Washington naufraga día tras día.
Trump debió eyectar a su principal hombre de confianza (Bannon) y su estratega militar (Flynn) fue reemplazado por dos generales del Pentágono (Mattis, McMaster). Mientras en su círculo de decisiones se afianzan los hombres de la elite empresarial (Tillerson, Perry) y de Wall Street (Mnuchin, Cohn, Rosenstein), los dueños del poder trabajan para desplazar a los últimos espadachines del acaudalado (Pompeo, Navarro, Ross).
Trump redobla su descarnada confrontación con la gran prensa y mantiene la fidelidad de sus bases de la “América Profunda”. Pero no logra doblegar a los jóvenes y militantes, que recientemente encabezaron el repudio a su complicidad con los asesinatos racistas del sur.
La continuidad de su administración es una incógnita y la conspiración para colocar al previsible Pence en la presidencia está siempre abierta. Este escenario es evaluado con mucha atención en América Latina. La agresiva estrategia de Washington contra la región obliga a precisar ciertas caracterizaciones, que desenvolvemos en la segunda parte de este texto.
26-9-2017
RESUMEN
En la OMC y el G 20 se verifican las nuevas tensiones entre potencias. Estados Unidos intenta recuperar primacía económica utilizando su poder geopolítico-militar. Restaura el unilateralismo comercial para hacer valer la competitividad de sus servicios, pero no logra concertar alianzas internacionales. Trump afianza el belicismo eludiendo el uso de los marines. Potencia las tensiones en la esfera internacional afrontando una aguda crisis interna.
REFERENCIAS
-Petras, James. La Élite del Poder en Tiempos de Trump, 11-9-2017, resumenlatinoamericano.org -Scherrer, Christoph. La agenda de política comercial de Trump: más liberalización, 29/06/2017, /www.sinpermiso.info/textos/. 

-Pieraccini, Federico. ¿A quién le interesa un conflicto en Corea del Norte?, 20-5-2017, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2243 
-Armanian, Nazanín. ¡Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento!, 20-8-2017//blogs.publico.es/puntoyseguido/4143/ 
-Rodríguez, Olga. El rearme y el nuevo puzle del poder, 8-6-2017, elperiodico.com/es/opinion/20170607/ 
-Ribeiro, Silvia. Trump, empleo y robots, 19-2-2017, www.motoreconomico.com.ar 
-Justo, Marcelo. Gana aceptación la idea de un Brexit blando, , 3-9- 2017 /www.pagina12.com.ar/60580 
-Anderson, Perry. El sistema se encuentra debilitado, pero no está en sus últimas horas, 19-7-2017, http://contrahegemoniaweb.com.ar 
-Pastor, Jaime. Deconstruir para reconstruir, 13/03/2017, http://vientosur.info/spip.php?article12349 -Glazebrook, Dan. El bloqueo de Catar, el "petro-yuán" y la próxima guerra contra Irán, 19-6-2017 /www.rebelion.org/noticia.php?id=228094
PALABRAS CLAVES
Mundialización, militarismo, crisis

Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Parte II en  https://katz.lahaine.org/belicismo-globalismo-y-autoritarismo-ii/

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Israel "apoya" secesión del Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía

Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada
México, 20/9/17

http://www.jornada.unam.mx/2017/09/20/opinion/024o1pol
Red de Geografía Económica RGE 870/17



El Kurdistán es una nación, más no país aún, cuyos entre 30 o 40 millones de habitantes –según quien realice las estadísticas– habitan en cinco países: Turquía, Siria, Irak, Irán y Armenia, donde comportan importantes minorías en sus regiones montañosas –ubicados en alrededor de medio millón de kilómetros cuadrados–, que son susceptibles de implosionar y hasta de propiciar una serie de balcanizaciones como "efecto dominó".

Tal parece que ese es el objetivo estratégico de Israel, que así pondría en jaque a Irán –potencia chiíta no-árabe– e iniciaría la desestabilización de Turquía –potencia sunnita no-árabe a carta cabal que aún pertenece a la OTAN– cuando el país otomano se aleja cada vez más de Europa y se acerca, pese a todos los avatares recientes, a Rusia, en especial, después del abortado golpe de Estado de la CIA contra el sultán Erdogan.

Israel –estado racista/paria/ Apartheid, cuyo supremacismo sionista se acopla al de Trump: hoy, el mejor aliado del premier Netanyahu–, es la única entidad de los 193 países de la ONU que alienta la secesión del Kurdistán en la parte norte de Irak, donde se ha programado para el 25 de septiembre un referéndum no- vinculatorio que puede provocar expansivos sismos trepidatorios en el Medio Oriente.

La historia del Kurdistán, según autores kurdos, se remonta a más de seis mil años. Los kurdos –20 por ciento de Irak, 20 por ciento de Turquía y 10 por ciento de Siria: el mayor cuarto grupo étnico del Medio Oriente– pertenecen a la rama iraní de la etnia indo-europea con la que comparten muchas costumbres, como el Nouruz (fiesta primaveral), y se han caracterizado por tener estupendos guerreros: sus célebres peshmergas ("quienes buscan la muerte"), como demostraron en las varias derrotas que infligieron a los yihadistas en la región de Mosul (Irak) y en la frontera de Siria con Turquía.

Entre sus legendarios guerreros se encuentra el sultán Saladino, quien, pese a ser kurdo, encabezó a los árabes frente a la Tercera Cruzada y coexistió en forma civilizada con su rival, el inglés Ricardo Corazón de León.

En su aplastante mayoría, los kurdos no-árabes son sunnitas.

El periódico libanés Daily Star comenta que el referéndum constituye un "forraje para la violencia" (https://goo.gl/EWfRRj).

Desde la cartográfica imposición colonial de Gran Bretaña y Francia para repartirse el féretro del imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial (mediante el plan Sykes-Picot), el Tratado de Sèvres de 1920 prometió otorgar un país a los kurdos –desechado y tres años más tarde en el Tratado de Lausanne por las tratativas bajo la mesa de Gran Bretaña e Irak para dividirse el botín petrolero regional.

Pese a todas las invectivas que le son proferidas a Saddam Hussein, sobre todo después de su ahorcamiento inducido por los ocupantes estadunidenses, fue quien concedió su mayor autonomía a los kurdos en el norte de Irak, cuya capital es Erbil y donde abunda su codiciado petróleo en Kirkuk.

Hoy el petróleo de Kirkuk desemboca por un oleoducto hasta el puerto turco de Ceyhan, en el mar Mediterráneo, y desde allí es primordialmente exportado a sus aliados de Israel.

A mi juicio, si el presidente de la región autónoma kurda en el norte de Irak Massoud Barzani promulgase la independencia secesionista del Kurdistán iraquí, seguramente Turquía cerraría el oleoducto Kirkuk-Ceyhan.

Precisamente, la alta vulnerabilidad del Kurdistán iraquí radica en que se encuentra totalmente rodeado de países que pueden ser desestabilizados, lo cual beneficia enormemente a Israel, pero a costa de un elevado precio del pueblo kurdo que puede volver a ser sacrificado en el altar de la geopolítica regional como sucedió con el tratado de Sèvres de 1920.

Por lo pronto, la ONU, Trump –pese a su Santa Alianza con el primer ministro israelí Netanyahu– y las dos principales potencias de la Unión Europea –Alemania y Francia (https://goo.gl/DfhExN)–, han externado su rotunda oposición al referéndum kurdo.

La Suprema Corte de Irak ha exigido también la suspensión del referéndum, mientras el gobierno de Bagdad ha sentenciado en forma categórica que "no permitirá la creación de un segundo Israel".

La postura de los kurdos en todo su espectro geográfico tampoco es homogénea. The Daily Star expone sus "divisiones internas" en los cinco países donde habitan con su "miríada de partidos, patrones (sic) y facciones".

El analista israelí Zvi Bar’el comenta que la "independencia del Kurdistán podría crear estragos en Medio Oriente", pero que a juicio de la polémica ministra de justicia israelí Ayelet Shaked "beneficiaría a Israel" (https://goo.gl/4vn3mc).

Para Zvi Bar’el, el apoyo del primer ministro Netanyahu a la independencia del Kurdistán "es una daga en los ojos del presidente turco Recep Tayyip Erdogan".

Más aún: Zvi Bar’el cita a Yair Gola –anterior jefe de Estado mayor del ejército israelí– quien durante una conferencia en Washington (sic) apoyó la secesión de los kurdos también en Turquía (súper sic).

A juicio de Zvi Bar’el, las "declaraciones de Netanyahu, Shaked y Golan fueron ampliamente difundidas en los medios turcos y kurdos, pero es dudoso que tales declaraciones públicas hagan un favor (sic) a los kurdos".Obviamente que Israel, más que la "independencia de los kurdos", busca la implosión de los cinco países donde habitan –Irán, Turquía, Irak, Siria y Armenia– que no son nada favorables al Estado sionista y apoyan la independencia negada del pueblo palestino.

Tanto el general James mad dog Mattis, como el secretario de la Liga Árabe, Ahmed Abu al-Rit, han visitado al presidente Masud Barzani de la región autónoma kurda de Irak para persuadirlo de posponer el referéndum en forma infructuosa.

Israel, EU, Gran Bretaña y algunos países de la UE abastecen de armas a los kurdos en los cinco países donde se encuentran esparcidos.

El primer ministro de Irak, Haider al-Abadi, en una entrevista a AP, comentó de que Irak se encontraba preparada para intervenir militarmente en la región donde se celebrará el referéndum, en caso de una explosión violenta.

Muchos analistas no ven como el primer ministro iraquí, que apenas acaba de reconstruir a su ejército después de las heridas que le propinaron los yihadistas, frente a la fuerza quizá superior de los kurdos –al menos que intervengan Irán y Turquía, lo cual, a mi juicio, sería el precio de la trampa israelí.

The Daily Star expone el punto de vista de analistas regionales, según el cual "Masud Barzani usa el referéndum como regateo en su disputa con el gobierno central de Bagdad sobre la asignación del presupuesto federal (sic), así como el reparto de las exportaciones del petróleo".

The Daily Star señala que "Masud Barzani ha amenazado con violencia en caso de que las tropas de Irak o las milicias chiítas intentan moverse a los territorios en disputa que ahora se encuentran bajo el control de los pershmergas, específicamente en la pletórica ciudad petrolera de Kirkuk".

Hadi Al-Ameri (https://goo.gl/aLjsHT), mandamás de la poderosa organización Badr, apuntalada por Irán en suelo iraquí, advirtió de que el referéndum podría desembocar en la secesión y en una guerra civil: ¡El sueño anhelado de Israel!

lunes, 4 de septiembre de 2017

La alianza ruso-china y el nuevo orden mundial

Augusto Zamora R.


 Rusia y China suman casi 27 millones de kilómetros cuadrados y 1.500 millones de habitantes. Si se agregan sus aliados (Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán, Irán, etc.), se añadirían otros cinco millones de kilómetros cuadrados y 300 millones de personas, para redondear –grosso modo- 32 millones de km2 y 1.800 millones de habitantes. Más que toda África (30,37 millones de km2 y 1.220 millones de habitantes). Sus costas y las de sus aliados se extienden desde Camboya, en Indochina, hasta el mar de Barents, controlando el mar Caspio, con proyección dominante sobre el mar Negro y decisiva sobre el Báltico. La alianza con Irán les permite proyectarse con fuerza sobre el golfo Pérsico y el océano Índico y, desde Siria, tener presencia en el Mediterráneo. En otras palabras, la alianza chino-rusa domina la inmensa masa euroasiática con una potencia incontrastable y sin rival posible que pueda poner en duda su dominio.
Hay otros dos protagonistas asiáticos de enorme relevancia geoestratégica: India y Paquistán. EEUU ha querido atraer a su bando a India, potencia dominante del Índico, pero ha encontrado dos obstáculos insalvables. Uno, India tiene su propia agenda como potencia regional, que no incluye alineamientos dudosos e inciertos. Dos, India es aliada estratégica de Rusia –como antes de la URSS- y no parece estar en sus planes romper esa alianza –entendida por Delhi como esencial- para convertirse en peón de una potencia marítima lejana e irrelevante en el Índico. Paquistán, rival de India, país con el que ha mantenido tres guerras (todas perdidas) y mantiene un duro contencioso territorial por Cachemira, ha sido y sigue siendo aliado de China, país con el que tiene vigorosos vínculos militares, económicos, comerciales y estratégicos, que no cesan de aumentar. Es aliado si y no de Washington, según giren los aires en según qué temas. No parece factible que abandone a Beijing para abrazarse a EEUU, país con mucha reputación y un cine dominante, pero que es incapaz de ganar una guerra. Sus aciagas experiencias en Vietnam, Iraq y Afganistán son ejemplos de su mal hacer militar.

Por demás, Rusia y China no cesan en su proyecto, posiblemente el más ambicioso y singular del mundo actual, de hacer de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), un foro angular en Eurasia. En junio pasado, Paquistán e India entraron a la OCS, como miembros de pleno derecho, hecho relevante que no recibió mayor atención en los medios occidentales. Paquistán ingresó apadrinado por China e India lo hizo avalada por Rusia. Con estos dos nuevos miembros, la OCS reúne el 60% del territorio euroasiático, el 45% de la población del planeta y el 20% del PIB mundial. Obviamente, el ingreso de los dos países a la OCS no hace desaparecer sus rivalidades, desconfianzas y contradicciones, pero no es menos obvio que la OCS ofrece, por vez primera, un foro de peso para canalizarlas y dialogar sobre ellas, bajo la mirada atenta de Rusia y China.

Los movimientos en Eurasia no quedan ahí. India, Irán y Afganistán firmaron un acuerdo, en junio de 2016, para la construcción de un gran puerto en Chabahar, Irán, que servirá de enlace clave para el tránsito de mercancías entre esos países y Asia Central y Afganistán. Con Chabahar, Irán dejará de depender de Emiratos Árabes Unidos para la carga y descarga de grandes buques. A India le servirá para ‘saltar’ la valla de Paquistán, que obstaculiza el comercio hindú hacia esas regiones. Afganistán, por su parte, hará de Chabahar su principal puerto de salida al mar.

China y Paquistán también han movido sus fichas portuarias. En noviembre de 2016 empezó a funcionar el puerto de Gwadar, en Paquistán, parte esencial del Corredor Económico China-Paquistán (CECP), de 3.000 kilómetros de longitud, acordado en 2013 e iniciado en 2015. China está haciendo inversiones en infraestructuras por 46.000 millones de dólares, cantidad que triplica la inversión extranjera recibida por Paquistán entre 2008 y 2015. El CECP conecta la ciudad china de Kashgar, en Xinjiang, con el océano Índico, en un movimiento geoestratégico que deja grandes beneficios a Beijing. Da a China acceso directo a Oriente Medio y una influencia más fluida en África; le permite reducir el peso del estrecho de Malaca, controlado por la flota de EEUU (y por donde sigue pasando buena parte de su comercio); hace contrapeso al puerto de Chabahar y, como colofón, reduce la influencia de EEUU en Paquistán. Éste país gana –además de desarrollo económico, empleo y modernización de sus infraestructuras- un pulso a India en su enquistado conflicto por Cachemira, pues el CEPC pasa, justamente, por la Cachemira que India reclama como propia. Hay otro aspecto que amerita destacar. Como expresó el primer ministro paquistaní, “el CEPC es un nuevo concepto de diplomacia basado en objetivos compartidos de prosperidad para Paquistán y la región, y un proyecto para eliminar la pobreza, el desempleo y el subdesarrollo”.

Rusia también juega con India como copartícipe de nuevas rutas. En julio de este año, se anunció el proyecto indo-ruso de crear el corredor “Norte-Sur”, que uniría Bombay con San Petersburgo, a lo largo de 7.200 kilómetros. El trazado del Corredor Norte-Sur pasa a través de Irán y Azerbaiyán, uniendo los puertos de Kandla y Nhava Sheva, en India, con Bandar Abbás, en Irán, desde donde saldría un tren hacia Rusia. Un corredor que seguiría los pasos de la Nueva Ruta de la Seda, a través de la cual China quiere unirse a toda Eurasia y África. De hecho, cada semana salen trenes de China rumbo a España y, en enero pasado, entró en funcionamiento la ruta Yiwu-Londres, que une Gran Bretaña y China, a través de 12.000 kilómetros, en 18 días, por 30 en barco.

Un hecho destaca en esta ‘fiebre’ de rutas comerciales: las cuatro grandes potencias compiten pacíficamente entre sí y las rutas que promueven no se niegan unas a otras. Se complementan. Rusia apoya el proyecto chino de Nueva Ruta de la Seda y China la Unión Económica Euroasiática (UEE), la gran apuesta rusa. Irán firmó con Paquistán, en 2014, nueve memorandos de entendimiento y, en marzo de 2016, seis acuerdos de cooperación. “La seguridad de Paquistán es nuestra seguridad y la seguridad de Irán es la seguridad de Paquistán”, resumía el presidente iraní, Hasán Rohaní.

Antes de la XII reunión del G-20, el presidente chino, Xi Jinping, pasó por Moscú, en visita oficial, siendo ésa su reunión número 22 con Vladimir Putin, desde que Xi fue nombrado presidente, en marzo de 2013. Más de cinco reuniones por año; de media, una cada dos meses. Si agregáramos las reuniones de vicepresidentes, ministros, etc., rusos y chinos, tendremos lo que hay: un diálogo permanente y diario entre Moscú y Beijing, lo que permite hacerse una idea del grado entendimiento existente entre los dos colosos. Xi y Putin examinaron la creación de una zona de libre comercio entre China y la UEE, así como la participación china en la construcción del tren de alta velocidad Moscú-Kazán. Además, suscribieron acuerdos de cooperación en campos tan diversos como el energético, el espacial y el alimentario. Se busca aumentar los intercambios comerciales hasta los 200.000 millones de dólares e incrementar las inversiones chinas en Rusia hasta 12.000 millones para 2020. Se creó, también, un fondo de inversión chino-ruso para promover las relaciones entre el noreste de China y el Extremo Oriente ruso. Como señaló Xi Jinping, China “se ha convertido en el mayor socio comercial de la región del Lejano Oriente de Rusia”. “Las partes están trabajando en proyectos de cooperación prometedores como la conversión profunda de recursos, la logística portuaria, la agricultura moderna y la cooperación infraestructural”, terminó diciendo Xi.

Capítulo especial es la colaboración militar sino-rusa. En junio pasado, en Astaná, los ministros de Defensa de los dos países firmaron una hoja de ruta para el desarrollo de la cooperación en el ámbito militar entre Rusia y China entre 2017 y 2020. Como indicara el gobierno chino, la firma del documento demostraba “el alto nivel de la confianza mutua estratégica y la cooperación estratégica entre los dos países”. Los órganos de defensa de China y Rusia mantienen “consultas regulares sobre la seguridad estratégica”, la última de ellas en septiembre de 2016. Rusia es el único país que suministra a China grandes cantidades de productos y servicios de uso militar. El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, durante una visita a Beijing, en noviembre de 2016, dijo que el volumen de ventas rondaba los 3.000 millones de dólares anuales.

Comparar esta suma espectacular de proyectos e iniciativas de los colosos asiáticos y Rusia con lo que acontece en Europa y EEUU da una idea bastante aproximada del futuro y del pasado del mundo. No hay proyectos equivalentes en este Occidente envejecido y roto. Su proyección exterior, en las últimas dos décadas, ha sido una suma de guerras e intervenciones –armadas o no- que han desestabilizado al vecindario, de Ucrania al Magreb. La exigencia del presidente Trump a Europa es que aumente su gasto militar. La OTAN quiere más tropas a Afganistán y aumentarlas en Siria. Guerra y pólvora desde un modelo económico-social agotado, insolidario y oxidado. La OTAN afila su maquinaria militar contra adversarios que le quintuplican en recursos, espacio, alcance y movilización. Que dominan un territorio inconquistable y que, aunque también se están armando hasta los dientes, están construyendo pacíficamente la economía del siglo XXI. No es misterio de Eleusis predecir cómo terminarían unos y otros. La economía y el futuro están en Eurasia y esta península Europa debería sumarse a ella, en vez de pensar suicidamente en retarla. Las nuevas reglas del mundo pasan por la cooperación, el desarrollo y la paz. Las guerras tardo-imperiales y el militarismo son reflejos pavlovianos caducos. ¿Entenderán, aquí, a tiempo, las nuevas reglas?

Augusto Zamora R., autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016.

Fuente: RGE 826/17
Augusto Zamora R. 2977/17
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229685&titular=la-alianza-ruso-china-y-el-nuevo-orden-mundial-

lunes, 21 de agosto de 2017

El asesor de seguridad del presidente Jimmy Carter: ¡Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento!

 

“¿Qué es lo más importante para la historia del mundo?  ¿El Talibán o el colapso del imperio soviético?” Es la respuesta de quién fue el asesor de seguridad del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, a la pregunta de la revista francesa Le Nouvel Observateur (del 21 de enero de 1998) sobre las atrocidades que cometen los yihadistas de Al Qaeda. Una escalofriante falta de ética de individuos como él que destruyen la vida de millones de personas para alcanzar sus objetivos.
En esta entrevista, Brzezinski confiesa otra realidad: que los yihadistas no entraron desde Pakistán para liberar su patria de los ocupantes infieles soviéticos, sino que seis meses antes de la entrada del Ejército Rojo a Afganistán, EEUU puso en marcha la Operación Ciclón el 3 de julio de 1979, enviando a 30.000 mercenarios armados incluso con misiles Stinger a Afganistán para arrasar el país, difundir el terror, derrocar el  gobierno marxista del Doctor Nayibolá y tender una trampa a la URSS: convertirlo en su Vietnam. Y lo consiguieron. A su paso, violaron a miles de mujeres, decapitaron a miles de hombres y provocaron la huida de cerca de 18 millones de personas de sus hogares, casi nada. Caos que continúa hasta hoy.
Esta ha sido la piedra angular sobre la que se levanta el terrorismo “yihadista” y al que Samuel Huntington dio cobertura teórica con su Choque de Civilizaciones. Así, consiguieron dividir a los pobres y desheredados de Occidente y de Oriente, haciendo que se mataran en Afganistán, Irak, Yugoslavia, Yemen, Libia y Siria, confirmado la sentencia de Paul Valéry: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para el provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran” .
Consiguieron neutralizar la oposición  de millones de personas a las guerras y convertir en odio la empatía. Con el método nazi de «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad»:
  • El atentado del 11S no lo cometieron los talibanes afganos. La CIA en 2001 había implicado al gobierno de Arabia Saudí en la masacre. ¿Por qué, entonces, EEUU invadió y ocupó Afganistán?
  • Las armas de destrucción masiva no las tenía Irak. El único país en Oriente Próximo que las posee, y de forma ilegal, es Israel y gracias a EEUU y Francia.
  • Tampoco EEUU necesitaba invadir a Irak para hacerse con su petróleo. Demoler el estado iraquí tenía varios motivos, como eliminar un potencial enemigo de Israel y ocupar militarmente el corazón de Oriente Próximo, convirtiéndose en el vecino de Irán, Arabia Saudí y Turquía.
  • Las cartas con ántrax que en EEUU mataron a 5 personas en 2001, no las enviaba Saddam Husein como juraba Kolin Powell, sino Bruce Ivins, biólogo de los laboratorios militares de Fort Derrick, Maryland, quien “se suicidó” en 2008.
  • Ocultaron la (posible) muerte de Bin Laden agente de la CIA, hasta la pantomima organizada el 1 de mayo del 2011 por Obama, en el asalto hollywoodiense de los SEAL a un domicilio en Abottabad, a pesar de que la ex primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, ya había afirmado el 2 de noviembre del 2007 que el saudí había sido asesinado, por un posible agente de MI6 (quizás en 2002). Benazir fue asesinada casi un mes después de esta revelación. Mantener “vivo” a Bin Laden durante 8-9 años le sirvió a EEUU aumentar el presupuesto del Pentágono (de 301.000 millones de dólares en 2001 a 720.000 en 2011), incrementar los contratos de armas de Boeing, Lockheed Martin, Raytheon, etc. y vender millones aparatos de seguridad y cámaras de vídeo-vigilancia, montar cárceles ilegales por el mundo, legitimar y legalizar el uso de la tortura, practicar asesinatos selectivos y colectivos (llamados “daños colaterales”) y concederse el derecho exclusivo de invadir y bombardear al país que desee.
Una vez testados en Afganistán, la OTAN envió a éstos “yihadistas” a Yugoslavia con el nombre del Ejercito de Liberación de Kosovo; luego a Libia  y les puso el nombre de “Ansar al Sharia, y a Siria, donde primero les denominó “rebeldes” y luego les dio otros 5-6 nombres diferentes. En esta corporación terrorista internacional, la CIA se encarga del entrenamiento, Arabia Saudí y Qatar de “cajero automático” como dijo el ministro alemán de Desarrollo, Gerd Mueller, y Turquía, miembro de la OTAN, acoge, entrena y cura a los hombres del Estado Islámico. ¡Son los mismos países que forman la “coalición antiterrorista!
¿Cómo decenas de servicios de inteligencia y los ejércitos de cerca de 50 países, medio millones de efectivos de la OTAN instalados en Irak y Afganistán, que han gastado miles de millones de dólares y euros en la “guerra mundial contra el terrorismo” durante 15 largos años, no han podido acabar con unos miles de hombres armados con espada y daga de Al Qaeda?
Así fabricaron al Estado Islámico
Siria, finales del 2013. Los neocon aumentan la presión sobre el presidente Obama para enviar tropas a Siria, y necesitan una casus belli. El veto de Rusia y China a una intervención militar en el Consejo de Seguridad, la ausencia de una alternativa capaz de gobernar el país una vez derrocado o asesinado el presidente Asad, el temor a una situación caótica en la frontera de Israel, eran parte de a los motivos de Obama a negarse.  Sin embargo, el presidente y sus generales pierden la batalla y los sectores más belicistas del Pentágono y la CIA, Qatar, Arabia Saudí, Turquí y los medios de comunicación afines asaltan la opinión pública con las imágenes de las decapitaciones y violaciones cometidas por un tal Estado Islámico. Una vez que el mundo acepta que “hay que hacer algo”, y al no tener el permiso de la ONU para atacar Siria, el Pentágono, el bombero pirómano, diseña una especial ingeniería militar:
  1. Traslada en junio de 2014 a un sector del Estado Islámico de Siria a Irak, país bajo su control, dejando que ocupe tranquilamente el 40% del país, aterrorizando a cerca de ocho millones de personas, matando a miles de iraquíes, violando a las mujeres y niñas.
  2. Organizó una potente campaña de propaganda sobre la crueldad del Estado Islámico, semejante a la que hicieron con las lapidaciones de los talibanes a las mujeres afganas, y así poder “liberar” a aquel país. ¡Hasta la eurodiputada Emma Bonino cayó en la trampa, encabezando la lucha contra el burka, mirando al dedo en vez de la luna!
  3. Afirmó que al ubicarse el cuartel general de los terroristas en Siria, debían atacar Siria.
  4. Obama cesó de forma fulminante al primer ministro iraquí Nuri al Maliki, por oponerse al uso del territorio iraquí para atacar a Siria.
  5. Objetivo conseguido: EEUU por fin pudo bombardear, ilegalmente, Siria el 23 de septiembre del 2014, sin tocar a los “yihadistas” de Irak. Gracias al Estado Islámico, hoy EEUU (y Francia, Gran Bretaña y Alemania) cuentan con bases militares en Siria, por primera vez en su historia desde donde podrán controlar toda Eurasia. Siria deja de ser (tras la caída de Libia en 2001 por la OTAN) el único país del Mediterráneo libre de bases militares de EEUU.
  6. Y lo sorprendente: desde esta fecha hasta el julio del 2017, el Estado Islámico mantiene ocupado el norte de Irak sin que decenas de miles de soldados de EEUU hayan hecho absolutamente NADA. Al final, el ejército iraquí y las milicias extranjeras chiítas liberan Mosul, eso sí, cometiendo terribles crímenes de guerra contra los civiles.
El terrorismo en la estrategia del “Imperio del Caos”
El terrorismo “yihadista” cumple cuatro principales funciones para EEUU: militarizar la atmósfera en las relaciones internacionales, en perjuicio de la diplomacia; arrebatar las conquistas sociales, instalando estados policiales (los atentados de Boston, de París e incluso el de Orlando) y una vigilancia a nivel mundial; ocultar las decisiones vitales a los ciudadanos; hacer de bulldozer, allanando el camino de la invasión de sus tropas en determinados países, y provocar caos, y no como medio sino como un objetivo en sí.
Si durante la Guerra Fría Washington cambiaba los regímenes en Asia, África y América Latina mediante golpes de Estado, hoy para arrodillar a los pueblos indomables recurre a bombardeos, enviar escuadrones de muerte, y sanciones económicas, para matarles, debilitarles  dejarles sin hospitales, agua potable y alimentos, con el fin de que no levanten cabeza durante generaciones. Así, convierte a poderosos estados en fallidos para moverse sin trabas por sus territorios sin gobierno.
EEUU que desde 1991 es la única superpotencia mundial, ha sido incapaz de hacerse con el control de los países invadidos, debido al surgimiento de otros actores y alianzas regionales que reivindican su lugar en el nuevo mundo. Y como el perro del hortelano, ha decidido sabotear la creación de un orden multipolar que intenta gestarse, provocando el caos: debilita BRICS conspirando contra Dilma Russef y Lula en Brasil; impide una integración Económica en Eurasia, propuesta por Rusia a Alemania archivada con la guerra en Ucrania, y mina el proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda y una integración geoeconómica de Asia-Pacífico que cubriría dos tercios de la población mundial, y en cambio crea alianzas militares como la “OTAN sunnita” y organizaciones terroristas con el fin de hundir Oriente Próximo en largas guerras religiosas.
Anunciar que ha diseñado un plan para el “cambio de régimen” en Irán –un inmenso y poblado país-, ante la dificultad de una agresión militar, significa que pondrá en marcha una política de desestabilización del país mediante atentados y tensiones étnico-religiosas. La misma política que puede aplicar Corea del Norte, Venezuela, o Bolivia, y otros de su lista del “Eje del Mal”, y todo el servicio de perpetuar su absolutista hegemonía global: que intentase derrocar a su aliado Tayyeb Erdogan es el colmo de la intolerancia.
Antes de los trágicos atentados en Catalunya, el Estado Islámico atacó a la aldea afgana de Mirza Olang. Llenó varias fosas comunes con al menos 54 cadáveres de mujeres y hombres y tres niños decapitados, y se llevó a unas 40 mujeres y niñas para violarlas.
Conclusión: que el “yihadismo” no es fruto de la exclusión de los musulmanes, ni siquiera se trata de la lógica de los vasos comunicantes y el regreso de los “terroristas que hemos criado en Oriente”.  “Vuestra causa es noble y Dios está con vosotros”, dijo Zbigniew Brzezinski a sus criaturas, los yihadistas.
 http://blogs.publico.es

lunes, 31 de julio de 2017

Bombardear los escombros. El imperio de la destrucción

Tom Engelhardt
TomDispatch



¿Guerra de precisión? No me hagáis reír
El lector lo recuerda. Supuestamente, la guerra del siglo XXI al estilo estadounidense estaba más allá de lo imaginable en cuanto a precisión: bombas inteligentes, drones capaces de eliminar a un ser humano cuidadosamente identificado y rastreado allí donde estuviese en la Tierra; operaciones especiales tan exactas que constituían un triunfo de la ciencia militar moderna. Todo “interconectado”. Prometía ser un glorioso sueño de destrucción acotada junto con un ilimitado poder y éxito. En realidad, se comprobaría que se trataba de una pesadilla de primer orden.
Si el lector quiere una palabra que sintetice el quehacer bélico de Estados Unidos en la última década y media le sugiero esta: escombros. Duele decirlo, pero desde el 11 de septiembre de 2001, este es el término adecuado. Además, para atrapar la esencia de esta guerra en lo que va del siglo, hay otra expresión que podría ser útil: ‘reducir a escombros’. Permítame que le explique qué quiero decir.
En las últimas semanas, otra ciudad iraquí ha sido oficialmente “liberada” (o casi) de los combatientes del Daesh. Sin embargo, los resultados de la campaña del ejército de Iraq –respaldado por EEUU– para retomar Mosul (por su tamaño la segunda ciudad de este país) de ninguna manera encajan con lo que normalmente se endiente por triunfo o victoria. La campaña comenzó en octubre de 2016; con los meses que han pasado desde entonces, ya ha durado más que la batalla de Stalingrado de la Segunda Guerra Mundial. Semana tras semana, en una lucha calle por calle, con repetidos ataques aéreos estadounidenses contra los barrios habitados aún por muchos mosultíes, ha muerto un número ignorado pero seguramente significativo de civiles. Más de un millón de personas –sí, ha leído bien: un millón– fueron arrancadas de su casa e importantes zonas de la mitad occidental de la ciudad de la que huyeron, incluyendo partes del casco antiguo, han sido reducidas a escombros.
Esta debería ser la definición de victoria en tanto derrota, de éxito en tonto desastre. También es una pauta. Ésta ha sido la esencia de la historia de las guerras de Estados Unidos contra el terror desde que, en el mes siguiente a los ataques del 11-S, el presidente George W. Bush lanzara su poder aéreo contra Afganistán. Esa primera campaña aérea fue el inicio de lo que cada vez más llegó a parecerse a la demolición a gran escala de importantes zonas del Gran Oriente Medio.
Debido a que no se trató solo de ir tras quienes habían perpetrado esos ataque sino que se decidiría acabar con el Taliban, ocupar Afganistán y –en 2003– invadir Iraq, la administración Bush abrió la proverbial caja de Pandora. El impulso imperial de derribar al gobernante iraquí Saddam Hussein, quien una vez había sido esbirro de Washington en Oriente Medio antes de convertirse en su enemigo mortal (quien, por otra parte, nada tenía que ver con el 11-S) resultó ser un funesto error de cálculo imperial.
También lo fue la profundamente arraigada fantasía que tenían los funcionarios de la administración Bush acerca de su capacidad de controlar a unas fuerzas armadas que manejaban la precisión de las tecnologías de punta, una precisión capaz de proyectar poder en unas formas que ningún otro país del planeta o de la historia lo había hecho jamás; unas fuerzas armadas que serían, según lo dijo el propio presidente, “la más maravillosa fuerza de liberación humana que el mundo ha conocido nunca”. Con Iraq ocupado y convertido en un cuartel (al estilo de Corea) durante generaciones, sus principales funcionarios supusieron que derribarían el fundamentalista Irán (¿suena conocido?) y otros regímenes hostiles de la región, creando allí una Pax Americana (de ahí, lo peculiarmente irónico del actual ascendiente iraní en Iraq). Efectivamente, en procura de hacer realidad esta fantasía de poder mundial, la administración Bush produjo un devastador agujero en las tierras petrolíferas de Oriente Medio. En la mordaz imaginería de Abu Mussa, líder de la Liga Árabe en ese entonces, Estados Unidos eligió directamente atravesar “la puertas del infierno”.
Voladura del Gran Oriente Medio
En los más de 15 años que han pasado desde el 11-S, partes importantes de una porción cada vez mayor del planeta –desde la zona fronteriza de Pakistán, en el sur de Asia, hasta Libia, en el norte de África– se han desestabilizado catastróficamente. Los pequeños grupos de terroristas islámicos se han multiplicado exponencialmente tanto en el entorno local como en el internacional, diseminándose gracias a la guerra de ‘precisión’ estadounidense y la ira que esta despierta en las poblaciones civiles afectadas. Algunos países empiezan tambalearse o a fracasar. Hay países que literalmente se han venido abajo provocando oleadas de refugiados en el mundo a medida que año tras año, las fuerzas armadas de Estaos Unidos, sus fuerzas de operaciones especiales y la CIA han aumentado su despliegue de una manera u otra en un país tras otro.
Aunque los casos se suceden y, en unos y otros, los resultados son visiblemente adversos, las tres administraciones con sede en Washington posteriores al 11-S han parecido incapaces de extraer las conclusiones más obvias; en cambio, continuaron haciendo más de lo mismo (con ajustes mínimos de un tipo u otro). De ningún modo debe sorprender que los resultados fueran igualmente decepcionantes o infaustos.
A pesar de las dudas sobre esta forma de hacer la guerra en el mundo planteadas por el candidato Trump durante su campaña electoral en 2016, todo esto no ha hecho más que aumentar en los primeros meses de su presidencia. Da la impresión de que Washington es incapaz de ayudarse a sí mismo en relación con su afán de continuar en esta versión de guerra con su carga de nefasta imprecisión en sus cada vez más vagas aunque previsiblemente destructivas conclusiones. Peor aun, si esta es la forma de proceder de los personajes militares y políticos que mandan en Washington, nada de esto puede acabar en el término de nuestra vida (en los últimos años, por ejemplo, el Pentágono y quienes canalizan su pensamiento han empezado a hablar de un “enfoque generacional” o una “lucha generacional” en Afganistán).
En todo caso, después de tantos años de haber sido lanzada, la guerra contra el terror muestra todos los indicios de que continuará extendiéndose; cada día que pasa, el nombre de la cosa está más y más claro: escombros. He aquí una relación muy parcial de la cuestión:
Además de Mosul, varias otras ciudades importantes de Iraq – entre ellas Ramadi y Fallujah– también han sido reducidas a escombros. Del otro lado de la frontera, en Siria, donde una feroz guerra civil lleva ya seis años, numerosas ciudades y pueblos –de Homs a partes de Aleppo– han sido totalmente destruidas. Ahora, Raqqa, la ‘capital’ del autoproclamado Daesh, está sitiada (según se dice, fuerzas de operaciones especiales de EEUU ya están actuando dentro de los agrietados muros, trabajando junto con fuerzas rebeldes aliadas kurdas y sirias). Más temprano que tarde, también será “liberada”, es decir, destruida.
Como pasó en Mosul, Fallujah y Ramadi, aviones estadounidenses han estado atacando posiciones del Daesh en el centro urbano de Raqqa y –evidentemente– matando a una considerable cantidad de civiles mientras convierten en cascotes partes de la ciudad. En la lejana Libia, la ciudad de Sirte, por ejemplo, está en ruinas después de una lucha similar en la que estuvieron involucradas unidades locales, la fuerza aérea de EEUU y combatientes del Daesh. En Yemen, durante los dos últimos años, los saudíes han estado llevando a cabo una interminable campaña de bombardeo aéreo (con apoyo estadounidense), dirigida sobre todo contra la población civil; esta campaña ha convertido el país en una enorme pila de escombros y preparado el terreno para una devastadora hambruna y una horrorosa epidemia de cólera, que –dadas las condiciones de vida de ese empobrecido y asediado país– será imposible de controlar.
Muy recientemente, este tipo de destrucción se ha extendido por primera vez más allá del Gran Oriente Medio y partes de África. El pasado mayo, en la isla de Mindanao –en el sur de Filipinas–, rebeldes musulmanes locales identificados con el Daesh, tomaron la ciudad de Marawi. Mientras penetraban en la ciudad, gran parte de su población de 200.000 personas ha sido desplazada; casi dos meses después, los rebeldes mantienen en sus manos partes de la ciudad mientras libran una guerra al estilo Mosul contra las fuerzas armadas filipinas (ayudadas por asesores de la fuerza de Operaciones especiales de EEUU). Mientras esto sucede, se ha sabido que la zona ha sufrido demoledores ataques como los sufridos por Mosul.
En la mayoría de esas ciudades y zonas circundantes reducidas a escombros, aunque se haya cantado “victoria”, lo peor está todavía por llegar. En Iraq, por ejemplo, con el “califato” de Abu Bakr al-Baghdadi, que ahora está siendo desmantelado, el Daesh continúa siento una guerrilla verdaderamente peligrosa, las comunidades sunníes y chíies (incluyendo sus milicias armadas) no dan señales de actuar juntas, y en el norte del país los kurdos están amenazando con proclamar un estado independiente. Por lo tanto, están garantizadas luchas de todo tipo, y la posibilidad de que Iraq se convierta en un gran país fallido o que surja un sinnúmero de devastados miniestados sigue siendo del todo demasiado real, incluso aunque la administración Trump –según se dice– esté presionando al Congreso para que le permita construir y poblar nuevas bases militares “temporales” y otras instalaciones en ese país (y en la vecina Siria).
Como si esto fuera poco, en todo el Gran Oriente Medio, la palabra “reconstrucción” no significa absolutamente nada. Sencillamente, no hay dinero para eso. Los precios del petróleo siguen siendo desesperadamente bajos y, desde Libia y Yemen hasta Iraq y Siria, todos esos países o bien son demasiado pobres o bien están demasiado divididos para encarar la reconstrucción, por mínima que sea. En esta guerra contra el terror, tampoco –y este es un dato– el Estados Unidos de Trump lanzará el equivalente al Plan Marshall para la región. Y aunque lo hiciese, lo que se sabe de los años que siguieron al 11-S ya muestra que –tanto en Iraq como en Afganistán– la hipermilitarizada versión estadounidense de la “reconstrucción” o la “construcción de naciones” –vía amiguismo corporativo– ha sido uno de los mayores chanchullos de estos tiempos (solo en la reconstrucción de Afganistán se han volcado más dólares del contribuyente de EEUU que los que se destinaron a la totalidad del Plan Marshall; es dolorosamente evidente lo eficaz que ha demostrado ser).
Por supuesto, tal como pasó con la guerra civil siria, Washington no es el único responsable de la destrucción en la región. El mismo Daesh ha sido una maquinaria considerablemente destructiva y brutalmente asesina con sus propios e impresionantes récords de producción de escombros urbanos. Aun así, la mayor parte de la destrucción en Oriente Medio es el resultado de las ensoñaciones y planes militares de la administración Bush y de su respuesta al 11-S (que acabó con al soñada escenificación de la muerte de Osama bin Laden). No olvidemos que el predecesor del Daesh, el al Qaeda de Iraq, era una criatura de la invasión y ocupación estadounidenses de ese país, y que, fundamentalmente, el propio Daesh se formó en una prisión militar estadounidense en el país en el que su futuro califa estaba encarcelado.
En el caso que el lector piense que de todo esto se ha extraído alguna lección, bien vale que vuelva a pensárselo. En los primeros meses de la administración Trump, Estados Unidos ha decidido un nuevo minienvío de soldados y unidades aéreas a Afganistán; ha empleado allí por primera vez la bomba convencional más poderosa de su arsenal; ha prometido a los saudíes más apoyo en su guerra contra Yemen; ha aumentado sus ataque aéreos y operaciones especiales en Somalia; está preparándose para una nueva presencia militar de EEUU en Libia; ha incrementado las fuerzas armadas estadounidenses y relajado las normas para realizar ataques aéreos en zonas civiles de Iraq y otros sitios; y ha enviado –tanto a Iraq como a Siria– un número creciente de agentes de operaciones especiales y otro personal de EEUU.
Poco importa el presidente, cuando se trata de la “guerra contra el terror”, la primera apuesta solo parece ser aumentar; es esta una guerra de imprecisión que ha arrancado de su tierra a un número récord de personas en el mundo con los acostumbrados resultados previsibles: formación de más grupos terroristas, más desestabilización de las estructuras estatales, más civiles desplazados o muertos y cada vez más porciones del planeta convertidas en escombros.
Aunque nadie negaría el potencial destructivo de los grandes poderes imperiales de la historia, el imperio estadounidense de la destrucción podría ser único. En estos años, en la cúspide de su poderío militar, ha sido totalmente incapaz de traducir esa ventaja de poder en algo que no sea la producción de escombros.
Vivir en las ruinas; una breve historia del siglo XXI
En este punto y dado que vivo en el corazón, increíblemente protegido y tranquilo, de ese imperio y en la misma ciudad donde empezó todo, permitidme que hable a título personal. Lo que no para de intrigarme es la incapacidad que tienen quienes gobiernan esa maquinaria imperial de captar lo que pasó realmente a partir del 11-S y extraer alguna conclusión razonable de ese acontecimiento. Después de todo, gran parte de lo que he estado describiendo hasta ahora parece desalentadoramente previsible.
En todo caso, la índole “generacional” de la guerra contra el terror y la forma en que se transformó en una permanente guerra de terror, hoy debería ser un tema de discusión demasiado obvio. Aun así, más allá de lo que dijera en su campaña electoral, al presidente Trump le faltó tiempo para nombrar en puestos clave a los mismos generales que han estado inmersos durante largo tiempo en las guerras estadounidenses en todo el Gran Oriente Medio y están claramente dispuestos a hacer más de lo mismo. Cómo diablos puede alguien imaginar, incluso esos mismos generales, que semejante enfoque podría redundar en algo más “exitoso” está más allá de mi entendimiento.
De muchas maneras, la producción de escombros ha estado en el centro de todo este proceso iniciado con los hechos del 11-S. Después de todo, entre tantos escombros, los objetivos de esos ataques simbolizaban el poder de Estados Unidos –el Pentágono (el poder militar); el World Trade Center (el poder económico); y el Capitolio o algún otro edificio de Washington (el poder político, donde sin duda se dirigía el avión secuestrado que se estrelló en un campo de Pennsylvania)–. En esos sucesos, miles de civiles fueron asesinados.
En cierto sentido, gran parte de la conversión en escombros del Gran Oriente Medio en los últimos años podría ser vista como –si bien inconsciente– una vengativa campaña por el horror y la ofensa de los ataque aéreos en esa mañana de septiembre de 2001, que convirtieron en polvo las torres más altas de la ciudad en la que vivo. Desde entonces, de algún modo, la guerra estadounidense ha implicado pagar a Osama bin Laden con la misma moneda, pero a una escala pasmosamente mayor. En Afganistán, Iraq y otros lugares, un momento de horror, aunque pasajero, para los estadounidenses se ha convertido en la vida cotidiana para poblaciones enteras y han muerto muchísimos inocentes, que deberían sumarse a las muchas de las Torres Gemelas apiladas unas sobre otras.
El origen de TomDispatch, el sitio web que yo administro, también está ligado a los escombros. Aquel día, yo estaba en Nueva York. Viví el impacto de del ataques y sentí el olor de los edificios en llamas. Un amigo mío vio un avión estrellándose en una de las torres y otro estuvo recorriendo la zona llena de humo con su bicicleta en búsqueda de su hija. Unos días después, me acerqué al lugar de los ataques con mi propia hija y estuvimos deambulando por las calles cercanas viendo lo que había quedado de los enormes edificios.
Según una expresión de ese momento, la estela del 11-S, “cambió” todo; en cierto sentido, fue realmente así. Yo lo sentí así. ¿Quién no? Percibí la sensación de temor que se extendía por todas partes; las repetidas ceremonias en todo el país en las que los estadounidenses se llamaban a ellos mismos las víctimas, los supervivientes y (más adelante) los vencedores más extraordinarios del planeta. En esas semanas que siguieron al 11-S percibí la sensación de horror y el crecimiento en la población de un deseo de venganza que habilitaba a los funcionarios de la administración Bush (que habían pasado años soñando con la “superpotencia solitaria” y omnipotente, una sin precedentes en la historia) para que hicieran prácticamente lo que quisieran.
En cuanto a mí, estaba dominado por la sensación de que el tiempo siguiente sería el peor de mi vida, mucho peor que el de la época de la guerra de Vietnam (la última vez que había estado de verdad políticamente movilizado). Y había una cosa de la que estaba seguro: las cosas no irían bien. Sentía el impulso de hacer algo, pero no tenía idea de qué podía ser.
A principios de octubre de 2001, la administración Bush lanzó el poder aéreo contra Afganistán; una campaña que, en cierto sentido, nunca terminaría y sencillamente se extendería a todo el Gran Oriente Medio (hasta ahora, Estados Unidos ha lanzado repetidos ataques aéreos en por lo menos siete países de esta región). En ese momento, alguien me mandó por correo electrónico un artículo de Tamin Ansary, un afgano que había vivido en EEUU durante años pero continuaba estando en contacto con lo que pasaba en su país de origen.
Su trabajo, que apareció en el sitio web Counterpunch, acabaría siendo ciertamente profético, sobre todo habiéndose escrito a mediados de septiembre, pocos días después del 11-S. En ese momento, como señalaba Ansari, loe estadounidenses ya estaban amenazando –con una frase recogida de la época de la Guerra de Vietnam– con bombardear a Afganistán para hacerlo “regresar a la Edad de Piedra”. ¿Para que serviría, se preguntaba él, una campaña como esa cuando “las nuevas bombas solo removerían los escombros dejados por las bombas anteriores”? Cómo él apuntaba, Afganistán, principalmente gobernado por entonces por el nefasto Taliban, había sido convertido en escombros en años anteriores en la guerra por delegación que soviéticos y estadounidenses combatieron allí hasta que, en 1989, el Ejército Rojo regresó a casa derrotado. La pila de escombros que ya era Afganistán no haría más que crecer en la atroz guerra civil que le seguiría. Y en los años anteriores a 2001, la reconstrucción había sido mínima. Por eso, como dejó claro Ansary, Estados Unidos estaba a punto de lanzar su poder aéreo por primera vez en el siglo XXI contra un país que no existía, un país hecho de ruinas y más ruinas.
Para él, la consecuencia de esa acción era el desastre. Y así sería. En ese momento, la imagen de unos ataques aéreos contra los ruinas me dejó atónito. En parte, porque aquello era horroroso y verdadero; en parte, por lo que parecía una señal tan ominosa de lo que nos depararía el futuro; y en parte, porque nada parecido podía por entonces encontrarse en las noticias de los medios dominantes ni en discusión alguna sobre la forma en que podía responderse al 11-S (del cual no aparecía prácticamente nada). Impulsivamente, envié el escrito de Ansary –con una nota mía– a mis amigos y parientes, Algo que no había hecho nunca. Este sería el inicio de lo que, algo menos de un año después, se transformaría en TomDispatch, una experiencia sin lista de suscriptores que no pararía de crecer.
¿Una plutocracia de los escombros?
Fue así como la primera palabra que atrapó mi atención en la época posterior al 11-S fue “escombros”. Es una pena que, casi 16 años después, los estadounidenses continúen obsesivamente atemorizados por ellos mismos, un temor que ha ayudado a crear y construir un estado de la seguridad nacional de dimensiones sorprendentes. Por otra parte, somos muy pocos quienes hemos captado el significado de las interminables e imprecisas experiencias estilo 11-S que nuestras fuerzas armadas han lanzado en todo el mundo. Las bombas quizá sean inteligentes, pero las acciones no podrían ser más erradas
Fundamentalmente, en este país no se siente responsabilidad alguna por la proliferación del terrorismo, el derrumbe de países, la destrucción de vidas y de medios de vida, las oleadas de refugiados y la conversión en escombros de importantes ciudades del planeta. No hay evaluaciones razonables de la verdadera naturaleza y consecuencias del modo estadounidense de hacer la guerra fuera de sus fronteras: su imprecisión, su estupidez, su capacidad destructiva. En esta tierra de paz, resulta difícil imaginar el verdadero impacto de la imprecisión bélica al estilo estadounidense. Sin embargo, tal como están yendo las cosas, es bastante fácil imaginar el escenario descrito por Tamin Ansari prolongándose en los tiempos de Trump y de quienes le sucedan: Estados Unidos volviendo a bombardear los escombros dejados en todo el Gran Oriente Medio.
Aun así, estas lejanas guerras imperiales encuentran la manera de llegar a casa; no solo en forma de nuevas técnicas de vigilancia, o de drones sobrevolando “la tierra patria”, o de militarización total de las fuerzas policiales. Sospecho que, sin esas desastrosas y eternas guerras, la elección de Donald Trump habría sido improbable. Aunque él no desencadene esa guerra de “precisión” en la tierra patria misma, su proyecto (y el de los congresistas republicanos) –desde el sistema de salud al medioambiente– apunta visiblemente a convertir en escombros a la sociedad estadounidense. Si él fuera capaz, ciertamente crearía una plutocracia de los escombros en un mundo en el que las ruinas son cada vez más la norma.
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176310/tomgram%3A_engelhardt%2C_bombing_the_rubble/#more
 Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García