jueves, 19 de enero de 2017

DISCUSIONES SOBRE LA TRAGEDIA SIRIA

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Claudio Katz1

La derrota sufrida por los yihadistas y denominados rebeldes en Alepo anticipa un giro en el desangre de Siria. Si el avance de las tropas del gobierno apoyadas por Rusia e Irán se confirma en las próximas batallas, la contienda podría quedar definida.
Este viraje se juega también en Mosul. La coalición de iraquíes, kurdos, turcos que actúa con apoyo aéreo de Estados Unidos y Francia acorraló a los fundamentalistas en su bastión de Irak.
Estos desenlaces cambiarían el mapa del conflicto pero no la tragedia que padece la región. Es previsible un desplazamiento de los enfrentamientos hacia otras zonas y la sustitución de choques entre militares por escaladas de terror contra la población civil. Las alertas ya se multiplican en todas las ciudades de Medio Oriente y Europa.
En Alepo se consumaron las mismas masacres que pulverizaron a otras ciudades multiétnicas. En el conflicto se computan más de 250.000 muertes y cuatro millones de refugiados. El nivel de barbarie se verifica en el tráfico de órganos humanos que realizan los contrabandistas entre los sobrevivientes (Armanian, 2016e). Los descendentes del despojo padecido por los palestinos vuelven a padecer el mismo destino de sus antecesores (Ramzy, 2015). Junto a la denuncia de esos crímenes resulta indispensable esclarecer lo ocurrido.

REBELIÓN Y USURPACIÓN

Hace seis años comenzó en Siria una sublevación con demandas democráticas semejantes a Egipto y Túnez. Ese levantamiento formó parte de las mismas protestas contra regímenes autocráticos que caracterizó a la primavera árabe. El movimiento se popularizó e incluyó la creación de comités para exigir reformas políticas. Pero la represión oficial superó todo lo conocido y desencadenó una guerra civil.
En su debut la rebelión despertó enormes simpatías, incentivó la deserción de cuadros militares y dio lugar al surgimiento de zonas liberadas. En términos políticos reunió una coalición de hermanos musulmanes, liberales y sectores progresistas. Pero el carácter sangriento de los enfrentamientos precipitó la militarización del campo opositor. Las organizaciones armadas se afianzaron en un escenario de variable empate.
El primer cambio de la rebelión se consumó con la presencia de los asesores provistos por Estados Unidos. El segundo viraje se concretó con el predominio de milicias yihadistas que no habían participado en la gestación de la sublevación. Como los fundamentalistas islámicos (salafistas) son acérrimos enemigos de los derechos ciudadanos, su dominio de la revuelta sepultó el sentido democratizador del alzamiento,
Los yihadistas se impusieron mediante acciones brutales. Varios grupos contaron con la financiación de Qatar y Arabia Saudita (Jaish al-Islam) y otras fracciones actuaron en forma más autónoma (Jabhat al-Nusra). Turquía aportó logística, circulación en las fronteras y contingentes propios (Ahrar as-Sham). Estas potencias sunitas apostaron a una ocupación extranjera, semejante a la registrada en el Líbano durante los años 80.
Entre los yihadistas se consolidó el protagonismo del grupo EI (Ejército Islámico, ex ISIS), que intentó establecer los cimientos de un Califato en las zonas conquistadas de Siria e Irak.
Al principio Estados Unidos avaló la presencia de estas bandas suponiendo que acelerarían la caída de Assad, sin quitarle el timón de la oposición a los sectores del ELS (Ejército Libre de Siria), manejados por el Pentágono.
Pero los fundamentalistas superaron a los grupos pro-occidentales y se apropiaron de su armamento. Tal como ocurrió con los talibanes y Al Qaeda, Estados Unidos perdió el control del campo que esperaba manejar.
En las zonas bajo su dominio, los salafistas impusieron códigos medievales contra las minorías religiosas. Asesinaron cristianos y kurdos, degradaron a las mujeres y quebraron la convivencia entre pueblos y creencias.
Esa usurpación transformó un conflicto inspirado en anhelos democráticos, en una batalla entre dos bandos igualmente reaccionarios y crecientemente contrapuestos por pertenencias comunitarias. Como acertadamente señaló un analista, esa degeneración enterró la sublevación inicial (Kur, 2016).
El avance militar de los yihadistas quedó detenido el año pasado. El gobierno de Assad reconquistó territorios con el auxilio de los bombardeos rusos y las acciones de las milicias pro-iraníes (Hezbolah). Contó también con el sostén de las comunidades alawitas, chiitas y cristianas aterrorizadas por el salvajismo de los salafistas. Cuando la guerra privó al país de alimentos y medicinas básicas, ambos bandos reclutaron a los desesperados por sobrevivir bajo alguna protección.
Los dos campos cometieron horrendos crímenes documentados por numerosas crónicas periodísticas (Febbro, 2016; R.L, 2016; Al-Haj Saleh, 2016). Esa barbarie compartida confirma la disolución del componente progresivo inicial que tuvo el conflicto.

PRIMAVERA, YIHADISMO Y KURDOS

El curso de la guerra en Siria sintonizó con tres procesos regionales. En primer lugar, la confiscación de la lucha democrática profundizó el retroceso general de la primavera árabe. Ese levantamiento ha quedado socavado por represiones dictatoriales y guerras yihadistas (Cockburn, 2016).
En medio de atentados y atropellos contra los trabajadores, en Túnez gobierna un ex ministro del viejo régimen de Ben Alí. En Egipto los militares restauraron el brutal sistema precedente, desplazando al gobierno electo de los hermanos musulmanes.
Los golpistas emiten condenas a muerte, engrosan las abarrotadas prisiones y torturan a miles de personas. Cuentan, además, con el aval de Estados Unidos y la complicidad de Europa. Su conducta confirma el carácter reaccionario de las cúpulas militares enfrentadas con el islamismo.
En Libia se verifica la misma regresión. Gadafi fue tumbado por el operativo que montó la OTAN para dividir al país. Occidente usufructúa de esa partición junto a Qatar y Turquía (que manejan la región de Trípoli) y Arabia Saudita (que se reparte el Torbuk con Egipto). Tal como ocurrió en África durante década anterior, el territorio ha sido reorganizado bajo el control de los señores de la guerra (Zurutuza, 2014).
En Irak continúa la demolición impuesta por un desangre sectario entre sunitas herederos de Sadam y chiitas asociados con Irán. Estados Unidos tolera esa matanza y supervisa la fractura del país, mediante frecuentes cambios de bando.
También los palestinos sufren las consecuencias de este dramático escenario regional. Israel refuerza la expropiación de Cisjordania extendiendo muros, apropiándose del agua y forzando la emigración.
En este desolador contexto zonal se asienta un segundo proceso de gravitación contrarrevolucionaria de los yihadistas. Esos grupos son continuadores del terrorismo talibán, que Estados Unidos fomentó hace varias décadas para expulsar a la Unión Soviética de Afganistán.
Las potencias occidentales han utilizado las milicias salafistas para destruir a los regímenes adversarios. Ese desmoronamiento refuerza la extinción de todos los vestigios de laicismo y modernización cultural.
Los fundamentalistas son una fuerza transfronteriza que se alimenta del odio generado por las agresiones imperialistas. Prometen regenerar la sociedad con estrictas normas de autenticidad religiosa, que incluyen alcanzar el paraíso a través de la inmolación suicida (Hanieh, 2016). La atracción que suscita entre jóvenes desengañados no sólo tiene fundamentos místicos. Expresa también el anhelo milenario de alcanzar la unidad árabe por medio de un Califato, asentado en la unanimidad religiosa (Jahanpou, 2014a).
Los yihadistas encarnan la versión extrema de la vertiente sunita del islamismo, en histórica rivalidad con los chiitas. Por eso trasladaron a Siria la guerra sectaria que desgarró a Irak. Los asesinatos que perpetraron en Túnez ilustran, además, su pretensión de disolver el sindicalismo y erradicar la militancia. Son destructores de la organización popular, exponentes de la barbarie (Achcar, 2015) o representantes de nuevos fascismos con referentes religiosos (Rousset, 2014).
Tal como ocurrió con Bin Laden tienden a desenvolver acciones propias que escapan al control de sus creadores (Petras, 2016). La variante más reciente del yihadismo surgió en las cárceles de Irak entre los oficiales del disuelto ejército de Sadam. Formaron el EI para resistir la expulsión de los sunitas del estado y para rechazar del acuerdo de gobernabilidad concertado por Estados Unidos con Irán (Rodríguez, 2015).
Pero a diferencia de sus precursores de Al Qaeda algunas vertientes han intentado construir un estado. Ocuparon pozos petroleros y se financiaron con la comercialización del crudo. Si ese proyecto territorial fracasa retomarán el uso generalizado del terror.
En este terrible escenario se incubó un tercer acontecimiento inesperado y positivo: la consolidación de zonas autónomas bajo el control de los kurdos. Este grupo nacional aglutina a la mayor minoría sin estado de todo el planeta. Diseminados en varios países, sus derechos han sido negados por incontables gobiernos.
En su valiente resistencia al yihadismo crearon la posibilidad de un Kurdistán independiente (Feffer, 2015). Si obtienen esa meta conseguirán el objetivo que los palestinos no han logrado alcanzar.
Esa perspectiva abre una luz de esperanza en la tragedia de Medio Oriente. Combatiendo al ISI los kurdos ya construyeron un semiestado dentro de Irak. Han pactado con el gobierno chiita aprovechado el momentáneo aval de Estados Unidos y buscan reconstruir en Irán la efímera república que forjaron en los años 40.
En Siria batallaron durante años por su autonomía, pero en el conflicto actual establecieron un acuerdo con Assad para combatir a los yihadistas. Con un armamento muy limitado han logrado significativas victorias.
En Kobane demostraron la supremacía del heroísmo y la auto-defensa sobre el terror. Sus milicias integradas con mujeres, guiadas por normas de laicismo e impulsadas por proyectos económicos cooperativos son la contracara del oscurantismo yihadista (Kur, 2015).
Las victorias de los kurdos permitirían restaurar la convivencia entre árabes, armenios, turcomanos y asirios. Introducen un contrapeso progresista al ocaso de la primavera y a la reacción salafista.

EPICENTRO DE CONFLICTOS GLOBALES

La guerra actual difiere en el plano geopolítico de lo ocurrido en Libia. Allí prevaleció la unanimidad imperialista, Rusia jugó un papel secundario, Irán no fue determinante y las sub-potencias que financiaron a la oposición se repartieron amigablemente el petróleo. Por el contrario en Siria se han concentrado múltiples conflictos internacionales.
Estados Unidos intentó aprovechar la rebelión democrática inicial para deshacerse de Assad. El cuestionado presidente no conserva ningún gramo del viejo antiimperialismo, pero actúa con un imprevisible pragmatismo. Aunque participó en la invasión yanqui a Irak, preserva una autonomía inadmisible para el Departamento de Estado. Por eso Obama intentó tres fracasadas políticas para derrocarlo.
Primero tanteó la instauración de una zona área de exclusión y amenazó con bombardeos directos. Pero no logró la cobertura de las Naciones Unidas, ni el sostén requerido para montar el control internacional de los arsenales químicos.
Posteriormente propició la división del país en cantones, en el escenario de caos que potenciaron los grupos del ELS manejados por la CIA. Como Assad se negó a exilarse y el yihadismo copó el bando rebelde, Washington optó por una negociación con Rusia para neutralizar a los fundamentalistas. Decidió tolerar al régimen, en el marco de las nuevas tratativas para logar el desarme nuclear de Irán (Armanian, 2016c).
Pero estas vacilaciones paralizaron a Obama y empujaron a los republicanos a exigir la continuidad de la campaña militar. Incluso Hilary propuso el endurecimiento y la intervención del Pentágono. La caída de Alepo implicó finalmente una derrota de Estados Unidos, que revierte sus avances en Libia y consolida sus retrocesos en Irak.
Nadie sabe qué hará Trump, pero ya anticipó un mayor apoyo a Israel que conduciría a retomar el hostigamiento de Assad. Avalará en la ONU el colonialismo sionista y amenaza con trasladar la embajada yanqui a Jerusalem. Los tres principales funcionarios militares del nuevo presidente (Flynn, Pompeo y Mattis) son partidarios de romper el acuerdo nuclear con Irán.
Pero reactivar el conflicto con Siria choca con la tregua sugerida a Rusia para confrontar con China. Renovar la presión militar sobre Damasco no es compatible con los acuerdos propuestos a Putin, para compatibilizar los gasoductos proyectados por Rusia (South Stream) y Estados Unidos (Nabucco). Es también difícil priorizar esos convenios hostilizando al mismo tiempo a Irán (Ramonet, 2017).
Hasta ahora Europa ha seguido las políticas más duras que impulsó Estados Unidos en Siria. Especialmente Francia incentivó el derrocamiento de Assad, facilitando la circulación de los yihadistas y la financiación de su armamento. Hollande busca ahora mayor protagonismo en la captura de Mosul.
Esta conducta fue reforzada con la utilización reaccionaria de los atentados padecidos por la población gala. No sólo volvió a imperar un doble rasero, para subrayar que la vida de un francés vale más que su equivalente del Tercer Mundo. La marcha oficial frente a lo ocurrido en Charlie Hebdo fue precedida por la prohibición de manifestaciones palestinas e incluyó la presencia de Netanyahu, como una explícita provocación al mundo árabe.
También los refugiados son manipulados para justificar operaciones bélicas de “protección humanitaria”. Mientras cierra las fronteras y convalida los naufragios en el Mediterráneo, Hollande multiplica el envío de tropas que potencian el éxodo de la población civil (Alba Rico, 2015).
Ese belicismo se explica por los negocios franceses con Arabia Saudita o Qatar y por los intereses coloniales que el yihadismo amenaza en África. Pero un ala del establishment (Fillon) ya propicia replanteos. Francia padece al mismo Frankestein que afecta a Estados Unidos desde el atentado de las Torres Gemelas.
La creciente participación de ciudadanos franceses de origen árabe en el yihadismo agrava el problema. La atracción del fundamentalismo entre los jóvenes desposeídos aumenta con la criminalización de los musulmanes y la expansión del fascismo islamofóbico.
En Siria se dirimen también las tensiones de Occidente con Rusia. En los últimos años la OTAN desplegó misiles en Europa Oriental, creó repúblicas fantasmales (Kosovo), propició incendios fronterizos (Georgia) e indujo golpes de estado entre los aliados estratégicos de su contrincante (Ucrania).
Pero la pasividad de la era Yeltsin quedó atrás y Putin encabeza una reacción defensiva en la esfera geopolítica (recaptura de Crimea) y económica (expropiación del magnate pro-Exxon Jodorkovski). La presencia rusa en Siria apuntala ese contrapeso.
Putin subió la apuesta luego del ataque del ISI a un avión ruso en Sinaí. Está empeñado en prevenir el resurgimiento de las milicias islamistas en su radio de Chechenia. Acordó con Obama el bombardeo a los grupos yihadistas y luego aprovechó el desconcierto de Estados Unidos para socorrer al acosado Assad.
Rusia apuntala en Siria sus propios intereses militares (una base naval y otra aérea) y económicos (gasoductos). Se encuentra en una situación muy distinta a la padecida cuando perdió Afganistán o se desplomó la URSS.
Pero compensar la fragilidad económica interna con expansión militar puede desembocar en el desastre que demolió al imperio zarista. El momento de gloria que vive Putin disimula las limitaciones de su maquinaria bélica y el dudoso sostén interno a operaciones de mayor envergadura (Poch, 2017).
La internacionalización del conflicto sirio condujo incluso a China a atenuar su estrategia general de prescindencia. A diferencia de lo ocurrido en Libia, ahora participa en las negociaciones sobre el futuro del país. Teme la expansión del yihadismo en sus fronteras y necesita asegurar el abastecimiento de petróleo. La estabilidad de Medio Oriente es vital para su proyecto de forjar un gigantesco emprendimiento comercial, emparentado con la vieja ruta de la seda.

DISPUTAS REGIONALES

Los conflictos entre las sub-potencias de la región han influido más que las tensiones globales en el desgarro de Siria. Israel interviene en sintonía general con Estados Unidos. Pero hace valer intereses colonialistas que rompen el equilibrio de la primera potencia con sus socios del capitalismo árabe.
Netanyahu aprovechará el ascenso de Trump para intentar la captura completa de Cisjordania liquidando la farsa de los dos estados (Pappé, 2016). Con ese objetivo incentivó la demolición de Siria a través de bombardeos y socorros de la retaguardia yihadista. Esperaba destruir a un adversario que alberga palestinos y oxigena a Irán.
El gobierno israelí no acepta perder el monopolio atómico regional frente a las instalaciones construidas por los Ayatollahs. Despotricó contra el acuerdo nuclear que suscribió Obama y se dispone a dinamitar ese convenio, para revertir el resultado adverso de la guerra en Siria.
Arabia Saudita es un segundo protagonista que encabezó el sostén a los yihadistas para tumbar a Assad. Su régimen criminal-monárquico es la principal referencia de los fundamentalistas. El nuevo rey Salman inauguró por ejemplo su mandato con un récord de 153 ejecutados (Gómez, 2016).
Los sauditas disputan hegemonía con Irán recurriendo a fundamentos del Corán. Retoman la antigua contraposición entre sunitas y chiitas, que se cobró más de un millón de muertos en la guerra entre Irak e Irán (Jahanpour, 2014b).
Los monarcas saudíes no toleran la preeminencia lograda por sus adversarios en el régimen que sucedió a Sadam Hussein. Exigen, además, el sometimiento de todos los pobladores chiitas de la península arábiga, que encabezaron protestas durante la primavera árabe (Luppino, 2016).
En el estratégico enclave de Yemen los jeques comandan una atroz escalada de masacres, que ha creado una tragedia de desabastecimiento de agua y alimentos (Cockburn, 2017). Cuentan con la colaboración aérea de Inglaterra y la complicidad logística de Francia (Mundy, 2015). Mantienen, además, una estrecha asociación de compra de armamento y sostén del dólar con Estados Unidos (Engelhardt, 2016). Pero con el manejo de una colosal renta del crudo han construido un poder propio, que genera múltiples conflictos con Washington.
En los últimos años Estados Unidos incrementó su abastecimiento interno de combustible, redujo la dependencia de sus proveedores y utilizó el petróleo barato como instrumento de presión sobre Rusia e Irán, afectando también a sus socios sauditas.
Probablemente los monarcas avalaron la caída del precio para afectar la rentabilidad de la producción norteamericana (extracción con shale) y recuperar predominio. Pero también priorizaron la convergencia con Estados Unidos para disciplinar a la OPEP y debilitar a Teherán. Con Trump se avecinan nuevos acercamientos (guerra del Yemen) y distanciamientos (más negocios con Europa que con América).
Más conflictivo es el destino futuro de los yihadistas. Al igual que en Pakistán, nunca se sabe cuánto protegen los monarcas sauditas a los grupos terroristas que desestabilizan a Occidente (Petras, 2017).
Por esa razón más de un estratega del Departamento de Estado evalúa la conveniencia de promover una balcanización de Arabia Saudita. Exploran la posibilidad de transformar a ese país en una colección de impotentes mini-estados, semejantes a Qatar o Barheim (Armanian, 2016b).
El tercer actor regional -Irán- disputaba en la época del Sha poder regional con los Sauditas, dentro de un mismo alineamiento pro-norteamericano. Pero desde hace décadas el régimen teocrático choca con Estados Unidos. Apuntala especialmente el régimen de Assad para reforzar su preeminencia en Irak y contrarrestar el acoso saudita en Yemen. Participa en Siria no sólo con armas y asesores, sino con cierto despliegue de fuerzas regulares. Además, recluta chiitas en el mundo árabe con la misma intensidad que sus adversarios sunitas (Behrouz, 2017).
Los Ayatollah le permitieron a Rusia incursionar desde su territorio contra el ISI, pero mantienen abiertas las negociaciones nucleares iniciadas con Obama. Al cabo de varias décadas de aislamiento económico el régimen acepta un desarme parcial, a cambio de inversiones occidentales. Tramita un lugar protagónico en los gasoductos que diseñan las compañías petroleras (Armanian, 2016d).
Los socios privilegiados del capitalismo iraní se definirán en la intensa batalla interna que libra el ala pro-occidental de Rohani, con la vertiente tradicionalista de Jameini. Todos buscan desactivar un descontento reformista que amenaza la supremacía de los teólogos y militares en el manejo del gobierno.
Finalmente la cuarta potencia regional -Turquía- pertenece a la OTAN y alberga una base militar con ojivas nucleares apuntando a Rusia. Pero los herederos del imperio otomano también operan como una sub-potencia con vuelo propio.
Especialmente el gobierno islámico-sunita conservador de Erdogan intentó un liderazgo de la zona, en estrecha alianza con la hermandad musulmana de Egipto. Pero luego del derrocamiento de ese sector consumó un cambio de frente, buscando primacía en la ofensiva contra Assad. Motorizó la acción de los yihadistas en Siria e incluso derribó un avión ruso para forzar la intervención directa del Pentágono. Con el mismo propósito potenció la crisis de los refugiados en Europa (Armanian, 2015).
Pero el peligro de gestación de un estado kurdo precipitó otro viraje espectacular de Erdogan. Turquía se forjó como país en la negación de los derechos de esa minoría y su gobierno complementa el viejo exclusivismo nacional (una sola lengua, raza e idioma) con el sostén religioso de las mezquitas (Gutiérrez, 2016).
Erdogan se sumó al bloque de rusos e iraníes para bloquear la expansión de los kurdos en sus fronteras. Rompió la tregua con los encarcelados líderes de esa minoría en Turquía y apuesta a negociar con Assad la obstrucción total de los anhelos kurdos (Lorusso, 2015).
El presidente cambió de bando para confrontar internamente con los pacifistas, laicos y progresistas que avalan las demandas (o las negociaciones) con los kurdos. Propicia un giro totalitario que inició desarticulando el improvisado golpe de estado reciente. Quizás montó un auto-golpe para justificar las persecuciones (Cornejo, 2016) o afronta conspiraciones pro-norteamericanas de los descontentos con su aproximación a Rusia (Armanian 2016a).
En cualquier caso, Turquía es un polvorín sacudido por choques en la cúpula militar. Erdogan sostiene a la fracción islamista que promueve un proyecto hegemónico neo-otomano (rabiismo) frente a sectores más atlantistas (kemalismo), en un marco de fracasado ingreso a la Unión Europea (Savran, 2016). En la guerra de Siria se dirime la supremacía de un grupo sobre otro.

CARACTERIZACIONES Y POSICIONAMIENTOS

La complejidad de la guerra en Siria obedece a una intrincada combinación de conflictos. La rebelión popular inicial se entremezcló con las tensiones entre potencias regionales y globales (Cinatti, 2016).
Ese tipo de mixturas en un mismo escenario bélico ha sido frecuente en la historia. La Segunda Guerra Mundial sintetizaba, por ejemplo, choques interimperialistas (Estados Unidos-Japón, Alemania-Inglaterra), con resistencias democráticas al fascismo y defensas de la URSS ante la restauración capitalista. Estos dos últimos componentes determinaron el alineamiento de la izquierda en el campo de los aliados (Mandel, 1991).
Para tomar partido en conflagraciones de este tipo, resulta necesario caracterizar cuál es el campo que contiene demandas legítimas o facilita triunfos populares. Es vital priorizar la lucha por abajo, para distinguir a las fuerzas más progresivas de cada escenario. Los conflictos geopolíticos nunca son indiferentes a la acción popular, pero están subordinados al curso de esas batallas.
Lenin propició esta estrategia socialista que jerarquiza los combates populares y toma en cuenta las tensiones por arriba. Superó el error de considerar tan sólo la confrontación con el enemigo principal o sostener ciegamente cualquier rebelión, omitiendo su función en el escenario global.
En el caso actual de Siria han prevalecido momentos de prioridad de la lucha democrática (levantamiento inicial contra Assad), derrota de los criminales reaccionarios (yihadismo) o sostén de los movimientos más avanzados (kurdos). En todos los casos se han verificado situaciones controvertidas.
En el debut de la primavera árabe las movilizaciones democráticas eran tan válidas en Túnez como en Siria. Pero esta última rebelión perdió legitimidad cuando fue usurpada por el oscurantismo.
En el caso de los kurdos, la enorme progresividad de su lucha no queda anulada por la protección coyuntural que obtienen de Estados Unidos. Por la misma razón persiste la validez de la causa palestina, a pesar de la financiación que brinda Qatar al Hamas e Irán al Hezbolah.
La imperiosa necesidad de frenar la barbarie yihadista condujo también a intensos debates en Mali, frente al arribo de tropas colonialistas francesas (Amin, 2013; Drweski, Page 2013). .
No es sencillo definir en Medio Oriente cómo se apuntala la lucha popular, en medio de las tensiones geopolíticas que inciden en esa batalla. Conceptualizar a los principales protagonistas de esas disputas contribuye a esas definiciones.
Estados Unidos comanda un bloque imperialista que ha destruido al mundo árabe con bombardeos, drones y asesinatos selectivos. Permanece en Afganistán amparando aventureros -que se financian con el cultivo de estupefacientes- y en la descalabrada sociedad iraquí, sostiene a los clanes más corruptos.
Washington redefine actualmente sus estrategias, sin perder el lugar preeminente que ocupa en la reproducción del orden capitalista global. Auto-limita su poder de intervención recurriendo a manejos indirectos (“soft power”) y una gestión imperial colectiva, que en Medio Oriente opera a través de un apéndice directo (Israel).
Las potencias regionales desenvuelven políticas sub-imperiales, guiadas por una cambiante relación de subordinación, autonomía y conflicto con el imperialismo central. Definen todas sus acciones en función de esos objetivos de supremacía zonal. Las variedades tradicionales (Turquía), nuevas (Sauditas) y en recomposición (Irán) de ese perfil se han verificado en la contienda de Siria. La intervención de esos países clarifica el sentido actual del sub-imperialismo, que fue conceptualizado en los años 70 con otros propósitos.
Finalmente el papel de Rusia debe ser evaluado en otro plano. No es un adversario ocasional, sino un rival estratégico de Estados Unidos. El Pentágono confronta desde hace mucho y en forma permanente con ese país.
Rusia no es la URSS. Se ha consolidado como una economía capitalista integrada a la mundialización neoliberal y actúa en Siria en función de los intereses de las clases dominantes y la burocracia del Kremlin.
Es una potencia con tradiciones imperiales que no opera a esa escala, sino en un nivel más precario. Por esa razón se perfila como un imperio en formación, que igualmente afecta la primacía de Occidente en Medio Oriente. Esa intervención puede cambiar la relación internacional de fuerzas, pero no constituye por sí misma una acción progresiva o favorable a los pueblos2.

GOBIERNO Y OPOSITORES

Los debates sobre Siria oponen en la izquierda a los defensores del gobierno y del bando opositor. La tesis favorable al régimen no ignora su carácter represivo, pero subraya su impronta laica, progresista y multiétnica. Destaca la necesidad de asegurar la integridad territorial de ese estado, frente a la disgregación sufrida por Libia e Irak. También describe cómo las conspiraciones imperiales intentan socavar a un gobierno heredero del proyecto panárabe (Fuser, 2016).
Pero Assad no cometió excesos ocasionales. Encabeza un régimen atroz que reprimió en forma sanguinaria a los manifestantes. Los disparos a mansalva, bombardeos de aldeas y asesinatos de familias continuaron los crímenes de 1982 en la localidad de Homs.
El gobierno actual no guarda ningún parentesco con la constitución inicial de un estado aglutinante de todas las comunidades. Desde hace años aplica ajustes del FMI y apuntala la corrupción de camarillas que se enriquecieron con la gestión neoliberal.
La involución del Baath sirio se asemeja a la trayectoria seguida por Sadam Hussein o Gadafi. Todos debutaron con proyectos reformistas y concluyeron gobernando para clanes mafiosos.
La virulencia represiva de Assad reproduce también lo ocurrido en la década pasada en Argelia, cuando el gobierno desconoció un triunfo electoral islamista, precipitando matanzas de ambos bandos. Con los mismos pretextos de contener al fundamentalismo, el dictador egipcio Sisi descarga una virulenta represión contra la oposición.
Los reclamos democráticos de la población siria siempre tuvieron la misma legitimidad que las exigencias de otros pueblos. Esas demandas han sido enarboladas contra tiranos prohijados o enemistados con Estados Unidos.
Al razonar con criterios puramente geopolíticos desconociendo estos hechos, no sólo se ignoran las aspiraciones populares. Se cierra los ojos ante masacres que ningún progresista puede avalar. Esa actitud condujo durante décadas a dañar la causa del socialismo ignorando los crímenes de Stalin.
La tesis opuesta y favorable a la rebelión se ubicó al principio en la trinchera correcta, pero desconoció la degeneración ulterior de la revuelta. Algunos niegan esa involución afirmando que el levantamiento democrático se profundizó y radicalizó. Reivindican a los rebeldes y objetan la gravitación asignada a la CIA o al yihadismo (García; Dutra, 2016).
Pero los crímenes cometidos en el bando opositor desmienten esa evaluación. No tiene sentido hablar de una “revolución siria” luego de la confiscación perpetrada por lo salafistas. Esa expropiación sepultó el carácter progresista que al principio tuvo el segmento rebelde.
El grueso de los insurgentes no pertenece a genuinos grupos de resistentes obligados a pactar con el diablo. Están muy lejos de los irlandeses del IRA (que aceptaban armas del Kaiser) o de los maquis franceses (que recibían pertrechos de los norteamericanos). Al igual que los kosovares de Europa Oriental, primero quedaron bajo el radar de la OTAN y luego repitieron el devenir reaccionario de los talibanes.
El antecedente libio es muy esclarecedor de los errores cometidos por algunos pensadores de la izquierda, que idealizaron a los rebeldes monitoreados por el Pentágono. No sólo fue desacertado reclamar armas para ese sector, sino también aprobar la “zona aérea de exclusión” que establecieron las potencias occidentales. La caída de Gadafi no fue un “triunfo popular” sino un logro de las fuerzas reaccionarias.
Estas experiencias constituyen una advertencia para la acción actual de los kurdos, que cuenta con el visto bueno de Estados Unidos. Existen cuestionados liderazgos asociados con Israel, en un contexto controvertida evolución de los dirigentes apresados en Turquía (De Jong, 2015). Conviene recordar que la heroica lucha de los kurdos siempre estuvo signada por dramáticas manipulaciones y traiciones (Fisk, 2015).
Pero hasta ahora ninguno de esos peligros anuló la progresividad de la resistencia kurda. Esa lucha se diferencia del trágico curso seguido por la rebelión siria.
Cuando un conflicto se desliza hacia la encerrona que padeció el combate contra Assad, lo más positivo es frenar el desangre. Ese sacrificio destruye la capacidad de acción de los pueblos. Muchos años de confrontación entre bandos regresivos agotó por ejemplo a la población del Líbano y Argelia, que ya no tuvo disposición para participar en la primavera árabe. La actual demolición sectaria de Irak constituye otro desastre del mismo tipo.
Las iniciativas para alcanzar el fin de las hostilidades aportan las mejores propuestas de resolución progresista del conflicto sirio. Muchas personalidades y movimientos han trabajado en esta dirección. Denunciaron la intervención del imperialismo y promovieron negociaciones bajo la égida de las organizaciones populares (Katz, 2013). El mismo planteo exponen en la actualidad distintos pensadores y corrientes políticas (Domènech, 2016).

CAMPISMO Y NEUTRALIDAD

El segundo debate en la izquierda gira en torno a la valoración de los conflictos geopolíticos que condicionan la guerra en Siria. Una tesis destaca que existen dos campos en disputa: el imperialismo occidental liderado por Estados Unidos y el alineamiento de Rusia con Irán y Turquía. Estima que el triunfo de Assad favorece la multipolaridad que encarna esta última alianza (Fuser, 2016). Otros realzan especialmente el rol de Rusia en la gestación de esa alternativa (Zamora, 2016).
Pero esta visión juzga lo ocurrido en Siria en función del tablero mundial, olvidando la rebelión democrática que detonó los conflictos en ese plano. Observa sólo la intervención de las potencias y desconoce la acción popular. Por eso evalúa al gobierno sirio como si fuera un simple peón del ajedrez global. Omite los crímenes de Assad suponiendo que son datos secundarios de una gran partida internacional.
Con la mirada puesta en las tensiones inter-estatales ese abordaje sugiere que la primavera árabe no existió. A lo sumo considera su impacto sobre Egipto o Túnez, sin incluir a Siria en ese proceso. Las revueltas populares son también percibidas como manipulaciones de las embajadas estadounidenses, mediante frecuentes comparaciones con las “revoluciones de terciopelo” de Europa Oriental.
Pero esa analogía sólo registra la afinidad de la clase media liberal árabe con los valores norteamericanos, omitiendo que las protestas no irrumpieron en ningún país emulando a Occidente. Al contrario, estuvieron motivadas por el rechazo a las tiranías serviles de Estados Unidos (Mubarak, Ben Alí). En la mayoría de los casos predominó la misma hostilidad hacia el imperialismo que se observa en América Latina.
Es un gran error suponer que las transformaciones progresistas surgirán de una pulseada global entre potencias. Esos avances sólo pueden gestarse al calor de una acción popular, que debería ser el foco de atención de todos los pensadores de izquierda.
Mirando sólo las tensiones en la cúspide resulta imposible definir cuáles son las fuerzas progresivas en Medio Oriente. Los kurdos, por ejemplo, han sido últimamente protegidos por Estados Unidos y hostilizados (o a lo sumo tolerados) por el bando opuesto que integra Turquía.
Si se prioriza la gravitación del universo geopolítico correspondería denunciar (en lugar de apuntalar) las acciones de esa minoría. Es lo que sugieren algunos “campistas” extremos, en su descripción de los kurdos como agentes del imperialismo (Gartzia, 2016).
El desacierto general de ese enfoque proviene de suponer que el enemigo de mi enemigo se ha convertido en un buen aliado. Olvida que los yihadistas enfrentados con Washington no son mejores que el imperio.
La simplificación en torno a dos campos recrea el viejo modelo de muchos partidos comunistas de posguerra, que evaluaban cualquier acontecimiento en función del choque entre áreas socialistas y capitalistas.
En cualquier caso Rusia ya no es la URSS y carece de sentido justificar al régimen de Assad por el sostén que recibe de Putin. Ese apoyo obedece, además, a cálculos geopolíticos variables. De la misma forma que Siria acompañó a Estados Unidos en la guerra contra Irak, Rusia mantiene acuerdos de cooperación militar con Israel, especialmente en el manejo de los drones.
El viejo ultimátum de “ubicarse en uno de los dos campos” desprestigia a la izquierda. La realpolitik obstruyó en el pasado el proyecto socialista, con avales a la invasión rusa de Checoslovaquia, que impidieron apuntalar la renovación anticapitalista. El neoliberalismo se nutrió de esas frustraciones.
El planteo opuesto al “campismo” realza la existencia de dos bandos geopolíticos igualmente regresivos en el conflicto actual. Remarca que el eje de Siria, Rusia e Irán es tan nefasto como el alineamiento de Estados Unidos, Francia y Arabia Sauditas (Alba Rico, 2016). Este enfoque considera que el escenario actual se asemeja a las guerras inter-imperialistas de principio del siglo XX y convoca a desenvolver la oposición a ambos polos.
Esta visión defiende acertadamente el derecho de los pueblos a rebelarse contra los gobiernos represivos. También denuncia el mar de sangre generado por los dos contendientes de Siria y aprueba las iniciativas de paz para contener esa destrucción.
Pero es problemático adoptar estas posiciones con preceptos neutralistas, olvidando la relevancia de las confrontaciones geopolíticas para las batallas populares. El resultado de esos conflictos no es indiferente a los combates antiimperialistas de los movimientos sociales y las naciones oprimidas.
En muchos casos la izquierda debe tomar partido frente a choques militares entre personajes abominables. Numerosos experiencias ilustran ese tipo de obligadas definiciones. No sólo la derrota de Hitler era positiva a manos del Stalin. También Thatcher era el enemigo principal en Malvinas frente a la dictadura de Galtieri y Bush era el adversario vencer ante el tirano Sadam. En situaciones complejas hay que registrar cuáles son los intersticios de intervención para los proyectos populares.

ADVERTENCIAS PARA AMÉRICA LATINA

La sangría de Medio Oriente constituye una gran alerta para otras regiones. Ilustra la devastación que genera la acción imperial y los enfrentamientos entre pueblos.
Afortunadamente América Latina no atravesó esa demolición y mantiene significativas diferencias con el mundo árabe. El cambio de relaciones de fuerzas -que introdujo el denominado ciclo progresista de la última década -impidió a Estados Unidos perpetrar sus tradicionales intervenciones en la región.
La situación de los movimientos populares también difiere sustancialmente de Medio Oriente. El baño de sangre y la desmoralización política -que sucedió a la derrotas de la primavera árabe- dista mucho del resistido y acotado retroceso político, que genera la restauración conservadora en Latinoamérica.
Pero lo sucedido en Irak, Túnez, Egipto, Libia o Siria es una gran advertencia ante la peligrosa presencia estadounidense en Colombia. Ya hay siete bases militares conectadas con la cuarta flota, que operan en estrecha asociación con un ejército de envergadura.
Colombia prepara además un ingreso a la OTAN, que conducirá a envíos de tropas a las zonas en conflicto. Quiénes luego lamentan la incorporación de Latinoamérica al radio de las represalias terroristas, suelen olvidar que el origen de esa desgracia se encuentra en la sumisión al Pentágono.
El sometimiento de Argentina a las aventuras estadounidenses en Medio Oriente condujo a dos graves atentados (AMIA y Embajada). Pero como Macri está embarcado en repetir esa subordinación hay que atenerse a las consecuencias.
Ha reabierto la absurda causa judicial sobre el Memorándum, suscripto por el gobierno anterior con Irán, para hacer buena letra con Trump y Netanyahu. Si esa dupla concreta el endurecimiento con los Ayatolah, tendrá a su disposición un pretexto de agresión fabricado en Argentina.
La alocada idea que el fiscal Nisman fue asesinado por orden de Teherán con la complicidad de Cristina Kirchner ya fue sugerida por cúpula sionista. No es la primera vez que Israel utiliza a la Argentina para sus operaciones contra Irán. Seguramente aprovechará la disposición de Macri a sumarse a cualquier operativo.
El líder del PRO ya abrió los archivos a la CIA, compra armamento a Tel Aviv entrena gendarmes en el estado de Georgia. También su colega brasileño -Temer- busca oxígeno con mayor sometimiento a Estados Unidos
En este marco la derecha venezolana utiliza argumentos de Medio Oriente para conspirar contra Maduro. Afirma que alineó a Venezuela en un “eje del mal” comandado por Rusia e Irán. Con ese disparate motoriza provocaciones golpistas, que incluyen llamados a la intervención extranjera con pretextos de crisis humanitaria.
No sólo pretenden repetir el golpe institucional perpetrado en Honduras, Paraguay o Brasil. Preparan acciones de mayor porte con exigencias de sanciones y aplicación de la Carta Democrática de la OEA. Los aviones espías del Pentágono acompañan la conspiración penetrando el espacio aéreo venezolano.
Frente a este acoso el gobierno bolivariano ha reforzado sus vínculos con el régimen sirio. Esa alianza es comprensible pero no justificable. Los acuerdos militares y las convergencias diplomáticas pueden concretarse, sin emitir opiniones sobre los gobiernos involucrados.
Los movimientos sociales, partidos políticos e intelectuales de izquierda tienen la palabra. Deben comprometerse con la verdad, siguiendo principios de rechazo de la intervención imperialista, oposición a los dictadores y solidaridad con los pueblos sublevados. Estos criterios ofrecen una brújula frente a la tragedia de Siria.

18-1-2017

RESUMEN

El giro de la guerra no atenúa el desastre humanitario. La sublevación democrática inicial fue usurpada por el yihadismo y se transformó en un conflicto entre bandos regresivos. En un escenario de ocaso de la primavera árabe y preeminencia del fundamentalismo despunta la perspectiva progresiva de un estado kurdo.
Las grandes potencias disputan intereses en un conflicto internacionalizado. Más intensa es la batalla por la hegemonía entre cuatro sub-potencias regionales. En la actual combinación de conflictos corresponde priorizar las batallas populares frente a las tensiones geopolíticas.
Es tan equivocado justificar los crímenes del gobierno, como ignorar la confiscación reaccionaria de la revuelta. Los errores provienentes del registro exclusivo de disputas inter-estatales no se superan con neutralismo. Lo ocurrido en Siria es una advertencia para América Latina.

REFERENCIAS

Amin, Samir (2013) www.m-pep.org
Behrouz, Farahany (2017) ,http://vientosur.info/spip.php?article12116
Cockburn, Patrick (2017) http://www.sinpermiso.info/textos/el-sueno-de-dominacion-de-arabia-saudi-hecho-cenizas
Domènech Antoni; Buster, G; Suárez,Carlos Abel, (2016), http://www.sinpermiso.info/textos/alepo-y-las-izquierdas
Febbro, Eduardo (2016).https://www.pagina12.com.ar/8631-complices-de-la-matanza-de-civiles
Gartzia, Pablo (2016) http://centrodeperiodicos.blogspot.com.ar/2016/08/progresismo-y-kurdistan-kurdos-no.html
García, Sergio; Dutra, Israel (2016) https://www.aporrea.org/internacionales/a239195.html
Gutiérrez D, José Antonio (2016) http://anarkismo.net/article/29526
Katz Claudio, (2013) publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/viewFile/48/47
Mandel, Ernest (1991). El significado de la segunda guerra mundial, Fontamara, México
Petras, James (2016), http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211371
Petras, James (2017) http://petras.lahaine.org/?p=2123

PALABRAS CLAVES

Medio Oriente. Imperialismo. Guerra.
1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

2 En un próximo trabajo expondremos nuestra interpretación del significado teórico de las nociones sub-imperialismo e imperialismo en formación.

martes, 3 de enero de 2017

Naciones Unidas: Los asentamientos israelíes son ilegales, todos. Dossier

Gideon Levy

Yossi Verter

Barak Ravid

Yotam Berger

01/01/2017
La Resolución 2334 de la ONU sobre los asentamientos es un soplo de esperanza en un mar de oscuridad y desesperación
Gideon Levy
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU votó a favor de establecer un estado judío (al lado de un estado árabe) en la Tierra de Israel. Sesenta y nueve años más tarde, el 23 de diciembre de 2016, el Consejo de Seguridad de la ONU votó a favor de nuevo para tratar de salvarlo. Resolución 2334, que fue aprobado el viernes es una buena noticia, una brisa de esperanza, en el mar de la oscuridad y la desesperación de los últimos años.
Justo cuando parecía que todo iba cuesta abajo – más ocupación con más apoyo de los Estados Unidos, con Europa girando a la derecha – en Jánuca llegó una resolución que enciende una delgada vela. Cuando parecía que los malos seguirían venciendo, vino Nueva Zelanda y otros tres países y dieron al mundo un regalo de Navidad.
Así que ¡gracias! a Nueva Zelanda, Venezuela y Malasia. Es cierto que el árbol de Navidad que nos han dado, con todas sus luces brillantes, pronto será retirado; Donald Trump ya está esperando en la puerta. Pero su huella permanecerá. Hasta entonces, este regocijo temporal es una alegría, a pesar de la resaca que nos espera.
Israel, por supuesto, le ha preguntado furioso al presidente de Estados Unidos Barack Obama: ¿Ahora haces algo? Y debemos pedirle al mundo en nuestra frustración: ¿Qué vais a hacer? Pero es imposible hacer caso omiso a la decisión del Consejo de Seguridad que dictamina que todos los asentamientos son ilegales por naturaleza.
El primer ministro Benjamin Netanyahu puede retirar a sus embajadores, mientras que su mano derecha, el ministro Yuval Steinitz puede chillar que la resolución es "injusta". (Tiene un gran sentido del humor). Y el líder opositor, Isaac Herzog, puede balbucear que "tenemos que luchar contra la decisión con todos los medios”. Pero no hay una sola persona en el mundo con conciencia que no se haya alegrado con la resolución.
Tampoco hay un solo israelí decente que se crea la propaganda que califica a la resolución de "anti-israelí", una definición que los medios de comunicación israelíes se apresuraron a adoptar - con su servilismo característico, por supuesto.
Esta decisión ha vuelto a colocar a Israel con los pies en la tierra firme de la realidad. Todos los asentamientos, incluyendo en los territorios que han sido anexados, incluso en Jerusalén Este, por supuesto, violan el derecho internacional. En otras palabras, son un crimen. Ningún país en el mundo piensa lo contrario. Todo el mundo piensa así – tanto los llamados amigos de Israel como sus supuestos enemigos - por unanimidad.
Lo más probable es que los mecanismos de lavado de cerebro en Israel, junto con los de represión y negación, traten de socavar la decisión. Sin embargo, cuando los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia se unen en una declaración tan clara, va a ser un trabajo muy complicado.
Así que se puede decir que "el mundo entero está contra nosotros." Se puede gritar “¡antisemitismo!", se puede preguntar "¿qué hay de Siria?". Al final esta verdad tan transparente como el cristal seguirá ahí: el mundo piensa que los asentamientos son un crimen. Todos los asentamientos y todo el mundo.
Es cierto que el mundo no levanta un dedo para retirar los asentamientos, pero tal vez un día suceda. Aún así, será demasiado tarde, demasiado tarde.
La Resolución 2334 distingue artificialmente entre Israel y los asentamientos en el sentido que se centra en los asentamientos, no en la ocupación. Como si los culpables de Amona fueran sus colonos y no todos los israelíes. Este engaño demuestra hasta que punto el mundo sigue tratando a Israel con indulgencia y vacila a la hora de toma medidas contra él, como hizo ante la conquista de Crimea por Rusia, por ejemplo.
Pero los israelíes que no viven en Amona, que nunca han estado allí, que no tienen interés real en su futuro – me parece que la mayoría de los israelíes – tienen que preguntarse: ¿realmente vale la pena? ¿Todo esto por unos pocos colonos que no conocen y a los que en realidad no quieren conocer?
La Resolución 2334 está destinado sobre todo para los oídos israelíes, como un reloj despertador que asegura que nos despertaremos a tiempo, como una sirena que indica que hay que bajar al refugio antiaéreo. Es cierto que la resolución no tiene ningún valor concreto; es cierto que la nueva administración de Estados Unidos se compromete a borrarla.
Sin embargo, dos preguntas quedarán en el aire: ¿Por qué los palestinos no merecen exactamente lo mismo que los israelíes?, y ¿cuánto tiempo puede un país, con toda su capacidad de presión, armas y alta tecnología, ignorar el mundo entero? En este día de Jánuca y de Navidad disfrutemos, aunque sólo sea por un momento, la dulce ilusión de que la Resolución 2334 planteará estas preguntas en Israel.
Haaretz, 26 de diciembre 2016

¿Se hará responsable Netanyahu de su derrota en NNUU? De ninguna manera, pero hará pagar por ella a Senegal
Yossi Verter
No hay que esperar ningún acto de contrición, o auto-crítica, del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, a pesar de la derrota de Israel en las Naciones Unidas. Es tan puro como la nieve, una víctima inocente de una "venganza vergonzosa" de la administración Obama en sus últimos días. Después de todo, el proyecto de ley que está impulsando para expropiar tierras privadas y legalizar asentamientos no autorizados no tiene nada que ver con la situación .
Oh sí, y hay que recordar su imprudente y desafiante actitud hacia el presidente estadounidense Barack Obama cuando acordó su discurso en el Congreso de los Estados Unidos con los republicanos a sus espaldas en un intento de frustrar el Acuerdo con Irán. Que deterioró las relaciones bilaterales en absoluto.
Así que el mensaje que ha enviado al mundo en las últimas semanas es que la manipulación de la ley para beneficiar a las 40 familias de infractores en Amona no tiene nada que ver con el desastre en las Naciones Unidas.
En la noche del sábado, el discurso de Netanyahu durante una ceremonia de encendido de velas de Jánuca con soldados israelíes heridos, alabó a anteriores presidentes de Estados Unidos, de Ronald Reagan en adelante. Siempre defendieron a Israel en un Consejo de Seguridad hostil. No fueron insultados por los primeros ministros de Israel, o difamados, ni tuvieron que soportar interminables interferencia en la política de Estados Unidos como Obama durante ocho años de Netanyahu y su embajador, Ron Dermer.
Sí, Obama cometió un atropello contra Netanyahu y su gobierno. Y en tres semanas el sol brillará y Obama será un ciudadano privado, mientras que Israel se queda con las implicaciones económicas, legales y estratégicas de la votación.
Uno puede estar furioso con Obama, maldecirlo e insultarlo, como los políticos de la derecha hicieron la noche del sábado. Pero no pueden quitarle el mérito de la muy generosa ayuda (como el propio Netanyahu ha dicho) que Obama ha prestado a Israel. También la enorme cantidad de aviones que ha proporcionado y la mejora enorme en inteligencia y otro tipo de asistencia especial de seguridad que han tenido lugar durante sus ocho años de mandato. E Israel no consiguió nada de eso de aquellos presidentes que Netanyahu recuerda con tanto cariño.
Uno podría preguntarse cómo habrían sido las cosas si Amona hubiera sido evacuada, sin todos los trucos que hemos visto recientemente. El mensaje de la evacuación del asentamiento provisional podría haber hecho repensar a Obama su decisión de abstenerse en el Consejo de Seguridad.
No lo podemos saber, por supuesto, pero es posible que todos los aplazamientos y trucos orquestados por Netanyahu, además de avanzar su proyecto de expropiación, hayan sido un gol en la propia portería, como se dice en el fútbol. Tampoco en este caso hemos oído, ni vamos a escuchar, que el primer ministro acepte la menor responsabilidad.
Pero ¿Senegal? Se merece lo que se le viene encima. También las cinco organizaciones a las que Israel retirará su financiación, “y no hemos dicho la última palabra", ha amenazado Netanyahu mientras permanecía de pie frente a la menorá.
Ha sido lo suficiente listo como para no prometer una oleada de nuevos asentamientos, como querían la gente en el Likud y Habait Hayehudi. Probablemente va a intentar mantener las cosas estables hasta que tome posesión la nueva administración de Estados Unidos y se reúna con el presidente Donald Trump. Será el primero en escuchar lo que piensa la mente frenética del nuevo líder.
El ministro de Defensa, Avigdor Lieberman ha dicho muchas veces en las últimas semanas que el proyecto de ley para legalizar los asentamientos es una "locura" y que podría empujar a Obama al borde de la ruptura.
Netanyahu obviamente no está de acuerdo con él, pero su competencia con el ministro de Educación Naftali Bennett y otras voces de la derecha ha sacudido su conciencia y sacado de sus casillas. Por un puñado de votos de los colonos en las próximas elecciones, Netanyahu ha estado dispuesto a arriesgar los intereses de su país.
La derrota del viernes , con Netanyahu al frente, sólo hacen a Israel y su primer ministro más dependientes de la nueva administración de Estados Unidos. La primera reunión de Netanyahu con Trump, que se espera en febrero, será de vital importancia. Los dos líderes tendrán que decidir las reglas del juego en una serie de temas: Irán, Siria, los asentamientos existentes y la construcción de nuevos en Cisjordania y Jerusalén.
El mundo político de Israel también está a la espera de esa reunión, y para un nuevo comienzo de las relaciones con la Casa Blanca. Hasta entonces, todo se queda como estaba. Una cosa está clara. Mientras Netanyahu esté en el poder, Obama probablemente no aceptará su invitación para jugar al golf cerca de la casa de Netanyahu en Cesarea.
Haaretz, 25 de diciembre de 2016
¡Son los asentamientos, estúpido!: y la culpa totalmente de Netanyahu
Barak Ravid
Sólo una hora después de la votación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el asesor del presidente Barack Obama, Ben Rhodes tuvo una conferencia telefónica con periodistas en la que explicó por qué los Estados Unidos no habían vetado la resolución sobre los asentamientos. Rodas respondió a las preguntas durante una hora, pero sus comentarios se podría resumir así: advertimos a Netanyahu durante ocho años que esto sucedería. No escuchó; sólo el tiene la culpa.
La descripción de Rhodes es precisa. El hecho de que los EE.UU. se abstuvieran no debe sorprender a nadie, y mucho menos el primer ministro de Israel. El viejo cliché acerca de que estaba escrito en la pared nunca ha sido más cierto. De hecho, el propio primer ministro, Benjamin Netanyahu, es quién escribió en la pared con sus acciones en los últimos años y especialmente en los últimos meses. La Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU es su fracaso personal.
Desde las últimas elecciones, y especialmente en el último año, el gobierno de Netanyahu ha acelerado de manera significativa la construcción en los asentamientos, la demolición de casas palestinas en la zona C y la autorización de nuevos asentamientos ilegales. La saga en torno a la evacuación de Amona y la conocida como "Ley de Regularización" marcan esta tendencia. Netanyahu, junto con el ministro de Educación Naftali Bennett y el ministro de Justicia Ayelet Shaked, han hecho todo lo posible para empujar a Obama en el Consejo de Seguridad.
Durante todos estos meses, la comunidad internacional no ha sido en absoluto indiferente. El informe del Cuarteto de paz en Oriente Medio, publicado en julio, advirtió sobre los mismos puntos que se incluyeron en la resolución del Consejo de Seguridad. Desde entonces, casi todas las semanas, el Departamento de Estado de Estados Unidos y las cancillerías de las potencias occidentales han hecho públicas condenas cada vez más duras de la política de asentamientos del gobierno israelí, advirtiendo que amenazaban con enterrar la solución de dos estados. Cada mes, el Consejo de Seguridad ha celebrado una reunión en la que ha pedido a los representantes de muchos países tomar decisiones relativas a los asentamientos.
Netanyahu sabía todo esto. Recibió una serie de documentos clasificados del Ministerio de Asuntos Exteriores y la advertencia del Consejo Nacional de Seguridad de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que no sería vetada por Estados Unidos. El mismo lo reconoció públicamente y en discusiones a puerta cerrada docenas de veces en los últimos meses, y lo mencionó desde la tribuna de la ONU en septiembre. Netanyahu también sabe muy bien lo inestable que son sus relaciones con Obama y lo poco que puede influir en las decisiones de Obama.
En lugar de adoptar un plan de acción, Netanyahu se ocupó de Amona, Amona y más Amona. En lugar de cambiar de política para evitar una derrota diplomática y dañar internacionalmente a Israel, Netanyahu prefirió apaciguar la presión de los colonos para sobrevivir políticamente. Sabía que pagaría un precio por sus acciones, pero actuó como si no pasara nada. Una persona que sabe todo esto y continúa con la misma política adolece de falta de juicio y responsabilidad, o es simplemente un jugador compulsivo.
Sólo el miércoles apareció Netanyahu con aspecto arrogante en su página privada de Facebook. Frente a las cámaras, el primer ministro de Israel se superó a sí mismo en auto-alabanzas, informando a todos los observadores que la posición internacional de Israel nunca había sido mejor. Cuarenta y ocho horas más tarde se descubrió que las palabras de Netanyahu estaban divorciadas de la realidad.
Netanyahu está en lo cierto que Israel está siendo cortejado por muchos países, pero se equivoca y engaña con respecto a como pesan en su contra 50 años de ocupación. Una gran mayoría de los países que votaron a favor de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU no son anti-israelí o antisemitas. El mensaje de su voto era simple: ¡son los asentamientos, estúpido!.
La resolución del Consejo de Seguridad pone de manifiesto una vez más el claro y nítido consenso internacional contra los asentamientos. No se trata sólo de Obama. El gobierno de la derecha de Gran Bretaña, bajo la primera ministra, Theresa May, y el ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, votaron a favor. Lo mismo hicieron los gobiernos de derecha de España y Rusia, el buen amigo de Netanyahu, el presidente Vladimir Putin, y China, que Bennett y otros ministros dicen que no le importan los palestinos, sólo la alta tecnología israelí, y Nueva Zelanda, a la cabeza de cuyo gobierno de la derecha, Bill English, criticó a su ministro de asuntos exteriores en 2003 por abrazar a Yasser Arafat.
El primer ministro se consuela, sin duda, con el hecho de que se las arregló para poner de su lado a la persona que dentro de un mes será el presidente de los EE.UU. No es seguro que esto sea algo de lo que estar orgulloso. Netanyahu arrastró a Donald Trump y provocó su primer fracaso diplomático. A excepción del presidente de Egipto, ningún otro dirigente de un país en el Consejo de Seguridad tomó en consideración la petición de Trump.
Después de este episodio, Netanyahu está en deuda con Trump incluso antes de que éste asuma el cargo. Le debe una derrota. Y a Trump no le gusta perder. La respuesta del presidente electo también es interesante: Trump no criticó la resolución, ni tampoco defendió los asentamientos; se conformó con una declaración bastante lacónica.
Antes y después de la votación, el primer ministro desató una campaña de ataques a Obama que parecían noticia falsa en un sitio web de la derecha delirante en los EE.UU. La más extraña acusación era que Obama era parte de una conspiración con los palestinos y había de hecho abandonado a Israel y apuñalado por la espalda. Sí, el mismo Obama, que hace sólo unas semanas dio a Israel 38 mil millones de dólares en ayuda para seguridad. Netanyahu no se atreve a decir una décima parte de tales cosas acerca de Putin, May o el presidente de China, Xi Jinping. Hay muchos precedentes de presidentes estadounidenses que se han abstenido en las resoluciones relativas a Israel en la ONU. No hay precedente de la forma en la que Netanyahu actuó contra Obama.
Netanyahu puede tratar de culpar a Obama, Mahmoud Abbas, la izquierda e incluso al clima o al muftí de Jerusalén de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero eso no va a borrar su derrota diplomática. Al final, sucedió cuando Netanyahu estaba de guardia.
Es a este tipo de incidentes a los que el ex primer ministro y ministro de Defensa, Ehud Barak, se refería cuando hablaba de un tsunami diplomático. Barak también lo resumió así en su cuenta de Twitter el fin de semana. "Fracaso sin precedentes en el Consejo de Seguridad. El primer ministro debe cesar a su ministro de exteriores ".
Haaretz, 26 de diciembre 2016

Israel destruye 18 edificios palestinos por cada licencia de construcción que concede en la zona C de Cisjordania
Yotam Berger 
Desde 2014, Israel ha demolido 18 veces más edificaciones que las que ha permitido construir a los palestinos en la zona C de Cisjordania, donde Israel tiene tanto el control civil como el militar, según datos de la Administración Civil.
Los datos también muestran una ejecución parcial de las órdenes de demolición en Cisjordania, en contra de construcciones ilegales palestinas e israelíes.
De acuerdo con los datos dados a conocer a petición de la ONG Bimkom - Planificadores de los Derechos de Planificación, un grupo identificado con la izquierda, entre 2014 y 2016 los palestinos solicitado 1.253 permisos de construcción en la zona C (440 en 2014, 385 en 2015 y 428 en 2016).
Sólo se aprobaron 53 de estas solicitudes. En 2014 se concedieron sólo nueve permisos de construcción, en 2015, siete, mientras que en 2016 hubo un fuerte aumento, hasta un total de 37 permisos en junio. 
Durante ese mismo período, 2.141 órdenes de demolición fueron emitidas contra edificaciones palestinas en la zona C  (832 en 2014, 875 en 2015, y hasta junio de este año, 434).
Menos de la mitad de estas órdenes, 983, se han ejecutado hasta ahora. Sin embargo, muchas más edificaciones han sido demolidas que aprobadas nuevas construcciones. 
En 2014 hubo 408 demoliciones; en 2015, 335, y hasta junio de este año, 240. 
"Estas demoliciones pueden afectar a decenas de miles de personas", dice Alon Cohen-Lifshitz, coordinador de Bimkom del Área C: "Dos mil órdenes pueden afectar unas 3.000 edificaciones, y cada una de ellas puede albergar entre cuatro y 15 personas."
La Administración Civil no tiene datos sobre el número de licencias de construcción en los asentamientos, ya que estos no se procesan a través de la administración civil, pero si tienen el número de órdenes de demolición llevadas a cabo contra construcciones ilegales judías. 
Estas cifras muestran que desde 2014, se han emitido 865 órdenes de demolición contra edificaciones de los asentamientos  (349 en 2014, 378 en 2015 y 138 en 2016). Aquí, también, la aplicación sólo ha sido parcial, con sólo 438 demoliciones llevadas a cabo (181 en 2014, 188 en 2015, y de 69 a mediados de 2016).  
Yaniv Aharoni, el coordinador para la tierra de OTEF Foro Yerushalayim, de derechas, que supervisa las construcciones palestinas ilegales en la zona de Mishor Adumim, afirma que los datos de demoliciones de casas palestinas están inflados. 
"Toda techumbre es definida por la Administración Civil como una construcción ilegal", dijo Aharoni. "En nuestro distrito, cuando un inspector viene a verme y dice que ha demolido 11 estructuras ilegales, voy al sitio y me encuentro con que de esas estructuras ilegales, hay tres carpas con estacas, e incluso las cosas que los niños utilizan para marcar un campo de fútbol ".
Haaretz, 27 de diciembre 2016
Son colaboradores habituales del diario israelí Haaretz.
Fuente:
Haaretz, 25, 26 y 27 de diciembre 2016
Traducción:Enrique García