martes, 9 de septiembre de 2014

El Estado Islámico y la nueva Guerra Fría en Oriente Medio

Brookings Doha Center


Los avances territoriales conseguidos este verano por el Estado Islámico de Iraq y Siria (EIIS) en estos dos países han añadido un nuevo elemento a la nueva Guerra Fría en Oriente Mediosobre la que escribí en un documento de análisis del Brookings Doha que se publicó a principios de verano. El EIIS se renombró a sí mismo como “El Estado Islámico” y declaró un califato en Mosul. Amenazaba tanto a Bagdad como a Erbil en Iraq, mientras consolidaba su control sobre nuevas zonas del este de Siria y dirigía su lucha hacia Alepo. Sus éxitos han hecho que aumenten sus efectivos, tanto en términos de voluntarios como en términos de otros grupos combatientes que, aunque quizá sin compartir su ideología, se están subiendo al carro del aparente ganador. Su siniestra ejecución del periodista estadounidense James Foley atrajo la atención mundial, pero sus éxitos son varios meses anteriores a ese suceso. El bombardeo estadounidense ha ayudado a revertir algunos de sus recientes avances en el norte de Iraq, pero nadie afirma que el EI ha sido derrotado.
En un sentido, el EI es un fruto de la nueva Guerra Fría en Oriente Medio. La causa de la crisis regional es el fracaso de las autoridades estatales a la hora de controlar sus fronteras y territorios, de proporcionar servicios a sus poblaciones y, en última instancia, de forjar una identidad política común que pueda ser la base de la comunidad política. Este colapso de la autoridad estatal normal no sólo se ha producido en grandes franjas de Siria e Iraq; está también teniendo lugar en el Líbano, Yemen, Libia y quizá incluso en algunas partes de Egipto. En ausencia del control del gobierno central, aparecen fuerzas locales para llenar los vacíos a partir de identidades sectarias, étnicas, tribales y regionales. El Gobierno Regional Kurdo en Iraq, Hizbollah en el Líbano, el movimiento huzi en Yemen y las diversas milicias sectarias en Siria e Iraq son, en sus diferentes formas, manifestaciones similares del fracaso de los gobiernos centralizados en esos países.
Pero el Estado Islámico es diferente de esas otras entidades en un aspecto importante: que no tiene un aliado, ni regional ni una gran potencia. Los vacíos políticos que se han abierto en la región son los campos de batalla de la nueva Guerra Fría en Oriente Medio. Sobre todo Irán y Arabia Saudí, pero también otros poderes regionales (Turquía, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto), apoyan a determinados grupos locales en estas luchas políticas internas y guerras civiles a fin de aumentar su propio poder y equilibrio en contra de sus rivales y poder avanzar con sus agendas ideológicas. Irán apoya a Hizbollah y a varias milicias chiíes de Iraq, así como al gobierno de Bashar al-Asad y al gobierno dirigido por chiíes en Bagdad. Los saudíes apoyan tanto a los grupos salafíes como a otros grupos más laicos que combaten en Siria contra Asad, mientras que Turquía y Qatar han apoyado a los grupos afiliados a los Hermanos Musulmanes en Siria. Qatar fue el principal patrocinador financiero del derrocado gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto; Arabia Saudí y los EAU apoyan al gobierno de Sisi que derrocó a los Hermanos Musulmanes. Cuando parecía que el Gobierno Regional del Kurdistán estaba bajo amenaza, tanto EEUU como la UE se movilizaron en su apoyo.
El Estado Islámico no tiene patrón, lo que hace que sea difícil encajarlo en el mapa geopolítico de la nueva Guerra Fría en Oriente Medio. Todo tipo de gentes quieren culpar a una u otra gran potencia o poder regional de la existencia del EI. Algunos en el mundo árabe no pueden imaginar que un grupo pueda surgir y avanzar tanto sin el oscuro apoyo de gentes de fuera, y ven la mano de EEUU y/o Israel detrás de él. Dada su tendencia ideológica islamista salafí, se acusa a Arabia Saudí de ser su patrocinador, si no directamente, en algún sentido último. Otros han intentando colocar la culpa de la aparición del EI sobre Qatar o Turquía.
Ninguna de estas teorías se sostiene realmente. El Estado Islámico cuenta ciertamente con el apoyo de algunas personas en Arabia Saudí y los estados del Golfo, tanto en términos de voluntarios como de contribuciones monetarias. Ambos gobiernos, el qatarí y el saudí han vertido montones de dinero en la oposición siria; es posible que parte de ese dinero haya acabado en el EI. Pero no hay pruebas de que el gobierno saudí o el gobierno qatarí estén apoyando directamente al grupo. Al abrir sus fronteras a la oposición siria, Turquía permitió que todo tipo de grupos organizaran y establecieran líneas de suministros. Ninguno ha alcanzado el nivel de éxito del EI.
El EI no surgió como la fuerza que es porque tuviera un gobierno detrás de él. Se ha autofinanciado en gran medida, consiguiendo ingresos del bandolerismo, chantajes, control de rutas comerciales y de apoderarse de activos lucrativos como las refinerías de petróleo y las estaciones de gas. Recluta a sus fuerzas a amplios niveles, en Oriente Medio y el Norte de África y anivel global; su mismo éxito anima a yihadistas y simpatizantes a unirse a él. Está extremadamente bien organizado y disciplinado. Una de sus grandes fuerzas a nivel propagandístico es que no es cliente de un poder exterior. Puede honestamente representarse a si mismo ante los sunníes iraquíes y sirios a los que gobierna y de cuyo apoyo depende (ya sea mediante cooperación activa o aceptación pasiva) como guardián de sus intereses contra los gobiernos sectarios en Damasco y Bagdad.
La independencia del EI es a la vez la gran fuerza de la organización pero también su debilidad. Tiene la singular habilidad de unir en su contra a la mayor parte de los actores de la Guerra Fría en Oriente Medio. Irán y los aliados de Irán lo detestan a causa de su feroz ideología antichiísmo. Los saudíes lo temen como potencial amenaza interna que pueda convertir el salafismo en una ideología política revolucionaria en vez de ser el bastión del régimen como ha sucedido habitualmente en ese país. Turquía, los kurdos, EEUU, la UE y Rusia todos tienen mucho que perder si el EI gana. Sus recientes éxitos han llevado a una reticente administración Obama a volver a implicarse militarmente en Iraq y a los iraníes a expulsar a Nuri al-Maliki como primer ministro de Iraq. Washington, Teherán, Irbil, Ankara, Damasco y Riad se encuentran ellos mismos con intereses paralelos, cuando no idénticos, en lo referente al EI. Al final, el indudable talento del grupo para crearse enemigos le hará conseguirlos no sólo entre las potencias externas sino también entre la misma gente que afirma defender.
Pero mantener esta alianza temporal contra el EI va a costar grandes trabajos. Como los actores regionales están enzarzados en una guerra fría entre sí, la tentación de dejar de centrarse en el EI si sufre reveses, para volver a sus mutuas rivalidades, será fuerte. Mientras el potencial aéreo estadounidense y los activos de la inteligencia tengan realmente un papel que jugar contra el EI, la tarea más importante para Washington es mantener funcionando la alianza de conveniencia contra el EI. Eso significa comprometerse con los aliados estadounidenses Turquía, Arabia Saudí y el gobierno kurdo en Irbil para mantener las presiones contra el EI. Significa asimismo apoyar y presionar al gobierno central iraquí para conseguir que actúe conjuntamente con ellos. Significa reconocer nuestro interés paralelo con Irán en esta cuestión. Nada de esto es fácil, pero es una tarea mucho más simple que tener que negociar con un estado yihadista consolidado en el corazón de Oriente Medio.
F. Gregory Gause, III, es miembro de alto nivel no residente del Brookings Doha Center. Es también profesor de Asuntos Internacionales y director del Departamento de Asuntos Internacionales del Bush School of Government and Public Service, Texas A&M University. Es autor de tres libros y numerosos artículos sobre la política de Oriente Medio, centrándose especialmente en la Península Arábiga y el Golfo Pérsico. Entre los libros, cabe destacar The International Relations of the Persian Gulf (Cambridge University Press, 2010).
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

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