martes, 14 de abril de 2015

Un crimen también occidental

Debate.Gabriel Sivinian

La necesaria afirmación del Genocidio que el Estado turco ejecutara sobre el pueblo armenio, a cien años del inicio de su concreción material, evidencia la continuidad del plan criminal, actualmente en la etapa negacionista. El gobierno de la República de Turquía insiste en la historia oficial, ocultando el Genocidio constituyente de su Estado-Nación. Proyecto de sus clases dominantes, el marco de la Primera Guerra Mundial conformó la estructura de oportunidad, para un Estado que suprimiría a minorías no integrables en una imaginada nacionalidad excluyente turca.
El desconocimiento de los hechos se supera al establecer analogías con el Genocidio de los pueblos originarios cometido por el Estado argentino, también en su etapa fundacional. Los objetivos de ambos procesos coinciden: expropiar medios productivos en pos de la acumulación endógena de capital y destruir colectivos “no asimilables”, expresión de culturas diversas.
Asimismo, los Estados fundados garantizaron la reproducción económica dependiente en el mercado mundial, expresando una alianza de clases locales y extranjeras. Esto adquiere valor superlativo. En tiempos del Genocidio armenio, y aún en fases de planificación previa y negación posterior, las burguesías euro-occidentales y sus Estados imperialistas (alternativa y simultáneamente, Gran Bretaña, Francia, Alemania y luego Estados Unidos) se asociaron, financiaron, asesoraron y protegieron diplomáticamente al Estado Turco.
La “Cuestión Oriental”, esto es, la forma en que esos Estados europeos junto a los imperios austro-húngaro y ruso, repartirían áreas de influencia, destruido el Imperio Otomano, fue un eje central de la política occidental en el siglo XIX. Las potencias alentaron sucesivamente, fuerzas centralistas y autonomistas en un mosaico multiétnico y multiconfesional. La situación de las minorías sostuvo la “ficción de las poblaciones sufrientes”, como excusa intervencionista.
Entidades educativas, sanitarias y religiosas sirvieron de “colores protectores” en el avance occidental. Cuando la “misión humanista” careció de población beneficiaria, asentaron grupos foráneos como los judíos del centro-este europeo, minorías perseguidas que, cínicamente, protegerían en tierras periféricas. Esta fue la política inglesa en Oriente Próximo, impulsora del “hogar nacional judío”, actual enclave colonial llamado Estado de Israel, que inició la Nakba (Catástrofe) palestina en curso.
Agentes de monopolios alemanes, ingleses y franceses siguieron a las misiones benéficas. Financiaron e invirtieron en infraestructura, en el marco de la exportación de capital. Buscaban dominar mercados y recursos, petróleo principalmente, y controlar las rutas comerciales al sudeste asiático.
Vencido los otomanos en la guerra, los Estados triunfantes trazaron el mapa regional según intereses ya expresados en el acuerdo Sykes-Picot. Las minorías fueron relegadas. Los sobrevivientes armenios percibieron las falacias prometidas en el lapso acontecido entre los Tratados de Sevres y Laussana.
Actualmente, la región está atravesada por múltiples conflictos. Las potencias euro-occidentales, ahora con aliados estatales y paraestatales, intervienen con idénticos pretextos, buscando redefinir territorios y poblaciones en su “nuevo mapa de Oriente Medio”.
No es posible cambiar el pasado, pero revisarlo permite comprender mejor el presente. Hoy sabemos que el Estado Genocida turco no tuvo responsabilidad exclusiva en los Crímenes rememorados. Al cumplirse su Centenario, el pueblo armenio exige Memoria, Verdad y Justicia.


 Gabriel Sivinian es sociólogo y profesor
Fuente www.clarin.com

lunes, 13 de abril de 2015

¿Cuál es ese islam que da miedo?


El líder del Estado Islámico, Abubaker al Bagdadí. / AP

Las atrocidades de los radicales demuestran el peligro de la interpretación literal del Corán

Por Tahar Ben Jelloun 
¿Cuál es ese islam que da miedo? ¿De dónde viene? ¿Qué relación tiene con la realidad histórica y teológica? ¿Cómo se explica? No hay duda de que nos asusta, pues suscita preguntas, más aún al comprobar la fuerza con la que el terrorismo golpea en nombre del islam, donde y cuando quiere. Aunque laislamofobia sea real y preocupe a las sociedades europeas, solo es un aspecto más de la crisis desatada estos últimos años entre Occidente y una parte de Oriente.
El día en que un individuo que se hace llamar Al Bagdadi se autoproclamó califa, hace casi un año, y anunció la creación de un Estado Islámico (EI) con unas fronteras sin definir, ese día, se declaró la guerra a los musulmanes pacíficos, a los europeos y al resto del mundo. Nadie se tomó en serio su discurso. Nadie se puso a averiguar quién lo financia, quién le suministra tanto armamento, quién lo lleva hacia esa deriva cada vez más asesina. Se sabe que atracó los bancos de Mosul, que se apoderó de algunos pozos de petróleo y que vende el crudo en el mercado negro. Pero ello no basta para mantener un ejército y financiar a los grupos yihadistas procedentes de Europa y del mundo árabe.
Los musulmanes, como el resto del mundo, necesitan saber qué está pasando. ¿El comportamiento del EI lo justifica el islam? ¿Es una herejía? ¿Es pura invención de Al Bagdadi, quien, tras haber pasado por las cárceles iraquíes, quizá quiera justificar su sed de mal y de poder para reinar sobre los musulmanes del mundo?
Cuando consultamos el Corán y algunas de sus interpretaciones, resulta evidente que el islam experimentó diversas fases de combate y de violencia, principalmente en sus inicios. Algunas aleyas [versículos de Corán] ordenan luchar con las armas hasta que el islam triunfe. Coinciden justo después de la hégira deMahoma a Medina, en 622. El profeta tiene enemigos que no solo no creen en su mensaje, sino que intentan matarlo. La aleya 29 de la sura 9 [capítulo 9 del Corán] es clara, pero hay que leerla a la luz del contexto de entonces, y no del actual: “¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la Escritura, no creen en Dios ni en el último Día, no prohíben lo que Dios y Su Enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que, humillados, paguen el tributo directamente!”. En esa misma sura, aleya 73, se dice: “¡Profeta! ¡Combate contra los infieles y los hipócritas, sé duro con ellos!”. Mahoma luchó contra sus adversarios, sobre todo contra los judíos de Medina y los adoradores de ídolos de piedra. El reconocimiento del mensaje divino siempre ha ido acompañado de dramas y tragedias. No hay más que ver la historia de las religiones. Pero aquello sucedía hace 15 siglos, en unas circunstancias y un contexto determinados, vinculados a la época en que las tribus de Arabia combatían entre ellas mucho antes de la llegada del islam.
El verdadero problema es que se invite al siglo VII a asentarse entre nosotros en la época moderna. Uno no puede desplazar los contextos y la historia a su antojo, según sus necesidades. En cambio, el EIactúa como si los 15 siglos que nos separan de la aparición del islam hubieran sido borrados de un sablazo mágico.
Aunque minoritarios, algunos musulmanes son conscientes de la urgente necesidad de introducir reformas, de revisar algunos textos que son inaplicables y se han quedado caducos en el siglo XXI. Son musulmanes que están a favor del laicismo, de la enseñanza de los principios de tolerancia y respeto del diferente desde la infancia, que están a favor de los valores humanistas, y desean un islam sosegado, tranquilo y reservado a la esfera privada.
Pero esos combatientes movidos por el odio han hecho una lectura literal del Corán, tomando al pie de la letra lo que ha sido revelado. ¡Fuera metáforas, símbolos, distancia, inteligencia! Esa lectura estrecha y simplista, falsa en definitiva, es la que por desgracia se impuso desde el siglo XVIII, desde que Mohamed Abdel Wahab, un teólogo saudí, aplicó el dogma de la sharía, que ha dado lugar a ese islam rígido e integrista denominado wahabismo. Arabia Saudí y Qatar siguen ese rito.
¿Cómo puede atraer ese mensaje brutal del EI a unos jóvenes europeos de cultura musulmana o conversos? Esa visión del islam y de sus promesas seduce a unos chicos de identidad poco consolidada que se imaginan que en ese combate hallarán su razón de ser y de vivir. El discurso y las acciones criminales de Al Bagdadi han sido posibles porque en la mayoría de los países musulmanes el sistema democrático y el Estado de derecho no están realmente establecidos; porque la sociedad occidental no ha dado una oportunidad a esos jóvenes de origen inmigrante, y ello ha facilitado que se sientan atraídos por la arriesgada aventura de la yihad; porque son percibidos como europeos de segundo orden y constatan que impugnar el sionismo y solidarizarse con los palestinos se considera antisemitismo; porque el discurso de los que los reclutan los convence, y suponen que han encontrado lo que les falta: una identidad que los reconforte y les dé seguridad. ¡Lo paradójico es que su razón de vivir los conduzca a morir como mártires con la promesa de un paraíso!

El Estado Islámico es rico y paga a sus combatientes con dinero contante y sonante
Algunos se van a Siria y a Irak por estos motivos, otros lo hacen por afán de aventura y por dinero. El EI es rico y paga a sus combatientes con dinero contante y sonante. El islam se extravía entre esas consideraciones, y así podemos ver a mujeres de negro, tapadas de la cabeza a los pies, que reprochan a otras, también cubiertas de arriba abajo, que el manto que las cubre no sea lo bastante tupido… Y en nombre de ese islam nostálgico de sus primeros tiempos, el EI ocupa la tercera parte de Irak y la cuarta parte de Siria. Es lo que la coalición internacional desearía evitar con sus bombardeos cada vez más intensos. Pero ahora ya sabemos que esas intervenciones no son eficaces y que la solución ha de llegar de los propios países musulmanes. Tardará en dar sus frutos, pero se podría empezar por pequeños y sencillos pasos, tales como revisar los manuales escolares, poner en práctica una pedagogía ambiciosa para luchar de manera profunda y objetiva contra la ignorancia, contra esas desviaciones que llevan al terrorismo y a ese miedo absurdo al islam y a los musulmanes.
Traducción de Malika Embarek López.
Tahar Ben Jelloun es escritor marroquí, ganador del premio Goncourt. Su nuevo libro se llama El islam que da miedo (Alianza).
www.elpais.com

jueves, 9 de abril de 2015

El caos como apuesta para el nuevo Oriente Medio

¿A quién beneficia lo que ocurre?, es la pregunta que debemos hacernos en cualquier análisis de una realidad. ¿A quién beneficia la radicalización y el yihadismo en Oriente Medio?
Arabia Saudí emplea armas estadounidenses en sus intervenciones en países... también árabes.

Ciudad Vieja de Saná, capital de Yemen /Foto: Olga Rodríguez, 2010
Ciudad Vieja de Saná, capital de Yemen /Foto: Olga Rodríguez, 2010
La crisis europea, la corrupción en el seno de algunos Gobiernos de nuestro continente, el aumento de la desigualdad y de la pobreza nos dejan poco espacio para prestar atención a lo que ocurre en Oriente Medio. Y, sin embargo, deberíamos tener un ojo siempre puesto en la región vecina, pues en ella se viven algunos de los acontecimientos más convulsos de su ya de por sí agitada historia reciente, y en ellos participan e influyen, de un modo u otro, países occidentales.
Las alianzas tejidas en Oriente Medio son cada vez más complejas y enrevesadas. Siria, Libia, Yemen e Irak son los cuatro puntos más calientes. Libia es un territorio caótico en el que las fuerzas aliadas de la OTAN introdujeron armas y permitieron el descontrol durante su lucha contra el gobierno de Gadafi en 2011. No era dificil adivinar -y así lo advertimos muchos en diversos artículos o libros- que el reparto de armas entre grupos radicales, la intervención de ejércitos extranjeros y las luchas por el poder surgidas a raíz de la caída del régimen de Gadafi fueran a extender el caos y el belicismo más allá de las fronteras libias.
Irak representa el principio de esta nueva tragedia en la región. Desde la invasión y ocupación ilegal del país en 2003 el territorio iraquí se ha convertido en un infierno. El Ejército estadounidense ocupó territorios, allanó casas, humilló a familias, torturó a presos, arrestó a miles de inocentes, permitió los saqueos y el caos, y de hecho hizo de ello, del caos, su estrategia política para la región. Las consecuencias de la mal llamada guerra de Irak no son producto de errores militares y políticos, sino el resultado buscado en una región que, cuanto más débil y caótica sea, más controlable resultará para las potencias que quieren seguir aprovechándose de ella.
Aunque en los últimos años Occidente ha querido mirar más a Asia, lo cierto es que en Oriente Medio se siguen midiendo pulsos, marcando poderes, controlando bases militares y extrayendo petróleo. Su estratégica situación geográfica, entre Asia y Europa -imprescindible lugar de paso para gaseoductos y oleoductos- su riqueza en materias como el oro negro y el gas, la presencia en ella de bases militares clave, su cercanía geográfica con Rusia y China, la composición de su sociedades, llamativamente jóvenes, y la existencia en ella de un país como Israel mantienen esta zona como un perpétuo tablero de ajedrez que demasiado a menudo se transforma en campo de batalla abierta.
Sería un error simplificar análisis concluyendo que lo que ocurre en la actualidad es consecuencia de los intentos de revolución y de las revueltas en varios países árabes en 2011. Aquello fue, en varios casos, un genuino intento de irrupción social por parte de sectores que reclamaron pan, libertad y justicia social en naciones marcadas por políticas dictatoriales, injerencias extranjeras, medidas económicas impuestas por organismos internacionales ajenos a los intereses de estas sociedades y expolios causados primero por el colonialismo y después por el neocolonialismo. Pero rápidamente esas revueltas fueron secuestradas o reconducidas por actores interesados en mantener el statu quo anterior o, incluso, en aprovechar la situación a su favor para hacerse con más cuotas de influencia y poder en la región.
Es el caso de Arabia Saudí, aliado de Estados Unidos desde hace décadas. La monarquía absolutista de Riad no ha dudado en extender sus tentáculos en Siria, Irak, Egipto o Yemen, con el objetivo de aplastar revueltas, controlar gobiernos y marcar influencia, sin importarle para ello apoyar a grupos fundamentalistas y distribuir armas entre combatientes radicales.
¿A quién beneficia lo que ocurre?, es la pregunta que debemos hacernos en cualquier análisis de una realidad. ¿A quién beneficia la radicalización y el yihadismo en Oriente Medio? A las dictaduras árabes. A quienes en nombre de la seguridad están dispuestos a sacrificar la posibilidad de libertad, democracia e independencia de los países de la región. Beneficia a las potencias extranjeras necesitan justificar sus intervenciones militares y sus injerencias políticas. Beneficia a quienes temen un Oriente Medio libre y democrático, con naciones árabes y musulmanas unidas trabajando por su bien común. Como suele decir un amigo palestino que vive en los territorios ocupados, “cada vez que Al Qaeda instrumentaliza nuestra causa hablando de Palestina, nos está disparando en la cabeza”.
Los países del Golfo han financiado a grupos fundamentalistas en Libia, Irak y Yemen, a milicias enfrentadas en Siria y al sector golpista en Egipto. Arabia Saudí y Emiratos enviaron tropas a Bahrein para aplastar a los manifestantes que exigían libertad en las revueltas de 2011. Arabia Saudí contribuyó activamente a la represión de los Hermanos Musulmanes en Egipto pero ahora busca su alianza en Yemen. Estados Unidos permite la actuación de Irán en su lucha contra el Estado Islámico en Irak pero se posiciona a favor de Arabia Saudí en Yemen - facilitando armas a Riad- en su lucha contra las milicias hutíes que reciben aliento de Teherán. En cuanto a Siria, Washington ha jugado a mantener un peligroso equilibrio consistente en evitar el exceso de poder de los bandos implicados, para que nadie gane, para que todos se desgasten.
Por más guerras y contradictorios juegos de alianzas que se tejan, lo cierto es que el recorrido lógico -e inevitable, si no fuera por la contumaz apuesta por el caos de las potencias involucradas- en Oriente Medio exigiría dos medidas urgentes: la ruptura de las alianzas clave de Occidente con países como Arabia Saudí y el fin de la ocupación israelí de los territorios palestinos. Las negociaciones en Lausana de Estados Unidos con Irán -en las que han participado Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania- planean sobre todos los acontecimientos que están ocurriendo en Oriente Medio. No es casualidad que Arabia Saudí, con el apoyo de varios países árabes, comenzara a bombardear Yemen mientras se desarrollaban las conversaciones con Teherán.
Yemen, el país árabe más pobre del mundo, en el que se calcula que hay 60 millones de armas, está siendo utilizado como uno de los elementos para condicionar las negociaciones con Irán, negociaciones que Arabia Saudí e Israel desearían sabotear. Ya sabemos por tanto para qué están “sirviendo” las armas que Estados Unidos ha vendido a la monarquía absolutista saudí, en una transacción a plazos que, si no se interrumpe, será la mayor venta de armas estadounidenses de la historia: Arabia Saudí emplea  equipamiento militar estadounidense - y también europeo- para intervenir en otros países...árabes, contribuyendo activamente a una mayor desestabilización de la región.
Yemen es el cuarto país árabe en el que Arabia Saudí actúa militarmente en menos de tres años. A estas alturas no cabe duda de que potencias regionales e internacionales apuestan no por políticas que desembocan en errores -como más o menos inocentemente afirman algunos analistas- sino por políticas que garantizan el caos, el debilitamiento, la división de Oriente Medio. Porque desde el caos se puede perpetuar el control de territorios ajenos. Porque desde el caos se pueden mantener gobiernos títeres. Porque el caos facilita la dominación y 'justifica' las dictaduras como mal menor. Porque el caos fragmenta Estados y crea territorios serviles, elementos clave del nuevo mapa de Oriente Medio.
http://www.eldiario.es/

viernes, 3 de abril de 2015

10 países no-árabes de mayoría musulmana

Cuando hablamos de Islam suele venir a la memoria colectiva una imagen del prototipo étnico de un hombre o una mujer árabe, aunque resulta sorprendente el hecho de que tan solo un 20% de los más de mil millones de musulmanes del mundo sean árabes. Los países de mayoría musulmana se encuentran principalmente en Asia, África y Europa en menor medida. Choca quizá ver a una persona de tez morena con ojos rasgados prototípicos del continente asiático y que llevehijab al igual que una de ojos azules o de rasgos caucásicos: pues bien, es la realidad de una mayoría aplastante de musulmanes en países como Armenia, Bosnia, Indonesia, Malasia o Bangladesh. A continuación traemos unas imágenes que representan la realidad de 10 países de mayoría musulmana con la que evidenciar la heterogeneidad étnica de esta confesión religiosa.

 1. Bosnia y Herzegovina
bosnia

2. Albania
Albania

3. Kazajistán
Kazajistan

4. Pakistán
Pakistan

5. Malasia
MALAYSIA-RELIGION-ISLAM-RAMADAN

6. Somalia
Somalia

7. Indonesia
Indonesia

8. Bangladesh
bangladesh

9. Turquía
Turkey

10. Senegal
Senegal

Es por tanto el Islam una realidad heterogénea y debemos tener en cuenta que cada uno de los países de mayoría musulmana tiene una manera muy particular de enfocarlo, dependiendo siempre de sus factores culturales, políticos o lingüísticos.
Imagen | www.zimbio.com 
Fuente: http://queaprendemoshoy.com/

martes, 31 de marzo de 2015

Estado Islámico, hijo bastardo de la invasión de Irak









Un iraquí exhibe su armamento ante la bandera del Estado Islámico en...
Un iraquí exhibe su armamento ante la bandera del Estado Islámico en la localidad de Al-Alam. REUTERS
  • Su surgimiento tiene las raíces en el odio sectario

  •  generado por la ocupación militar


  • El jordano llevó Al Qaeda a Irak causando daños físicos y psicológicos

  • Fue quien impuso las decapitación de occidentales y la exhibición del horror ante la cámara

  • El terror era concebido por los suníes como un mal menor ante la ocupación y vejaciones

  • Sin esos elementos no se puede comprender el surgimiento del Estado Islámico en 2005

  • A EEUU y sus socios no pareció molestarles el IS hasta que la violencia fue televisada

  • El grupo se presenta como liberador de los suníes frente a un mundo que les odia


  • Ver más
Aquella tarde de octubre de 2003 caía un calor plomizo en la anónima y polvorienta localidad situada entre Abu Ghraib y Faluya donde se celebraba el encuentro, pero los rostros de los cuatro militantes del Jaish Ansar al Sunna que hablaban pausadamente, sentados en el suelo ataviados con dishdashas, no emitían ni una gota de sudor. La desesperación, la legitimidad que les daba defenderse de los invasores y falta de medios para explicar por qué luchaban contra la ocupación extranjera que en abril había derrocado a Sadam Husein les habían llevado hablar, largo y tendido, con esta periodista sobre sus acciones armadas.
A lo largo de cinco horas, les pregunté si defendían el uso de suicidas, una nueva forma de guerra que comenzaba a surgir en Bagdad de la mano de Abu Musab al Zarqawi, el jordano que llevó Al Qaeda a Mesopotamia, provocando ingentes daños materiales, físicos y sobre todo psicológicos. "¿Nosotros? Por supuesto que no. Esos son los árabes, los voluntarios de Arabia Saudí, que vienen aquí a morir por su yihad... Los iraquíes no nos suicidamos, preferimos morir matando", dijo el líder de la unidad, ufano.
Dos años después, cuando las torturas norteamericanas en Abu Ghraibhabían grabado el nombre del penal en los anales de la infamia y Faluya se había consagrado como un nuevo Grozni gracias a dos dantescos asaltos militares estadounidenses destinados a poner la ciudad suní de rodillas, no se escuchaban críticas contra los métodos de Zarqawi. Tampoco se podía volver a mantener semejante conversación con un grupo armado suní porque todos simpatizaban, cooperaban o se habían integrado en las huestes del jordano consagrando su posición de líder de Al Qaeda en la antigua Mesopotamia -juró lealtad a Bin Laden en 2004 como responsable de Tawhid wa Jihad [monoteísmo y guerra santa]- y suscribiendo sus métodos de terror como una opción legítima en el Irak invadido por Washington.

Represión y venganza

Fue Zarqawi quien puso, aquellos años en Irak, de moda las decapitaciones de occidentales -su primera víctima, Nicholas Berg, vestía un uniforme naranja como lo hacen ahora las víctimas de Jihadi John- y la exhibición del horror ante una cámara de vídeo. También impuso la justificación religiosa de cualquier abominación surgida de su mente y la ampliación de sus objetivos, mucho más allá de los ocupantes y sus aliados iraquíes, a las Naciones Unidas, embajadas, instituciones internacionales o a cualquier extranjero -árabe o no- que trabajase en Irak ya fuera como transportista, cooperante, periodista o mercenario. Cualquiera que osara pisar su territorio era sospechodo de apostasía, y todos debían pagar por ello. De la forma más cruel concebible.
No se puede acusar de maldad a la comunidad suní de Irak por haberse refugiado en el terror de Zarqawi, en todo caso, de haber llevado demasiado lejos sus ansias de revancha tras haber perdido el poder absoluto que su minoría disfrutaba desde hacía décadas. ISIS era un mal menor en el contexto de la ocupación militar, las torturas en prisiones norteamericanas e iraquíes, las vejaciones, los bombardeos de zonas civiles, las innumerables decisiones erróneas -cuesta creer que inocentes- adoptadas por la Casa Blanca (como la criminalización de los baazistas iraquíes, la disolución de las Fuerzas Armadas o la entrega del poder a facciones controladas desde Irán que dieron impunidad a sus milicias) y crímenes de guerra tan visuales como los cometidos en Abu Ghraib y en otras prisiones, caldo de cultivo del actual extremismo yihadista.
Sin todos esos elementos, es imposible comprender el surgimiento del Estado Islámico de Irak que fundó Zarqawi en 2005, origen del actual Estado Islámico reinventado por el sucesor de aquél, Abu Baqr al Baghdadi, en una jugada propiciada por el odio sectario generado por la invasión en sí. Antes de la agresión de 2003, la tensión interreligiosa era imperceptible en todo Oriente Próximo; la imposición norteamericana de un Gobierno chií reforzó a esta comunidad como vencedora y a la suní como vencida. En los primeros años de invasión, en Irak, cada atentado de Zarqawi contra un mercado, una mezquita o una marcha religiosa chií enconaba a las partes y empujaba a las milicias chiíes a buscar venganza. No necesitó ni un año y medio para lograr una guerra abierta entre los musulmanes iraquíes que le reportaría hombres, financiación global y legitimidad para erigirse como líder suní con la bendición de Al Qaeda. La invasión, sembrando Irak de cadáveres, destapó una caja de Pandora que no se limitaba a las fronteras iraquíes de los acuerdos de Sikes-Picot sino que se extendería con rapidez a todo Oriente Próximo.
La derrota, la represión y el sentimiento de abandono de los suníesexplica -que no justifica- el desmedido apoyo que terminarían dando a la doctrina takfiri -cualquiera que no comulgue con su visión, musulmán o infiel, es declarado apóstata, lo que conlleva condena a muerte- y aquel efímero primer éxito del Estado Islámico, implantado en Irak en 2006. A finales de 2004, Zarqawi renombró su organización Al Qaeda en el País de los Dos Ríos -nombre de Irak, en referencia al Tigris y el Éufrates- nombrándose a sí mismo emir de Al Qaeda en Mesopotamia y en 2005, asociado con otros movimientos en el Consejo de la Shura de los Muyahidin, terminaría sentando las bases del primer proyecto moderno de estado islámico.
El Estado Islámico de Irak (ISI), como fue bautizado, nació sin que Zarqawi pudiera verlo: muerto en un ataque norteamericano en junio de 2006, su sucesor egipcio Abu Ayyub al Masri fue el encargado de anunciar, en octubre de ese mismo año, su creación. Al Masri no sería sin embargo su líder, puesto que fue asignado a Abu Omar al Baghdadi para dar al grupo un rostro iraquí que aglutinara apoyos en Mesopotamia.
La escuela de terror de Zarqawi 
El califato islámico llegó a extender su poder a Mosul y a varios sectores de Bagdad además de las provincias suníes de Anbar y Diyala, con presencia menor pero destacada en Nínive, Salahadin, Kirkuk y Babel. Lo hacía mientras multiplicaba de forma exponencial los atentados en todo el territorio iraquí: chiíes, cristianos, yazidíes, norteamericanos y británicos pero también suníes se convirtieron en el objetivo de sus exacciones. Todos eran takfiri a ojos de los herederos de Zarqawi, lo que explica atentados como el de junio de 2007 contra la reunión de líderes tribales suníes de Anbar o asesinatos como el de Abdul Sattar Abu Risha, uno de los respetados líderes suníes del Irak de entonces.
El sentimiento de abandono de los suníes explica -que no justifica- el apoyo a la doctrina takfiri [cualquiera que no comulgue con su visión es apóstata, lo que conlleva condena a muerte]
Aquel califato también se financiaba con secuestros, donaciones exteriores y el control de instalaciones petrolíferas, conseguía sus armas saqueando las posiciones militares que tomaba y creó un completo proyecto de Estado con la burocracia que eso conlleva. Su consolidación atrajo a sus filas a miles de hombres, desencantados con grupos armados sin proyecto o carentes de futuro. Declaró su capital en Baaquba y no tardó en aplicar el mismo horror contra la propia población suní que, meses atrás, les había acogido de brazos abiertos, esperando que Al Qaeda restaurase los derechos y la dignidad que había perdido a manos de los invasores y los dirigentes religiosos chiíes.
El Estado Islámico de Irak comenzó a aplicar su particular sentido de la justicia con aparatosas ejecuciones de cualquier sospechoso deapostasía, secuestros de inocentes que serían liberados a cambio de rescate, torturas... Fumar, conducir, escuchar música no religiosa, cualquier cosa era susceptible de ser considerada un delito en el califato del primer Baghdadi.
El horror impune conlleva un precio. Las tribus suníes no habían apoyado a Al Qaeda en Irak para cambiar de opresores y seguir siendo víctimas.
La rebelión interna contra los extremistas fue fraguada, en un calculado ejercicio político, por Estados Unidos -sin interés por perder vidas doblegando un Estado Islámico temible para sus tropas- y las autoridades chiíes de Bagdad. La solución parecía brillante: dejar que los suníes combatiesen a otros suníes, preservando las vidas de los socios en el poder. Así surgieron las Sahwa, las fuerzas del despertar suní que tomaron las armas contra Al Qaeda para desembarazarse de la última forma de terror que se cebaba contra su comunidad. Lo lograron, financiadas y dotadas por Estados Unidos, en 2009, tras meses de combates. El Estado Islámico de Irak quedó fuertemente debilitado y sus fuerzas se dispersaron, quizás cambiaron de uniforme, a la espera de un momento mejor. Pero no era el final, sino el primer capítulo de un drama que se desarrolla en un Oriente Próximo de fronteras religiosas.

Ruptura con Al Qaeda

En 2011, cuando la revolución estalló en Siria movida por el sentimiento de injusticia de la sociedad -en su mayoría suní- contra un régimen dictatorial alauí [secta chií, aliada con Irán] el ISI era una sombra de lo que había sido. Sus acciones seguían perturbando Irak pero con una cadencia casi anecdótica, comparada con tiempos pasados. La persecución del ISI en Irak era prioritaria para Bagdad, y la financiación ya no llegaba como antes.
El primer año de represión militar en Siria alumbró los primeros grupos armados y el Estado Islámico de Irak, entonces dirigido por Abu Bakr al Baghdadi -sus predecesores Abu Omar y Abu Ayyub habían muerto- vio su oportunidad de resurgir fuera de sus fronteras aprovechando el contexto sectario que ya le había dado la victoria a su organización años atrás: no lo haría abiertamente sino exportando combatientes y financiación bajo un liderazgo sirio y con un nombre diferente: Jabhat al Nusra, dirigida por Abu Mohamed al Golani, el primer grupo armado que introdujo -como Zarqawi años atrás- la figura del suicida en Siria. El guión iraquí se repitió. Como ocurriera en Irak, a medida que crecía el sentimiento de abandono internacional y aumentaban los crímenes del régimen, más simpatía generaba la organización entre los sirios, islamistas moderados.
Al tiempo, el régimen de Bashar Assad supo aprovechar el potencial de la carta islamista (exprimida a fondo durante la guerra civil y la invasión iraquí, cuando canalizó combatientes, fondos y armas para defender sus intereses) liberando a los extremistas de las prisiones en las que les había confinado juntos, dándoles el tiempo y el espacio físico necesario para organizar futuras acciones. "De esas prisiones es de donde salen todos los actuales líderes islamistas y donde se creó parte del IS", me explicaba en Estambul hace pocos meses un ex reo que acompañó a los ideólogos salafistas de IS, Nusra o Ahrar al Sham en aquellas celdas. Podía identificar a los principales islamistas sirios de hoy en día por nombre y apellidos. "Fue una estrategia del régimen para radicalizar un movimiento inicialmente pacífico y disponer así de la excusa 'terrorista' para justificar sus métodos de represión".
En abril de 2013, Baghdadi trató de recuperar el control de Jabhat al Nusra incorporándola a un nuevo grupo denominado el Estado Islámico de Irak y Levante (territorio que, en términos islamistas, incluye Jordania, Líbano, Palestina, Israel, Chipre y parte del sur de Turquía). Habría supuesto una evolución transfronteriza del ISI, pero el Frente Nusra se negó. Ayman al Zawahiri, máximo líder de Al Qaeda, intervino respaldando a Jabhat al Nusra lo que confirmó la escisión absoluta entre el IS y Al Qaeda.
"Carece de legitimidad y metodología", escribió Baghdadi sobre Zawahiri. El alumno de Al Qaeda se rebelaba contra sus maestros y declaraba la guerra a su antigua organización. Y sus despiadados métodos robaron el espectáculo a Al Qaeda: ahora, la moda internacional es rendir lealtad a Baghdadi y a la última reedición de su grupo terrorista: el Estado Islámico, un califato con el tamaño de Gran Bretaña que aspira a expandirse a medio mundo.
Pese a toda la desesperación de la guerra, el doble rasero y la represión, resulta difícil digerir el éxito del IS. En Siria, su doctrina takfiri le ha llevado a enfrentarse con el resto de actores del conflicto pero ni siquiera la ofensiva generalizada de grupos armados -Jabhat al Nusra incluido- a principios de 2014 minaron la fuerza de la organización.
En Irak, los mismos que les expulsaron por las armas en 2009 les reciben hoy con brazos abiertos. Hay elementos que explican ese éxito: a diferencia del resto de los grupos armados suníes en Oriente Próximo, IS tiene un proyecto y una visión de futuro-nada menos que el proyecto del Califato islámico, que además ha materializado-, tiene la determinación de imponerse por las armas liberando zonas suníes oprimidas y maneja las redes sociales a la hora de extender su mensaje. Su inteligente discurso religioso, capaz de justificar todo -si bien el nivel de brutalidad que emplea es considerado anti-islámico- despierta la admiración dentro y fuera de sus fronteras.
También contó con el inestimable apoyo del régimen sirio, en unamaquiavélica estrategia para justificar su represión militar: Damasco permitió que el actual IS crease su prototipo de estado en Raqqa sin bombardear sus instalaciones hasta que el movimiento comenzó a decapitar periodistas y vio la oportunidad de granjearse la simpatía de Occidente. Hoy en día, las bases e instalaciones del IS siguen gozando de considerable seguridad en Siria, en comparación con los barrios civiles de zonas rebeldes.
A medida que el Estado Islámico se fortalecía, desde fuera su importancia se ninguneaba quizás con la esperanza de que si se tapaba los ojos al público, el mal dejase de existir. A Estados Unidos y sus socios no pareció molestarles la presencia de ISIS hasta que la violencia contra sus civiles -las exacciones contra árabes nunca fue noticia- fue televisada.
Hubo escasa conmoción cuando las excavadoras del Estado Islámico derribaron los puestos fronterizos entre Siria e Irak reescribiendo la Historia, y el discurso donde el autoproclamado califa Al Bagdadi cambiaba el nombre a la organización y declaraba un Estado Islámico con aspiraciones internacionales en la Gran Mezquita de Al Nuri de Mosul, tras una escalofriante ofensiva que devolvía a Irak a sus peores años, pareció generar más curiosidad que angustia.
Washington y sus aliados actuaron como si se tratase de un fenómeno desconocido. "Es como si el Vietcong regresara en 1985 con una bandera diferente y tomase bajo su control un tercio de Asia y todo el mundo, desde la Administración Reagan a la CNN, se mostraran asombrados por la irrupción de una nueva y desconocida forma de insurgencia. Si había un enemigo familiar [para EEUU] ese era el IS", escriben los autores de 'IS, en el Ejército del Terror', Michael Weiss y Hassan Hassan.
Y sí, la población suní iraquí volvió a acoger como liberadores a sus antiguos opresores. La causa subyace en la desconocida revolución de las provincias suníes de Irak de 2011 y 2012, donde decenas de miles tomaron las calles exigiendo la liberación de presos políticos y emulando a otros escenarios revolucionarios árabes con un resultado similar al de Siria: la represión del régimen chií, que bombardeó, arrestó y mató a activistas sin que ningún medio de comunicación alzase la voz.
El IS, a medias entre grupo terrorista, organización radical islamista y mafia organizada, se presenta como único actor liberador de los suníes oprimidos frente a un mundo que les odia, donde Irán y Estados Unidos trabajan mano con mano para consumar su limpieza étnica, la prensa miente para criminalizarles y potencias suníes como Egipto, Arabia Saudí o Turquía actúan en colaboración con sus peores enemigos. Y ese es un papel que no estaba cogido en la región.
"Si nadie nos ayuda, entonces ellos son la única solución", dice Mohamed, un joven bagdadí de 17 que hoy se plantea seriamente ingresar en las filas del IS pese a la oposición de su familia. Cuando le pregunto por acciones como el asesinato del piloto jordano, quemado vivo en una jaula, piensa antes de responder. "Cometen errores, pero son mejor que todo lo demás".

MÓNICA G. PRIETO ha trabajado 12 años en Oriente Próximo y ha cubierto los conflictos de Irak entre 2003 y 2010 y la revolución siria entre 2011 y 2014.