En el año de 2011 el Medio Oriente experimentó una serie de acontecimientos que cambiarían el panorama político de la zona. En Enero de este año, en Túnez, el mandatario Ben Alí es derrocado del poder por un movimiento de protesta que pasó a la historia como “La revolución de los Jazmines”, y que dio inicio a lo que se denominó la “Primavera Árabe”. Este episodio marcó el inicio de un conjunto de protestas y acciones armadas en diferentes países, que dieron como resultado la caída de Mubarak en Egipto, la muerte de Gadafi en Libia, y confrontaciones armadas que amenazan con desbordar los límites internos, para asumir una fisionomía de guerra regional, como ocurre en Siria.
Estos fenómenos fueron comprendidos de diferentes maneras, entre las cuales sobresalen tres interpretaciones. Por un lado, se dijo que la primavera árabe representaba el ascenso de grupos sociales con aspiraciones políticas (jóvenes y mujeres) que hacían frente a las viejas dictaduras de la región y reclamaban nuevos escenarios de participación política y desarrollo social. Por otra parte, se advertía que los movimientos de protestan encarnaban el ascenso de una clase media que pretendía realizar un ajuste en el sistema político, quienes a través de las redes sociales iniciaban una transformación al sistema político de la región. Otros sectores, por el contrario, afirmaron que los acontecimientos del 2011 obedecían a los “intereses imperialistas” de los países occidentales, que buscaban desestabilizar las democracias y los liderazgos de los pueblos árabes, buscando en últimas el control del petróleo. En este marco amplio de interpretaciones no se advirtió un elemento: el ascenso del Islam Radical en el escenario político de la región.
Luego de las revoluciones del 2011 y las apuestas institucionales del 2012, hoy podemos afirmar que estos acontecimientos hacen parte de un conjunto de acciones políticas en la región, en donde destaca el ascenso del Islam Radical como fórmula de ordenamiento político en el Medio Oriente. Este proceso inicia en 1979 con el ascenso de la República Islámica de Irán y el inicio de la resistencia en Afganistán luego de la ocupación soviética, y se mantendrá vivo con la aparición de partidos políticos islamistas a lo largo del Medio Oriente. Estos partidos, de carácter islamistas, han llegado al poder en las nuevas democracias de Egipto, Túnez y Libia, y además, son quienes lideran las proyecciones regionales de Turquía e Irán en el Medio Oriente. En este escenario, una de las grandes consecuencias que han dejando los acontecimientos en el Medio Oriente es que la religión se ha posesionado en el escenario de la competencia regional, con la capacidad de dominar y definir las estructuras políticas internas, así como la dinámica geopolítica de esta parte del mundo.
El inicio de la era islamista
El 1° de febrero 1979, en un vuelo de Air France llegó a Teherán el artífice de la revolución islámico clerical de Irán, el Ayatolá Seyyed Ruhollah Musavi. Este clérigo y pensador islamista, muy pronto logró instaurar una constitución política, que contempló el cambio de nombre de Irán al de República Islámica de Irán, la instauración de la Sharia, la imposición de un ejercito llamado Guardianes de la fe y unos principios revolucionarios, que se entendieron como una restauración de valores religiosos, con lo cual comenzó a dar forma al gobierno islámico, cuyo garante era el Faquí (Líder Supremo), papel que encarnó él mismo.
Luego de iniciado este proceso, por reacción o por sintonía, estallan en la región toda serie de procesos de islamización. Uno de los más importantes, por sus implicaciones en la política del siglo XXI, es la respuesta muyahidín a la invasión soviética de Afganistán, en el mismo año de 1979. Los soviéticos inician la invasión a este país de Asia Central, temerosos de perder el control de uno de sus aliados en la zona, y con la intensión directa de contener la expansión del ejemplo islamista a sus Repúblicas fronterizas (Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán). Con ello se inicia una lucha a muerte, entre unos guerreros islámicos que venían de diferentes países musulmanes y las tropas soviéticas de la extinta potencia mundial URSS, los primeros animados por liberar el dar islam (las tierras del islam) y los segundos con el objetivo de contener la expansión islamista.
En este marco, se inicia un proceso de islamización de una vieja causa en el Medio Oriente: el Estado Palestino. En 1987, y frente a la perdida de liderazgo de la OLP, los palestinos asisten a la primera Intifada (levantamiento), contra lo que ellos denominarán la ocupación sionista. Este acontecimiento deja en el escenario de la lucha palestina dos liderazgos políticos irreconciliables: por un lado, la organización laica y secular de Yasser Arafat que propugnaba por la instauración de un Estado moderno, y por el otro, el movimiento islamista de HAMAS, liderada por el Jeque Ahmen Yasin, quien promovía un Estado islámico. Desde entonces, la causa palestina ha pasado de ser un clásico proceso de liberación nacional a encarnar un proceso de islamización, en donde la identidad religiosa domina el espectro político.
Paralelo a estos acontecimientos, de transcendencia internacional, se desarrollan fenómenos electorales al interior de los Estados musulmanes que ponen de presente el ascenso de la política islámica como fenómeno de masas. En este marco se presenta el caso de los triunfos electorales del Frente Islámico de Salvación (FIS), y la posterior criminalización de este, que dio lugar al Grupo Islámico Armado (GIA), que sembró el terror en Argelia a lo largo de los años noventa (90). Este mismo fenómeno electoral se ha presentado en países musulmanes como Tunes, Marruecos, Turquía, Pakistán, Líbano, entre otros, en donde el ascenso al poder se ha traducido en transformaciones institucionales, cuya característica más importante ha sido la incorporación de formas islámicas en la arquitectura institucional, lo que incluye la instauración de la Sharia (ley islámica) a los sistemas jurídicos nacionales.
El ascenso de proyectos islamistas
El acontecimiento más interesante de las revueltas árabes del 2011, ha sido el acceso al poder de proyectos políticos islámicos en países tan variados como Egipto, Túnez y Libia. Los líderes derrocados han tenido que dar paso a procesos electorales, bajo los cuales se definen las nuevas elites y las nuevas visiones sociales. De la centralización del poder, traducida en capacidad de gobierno y de decisión en manos de los viejos dictadores, se ha dado paso a la azarosa dinámica electoral. En este marco, los procesos electorales han permitido, por un lado, la visibilidad política de grupos islamistas, y por otro, la llegada a los poderes legislativo y ejecutivo, a estas nuevas democracias.
El caso más emblemático es la victoria electoral de Mohamed Mursi en Egipto, que le llevó a la presidencia en 2012, en lo que fueron las primeras elecciones presidenciales libres luego de 30 años. Este ingeniero y político egipcio, se presentó a las elecciones por el Partido Libertad y Justicia, el cual es reconocido por sus estrechos lazos con la Hermandad Musulmana. Entre los ajustes institucionales que ha llevado a cabo el presidente egipcio, se encuentra el cambio de constitución en diciembre pasado, el cual fue oficializado a través de un referendo que dio el “si” ciudadano, con un respaldo del 63%.
Para los casos de Libia y Tunes, el tiempo post-primavera árabe, ha dejado en el panorama líderes político cercanos a movimientos islamistas. Para el caso de Libia, es de destacar la elección como Primer Ministro del islamista moderado Alí Zeidan, quien fue elegido con el apoyo de la Hermandad Musulmana en este país. Este político ha declarado en diversas oportunidades que el “Islam es nuestra fe y nuestro sistema jurídico”. Por su parte, en Túnez el islamismo tiene en Hamadi Jebali, Primer Ministro, su gran representante. Este ingeniero se desempañaba como secretario general del Partido Renacimiento (Ennahda), cuando esta fuerza política se convirtió en partido mayoritario de la Asamblea Constituyente, elegida en octubre de 2012. Jebali, llegó a la asamblea articulando un discurso moderado, en donde destaca la propuesta revisionista del derecho secular tunecino.
La consolidación de los liderazgos islamistas
Otra dinámica destacable, que dejan los acontecimientos de la llamada primavera árabe, es la competencia regional de dos países de gobiernos islamistas: Turquía y la República Islámica de Irán. En los últimos años, Turquía ha logrado aumentar su presencia y liderazgo internacional y regional, en este marco destaca la presencia constante de este país a lo largo de las crisis árabes, lo cual se materializó con el espaldarazo diplomático de Turquía al gobierno Nacional de Transición en Libia, en la crisis de 2011, y su presencia constante a lo largo de la crisis en Siria, país con el cual comparte frontera. Bajo el liderazgo del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan, miembro del partido islamista de la Justicia y el Desarrollo, Turquía ha logrado proyectarse como la potencia emergente del Medio Oriente y defensor de los valores y los principios del mundo musulmán. La Turquía de Erdogan ha reencauchado la imagen del viejo Califato Otomano y defensor de una renovada Umma (comunidad de creyentes).
Por su parte, la República Islámica de Irán ha aumentado su presencia internacional y regional. Por un lado, la política de energía nuclear ha convertido a Irán en país protagonista de la agenda internacional. Por otra parte, la inestabilidad institucional de Irak y Afganistán, ha convertido a Irán en el país clave para la estabilidad de la política regional. A estos elementos, se le suma la presidencia dinámica de Mahmud Ahmadineyad, quien desde su llegada al poder en el 2005, ha logrado mantener una imagen de líder regional y defensor del Islam. La retorica de este presidente iraní, transita entre el antiimperialismo estadounidense y el anti occidentalismo, con lo cual reproduce el espíritu del Ayatolá Jomeini y sus valores revolucionarios.
De esta manera, el Medio Oriente viene asistiendo a profundas transformaciones institucionales. Esta región transita de los viejos líderes y proyectos laicos y seculares a renovados liderazgos y modelos islamistas. La geopolítica del Medio Oriente se está llenando de contenidos religiosos que transitan entre la Sharia, el dar islam, el Califato y la Umma. De las “primaveras árabes” del 2011, que llenaron de esperanza al mundo Occidental, hoy hemos pasados a las primaveras islamistas, que lo llenan de incertidumbre.
Humberto Alarcón Ortiz
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital y Magister en Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra. Actualmente se desempeña como profesor universitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario