martes, 8 de mayo de 2018

Orientalismo, de Edward Said, cuarenta años después

Hamid Dabashi
Al Jazeera
 
Cuarenta años después de la publicación de la obra maestra de Edward Said, Orientalismo perdura con otros perfiles y formas.  
  
Orientalismo fue el libro correcto en el momento correcto por el autor correcto, escribe Dabashi  
Hay un video -escondido en algún lugar en lo profundo del desván de internet- de hace 15 años, convocando a una conferencia internacional sobre el libro Orientalismo, de Edward Said, que en ese momento todavía estaba entre nosotros, en la Universidad de Columbia. En ese video se me puede ver presentarlo brevemente (no es que necesite ninguna presentación en nuestro campus) antes de subir al escenario para compartir sus últimos pensamientos sobre su innovadora obra maestra.
Hay otro video de hace unos meses, de septiembre de 2017, cuando fui entrevistado por un joven colega en Ginebra, donde pude divulgar mis últimas reflexiones sobre la importancia de Orientalismo en la actualidad. Entre estos dos eventos escribí y publiqué mi propio libro, Post-Orientalism: Knowledge and Power in Time of Terror (2009).
Estas tres fechas (2003, 2009 y 2017) son muy típicas de la trayectoria estacional de los pensadores críticos de mi generación y su deuda permanente con Said y su texto magistral que invirtió toda una disciplina de la erudición y permitió un modo de pensar -hasta entonces imposible de comprender- en el pensamiento poscolonial en todo el mundo. En Orientalismo Said desarrolló nuestra lengua y desenvainó la espada de nuestro pensamiento crítico.
Hay otra fecha crucial que necesito registrar aquí: octubre-noviembre de 2000, cuando la Academia Italiana de Estudios Avanzados de la Universidad de Columbia recibió a la eminente figura fundadora de la escuela de estudios subalternos, el historiador indio Ranajit Guha, para ofrecer una serie de conferencias que fueron publicadas posteriormente en el libro History at the Limit of World History (2003).
En esta ocasión mi otro distinguido colega de Columbia Gayatri Spivak y yo organizamos un encuentro de dos días sobre las conferencias de Guha al que llamamos "Estudios subalternos en general". Said estuvo presente en esta conferencia y pronunció un discurso de apertura en su primera sesión plenaria.
El Imperio escribe de nuevo
Estos, entre muchos otros rasgos fundamentales de los dos campos interrelacionados de los estudios poscoloniales y subalternos, definidos por pensadores críticos como Said, Spivak y Guha, son índices de una corriente sísmica en modos transformadores de producción de conocimiento que históricamente el eurocentrismo ha enmarcado y aislado de nuestra comprensión del mundo que nos rodea.
Antes de estos pensadores innovadores, el mundo de la modernidad colonial estaba en el extremo receptor de la erudición europea. Su escritura permitió a generaciones de eruditos pensar en términos contrarios al primer plano epistémico de las ciencias sociales y humanidades eurocéntricas.
Hay una serie de textos cruciales en el epicentro de esta reorientación histórica de la erudición crítica en ciencias sociales y humanidades, entre ellos el poderoso ensayo de Spivak Can the Subaltern Speak ? Pero ningún otro texto ha asumido la importancia icónica de Orientalismo de Said por una serie de razones sustantivas y circunstanciales.
Orientalismo fue el libro adecuado del autor perfecto en el momento oportuno. Sólidamente establecido como el teórico literario preeminente de su generación, Said escribió muchos libros y artículos antes y después de Orientalismo.
Pero Orientalismo tocó la nota correcta en la ocasión más trascendental en que el mundo postcolonial en general más lo necesitaba: cuando la condición de colonialismo necesitaba un desacoplamiento temático y teórico del encuadre de la modernidad capitalista en general. Nosotros -en los bordes poscoloniales de la modernidad capitalista- necesitábamos un texto definitorio, un tótem, un testimonio mundano para unirnos a todos. Y Said nació para escribir ese texto y construir ese edificio.
Al igual que todos los textos innovadores, Orientalismo ha originado muchos encuentros críticos importantes, entre ellos dos ensayos fundamentales de Aijaz Ahmad y James Clifford. En mi propio Persophilia: Persian Culture on the Global Scene (2015), me he encontrado divergiendo seriamente con algunas formas cruciales de las posiciones de Said.
Al igual que todos los demás pensamientos fundamentales, Orientalismo tiene una serie de precedentes importantes en el trabajo de Anouar Abdel-Malek, Talal Asad y Bernard S Cohen. Pero todos esos precedentes y encuentros críticos, de hecho, se unen para escenificar y significar el Orientalismo de Said incluso más que si se le negaran tales precedentes.
Incluso esas lecturas abusivas de Orientalismo que lo han convertido en una diatriba contra "Occidente" han tenido sus contribuciones para hacer del libro el momento decisivo de una disciplina. La defensa valiente y pionera de Said de la causa palestina fue, de hecho, paradójicamente instrumental para facilitar tales lecturas abusivas. A medida que se difuminaba el límite entre las lecturas útiles y abusivas de Orientalismo, el texto parecía cada vez más grande, como un clásico que prosperaba por sus propios errores de interpretaciones.
Reescribir el mundo
En el contexto de toda esa cacofonía, Orientalismo fue y sigue siendo una crítica convincente de los modos de producción de conocimiento condicionados por la colonización. Es un estudio de la relación entre conocimiento y poder. Y como tal está profundamente enraizado y en deuda con la obra de Michel Foucault y antes que él, con Friedrich Nietzsche.
Hay una crítica aún más larga y más sustantiva de la sociología del conocimiento que se remonta a La ideología alemana de Karl Marx y Friedrich Engels y se reduce a sociólogos tan influyentes como Max Scheler, Karl Mannheim y George Herbert Mead. El propio Said no era plenamente consciente de esta verdadera trayectoria sociológica, ya que era principalmente un crítico literario y su crítica del orientalismo fue principalmente una crítica de las representaciones figurativas, trópicas y narrativas.
La lección duradera y la verdad permanente del Orientalismo de Said es su precisión clínica al diagnosticar la relación patológica entre el conocimiento interesado y el poder al que sirve. Como he argumentado en detalle en mi libro Post-Orientalismo, hoy la relación entre el poder y el conocimiento sobre el mundo árabe y musulmán, o el mundo en general, ha pasado por sucesivas gestaciones.
Eventualmente, el orientalismo europeo dio paso a los Estudios de Área Estadounidenses y más adelante hasta el surgimiento de grupos de expertos sionistas en Washington DC y en otros lugares dictando los intereses de los asentamientos de colonos israelíes en los intereses imperiales de los Estados Unidos. Hoy los árabes y el islam ya no son sujetos de conocimiento y comprensión, sino objetos de odio y condena.
Hoy dos islamófobos famosos con una historia sostenida del odio a los musulmanes y su fe, Mike Pompeo y John Bolton, son el secretario de Estado de los Estados Unidos y el asesor de seguridad nacional nombrados por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Ya no estamos en el campo del orientalismo porque Said lo entendió y criticó.
Hoy en Europa el odio al judaísmo y a los judíos se ha transformado con éxito en odio al islam y a los musulmanes. En su apogeo, el orientalismo clásico generó un erudito monumental como Ignaz Goldziher, quien, a costa de sí mismo, se negó a ceder ante el poder pernicioso de los sionistas que intentaban reclutar su conocimiento en sus filas. Hoy un propagandista sionista como Bernard Lewis es el principal ideólogo del odio de los neoconservadores a los musulmanes y los diseños imperiales en sus países de origen.
Hoy, una lectura cercana y crítica de la obra maestra de Said requiere un desmantelamiento aún más radical del proyecto europeo de modernidad colonial y todas sus trampas ideológicas. Said allanó el camino y nos señaló la dirección correcta. El traicionero camino por delante requiere no solo los destellos de su pensamiento crítico, sino también la gracia de su coraje e imaginación.
Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no necesariamente reflejan la postura editorial de Al Jazeera.
 Fuente:  https://www.aljazeera.com/indepth/opinion/edward-orientalism-forty-years-180503071416782.html
Traducido para Rebelión por J.M. 

domingo, 22 de abril de 2018

Las fronteras, entre muros y travesías

Boaventura de Sousa Santos
Publico
 
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
La Europa moderna inventó las fronteras, en el sentido en que las conocemos hoy, como delimitaciones precisas entre países. Fue una de las muchas invenciones que posteriormente exportó al mundo que colonizó, culminando en la Conferencia de Berlín de 1884-85 y en el reparto de África con regla y escuadra. En contraste, fue también Europa, en la época moderna, la que abogó por la idea del mundo sin fronteras: el universalismo, el cosmopolitismo, el principio kantiano de la hospitalidad universal y sus propuestas de ciudadanía mundial o de federación global de Estados, o incluso la idea de la república universal defendida más adelante por los anarquistas. Esta contradicción entre un mundo sin fronteras y un mundo surcado por fronteras se remonta al inicio de la modernidad europea. Puede ilustrarse, por una parte, con la defensa del derecho de libre comercio de Francisco de Vitoria (1492-1546) en De Indis et de Iure Belli Relectiones (1532), y, por otra, con los monopolios comerciales y los consecuentes conflictos sobre la división del mundo, claramente visible por primera vez en el Tratado de Tordesillas de 1494 entre el Reino de Portugal y el Reino de Castilla.
Esta contradicción tal vez nunca ha sido tan visible como hasta ahora. Dos de los grandes poderes globales que controlan nuestras vidas más de lo que podemos imaginar no conocen el concepto de frontera. Me refiero a internet y al capital financiero. Sin embargo, por otro lado, el drama de los migrantes y de los refugiados nunca fue tan serio, tanto por la población que involucra como por el sufrimiento e injusticia que revela. En vista de ello, debemos revisar el concepto de frontera, el modo en el que se hacen y deshacen fronteras, e interrogar la frontera como un campo social, una forma de sociabilidad.
El concepto de frontera es estable, al menos desde el siglo XVII, y denota una línea que delimita sin ambigüedades un determinado territorio nacional o subnacional. La precisión de la frontera tiene en el mapa su mejor formulación. No obstante, la realidad de esta línea es mucho más dinámica y ambigua. La frontera puede ser estanca o porosa, y ser una cosa para unos y otra para otros, puede ser muro y travesía, barrera y puente, puede ser reconocida o ignorada, fija o móvil. Las fronteras que los colonos europeos diseñaron en las Américas fueron casi todas ellas objeto de conflictos (e incluso de guerras) en el periodo posterior a la independencia, algunos de los cuales duran hasta hoy. Por el contrario, en África las fronteras revelaron una notable estabilidad, a pesar de su carácter artificial. Pero tanto en un continente como en el otro, los pueblos desconocieron muchas veces esas fronteras en sus relaciones económicas, familiares o étnicas. Tal vez la mayor turbulencia en la realidad de la frontera se deriva en la actualidad del hecho de que la continuidad territorial ha dejado de ser determinante. Países como Grecia o Italia limitan, al fin y al cabo, con Siria, Irak, Afganistán, Somalia, Eritrea, la República Democrática del Congo. Por su parte, Costa Rica limita en parte con esos mismos países y también con Haití y Cuba. Y Costa Rica limita con Estados Unidos, el país de destino de los migrantes en tránsito o bloqueados en su frontera meridional.
Como las fronteras, territoriales o de otro tipo, nunca son naturales, cabe preguntarse por quién tiene poder para construir y demoler fronteras y determinar para quién representan muros infranqueables o travesías, o para quien la travesía puede acarrear riesgo de vida o ser una práctica trivial. La geografía desigual del acceso a la frontera es el producto del poder que la sostiene. Si tenemos presentes los tres modos de dominación moderna (el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado) y las instituciones que regulan y consolidan el poder que por medio de ellos se ejerce (Estado, derecho, educación), concluimos que las fronteras son instrumentales y que la densidad simbólica que a veces revelan (al punto de parecer naturales o inmutables) se deshace en el aire, siempre que el ejercicio y las contradicciones del poder así lo determinan. La frontera siempre es el resultado de quien tiene poder para responder a la pregunta y sacar provecho de la respuesta: ¿quién pertenece o somos “nosotros” quién no pertenece o son “ellos”?
Veamos tres ejemplos. Cuando se creó el espacio Schengen entre los países de la Unión Europea (originalmente cubriendo cinco países y hoy la gran mayoría de los países de la Unión), las fronteras entre los países adheridos casi desaparecieron con obvios beneficios para sus ciudadanos. Sin embargo, como contrapartida, el espacio Schengen ha hecho mucho más difícil el acceso a Europa por parte de ciudadanos no europeos. Así se hizo posible la fortaleza Europa. El tratado de libre comercio entre Estados Unidos y México, conocido por NAFTA, hizo creer a los mexicanos que las fronteras iban a ser abolidas. Por el contrario, Estados Unidos fue construyendo muros y vallas electrificadas, al tiempo que no cesaron de aumentar el cuerpo de guardias fronterizos. Así fueron aumentando los riesgos de quien quisiera atravesar la frontera. Las medidas de anteriores presidentes fueron reforzadas por el presidente Trump con la dramatización de construir un muro, que en parte ya existe, y, para colmo, construirlo a expensas de los mexicanos. ¿Es posible imaginar que los mexicanos denuncien el Tratado ante tal humillación? La frontera más cruel de nuestro tiempo es la que separa Israel de Palestina. Su crueldad se expresa tanto en el monstruoso muro ilegal como en las interacciones diarias en los infames checkpoints, los calvarios diarios de la humillación por la que tienen que pasar los palestinos para garantizar su subsistencia enfrentando un poder arbitrario.
Nunca tanta gente dependió tanto de las fronteras y, por eso, la experiencia de la frontera tenderá a ser un objeto de análisis sociológico cada vez más importante. Como siempre, los artistas son pioneros. Las fronteras siempre crearon una forma de sociabilidad fugaz en cuanto lugar de tránsito, bloqueado o no. En el presente hay que verlas como lugar de paso y como lugar de permanencia. En ambos casos la sociabilidad de frontera constituye, en muchos aspectos, la frontera de la sociabilidad. Para quien la frontera no es un pasaje trivial, la frontera configura una situación de extrema concentración de miedo y de esperanza. La vivencia de uno y de otra está en las manos de un poder tan regulado cuanto discrecional, tan transparente en lo que decide como opaco en las razones por las cuales decide, tan burocráticamente sometido como todopoderoso. Los aeropuertos son hoy una metáfora elocuente de la desigualdad entre “nosotros” y “ellos”. Para los primeros, el paso es trivial y el poder se diluye en la rutina del poder; para los segundos, el paso es totalmente imprevisible y el poder se concentra a fin de ser tan excepcional como el caso que enfrenta. Quizá no haya otro lugar donde la jerarquía de la movilidad sea tan diferenciada.
Atravesar puede ser tanto el paroxismo de la esperanza cuanto el paroxismo del miedo. Es esperanza para el migrante que atraviesa la frontera o para el refugiado que obtiene asilo. Pero es miedo ilimitado para los jóvenes sin documentos que están a punto de ser deportados de Estados Unidos, a pesar de haber sido traídos a temprana edad y no conocer ningún otro país. Y ha sido miedo para quienes desde principios del siglo pasado fueron colectivamente deportados en Europa y hoy están siendo deportados en Birmania para garantizar la homogeneidad étnica o religiosa de los países en los que nacieron. Las sucesivas limpiezas étnicas en Europa del Este, en los Balcanes y en Turquía, y la división entre la India y Paquistán, son testimonios particularmente crueles.
Con todo, la frontera es hoy un lugar de permanencia, una permanencia siempre transitoria, aunque puede durar generaciones. Es ahí que la frontera se manifiesta como un campo social donde con mayor claridad la sociabilidad de frontera se revela como frontera de la sociabilidad. Son zonas de frontera los campos de refugiados que van creciendo por todo el mundo y que en Europa son particularmente vergonzosos (porque es más contrastante con la vida de los que están fuera de los campos). Allí se vive sin un futuro que no sea la esperanza de salir de allí. Esa suspensión de la vida digna es especialmente dura cuando partir o salir no significa llegar, sino pasar y seguir pasando. Es el caso de la frontera de Costa Rica, hacia donde la desastrosa política de refugiados en Europa lanzó tanto africano. La llegada está lejos de Costa Rica, en Estados Unidos; y si llegaran a Guatemala tendrán que enfrentar el poder mexicano que hace de stunt norteamericano. El edificio de la embajada de Ecuador en Londres es una zona de frontera donde un tránsito mutante se transforma en permanencia para Julian Assange.
Son igualmente zonas de permanencia las zonas de tránsito en aeropuertos, sobre todo cuando el tránsito demora más de lo normal. La película de Steven Spielberg, La terminal, ilustra bien los juegos de poder posibles con el paso del tiempo, la ambigüedad de relaciones, la dilución de la distinción entre lo íntimo y lo extraño, entre la rutina y la sorpresa. Pero la situación más dramática es la de zonas de frontera en las que el tránsito, por ser tan humillante cuanto repetido, transforma la subjetividad de quien lo vive al transfigurarse en un estado mental permanente. Los checkpoints en Palestina son el ejemplo más degradante de nuestro tiempo. Los cineastas palestinos son quienes mejor han resignificado estéticamente esta vergüenza, habiendo creado un género fílmico nuevo, los roadblock movies.
La imagen del refugiado preso en un campo de internamiento o al borde de la carretera comunicándose por el móvil con la familia o con los compañeros que quedaron atrás o van al frente es la metáfora de este tiempo simultáneamente globalizado y localizado, en el que el miedo y la esperanza dejaron de tener la noción de equilibrio entre ellos y, por esa vía, destruyen tanto la dignidad de los que solo tienen miedo como la de los que solo tienen esperanza. Los primeros son fantasmas que deambulan en las fronteras, los segundos son constructores compulsivos de fronteras hasta quedar confinados en su infinita y estulta libertad, recluidos en condominios cerrados.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo. Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra. Sus últimos libros en español: Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Madrid, Trotta 2014) y, de próxima aparición, con Maria Paula Meneses, Epistemologías del Sur (Madrid, Akal).
Fuente: http://blogs.publico.es/espejos-extranos/2018/04/20/las-fronteras-entre-muros-y-travesias

jueves, 5 de abril de 2018

Conferencia Embajador de Palestina, Husni M. A. Abdel Wahed en el IHAO - UBA

El Instituto de Historia Antigua Oriental “Dr. Abraham Rosenvasser” (IHAO, Facultad de Filosofía y Letras, UBA) y ALADAA, Sección Argentina, los invitan a la conferencia que su Excelencia, el Señor Embajador de Palestina, Husni M. A. Abdel Wahed, realizará en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de mayo 201 Ciudad Autónoma de Buenos Aires), el martes  17 de abril, a las 18 horas.