Tanques rusos llegando a Crimea, 31-3-2014 (Yannis Behrakis/Reuters)
Washington prepara la “guerra abierta”
Por Michael Klare*
Aunque los medios
de comunicación del mundo concentran su atención en los atentados del
terrorismo islamista, los altos mandos militares de la OTAN evalúan una
hipótesis de conflicto abierto con un “enemigo de envergadura” como
Rusia o China. Y no descartan recurrir a armamento nuclear.
ientras que la carrera por la Presidencia estadounidense está en su
punto máximo y los responsables europeos estudian las consecuencias del
“Brexit”, los debates públicos sobre la seguridad se focalizan en la
lucha contra el terrorismo internacional. Pero, aunque este tema sature
el espacio mediático y político, tiene un papel relativamente secundario
en los intercambios entre generales, almirantes y ministros de Defensa.
Ya que no son los conflictos de baja intensidad los que acaparan su
atención, sino lo que ellos llaman las “guerras abiertas”: conflictos
mayores contra potencias nucleares como Rusia y China. Los estrategas
occidentales prevén nuevamente un choque de ese tipo, como en medio de
la Guerra Fría.
Esta evolución, desatendida por los medios de
comunicación, genera graves consecuencias, comenzando por el aumento de
las tensiones en las relaciones entre Rusia y Occidente, dado que cada
parte observa a la otra esperando un enfrentamiento. Y lo que es más
inquietante: gran cantidad de dirigentes políticos no sólo estiman que
es probable una guerra, sino que ésta podría estallar en cualquier
momento –una percepción que, en la historia, precipitó las respuestas
militares en casos en los que podría haber intervenido una solución
diplomática–.
Este humor belicoso general se
transparenta en los informes y comentarios de los altos cuadros
militares occidentales, en las reuniones y conferencias diversas en las
que participan. “Durante muchos años, tanto en Bruselas como en
Washington, Rusia dejó de ser una prioridad en los programas de defensa.
Pero ya no será así en el futuro”, se lee en un informe que resume los
puntos de vista que se intercambiaron durante un seminario organizado en
2015 por el Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales de Estados
Unidos (Institute for National Strategic Studies, INSS). También se lee
que, tras las acciones rusas en Crimea y en el este de Ucrania, muchos
expertos “pueden prever, de ahora en más, una degradación que desemboque
en una guerra […]. Esta es la razón por la que estiman que hay que
volver a centrar las preocupaciones en la eventualidad de una
confrontación con Moscú”.
Paranoia armamentista
El conflicto previsto se daría más bien en el frente
oriental de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que
engloba a Polonia y los países bálticos, con armas convencionales de
alta tecnología. Pero podría extenderse a Escandinavia y los países que
rodean al Mar Negro y provocar la utilización de armamento nuclear. Por
esto, los estrategas estadounidenses y europeos recomiendan un refuerzo
de las capacidades en todas esas regiones y esperan establecer el
crédito de la opción nuclear de la OTAN. Un artículo reciente de la
revista de la OTAN recomienda, por ejemplo, incrementar el número de
aviones con capacidad nuclear en los ejercicios de la Organización a fin
de disuadir a Moscú de cualquier ataque en el frente oriental,
haciéndole entrever la posibilidad de una respuesta nuclear.
Hace poco tiempo, este tipo de escenario
sólo hubiera interesado a las academias militares y los grupos de
reflexión estratégica. Ya no es más así. Prueba de ello son el nuevo
presupuesto de defensa estadounidense, las decisiones tomadas durante la
cumbre de la OTAN de los días 8 y 9 de julio de 2016 y el anuncio que
hizo Londres, el 18 de julio, de su intención de modernizar el programa
de misiles nucleares Trident.
El ministro de Defensa estadounidense,
Ash-ton Carter, reconoce que el nuevo presupuesto militar de su país
“marca un cambio de orientación fundamental”. Mientras que, estos
últimos años, Estados Unidos les daba la prioridad a las “operaciones
antiinsurgentes a gran escala”, ahora debe prepararse para una “vuelta
de la rivalidad entre grandes potencias”, sin descartar la posibilidad
de un conflicto abierto con un “enemigo de envergadura” como Rusia o
China. Carter ve a esos dos países como sus “principales rivales”, ya
que poseen armas bastante sofisticadas como para neutralizar algunas de
las ventajas estadounidenses. Y continúa: “Tenemos que tener –y mostrar
que tenemos– la capacidad de causar pérdidas sustanciales a un agresor
bien equipado, para disuadirlo de lanzar maniobras provocadoras o hacer
que se arrepienta si llegara a hacerlo”.
Un objetivo como este exige un refuerzo
de la capacidad estadounidense para combatir una hipotética embestida
rusa sobre las posiciones de la OTAN en Europa del Este. En el marco de
la European Reassurance Initiative (“Iniciativa para tranquilizar a
Europa”), el Pentágono prevé para 2017 un paquete de 3.400 millones de
dólares destinado al despliegue de una brigada blindada suplementaria en
Europa, así como al “pre-posicionamiento” de los equipamientos para una
brigada similar más. A largo plazo, también sería necesario el aumento
de los gastos en armas convencionales de alta tecnología para vencer a
un “enemigo de envergadura”: sofisticados aviones de combate, buques de
superficie y submarinos. Y para coronar todo esto, Carter desea
“invertir en la modernización de la disuasión nuclear”.
Otra reminiscencia de la Guerra Fría: el
comunicado emitido por los jefes de Estado y de Gobierno al término de
la última cumbre de la OTAN, en julio, en Varsovia. Cuando el “Brexit”
todavía estaba muy fresco, este texto parece preocuparse solamente por
Moscú: “Las recientes actividades de Rusia disminuyeron la estabilidad y
la seguridad, aumentaron la imprevisibilidad y modificaron el ambiente
de seguridad”.Por consiguiente, la OTAN dice estar “abierta al
diálogo”,al mismo tiempo que reafirma la suspensión de “toda cooperación
civil y militar práctica” y el endurecimiento de su “postura de
disuasión y defensa, incluida una presencia avanzada en el flanco
oriental de la Alianza”.
El despliegue de cuatro batallones en
Polonia y en los países bálticos es tanto más destacable cuanto que se
tratará de la primera presencia semi permanente de fuerzas
multinacionales de la OTAN en el territorio antes controlado por la
Unión Soviética. Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Alemania se
encargarán de dirigirla en forma rotativa. Así, la proximidad de las
tropas favorece el riesgo de desbocamiento, dado que una escaramuza con
fuerzas rusas puede desencadenar una guerra a gran escala, tal vez con
un componente nuclear.
Apenas diez días después de la cumbre
atlántica, Theresa May, nueva primera ministra británica, obtuvo el aval
de su Parlamento para la preservación y el desarrollo del programa de
misiles nucleares Trident. Afirmando que “la amenaza nuclear no
desapareció, sino que, al contrario, se acentuó”, May propuso un plan de
41.000 millones de libras esterlinas (47.000 millones de euros)
destinado al mantenimiento y la modernización de la flota nacional de
submarinos lanzamisiles atómicos.
Potencias temibles
Para justificar la preparación de un
conflicto mayor contra un “enemigo de envergadura”, los analistas
estadounidenses y europeos suelen invocar la agresión rusa en Ucrania y
el expansionismo de Pekín en el Mar de China Meridional. Las maniobras
occidentales serían, pues, sólo un mal necesario, una simple reacción a
las provocaciones del otro bando. Pero la explicación no es ni
suficiente ni convincente. En realidad, los cuadros de los ejércitos
temen cada vez más que las ventajas estratégicas de Occidente se
debiliten en razón de las transformaciones mundiales, precisamente
cuando otros Estados están ganando en poderío militar y geopolítico. En
esta nueva era de “rivalidad entre grandes potencias”, para retomar los
términos de Carter, la fuerza de choque estadounidense parece menos
temible que antes, mientras que las capacidades de las potencias rivales
no dejan de aumentar.
Así, cuando se trata de las maniobras de
Moscú en Crimea y en el este de Ucrania, los analistas occidentales
invocan la ilegalidad de la intervención rusa. Pero su verdadera
inquietud responde más bien a que ésta demostró la eficacia de la
inversión militar realizada por Vladimir Putin. Los observadores
atlánticos miraban con desprecio los recursos rusos desplegados en las
guerras de Chechenia (1999-2000) y Georgia (2008); en cambio, las
fuerzas activas en Crimea y Siria están bien equipadas y son
competentes. El informe del INSS citado más arriba señala, además, que
“Rusia dio pasos de gigante en el desarrollo de su capacidad para
utilizar su fuerza de una manera eficaz”.
De la misma manera, al transformar los
arrecifes y atolones del Mar de China Meridional en islotes susceptibles
de albergar instalaciones importantes, Pekín provocó la sorpresa y la
inquietud de Estados Unidos, que durante mucho tiempo había considerado a
esa zona como un “lago estadounidense”. Los occidentales quedaron
impactados por la potencia creciente del ejército chino. Ciertamente,
Washington sigue gozando de una superioridad naval y aérea en la región,
pero la audacia de las maniobras chinas sugiere que Pekín se convirtió
en un rival no despreciable. De esta manera, los estrategas no ven otra
opción que preservar una vasta superioridad a fin de impedir que futuros
competidores potenciales perjudiquen los intereses estadounidenses. De
allí las insistentes amenazas de conflicto mayor, que justifican gastos
suplementarios en el armamento hiper sofisticado que exige un “enemigo
de envergadura”.
De los 583.000 millones de dólares del
presupuesto de defensa que Carter presentó en febrero, 71.400 millones
(63.000 millones de euros) irán a la investigación y desarrollo de estas
armas –a título comparativo, la totalidad del presupuesto militar
francés alcanza los 32.000 millones de euros en 2016–. Carter explica:
“Tenemos que hacerlo para adelantarnos a las amenazas, en momentos en
que otros Estados intentan acceder a las ventajas de las que nos
beneficiamos durante décadas en ámbitos como el de las bombas guiadas de
precisión o la tecnología furtiva, cibernética y espacial”.
También se destinarán sumas descomunales
para la adquisición de equipamientos de punta aptos para superar a los
sistemas rusos y chinos de defensa y fortalecer las capacidades
estadounidenses en las zonas potenciales de conflicto, tales como el Mar
Báltico o el Pacífico Oeste. Así, en el transcurso de los próximos
cinco años, cerca de 12.000 millones de dólares serán destinados al
bombardero de largo alcance B-21, un avión furtivo capaz de transportar
armas termonucleares y de combatir la defensa aérea rusa. Igualmente el
Pentágono va a adquirir submarinos (de la clase Virginia) y destructores
(Burke) extra para hacer frente a los avances chinos en el Pacífico. El
Pentágono ya comenzó a desplegar su sistema antimisiles de última
generación Thaad (Terminal High Altitude Area Defense) en Corea del Sur.
Oficialmente, se trata de combatir a Corea del Norte, pero también se
puede ver allí una amenaza contra China.
Es altamente improbable que el futuro
presidente estadounidense, se trate de Hillary Clinton o de Donald
Trump, renuncie a la preparación de un conflicto con China o Rusia.
Hillary Clinton ya obtuvo el apoyo de numerosos analistas
neoconservadores, que la juzgan más fiable que su adversario republicano
y más belicista que Barack Obama. Trump repitió en numerosas
oportunidades que quería reconstruir las “agotadas” capacidades
militares del país. De todos modos, este último concentró sus
declaraciones en la lucha contra el Estado Islámico (EI) y expuso serias
dudas sobre la utilidad de mantener la OTAN, que él estima “obsoleta”.
El 31 de julio, en la cadena ABC, declaraba: “Sería algo positivo que
nuestro país lograra entenderse con Rusia”.Y, de una manera más
desconcertante para sus adversarios, agregó: “El pueblo de Crimea, según
lo que escuché, prefiere estar en Rusia”. Pero también se preocupó de
ver a Pekín “construir una fortaleza en el Mar de China” e insistió en
la necesidad de invertir en nuevos sistemas de armamento más de lo que
lo hicieron Obama o Hillary Clinton durante su paso por el gobierno.
La intimidación y los entrenamientos militares en zonas
sensibles como Europa del Este y el Mar de China Meridional amenazan
convertirse en la nueva norma, con los riesgos de escalada involuntaria
que esto implica. En todo caso, Washington, Moscú y Pekín anunciaron que
desplegarían en esas regiones fuerzas suplementarias y que estas
llevarían a cabo ejercicios allí. El tratamiento occidental de este tipo
de conflicto mayor también cuenta con numerosos partidarios en Rusia y
China. El problema no se resume, pues, en una oposición Este-Oeste: la
eventualidad de una guerra abierta entre grandes potencias se difunde en
las mentes y lleva a que los responsables se vayan preparando para
ella.
Traducción: Bárbara Poey Sowerby
http://www.eldiplo.org/archivo/207-contra-el-ajuste/el-regreso-de-la-guerra-fria?token&nID=1
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