miércoles, 28 de mayo de 2025

La muerte de la hipocresía

Reseña del libro de Martín Martinelli: "La Geopolítica del Genocidio en Gaza"

  Guadi Calvo. 

 



Geopolítica del genocidio en Gaza, del doctor Martín Martinelli, es un libro inútil, innecesario, casi obsoleto, un excelente trabajo fuera de época, que, con suerte dentro de cincuenta o setenta años, pueda reparar en él algún historiador o antropólogo, quizás hasta un teólogo, que busque el momento exacto en la historia en el que se quebró para siempre la condición humana.

Decenas de autores se han adelantado a esta búsqueda, mucho más después de que el mundo se desayunase acerca de lo que sucedía en los campos de exterminio nazis, en que la muerte se ejecutó de manera industrial, ordenada, sistemática, con esa prolijidad y perfección tan alemana.

Pero claro, más allá de los millones de seres humanos que pasaron por aquellas factorías de la muerte, pocos ajenos al fenómeno pudieron apreciar in situ las técnicas desarrolladas para un exterminio eficiente y pulcro. Ya que, dada la monstruosidad para la que se aplicaba, se debió ejecutar a oscuras, en silencio, a expensa de un acordado desconocer de millones de personas.

Porque, antes, como cualquier institución, la hipocresía tenía por entonces, entre uno de sus principios, que las cuestiones reñidas con la ética y la moral se deben practicar de manera íntima, discreta y, si es posible y las condiciones se prestan deberían realizarse en espacios alejados, en que no se afecte la sensibilidad pública.

Sí lo sabrá el buen Leopoldo II de Bélgica, que en los fondos de sus bosques congoleños diez, quince o veinte millones de negros, no importa el número, eran todo negros, se sacrificaron en su beneficio, aunque no lo supieran, para convertirlo en uno de los hombres más ricos de su tiempo, rivalizando con egregios magnates como John Davison Rockefeller o Andrew Carnegie, pero eso ya es una historia tan antigua que no tiene sentido recordar, mucho menos en estos tiempos, en que la condición humana se ha quebrado definitivamente.

Desde entonces, y mucho más después de los dorados años del nazismo, los genocidios se han reproducido, perdón por el lugar común, como hongos después de la lluvia, pero de manera más brutal, poco científica. Sino que hablen argelinos, chadianos, sudafricanos, indios, vietnamitas, camboyanos, afganos, iraquíes y un largo etcétera, que no incluye a los palestinos, porque en Palestina, no se produjo, ni se está produciendo, ni se producirá jamás. Mientras se escriben estas líneas, nada que pueda ser considerado un genocidio, ni crimen aberrante, ni limpieza étnica, ni un holocausto, y ni mucho menos la publicitada Nakba está en curso. Nadie ha visto pruebas de ello, por eso el libro de Martinelli es un libro inútil y antisemita.

Lo que se está produciendo en Palestina, y particularmente en Gaza, es un fenomenal emprendimiento inmobiliario, que como siempre en estos negocios hay que demoler las obsoletas estructuras para levantar, como dijo el presidente norteamericano Donald Trump, que sabe mucho de negocios inmobiliarios: “una Riviera de Medio Oriente”. Lujosa, formidable, con tiendas de alta gama, buenos restaurantes, mejores vinos y bellas mujeres. Concordemos que es un mejor fin el que se les puede dar a esas maravillosas playas que han permanecido vacías por siglos.

Esperemos entonces para ver cómo se levantan esas torres faraónicas, después, claro, que se quiten los miles de millones de toneladas de la cuidada demolición emprendida por la Fuerza Aérea Israelí (IAF), mucho antes, pero mucho antes del 8 de octubre del 2023. Desde allí también se podrá acceder a las ansiosas reservas gasíferas que esperan para ser explotadas, desde el principio de los tiempos, por el pueblo elegido.

Por estos mares navega Martinelli, intentando desbrozar lo que ha quedado debajo de aquellos millones de escombros, donde las ruinas se mezclan con la vida cotidiana de un pueblo que fue demolido junto a su historia y su patria. Un pueblo al que le han quitado su raza y su cultura, porque ya no son semitas, ya no son árabes; son solo palestinos, como eran solo negros los negros de Leopoldo.

Ya sin necesidad de recurrir a la hipocresía, de esconder detalles, y a la luz del día, honradamente, para que quien se quiera enterar se entere, para quien quiera ver vea, como la condición humana, ahora sí, se ha quebrado para siempre.

Martín aporta los detalles, las razones, las pruebas que, a pesar de haber sido calcinadas por las bombas, el fósforo y los misiles sionistas, todavía existen. Por eso trabajo como el de él, son inútilmente imprescindibles, no para esta época, en que no serán valorados, por fantasiosos, por extravagantes. ¿Quién podría creer que diez, quince o veinte mil niños palestinos han sido masacrados por uno de los ejércitos más poderosos del mundo y decidido por el gobierno más avalado del mundo?

¿Quién podrá considerar como cierta la masacre por hambre que se ciñe sobre los palestinos que se han negado a morir de manera más ventajosa como bajo el fuego del sionismo, y ahora, en un territorio sin acceso a nada, una de las muertes más temidas los espera?

Mientras los perpetradores saben que para ellos no existe castigo, porque ellos sí han sido las víctimas. Monumentos conmemorativos, a donde a nadie se le ocurriría levantar un barrio privado o un country club, siquiera un campo de golf como los de Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Chelmno, Majdanek, Dachau y Buchenwald lo dejan en claro. Ya que todo ha sido perfectamente documentado y mejor recordado en museos, centros culturales, en los más de cien mil libros escritos sobre su genocidio, millones de artículos y en los miles de superproducciones que, desde entonces y cada año, llegan puntualmente, para no darle posibilidad a nadie de que olvide el padecimiento del pueblo judío, aunque según cuenta Martín, parecen ser ellos los que sí lo han olvidado definitivamente.

Por todas estas cosas el libro de Martinelli es innecesario, porque él escribe sobre el desgarro de la historia, el fin de la piedad, la muerte de la culpa. Desde su libro se puede avizorar lo que viene, un mundo sin humanidad, donde la cultura del desprecio será la nueva ética y la supresión del diferente una forma innovadora de la moral, eficiente y pulcra, que no necesita de hipocresías.

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