Actualmente, tal como lo explica un funcionario estadounidense en el muy completo informe que publica el International Crisis Group (ICG), "una guerra siria de alcance regional se está transformando en una guerra regional alrededor de Siria". Una nueva "guerra fría" divide a Oriente Medio, similar a aquella que en los cincuenta y sesenta vio enfrentarse al Egipto nasserista aliado de los soviéticos con la Arabia Saudita aliada de Estados Unidos. Pero los tiempos cambiaron: el nacionalismo árabe se ha debilitado, los discursos confesionales se propagan, y cabe preguntarse sobre la continuidad de los estados y las fronteras surgidas de la Primera Guerra Mundial.
Siria, con sus decenas de miles de muertos, sus millones de refugiados, la destrucción de su infraestructura industrial y de su patrimonio histórico, es la principal víctima de este enfrentamiento. La esperanza nacida en la primavera de 2011 se convierte en pesadilla. ¿Por qué aquello que fue posible en El Cairo no sucedió en Damasco?
El presidente egipcio Hosni Mubarak fue derrocado con cierta facilidad al menos por dos razones. Las elites y los estratos sociales ligados a la camarilla en el poder nunca sintieron realmente amenazados sus privilegios, menos aún su integridad física. Se tratara de empresarios, altos mandos del Ejército o responsables de los servicios de seguridad, todos pudieron reconvertirse tranquilamente tras la revolución. Sólo una ínfima minoría fue llevada -con mucha lentitud y reticencia- ante los tribunales. Por otra parte, la partida de Mubarak no generó ningún trastorno en la situación geopolítica regional. Estados Unidos y Arabia Saudita podían adaptarse a cambios que no habían deseado, pero que no amenazaban sus intereses fundamentales, con la condición de encauzarlos.
En Siria el escenario es completamente diferente. Desde el comienzo de la protesta, el uso ilimitado de la violencia por los servicios de inteligencia permitió al régimen ganar preciados meses y organizarse. Indujo a la militarización de la oposición y a la escalada, incluso a la "confesionalización", para alimentar el temor de importantes sectores de la población: no sólo las minorías sino también la burguesía y la clase media urbana se asustaron por el discurso extremista de ciertos grupos de la oposición y la afluencia de combatientes extranjeros puestos en escena por el régimen.
A medida que los cadáveres se acumulaban, toda transición sin espíritu de revancha se tornaba imposible, y, lamentablemente, sectores relativamente amplios de la sociedad que temían por su supervivencia en caso de un triunfo de los "islamistas" se sumaban al régimen.
El espantajo islamista asusta, más aun cuando es agitado desde hace años en numerosas capitales occidentales y da crédito al discurso de Damasco dirigido a Francia: "¿Por qué ayudan en Siria a los grupos que combaten en Mali?".
El régimen se valió también de su posición estratégica respecto de sus dos principales aliados, Irán y Rusia, que se involucraron en el conflicto de manera mucho más determinada que los países árabes o los occidentales; una determinación que tomó desprevenidos a sus adversarios.
Para Irán, desde la revolución de 1979 Siria es el único aliado árabe seguro, el que lo apoyó en todos los momentos difíciles, especialmente frente a la invasión iraquí de 1980, cuando todos los países del Golfo se movilizaban en favor de Saddam Hussein. Mientras que el aislamiento iraní se acentuó estos últimos años -siendo objeto de implacables sanciones estadounidenses y europeas, y no puede descartarse el riesgo de una intervención militar israelí y/o estadounidense-, la implicación de la República Islámica en Siria, a falta de ser moral, constituye una decisión estratégica racional que la elección del nuevo presidente Hassan Rohani probablemente no modifique. Líneas de crédito al Banco Central sirio, suministro de petróleo, envío de consejeros militares: Teherán no escatimó ningún medio para salvar a su aliado.
Este compromiso lo llevó a incitar a Hizbolá, con el aval del Kremlin, a involucrarse directamente en los combates. Desde luego, la organización y su secretario general pudieron alegar que, tanto de Líbano como de los demás países árabes, miles de combatientes islamistas ya llegaban a Siria; pero semejante intervención no puede sino agravar las tensiones entre sunitas y chiitas -los incidentes armados se multiplican en el Líbano- y llevar agua al molino de los predicadores sunitas más radicales.
Islamistas, amigos-enemigos
La conferencia que se celebró en El Cairo el 13 de junio de 2013, bajo el lema "apoyemos a nuestros hermanos sirios", llamó a la yihad. El presidente egipcio [de entonces] Mohamed Mursi participó de ella y anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Damasco. La reunión marcó una escalada de la retórica antichiita, incluso en los jeques moderados.
En cuanto a Rusia, sus razones para involucrarse superan ampliamente la personalidad de Vladimir Putin, reducido a una caricatura en la prensa occidental. Reflejan ante todo la voluntad de Moscú de poner fin a su desaparición de la escena internacional.
Rusia dice basta
Se necesita un diplomático egipcio para descifrar esta preocupación: "Los occidentales" -explica- "pagan el precio de sus intentos de marginar a Rusia desde el final de la URSS. Así, a pesar de la buena voluntad de Boris Yeltsin al respecto, la OTAN se extendió hasta las fronteras del país". Sobre la cuestión siria, durante dos años, "los occidentales propusieron al Kremlin una adhesión lisa y llana a su plan. Lo que no era realista".
La forma en que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas sobre Libia fue desvirtuada para legitimar la intervención militar irritó también a Rusia; y no sólo a ella: numerosos países, como Brasil, India, Sudáfrica y China expresaron sus reservas respecto de las resoluciones occidentales sobre Siria presentadas en la onu. Para el Kremlin, la caída del régimen de Al Assad significaría un serio revés: constituiría una nueva victoria de los islamistas, y correría el riesgo de afectar, dentro de la misma Federación Rusa, a las poblaciones musulmanas en cuyo seno se agita una propaganda wahabita activa.
Frente a esta determinación ruso-iraní, los apoyos externos de la oposición siria fueron divididos, erráticos, ineficaces, muy alejados de la imagen de un gran complot "saudí-qatarí-estadounidense-israelí-salafista". De Turquía a Arabia Saudita, de Qatar a Francia, cada uno desempeñó su propio papel, favoreció a sus clientes, brindó su ayuda a unos negándosela a otros. El colmo del grotesco tuvo lugar en abril de 2013, con la imposición por parte de Qatar, a fuerza de millones de dólares, de Ghassan Hitto, de nacionalidad estadounidense, en el cargo de primer ministro de un gobierno tan "interino" como fantasmal. La injerencia de ricos empresarios del Golfo, que no responden a ninguna estrategia de Estado y que escapan a cualquier control, se sumó al enredo.
Finalmente, es difícil orientarse entre las múltiples fracciones, grupos, katibas (unidades de combate), agrupados bajo la etiqueta tan cómoda como engañosa de "islamistas", lo que permite escamotear tanto su diversidad como sus divergencias estratégicas y políticas. Así, el frente Al-Nusra, que reivindica a Al Qaeda, despierta preocupación tanto en Occidente como en Arabia Saudita, donde se libró en los años 2003-2005 una lucha a muerte contra la organización de Osama bin Laden. Esta aprensión existe también en organizaciones salafistas. Nader Bakkar, el muy mediático vocero del principal partido salafista egipcio, Al-Nur, explica que es necesario adelantarse a Al Qaeda: "Lo que pedimos es una zona de exclusión aérea. Para que los propios revolucionarios logren la victoria. Instamos a la gente en Egipto a no ir: la victoria sólo debe ser de los sirios".
Mejor que otros, Richard Haass refleja una evolución de la mentalidad en Washington. Cerebro del establishment republicano en materia de relaciones internacionales, ex colaborador del presidente George W Bush, acaba de publicar un libro titulado "La política exterior comienza en casa: por qué hay que poner orden en Estados Unidos mismo". ¿Su razonamiento? Los problemas internos, desde el deterioro del sistema de transporte hasta la falta de obreros calificados, impiden a Estados Unidos ejercer un liderazgo mundial.
¿Cómo interpretar entonces la decisión del presidente Barack Obama de proveer armas a los rebeldes sirios? El uso del gas sarín por parte del ejército sirio, muy controvertido, aparece como lo que es: un pretexto. Pero ¿para qué?
Siria se convirtió en un campo de batalla regional e internacional, y ninguno de los dos bandos puede aceptar la derrota de sus combatientes. Estados Unidos quiere impedir un triunfo del régimen sirio, por otra parte muy improbable, al ser tan rechazado por una parte importante de la población, que se radicalizó y ya nada tiene que perder. Pero esta voluntad no debería traducirse en una intervención masiva, menos aun en la imposición de zonas de exclusión aérea o el envío de tropas al terreno. Con el mantenimiento del equilibrio de fuerzas, el callejón sin salida debería pues perdurar, con su estela de destrucción y muertes, pero también su riesgo de extenderse a toda la región, tal como lo sintetiza el título del informe del ICG, "Las metástasis del conflicto sirio".
Irak, Jordania y Líbano se encuentran atrapados en el conflicto. Combatientes iraquíes y libaneses, sunitas y chiitas, se enfrentan en Siria. Las rutas de la "internacional insurgente" por las que, de Afganistán al Sahel, circulan combatientes, armas e ideas, están saturadas. Mientras los protagonistas externos sigan viendo el conflicto como un juego de suma cero, el calvario sirio continuará. Con el riesgo de arrastrar a toda la región en la tormenta.
Alain Gresh es periodista de Le Monde Diplomatique
30/8/2013
Brecha
www.vientosur.info
Siria, con sus decenas de miles de muertos, sus millones de refugiados, la destrucción de su infraestructura industrial y de su patrimonio histórico, es la principal víctima de este enfrentamiento. La esperanza nacida en la primavera de 2011 se convierte en pesadilla. ¿Por qué aquello que fue posible en El Cairo no sucedió en Damasco?
El presidente egipcio Hosni Mubarak fue derrocado con cierta facilidad al menos por dos razones. Las elites y los estratos sociales ligados a la camarilla en el poder nunca sintieron realmente amenazados sus privilegios, menos aún su integridad física. Se tratara de empresarios, altos mandos del Ejército o responsables de los servicios de seguridad, todos pudieron reconvertirse tranquilamente tras la revolución. Sólo una ínfima minoría fue llevada -con mucha lentitud y reticencia- ante los tribunales. Por otra parte, la partida de Mubarak no generó ningún trastorno en la situación geopolítica regional. Estados Unidos y Arabia Saudita podían adaptarse a cambios que no habían deseado, pero que no amenazaban sus intereses fundamentales, con la condición de encauzarlos.
En Siria el escenario es completamente diferente. Desde el comienzo de la protesta, el uso ilimitado de la violencia por los servicios de inteligencia permitió al régimen ganar preciados meses y organizarse. Indujo a la militarización de la oposición y a la escalada, incluso a la "confesionalización", para alimentar el temor de importantes sectores de la población: no sólo las minorías sino también la burguesía y la clase media urbana se asustaron por el discurso extremista de ciertos grupos de la oposición y la afluencia de combatientes extranjeros puestos en escena por el régimen.
A medida que los cadáveres se acumulaban, toda transición sin espíritu de revancha se tornaba imposible, y, lamentablemente, sectores relativamente amplios de la sociedad que temían por su supervivencia en caso de un triunfo de los "islamistas" se sumaban al régimen.
El espantajo islamista asusta, más aun cuando es agitado desde hace años en numerosas capitales occidentales y da crédito al discurso de Damasco dirigido a Francia: "¿Por qué ayudan en Siria a los grupos que combaten en Mali?".
El régimen se valió también de su posición estratégica respecto de sus dos principales aliados, Irán y Rusia, que se involucraron en el conflicto de manera mucho más determinada que los países árabes o los occidentales; una determinación que tomó desprevenidos a sus adversarios.
Para Irán, desde la revolución de 1979 Siria es el único aliado árabe seguro, el que lo apoyó en todos los momentos difíciles, especialmente frente a la invasión iraquí de 1980, cuando todos los países del Golfo se movilizaban en favor de Saddam Hussein. Mientras que el aislamiento iraní se acentuó estos últimos años -siendo objeto de implacables sanciones estadounidenses y europeas, y no puede descartarse el riesgo de una intervención militar israelí y/o estadounidense-, la implicación de la República Islámica en Siria, a falta de ser moral, constituye una decisión estratégica racional que la elección del nuevo presidente Hassan Rohani probablemente no modifique. Líneas de crédito al Banco Central sirio, suministro de petróleo, envío de consejeros militares: Teherán no escatimó ningún medio para salvar a su aliado.
Este compromiso lo llevó a incitar a Hizbolá, con el aval del Kremlin, a involucrarse directamente en los combates. Desde luego, la organización y su secretario general pudieron alegar que, tanto de Líbano como de los demás países árabes, miles de combatientes islamistas ya llegaban a Siria; pero semejante intervención no puede sino agravar las tensiones entre sunitas y chiitas -los incidentes armados se multiplican en el Líbano- y llevar agua al molino de los predicadores sunitas más radicales.
Islamistas, amigos-enemigos
La conferencia que se celebró en El Cairo el 13 de junio de 2013, bajo el lema "apoyemos a nuestros hermanos sirios", llamó a la yihad. El presidente egipcio [de entonces] Mohamed Mursi participó de ella y anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Damasco. La reunión marcó una escalada de la retórica antichiita, incluso en los jeques moderados.
En cuanto a Rusia, sus razones para involucrarse superan ampliamente la personalidad de Vladimir Putin, reducido a una caricatura en la prensa occidental. Reflejan ante todo la voluntad de Moscú de poner fin a su desaparición de la escena internacional.
Rusia dice basta
Se necesita un diplomático egipcio para descifrar esta preocupación: "Los occidentales" -explica- "pagan el precio de sus intentos de marginar a Rusia desde el final de la URSS. Así, a pesar de la buena voluntad de Boris Yeltsin al respecto, la OTAN se extendió hasta las fronteras del país". Sobre la cuestión siria, durante dos años, "los occidentales propusieron al Kremlin una adhesión lisa y llana a su plan. Lo que no era realista".
La forma en que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas sobre Libia fue desvirtuada para legitimar la intervención militar irritó también a Rusia; y no sólo a ella: numerosos países, como Brasil, India, Sudáfrica y China expresaron sus reservas respecto de las resoluciones occidentales sobre Siria presentadas en la onu. Para el Kremlin, la caída del régimen de Al Assad significaría un serio revés: constituiría una nueva victoria de los islamistas, y correría el riesgo de afectar, dentro de la misma Federación Rusa, a las poblaciones musulmanas en cuyo seno se agita una propaganda wahabita activa.
Frente a esta determinación ruso-iraní, los apoyos externos de la oposición siria fueron divididos, erráticos, ineficaces, muy alejados de la imagen de un gran complot "saudí-qatarí-estadounidense-israelí-salafista". De Turquía a Arabia Saudita, de Qatar a Francia, cada uno desempeñó su propio papel, favoreció a sus clientes, brindó su ayuda a unos negándosela a otros. El colmo del grotesco tuvo lugar en abril de 2013, con la imposición por parte de Qatar, a fuerza de millones de dólares, de Ghassan Hitto, de nacionalidad estadounidense, en el cargo de primer ministro de un gobierno tan "interino" como fantasmal. La injerencia de ricos empresarios del Golfo, que no responden a ninguna estrategia de Estado y que escapan a cualquier control, se sumó al enredo.
Finalmente, es difícil orientarse entre las múltiples fracciones, grupos, katibas (unidades de combate), agrupados bajo la etiqueta tan cómoda como engañosa de "islamistas", lo que permite escamotear tanto su diversidad como sus divergencias estratégicas y políticas. Así, el frente Al-Nusra, que reivindica a Al Qaeda, despierta preocupación tanto en Occidente como en Arabia Saudita, donde se libró en los años 2003-2005 una lucha a muerte contra la organización de Osama bin Laden. Esta aprensión existe también en organizaciones salafistas. Nader Bakkar, el muy mediático vocero del principal partido salafista egipcio, Al-Nur, explica que es necesario adelantarse a Al Qaeda: "Lo que pedimos es una zona de exclusión aérea. Para que los propios revolucionarios logren la victoria. Instamos a la gente en Egipto a no ir: la victoria sólo debe ser de los sirios".
Mejor que otros, Richard Haass refleja una evolución de la mentalidad en Washington. Cerebro del establishment republicano en materia de relaciones internacionales, ex colaborador del presidente George W Bush, acaba de publicar un libro titulado "La política exterior comienza en casa: por qué hay que poner orden en Estados Unidos mismo". ¿Su razonamiento? Los problemas internos, desde el deterioro del sistema de transporte hasta la falta de obreros calificados, impiden a Estados Unidos ejercer un liderazgo mundial.
¿Cómo interpretar entonces la decisión del presidente Barack Obama de proveer armas a los rebeldes sirios? El uso del gas sarín por parte del ejército sirio, muy controvertido, aparece como lo que es: un pretexto. Pero ¿para qué?
Siria se convirtió en un campo de batalla regional e internacional, y ninguno de los dos bandos puede aceptar la derrota de sus combatientes. Estados Unidos quiere impedir un triunfo del régimen sirio, por otra parte muy improbable, al ser tan rechazado por una parte importante de la población, que se radicalizó y ya nada tiene que perder. Pero esta voluntad no debería traducirse en una intervención masiva, menos aun en la imposición de zonas de exclusión aérea o el envío de tropas al terreno. Con el mantenimiento del equilibrio de fuerzas, el callejón sin salida debería pues perdurar, con su estela de destrucción y muertes, pero también su riesgo de extenderse a toda la región, tal como lo sintetiza el título del informe del ICG, "Las metástasis del conflicto sirio".
Irak, Jordania y Líbano se encuentran atrapados en el conflicto. Combatientes iraquíes y libaneses, sunitas y chiitas, se enfrentan en Siria. Las rutas de la "internacional insurgente" por las que, de Afganistán al Sahel, circulan combatientes, armas e ideas, están saturadas. Mientras los protagonistas externos sigan viendo el conflicto como un juego de suma cero, el calvario sirio continuará. Con el riesgo de arrastrar a toda la región en la tormenta.
Alain Gresh es periodista de Le Monde Diplomatique
30/8/2013
Brecha
www.vientosur.info
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