sábado, 19 de mayo de 2018

Israel y Palestina, la asimetría de poder

José Abu-tarbush Quevedo


A Rayab Miri, in memoriam
“(…) Si la justicia para nuestra gente no se puede lograr aquí, entonces ¿a dónde deberíamos acudir?” Estas palabras del presidente palestino Mahmud Abbas, pronunciadas ante el Consejo de Seguridad de la ONU el pasado 20 de febrero, recuerdan el afamado “Diálogo de Melos” narrado por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita en el siglo V a. C.
Este pasaje es una referencia clásica del pensamiento realista (o realismo político) en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Su tesis es que el derecho y la justicia en la política mundial sólo adquieren relevancia si están respaldadas por la fuerza, en caso contrario los fuertes establecen las reglas y los débiles no tienen más opción que acatarlas. Si osaran oponerse o resistirse, la respuesta que obtendrían sería la represión violenta e incluso la guerra; y si ceden, el resultado sería un continuado sometimiento, de opresión y humillación.
La asimetría de poder genera situaciones desiguales en el cumplimiento e implementación del Derecho internacional. La teórica igualdad ante la ley de todos los actores internacionales no es más que una ilusión si no se acompaña de poder e influencia. De ahí que los más débiles tiendan a aferrase al derecho y las instituciones internacionales para tratar de compensar su debilidad, mientras que los más fuertes suelen sortear sus resoluciones cuando no les interesan o son contrarias a sus intereses, alianzas o aliados. Pero también suelen mostrarse muy exigentes y rigoristas en su aplicación cuando coinciden con sus intereses, advierten una ventaja estratégica o se articulan en detrimento de sus adversarios o enemigos.
Una pauta constante del movimiento sionista desde sus inicios y, luego, del Estado de Israel ha sido aliarse a una potencia mundial que le otorgara apoyo e inmunidad en el medio internacional. La alianza establecida con Gran Bretaña durante la primera mitad del siglo XX propició el apoyo imprescindible para materializar la empresa colonial sionista en Palestina: desde la carta colonial expresada en la Declaración Balfour (1917) hasta la política del Mandato británico en Palestina durante el periodo de entreguerras. Gran Bretaña no se retiró de Palestina (1948) sin antes haber asegurado la implantación de Israel. Todo estuvo diseñado para facilitar ese propósito.
Con los cambios operados en la estructura de poder del sistema internacional a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la alianza con Gran Bretaña fue reemplazada por la de Estados Unidos al advertirse su preeminencia mundial. Esta alianza estratégica se fue estrechando a medida que avanzaba la Guerra Fría, en particular, a partir de los retrocesos de Washington en Indochina (guerra de Vietnam) y los avances de Tel Aviv en Oriente Próximo (guerra de 1967). Desde entonces, Estados Unidos otorga un apoyo incondicional y ciego a Israel en todos los ámbitos: político, diplomático, económico, tecnológico y militar.
La estrategia palestina de internacionalización de su causa busca compensar su debilidad frente a Israel y equilibrar la mediación internacional frente a la parcialidad de Estados Unidos. Pese a los importantes avances logrados (unos 138 Estados reconocen el Estado palestino), dicha estrategia puede tocar techo si no logra sumar el apoyo efectivo de más Estados, en particular, de los miembros de la Unión Europea.
El reconocimiento unilateral de la administración Trump de Jerusalén como la capital de Israel y el consiguiente traslado de la embajada de Estados Unidos a dicha ciudad descalifican a Washington como mediador honesto, si es que alguna vez lo fue; además de alejar aún más la resolución de este conflicto colonial sobre la base de los dos Estados. Sin ningún contrapeso internacional que nivele esta asimetría de poder (por ejemplo, que Europa pase de las palabras a los hechos), habrá que darle entonces la razón a los realistas políticos; y responder a Abbas que, desde la debilidad y división, su gente nunca gozará ni de justicia ni de libertad.
Los dramáticos acontecimientos que se suceden estos días en la Franja de Gaza, más propios de una auténtica y deliberada masacre, muestran una vez más la inmunidad e impunidad con la que actúa el Estado israelí, al mismo tiempo que ponen de manifiesto la depravación que propicia tamaña asimetría de poder. De ahí la opción, si uno no quiere ser cómplice con su silencio de este crimen de guerra, de adherirse a la campaña de la sociedad civil transnacional de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) contra la colonización, el apartheid y la ocupación israelí, en la que participan también miembros de las comunidades judías en diferentes partes del mundo y sectores de la sociedad civil israelí, desde el periodista Gideon Levy hasta el académico Ilan Pappé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario