lunes, 20 de julio de 2015

Arabia Saudí, Irán y la geopolítica cambiante de Oriente Medio

AFKAR / IDEAS nº 46 Verano 2015

SIMON MABON
En la relación prima un juego de suma cero y a pesar del cambio de liderazgo, se sigue imponiendo la enemistad.
El 11 de mayo de 2015 saltó la noticia de que el rey Salman de Arabia Saudí no asistiría a una cumbre sumamente encomiada con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y otros líderes del Consejo de Cooperación del Golfo. La cumbre se había organizado para debatir el acuerdo nuclear con Irán y constaba de una reunión en la Casa Blanca seguida por una jornada en la residencia de descanso presidencial de Camp David. La necesidad de celebrar un encuentro tan destacado refleja las tensiones crecientes entre Washington y Riad, motivadas principalmente por la inquietud que suscita cualquier acuerdo nuclear con Irán. Pero la crisis nuclear no era el único punto de la agenda, en la que también estaban Irak, Siria y los ataques contra los rebeldes hutíes dirigidos por Arabia Saudí. La sombra de la rivalidad entre saudíes e iraníes cubría todos los puntos del orden del día, y se consideraba determinante para los acontecimientos. Si bien la enemistad entre Arabia Saudí e Irán ha oscilado entre periodos de hostilidad y posible acercamiento, en la pasada década las relaciones entre ambos se han enturbiado. Bajo la presidencia de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013) hubo una vuelta a la retórica revolucionaria enfocada a la resistencia –aunque, en último término, beligerante– de Ruhollah Jomeini que caracterizó los años posteriores a la revolución. A raíz de la elección de Hasan Rohaní a la presidencia en 2013 nació la esperanza de que el péndulo oscilase hacia el acercamiento, pero ante las coyunturas favorecidas por la fragmentación del sistema de Estados de Oriente Medio, la posibilidad de debilitar al otro –y reforzarse uno mismo– es tentadora.

Raíces, revoluciones y batallas por la legitimidad
Para comprender la actual rivalidad entre Arabia Saudí e Irán es necesario tener en cuenta las raíces históricas de una enemistad originada por una herencia de conquista e interacciones. Durante los reinados de Ciro el Grande y Darío, el Imperio persa, que se extendía desde la costa oriental de Grecia hasta las riberas del Indo, era el más grande jamás conocido. Los éxitos militares árabes llegaron mucho más tarde, con la conquista de gran parte de Persia unos 1.100 años después de Ciro. Estas victorias militares árabes llevaron el islam a territorio persa, lo cual, en último término, resultó en la conversión de gran parte de la población a la rama suní del islam. A principios del siglo XVI, el líder Ismail, de 14 años, cambió la religión de los territorios del sunismo al chiismo, lo cual culminó en una división sectaria que se manifestó a nivel de los Estados, especialmente entre Arabia Saudí e Irán.
A pesar de esta división, el periodo posterior a la formación del Estado de Arabia Saudí y anterior a la revolución iraní de 1979 se caracterizó por una cierta desconfianza, aunque no por una hostilidad abierta. Los acontecimientos de 1979 alteraron radicalmente la dinámica de la región del golfo Pérsico, y la revolución en Irán dio al islam un papel protagonista en la disputa. La creación de una República Islámica en Irán suponía un desafío para una fuente principal de legitimidad de Arabia Saudí, ya que, históricamente, los Al Saud habían sido los garantes del islam como protectores de sus dos lugares sagrados. En los momentos inmediatamente posteriores a la revolución, tanto Riad como Teherán buscaron su reconocimiento por parte del mundo islámico y se embarcaron en un proceso retórico dirigido a incrementar la legitimidad islámica propia y menoscabar la del otro. Por ejemplo, Jomeini calificó a los miembros de la Casa de los Saud de corruptos, indignos de ser los guardianes de las dos mezquitas sagradas, y “traidores a los dos santuarios sacros”, mientras que los Al Saud tachaban al régimen de Teherán de nazi. La contienda se agravó en 1987, cuando 400 iraníes fueron asesinados mientras realizaban el hajj (peregrinación) a Arabia Saudí, aunque hay quien piensa que los sucesos fueron provocados por agentes iraníes.
La idea de apoyar a los mustazefin (oprimidos) del mundo musulmán formaba parte de los objetivos en política exterior de la nueva República Islámica. La idea de la defensa de los sometidos del mundo se encuentra en la historia del chiismo, y los conceptos de culpa y martirio, que aparecen con el asesinato de Husein en la batalla de Kerbala, se manifiestan en los cálculos políticos. La tendencia quedó consagrada en el artículo 3.16 de la Constitución, y al parecer consolidó la idea del celo revolucionario en las mentes de otros actores de la región. Como consecuencia, Arabia Saudí, temerosa de las aspiraciones expansionistas de Jomeini, proporcionó ayuda financiera a Irak durante la guerra con Irán, lo cual incrementó la tensión entre Riad y Teherán.
Al parecer inspirados por los acontecimientos en Irán, diversos grupos chiíes de la provincia oriental de Arabia Saudí, que habían vivido décadas de discriminación y persecución, se levantaron contra el Estado. Así empezó una prolongada campaña de resistencia anti-estatal acompañada por insinuaciones de manipulación iraní de los asuntos internos saudíes. De manera similar, en Bahréin, en 1981, el Frente Internacional por la Liberación de Bahréin, una organización chií que actuaba con el apoyo de Irán, lanzó un golpe de Estado contra la familia gobernante suní Al Jalifa. Aunque acabaron fracasando, estos sucesos resultaron ser fundamentales para entender las futuras dinámicas de rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. De hecho, esto, unido al legado de la batalla de Kerbala, suscitó la idea que Irán se encontraba detrás del descontento en la región, en particular entre las comunidades chiíes.

Las revueltas árabes
La pasada década demuestra que ni Riad ni Teherán pueden resistirse ante la oportunidad de reforzarse a sí mismos y debilitar al otro. Por eso, las perspectivas abiertas a raíz del estallido de las revueltas árabes intensificaron la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. Las revueltas árabes comenzaron en diciembre de 2010 con la autoinmolación de Mohamed Buazizi. La acción del joven tunecino fue el reflejo de un malestar creciente por las condiciones socioeconómicas de Túnez, padecidas por muchos más a lo largo y ancho de Oriente Medio y el Norte de África. Los regímenes autoritarios de la región se vieron enfrentados al descontento de sus poblaciones, muchas de las cuales empezaron a manifestarse con protestas a gran escala a las que los gobiernos respondieron con la fuerza. La enemistad entre Riad y Teherán se intensificó cuando algunos Estados empezaron a fragmentarse y los diversos actores tuvieron que buscar alternativas a los Estados para proteger sus identidades. De hecho, la quiebra de las relaciones entre el Estado y la sociedad creó la coyuntura para la intromisión externa en los asuntos internos de los países, pero también las circunstancias para sospechar de la injerencia iraní. No obstante, lo que las amenazas a la estabilidad de los regímenes de la región generó en última instancia fueron las condiciones para la escalada de un conflicto subsidiario sin ganadores ni perdedores, en muchos casos a costa de las poblaciones.

Cultivar el sectarismo
A la luz de la quiebra de las relaciones entre los regímenes y la sociedad y la desintegración de la soberanía de los Estados, las identidades sectarias se han convertido en un punto de referencia y de seguridad cada vez más trascendental. Con todo, es importante señalar que, a menudo, esas divisiones sectarias son inducidas con el fin de alcanzar las metas estratégicas de diversos actores.
En el periodo posterior a la invasión de Irak en 2003 encabezada por Estados Unidos, Arabia Saudí e Irán aumentaron su influencia en Irak dando apoyo a los diversos protagonistas siguiendo directrices típicamente partidistas. En Líbano, la naturaleza de la disputa es algo diferente. En ese país, Riad y Teherán proporcionan apoyo político y financiero a las alianzas de 14 de marzo y del 8 de marzo, respectivamente.
No obstante, desde las revueltas árabes, las identidades sectarias se han utilizado cada vez con más frecuencia como medio para ofrecer diferentes interpretaciones interesadas de los conflictos, al tiempo que para ubicarlos en retóricas geopolíticas más amplias. Esto se puede ver en Bahréin, donde el régimen de la dinastía Al Jalifa intentó tergiversar una protesta originalmente prodemocrática y no partidista presentándola como sectaria. De este modo, los Al Jalifa se aseguraban la lealtad de los suníes que antes habían tomado las calles y suscitado el temor a la influencia iraní en el archipiélago, pero también contextualizando las protestas en la rivalidad geopolítica de más amplio alcance que se está fraguando en la región. Inmediatamente después de las protestas del 14 de febrero, fuerzas militares del Consejo de Cooperación del Golfo dirigidas por Arabia Saudí entraron en Bahréin y contribuyeron a afianzar el régimen de los Al Jalifa. Y, dicho sea de paso, a pesar de que las evidencias que indican que Irán estaba detrás de los disturbios son escasas, prima la percepción de que Teherán manipula los acontecimientos en el archipiélago.
Está claro que Bahréin no es el único ejemplo de un discurso legitimador sectario construido con fines políticos o geopolíticos. En Siria, desde que empezaron las protestas a principios de 2011, los acontecimientos han ido adquiriendo un carácter cada vez más partidista, también en este caso en un intento por afianzar el régimen de Al Asad dentro de su base supuestamente chií, así como por contextualizar el conflicto en el marco de una enemistad más amplia. Para Irán es necesario garantizar la supervivencia del régimen de Al Asad con el fin de tener influencia en Siria, pero también para facilitar el apoyo a Hezbolá en Líbano. Para Arabia Saudí, los manifestantes brindaron la oportunidad de que Siria volviese “al redil árabe” y de mermar la influencia iraní tanto en Siria como en Líbano.
Lo mismo se puede observar en Yemen, donde la campaña aérea capitaneada por Arabia Saudí contra los rebeldes hutíes –que se sospecha cuentan con el apoyo de Irán– ha causado la muerte de más de 1.600 personas. Los hutíes son adeptos a la rama zaidí del islam chií y, como tales, muchos los consideran representantes de Teherán (lo cual no tiene en cuenta que Irán profesa el chiismo duodecimano, un rama chií distinta desde el punto de vista teológico y doctrinal), un caso más de reacción condicionada por las percepciones.
Por supuesto, este escenario de sectarismo se ha complicaco con la aparición del Daesh (organización Estado Islámico de Irak y el Levante, denominado aquí por su acrónimo despectivo en árabe) en Siria e Irak, cuya estentórea actitud anti-chií lo enfrenta con Irán, pero cuya ideología salafista, brutalmente fundamentalista, es una preocupación de primer orden para Arabia Saudí. Si la rivalidad entre Riad y Teherán estuviese motivada estrictamente por intereses sectarios, el Daesh proporcionaría una ocasión más para socavar la influencia iraní.

Seguridad regional y fines estratégicos
Diversas cuestiones relativas a la naturaleza de la seguridad regional, tanto en el golfo Pérsico como, más ampliamente, en Oriente Medio, apoyan este análisis. Riad y Teherán tienen concepciones diferentes sobre cómo debe ser la seguridad regional y cómo lograrla. Dado que considera que su historia es la de un “Estado natural” libre de interferencia colonial, Irán se ve a sí mismo como el único cualificado para responder de la seguridad en la región del Golfo sin estar sometido a la injerencia exterior. En cambio, desde la invasión iraquí de Kuwait en 1990, Arabia Saudí y otros Estados del CCG han dependido de EE UU para garantizar su seguridad. Sin embargo, los cambios en la postura de este último podrían complicar la naturaleza de la seguridad regional y hacer que aumente la preocupación de Riad por lo que parece ser un prometedor acercamiento entre Washington y Teherán.
Por supuesto, detrás de estas cuestiones hay cálculos estratégicos, en el marco de los cuales la enemistad se considera un juego de suma cero, de manera que el triunfo de uno se interpreta como la derrota del otro y viceversa. Los problemas internos van adquiriendo importancia en vista del desarrollo de un conflicto de carácter cada vez más sectario, unido a la percepción de la implicación de la otra parte en estos temas. Aunque el cambio de liderazgo político tanto en Riad como en Teherán abrió la perspectiva de un deshielo de las relaciones, al final parece que la coyuntura se está imponiendo a la consolidación.

domingo, 28 de junio de 2015

(De)construyendo estereotipos (III): El orientalismo en el cine


Para el observador distante
Ellos están hablando de los capullos en flor
Pero, pese a las apariencias,
En lo profundo de su corazón
Están pensando en cosas muy diferentes.
Ki No Tsurayaki[1]
 
El orientalismo en el cine occidental
Actualmente la capacidad comunicativa del cine parece indudable y, en general, de sobra conocida: a través de las pantallas se transmiten mensajes a la sociedad masivamente; sin embargo, no todas las creaciones tienen cabida en el circuito comercial, hecho necesario para que la difusión sea, efectivamente, masiva. El cine, al ser una herramienta comunicativa más -como la literatura o la prensa-, también ha contribuido a reforzar la visión de superioridad que occidente tiene sobre oriente y que Edward Said denominó como orientalismo. En el séptimo arte, éste se percibe desde sus inicios y se desarrolla de manera intensa en el cine clásico norteamericano, donde predominan películas en las que la perspectiva imperialista y de dominación de occidente respecto a oriente de la que habla Said es clara. Un buen ejemplo de ello es el film “Horizonte Perdido”, de Frank Capra (1937), donde se combina la inferioridad de los asiáticos, llamados “amarillos”, con una visión totalmente estereotipada de lo exótico a través de una comunidad idílica que habita en el Himalaya, donde todos conviven en paz y armonía y donde nadie envejece. Según Alejandro Cozza, crítico de cine y experto en cine oriental,“siempre se toman los elementos mas reconocidos de una cultura en su faceta más icónica, y se utilizan simplificando peligrosamente sus alcances a los fines narrativos del film. Esto sea para el cine de cualquier parte de oriente, como de otros continentes. Mientras más exótico o lejano para ellos, mejor y mas factible reducir al “otro” a un símbolo insustancial”.
Mirada occidental del cine oriental  Y lo mismo ocurre al mirar el cine oriental. Durante mucho tiempo, las producciones verdaderamente orientales han permanecido como algo desconocido para los occidentales, principalmente por la barrera geográfica que impedía que las cintas traspasaran las fronteras. Esto ha provocado una análisis histórico muy sesgado y viciado de éstas, en la que se ha observado el cine oriental siempre en comparación con el nuestro y no como algo en sí mismo. La falta de criterios rigurosos de valoración ha generado varios malentendidos respecto a los cines asiáticos. El mayor quizás ha sido el de acabar considerándolos como un género en sí mismo: el cine asiático. A la vez que se produce este efecto uniformizador, se da otro de oposición entre el cine de occidente (entendido también en un sentido unitario) y el resto, etiquetado eurocéntricamente como «cine periférico». Todo esto es en parte la causa de la simplificación a que a veces se somete a estas cinematografías, desdibujando su rica diversidad”, destaca Cozza. Las estructuras de representación orientalistas quedan, pues, reproducidas en la mirada del cine oriental que existe en occidente.
El orientalismo en el propio cine oriental
"Hierro 3", Kim Ki-Duk (2004)
En los años noventa, con la apertura de los mercados cinematográficos de occidente, se produce un boom de distintas cinematografías orientales, como la iraní o la japonesa, cuyas películas comienzan a circular por los festivales europeos y norteamericanos. A partir de esta apertura, y del gusto por estas cintas, comienza un proceso de orientalización y empiezan a verse films“exageradamente orientales”. En este tipo de cine prima lo  exótico, la pureza de la imagen, los tiempos lentos y las temáticas orientales narradas mediante formas y estructuras occidentales. Según Cozza esta es la cara negativa del fenómeno, “si una película oriental tiene éxito en occidente, y allí se produce una visión arquetípica de los elementos que tiene esa obra fílmica, se piensa enseguida en la idea de producción seriada, repitiendo los mismos elementos formales que agradan a occidente para seguir exportando películas y esa falsa cultura tan querida por el público occidental”.
El gusto occidental por este tipo de películas comienza a expandirse a lo largo de la década de los noventa con directores como el coreano Kim Ki Duk o el hong-konés Wong Kar-Wai, y se consolida con las grandes superproducciones chinas como “La casa de las dagas voladoras” (2004) o “La maldición de la flor dorada”(2006), de Zhang Yimou; ambas tan aclamadas por el público occidental. Por otro lado, la cinta japonesa“Departures” (2008), dirigida por Yojiro Takita , se impone como ejemplo de film que trata sobre una temática oriental, como es el ritual que se celebra durante los funerales, relatado a través de las formas establecidas en las narrativas audiovisuales occidentales; y que ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2008.
El orientalismo que Said analizaba a través de los escritos y teorías que occidente realiza sobre oriente a lo largo de la historia y que genera una visión sesgada de éste (apareciendo como algo opuesto e inferior a occidente), se reproduce también en el cine que retrata temáticas orientales desde los inicios de la industria clásica norteamericana hasta nuestros días; llegando incluso a trasladarse al propio arte cinematográfico oriental. Por ello, en muchas ocasiones, desde nuestra posición de espectadores occidentales es difícil discernir entre el verdadero cine oriental y lo que podríamos llamar las producciones orientales orientalistas, valga la redundancia. Como conclusión, una recomendación de una película caracterizada por ser realmente oriental: “The World” (2004), del director chino Jia ZhangKe.
[1] Poema que Noël Burch coloca en el frontispicio de su obra “To the Distant Observer”, en WEINRICHTER, Antonio. Pantalla amarilla. El cine japonés, T&B Editores, III Festival Internacional de Cine Las Palmas de Gran Canaria, Madrid, 2002, pág. 11-12                        http://hemisferiozero.com/

martes, 23 de junio de 2015

¿Qué puede aprender Daesh del modelo de externalización de al-Qaeda?


Zonas de control e influencia del Daesh en Irak y Siria a 20/5/2015. Fuente: Institute for the Study of War vía BBC.com. Blog Elcano
(Zonas de control e influencia de Daesh en Irak y Siria a 20/5/2015. Fuente: Institute for the Study of War vía BBC.com)
Desde la irrupción de Daesh en los medios de comunicación el verano pasado, ríos de tinta se han escrito sobre su expansión en las tierras entre el Tigris y el Éufrates, su estrategia insurgente, su captación de combatientes allende los mares, su –suerte de– administración impuesta en los territorios tomados y su enriquecimiento económico. Su appeal como organización terrorista ha sido alimentado tanto por su éxito a la hora de tomar territorios en Siria e Irak y pregonar la instauración de un califato, como por su eficaz uso de redes sociales y recursos online para servir a sus propósitos propagandísticos, difundiendo una “imagen corporativa” que pregona la eficacia de su modelo.
Interesante es, a este respecto, el uso que de su “marca” como organización yihadista de éxito hace Daesh para captar simpatizantes y foreign fighters en potencia. Nada nuevo en el horizonte: ya al-Qaeda (AQ) se benefició de tal estrategia expansionistacuando pasó de un modelo centralizado y jerárquico durante los años 90, emplazada en Sudán primero y Afganistán después, a un modelo de franquicias en el que una AQ central atrincherada en Pakistán favorecía la adopción de la marca “al-Qaeda” a grupos yihadistas locales distribuidos en diversas regiones: al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), al-Qaeda en Iraq (AQI) –ahora Daesh–, al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), o la reciente al-Qaeda en el Subcontinente Indio (AQSI), beneficiándose además de un entramado de alianzas con otros grupos yihadistas locales.
De forma similar, Daesh va alentando actuaciones en su nombre y entretejiendo alianzas con grupos yihadistas fuera de sus fronteras, como recientes informaciones sobre actividad afín a Daesh en el Magreb nos indican: en Libia ataques y atentados perpetrados por milicias de Daesh asientan la presencia del grupo en el país. En Túnez se suceden los atentados y la intimidación, sin olvidar el atentado frustrado contra el Parlamento que se hizo efectivo en el Museo del Bardo, mientras que en el Sahel se proclamó a bombo y platillo su alianza con Boko Haram, que opera entre Mali y Nigeria.
Las condiciones socio-económicas del Magreb y el Sahel, el nivel de descontento de la población, la proximidad a focos de conflicto (Libia, Mali o Nigeria), o la gran cantidad de jóvenes con un futuro incierto son factores que favorecen, por un lado, la predisposición a la radicalización (permitiendo un secuestro ideológico de los conflictos sociales y políticos, gracias al cual una organización terrorista justifica la acción violenta y alienta una insurgencia) y, por otro, el hecho de que florezcan alianzas entre grupos extremistas que pretendan aprovecharse de la debilidad del estado (como ocurriera con Yemen en el 2005 o ahora en Libia desde el 2011). Las implicaciones inmediatas que ello supone para la seguridad regional son la inestabilidad  y el contagio (como lamentablemente ilustran las crisis de Mali y de Libia).
Las ventajas de la externalización son disfrutadas por ambas partes: una estrategia de expansión mediante el establecimiento de franquicias supuso para AQ una oportunidad paraemerger y co-optar con grupos yihadistas locales, intercambiar información e incluso beneficiarse de refugio, a la vez que favorecía el alcance de objetivos globales. Por otro lado, el grupo yihadista local que se alía o adopta las siglas de la organización “madre” se beneficia de experiencia, formación, financiación, renombre internacional y mayores capacidades, humanas y materiales, para realizar acciones violentas en nombre de su particular yihad.
Sin embargo, ¿qué podemos deducir de esto, sobre la base de la experiencia previa con AQ? En primer lugar, que AQ comenzó con su estrategia de franquicias en un contexto de notable pérdida de influencia una vez se vio, en el 2005, arrinconada por una efectivaSurge en Iraq y posteriormente Afganistán, que obligó a los cuadros yihadistas a huir a Pakistán y continuar sus actividades allá donde las condiciones les fuesen más favorables y les permitieran rearmarse. En segundo lugar, el hecho de operar como un conjunto de organizaciones de bajo perfil regional, dirigidas por una ideología común pero débilmente controladas por una autoridad central, dispersó y mitigó el poder de AQ haciendo que, en tercer lugar, las organizaciones yihadistas afines que habían adoptado su sello se beneficiaran de su renombre pero se limitaran a seguir agendas propias, como el propiosurgimiento de Daesh demuestra.
En suma, podemos encontrar paralelismos entre la AQ en sus años de expansión regional y Daesh, ambas capaces de inspirar insurgencias, radicalización y acciones violentas individuales. Pero la experiencia nos invita a ser cautos a la hora de valorar la externalización de las organizaciones yihadistas globales como un punto a su favor, pues ello no ha redundado en una mayor influencia, ni mucho menos en la instauración de un mayor califato, sino más bien todo lo contrario: ha influido en, o sido síntoma de, su declive y progresiva pérdida de identidad y capacidad.
http://www.blog.rielcano.org/

viernes, 19 de junio de 2015

Estado Islámico: la “herramienta útil” de EEUU en Medio Oriente

Estado Islámico: la “herramienta útil” de EEUU en Medio Oriente

Por Leandro Albani. Para Marcha.

El Estado Islámico mantiene en pánico a Medio Oriente con sus métodos terroristas. La relación de los mercenarios con Estados Unidos y las monarquías del Golfo Pérsico. Y una lucha por la hegemonía que se cobra cada día más vidas civiles.
¿Por qué surgió el Estado Islámico? ¿Qué significa el wahabismo, la ideología que rige a ese grupo y es impulsada por Arabia Saudita? ¿Cómo opera Estados Unidos en el Medio Oriente actual? ¿Por qué Washington cambió su modo operandi para controlar los países árabes e islámicos? ¿Cuál es el peso real en la región de las monarquías del Gólfo Pérsico y Turquía? Estas son algunas preguntas que Marcha le realizó a Ángel Molina, politólogo argentino que reside en México y analista en temas de Medio Oriente.
Molina, quien cursa una maestría de Filosofía de la Ética Islámica en la Universidad de Al Mustafá de Irán, dejó en claro que el surgimiento del Estado Islámico (EI) no se debe a un componente puramente religioso, sino que se da en el marco de una nueva estrategia de la Casa Blanca hacia la región. Según el especialista, para analizar la aparición del Estado Islámico hay que tener en cuenta la “enorme influencia del discurso wahabí, que es la interpretación más tosca y empobrecida del Islam”, el cual tiene su epicentro en Arabia Saudita.
La monarquía saudí, al poseer “acceso de una fuente ilimitada de recursos –explica Molina-, ha permitido que a lo largo y a lo ancho del mundo islámico se exprese y se difunda esta versión absolutamente tosca del Islam que es el wahabismo y que tiene muchísimos nombres, como takfirismo y salafismo. Estos no son términos intercambiables pero definen la actitud de no reconocer como musulmanes a aquellos que no pertenezcan a esta escuela, que es absolutamente literalista y muy empobrecida en cuanto a la interpretación del texto coránico”.
Desde que el EI irrumpió en Irak y Siria, las denuncias sobre el financiamiento por parte de la Casa de Saud y Turquía hacia los seguidores de Abu Bakr Al Baghdadi se multiplican. El objetivo del Estado Islámico de crear un Califato -que abarque desde Alepo, en Siria, hasta Bagdad, en Irak-, demuestra que el grupo tiene el fin concreto de gobernar a fuego y sangre dos territorios caracterizados por sus recursos naturales, en especial las grandes reservas de crudo.
Para Molina, la “enorme difusión que ha tenido la doctrina wahabí se combina con elementos de geopolítica, por un lado desatados a partir de la invasión norteamericana a Irak (en 2003), generando un gobierno totalmente corrupto que surge después del 2004 y está marcado por una desestructuración del Estado”. Y en este punto es donde el politólogo argentino hace un fuerte hincapié, porque según su visión Estados Unidos impulsa para Medio Oriente una nueva doctrina en la cual el caos es su principal aliada.
“Tendríamos que destacar el cambio de la forma de intervención norteamericana en ciertas áreas de Oriente Medio –expresa Molina-. Hasta hace unas décadas atrás, Estados Unidos y las potencias hegemónicas cambiaban al gobernante de turno pero mantenían la estructura estatal más o menos funcionando de la misma manera. Hemos visto, sobre todo en Irak y en Afganistán, que eso ha cambiado. Ya no se trata de sacar al gobernante de turno y buscar uno aliado, sino de desarmar totalmente al Estado. El elemento a partir del cual se lleva estas intervenciones es que la desestructuración del Estado genera muchos más beneficios para la potencia ocupante que mantener las estructuras funcionando, porque ya no sólo pueden extraer lo que les permita el gobierno aliado de turno, sino que se pueden hacer cargo de todo: del proceso de reconstrucción, pero también del proceso de depredación de los recursos en los países intervenidos, que es muchísimo más profundo”.
En los casos iraquí y afgano, Estados Unidos siempre tuvo presente que sus fronteras son con Irán, por lo cual la aparición del EI no es casual. “La posibilidad latente de que el Estado Islámico se acerque a las fronteras con Irán ha aparecido en momentos que se toma Mosul (ciudad del norte de Irak), que confirma la línea de interpretación por la cual ésta inestabilidad es funcional a Estados Unidos, pero por supuesto actuando de la mano de sus aliados regionales con Arabia Saudita a la cabeza”.
Luego del derrocamiento de Sadam Husein en Irak, las fuerzas ocupantes junto a sus aliados locales comenzaron un proceso para despedir a cualquier persona que fuera miembro del partido Bass, tanto en el Ejército como en la sociedad civil. Pero no sólo eso: este proceso también se dio entre “profesores y maestros, que por la simple suposición de haber estado vinculados con el gobierno de Sadam Husein de golpe se encontraban fuera del Estado y carentes de la posibilidad de acceder a cualquier cargo”, ejemplifica Molina. “Esto genera un malestar que se viene manifestando de distintas maneras. Todo esto, combinado con el discurso wahabí, que tiene a sus auspiciantes en las monarquías del Golfo Pérsico, más el capital que llega de estas monarquías, permite el surgimiento de expresiones como el Estado Islámico”, manifiesta el especialista argentino.
Por eso, Molina asegura que el surgimiento del EI no forma parte de algo “espontáneo”. Sino que se da por la combinación “la combinación de los elementos vinculados con el Bass” que se aliaron al Estado Islámico, a la penetración del wahabismo y con “la connivencia de otros actores regionales”.
“No podemos imaginar que estos grupos armados, que han tenido entrenamiento militar, hayan podido obtener este adoctrinamiento sin ser percibidos por ninguna de las potencias ocupantes en la actualidad”, afirma Molina.
En una zona como Medio Oriente, monitoreada de forma permanente por satélites y regada por agentes de inteligencia de varios países, el politólogo argentina se pregunta: “¿No ha sido capaces esos servicios y estas fuerzas de seguridad de notar la presencia de un grupo armado que no sólo se estaba dotando de capacidad militar con entrenamiento y armamento sofisticado?”. Su respuesta es directa: “No podemos ser tan ingenuos de suponer que esto no pasaba, que nadie lo percibió. Esto se hizo con la connivencia de buena parte de los actores regionales, que entendían que el Estado Islámico era una herramienta útil para otros proyectos en la región. Cuando veíamos el avance sobre Mosul y la caravana de camionetas nuevas, no podemos suponer que las habían robado en una concesionaria iraquí. Eso está subvencionado por los patrocinadores de la ideología wahabí y de las expresiones takfiries en la región. Por un lado, lo vemos con muchísima claridad en el lineamiento ideológico de las monarquías del Golfo, pero lo vemos con mayor obscenidad en el discurso turco. Erdogan ha sido totalmente reticente a atacar al Estado Islámico, de hecho ha considerado que el EI no es una prioridad, sino que la prioridad es la caída de determinados gobiernos en la zona, haciendo especial hincapié en la administración siria de Bashar Al Assad”.
Por último, Molina propone “empezar a complejizar la mirada” sobre Medio Oriente, “teniendo en cuenta a los actores regionales y los intereses de los actores centrales en la disputa de hegemonía mundial”. La actualidad de la región, según el especialista, está marcada por “actores regionales que disputan hegemonía regional, con Arabia Saudita como uno de esos actores”, que a su vez “están coordinados con actores a nivel mundial, como Estados Unidos, que pretende garantizar su hegemonía mundial. Y la inestabilidad, y este es un proceso distintivo en Irak y en Siria, es funcional a los intereses de Occidente en la región”.
www.marcha.org.ar

martes, 16 de junio de 2015

La necesidad de un periodismo honesto

Informar sobre Oriente Próximo

Middle East Eye

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Escribir e informar sobre Oriente Próximo no es tarea fácil, especialmente en estos tiempos de confusión y agitación. Pero no recuerdo otro momento en la historia reciente en el que hayamos estado más necesitados de periodistas brillantes que encaren los juicios preconcebidos, que piensen en términos de contextos, causas, alianzas y no en intereses ideológicos, políticos o financieros. Como cuestión preliminar al tratar la cuestión de Oriente Próximo cabe decir que la propia designación de “Oriente Próximo” es en sí misma muy cuestionable. Es arbitraria y sólo puede entenderse en los contornos de otra entidad, Europa, cuya empresa colonial impuso tal designación al resto del mundo. La Europa colonialista era el centro del globo y todo lo demás se medía desde la distancia física y política del continente dominante. 
Los intereses occidentales en la región nunca han remitido. De hecho, tras las guerras dirigidas por Estados Unidos contra Iraq (1990-1991), después de una década de embargo y una nueva guerra e invasión implacables (2003), “Oriente Próximo” vuelve a situarse en el epicentro de las ambiciones neo-coloniales, de los colosales intereses económicos occidentales, y de sus maniobras estratégicas y políticas. 
Cuestionar la designación de “Oriente Medio” supone tomar conciencia de la historia colonial y de su sostenida y feroz competencia económica y política perceptible en cualquier ámbito de la vida en la región. 
Arundhati Roy afirma: “Lo cierto es que no existe eso de los sin voz”. Existe solo lo que se silencia deliberadamente o lo que se prefiere no escuchar”. Durante décadas e incluso siglos, la región de Oriente Próximo ha sido una de las peor interpretadas del mundo. Las interpretaciones equívocas y sus consecuentes estereotipos reforzaron los diseños coloniales del pasado y refuerzan los proyectos neo-coloniales en la zona para despojarla de su legado, de su dignidad y de sus recursos. El inicio de la primavera árabe anticipó un oleaje esperanzado en que las mareas podrían virar y en que por fin había llegado el turno de expresarse a quienes habían sido silenciados tanto a escala regional como internacional. 
Sin embargo, la narrativa de la primavera árabe se ha transformado por completo en otra de nuevo cuño que es sectaria hasta la médula. Esto ha producido la polarización de gran parte de los medios de comunicación de Oriente Próximo y de buena parte de quienes escriben sobre la región. Lo habitual es reducirlo todo a una cuestión tan simplista como estar del lado que dirigen los saudíes o del que dirigen los iraníes. Los y las periodistas que intentan presentar los acontecimientos en su verdadera complejidad al margen del discurso simplista de la polarización no encuentran margen para hacerlo. 
Esta es una época triste en la que muchos periodistas se han vendido dispuestos a prestar sus plumas al mejor postor. A veces, las informaciones que ofrecen al mundo no tienen nada que ver con la realidad sobre el terreno; no son más que un mosaico de estereotipos, rumores, y farfullos de funcionarios privilegiados que ignoran la dramática situación que atraviesan sus pueblos, ya sea en Egipto, en Palestina, en Yemen o en cualquier otro lugar. 
Pero no tiene por que ser así; hay ciertas pautas en el periodismo que pueden contribuir a sortear la trampa de este fraude periodístico. Lo mejor que un periodista puede hacer para evitar la producción de basura literaria es empezar desde abajo. Hallar a los afectados por el acontecimiento sobre el que uno informa: las víctimas, sus familias, los testigos y la comunidad en su conjunto. Son esas voces tantas veces ignoradas o utilizadas como relleno de contenido, en las que debe centrarse cualquier información rigurosa sobre lo que ocurre en la región, especialmente en las zonas devastadas por la guerra y el conflicto. 
Es cierto que un mismo acontecimiento puede ofrecer dos caras distintas pero eso no debe ser el hilo conductor al presentar la información. Y si se requiere un sesgo, que sea por un buen motivo. Los derechos humanos, la resolución del conflicto, la paz. Que sea la comprensión del coste del conflicto lo que guíe la explicación de asuntos mayores y multifacéticos sin abogar por una causa u otra. La defensa de los derechos humanos, cuando obedece a razones correctas, es una misión noble y relevante pero por sí sola no es periodismo. 
Escribo esto desde la profunda comprensión de quien ha formado parte de los sin voz y ha pasado la mayor parte de su vida bajo el yugo de un ocupante brutal. Si algo necesita este mundo es una estirpe de periodistas honestos que no tomen más partido que el de los oprimidos. No podremos hallar resolución a los trágicos acontecimientos que se desarrollan a nuestro alrededor hasta que entendamos la verdad de cómo hemos llegado a esta sombría realidad en la que nos encontramos. Decir la verdad es un buen punto de partida. 

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/middle-east-reporting-need-honest- journalism-1266040242
www.rebelion.org

sábado, 6 de junio de 2015

Lo bueno, lo malo y lo incierto de reconocer a Palestina


Middle East Eye


No importa lo que pueda hacer el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, lo cierto es que su popularidad es cada vez menor. Para empezar, el umbral de popularidad de Abbas no fue nunca, por así decirlo, impresionante, una tendencia que no es probable que cambie en un futuro inmediato. Pero ahora que se avecina una lucha por el poder en su partido Fatah y cuando ha quedado demostrado lo inútiles que han sido sus dos décadas invirtiendo esfuerzos en el llamado “proceso de paz”, Abbas está haciendo lo que debería haber hecho hace mucho tiempo: internacionalizar la lucha palestina y salir de los confines de la influencia estadounidense y de la “diplomacia” de doble rasero.
Al considerar el sombrío legado de Abbas entre los palestinos, su papel de liderazgo en la ingeniería del proceso de paz, la represión de la discrepancia, su fracaso a la hora de conseguir la unidad entre su pueblo, su poco democrática forma de actuar y muchas cosas más, es dudoso que esté llevando a cabo esos esfuerzos de internacionalización teniendo en mente el bien supremo. No obstante, ¿qué efectos tendría el hecho de conseguir un mayor reconocimiento de un Estado palestino?
El paso del Vaticano
El 13 de mayo, el Vaticano reconoció oficialmente al Estado de Palestina. En realidad, el Vaticano había acogido ya con satisfacción las votaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2012 a favor de reconocer a un Estado palestino. Además, había tratado desde siempre a Palestina como Estado.
Pero lo que hace del 13 de mayo una fecha verdaderamente importante es que el sutil reconocimiento se puso en práctica en forma de tratado, que en sí mismo no es algo demasiado importante. Es cierto que el actualizado reconocimiento es aún simbólico en cierto sentido, pero es también significativo porque valida aún más el nuevo enfoque del liderazgo palestino que trata de distanciarse del proceso de paz patrocinado por EEUU para internacionalizar más el conflicto.
Puede considerarse que el Vaticano tiene autoridad moral para muchos de los 1.200 millones de personas que se consideran católicos romanos. Su reconocimiento de Palestina es coherente con la actitud política de países considerados como los más firmes partidarios de Palestina por todo el mundo, la mayoría de ellos en Latinoamérica y en África.
Este último desarrollo puede interpretarse de más de una forma dentro del contexto del cambio global estratégico palestino de alejarse de la desproporcionada dependencia de la hegemonía política estadounidense sobre el discurso palestino. Pero no todo es positivo y el camino hacia el “Estado de Palestina”, que tiene aún que empezar a existir fuera del reino de lo simbólico, está pavimentado de peligros.
Razones para el optimismo
1. Los reconocimientos permiten que los palestinos se separen de la hegemonía estadounidense sobre el discurso del “conflicto palestino-israelí”.
Durante casi 25 años, el liderazgo palestino –primero la OLP y después la AP- cayeron bajo el hechizo de la influencia estadounidense, empezando por las negociaciones multilaterales lideradas por EEUU entre Israel y los países árabes en la Conferencia de Madrid de 1991. La firma del Acuerdo de Oslo en 1993 y el establecimiento de la AP al año siguiente le dieron a EEUU una influencia política primordial sobre el discurso político palestino. Mientras la AP acumulaba considerables riquezas y un grado de validación política como resultado de ese intercambio, los palestinos, en su conjunto, perdieron muchísimo.
2. Los reconocimientos palestinos degradan el “proceso de paz”, que ha sido en el mejor de los casos totalmente inútil, pero también destructivo en lo que se refiere a las aspiraciones nacionales palestinas.
Desde que en 1993 se lanzó el “proceso de paz” patrocinado por EEUU, los palestinos han ganado bien poco y perdido muchísimo más. Esa pérdida queda sobre todo reflejada en lo siguiente: expansión masiva de los ilegales asentamientos israelíes en los territorios ocupados, duplicando asimismo el número de colonos ilegales; fracaso del denominado proceso de paz a la hora de conseguir ninguno de los objetivos declarados, sobre todo la soberanía política palestina y un Estado independiente; y fragmentación de la causa nacional palestina entre facciones rivales.
El último clavo en el ataúd del “proceso de paz” se colocó cuando el secretario de estado estadounidense, John Kerry, no pudo cumplir su fecha límite de abril de 2014 para conseguir un “acuerdo-marco” entre la AP y el gobierno derechista de Benyamin Netanayahu.
El colapso del proceso fue en gran medida consecuencia de una enfermedad muy arraigada: las conversaciones, no importa cuán “positivas” y “alentadoras” fueran, no estaban nunca diseñadas para dar a los palestinos aquello que aspiraban a conseguir, un Estado propio. Netanyahu y su gobierno (podría decirse que el último es el “más agresivo” en la historia de Israel) dejaron muy claras sus intenciones repetidas veces.
Encontrar alternativas al inútil “proceso de paz”, devolviendo el conflicto a las instituciones internacionales y los gobiernos individuales es sin duda una estrategia mucho más inteligente que repetir el mismo error una y otra vez.
3. En vez de estar obligados a involucrarse en frívolas conversaciones a cambio de fondos, los reconocimientos de Palestina permiten que los palestinos recuperen la iniciativa.
En 2012, Abbas se dirigió a la Asamblea General de la ONU buscando el reconocimiento de Palestina. Una vez conseguido el nuevo estatuto, continuó presionando por la internacionalización del proyecto de la causa palestina, en ocasiones de forma vacilante.
Lo más importante de las maniobras de Abbas es que, con excepción de EEUU, Canadá y unas pocas islas diminutas, muchos países, incluidos los aliados occidentales de EEUU, parecieron receptivos a la iniciativa palestina. Algunos llegaron hasta a confirmar ese compromiso mediante votaciones parlamentarias a favor de un Estado palestino. La decisión del Vaticano de firmar un tratado con el “Estado de Palestina” no es sino un paso más en la misma dirección. Pero, en general, el movimiento para el reconocimiento del Estado palestino ha crecido en impulso hasta el punto de haber soslayado totalmente a EEUU y descartado su papel de autoimpuesto “mediador honesto” en un proceso de paz que nació ya muerto.
Por tanto, es algo bueno que la dispar influencia militar y política estadounidense dé paso a un mundo más pluralista y democrático. Pero no todo son buenas nuevas para los palestinos, porque esos reconocimientos tienen un coste.
Razones para la duda
1. Esos reconocimientos están condicionados a la llamada idea de la solución de los dos Estados, en sí misma un punto de partida inviable para la resolución del conflicto.
La solución de los dos Estados que puede introducir el umbral más básico de justicia no es posible considerando la imposibilidad de la geografía de la ocupación israelí, la enorme acumulación de ilegales asentamientos salpicando Cisjordania y Jerusalén, el derecho al retorno a sus hogares de los refugiados palestinos y las cuestiones relativas al derecho sobre el agua, etc. Esa “solución” es una reliquia de un período histórico del pasado, cuando Henry Kissinger lanzó su sutil diplomacia en la década de 1970. No tiene cabida en el mundo actual cuando las vidas de palestinos e israelíes se superponen de tantas formas que hacen imposible cortar por lo sano.
2. Los reconocimientos están validando al propio presidente palestino, que se mantiene al frente de un mandato caducado presidiendo un gobierno no electo.  
De hecho, fue Abbas, también conocido por Abu Mazen, quien cocinó fundamentalmente toda la historia de Oslo, iniciando las negociaciones secretas en Noruega mientras ignoraba cualquier intento de consenso palestino respecto a un proceso inherentemente torcido. Lleva al mando desde entonces, beneficiándose del desastre político que ha pergeñado. ¿Deberá dársele otra oportunidad a Abbas, ya con 80 años, para que cambie la estrategia palestina en una dirección totalmente diferente? ¿Deberían validarse esos esfuerzos? ¿O es hora de volver a pensar en una generación más joven de dirigentes palestinos capaces de impulsar el proyecto nacional palestino hacia un nuevo ámbito político?
3. Los reconocimientos son meramente simbólicos.  
Reconocer un país que no está completamente formado y que se halla bajo ocupación militar cambiará apenas de alguna forma la realidad sobre el terreno. La ocupación militar israelí, los asentamientos en expansión y los agotadores puestos de control siguen siendo la realidad diaria con la que deben lidiar los palestinos. Incluso si la estrategia de Abbas tuviera éxito, no hay pruebas de que al final vaya a tener algún peso real en términos de disuadir a Israel o reducir el sufrimiento de los palestinos.
Conclusión
Se podría argumentar que el reconocimiento de Palestina es algo mucho más importante que Abbas como individuo o el legado que pueda dejar. Esos reconocimientos demuestran que ha habido un cambio radical en el consenso internacional respecto a Palestina y que muchos países de los hemisferios norte y sur parecen finalmente estar de acuerdo en que ya es hora de liberar el destino de Palestina de la hegemonía estadounidense. A largo plazo, y teniendo en cuenta el creciente reequilibrio mundial de poderes, es un buen comienzo para los palestinos.
Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Habrá un liderazgo palestino capaz y experimentado que sepa aprovechar este cambio global y utilizarlo en la mayor medida posible en beneficio del pueblo palestino? 

Ramzy Baroud – ramzybaroud.net   - es doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor-jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de los medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, Londres).  
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/good-bad-and-uncertain-about-recognising-palestine-1667685913   

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.