Los problemas entre islamistas radicales y liberales marcan una decepcionante agenda posrevolucionaria
10.02.13 - 00:41 -
El asesinato del líder opositor Chokri Belaid en Túnez ha terminado de enterrar la leyenda sobre la modélica 'revolución de los jazmines'. El país norteafricano fue el primero en echarse a las calles para protestar contra la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali, que llevaba 24 años en el poder, y el 14 de enero de 2011 el expresidente salía en un vuelo con rumbo al exilio en Arabia Saudí. Este ejemplo guió en pocas semanas los pasos de egipcios, libios, sirios y yemeníes, que protagonizaron lo que se ha bautizado como 'primavera árabe', que cumple ahora su segundo aniversario. Túnez, Egipto y Yemen lograron el cambio a través de la protesta, en Libia estalló una guerra civil en la que los opositores recibieron la ayuda de la OTAN contra Muamar Gadafi y en Siria la guerra sigue abierta.
Túnez y Egipto
Agendas incompatibles tras pasar por las urnas
La posrevolución en Túnez está resultando más complicada de lo que los ciudadanos soñaban. Al igual que en la plaza Tahrir de El Cairo, islamistas y laicos unieron sus fuerzas para acabar con los tiranos, pero una vez alcanzado el objetivo y tras pasar por las urnas, cada grupo defiende agendas incompatibles. La crisis política interna, los problemas en la región y la irrupción de grupos extremistas han hundido sectores como el turismo y el desempleo, uno de los motivos que llevaron al pueblo a rebelarse contra Ben Ali, se sitúa en el 18%.
Los islamistas del partido Ennahda pasaron de la persecución y el exilio a tener la responsabilidad de gobernar el país tras hacerse con la victoria en las urnas (obtuvieron el 42% de los votos). Para calmar a la oposición formaron una coalición con dos partidos laicos, pero los dieciséis meses de gobierno no han servido para que este pacto se traduzca en la unión de una sociedad dividida.
Algo similar a lo ocurrido en Egipto donde los Hermanos Musulmanes ganaron las legislativas y obtuvieron en junio la presidencia con Mohamed Mursi, pero en su caso los pactos con sectores laicos han sido imposibles y la oposición ha formado un Frente de Salvación Nacional. La inestabilidad creciente y los enfrentamientos en las calles de El Cairo y Túnez han llevado a algunos expertos a hablar de la llegada del 'invierno islamista', subrayando el deseo de parte de la población de una nueva revuelta contra los recién llegados gobiernos de corte religioso.
Otros como Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante, opinan de otra manera. «Este asesinato deja claro que es necesario un mayor esfuerzo para alcanzar un consenso y apartar a elementos radicales. El choque es cada vez más evidente entre los polos islamistas y liberales», opina. «Después de décadas diciendo que 'el Islam es la solución' habrá que ver si son capaces de resolver algunos de los problemas endémicos de las sociedades árabes: el desempleo, el analfabetismo, la corrupción, la pobreza, las desigualdades, la inflación o la deuda externa», piensa el investigador.
Libia
El aviso mortal del 11S en Bengasi
Tras la caída de Muamar Gadafi parecía que la gran amenaza para la nueva Libia era la rebeldía de las milicias que habían combatido al dictador, que no aceptaban su integración en una especie de Ejército nacional e imponían su ley en las calles. También se encendieron las alarmas sobre la posible división del país por las malas relaciones entre Trípoli y Bengasi, epicentro de la revuelta, pero de momento Libia sigue unida y con un proceso de reforma interno que, a diferencia de sus vecinos tunecinos y egipcios, no lideran los islamistas porque perdieron las elecciones.
La victoria de la Alianza Nacional de Fuerzas (ANF), encabezada por el ex primer ministro Mahmud Jibril, no ha disipado la amenaza del radicalismo. Libia construye un nuevo sistema político desde cero, pero también infraestructuras, viviendas, hospitales, escuelas… un diamante en bruto para compañías extranjeras que saben que las arcas públicas cuentan con fondos suficientes porque la producción de petróleo ha vuelto a los niveles anteriores de la guerra con 1,6 millones de barriles por día. La gran incógnita para el despegue del país es la seguridad.
Yemen
Transición bajo
la sombra de Al Qaida
Desde que Estados Unidos declarara a Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA) «amenaza global» el país se ha movido bajo la lupa de Washington, que sigue dando luz verde para que sus aviones no tripulados golpeen a la insurgencia. Alí Abdulá Saleh abandonó la presidencia hace un año y dejó el puesto a su vicepresidente Abd-Rabbu Mansour Hadi, que obtuvo el apoyo de la población en una especie de referéndum popular. Yemen fue el primer país árabe que logró echar del poder a un dirigente tras un proceso de negociación. En este caso, el pacto apadrinado por el Consejo del Golfo (integrado por Arabia Saudí, Kuwait, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Catar y Bahrein), y respaldado por Estados Unidos y la Unión Europea hizo posible que Saleh aceptara ceder el poder a cambio de su inmunidad.
Desde entonces el país ha ido dando pasos en el proceso de transición. Con los militares fuera de las calles, el siguiente paso es la celebración de una conferencia de diálogo nacional dentro de un mes, de la que saldrá la nueva Constitución.
Siria
El frente Al-Nusra, en primera línea
Abhat Al-Nusra (Frente Al-Nusra) es el grupo salafista yihadista más activo en Siria. Su irrupción en la revuelta contra Bashar el-Asad se produjo el 24 de diciembre de 2011 y su ataque más sangriento hasta el momento fue contra una sede de la seguridad en Qazaz (Damasco), en el que 55 personas perdieron la vida y más de 300 resultaron heridas. Fue la tarjeta de presentación que seguía los patrones marcados por el Estado Islámico de Irak (brazo de Al Qaida en el país vecino) y encendía las alarmas en Occidente sobre la deriva de los grupos armados de la oposición que se agrupan bajo el paraguas del Ejército Sirio Libre (ESL). Pese a defender que sus objetivos son siempre las fuerzas de seguridad, las acciones más importantes llevadas a cabo en la capital han costado la vida a decenas de civiles.
Desde hace un año la bandera negra de la guerra santa comparte protagonismo con las verde, blanca y negra del ESL. Más de 60.000 personas han perdido la vida en Siria, según la ONU, y el régimen sigue firme gracias al apoyo de Irán, China y Rusia. El-Asad promete reformas y la oposición parece dispuesta a aceptar el diálogo con el régimen, según confirmó la pasada semana su líder, el jeque Moaz Jatib. Pero la decisión está en manos de los padrinos extranjeros de gobierno y oposición, ya no es una cuestión siria.
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