RGE 592/17 Yvan Lemaitre
Viento Sur
26/6/17
http://www.vientosur.info/spip.php?article12736
¿Cómo explicas la ruptura por Arabia Saudita y sus aliados, el lunes 5
de junio, de sus relaciones diplomáticas con Qatar, acusado de “apoyar
al terrorismo”? ¿Es la culminación de una crisis que maduraba desde
hacía mucho?
Interpreto esto como el golpe de gracia de lo que llamé la “recaída del
levantamiento árabe”, que comenzó en 2013. Se ha entrado desde entonces
en una fase de reflujo contrarrevolucionario a escala regional. Esto ha
tomado la forma de una marginación de los progresistas y de la
dominación de la escena política por el enfrentamiento entre defensores
del antiguo régimen y defensores de la alternativa islámica integrista.
Estos dos polos contrarrevolucionarios, ambos opuestos a las
aspiraciones verdaderas de la “primavera árabe” de 2011, tienen apoyos
en las monarquías del Golfo. El reino saudita, fiel a su papel histórico
de bastión reaccionario, ha defendido el antiguo régimen con dos
excepciones: Libia, asunto en el que permanecieron neutrales y no
participaron en los bombardeos de la OTAN, aunque sin apoyar a Gadafi
con el que regularmente anduvieron a la gresca, y luego Siria porque el
régimen de Assad está estrechamente aliado a Irán. En cuanto a Qatar,
que patrocina a los Hermanos Musulmanes desde los años 1990, su emir
había encontrado una ganga en el levantamiento árabe para hacer valer su
papel ante los ojos de Washington y jugar la carta de la recuperación
del levantamiento regional por medio de los Hermanos Musulmanes.
Las dos opciones eran por tanto antitéticas. Se vio desde el inicio, en
el levantamiento tunecino. Qatar con su cadena Al Jazeera apoyó el
levantamiento, en particular al movimiento Ennahda emparentado con los
Hermanos Musulmanes, mientras que el reino saudí ofrecía asilo al
dictador. Hoy la ofensiva en curso intenta parar el apoyo de Qatar a los
Hermanos Musulmanes, poner fin al papel de agitador que juega la cadena
Al Jazeera desde su creación en 1996, en la medida en que acoge a
opositores de diversos países, lo que no es del gusto de los saudíes.
Esto no quiere decir, por supuesto, que Qatar sea “revolucionario”, pero
es la opción de acompañamiento del levantamiento a fin de recuperarlo
por medio de los Hermanos Musulmanes la que resulta atacada. El reino
saudita quiere darle el golpe de gracia en beneficio de la opción de
defensa del antiguo régimen.
¿Qué relación hay con la visita a Riad, poco tiempo antes, de Donald
Trump que primero atacó a Qatar para luego defender la “unidad” de los
miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG)?
Lo que ha hecho que la situación diese un vuelco ha sido, de hecho, el
cambio en Washington. La administración Obama apreciaba la posibilidad
que se le ofrecía de jugar en los dos planos y gozar de la opción de
recuperación de los Hermanos Musulmanes. Esa es la razón por la que hubo
una situación distante entre esta Administración y el general Sissi en
Egipto cuando éste realizó su golpe de Estado en 2013. Trump, por el
contrario, cuenta entre sus consejeros a islamófobos que hoy quieren
clasificar a los Hermanos Musulmanes como “terroristas” y se encuentran
en esta línea con los Emiratos Árabes Unidos que presionan en la misma
dirección. Los sauditas, bajo su nuevo rey, en un primer momento han
querido unir a los sunitas contra Irán, y esto comprendía a los Hermanos
Musulmanes. En Yemen, se ha constituido un frente amplio que reagrupa a
los saudíes, los qataríes y los Hermanos Musulmanes locales contra los
hutíes y el presidente destituido en 2011…
Esto ha sido alterado por el cambio producido en Washington. Trump no
tiene ninguna simpatía por los avances democráticos como pudo tener su
predecesor, por limitada que haya podido ser su simpatía. Cuenta entre
sus consejeros a islamófobos de choque, partidarios de la clasificación
de los Hermanos Musulmanes como “organización terrorista”. Han trabajado
de común acuerdo con los Emiratos, ferozmente hostiles a los Hermanos
Musulmanes desde hace muchos años. Con la bendición de Trump, esto ha
llevado al aislamiento de Qatar al que asistimos.
¿Este giro de las monarquías petroleras sunitas -Arabia Saudita,
Bahrein, Emiratos Árabes Unidos (EAU)- apunta a Irán que, por otra
parte, acaba de ser objetivo de ataques reivindicados por el Estado
Islámico?
Para los sauditas el enemigo número uno es Irán, por supuesto. En el
conflicto actual, Qatar está acusado de defender el diálogo con Irán.
Parecería que hubiera habido manipulaciones de “falsas noticias” para
proyectar esta imagen de Qatar. Qatar está muy fuertemente comprometido
en el apoyo a la oposición siria, y por tanto en oposición directa a
Irán, y estaba hasta ahora presente en la guerra de Yemen. Acaba sin
embargo de ser excluido de la coalición que bombardea Yemen. La cuestión
de Irán no es la verdadera razón de lo que sufre Qatar. Lo que está en
juego es el papel de Qatar en la política regional, en particular su
apoyo a los Hermanos Musulmanes en tándem con la Turquía de Erdogan, y
no con Irán. En esto, Qatar es la oveja negra de las monarquías del
Golfo.
Cuando en Siria se desarrolla la batalla de Raqqa y en Irak la de Mosul
no acaba de terminar, ¿cuál es la evolución del EI y de sus ramas, y
cuál la de la correlación de fuerzas?
Estaba claro desde el comienzo que el pretendido Estado Islámico (EI) no
podría perdurar como entidad territorial. Los hombres del EI han
aprovechado la ocasión excepcional ofrecida por una conjunción de
factores para apoderarse de un amplio territorio, pero era impensable
que pudieran controlarlo a largo plazo. Se aprovecharon del momento en
que los Estados Unidos habían salido de Irak, donde las tensiones
confesionales sunitas-chiitas estaban en su punto más alto, así como en
Siria las tensiones sunitas-alauitas.
Desde entonces, el amplio frente de los adversarios del EI ha podido
recuperarse y pasar a la ofensiva. El EI está en la fase terminal de su
existencia como pretendido Estado. Lo que ralentiza su derrota actual es
la lucha entre diferentes partes para saber quien va a apoderarse de
los territorios hasta ahora ocupados por el EI. Así, del lado sirio hay
una carrera entre el régimen sirio apoyado por Irán y las fuerzas kurdas
apoyadas por Estados Unidos. Igualmente, hay un conflicto entre las
fuerzas kurdas en Irak y las fuerzas gubernamentales estrechamente
ligadas a Irán. Estos conflictos entre quienes luchan contra el EI
retardan todo el proceso.
¿Qué relación se puede establecer entre esta desestabilización creciente
de la región y el recrudecimiento de los atentados en Afganistán, Irán o
Londres?
El EI hoy es una bestia acorralada. Cuando se ve el último atentado de
Londres, una camioneta y asaltantes armados con cuchillos de cocina, se
ve lo limitado de sus medios. Aún pueden utilizar explosivos como en el
atentado de Manchester, pero recurren sobre todo a medios rudimentarios
que pueden ser terriblemente mortíferos pero que al mismo tiempo
muestran los límites de lo que pueden hacer. Desgraciadamente,
encuentran suficientes personas débiles de espíritu para embarcarlas en
locuras criminales explotando el resentimiento creado por la experiencia
de la marginación social y del racismo cotidiano.
¿Se encuentra Oriente Próximo sumido en una guerra total entre
las dos grandes corrientes del islam? Indagar en los conflictos de la
región es necesario para desmontar relatos que desligan la violencia
actual de eventos contemporáneos y en su lugar la asocian a odios
étnicos ancestrales. ¿Vienen suníes y chiíes luchando desde el cisma que dividió a los
musulmanes tras la muerte de Mahoma en el año 632? Dando un vistazo
rápido al mapa de los conflictos de la región, da la impresión de que en
los países donde cohabitan suníes y chiíes acaban enfrentándose sin
remedio. En Siria, el régimen de Bachar al Asad, dominado por la minoría
alauí, una rama lejana del chiismo, se enfrenta a una oposición formada
mayoritariamente por grupos islamistas suníes. En Irak, la caída del
suní Sadam Huseín elevó al poder a la mayoría chií, que ahora debe hacer
frente a una insurgencia liderada por el grupo terrorista Estado
Islámico en las regiones suníes del país. Y, en el olvidado Yemen,
los hutíes, una milicia perteneciente a la rama zaydí del chiismo, han
tomado la capital del país y desde enero de 2015 sufren los bombardeos
de una coalición liderada por Arabia Saudí. A todo ello debe sumársele la guerra fría que protagonizan la república islámica chií de Irán y Arabia Saudí, bastión del fundamentalismo suní, cuyas disputas se han esparcido por todos los campos de batalla de Oriente Próximo. El sectarismo —entendido aquí como un enfrentamiento entre las
distintas ramas del islam— es sin duda un componente pujante en los
conflictos actuales. El autodenominado Estado Islámico y sus
pretensiones genocidas han convertido en habituales los ataques suicidas
en barrios chiíes de Damasco, Bagdad o Saná, que han dejado miles de civiles muertos. A ello debe sumársele la proliferación de milicias chiíes que a menudo vejan y aterrorizan a las poblaciones suníes,
antes controladas por grupos yihadistas. La retórica sectaria también
se ha asentado en el actual alboroto regional, promovida por clérigos y
autoridades fundamentalistas y difundida a través de las cadenas por
satélite y las redes sociales. El teólogo y figura televisiva Yusuf al
Qaradaui, que presenta el programa más popular de Al Jazeera, la cadena
más vista del mundo árabe, ha acusado a los alauíes de ser “más infieles
que los judíos y cristianos”; por su parte, otro célebre locutor de la
misma emisora ha pedido en más de una ocasión la limpieza étnica de
chiíes y alauíes sirios.
Respaldados por este lenguaje sectario,
los medios occidentales han asumido que los conflictos en Siria, Irak y
Yemen forman parte de una guerra histórica de aniquilación étnica donde
los Estados y las milicias se alinean en un bando u otro dependiendo de
su afiliación religiosa. Esta lectura etnorreligiosa de la violencia que
hoy sacude a Oriente Próximo es denominada “relato de los odios
remotos” (ancient hatreds narrative, en inglés), pero, tal y como veremos, ese relato es en realidad un mito.
El relato de los odios remotos: de Yugoslavia a Oriente Próximo
El origen de esta teoría sobre odios étnicos perennes se encuentra en
el final de la Guerra Fría y no se ha aplicado solo a suníes y chiíes.
El primer caso que se popularizó ocurrió tras la desintegración de la
Yugoslavia comunista. Autores como Samuel Huntington o Robert Kaplan
ayudaron a definir la guerra en Bosnia como un conflicto plenamente
étnico-religioso entre croatas católicos, bosnios musulmanes y serbios
ortodoxos. Asimismo, se construyó un relato que sugería que el comunismo
fue solo un parche transitorio que unió unos grupos étnicos que
realmente llevan odiándose desde hace siglos. El derrumbe del fuerte
gobierno central precipitó la violencia, que solo había sido contenida,
pero nunca erradicada. Hoy en día, muchos artículos que pretenden explicar la violencia
actual entre suníes y chiíes en Oriente Próximo siguen pautas similares.
El relato suele repetirse así: tras morir el profeta Mahoma, se desató
una crisis sucesoria. Por un lado, algunos musulmanes consideraban que
Abu Bakr, amigo del profeta, debía ser el nuevo líder, mientras que
otros fieles eran partidarios de su primo Alí. Los seguidores de Abu
Bakr vencerían y acabarían convirtiéndose en los suníes; los partidarios
de la línea familiar de Alí, los chiíes, serían derrotados,
convirtiéndose en una minoría frecuentemente perseguida dentro del
islam. Nacía así un odio eterno e inalterable, ahora desatado por la
ausencia de una autoridad superior que los mantuviese unidos. En su pretensión de responder a la pregunta “¿Por qué se matan suníes y chiíes?”,
los medios occidentales a menudo consideran las guerras en Siria e Irak
como de aniquilación étnica, con origen en las disputas sucesorias a la
muerte de Mahoma, en la veneración de santos, en interpretaciones
distintas del Corán y demás diferencias doctrinales. El impacto de los
eventos históricos y políticos contemporáneos son erróneamente
desechados. En
ninguno de los conflictos en Oriente Próximo hay solo dos bandos
definidos por la confesión religiosa. El intento de explicar de forma
simple la violencia por parte de algunos medios a menudo lleva a
reduccionismos absurdos. Fuente: Chappatte (International New York Times) Las guerras que vienen ocurriendo en Oriente Próximo desde hace 1.400
años no son fruto de antipatías sectarias, irracionales e
imperecederas. Y tales odios no constituyen el motor de los conflictos,
sino su consecuencia. El relato de los odios remotos está basado en
conceptos erróneos, magnifica enemistades sectarias e ignora los
elementos geopolíticos y sociales y los intereses de los Estados de
Oriente Próximo. Dicha teoría es heredera del orientalismo clásico, que presupone que
el oriental, el musulmán, se guía por su identidad más primaria, la
religión, en todos los aspectos de su vida. De este modo, los medios
occidentales tienden a buscar explicaciones étnicas y religiosas en
conflictos que estallan por problemas socioeconómicos y políticos y que
se enquistan por los cálculos geopolíticos interesados de potencias
exteriores. Los sirios no se levantaron contra Al Asad porque es alauí
ni Irán salió a su rescate porque comparten ciertas creencias. La principal consecuencia del relato de los odios remotos es la
construcción en nuestro imaginario de dos grandes bloques monolíticos y
antagónicos constituidos por suníes y chiíes. No existen matices
nacionales, ideológicos, lingüísticos o socioeconómicos dentro de estos
dos grupos y se presupone una enemistad y un fervor religioso a
individuos, a milicias e incluso a países que en realidad carecen de
ellos.
Rivalidad dentro de la secta y alianzas intersectarias
En realidad, los países y milicias que los medios adscriben dentro
del sunismo o el chiismo no son ni se comportan como bloques homogéneos y
por ello utilizar las dos sectas como las dos principales unidades de
análisis en las relaciones internacionales de la región conducirá a más
equívocos que a aciertos.
Suníes
Por un lado, el bando suní en realidad está resquebrajado en tres
frentes visibles. De entrada, la wahabita Arabia Saudí ejerce de líder
de un grupo de países que pretenden preservar el statu quo
regional. Junto a Riad caminan el Gobierno secularista egipcio de
Abdelfatá al Sisi y las monarquías de Jordania, Emiratos Árabes Unidos,
Kuwait y Bahréin. Entre sus prioridades figura diezmar el expansionismo
iraní allí donde surge. Es por ello que derrocar a Al Asad, un fiel
aliado de Teherán, es uno de sus principales objetivos. Además, dichos
países vieron las revoluciones árabes de 2011 como un grave reto a su
hegemonía. No obstante, los partidarios del statu quo deben lidiar con
rivales dentro de su propia secta. El pequeño reino de Qatar lleva años
ejerciendo una política exterior potente, pero flexible, que le ha
llevado a aliarse con los islamistas Hermanos Musulmanes y Turquía. Este
grupo, que en teoría es ideológicamente cercano al islamismo de Arabia
Saudí, supone a la vez uno de sus mayores dolores de cabeza.
A diferencia de sus vecinos, Qatar percibió las malogradas Primaveras
Árabes como una oportunidad para extender su influencia. Es por ello que
celebraron la caída del régimen de Mubarak en Egipto y la ascensión al
poder del islamista Morsi. Su continuo apoyo a los ahora depuestos
Hermanos Musulmanes egipcios acarreó en 2014 la peor crisis entre las
monarquías del Golfo: Arabia Saudí, los Emiratos y Bahréin retiraron temporalmente sus embajadores de la capital qatarí. Para saber más: “Oriente Próximo, alucinación y la imaginación cartográfica” (en inglés), Discover Society Libia es un caso que evidencia las fisuras dentro del denominado
bloque suní. El país es abrumadoramente suní, pero se encuentra
profundamente dividido y sumido en una guerra civil desde las revueltas
populares y la operación de la OTAN que acabaron con Gadafi en 2011.
Actualmente, Libia está divida entre dos Gobiernos. Por un lado, los
Emiratos y Egipto dan apoyo a un Ejecutivo secularista al este del
país, mientras que Turquía y Qatar respaldan a un Gobierno de corte
islamista en Trípoli. Libia es la prueba de que el enquistamiento de
la violencia tiene menos que ver con inquinas sectarias que con
cálculos geopolíticos de países vecinos. Estas disonancias también se evidenciaron durante el golpe de Estado
contra Erdoğan en verano de este año. Arabia Saudí tardó 15 horas en
condenar la acción del ejército y algunos medios han acusado a los Emiratos de financiar a los responsables del fallido golpe. Mientras tanto, Irán, que lleva años batallando indirectamente con Turquía en Siria, fue el primer país en condenarlo. Finalmente, existe un tercer grupo dentro del sunismo que en realidad
está compuesto por centenares de organizaciones que merman la supuesta
unidad suní. Se trata de las numerosas milicias yihadistas que, a pesar
de recibir apoyo logístico o financiero por parte de los Estados suníes,
siguen considerando dichos regímenes ilegítimos. La relación entre los
Gobiernos y los grupos yihadistas debe entenderse más como de mutuo
beneficio y no basada en una concepción similar de la religión. El
Estado Islámico, por ejemplo, ha dedicado más tiempo y recursos a
derrotar a otros grupos rebeldes suníes que a luchar contra Al Asad. A pesar de los evidentes sentimientos sectarios que poseen, estos
grupos son capaces de acciones pragmáticas para perseguir sus intereses.
En
2016, el exjefe de los servicios secretos israelíes admitió que su país
asistió a los yihadistas del Frente al Nusra, la filial de Al Qaeda en
Siria, en los Altos del Golán. Esta pasmosa alianza obviamente no
está basada en un sentimiento de afinidad, sino en intereses comunes; en
este caso, arrebatar posiciones claves a la milicia libanesa Hezbolá,
que combate junto al Gobierno sirio y supone uno de los mayores riesgos
para la seguridad de Israel.
Chiíes
El denominado bando chií tampoco está
exento de disonancias. Recientemente se ha popularizado la expresión
“media luna chiita” para referirse a la alianza entre Hezbolá, Siria,
Irak e Irán. Aunque ciertamente estos actores son estrechos aliados,
los motivos de dicha unión no deben buscarse en simpatías dogmáticas. La
coalición original entre el régimen laico, baasista y panárabe de Siria
con la teocracia persa de Irán nunca se ha basado en el credo, sino que
es heredera de la amenaza común que suponía el régimen laico, baasista y
panárabe de Sadam Huseín.
Es común también reducir a los alauíes o
a los zaydíes a una rama del chiismo, pero sus credos heterodoxos son
bastante distintos al chiismo mayoritario. En realidad, las creencias de
los alauíes han permanecido ocultas durante siglos a los principales
clérigos del chiismo. No fue hasta 1948 cuando los primeros estudiantes
alauíes atendieron por primera vez a seminarios religiosos en la ciudad
iraquí de Nayaf, centro de la teología chií. Los alumnos fueron
insultados y humillados por sus creencias y, al cabo de poco, la mayoría
de ellos volvieron a Siria. Recientemente, un grupo de líderes religiosos alauíes emitió un comunicado donde negaban su condición de “rama del chiismo” con el objetivo de distanciarse del régimen de Al Asad y de Irán.
Tampoco es extraño encontrar alianzas
entre grupos suníes y chiíes que no encajan en el molde del relato de
los odios remotos. Irán lleva décadas siendo el principal proveedor del
islamista Hamás y Al Qaeda y los talibanes también han colaborado con
Teherán cuando ha sido necesario. En Siria, grupos palestinos suníes
luchan junto a Al Asad y su ejército sigue estando formado
mayoritariamente por suníes, y en Irak varias tribus suníes del oeste
colaboran con Bagdad para frenar a los terroristas del Estado Islámico.
Si bien es verdad que afinidades
religiosas o ideológicas pueden ayudar a la hora de confeccionar
alianzas y, sobre todo, justificarlas discursivamente, la geopolítica de
Oriente Próximo sigue rigiéndose mayormente por los intereses
particulares de los Estados.
Implicaciones políticas: un país para cada grupo étnico
La percepción de que los distintos
grupos etnorreligiosos no pueden coexistir debido a los odios eternos es
en primer lugar errónea y en segundo lugar peligrosa. Por un lado,
pretende velar cualquier atisbo de culpabilidad europea y estadounidense
sobre el estado actual de la región. Dado que llevan luchando desde
hace miles de años, el apoyo occidental a dictadores represores, a
grupos rebeldes partidarios de limpiezas étnicas o la calamitosa guerra
de Irak que oxigenó el sectarismo, no son responsables del estallido
sectario actual.
Asimismo, la consolidada imagen de los
orientales como seres empujados por pasiones étnicas y religiosas
propensos a matarse entre sí conlleva otra grave consideración: la
corriente —creciente— de opinión que pide redibujar el mapa de Oriente
Próximo basándose en las fronteras de la secta. Desde la invasión
iraquí, pero especialmente tras las revoluciones árabes de 2011, se han
popularizado varios mapas que pretenden rediseñar las fronteras de la
región para así salvarla de estos odios étnicos. Numerosos políticos y
expertos han abogado por el desmembramiento de Irak o Siria,
a pesar de que tales pretensiones secesionistas no figuran en las
agendas de los grupos suníes, chiíes o alauíes. Estos cartógrafos amateurs
culpan al acuerdo Sykes-Picot, que partió las provincias otomanas tras
la Primera Guerra Mundial, de todos los males de la región. A su
parecer, el gran error de las potencias coloniales fue crear Estados
“artificiales” donde las sectas y otros grupos étnicos se mezclaban, imposibilitando así la concepción de un Estado homogéneo a la europea.
Lo que muchos de estos artículos olvidan mencionar es que la creación
del Estado nación europeo se basa en siglos de limpiezas étnicas y
genocidios culturales para lograr tal nivel de uniformidad.
En 2006, un teniente coronel del
ejército estadounidense, Ralph Peters, publicó su versión de lo que
debería ser la región arguyendo que, “sin esta revisión considerable de
las fronteras, no conseguiremos un Oriente Próximo en paz”. Más
recientemente, el New York Times publicó un mapa donde troceaba cinco países en 14 pedazos.
Es ilusorio pensar que la única vía para
la paz en la región es meter a cada grupo étnico en su propia caja,
sellada y separada de las demás. La Historia de Oriente Próximo está
plagada de violencia dentro de la misma secta; solo hace falta mirar a
países como Argelia, Libia o Egipto, que, a pesar de no tener minorías
chiíes relevantes, poseen un pasado reciente con abundante violencia.
Este artículo no pretende argumentar que cualquier tipo de modificación
fronteriza en la región es perjudicial ni niega la existencia de la
violencia sectaria. Su intención es evidenciar el peligro de que las
políticas occidentales en la región estén basadas en los mismos
principios orientalistas de hace cien años, que reducen la identidad y
los intereses de los actores de la región a la secta hasta un punto
absurdo. Paradójicamente, el uso del prisma sectario acostumbra a
conllevar políticas sectarias. Establecer cuotas de poder confesionales,
como en Irak, o confeccionar un país para cada etnia solo comportará la
creación de nuevas minorías a las que se les negará la plena
consideración de ciudadanos por no pertenecer a la nación.
Periodista por la FCC Blanquerna y Máster en Relaciones
Internacionales por la Universidad de Edimburgo. Interesado en
comprender los intrincados juegos geopolíticos de Oriente Próximo.
Occidente no huele lo que se está cocinando en Eurasia Pepe Escobar, escritor y periodista de “Asian Times” Hace sólo unos días, aconteció un cambio geopolítico tectónico en
Astana, Kazajstán, y sin embargo la fuerte ondulación sísmica apenas ha
sido registrada por los círculos atlantistas. En la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai
(OCS), fundada en 2001, India y Pakistán fueron admitidos como miembros
de pleno derecho, junto con Rusia, China y cuatro naciones de Asia
Central (Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán). Así que ahora la OCS no sólo es la organización política más grande –
por área y población – en el mundo; también une a cuatro potencias
nucleares. El G-7 es irrelevante, la última cumbre en Taormina lo dejó
claro. La verdadera acción , aparte del G-20, estará en los movimientos
de la OCS. Permanentemente ridiculizada en Occidente, desde hace una década y
media como una mera tertulia, la OCS, poco a poco, sigue avanzando. Como
lo señalara el presidente de China, Xi Jinping, de manera elegante ; “
La OCS es un nuevo tipo de relaciones internacionales que ofrece ganar a
todos sus integrantes a través de la cooperación “. La marca registrada por la OCS es bastante sutil. Su énfasis inicial –
en el mundo post- 11 de Septiembre- fue a luchar contra lo que los
chinos califican como “los tres males”; el terrorismo, el separatismo y
el extremismo. Pekín y Moscú, al principio estaban pensando en los
talibanes de Afganistán (y sus conexiones con Asia Central,
especialmente a través del Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU).)
pero, ahora la OCS preocupada por el deterioro de la seguridad en
Afganistán llama a sus miembros a apoyar un proceso de “paz y
reconciliación”. A partir de este momento la OCS se involucrará directamente en la
búsqueda de una solución a la “cuestión afgana” con la India y Pakistán a
bordo – que trascenderá a los fallidos “remedios” del Pentágono; más
tropas. Por cierto la OTAN, desgraciadamente perdió la guerra en Afganistán.
Los talibanes controlan al menos el 60% del país – Y ahora se añade un
supremo insulto predecible; el Estado Khorasan Islámica (ISK) (rama del
Daesh en Afganistán) acaba de conquistar Tora Bora, el territorio que el
Pentágono bombardeo cuando perseguía a Osama bin Laden y a Ayman al-
Zawahiri. No nos equivoquemos; habrá acción de la OCS en Afganistán. Y esta
acción va a consistir en llevar a los talibanes a la mesa de
negociación. China se ha hecho cargo de la presidencia de turno de la
OCS y está dispuesta a mostrar resultados prácticos en la próxima cumbre
en junio de 2018. Pisar el acelerador, pagar en yuanes La OCS ha evolucionado de manera constante en términos de cooperación
económica. El año pasado Gu Xueming, jefe de la Academia China de
Cooperación Económica del Ministerio de Comercio, propuso crear un grupo
de estudios que se encargara de establecer de zonas de libre comercio
en los países de la OCS. Su propósito: una mayor integración económica – ya en curso – para
las pequeñas y medianas empresas. La tendencia a la convergencia es
inevitable, irá en paralelo a las nuevas rutas de la seda – también
conocida como el “cinturón” y el camino” (BRI)- y la organización
liderada por Rusia llamada Unión Económica de Eurasia (UEE). Así que no es de extrañar en la reunión bilateral (en Astana) de Xi y
el presidente Putin se haya impulsado la fusión del BRI y la UEE. Y no
estamos hablando sólo sobre el trío BRI, UEE y OCS; también nos
referimos al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIb), al
Banco de Desarrollo de los BRICS (NDB), al Fondo de la Ruta de la Seda y
a una amplia gama de mecanismos de cooperación político-económica. Las cosas se mueven muy rápido y, en todos los frentes. En una
reciente conferencia “El futuro de Asia” en Tokio, el supuestamente
fiero primer ministro anti-chino Shinzo Abe anunció – sujeta a
condiciones – que Japón está dispuesto a cooperar con la BRI, por su
“potencial para conectar este y el oeste, así como las diversas regiones
que se encuentran en medio “. Entonces, un posible acuerdo político
entre China y Japón se sumaría el impulso del BRI, la EEU y la OSC. Por otra parte, tanto de China como Rusia están de acuerdo en
utilizar una vía rápida para admitir a Irán como miembro de pleno
derecho de la OCS. Habrá que comparar esta política inclusiva con las declaraciones del
secretario de Estado “T.Rex” Tillerson pidiendo un cambio de régimen en
Irán . Mientras la integración de Eurasia se mueve inexorablemente a pasos
agigantados, la proverbial arrogancia atlantista no podría ser más
evidente. Desde que Moscú decidió intervenir en la tragedia Siria el cambio en
el tablero de juego ha sido fundamental. Ningún analista en Occidente,
aparte de Alastair Crooke entendió que se trataba de una operación al
estilo OCS; aunque Irán, Irak, Siria y Hezbollah no son parte de la OCS,
la forma en que se coordinan con Rusia muestra con claridad que esta es
una alternativa viable a las acciones unilaterales del imperialismo
“humanitario” y las aventuras militares, estilo OTAN. El dispositivo “4 + 1” – Rusia, Irán, Irak, Siria y Hezbollah –
cuenta con el respaldo “sotto voce” de China, dispuesta a combatir
luchar todas las formas de terrorismo yihadista salafista y al mismo
tiempo evitar el cambio de régimen en Damasco. Con una política exterior caótica, Donald Trump ha demostrado que es
incapaz de coordinar cualquier política , aparte del acoso a Irán. Por
tanto para Rusia, y China la membresía de Irán en la OCS será clave. Además, Pekín entiende – por su relación con Qatar (su mayor
proveedor de gas natural) los altos riesgos que se producirán , antes o
después, que el emirato acepte el pago de la energía en yuanes. El eje Qatar – Irán – es la razón principal que llevó a la Casa de
Saud a negarse a una explotación común de los yacimientos de gas más
grandes del mundo (North Dome / South Pars) que comparten en el Golfo
Pérsico. Doha se tomó su tiempo para darse cuenta que después del “4 + 1” que
un gasoducto desde Qatar a Turquía a través de Arabia Saudí y Siria
(para el mercado europeo) no se podrá construir nunca . Ankara también
lo sabe. Sin embargo, podría construirse un oleoducto Irán-Irak-Siria –
con una posible ampliación a Turquía – con el gas de Norte Dome / Sur de
Pars. Toda esta ecuación revolucionaría de la producción de energía en el
sudoeste de Asia; con una considerable descenso de la hegemonía para los
petrodólares de Arabia Saudí y los Estados Unidos Imagínense que Qatar / Irán vende su gas a Europa en euros y no en
dólares estadounidenses y, que los chinos paguen a Qatar – y a Arabia
Saudita – en yuanes por sus suministros de energía. No nos equivoquemos; el futuro – inexorable – del comercio de la
energía no será en petrodólares será en yuanes, porque son convertibles
en oro . Viva el nuevo Califato Nunca será suficiente destacar la importancia de la asociación
estratégica entre Rusia y China para coordinar sus políticas en la
integración de Eurasia. Durante los primeros meses de 2017, en Moscú y en Pekín la hipótesis
de trabajo fue que la administración Trump estaba dispuesta a
comprometer a Rusia como un socio para nuevos proyectos de petróleo y
gas en Eurasia. Era el modelo “kissingeriano” , insinuado por Trump. Su
objetivo era debilitar la asociación estratégica entre Rusia y China,
mientras Washington aumentaría la presión sobre Beijing en múltiples
frentes. Bueno, eso no puede suceder por el momento – teniendo en cuenta la
maniática histeria anti-Rusia para el consumo interno en los Estados
Unidos . En consecuencia, lo que queda de la política exterior de Trump es la
GWOT (la guerra global contra el terrorismo) y volver utilizar todos los
medios necesarios para impedir el aumento de la influencia iraní en el
sudoeste de Asia. Esto implica promover el poder geopolítico de la
perniciosa Casa de Saud . Eso explica el entusiasmo de Trump (en Twitter) por la “guerra
relámpago” de Casa de Saud contra Qatar – que en realidad es un
movimiento contra de Irán. Pekín por su parte observa de cerca, y ha
visto la acción contra Qatar como lo que realmente pretende; un intento
de perturbar el avance de las nuevas rutas de la seda. Al mismo tiempo, Beijing y Moscú se divierten por unas evidentes
inconsistencias. El Pentágono no parece inclinado a anexar Qatar; la
base aérea Al Udeid y el HQ de Centcom son suficientes. El regente del
Pentágono “Mad Dog” Mattis está más que encantado por la venta de $ 12
mil millones en los F-15 al “patrocinador del terrorismo” . Mientras
Trump “apoya” a la Casa de Saud, Mattis “apoya” a Doha. Y, Tillerson se
niega a tomar partido. La CCG( una embrionaria OTAN Árabe, podría estar muerta y enterrada ,
a pesar de la patética danza de la espada de Trump en Riad. Sin
embargo, Moscú y Pekín – y Teherán – están plenamente conscientes que
estos contratiempos sólo exacerbarán el “excepcionalismo” estadounidense
( también conocido como la política del lodazal del “estado profundo” )
continuará para provocar estragos. El Califato en “Siria” ahora está muerto – especialmente si Rusia
confirma que a muerto a su creador. Es una pena – porque una Siria
desestabilizada sería perfecta para desestabilizar a Rusia desde el
Cáucaso hasta Asia Central; la inteligencia rusa nunca olvida que hay
apenas 900 km de Alepo a Grozni. Al igual que Terminator, el “estado profundo” de Estados Unidos está
de regreso. Su sueño húmedo sigue siendo crear las condiciones para la
desestabilización de una vasta extensión desde Levante hasta el sur de
Asia – con posibles futuras olas de terror hacia el norte y el este de
Rusia y de China. El objetivo: impedir la coordinación del BRI, la EEU y
la OCS. Agravando él escenario el Pentágono se niegan a abandonar Afganistán –
una cabeza de puente que causa estragos en Asia Central. ¿Qué podría
salir mal? Después de todo, ahora el Daesh se posicionada en Asia
Central, no muy lejos de Xinjiang y el Corredor Económico entre China y
Pakistán (CPEC) – un nodo clave para la ruta de la seda. Aún así, la guerra relámpago de Arabia anti-Qatar – se está
desenredando – y en el mediano plazo puede precipitar un cambio sísmico
monumental, acelerando el ingreso de Irán y de Turquía en la OCS;
provocando un entente de Doha con Rusia e Irán; y anticipando un duro
golpe a la hegemonía del petrodólar. Todo esto debe haber sido discutido
en detalle en Astana, en la cumbre de la OCS – en la bilateral
Putin-Xi. El excepcionalismo actúa cada vez más errático; todas las decisiones
estratégicas claves descansan en la relación Xi-Putin – y lo saben. Por
tanto, lo indudable es que la OCS estará obligada a involucrarse cada
vez más en la protección de su gran proyecto para el siglo 21; la
integración de Eurasia.
La ruptura de relaciones de varios países
con Catar no solo tiene consecuencias imprevisibles para Medio Oriente,
según analiza una especialista en la materia.
Imagen ilustrativa.
Fadi Al-Assaad / Reuters
Este 5 de junio, varios países rompieron relaciones
con Catar y desataron una crisis diplomática en
Medio Oriente que aún
no se solucionó. Para analizar la situación, RT entrevistó a Mariela
Cuadro, doctora en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de San
Martín (Argentina). Esta socióloga detalló las causas y
consecuencias que este conflicto puede tener para las partes implicadas y
la región en su conjunto; en especial, las internas de la casa real en
Arabia Saudita, las guerras en Siria y Yemen y el conflicto
palestinoisraelí.
Arabia Saudita, Trump y la crisis
Cuadro señaló que el viaje del presidente de Estados Unidos, Donald Trump,
a territorio saudí "no fue común" y, sin lugar a dudas, influyó en la
decisión que Riad tomó días después contra Catar. "Arabia Saudita fue el
primer país que visitó" desde que accedió a cargo y eso implicó "un
espaldarazo muy fuerte, con la intención de que Riad realice inversiones
en la economía estadounidense". A pesar de que en ese
respaldo se puede ver "un fuerte enfrentamiento con Irán y un apoyo a
Israel", esta analista consideró que Washington "está enviando un mensaje por los menos confuso",
debido a que hay "una Casa Blanca que está más alineada con Arabia
Saudita, festeja sus decisiones y señala que, si Catar tiene lazos con
el terrorismo, va a tener que dejarlos" pero, por otro lado, hay "otra
línea de gobierno" de los secretarios de Defensa y de Estado, que "han
salido a ser más moderados".
No obstante, la socióloga hizo hincapié en otro aspecto poco
mencionado relacionado con los reacomodamientos en la monarquía saudí. "Desplazaron al príncipe heredero", Mohamed ben Nayef,nombraron en su lugar a quien "hasta hoy era vicepríncipe", Mohamed ben Salmán,
y "creo que puede haber alguna relación entre aumentar los problemas en
el flanco externo para reducir las disputas que van a aparecer
internamente". "Ya con Mohamed ben Nayef se había saltado
a la generación de los nietos" del rey, lo cual de por sí implicó
tensiones, porque "tuvo muchos hijos con muchas mujeres", con lo cual
"se optó por una de las ramas de la familia, que es la Sudairi", por lo
que para "suavizar" esa disputa buscaron "alguna distracción externa".
Una disputa política
Mariela
Cuadro estima que en Occidente se suelen encasillar los conflictos de
Medio Oriente en términos sectarios; es decir, entre distintas
vertientes del islám. Sin embargo, la ruptura entre Arabia Saudita y
Catar no se puede explicar en esos términos, ya que "tiene la
particularidad de ser entre dos Estados wahabitas": "no solo musulmanes y
no solo sunitas", con lo cual "me parece que es una disputa fundamentalmente política". Ahora bien, esta lucha por el poder regional no es nueva. Desde 1995, Catar intenta "tener peso e influencia en la región" y, desde ese mismo año, Arabia Saudita trata de "coartar esa vocación catarí" y, por ahora, "lo ha logrado".
Esta experta puso como ejemplo la Primavera Árabe, cuando Doha respaldó
a la Hermandad Musulmana y la organización "salió muy perjudicada de
ese proceso".
Naseem Zeitoon
/ Reuters
De todas formas, Cuadro analizó que "en este momento se da un aumento de las tensiones a un punto donde a Catar le resulta muy difícil volver sobre sus pasos y abandonar su autonomía política". Según su mirada, estamos ante un panorama "bastante complicado". Se
está mostrando "una inflexibilidad muy grande de parte de Arabia
Saudita y Emiratos Árabes Unidos (EAU) que a Catar no le deja muchas
alternativas", opinó. En concreto, las opciones son dos: "O se somete a
los dictados de Riad o rompe totalmente, con consecuencias muy graves
para la región y, tal vez, el mundo".
Siria y Yemen
O se somete a los dictados de Riad o rompe totalmente, con consecuencias muy graves para la región y, tal vez, el mundo
En
las guerras en Siria y Yemen, los dos principales conflictos que hay
hoy en la región, tanto Arabia Saudita como Catar intervienen de una u
otra forma. En ese sentido, surge la inquietud respecto a como
modificará esta tensión entre ambos países el escenario bélico local. Para
Mariela Cuadro no habrá grandes cambios, ya que Arabia Saudita y Catar
"no han actuado siempre de manera conjunta". "Es cierto que han apoyado
el derrocamiento de Bashar al Assad"
en Siria, pero "no a los mismos grupos opositores", explicó. De hecho,
"una de las razones por las cuales el conflicto en Siria se ha hecho tan
difícil de desgranar se debe justamente a la cantidad de facciones que
existen", añadió. Además, contextualizó que en esta
guerra ambos países "ya no son tan importantes" y la resolución del
conflicto "pasa un poco más por Turquía, Rusia, EE.UU. e Irán". Por
otra parte, el caso de Yemen "es muy complicado realmente" porque, si
bien "también estuvieron actuando juntos", en determinado momento "ambos
apoyaron a facciones distintas". "Creo que Catar va a tender a
retirarse de Yemen. Estaba participando, pero no era una de las
principales fuerzas involucradas, por eso no se si cambiaría demasiado",
consideró Cuadro.
Alaa Faqir
/ Reuters
Un retroceso para Palestina
Finalmente,
sí expresó que este aislamiento regional de Catar tendrá impacto
negativo para la comunidad palestina. Puntualmente, "para el conflicto intrapalestino puede tener importantes consecuencias". Actualmente, hay una situación donde está "Hamás apoyado por Catar, el presidente palestino Mahmud Abbás de Al Fatah debilitado tratando de aferrarse al poder y otras facciones dentro de su organización planteando su sucesión". Uno
de los nombres que suena "y que estaría apoyando EAU es el de Mohamed
Dahlan, un militante de Al Fatah que vive justamente en ese país". Ante
este escenario, "puede haber algún tipo de disputa entre Hamás y la
facción de Al Fatah que termine imponiéndose y sucediendo a Abbás". Para la especialista "esto va a seguir mellando la unidad del pueblo palestino, que creo que es muy necesaria", por lo que el conflicto con Catar "no ayuda en lo más mínimo a la resolución del conflicto palestinoisraelí" sino al contrario, "le sirve al Estado de Israel". "Deja a Catar —que estaba apoyando a Hamás y reconstruyendo Gaza— fuera del juego. El bloqueo económico, si se estira en el tiempo, claramente va a perjudicar a los habitantes de Gaza", concluyó. Santiago Mayor https://actualidad.rt.com
La guerra de 1967 no creó el movimiento nacional palestino
contemporáneo, pero si las condiciones para su meteórico ascenso y su
capacidad de arrebatar la custodia de la cuestión Palestina a los
estados árabes. Este proceso ha tenido importantes consecuencias hasta
hoy. Desde el fin de la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939 contra el
mandato británico en Palestina hasta la guerra de 1967, los palestinos
fueron a menudo poco más que espectadores de las decisiones y
acontecimientos que determinaron regional e internacionalmente su
destino, en primer lugar, el establecimiento en 1948 del Estado de
Israel, lo que resultó en su desposesión colectiva. Aunque los
movimientos nacionalistas palestinos, como el Movimiento de Liberación
Nacional Palestino (Fatah), empezaron a surgir una década después del Nakba
(catástrofe) de 1948, a lo largo de los años 1950 y 1960, la mayoría de
los palestinos buscaron y esperaron que su salvación vendría de un
mundo árabe movilizado. Más palestinos se unieron a los diversos
movimientos pan-árabes, comunistas o islamistas que proliferaron en toda
la región, o juraron lealtad a líderes o regímenes árabes específicos,
que los que se comprometieron con las organizaciones que defendían un
programa claramente palestino. La Organización para la Liberación de
Palestina (OLP), de hecho, fue establecida por la Liga Árabe, en 1964,
como un mecanismo a través del cual los estados árabes, especialmente el
Egipto de Gamal Abdel-Nasser, podrían controlar los crecientes niveles
de activismo nacionalista palestino y con ello perpetuar su custodia
sobre la cuestión de Palestina y su liderazgo del mundo árabe. Bastaron
seis días en junio de 1967 para transformar a fondo estas realidades. A
partir de la derrota completa de los ejércitos árabes y el descrédito
profundo de los regímenes árabes surgieron nuevos movimientos
nacionalistas palestinos. George Habash, que previamente había fundado
el pan-arabista Movimiento de los Nacionalistas Árabes, reapareció en
diciembre de ese año como secretario general del Frente Popular para la
Liberación de Palestina (marxista). En la medida en que los palestinos
hicieron de Jordania una base guerrillera palestina, Fatah tomó el
control de la OLP en 1968-69 y designó a Yasir Arafat su nuevo
presidente. A mediados de la década de 1970 la OLP se había consolidado
con éxito como el único representante legítimo del pueblo palestino, y
al hacerlo había puesto fin a las reivindicaciones del rey Hussein de
Jordania sobre Cisjordania y la representación de su población, y a la
negativa de Israel a aceptar su propia existencia. La centralidad
de la cuestión de Palestina en el conflicto árabe-israelí y de la
autodeterminación palestina en la agenda internacional fueron
consecuencias determinantes, aunque imprevistas, de la guerra de 1967.
La transformación de la población palestina de una realidad demográfica
dispersa en un actor político unificado sigue siendo el logro más
importante del movimiento nacional palestino. Sin embargo, hoy,
aparentemente incapaz de contener el avance implacable de los
asentamientos de los colonos israelíes, esta, una vez más, en riesgo.
Más fragmentados, dispersos y divididos que en cualquier otro momento
desde 1948, los palestinos corren el riesgo de, convertirse, una vez
más, en una realidad demográfica políticamente inconsecuente. Sin
embargo, sólo frenando y revirtiendo la desintegración del movimiento
nacional que tomó forma después de 1967 los palestinos serán capaces de
convertir su sueño de emancipación y libertad de un espejismo
desvanescente en una realidad política.
editor colaborador del Middle East Report, ha publicado y analizado
ampliamente sobre los asuntos palestinos y el conflicto
palestino-israelí. Fue Analista Senior de Oriente Medio con el Grupo
Internacional de Crisis . Anteriormente trabajó como Director para
Palestina del Centro de Investigación EEUU-Palestina. Es co-editor de
Jadaliyya publicación electrónica.
Mariela Cuadro, Doctora en Relaciones Internacionales y coordinadora del
Departamento de Medio Oriente, del IRI-UNLP, analizó en L’Ombelico del
Mondo la crisis desatada tras la decisión de Bahrain, Egipto, Arabia
Saudita y Emiratos Árabes de cortar sus relaciones con Qatar, acusado de
financiar el terrorismo internacional. “Este problema no es religioso,
es político”, aseguró Cuadro ante cierto intento de los medios
internacional de insistir en la dicotomía sunitas-chiitas para explicar
la crisis, que se desata pocos días después de la visita del presidente
norteamericano Donald Trump a Arabia Saudita. Pulse aquí para escuchar el audio
Ha pasado
medio siglo y el final del conflicto entre dos naciones convencidas de
que tienen derecho a reclamar el mismo pedazo de tierra parece más
alejado que nunca. Europa, sobre todo Alemania, debe actuar en favor de
los palestinos
La política internacional actual está dominada por cuestiones como el
futuro del euro y la crisis de los refugiados, la amenaza de que la
presidencia de Trump provoque el aislamiento de Estados Unidos, la
guerra de Siria y la lucha contra el extremismo islámico. No obstante,
hay otro tema casi omnipresente desde la primera década del nuevo
milenio pero que cada vez aparece menos en las noticias y, por tanto,
cada vez está menos presente en la conciencia colectiva: el conflicto en
Oriente Próximo. Durante decenios, el enfrentamiento entre israelíes y
palestinos fue una preocupación constante para Estados Unidos y Europa, y
la resolución del conflicto, una de sus grandes prioridades políticas.
Sin embargo, después de numerosos y fracasados intentos de poner fin a
esta situación, da la impresión de que el statu quose ha
consolidado. El mundo sigue pensando —con malestar, con impotencia y con
cierta desilusión— que este conflicto es irresoluble.
La situación es más trágica aún en la medida en que los frentes se
han ido reforzando y la situación de los palestinos ha empeorado sin
cesar, y ni el más optimista puede atreverse a suponer que el Gobierno
actual de Estados Unidos vaya a abordar el problema con una actitud
prudente y sensata. Y la tragedia se va a hacer notar especialmente este
año y el próximo, porque vamos a vivir dos aniversarios llenos de
tristeza, en particular para los palestinos: en 2018 se conmemorará el
70º aniversario de lo que los palestinos llaman al Nakba, “la
catástrofe”, que supuso la expulsión de más de 700.000 personas del
antiguo territorio incluido en el mandato británico, como consecuencia
directa del plan de la ONU para la partición de Palestina y la creación
del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948. Al Nakba sigue
vigente, puesto que más de cinco millones de descendientes directos de
aquellos palestinos desplazados continúan hoy viviendo en un exilio
forzoso. Y este año, el 10 de junio se han cumplido 50 años de ocupación
continuada de las tierras palestinas por parte de Israel, una situación
moral y físicamente intolerable. Incluso los que piensan que la Guerra
de los Seis Días —que terminó el 10 de junio de 1967— fue necesaria
porque Israel tenía que defenderse deben reconocer que la ocupación y
todo lo que ha sucedido con posterioridad constituyen un desastre
absoluto. No solo para los palestinos sino también para los israelíes,
desde el punto de vista estratégico y desde el punto de vista ético.
La ocupación actual es inaceptable, tanto desde el punto de vista estratégico como moral
Ha pasado medio siglo desde entonces, y el final del conflicto parece
más alejado que nunca. Nadie se hace hoy ilusiones de poder ver a un
joven palestino o a un joven israelí tendiendo la mano al otro. Y es un
problema que, a pesar de que haya dejado de ser “popular”, como decía
antes, sigue siendo importante, incluso crucial. Para los habitantes de
Palestina e Israel, para todo Oriente Próximo y para el mundo entero. De ahí que, coincidiendo con el 50º aniversario de la ocupación, me
atreva a pedir a Alemania y a Europa que vuelvan a dar prioridad a la
resolución del conflicto. No estamos hablando de un enfrentamiento
político, sino de un enfrentamiento entre dos naciones que están
completamente convencidas de que tienen derecho a reclamar el mismo, y
pequeño, pedazo de tierra. Europa, que hace declaraciones sobre la
obligación de ser más fuerte y más independiente, debe ser consciente de
que esa nueva fortaleza y esa nueva independencia implican exigir de
manera inequívoca que Israel ponga fin a la ocupación y reconozca el
Estado palestino. El hecho de ser un judío y vivir en Berlín desde hace más de 25 años
me permite tener una perspectiva especial sobre la responsabilidad
histórica de Alemania en este conflicto. Si tengo la posibilidad de
vivir libre y felizmente en este país es solo gracias a que los alemanes
han afrontado y digerido su pasado. No cabe duda de que, incluso en la
Alemania actual, existen tendencias extremistas y preocupantes contra
las que todos debemos luchar. Pero, en general, la sociedad alemana es
hoy una sociedad libre y tolerante, consciente de su responsabilidad
humanitaria.
Hay que encontrar una solución justa para la crisis de los refugiados y el retorno de los palestinos
Alemania e Israel, por supuesto, siempre han tenido una relación
especialmente estable; la primera siempre se ha sentido, y con razón, en
deuda con el segundo. Pero no tengo más remedio que ir un poco más
allá: Alemania tiene también una deuda especial con los palestinos. Sin
el Holocausto, nunca se habría llevado a cabo la partición de Palestina,
ni se habrían producido al Nakba, la guerra de 1967 y la
ocupación. Ahora bien, no son solo los alemanes los que tienen una
responsabilidad hacia los palestinos, sino todos los europeos, porque el
antisemitismo fue un fenómeno que se dio en toda Europa, y los
palestinos siguen sufriendo sus consecuencias directas, a pesar de no
tener ninguna culpa de aquello. Es absolutamente necesario que Alemania y Europa asuman esa
responsabilidad respecto al pueblo palestino. Eso no significa que haya
que tomar medidas contra Israel, sino en favor de los palestinos. La
ocupación actual es inaceptable, tanto desde el punto de vista
estratégico como desde el punto de vista moral, y debe terminar. Hasta
ahora, el mundo no ha hecho nada verdaderamente importante para
lograrlo, y Alemania y Europa deben exigir el fin de la ocupación y el
respeto de las fronteras anteriores a 1967. Hay que fomentar una
solución con dos Estados, pero, para eso, es necesario que se reconozca a
Palestina como Estado independiente. Hay que encontrar una solución
justa para la crisis de los refugiados. Hay que reconocer el derecho de
retorno de los palestinos y ponerlo en práctica en colaboración con
Israel. Hay que garantizar una distribución equitativa de los recursos y
el respeto a los derechos civiles y humanos de los palestinos. Y todo
esto es tarea de Europa, sobre todo ahora que vemos cómo está cambiando
el orden mundial. Cuando han pasado 50 años desde aquel 10 de junio, quizá estamos muy
lejos de poder resolver el conflicto israelo-palestino. Solo si Alemania
y Europa empiezan ya a asumir su responsabilidad histórica y a tomar
medidas que ayuden a los palestinos será tal vez posible evitar que,
cuando llegue el 100º aniversario de la ocupación israelí de las tierras
palestinas, la situación siga igual
Daniel Barenboim es pianista y director de orquesta.
Blog del Observatorio Geohistórico. El Observatorio será presentado a
la comunidad en el contexto de la presentación de Proyectos de
Asignatura y de los Proyectos de Investigación del Depto. de Ciencias
Sociales UNLu los días 16 y 17 de agosto.
¿Es posible que siete aliados de EEUU declaren una guerra, de momento
diplomático-económica, contra Qatar, que es la sede del Comando de EEUU
para Oriente Próximo (CENTOCOM), la más grande que posee el Pentágono
en toda la región, sin la autorización de la Casa Blanca? Se trata de la
primera consecuencia de la visita antiiraní de Donald Trump a Arabia Saudi,
y puede ser una crisis trampa para arrastrar a Irán a una guerra
regional, ahora que EEUU no se va capaz de enfrentarse directamente a
esta nación, y quedarse con la primera reserva mundial de gas y la
tercera de petróleo. El pretexto del conflicto son unas declaraciones del emir de Qatar
Tamim Bin Hamad Al Thani, en las que afirma que una guerra contra Irán
sería una locura, ya que desaparecerían todos los países árabes del
Golfo Pérsico, o que Trump no iba a durar en el poder. Además, se le
acusa a Tamim de financiar a los Hermanos Musulmanes (HM), a los que
consideran terroristas, y desestabilizar a los países árabes. ¿No ha
sido Arabia Saudí quien ha agredido militarmente a Irak, Bahréin, Yemen o
Siria? Cierto. Qatar, al igual que Arabia Saudí, EUA y EEUU, ha
patrocinado el yihadismo sunnita que
opera en Afganistán, Irak, Yemen, Siria, Libia, Chechenia, Rusia, China
y Europa. Pero, ¿cómo es posible haber patrocinado el terrorismo
mundial durante años sin que 11.000 soldados de EEUU instalados allí no
se hayan enterado? Castigo aleccionador para los traidores De nada le ha servido a Doha alegar el ciberataque, falseando las
palabras del emir, o pedir a los líderes de Hamas (filial palestina de
HM) que abandonen el país. Los castigos, que incluyen el bloqueo aéreo,
terrestre y marítimo de Qatar, así como la expulsión de miles de
familias qataríes de Arabia Saudí y de Emiratos Árabes Unidos (EAU),
pueden tener consecuencias imprevisibles para el país (como la falta de
alimentos que importa de Arabia) y para la paz mundial. Para Arabia Saudí, que tras la visita de Trump se siente fuerte para incendiar toda la región, los pecados de Qatar son:
Socavar la política de Trump-Salman-Netanyahu de contener a Irán y
desmontar el frente árabe antiiraní. Qatar (del término persa Guadar:
Puerto), junto con Omán y Kuwait, defiende la distensión en el Golfo
Pérsico y mantiene relaciones cordiales con Teherán. Doha apoyó el
acuerdo nuclear entre Irán y los 5+1, una espina clavada en el corazón
de los saudíes. En 2013, Doha fue el único miembro del Consejo de
Seguridad de la ONU que votó en contra de la Resolución 1696 que exigía a
Irán suspender el enriquecimiento de uranio de su programa nuclear.
Antes, había firmado con Teherán un acuerdo de seguridad y lucha
antiterrorista y había abierto su mercado a las inversiones iraníes.
Ahora, además, ha contactado con Ghasem Soleimani, comandante iraní de
las Fuerzas de Qos, que lucha en Siria e Irak contra los yihadistas
sunnitas. Para Doha, Irán no es sólo su socio a la hora de explotar el
campo de gas más grande del mundo (North Dome/South Pars), sino que es
el país que junto con la India y Rusia le está salvando de convertirse
en una colonia de Arabia Saudí.
Negarse a formar parte de una OTAN sunnita contra los chiitas (Irán y Siria).
Financiar a los HM en Egipto y a otros países en perjuicio del wahabismo.
Criticar, desde el canal Al Jazzeera, a los reyes y presidentes
árabes, salvo al emir de Qatar, y mientras ataca a Daesh (wahabita)
legitima a Hizbolá, dejando de llamarle “partido de Satanás”.
Impedir que su sistema político (¡que comparado con el absolutismo saudí, es una democracia!)
se convierta en un modelo a seguir en la zona. Tamim permitió
elecciones municipales en 1991, el derecho al voto de la mujer y en teoría reconoció, en la Constitución de 2003, la libertad de expresión y de asociación.
La postura de EEUU Washington no acepta que en este mundo maniqueo Doha baile con todos:
acoge una oficina diplomática israelí y otra de Hamas, financia a los
yihadistas en Siria contra Bashar al Asad, mientras apoya el alto el
fuego. Trump se opone a Qatar por:
La reticencia de Doha a utilizar su territorio contra Teherán, del que le separan sólo 1759 kilómetros de agua. En un vídeo de Daesh en distintas lenguas de Irán,
los terroristas amenazan con atacar este país. Pueden contar con los
grupos reaccionarios iraníes, como Muyahedines del Pueblo, colectivos de
kurdos, baluches o árabes, descontentos por las políticas
discriminatorias de Teherán respecto a las minorías étnicas que componen
cerca del 60% de la población de Irán. De hecho, los dos recursos que
tienen EEUU-Arabia-Israel para destruir la nación iraní son: por un
lado, una guerra regional, y, por otro, provocar tensiones
étnico-religiosas, sobre todo desde las fronteras de Pakistán,
Afganistán, Turquía y el Golfo Pérsico. De hecho, el atentado en el
parlamento iraní puede ser el inicio de este tipo de acciones para
desestabilizar Irán.
Qatar fue la única monarquía de la zona que condenó la ley de inmigración de Trump.
Profundizar aún más la brecha entre los regímenes árabes, provocando un conflicto interislámico que les debilita, beneficiando así a la incesante expansión israelí.
Pero Irán no puede explotar esta fisura: mientras el presidente Hassan
Rohani defiende la paz y cooperación con Qatar y Arabia Saudí, el jefe
del Estado, Ayatolá Ali Jamenei, no cesa en sus ataques a la familia Al
Saud.
Impedir que Qatar y Rusia (los dos gigantes del gas) amplíen sus
relaciones energéticas. A pesar de que Qatar (junto con Arabia y EEUU)
patrocinó el terrorismo checheno, o de que Rusia ordenó en 2004 matar en
Doha a un líder separatista checheno, el emir Tamim visitó Rusia en
2016 buscando alternativas a su relación con Occidente: invirtió 2.500
millones de dólares en Rusia para conseguir influencia política sobre
Moscú, sobre todo ahora que ha fracasado en derrocar a Bashar al Assad y
en llevar adelante el proyecto del gasoducto sunnita cruzando Siria.
Quizás pueda participar en la reconstrucción del país. Dejó mucho
dinero en el aeropuerto de Pulkovo de San Petersburgo y firmó el mayor
acuerdo de inversión extranjera directa en el sector energético a nivel
mundial, quedándose con el 40% de Rosneft y de otras compañías
energéticas privadas rusas.
Y, sobre todo, incrementar el estado de guerra en la zona para reconfigurar el mapa de Oriente Próximo y “hacer América más grande”. Para ello, ha introducido la táctica antiqatari en la estrategia de la lucha antiiraní.
Medidas de Trump
Lanzar una campaña contra Qatar en la prensa, acusándolo de financiar el terrorismo.
Airear el tema de la esclavitud de los inmigrantes.
Sabotear el Mundial de 2022, haciendo brillar los sobornos que pagó a la FIFA.
-Sus primos del clan de Ahmed bin Ali Al Thani, el primer emir del
país tras su independencia de Gran Bretaña en 1971, que le consideran un
“desastre” y se han ofrecido para sustituirle. -Su medio hermano mayor, Mishaal, nacido de la primera esposa de Hamed al Thani. -El propio Hamed, el emir padre, al que derrocó, en complicidad con su madre, la jequesa Moza bint Nasser. El jefe del Comité de Relaciones Públicas de Arabia Saudí en EEUU,
Salman al-Ansari, ha recomendado en un tuit al emir que aprenda del
destino del expresidente egipcio Mohammad Mursi de los HM, derrocado en
2013 por el general Al Sisi, quien recibió como recompensa 160.000
millones de dólares del Rey Salmán de Arabia. La misma amenaza la repite
el diario saudí Al-Riad: “Cinco golpes en 46 años; el sexto no es improbable”. El temor y las opciones de Qatar Doha no quiere ser víctima del pulso entre Irán y Arabia por la
hegemonía regional y busca un equilibrio en sus relaciones con dichas
potencias. El emir de Qatar teme que Arabia, apoyada por EEUU, y bajo el
pretexto de la amenaza iraní y la lucha antiterrorista, ocupe el país y
sus inmensas reservas del gas, ahora que sus propios campos de petróleo
se secan. Para evitarlo tiene las siguientes salidas: -Acudir a Trump y comprarlo con un cheque con muchos ceros, como lo
ha hecho Arabia Saudí, que ha pagado 110.000 millones de dólares por
armas y ha conseguido que la prensa de EEUU ya no hable de su
implicación en el terrorismo del 11-S; hizo lo mismo con Gran Bretaña:
4.200 millones de dólares en contratos de armas y Londres no publicará
los resultados de la investigación sobre la financiación de los
islamistas radicales. -Retroceder en su política hacia Irán; acatar la tutela de los Al Saud. -Unirse a la coalición de Irán-Irak-Siria y arriesgarse a morir como Saddam o Gadafi. -Fortalecer su acuerdo militar con Turquía, país molesto con EEUU por armar a los kurdos sirios. La tensión ha llegado a niveles de difícil retorno. Los presidentes
de Turquía y de la India intentan mediar en el conflicto. A Nueva Delhi
le preocupa un corte en el suministro de petróleo y la situación de
miles de trabajadores indios que desde esta zona envían remesas por
valor de 60.000 millones de dólares. El conflicto, además, puede dañar
la economía qatarí y acabar con las inversiones extranjeras. Moody’s
Investor Service redujo la calificación crediticia de Qatar a la cuarta
categoría de inversión, señalando la incertidumbre de su modelo de
crecimiento económico. Le ha tocado a Qatar ser la próxima víctima de la farsa de la “guerra contra el terrorismo” de los principales patrocinadores mundiales del terrorismo. ¡Locos embusteros!
Hay que recuperar la ONU para contener el trumpismo-wahabita