lunes, 10 de junio de 2013

Chomsky, un imprescindible


(Por Atilio A. Boron) Noam Chomsky cumple hoy años, 84 para ser más precisos. Sin duda, una de las mayores figuras intelectuales y científicas de nuestro tiempo. Un raro ejemplar de “intelectual público” invariablemente solidario y militante al servicio de las mejores causas de la humanidad y un prominente científico que revolucionó la lingüística con aportes que marcaron un antes y un después en la historia de la disciplina. Pero el influjo de sus ideas se extiende mucho más allá de la lingüística: sus ideas han impactado fuertemente en la filosofía, la psicología, la  historia, la ciencia política y las ciencias sociales en general. Como “intelectual público”, dotado de una  infrecuente capacidad para abordar con claridad y sencillez los temas más complejos y profundos de su tiempo: sus críticas a la política exterior de Estados Unidos -sobre todo a partir de la Guerra de Vietnam- al papel manipulador de los medios de comunicación de masas y a la involución democrática de su país tuvieron un enorme impacto a nivel de la opinión pública y la clase política pero fueron (y son todavía hoy)  sistemáticamente negados en los paradigmas dominantes de la ciencia política y relaciones internacionales donde sus numerosos escritos (más de 100 libros) no son tenidos en cuenta ni siquiera para ser criticados. Todo esto habla a los gritos de la escandalosa regresión reaccionaria de las ciencias sociales, que se escudan en la especificidad disciplinaria para silenciar las ideas del gran lingüista norteamericano. Cuando son interrogados por  las razones por las cuales no se incluyen los libros de Chomsky en sus bibliografías, eminentes mediocridades de las ciencias sociales a nivel mundial se limitan a declarar que no es un politólogo, o un sociólogo o un historiador. Que su idoneidad se localiza en otro campo y que cuando incursiona en otras disciplinas sus puntos de vista son irrelevantes o equivocados. Estos atildados y muy conservadores académicos ignoran, o simulan ignorar, que ninguna de las grandes figuras de las ciencias sociales aceptó encerrarse en los límites de una disciplina. Marx fue un filósofo, un economista, un politólogo, un sociólogo y un historiador, amén de cultivar con menor énfasis otras disciplinas. Y del otro lado del espectro ideológico ocurre lo mismo: ¿Cuál fue la disciplina de Max Weber? Él se llamaba a si mismo historiador pero fue un brillante sociólogo, politólogo, estudioso de las religiones comparadas  y economista. Sólo los mediocres que tomaron la academia por asalto creen en eso de la “disciplinariedad”, ardid mediante el cual inoculan en sus estudiantes el virus de la resignación y el conformismo que necesita el capitalismo para ser concebido como un sistema eterno y por eso mismo desalentar toda esperanza de cambio. Por eso Chomsky los irrita y los enfurece, porque su obra es una convocatoria no a la disciplina sino a la creatividad y la militancia social que se nutren de la “indisciplina”, condición indispensable de todo pensamiento crítico. Es, como lo exigía Bertolt Brecht, uno de esos que lucha todos los días, sin desmayos. Un imprescindible en la ardua lucha por construir una buena sociedad. Por eso, ¡salud y larga vida Maestro!  
Como pequeño homenaje por su cumpleaños nos permitimos compartir un fragmento de una de sus últimas notas:”Temas que Romney y Obama evitan”, publicado en su sitio web en vísperas de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. ( http://www.chomsky.info/articles/20121007.htm )

 “El segundo tema importante, la guerra nuclear, también está en las primeras planas todos los días, pero en una forma que asombraría a un marciano que observara las extrañas actividades en la Tierra.  La amenaza actual está de nuevo en Medio Oriente, específicamente Irán; es decir, al menos según Occidente. En Medio Oriente, Estados Unidos e Israel son considerados amenazas mucho mayores.” 
            “A diferencia de Irán, Israel se niega a permitir inspecciones o firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Tiene cientos de armas nucleares y sistemas de lanzamiento avanzados, y un largo historial de violencia, agresión e ilegalidad, gracias al absoluto apoyo estadounidense. Si Irán está buscando desarrollar armas nucleares, el espionaje estadounidense no lo sabe.” 
             “En su informe más reciente, la Agencia Internacional de Energía Atómica dice que no puede demostrar la ausencia de material nuclear y actividades no declarados en Irán; una forma indirecta de condenar a Irán, como demanda Estados Unidos, mientras admite que la agencia no puede añadir nada a las conclusiones del espionaje estadounidense.  Por lo tanto, a Irán debe negársele el derecho a enriquecer uranio que está garantizado por el Tratado de No Proliferación Nuclear, y es apoyado por la mayor parte del mundo, incluidos los países no alineados que acaban de reunirse en Teherán. La posibilidad de que Irán pudiera desarrollar armas nucleares surge en la campaña electoral. (El hecho de que Israel ya las tenga no.) Dos posiciones se contraponen: ¿Estados Unidos debería declarar que atacará si Irán alcanza la capacidad para desarrollar armas nucleares, las cuales disfrutan docenas de países? ¿O Washington debería mantener la línea roja más indefinida?” 
         “La segunda postura es la de la Casa Blanca; la primera es la demandada por los belicosos israelíes, y la aceptada por el Congreso de Estados Unidos. El Senado votó 90 a 1 a favor de apoyar la postura israelí. Lo inexistente en el debate es la forma obvia de mitigar o poner fin a cualquier amenaza que pudiera creerse representa Irán: establecer una zona libre de armas nucleares en la región. La oportunidad está fácilmente disponible: una conferencia internacional se reunirá en unos meses para buscar este objetivo, apoyado por casi todo el mundo, incluida una mayoría de los israelíes.” 
          “El gobierno de Israel, sin embargo, ha anunciado que no participará hasta que haya un acuerdo de paz general en la región, lo cual es inalcanzable en tanto Israel persista en sus actividades ilegales en los territorios palestinos ocupados. Washington mantiene la misma postura, e insiste en que Israel debe ser excluido de cualquier acuerdo regional de ese tipo.” 
          “Pudiéramos estar avanzando hacia una guerra devastadora, posiblemente incluso nuclear. Existen formas claras de superar esta amenaza, pero no se adoptarán a menos que haya un activismo público a gran escala que demande que la oportunidad sea aprovechada. Esto, a su vez, es altamente improbable en tanto estos temas sigan fuera de la agenda, no sólo en el circo electoral, sino en los medios y el gran debate nacional.”


sábado, 8 de junio de 2013

Turquía en rebelión


Plaza Taksim, Estambul, 8-6-13 (Stoyan Nenov / Reuters)
Alain Gresh Le Monde diplomatique

«Es muy tentador, en las manifestaciones turcas, ver las protestas de un movimiento laico republicano contra un islamismo gubernamental, lo contrario de la plaza Tahir de El Cairo, donde el poder laico republicano se enfrentaba a la revolución de una nebulosa islamista…»

Ante esta cuestión de Mediapart, el 4 de junio de 2013, Levent Yilmaz, profesor de historia de la universidad Bilgi de Estambul respondía:

«La noche del sábado (1 de junio) mostró alineamientos que desafían ese tipo de clasificación. Vimos incluso a forofos de clubs de fútbol rivales ayudándose en tanto que el llamamiento, al mismo tiempo poderoso y unánime, de las redes sociales había hecho su trabajo: una organización impresionante sin las características, las particularidades y los exclusivismos relacionados con los movimientos partidistas.

Por otra parte la oposición institucional renunció al intento de captar al movimiento y su millón de turcos contestatarios, lo que demuestra un levantamiento popular espontáneo, sin una ideología preconcebida, en manos de personas responsables que llegaron incluso a limpiar la plaza y sus jardines después de las cargas policiales».

Pasemos al enunciado del periodista… y a la definición de la lucha egipcia como enfrentamiento de una nebulosa islamista a un poder laico republicano (¡estamos soñando!), pero la respuesta de Yilmaz rebate las simplificaciones sobre Turquía, y más ampliamente sobre el mundo árabe (Túnez, Egipto), que reducen la vida política a un enfrentamiento entre dos bloques.

Para una buena revisión de lo que se escribe respecto a Turquía, se puede consultar la web de Alain Bertho, Anthropologie du présent , que sigue los acontecimientos al día, así como el blog de Etienne Copeaux, Un pas de côté dans les études turques .

Sí, el partido Justicia y Desarrollo (AKP) procede de un movimiento islamista cercano a los Hermanos Musulmanes. Pero es importante hacer un balance objetivo de sus realizaciones desde que llegó al poder en 2002 que le han dado dos victorias más en las elecciones legislativas de 2007 y 2011 (esta última con casi el 50% de los votos).

El avance más importante realizado por ese partido fue devolver al ejército a sus cuarteles (sobre ese enfrentamiento leer Qui gouverne la Turquie ? Hasta entonces esa institución hacía y deshacía y tenía un peso político desmesurado, regularmente denunciado por la Unión Europea. Porque es obvio que no puede haber progreso democrático cuando el estado mayor decide los asuntos esenciales. Uno de los problemas de la oposición denominada de izquierda (el Partido Republicano del Pueblo, CHP) es que es incapaz de elegir entre su lealtad al ejército y la democracia. Este partido está atravesado por numerosas corrientes y es incapaz de representar una alternativa del AKP (obtuvo alrededor del 26% de los votos en 2011).

En una web apasionada dedicada al fútbol y su ubicación en Oriente Próximo, The Turbulent World of Middle East Soccer (con un lugar importante concedido a los ultras, los partidarios de los clubs cuyo papel es más conocido, sobre todo en Egipto), James Dorsey señalaba el 2 de junio:

«Al contrario que las manifestaciones masivas que derrocaron a los dirigentes en los países del norte de África, las manifestaciones en Turquía van contra un dirigente democráticamente elegido que ha ganado tres elecciones con una mayoría respetable, ha presidido un período de crecimiento económico importante y ha posicionado a su país como una potencia regional con ambiciones internacionales. Se trata de un país que, al contrario que los países árabes y a pesar de todos sus defectos, es democrático y tiene una sociedad civil inquieta y muy desarrollada».

Hay que añadir que también fue este gobierno el que tuvo la valentía de abrir negociaciones con los «terroristas» del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué una manifestación de signo ecológico en el centro de Estambul se convirtió en una revuelta?

Han jugado dos factores, al menos de manera indirecta, que provocaron el descontento: primero la ralentización económica (hay que señalar que a pesar de una disminución sensible en los años 2000, las desigualdades siguen siendo considerables en Turquía). El otro factor es una hostilidad creciente hacia el activismo de Ankara en Siria.

Pero la principal responsabilidad de la revuelta incumbe al mismo que dio el éxito al AKP, Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro. Embriagado por sus logros pretende consolidar su poder a cualquier precio, intenta que se redacte una constitución presidencial que le permita aspirar al cargo de jefe del Estado y desprecia a sus rivales, lo que multiplica las iniciativas sucias.

Sin duda lo más grave es la deriva autoritaria que ha causado la encarcelación de decenas de periodistas y cientos de opositores, especialmente kurdos. La brutalidad de la represión contra los manifestantes de Taksim ha reunido contra Erdogan un amplio frente muy heterogéneo y que probablemente no se limita a los «laicos». Así que, recordando a James Dorsey, por primera vez desde hace 30 años los forofos de tres grandes clubs de fútbol de Estambul, sin embargo rivales, se unieron a los manifestantes cuya diversidad política y sociológica es muy notable, como señalan Didem Collinsworth y Hug Pope The Politics of an Unexpected Movement , 4 de junio:

«Todavía más sorprendente es la presencia de grupos rivales que actúan codo con codo, incluidos los representantes de la comunidad aleví (alrededor del 10% de la población de Turquía), ultranacionalistas, conservadores de derecha, algunos islamistas y los kurdos de Turquía –algunos ondeando la bandera del PKK- Algunos grupos más marginales también se unieron a las manifestaciones, incluidos los izquierdistas y los marxistas, así como los anarquistas ondeando banderas negras».

El enfoque que querría ver en esas acciones un movimiento contra la «reislamización» de la sociedad no corresponde a la realidad. Levent Yilmaz señala:

«Nosotros hemos entendido claramente un actuación frente a un gobierno conservador musulmán, que sin embargo no ejerce una opresión confesional. Erdogan presenta un perfil autoritario. Parece en vías de 'putinización'. Se mete en todo y suscita miedo. Esta atmósfera de temor agobiante ha ganado sectores que parecían intelectualmente armados para resistir: los medios de comunicación, la universidad…

Pero los enfoques en Francia u otros lugares a veces empujan a ‘sobreinterpretar’ algunos signos de autoritarismo como señales religiosas. El ejemplo de las recientes disposiciones que limitan el comercio del alcohol es sintomático. El asunto me parece menos represivo que muchas de las ordenanzas del otro lado del Atlántico donde, por ejemplo, la venta está prohibida a los menores de 21 años. En Turquía se basa en una legislación ya existente, el poder puede impedir semejante comercio tras las 22 h. o en la proximidad de las escuelas. Veo más la señal de conservadurismo que de islamismo».

También hay que señalar que el control del poder sobre los grandes medios de comunicación audiovisuales también jugó un papel en la furia de los manifestantes (leer Dans la rue, la colère monte contre “CNN-Pingouins” et les médias turcs acquis au pouvoir , LeMonde.fr, 4 de junio.

¿Qué pasará ahora que el primer ministro está en el Norte de África, que el sindicato de la función pública ha llamado a una huelga de 48 horas (poco seguida) y que la Confederación Sindical de los Trabajadores Revolucionarios (DISK), que declara 420.000 miembros, llama a una huelga el miércoles 5 de junio?

En ausencia de Erdogan, el viceprimer ministro Bülen Arinc reconoció, según la AFP, las «legítimas» reivindicaciones de los ecologistas que están en el origen de la revuelta. Además presentó sus «excusas» a los numerosos heridos civiles y lamentó la utilización abusiva de gas lacrimógeno por parte de la policía «que hizo descarrilar las cosas».

¿Hay divisiones en el AKP? Sin duda, y las declaraciones del presidente Gul fueron tan apaciguadoras como las del viceprimer ministro. Pero sería prematuro descartar a Erdogan, que todavía dispone de amplios apoyos, incluso en una parte importante de la población.

(Sobre el movimiento de Fethullah Gülen, leer de Wendy Kristianasen Ces visages multiples de l’islamisme Le Monde diplomatique, julio 1997.
Hay otro factor que pesará, revela Dorsey: «El rival islamista de Erdogan, Fethullah Gülen, un religioso con poder autoexiliado en Pensilvania, que ejerce una influencia en la policía, puede muy bien haber visto las protestas como una ocasión de debilitar al primer ministro. El colega de partido de Erdogan, el presidente Abdullah Gul, está considerado próximo a Gülen. En una alusión velada a Erdogan, Gülen predicó recientemente contra el orgullo. Por otra parte, los informes que circulan en Estambul dicen que el ejército, que comparte las sospechas de los laicos con respecto al gobierno, ha rechazado las demandas de ayuda de la policía y que incluso un hospital militar distribuyó máscaras antigás a los manifestantes».

Fuente: http://blog.mondediplo.net/2013-06-05-Vent-de-fronde-en-Turquie
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=169379
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
http://www.eldiplo.org/notas-web/turquia-en-rebelion?token=&nID=1

Asad habla, Rusia actúa


¿Cómo parar el insaciable neocolonialismo energético de ciertas potencias disfrazado de principios democráticos? ¿Cómo parar el saqueo desatado por EEUU, Reino Unido, Francia y otros países vasallos que buscan una geopolítica de dominación sobre otros pueblos para satisfacer únicamente sus intereses estratégicos y comerciales? El presidente ruso Vladímir Putin acaba de responder a la fuerza bruta occidental con una jugada maestra. Así Rusia, se posiciona en el mundo como defensor de la no injerencia, del respeto del derecho internacional así como la soberanía de los intereses de los países del Tercer Mundo. Veamos a continuación el análisis de nuestro colega Pepe Escobar.
  

Así que Bashar al-Asad ha hablado, exclusivamente con el periódico argentino Clarín [hay una inmensa diáspora siria en Argentina, así como en el vecino Brasil).
Viendo a través de la niebla de la histeria occidental, hizo algunas observaciones valiosas. El historial muestra que sí, que el régimen ha aceptado varias veces hablar con la oposición; pero la miríada de grupos “rebeldes” sin una dirigencia creíble y unificada, siempre se ha negado. Por lo tanto no existe un camino al alto el fuego que pueda finalmente acordarse en una cumbre, como la próxima conferencia en Ginebra de EE.UU. y Rusia.
Asad tiene algo de sentido cuando dice: "Nosotros no podemos discutir una hoja de ruta con una parte si no sabemos quiénes son”.
Bueno, a estas alturas cualquiera que observe la tragedia siria sabe quiénes son en su mayoría. Se sabe que el Ejército de Caníbales Sirios No-libres, perdón el Ejército Libre Sirio (ELS), es una colección variopinta de señores de la guerra, gángsteres y oportunistas de todo tipo cruzados con yihadistas de la línea duradel tipo de Jabhat al-Nusra (pero también con otros grupos vinculados a al Qaida o inspirados en él).
Reuters tardó meses en admitir finalmente que los yihadistas dominan el show sobre el terreno [1]. Un comandante “rebelde” incluso se quejó a Reuters, “Nusra es ahora dos Nusras. Uno que sigue la agenda de al Qaida de una gran nación islámica y otro que es sirio con una agenda nacional para ayudarnos a combatir a Asad”. Lo que no dijo es que el grupo realmente efectivo está vinculado a al Qaida.
Siria es ahora el Infierno de las Milicias; muy parecido a Irak a mediados de los años 2000, muy parecido al “liberado” Estado fracasado libio. Esta afganización/somalización es una consecuencia directa de la interferencia del eje OTAN/CCG/Israel [2]. Por lo tanto Asad también tiene razón cuando dice que Occidente está avivando el fuego y que solo está interesado en el cambio de régimen, sea cual sea el coste.

Lo que no dijo Asad

No se puede decir que Asad sea exactamente un político brillante, por lo tanto desperdició una excelente oportunidad para explicar a la opinión pública occidental, aunque sea brevemente, por qué las petromonarquías del CCG, Arabia Saudí y Catar, más Turquía, están interesados en incendiar Siria. Pudo hablar de que Catar quiere entregar Siria a la Hermandad Musulmana y Arabia Saudí sueña con una colonia que sea un “cripto-emirato”. Pudo hablar de que ambos están aterrorizados por los chiíes del Golfo Pérsico que albergan legítimos ideales de la Primavera Árabe.
Pudo señalar la ruina absoluta de la política exterior turca de “cero problemas con nuestros vecinos”: un día hay una tríada de colaboración Ankara-Damasco-Bagdad, y al día siguiente Ankara quiere cambio de régimen en Damasco y se pone enfrente de Bagdad. Y para colmo Turquía se desconcierta al ver que los kurdos se sienten alentados desde el norte de Irak hasta el norte de Siria.
Pudo detallar que Gran Bretaña y Francia dentro de la OTAN, para no mencionar a EE.UU., así como sus petromonarcas marionetas, están utilizando la desintegración de Siria para perjudicar a Irán y que a ninguno de estos actores que suministran las armas y mucho dinero les interesan los sufrimientos del “pueblo sirio”. Lo único que importa son sus objetivos estratégicos.
Mientras hablaba Bashar al-Asad, Rusia actuaba. El presidente Vladimir Putin -perfectamente consciente de que las conversaciones de Ginebra están siendo descarriladas por diversos actores incluso antes de que tengan lugar– envió barcos de la marina rusa al Mediterráneo Oriental y ofreció a Siria una cantidad de ultramodernos misiles Yakhont tierra-mar más una cantidad de misiles antiaéreos S-300, el equivalente ruso del Patriot estadounidense. Además Siria ya tiene misiles antiaéreos rusos SA-17.




Entonces, tratad, cualquiera de vosotros, miembros de la banda OTAN-CCG, incluso dejando de lado a la ONU, de lanzar una mini-Conmoción y Pavor contra Damasco. O de instalar una zona de exclusión aérea. Catar y la Casa de Saud, son un chiste desde el punto de vista militar. Los británicos y Francia están seriamente tentados, pero no tienen los medios, o las agallas. Washington tiene los medios, pero no las agallas. Putin estaba perfectamente seguro de que el Pentágono comprendería su mensaje claramente

Y no hay que olvidar el «Oleoductistán»

Asad también pudo hablar de –¿Qué más?– el «Oleoductistán». Le hubieran bastado dos minutos para explicar el significado del acuerdo del gasoducto Irán-Irak-Siria por 10.000 millones de dólares que se firmó en julio de 2012. Este nodo crucial del «Oleoductistán» exportará gas desde el campo South Pars de Irán (el mayor del mundo, compartido con Catar), a través de Irak hacia Siria, con una posible extensión al Líbano, con clientes confirmados en Europa Occidental. Es lo que los chinos llaman una situación en la que no se puede perder.
Pero no para –¿Quién será?– Catar y Turquía. Catar sueña con un gasoducto rival desde su campo North (contiguo al campo South Pars de Irán), pasando por Arabia Saudí, Jordania, Siria y finalmente Turquía (que se presenta como el centro privilegiado de tránsito de energía entre Oriente y Occidente). Destino final, una vez más: Europa Occidental.
Como en todo lo que tiene que ver con «Oleoductistán», el punto crucial del juego es dejar de lado a Irán y Rusia. Es lo que pasa con el gasoducto catarí, frenéticamente apoyado por EE.UU. Pero en el caso del gasoducto Irán-Irak-Siria, la ruta de exportación no puede originarse en otro sitio que en Tartus, el puerto sirio en el Mediterráneo Oriental que alberga la marina rusa. Obviamente Gazprom formaría parte de todo el asunto, desde la inversión hasta la distribución.
Que no quepa duda: el «Oleoductistán» –nuevamente vinculado a circunvalar Rusia e Irán– explica muchas cosas sobre la destrucción de Siria.

El artilugio de petróleo de la Unión Europea para al Qaida

Mientras tanto el verdadero ejército sirio –respaldado por Hizbulá– está recuperando metódicamente Al-Qusayr del control “rebelde”. Su próximo paso será mirar hacia el este, donde Jabhat al-Nusra se está beneficiando alegremente de otra metedura de pata típica de la UE: la decisión de levantar las sanciones petroleras contra Siria [3].
El bloguero de Syria Comment, Joshua Landis, sacó las conclusiones necesarias: Quienquiera que se apodere del petróleo, el agua y la agricultura, tendrá en sus manos a la Siria suní. Por el momento es al-Nusra. El hecho de que Europa abriera el mercado al petróleo impuso esta situación. De ahí la conclusión de esta demencia de que Europa esté financiando a al Qaida”. Llamémoslo el artilugio petrolero de la UE para al Qaida.
El sudoeste de Asia –lo que Occidente llama Medio Oriente– seguirá siendo un campo privilegiado de irracionalidad. Tal como están las cosas en Siria, en lugar de una zona de exclusión aérea lo que en realidad debería establecerse es “todos vuelan por la paz”, y cada cual y su vecino debería estar involucrado: EE.UU., Rusia, la UE y también Hizbulá, Israel y por cierto Irán, como ha subrayado con entusiasmo el Ministro de Exteriores ruso Sergei Lavrov [4].
Mucho más allá de la obsesión occidental con el cambio de régimen, lo que la ya problemática conferencia de Ginebra podría producir es un acuerdo según la constitución siria que, a propósito, es absolutamente legítima, adoptada en 2012 por una mayoría de votos del verdadero y sufriente “pueblo sirio”. Eso incluso podría significar que Asad no fuera candidato a presidente en las elecciones programadas para 2014. Cambio de régimen, sí. Pero por medios pacíficos. ¿Permitirán la OTAN, el CCG e Israel que ocurra? No.

viernes, 7 de junio de 2013

Túnez, Egipto, Libia: nada está perdido

Túnez, Egipto, Libia: nada está perdido
Editorial de Afkar/Ideas 37, primavera 2013. Dos años después de las revoluciones, los países árabes en transición atraviesan sus momentos más delicados. Profundas divisiones y una violencia latente cuando no patente, caracterizan el momento político en un Egipto exaltado y empobrecido, en un Túnez inoperante y polarizado y en una Libia dominada por milicias y facciones. Tanto es así, que algunos consideran que hablar de transición es un ingenuo optimismo porque ninguno de estos países, sin mencionar Siria y su interminable tragedia, parece conocer la estación de destino en el viaje que iniciaron en 2011. Pero más allá del optimismo de unos pocos y del pesimismo de muchos, podríamos resumir en cinco puntos, aun a riesgo de equivocarnos en el análisis, los desafíos más importantes que deben superar los tres países que están obrando la reconstrucción de sus sistemas políticos. El primero de ellos es el marco normativo de convivencia y la adopción de una Constitución que una y no que separe a los ciudadanos. En Egipto no hay consenso sobre la Carta Magna aprobada. El frente de fuerzas no islamistas considera que contiene disposiciones inaceptables y que solo una exigua parte de los ciudadanos votó a favor del texto constitucional ahora en vigor. Túnez y Libia todavía no han adoptado el proyecto constitucional, y ésta última, aún está debatiendo la ley electoral para elegir la Asamblea Constituyente. Segundo, reformar el sector de seguridad: la policía en Túnez, la policía y el ejército en Egipto y la creación de un ejército en Libia, donde algunas milicias almacenan una parte de las armas de Gadafi. El mundo árabe tiene una larga tradición de politización de las fuerzas armadas donde éstas han sido el ascensor social para muchos ciudadanos de las clases sociales desfavorecidas. El desafío es conseguir la profesionalización y despolitización de los cuerpos de defensa y de seguridad, al servicio de unos poderes civiles elegidos democráticamente. El tercer reto es la puesta en marcha de una justicia independiente y de mecanismos de justicia transicional, importante para abordar las violaciones de los regímenes derrocados, establecer cauces de reconocimiento y compensación de las víctimas y abrir las puertas de la reconciliación entre los adversarios, que ponga fin a un sentimiento de impunidad que puede poner en peligro toda transición pacífica a la democracia. Si los crímenes pasados quedan impunes, la tentación de prolongar la violencia se enquista y la democracia, como instrumento de prevención y resolución de conflictos, pierde su razón de ser. La cuarta necesidad hace referencia a uno de los pilares de toda democracia, la existencia de unos medios de información libres, plurales y profesionales. Sin libertad de expresión, la aventura democrática pierde impulso, la oposición deja de tener voz y la corrupción deja de ser denunciada. Y otro reto, en fin: el del crecimiento económico. Egipto necesita con urgencia un crédito del Fondo Monetario Internacional. Túnez debe volver a atraer turistas e inversiones. En Libia la distribución de la riqueza entre las regiones y los ciudadanos podría convertirse en el objeto de confrontación y de conflicto. Sin esperanza de progreso económico y sin protección social, se abre paso la tentación populista de creer que la democracia no sirve más que para alimentar a los partidos políticos. El crecimiento debe acompañar a la democracia para que ésta sea sostenible. No sería la primera vez que una profunda crisis económica se lleva por delante la compleja ingeniería de una democracia representativa. Nada está perdido pero nada está ganado en los tres países mediterráneos que hace dos años iniciaron el difícil camino de la libertad. Túnez, Egipto y Libia necesitan el apoyo de la comunidad internacional y, sobre todo, de Europa, para abordar estos retos. Sin hacerles frente, no habrá futuro democrático.

jueves, 6 de junio de 2013

"Las protestas en Turquía como síntoma"

Eduard Soler i Lecha
Coordinador de investigación, CIDOB
04 junio 2013 / Opinión CIDOB, n.º 192 / E-ISSN 2014-0843
 
Que las unidades antidisturbios de la policía turca utilicen una represión desmesurada para disolver o impedir una manifestación, no es una novedad. Sí lo es que el desalojo violento de los manifestantes que protestaban por la destrucción de un parque cerca de la Plaza Taksim, el epicentro de Estambul, haya provocado una ola de protestas que, lejos de limitarse a esta ciudad y a Ankara, se ha extendido por todos los rincones del país. La virulencia de estas protestas es, además de una sorpresa, un síntoma del malestar y la frustración de una parte significativa y cada vez más diversa de la sociedad turca, ante la forma de gobernar de Recep Tayyip Erdogan y ante el enorme poder acumulado por el AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo que él lidera.
 
Desde 2002, el AKP ha ganado tres elecciones legislativas con una cómoda mayoría, mantiene buena parte del poder municipal y desde 2007 también ostenta la Presidencia de la República. Precisamente porque el AKP acumula tanto poder y durante tanto tiempo, parece insensible a las preocupaciones de aquellos que no comparten sus valores, ideología y programa político. Los últimos meses han estado salpicados por decisiones controvertidas y declaraciones desafortunadas del propio Erdogan, que han sido vividas como ataques frontales al modo de vida y a la identidad de algunos colectivos. De hecho, la más reciente de las polémicas, sobre la restricción en la publicidad y venta de alcohol, ha despertado importantes suspicacias no sólo entre sectores laicos, sino también entre creadores de opinión afines al AKP. Éstos advierten que el partido puede reproducir, aunque en sentido inverso, la actitud antiliberal del kemalismo, limitando la capacidad de decisión del ciudadano al imponer unos valores y una forma de vida conservadoras al conjunto de la sociedad.
 
La movilización en las calles también es síntoma de una frustración generalizada por la ausencia de una alternativa política al AKP. Esta ausencia se debe en parte al éxito de la fórmula del partido de Erdogan, que consiste en haber conectado con los valores de una sólida base electoral a la vez que proporciona un horizonte de crecimiento y progreso al conjunto del país. Pero también es responsabilidad de una oposición que no ha sabido articular un modelo alternativo que resultara atractivo para el votante insatisfecho o incluso para aquellos que confiaron en el AKP no por sus valores, sino por su capacidad de gestión. Resulta especialmente significativo que el principal partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP en sus siglas turcas) apenas supere el 25% de los votos (frente al 49% del AKP en las últimas elecciones generales), lastrado en parte por su incapacidad para conectar con el votante de las zonas más conservadoras del país y especialmente con la población kurda. El resto de fuerzas políticas, a ambos lados del espectro político, están atomizadas y tienen grandes problemas para ir más allá de sus feudos tradicionales.
 
El proceso de reforma constitucional en el que está inmersa Turquía no hace sino aumentar la frustración de quienes no se alinean con el AKP. En la agenda política sobresale el debate acerca del cambio de sistema político, con Erdogan y la mayor parte de su partido decantándose por un modelo presidencialista, mientras que la oposición teme que esto aumente todavía más la concentración de poder. La negociación con el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK) para poner fin al conflicto kurdo no es ajena a este debate ya que se ha especulado que una de las contrapartidas al inicio del proceso negociador podría ser el aval del nacionalismo kurdo al sistema presidencialista.
 
Con todo, las protestas también son síntoma del largo camino que ha recorrido Turquía en los últimos años. Por ejemplo, las Fuerzas Armadas (aficionadas al ruido de sables hasta hace bien poco) se han mantenido esta vez al margen y no han intentado sacar provecho de la situación para reclamar parte del poder que han ido perdiendo a favor de las autoridades civiles. El Presidente, Abdullah Gül, miembro del AKP, también se ha prodigado con mensajes de conciliación y de respeto a las demandas legítimas de los manifestantes. En una clara muestra de que ha entendido el mensaje, Gül ha afirmado que la democracia va más allá de las elecciones. Además, las protestas son un síntoma de que la sociedad turca es una sociedad inconformista y dinámica y esto es positivo para la salud democrática de cualquier país. Lo que piden los manifestantes en las calles y aquellos que les apoyan desde sus casas no es un cambio de régimen, sino otra actitud a la hora de gobernar. Una actitud que reconozca que los valores y forma de vida de la mayoría no pueden imponerse al conjunto de la sociedad. Una actitud que intente acomodar las distintas sensibilidades del país a través del pacto y del diálogo.
 
Con todos estos síntomas sobre la mesa, el diagnóstico es claro: una parte de la sociedad turca se siente poco escuchada y poco representada por el actual poder político, algunos (que no comulgan con los valores religiosos y conservadores hoy hegemónicos) incluso ven en peligro su modo de vida y se sienten atacados en su identidad. ¿Cómo combatir este malestar? Si se opta, como hasta ahora, por una represión policial violenta e indiscriminada, si persisten las actitudes desafiantes del gobierno y si se acusa a agentes extranjeros de estar detrás de las manifestaciones, se estará dando oxígeno a unos movimientos de protesta que pueden desestabilizar la vida política, acarreando un alto coste para la imagen de Turquía, en general, y del AKP y Erdogan, en particular. En cambio, si se optase por reconocer los errores no sólo en el manejo de esta crisis, sino en la forma de gobernar en los últimos años, la situación podría reconducirse rápidamente y demostrar, dentro y fuera del país, que Turquía está consolidando su sistema democrático.

domingo, 2 de junio de 2013

Israel rescata al «muyahidín Obama»

por Pepe Escobar
Precisamente cuando la patraña de la línea roja se ponía al rojo vivo –pero seguía enterrada en la arena– y tenía que escoger entre «ejercer control» o «involucrarse directamente» en la guerra siria, [1] el presidente fue salvado por el gobierno israelí de Bibi Netanyahu.
La tentación fue irresistible para que Obama copiara a Ronald Reagan y se pusiera gloriosamente el manto de «Obama el muyahidín sirio», como hizo Reagan en los años 80 con susadorados combatientes por la libertad de la yihad afgana. El asunto tendrá que esperar, tal vez no demasiado.

Los motivos de Israel

Vayamos al grano. El bombardeo israelí de instalaciones del ejército sirio en Jamraya cerca de Damasco es una provocación y un acto de guerra. Israel actuó como testaferro de Washington, que incluso podría haber suministrado la lista de objetivos. Y Washington –no vale la pena hablar de esos inútiles títeres de Bruselas– no condena los bombardeos y por enésima vez se burladel derecho internacional.
Israel insiste en que los objetivos eran misiles tierra a tierra iraníes Fateh-110 de camino a Hizbulá. Damasco dice que los objetivos fueron un instituto de tecnología militar así como campos de entrenamiento de tropas; hay muchos apartamentos cerca, a cuyos habitantes la CIA siempre ha querido reclutar como agentes. No hay armas químicas en Jamraya. Según las fuentes médicas sirias es posible que hayan muerto 42 soldados.
El argumento de Israel con respecto a Hizbulá es tenebroso. No existe confirmación en ningún sitio de que Hizbulá haya comprado misiles Fateh 110. Desde 2009, Hizbulá tiene versiones sirias del Fateh 110, el M600, con un alcance de unos 250 kilómetros y un sistema de guía aceptable.
El cacareo usual de «fuentes» anónimas de Washington insiste en que el propio Ejército Sirio necesita esos misiles contra las tendencias mercenarias armadas del autodenominado Ejército Libre Sirio (ELS). Por lo tanto no tendría sentido enviarlos al Líbano.
Pero para Israel tiene sentido destruir un suministro de Fateh 110, o incluso de M600. Por lo tanto Israel ayuda directamente al ELS (Ejército Libre Sirio, es decir las bandas mercenarias-terroristas financiada por Occidente; a propósito uno de sus voceros, verdadero o falso, se presentó en la televisión israelí para elogiar a los bombarderos. E Israel impide por lo menos por el momento que lleguen más misiles a Hizbulá.
Cortando a través de la niebla existe el hecho de que Israel tiene muchos motivos serios para volver a delinquir. Ansía una Siria débil, caótica y privada de tecnología militar avanzada. Ansía ante todo una somalización total de Siria, una distopía sectaria.
¿Qué mejor justificación para un Israel en armas siete días a la semana que el terrorismo wahabí de la línea dura al otro lado de sus fronteras (no delimitadas)?
Además, Israel quiere arrastrar a Siria, Hizbulá, y en última instancia a Irán a una guerra hecha y derecha. Lo quiere todo y mejor temprano que tarde.
Damasco por su parte puede jugar ajedrez y no reaccionar. Por lo menos de momento. O dejar que Hizbulá responda en el futuro cercano.
No es por accidente que el bombardeo haya tenido lugar después de:
- 1) El tour del jefe del Pentágono, Chuck Hagel, por Israel y las petromonarquías del Golfo;
- 2) Los progresos del Ejército Sirio durante las últimas semanas en el corredor de Homs contra los mercenarios/yihadistas patrocinados por el extranjero;
- 3) el viaje «secreto» a Teherán del Jeque Nasralá de Hizbulá.
Posteriormente Nasralá, una refinada mente política, subrayó que lo que «ellos» quieren en realidad es la destrucción de la infraestructura, la economía y el tejido social de Siria para «destruir Siria como pueblo, como ejército, como toda una nación» [2]
Si hay más ataques –y es muy posible que los haya– para vaciar los arsenales del ejército sirio, serán un regalo providencial para los mercenarios/yihadistas. Nasralá tiene toda la razón cuando dice que el objetivo clave de la coalición de los dispuestos de OTAN-CCG–Israel es arrastrar a Siria a una guerra total. Después de una eventual reacción siria, la «solución» sería someterla a bombardeos masivos como sucedió en Irak.

Las opiniones de «Obama el muyahidín»

Queda por ver si la estrategia estadounidense/israelí tendrá éxito. Lo que logró fue postergar la coronación de Obama el muyahidín.
Los inframundos del EE.UU. de los think-tanks [3] estaban tremendamente excitados ante la perspectiva de que Obama soslayara al Consejo de Seguridad de la ONU (a Rusia y China) al estilo de Bush e impusiera unilateralmente una zona de exclusión aérea en Siria para que EE.UU. pueda involucrarse en la requerida «supresión de la campaña de defensa aérea del enemigo».
No tiene sentido, aunque los británicos y Francia no han cedido en la Unión Europea y en la OTAN, incluso tratando de hecho de soslayar a la OTAN imponiendo una zona de exclusión aérea.
La zona de exclusión aéresa se presentó en Washington como un medio de controlar las armas químicas de Siria. El problema es que Washington tiene una información pésima de donde se almacenan realmente esas armas químicas. Y para colmo es probable que las armas químicas no hayan sido utilizadas por el gobierno sino por los «rebeldes» Contras– según la investigadora de la ONU Carla del Ponte.
El gobierno de Obama también estaba flirteando con la idea de «ayuda letal directa» a los rebeldes con misiles guiados antitanques y misiles tierra-aire, por ejemplo.
Washington cree su propio mito de que «indirectamente» está involucrado en examinar y armar grupos opositores en Siria.Desde 2011, el armamento de bandas mercenarias/yihadistassirias se ha contratado a través de arsenales del mercado negro en Libia y en Croacia.
La CIA ha estado metida en el asunto hasta el cuello. Muchas de esas armas están ahora en manos de yihadistas de la línea dura del tipo de Jabhat al-Nusra.
La idea de que la CIA es capaz de examinar y armar a esas bandas mercenarias yihadistas en beneficio de Washington después del colapso del gobierno de Bacher el-Asad es «el chiste» de principios del Siglo XXI. Basta recordar el pasado en Afganistán.
O imaginad a esos McYihadistas sirios, o muyahidines de You Tube, equipados con algunos excelentes misiles portátiles guiados por calor, causando estragos en todo el Sudoeste Asiático.
Por lo tanto, después de muchos quejidos, Obama terminó con algo mucho más confortable que una zona de exclusión aérea: ataques selectivos, con jets y/o misiles, perpetrados por los israelíes. El modelo podría ser la «Operación Zorro del Desierto» (el bombardeo de Irak ordenado por Bill Clinton en 1998). El objetivo: «enviar un claro mensaje» a Siria.
Los próximos bombardeos pueden ser contra aeródromos, concentraciones de aviones, depósitos de armas, tanques y artillería. El daño colateral, inevitablemente, aumentará en proporción al nivel de la provocación.
El exembajador de EE.UU. en la ONU, Bill Richardson, muy cercano al clan Clinton, ya ha declarado en ABC News que Obama «se orienta hacia ataques aéreos». Sí, es solo el comienzo. Y después vendrán los «mini-Conmoción y Pavor».

Seguir la hoja de ruta

La pregunta es por qué tardó tanto. La destrucción de Siria -como señaló el Jeque Nasralá– en la cual Occidente volverá colaborar con bandas yihadistas, está prevista desde hace años. Ved cómoSeymour Hersh la previó en 2007. Y ved con qué ansias el establishment de Washington espera el cambio de régimen .
Y Damasco, por cierto, es solo una parada antes de Teherán. Las proverbiales fuentes anónimas han filtrado al Sunday Times de Londres, propiedad de Rupert Murdoch, que una «Media Luna de la Defensa» se está convirtiendo en realidad.
Es el mismo elemento CCG-Israel en la coalición de los dispuestos en Siria, en este caso confabulado para «contrarrestar las ambiciones nucleares de Irán». Turquía, la Casa de Saud, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania e Israel celebrando alegremente en centros conjuntos de comando y control para detectar malvados misiles balísticos iraníes.
No sé mucho de historia. Pero qué mundo tan maravilloso sería. Presidido por «Obama el muyahidín».
[1] Ver: «El show de la línea roja Siria-Irán», publicado el 3 de mayo de 2013.
[2] Ver artículo publicado en el año 2005: «Siria: un objetivo militar imperialista».
[3] Los think-tanks se presentan generalmente como centros, asociaciones o institutos de investigación, reflexión y análisis político independiente, en donde trabajan y colaboran investigadores, profesores u otros expertos en un tema específico que caracteriza dichothink-tanks. Pero son en su mayoría los think-tanks no son más que centros de propaganda política, de divulgación de ideas de ciertos lobbys, mejor dicho de una ideología, la cual está financiados de manera discreta por un Estado, grupos multinacionales o financieros, para que preparen en terreno dentro de la sociedad civil, ideas que losthink-tanks van fomentando e introduciendo en las conciencias de la población utilizando los medios de comunicación, escuelas, universidades, generando debates para que las ideas para las cuales trabajan queden aceptadas y renocidas dentro de la población.
Pepe Escobar es periodista y autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Es también corresponsal para el diario Asia Times y analista político para the Real News.
http://www.voltairenet.org/article178520.html

miércoles, 29 de mayo de 2013

Revolución en horas bajas

New Left Review

Ya en 2011 las revueltas árabes fueron celebradas como acontecimientos capaces de cambiar el mundo, acontecimientos que definirían de un nuevo modo el espíritu de nuestros tiempos políticos. La asombrosa propagación de estos levantamientos de masas, seguidos enseguida por las protestas Occupy, disiparon las dudas que pudieran tener los observadores de izquierda de que se estaba en presencia de un fenómeno sin precedentes: “algo totalmente nuevo”, “ilimitado”, un “movimiento sin nombre”, revoluciones que anunciaban un nuevo camino hacia la emancipación. Según Alain Badiou, la Plaza Tahrir y todo el movimiento que tuvo lugar allí –luchas, barricadas, acampadas, debates, alimentación y cuidado de los heridos– constituía el “comunismo del movimiento”, postulado como una alternativa al Estado convencional liberal-democrático o autoritario, un concepto universal que anunciaba una nueva forma de hacer política, una verdadera revolución. Para Slavoj Žižek, sólo estos acontecimientos políticos “radicalmente nuevos”, sin organizaciones hegemónicas, liderazgos carismáticos o aparatos de partido, podían crear lo que él llamó la “magia de Tahrir”. Para Hardt y Negri, la primavera árabe, las protestas de los indignados en Europa y Occupy Wall Street expresaban el anhelo de las multitudes de una “democracia real”, un tipo diferente de política que podría sustituir a la incurable variedad liberal, desgastada y raída por el capitalismo corporativo. Estos movimientos, en suma, representaban las “nuevas revoluciones mundiales”. [1]
“Nuevas”, sin duda, pero ¿qué nos dice esta “novedad” sobre la naturaleza de estos levantamientos políticos?, ¿qué valor les atribuye? De hecho, al tiempo que estas confiadas valoraciones circulaban por Estados Unidos y Europa, los protagonistas árabes mismos se angustiaban sobre el destino de sus “revoluciones”, lamentando los peligros de una restauración conservadora o su secuestro por free-riders aprovechados. Dos años después de la caída de los dictadores en Túnez, Egipto y Yemen, no ha habido grandes cambios efectivos en las instituciones de estos países o en las bases de poder de las viejas élites. La policía, el ejército y el poder judicial; los medios de comunicación controlados por el Estado; las élites empresariales; y las redes clientelares de los viejos partidos gobernantes se han mantenido más o menos intactos. El hecho de que los gobernantes militares provisionales egipcios hayan impuesto la prohibición de las huelgas y hayan llevado a más de 12.000 activistas ante los tribunales militares sugiere que algo extraño encierra el carácter de estas “revoluciones”.
En cierto sentido, estas reacciones opuestas –alabanzas y lamentaciones– reflejan la realidad paradójica de las “revoluciones” árabes, si entendemos el término “revolución” en el sentido de, como mínimo, una transformación rápida y radical del Estado impulsada por movimientos populares de la base. Las polarizadas opiniones se hacen eco de la profunda separación entre dos dimensiones clave de la revolución: el movimiento y el cambio. Las narrativas laudatorias se han centrado principalmente en la “revolución como movimiento”, en los dramáticos episodios de gran solidaridad y sacrificio, de altruismo y propósito común, la communitas de Tahrir. Aquí, la atención se centra en esos momentos extraordinarios vividos en toda movilización revolucionaria, cuando las actitudes y los comportamientos de repente se transforman: las divisiones sectarias se desvanecen, reina la igualdad de género y el egoísmo disminuye, las clases populares muestran una notable capacidad de innovación en el activismo, la autoorganización y el proceso democrático de toma de decisiones. Estos relevantes episodios merecen sin duda ser destacados y documentados; sin embargo, el énfasis en la “revolución como movimiento” ha servido para oscurecer la naturaleza peculiar de estas “revoluciones” en términos de cambio, con poco que decir acerca de lo que ocurre el día después de que los dictadores abdiquen. Incluso pueden servir para ocultar las paradojas de estos levantamientos, modelados por unos nuevos tiempos políticos en los que las grandes visiones y utopías emancipadoras han dado paso a proyectos fragmentarios, improvisación e imprecisas redes horizontales.
Estrategias transformadoras
¿Estamos realmente viviendo tiempos de revolución? En cierto sentido sí. La crisis de la democracia liberal occidental y la falta de gobiernos responsables en muchos lugares del mundo, junto con el aumento de la desigualdad y una sensación de privación que afecta a grandes sectores de la población mundial, incluyendo estratos de población cultos y cualificados sometidos al giro neoliberal, han creado un verdadero callejón sin salida político y han potenciado la necesidad de un cambio drástico. Una década antes, David Harvey había señalado este malestar, argumentando que el mundo necesitaba, más que nunca, un Manifiesto Comunista. [2] Pero, entonces como ahora, un mundo necesitado de revoluciones no significa que tenga capacidad para generarlas si carece de los medios y la visión necesarios para una transformación fundamental. En otro sentido, por lo tanto, puede que éstos no sean tanto tiempos de revolución como tiempos de paradoja, cuando la posibilidad de la “revolución como cambio” –es decir, de transformación rápida y radical del Estado– ha sido totalmente socavada, a la vez que la “revolución como movimiento” abunda de forma espectacular. Los levantamientos árabes expresaron esta anomalía. No es de extrañar pues que sus trayectorias –salvo los casos de Libia y Siria, que asumieron la forma de guerras revolucionarias mediatizadas por la intervención militar extranjera– no se asemejen a ninguna de las vías conocidas para el cambio político: reforma, insurrección o implosión. Parecen tener un carácter propio.
Históricamente, los movimientos sociales y políticos que siguen a una estrategia reformista suelen organizar una campaña sostenida de presión sobre el régimen en el poder a fin de que éste lleve a cabo reformas, utilizando para ello las instituciones existentes del Estado. Basándose en su poder social –la movilización de las clases populares– el movimiento de oposición obliga a la clase política a reformar sus leyes e instituciones, a menudo a través de algún tipo de pacto negociado. El cambio tiene lugar en el marco de los acuerdos políticos existentes. La transición a la democracia en países como Brasil y México en la década de 1980 fue de esta naturaleza. La dirección del movimiento verde iraní sigue una vía reformista similar. En esta trayectoria, la profundidad y el alcance de las reformas pueden variar: el cambio puede ser superficial, pero también puede ser profundo si toma la forma de una suma de reformas legales, institucionales y político-culturales.
Por el contrario, la vía insurreccional requiere un movimiento revolucionario constituido a lo largo de un período bastante largo de tiempo, y el desarrollo de un liderazgo y una estructura organizativa reconocidos, junto con un plan para un nuevo orden político. Mientras que el régimen en el poder despliega su policía o aparato militar para resistir cualquier cambio, las deserciones comienzan a dividir el bloque gobernante. El campo revolucionario avanza, atrae a los desertores, forma un gobierno en la sombra y construye estructuras de poder alternativas. Todo ello pone límites a la capacidad del Estado para gobernar su propio territorio, creando una situación de “doble poder” entre el régimen y la oposición, que, por lo general, posee un líder carismático del tipo de Lenin, Mao, Castro, Jomeini, Walesa o Havel. Cuando la revolución tiene éxito, la situación de doble poder culmina en una batalla insurreccional en la que el campo revolucionario toma el poder por la fuerza, suprime los viejos organismos de la autoridad y establece otros nuevos. Aquí hay una reforma integral del Estado, con nuevo personal, nueva ideología y un modo alternativo de gobierno. La revolución cubana de 1959, la revolución sandinista en Nicaragua y la revolución iraní, ambas en 1979, fueron ejemplos de la vía insurreccional. El régimen de Gadafi se enfrentó a una insurrección revolucionaria bajo la dirección del Consejo Nacional de Transición que, con el respaldo de la OTAN, desde la liberada Bengasi hasta la captura de Trípoli.
Hay una tercera posibilidad: la “implosión del régimen”. Una revuelta puede cobrar impulso a través de huelgas u otras formas de desobediencia civil, o por medio de la guerra revolucionaria, llegando progresivamente a rodear la capital, por lo que al final se produce la implosión del régimen, su colapso, en medio de la desorganización, las defecciones y el desorden total. En su lugar, las élites alternativas forman rápidamente nuevos órganos de poder, a menudo en condiciones de confusión y desorden, en manos de personas con poca experiencia en la función pública. El régimen de Ceausescu, en Rumania, se desplomó en medio de la violencia y el caos político en 1989, pero fue reemplazado por un orden político y económico muy diferente bajo un organismo recién establecido, el Frente de Salvación Nacional, dirigido por Ion Iliescu. Tanto en la insurrección como en la implosión, los intentos de transformar el sistema político no operan a través de las instituciones estatales existentes, sino al margen de ellas, a diferencia del camino reformista.
Movimientos sui generis
Las “revoluciones” egipcia, tunecina y yemení no han tenido apenas parecido con alguna de estas vías. Una primera particularidad a destacar es su velocidad. En Egipto y Túnez, poderosos levantamientos de masas lograron algunos resultados muy rápidos: los tunecinos en el transcurso de un mes y los egipcios en tan sólo dieciocho días lograron desalojar a gobernantes autoritarios antiguos y desmantelar una serie de instituciones asociadas a ellos –entre otras sus partidos políticos, órganos legislativos y una serie de ministerios–, comprometiéndose con políticas de reforma constitucional y política. Estos avances se lograron de una manera que fue, en términos de los estándares relativos, notablemente cívica y pacífica, así como rápida. Pero estas rápidas victorias –a diferencia de las prolongadas revueltas de Yemen y Libia, o las de Bahrein y Siria, que continúan– dejaron poco tiempo para que las respectivas oposiciones construyeran sus propios órganos paralelos de gobierno, si es que ésta había sido su intención. En cambio, los revolucionarios querían que las instituciones del régimen –el ejército egipcio, por ejemplo– llevaran a cabo reformas sustanciales en nombre de la revolución: modificar la Constitución, celebrar elecciones, garantizar la libertad de los partidos políticos e instituir un gobierno democrático. He aquí una anomalía fundamental de estas revoluciones: gozaban de enorme prestigio social, pero carecían de autoridad administrativa; alcanzaron un notable grado de hegemonía, pero no llegaron realmente a gobernar. Así, los regímenes en el poder continuaron más o menos intactos; hubo pocas instituciones estatales nuevas o medios de gobierno nuevos que pudieran encarnar la voluntad de la revolución. En la medida en que emergían nuevas estructuras, pronto fueron ocupadas no por los revolucionarios sino por oportunistas aprovechados –free-riders–, es decir corrientes políticas tradicionalmente bien organizadas cuyos líderes habían permanecido al principio al margen de las luchas contra las dictaduras.
Es cierto que las revoluciones de Europa Central y Oriental de 1989 también fueron asombrosamente rápidas y, en su mayor parte, no violentas: la de Alemania del Este tomó diez días; la de Rumania, sólo cinco. Lo que es más, a diferencia de Egipto, Yemen o Túnez, realizaron una completa transformación de sus sistemas políticos y económicos nacionales. Esto podría explicarse diciendo que la distancia entre lo que el pueblo tenía –un Estado comunista de partido único y una economía dirigida por éste– era tan radicalmente grande respecto a lo que deseaba –democracia liberal y economía de mercado– que la trayectoria de cambio tenía que ser revolucionaria. Cualquier reforma intermedia y superficial habría sido detectada fácilmente y hubiera tenido que hacer frente a resistencias. [3] Se trataba de algo muy diferente del patrón revolucionario en Egipto o Túnez, donde la demanda de “cambio”, “libertad” y  "justicia social" se definía de manera tan vaga “justicia social” se definía de manera tan vaga que pudo llegar a apropiársela la contrarrevolución. En este sentido, las experiencias de Egipto y Túnez se parecían más a la de Georgia, de la “revolución rosa” de 2003, o de Ucrania, de la “Revolución Naranja” de 2004-2005, donde, en ambos casos, un movimiento popular masivo y sostenido derribó a los gobiernos corruptos existentes. En estos casos, la trayectoria fue, en realidad, más reformista que revolucionaria.
Sin embargo, había un aspecto más prometedor en los levantamientos árabes, un poderoso impulso revolucionario más profundo y de mayor alcance que las protestas en Georgia o Ucrania. En Túnez y Egipto la salida de los dictadores y sus aparatos de coerción                                     
Egipto, la salida de los dictadores y sus aparatos de coerción dieron paso a un espacio libre sin precedentes para los ciudadanos, sobre todo de las clases populares, para recuperar sus sociedades y autoafirmarse. Al igual que en la mayoría de las situaciones revolucionarias, se liberó una enorme energía y una sensación incomparable de renovación transformó la esfera pública. Los partidos políticos prohibidos emergieron de las sombras y se crearon otros nuevos –al menos doce en Egipto y más de un centenar en Túnez–. Las organizaciones sociales se hicieron oír más y empezaron a emerger llamativas iniciativas populares. Desaparecida la amenaza de persecución, los trabajadores combatieron por sus derechos, y huelgas y acciones espontáneas surgieron por doquier. En Túnez, los sindicatos existentes asumieron un papel más destacado.
En Egipto, los trabajadores presionaron para lograr nuevos sindicatos independientes: la Coalición de Trabajadores de la Revolución del 25 de enero afirmó los principios de la revolución: cambio, libertad, justicia social. Los pequeños agricultores pidieron sindicatos independientes; los habitantes de los suburbios pobres de El Cairo comenzaron a construir sus primeras organizaciones autónomas; grupos de jóvenes lucharon por mejorar los asentamientos precarios, elaboraron proyectos cívicos y recuperaron su orgullo. Los estudiantes salieron a las calles para exigir que el Ministerio de Educación revisara sus programas de estudios. Nuevos grupos se formaron –en Egipto, el Frente Revolucionario de Tahrir; en Túnez, el Organismo Supremo para la Realización de los Objetivos de la Revolución– a fin de ejercer presión sobre las autoridades postrevolucionarias para que realizase reformas significativas. Por supuesto, todo ello representaba niveles de movilización popular propios de esos tiempos excepcionales. Pero la extraordinaria sensación de liberación, el impulso de autorrealización, el sueño de un orden social justo; en definitiva, el deseo de “todo lo nuevo”, fue lo que definió el espíritu de estas revoluciones. Sin embargo, a medida que estos estratos sociales de masas se adelantaban en mucho a sus élites, se hizo evidente la principal anomalía de estas revoluciones: la discrepancia entre el deseo revolucionario de lo “nuevo” y una trayectoria reformista que podía conducir al enraizamiento de lo “viejo”.
¿Refoluciones?
¿Así pues, cómo podemos captar el significado de las revueltas árabes, dos años después de la expulsión de Mubarak y Ben Alí? Hasta el momento, las monarquías de Jordania y Marruecos han optado por reformas políticas menores. En Marruecos, el cambio constitucional permitió que el líder del partido mayoritario en el Parlamento formara gobierno. En Siria y Bahrein, prolongadas batallas contra el poder coercitivo de los respectivos regímenes llevaron las revueltas a optar por una vía insurreccional cuyos resultados están por verse. El régimen libio fue derrocado en una guerra revolucionaria violenta. Pero las revueltas en Egipto, Yemen y Túnez tuvieron una trayectoria específica, que no puede caracterizarse ni como “revolución” per se ni simplemente en términos de medidas “reformistas”. En su lugar, puede tener sentido hablar de “refoluciones”: revoluciones que tienen como objetivo impulsar reformas dentro y a través de las instituciones del régimen existente. [4]
Como tales, las “refoluciones” encarnan realidades paradójicas. Poseen la ventaja de asegurar transiciones ordenadas, evitar la violencia, la destrucción y el caos, es decir, los males que aumentan considerablemente el costo del cambio. Los excesos revolucionarios, el “reino del terror” y los juicios sumarios se pueden evitar. Sin embargo, la posibilidad de una verdadera transformación a través de reformas del sistema y pactos sociales dependerá de que la movilización permanente y la vigilancia de las organizaciones populares –capas populares, asociaciones cívicas, sindicatos, movimientos sociales, partidos políticos– ejerza una presión constante. De lo contrario, las “refoluciones” encierran el peligro permanente de una restauración contrarrevolucionaria, precisamente porque la revolución no ha alcanzado a las instituciones clave del poder estatal. Podemos imaginar cómo los poderosos intereses, lesionados por la ferocidad de los levantamientos populares, tratan desesperadamente de reorganizarse, instigando sabotajes y difundiendo “propaganda negra”. Las elites derrotadas pueden propagar el cinismo y el miedo mediante la invocación del “caos” y la inestabilidad, a fin de generar la nostalgia de los tiempos “seguros” del antiguo régimen. Los ex altos funcionarios, los antiguos apparatchiks del partido, los redactores jefe, los hombres de negocios de alto nivel y los agraviados operativos de los servicios de seguridad e inteligencia se pueden infiltrar en las instituciones de poder y propaganda para cambiar las cosas a su favor.
En Yemen, los elementos clave del antiguo régimen han permanecido intactos, a pesar de que un renovado aire de libertad y activismo independiente promete impulsar la reforma política. Los viejos grupos dirigentes y mafias económicas de Túnez están dispuestos a luchar para bloquear el camino a un auténtico cambio, para lo cual tienen a su disposición una densa red de facciones políticas y organizaciones empresariales. En Egipto, el Consejo Supremo de las FFAA fue responsable de la represión generalizada, el encarcelamiento de un gran número de revolucionarios y el cierre de organizaciones críticas de oposición. El peligro de una restauración, o de un cambio meramente superficial, se agrava a medida que desaparece el fervor revolucionario, vuelve la vida a la normalidad y la gente se desencanta, condiciones que han comenzado ya a aparecer en la escena política árabe.
Tiempos diferentes
¿Por qué los levantamientos árabes, a excepción de los de Libia y Siria, asumen este carácter “refolucionario”? ¿Por qué las instituciones clave del antiguo régimen se mantienen intactas, mientras que las fuerzas revolucionarias van quedando marginadas? En parte, esto tiene que ver con la rapidez de la caída de los dictadores, que dio la impresión de que la revolución había llegado a su fin, que había alcanzado sus objetivos, sin un cambio sustancial en la estructura de poder. Como hemos visto, esta rápida “victoria” no ofreció muchas oportunidades a los movimientos de establecer órganos alternativos de poder, aunque hubieran tenido la intención de hacerlo. En este sentido, estas revoluciones tuvieron esta autolimitación. Pero también había algo más en juego: los revolucionarios se mantuvieron fuera de las estructuras de poder porque no entraba en sus planes apoderarse del Estado. Y cuando, en etapas posteriores, se dieron cuenta de que tenían que hacerlo carecían de los recursos políticos –organización, liderazgo, visión estratégica– necesarios para arrebatar el control tanto de los viejos regímenes como de los oportunistas free-riders, como los Hermanos Musulmanes o los salafistas, que habían desempeñado un papel limitado en el levantamiento, pero que en cambio contaban con la capacidad organizativa para tomar el poder. Una diferencia principal entre las revueltas árabes y sus predecesores del siglo XX fue que aquéllas ocurrieron en tiempos ideológicos muy alterados.
Hasta la década de 1990, tres grandes tradiciones ideológicas habían sido las portadoras de la “revolución” como estrategia de cambio fundamental: el nacionalismo anticolonial, el marxismo y el islamismo. La primera, reflejada en las ideas de Fanon, Sukarno, Nehru, Nasser o Ho Chi Minh, concebía el orden social posterior a la independencia como algo nuevo, como una negación de la dominación política y económica del antiguo sistema colonial y de la burguesía clientelista. A pesar de que sus promesas superaron con creces su capacidad de alcanzar logros, los regímenes postcoloniales consiguieron progresos en ámbitos como educación, salud, reforma agraria e industrialización, medidas que se afirmaron en los planes nacionales de desarrollo (Al Mithaq, en Egipto (1962); Declaración de Arusha (1967); Directrices de Mwongozo (1971), en Tanzania). Sus principales logros se alcanzaron en la construcción del Estado: administración nacional, infraestructuras, formación nacional de clases. Sin embargo, los gobiernos nacionalistas comenzaron a perder su legitimidad al no poder hacer frente a problemas básicos como la desigualdad en la propiedad y distribución de la riqueza. A medida que los ex revolucionarios anticoloniales se convirtieron en administradores del orden postcolonial, no fueron capaces, en gran medida, de cumplir sus promesas, y en muchos casos los gobiernos nacionalistas se convirtieron en autocracias cargadas de deudas, y luego obligadas a adoptar programas neoliberales de ajuste estructural, cuando no fueron derrocados por golpes militares o socavados por las intrigas imperialistas. Hoy en día, el movimiento palestino es tal vez el último en seguir luchando por la independencia nacional.
El marxismo fue, sin duda, la corriente revolucionaria más formidable de la época de la Guerra Fría. Las revoluciones vietnamita y cubana inspiraron a una generación de radicales: Ernesto Che Guevara y Ho Chi Minh se convirtieron en figuras emblemáticas, no sólo en Asia, América Latina y el Oriente Medio, sino también entre los movimientos estudiantiles de Estados Unidos, París, Roma y Berlín. Los movimientos guerrilleros llegaron a simbolizar el radicalismo de la década de 1960. Éstos tuvieron un gran crecimiento en África, a raíz del asesinato de Patrice Lumumba y el endurecimiento del apartheid en Sudáfrica. En los años 70 una ola de revoluciones “marxistas-leninistas” derrocó a los gobiernos coloniales en Mozambique, Angola, Guinea-Bissau y otros países. Aunque la estrategia del “foco insurreccional” promovida por Che Guevara no dio frutos en América Latina, hubo insurrecciones exitosas en Granada y Nicaragua a finales de la década de 1970, mientras que El Salvador parecía ser otro posible candidato al avance revolucionario. Los revolucionarios latinoamericanos encontraron un nuevo aliado en la Teología de la Liberación, que inspiró a algunos católicos, incluso miembros del clero, a unirse a la lucha. En Oriente Medio, el Frente de Liberación Nacional expulsó a los británicos de Adén y proclamó la República Popular de Yemen del Sur, y las guerrillas izquierdistas tuvieron un papel importante en Irán, Omán y los territorios ocupados de Palestina. El impacto de estos movimientos revolucionarios en el clima intelectual de Occidente fue innegable, ayudando a detonar en todo el mundo la rebeldía de los jóvenes, los estudiantes, los trabajadores y los intelectuales en 1968. En 1974, la Revolución de los Claveles derrocó a la dictadura en Portugal. Mientras que algunos partidos comunistas en Europa y el mundo en desarrollo tomaban un curso cada vez más reformista –eurocomunismo–, buen número de fuerzas dentro de la tradición marxista-leninista se mantenía comprometidas con la estrategia de la revolución.
Pero el panorama cambió radicalmente con la caída del bloque soviético. El concepto de revolución había sido tan intrínseco al de socialismo que la desaparición del “socialismo realmente existente” con las movilizaciones de finales de Europa del Este a finales de 1980 y la victoria de Occidente en la Guerra Fría, implicaron efectivamente el final de la “revolución” y a la vez del desarrollo dirigido por el Estado. El concepto de étatisme fue anatemizado como ineficiente y represivo, a la vez que conducente a la erosión de la autonomía y la iniciativa personales. Esto tuvo una profunda influencia en el concepto de revolución, con su énfasis en el poder del Estado, que ahora se identificaba con el autoritarismo y con los fracasos del bloque comunista. El avance del neoliberalismo, a partir de 1979 a 1980 con la victoria de Thatcher y Reagan, que más tarde se extendió como ideología dominante en gran parte del mundo, desempeñó un papel central en este cambio de discurso. En lugar de términos como “Estado” y “revolución” hubo un crecimiento exponencial de nuevos conceptos, como “ONG”, “sociedad civil”, “esferas públicas”, etcétera. En una palabra, reforma. El cambio gradual se convirtió en la única vía aceptable de transformación social. Los gobiernos occidentales, los organismos de ayuda y las ONG difundieron sin cesar el nuevo evangelio. La expansión del sector de las ONG en el mundo árabe y el hemisferio Sur en general significó un cambio drástico del activismo social inspirado en los intereses colectivos a un énfasis en la autoayuda individual en un mundo competitivo. En estos tiempos neoliberales, el espíritu igualitario de la Teología de la Liberación dio paso a un arrebato global del cristianismo evangélico, movido por el espíritu del interés personal y la acumulación.
La tercera tradición fue la del islamismo revolucionario, un rival ideológico del marxismo que, sin embargo, llevaba la impronta de su rival secular. Desde la década de 1970, los movimientos islamistas se basaron en las ideas de Sayyid Qutb en su batalla contra los estados laicos del mundo musulmán. Qutb mismo había aprendido mucho del líder islamista hindú Abul Maududi, quien a su vez había quedado impresionado por la estrategia organizativa y política del Partido Comunista de la India. Con su panfleto de 1964 titulado Milestones (Hitos), en el que abogaba por una vanguardia musulmana capaz de asaltar el Estado infiel y establecer un auténtico orden islámico, Qutb se convirtió en el equivalente islámico de Lenin con su ¿Qué hacer?, orientando la estrategia de grupos militantes como Jihad, Gama’a al-Islamiyya, Hizb ut-Tahrir y Laskar Jihad. Una serie de ex izquierdistas –Adel Hussein, Mustafa Mahmud, Tariq al-Bishri–desertó al campo islamista, llevándose consigo las ideas de la tradición marxista-leninista. La revolución iraní de 1979 se basaba tanto en las ideas de la izquierda como en las de Qutb. Milestones había sido traducida por el ayatolá Jamenei, actual líder supremo. El grupo marxista-leninista Fedayan-e Khalq y el “islamo-marxista” Muyahidín-e-Khalq tuvieron un papel importante en la radicalización de la oposición a la dictadura del Shah. Más importante, tal vez, fue el teorizador y divulgador Ali Shariati que, como estudiante del izquierdista francés Georges Gurvitch, habló apasionadamente de la “revolución” en una mezcla de expresiones marxistas y religiosas, invocando una “sociedad divina sin clases”. [5] El concepto de revolución había sido, pues, fundamental para el militantismo islamismo, tanto en su forma sunita como chií. Por consiguiente, esta tradición estaba en claro contraste con la estrategia electoral de islamistas como la Hermandad Musulmana, que aspiraban a lograr un apoyo social suficiente para tomar el Estado por medios pacíficos. [6]
Pero a comienzos del siglo XXI, la creencia de los militantes islamistas en la revolución también había perdido fuelle. En Irán, por ejemplo, el concepto antes tan querido de “revolución” había cambiado, y se equiparaba a destrucción y extremismo, al menos desde el momento de la victoria presidencial de Mohammad Jatami en 1997. El islamismo, entendido como un movimiento que considera al Islam como un sistema integral que ofrece soluciones a todos los problemas sociales, políticos y económicos, con un énfasis mayor en las obligaciones que en los derechos, estaba entrando en crisis. Los disidentes argumentaban que, en la práctica, el “estado islámico” que promovía la línea dura de Irán, Jamaat-e-Islami en Pakistán y Laskar Jihad en Indonesia, entre otros, era perjudicial tanto para el Islam como para el Estado. A finales de los 90 y principios del actual siglo se asistió al surgimiento de lo que he llamado las tendencias postislamistas. Éstas siguen siendo religiosas, no laicas, pero su objetivo es trascender las políticas islamistas, promoviendo una sociedad piadosa y un Estado laico que combine la religiosidad con los derechos, en diversos grados. Corrientes postislamistas como el AKP en Turquía, el partido Ennahda en Túnez y el Partido de la Justicia y el Desarrollo en Marruecos siguen una vía reformista hacia el cambio político y social, y se basan en los conceptos de la post-Guerra Fría, como “sociedad civil”, “rendición de cuentas”, “no violencia” y “gradualismo”. [7]
La rebaja de la esperanza
Así pues, las revueltas árabes ocurrieron en momentos en que el declive de las ideologías opositoras –nacionalismo anticolonial, marxismo-leninismo e islamismo– había ya deslegitimado la misma idea de “revolución”. Era una época muy diferente de, por ejemplo, finales de 1970, cuando mis amigos y yo, en Irán, a menudo invocábamos el concepto, a pesar de parecernos descabellado: pedaleando en nuestras bicicletas por los barrios opulentos del norte de Teherán especulábamos sobre la confiscación de los palacios del Shah y la distribución de las lujosas mansiones. Estábamos pensando en términos de revolución. Pero en el Oriente Próximo del nuevo milenio, casi nadie imaginaba el cambio en estos términos. Pocos activistas árabes realmente proponían estrategias de revolución, aunque pudieran soñar con ella. En general, el deseo era de reforma, de cambio significativo en el marco de la política existente. En Túnez, casi nadie pensaba en la revolución, de hecho, bajo el estado policial de Ben Alí, la intelectualidad había sufrido una “muerte política”, como alguien me dijo. [8] En Egipto, Kefaya y el Movimiento 6 de abril, a pesar de sus tácticas innovadoras, eran esencialmente reformistas, en la medida en que no tenían una estrategia para el derrocamiento del Estado. Algunos de sus activistas supuestamente habían recibido entrenamiento en Estados Unidos, Qatar y Serbia, principalmente en los ámbitos de la observación electoral, la protesta no violenta y la creación de redes. Por consiguiente, lo que surgió con el desarrollo de los levantamientos no fueron revoluciones per se, sino “refoluciones”, es decir, movimientos revolucionarios que pretendían obligar a los regímenes en el poder de reformarse a sí mismos.
En verdad, la gente puede tener o no una idea de la “revolución” para que ésta tenga lugar: que se produzcan levantamientos masivos tiene poco que ver con las teorizaciones al respecto. No son resultado de conjuras y planificaciones, aunque personas concretas puedan conspirar y planificar. Las revoluciones “simplemente” suceden. Ahora bien, tener o no ideas acerca de la revolución influye decisivamente en su resultado, cuando ocurren. El carácter “refolucionario” de las revueltas árabes significa que, en el mejor de los casos, están inacabadas, ya que los principales intereses e instituciones de los antiguos regímenes –y los oportunistas free-riders, Hermanos Musulmanes y salafistas– siguen frustrando las exigencias de un cambio significativo. Este resultado debe de ser doloroso para todos aquellos que esperaban un futuro justo y digno.
Puede servir de consuelo recordar que la mayoría de las grandes revoluciones del siglo XX –Rusia, China, Cuba, Irán– que tuvieron éxito en el derrocamiento de los antiguos regímenes autocráticos rápidamente crearon estados nuevos, igualmente autoritarios y represivos. Otros efectos secundarios de un cambio revolucionario radical son las sustanciales perturbaciones del orden y la administración. Libia, donde el régimen de Gadafi fue derrocado violentamente, no puede ser objeto de envidia para los militantes egipcios o tunecinos.
La combinación de la brutalidad de Gadafi y los intereses occidentales en el petróleo libio dio lugar a una insurrección violenta y destructiva, asistida por la OTAN, que puso fin al viejo régimen despótico de edad. Pero el nuevo gobierno todavía tiene que crear un sistema político más inclusivo y transparente. El Consejo Nacional de Transición (CNT) mantiene en secreto la identidad de la mayoría de sus miembros y su proceso de toma de decisiones. Las divisiones internas entre islamistas y laicos, su falta de autoridad efectiva sobre una serie de grupos de milicias descontrolados, y unas escasas capacidades administrativas hacen al CNT un grupo de gobierno mal equipado. [9] El país experimentó grandes perturbaciones –en materia de seguridad, administración y prestación de servicios básicos de infraestructura– hasta que la autoridad del CNT fue transferida a un organismo civil electo.
No se trata aquí de menospreciar la idea de las revoluciones radicales, ya que hay muchos aspectos positivos en estas experiencias –un nuevo sentido de la liberación, libre expresión y posibilidades abiertas de un futuro mejor, entre los más evidentes–. Más bien, es preciso destacar el hecho de que el derrocamiento revolucionario de un régimen represivo por sí mismo no garantiza un orden más justo e inclusivo. En efecto, las revoluciones radicales pueden llevar en sí el germen de un régimen autoritario, por cuanto la recomposición del Estado y la eliminación de la disidencia pueden dejar poco espacio para el pluralismo y la competencia política amplia. Por el contrario, la “refolución “puede crear un mejor entorno para la consolidación de la democracia electoral, ya que, por definición, es incapaz de monopolizar el poder del Estado. En cambio, la emergencia de múltiples centros de poder –entre otros los de la contrarrevolución– pueden neutralizar los excesos de las nuevas elites políticas. Así, la Hermandad Musulmana de Egipto y el partido Ennahda tunecino tienen pocas posibilidades de monopolizar el poder a la manera que los jomeinistas hicieron en el Irán postrevolucionario, precisamente porque una serie de intereses poderosos, entre ellos los del antiguo régimen, siguen activos y eficaces.
Puede pues valer la pena considerar otra comprensión de la “revolución” con arreglo a las líneas desarrolladas por Raymond Williams en The Long Revolution, es decir, un proceso que es “difícil”, en el sentido de complejo y multifacético; “total“, lo que significa transformador, no sólo en lo económico sino en lo social y cultural; y “humano”, con la participación de las estructuras más profundas de relaciones y sentimientos. [10] En consecuencia, en lugar de buscar resultados rápidos o preocuparse por hacer demandas, podríamos ver las revueltas árabes como “revoluciones largas” que pueden dar sus frutos dentro de diez o veinte años, mediante el establecimiento de nuevas formas de hacer las cosas y nuevas formas de pensar el poder. Sin embargo, lo que está en juego no son las meras preocupaciones semánticas sobre cómo definir las revoluciones, sino los duros problemas de las estructuras de poder y los intereses arraigados. Con independencia de cómo caractericemos el proceso –como “revolución larga” o como un proceso que comienza con la transformación radical del Estado– la cuestión fundamental es cómo conseguir un cambio esencial desde el viejo orden autoritario para inaugurar el cambio democrático significativo, al tiempo que evitamos violenta la coacción y la injusticia. Una cosa es cierta, sin embargo: el trayecto de lo “viejo” opresor a lo “nuevo” liberador no se cubrirá sin luchas y movilizaciones populares incesantes, en ámbitos públicos y privados. En efecto, la “revolución larga” puede tener que comenzar incluso cuando termine la “revolución corta”.
Notas:
[1] Keith Kahn-Harris, “Naming the Movement”, Open Democracy, 22.6.2011; Alain Badiou, “Tunisia, Egypt: The Universal Reach of Popular Uprisings”, disponible en www.lacan.com; Michael Hardt y Antonio Negri, “Arabas are the democracy”s new pioneers”, The Guardian, 24.2.2011; Paul Mason, Why It”s Kicking Off Everywhere: The New Global Revolutions, Londres 2012, p. 65.
[2] David Harvey, Spaces of Hope, Edimburgo, 2000
[3] En el caso de Alemania, las instituciones estatales de la RDA pudieron disolverse fácilmente en el seno de las funciones de gobierno de la RFA.
[4] El término “refolución” fue acuñado por Timothy Garton Ash, en junio de 1989, para describir las etapas iniciales de reforma política en Polonia y Hungría y el resultado de las negociaciones entre las autoridades comunistas y los líderes de los movimientos populares. Timothy Garton Ash, “Refolution, the Springtime of Two Nations”, New York Review of Books, 15.6.1989. En el presente texto, se utiliza el término con un significado claramente distinto.
[5] Asef Bayat, “Shariati and Marx: A Critique of an “Islamic” Critique of Marxism”, Alif: Journal of Comparative Poétics, no. 10, 1990.
[6] Es interesante notar que al-Qaida, el más militante y violento de los grupos yihadistas, se mantuvo en esencia no revolucionario, debido a su forma multinacional y sus difusos objetivos, como “salvar el Islam” o “la lucha contra Occidente”, y la idea de la yihad como un fin en sí mismo. Véase Faisal Devji, Landscapes of Jihad, Ithaca 2005.
[7] Asef Bayat, ed., Post-Islamism: The Changing Faces of Political Islam , Nueva York, 2013
[8] Cf. también Beatrice Hibou, The Force of Obedience , Cambridge 2011
[9] Ranj Alaaldin, ‘Libya: Defining its Future’, en Toby Dodge, ed., After the Arab Spring: Power Shift in the Middle East? , Londres, 2012
10 Anthony Barnett, ‘We Live in Revolutionary Times, But What Does This Mean?’, Open Democracy , 16.12.2011.
Fuente original: http://newleftreview.org/II/80/asef-bayat-revolution-in-bad-times
Traducción por S. Seguí.