José Abu-tarbush Quevedo
A Rayab Miri, in memoriam
“(…)
Si la justicia para nuestra gente no se puede lograr aquí, entonces ¿a
dónde deberíamos acudir?” Estas palabras del presidente palestino Mahmud Abbas,
pronunciadas ante el Consejo de Seguridad de la ONU el pasado 20 de
febrero, recuerdan el afamado “Diálogo de Melos” narrado por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita en el siglo V a. C.
Este
pasaje es una referencia clásica del pensamiento realista (o realismo
político) en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Su tesis
es que el derecho y la justicia en la política mundial sólo adquieren
relevancia si están respaldadas por la fuerza, en caso contrario los
fuertes establecen las reglas y los débiles no tienen más opción que
acatarlas. Si osaran oponerse o resistirse, la respuesta que obtendrían
sería la represión violenta e incluso la guerra; y si ceden, el
resultado sería un continuado sometimiento, de opresión y humillación.
La
asimetría de poder genera situaciones desiguales en el cumplimiento e
implementación del Derecho internacional. La teórica igualdad ante la
ley de todos los actores internacionales no es más que una ilusión si no
se acompaña de poder e influencia. De ahí que los más débiles tiendan a
aferrase al derecho y las instituciones internacionales para tratar de
compensar su debilidad, mientras que los más fuertes suelen sortear sus
resoluciones cuando no les interesan o son contrarias a sus intereses,
alianzas o aliados. Pero también suelen mostrarse muy exigentes y
rigoristas en su aplicación cuando coinciden con sus intereses,
advierten una ventaja estratégica o se articulan en detrimento de sus
adversarios o enemigos.
Una pauta constante del movimiento
sionista desde sus inicios y, luego, del Estado de Israel ha sido
aliarse a una potencia mundial que le otorgara apoyo e inmunidad en el
medio internacional. La alianza establecida con Gran Bretaña durante la
primera mitad del siglo XX propició el apoyo imprescindible para
materializar la empresa colonial sionista en Palestina: desde la carta
colonial expresada en la Declaración Balfour (1917) hasta la política
del Mandato británico en Palestina durante el periodo de entreguerras.
Gran Bretaña no se retiró de Palestina (1948) sin antes haber asegurado
la implantación de Israel. Todo estuvo diseñado para facilitar ese
propósito.
Con los cambios operados en la estructura de poder del
sistema internacional a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la alianza
con Gran Bretaña fue reemplazada por la de Estados Unidos al advertirse
su preeminencia mundial. Esta alianza estratégica se fue estrechando a
medida que avanzaba la Guerra Fría, en particular, a partir de los
retrocesos de Washington en Indochina (guerra de Vietnam) y los avances
de Tel Aviv en Oriente Próximo (guerra de 1967). Desde entonces, Estados
Unidos otorga un apoyo incondicional y ciego a Israel en todos los
ámbitos: político, diplomático, económico, tecnológico y militar.
La
estrategia palestina de internacionalización de su causa busca
compensar su debilidad frente a Israel y equilibrar la mediación
internacional frente a la parcialidad de Estados Unidos. Pese a los
importantes avances logrados (unos 138 Estados reconocen el Estado
palestino), dicha estrategia puede tocar techo si no logra sumar el
apoyo efectivo de más Estados, en particular, de los miembros de la
Unión Europea.
El reconocimiento unilateral de la administración
Trump de Jerusalén como la capital de Israel y el consiguiente traslado
de la embajada de Estados Unidos a dicha ciudad descalifican a
Washington como mediador honesto, si es que alguna vez lo fue; además de
alejar aún más la resolución de este conflicto colonial sobre la base
de los dos Estados. Sin ningún contrapeso internacional que nivele esta
asimetría de poder (por ejemplo, que Europa pase de las palabras a los
hechos), habrá que darle entonces la razón a los realistas políticos; y
responder a Abbas que, desde la debilidad y división, su gente nunca
gozará ni de justicia ni de libertad.
Los dramáticos
acontecimientos que se suceden estos días en la Franja de Gaza, más
propios de una auténtica y deliberada masacre, muestran una vez más la
inmunidad e impunidad con la que actúa el Estado israelí, al mismo
tiempo que ponen de manifiesto la depravación que propicia tamaña
asimetría de poder. De ahí la opción, si uno no quiere ser cómplice con
su silencio de este crimen de guerra, de adherirse a la campaña de la
sociedad civil transnacional de Boicot, Desinversiones y Sanciones
(BDS) contra la colonización, el apartheid y la ocupación israelí, en
la que participan también miembros de las comunidades judías en
diferentes partes del mundo y sectores de la sociedad civil israelí,
desde el periodista Gideon Levy hasta el académico Ilan Pappé.
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