La Dra. Susana Murphy aborda un tema de gran actualidad: “las marcas de la alteridad en la construcción intelectual Oriente-Occidente”. Lo hace a través del análisis del “lenguaje de la construcción del enemigo en Cercano Oriente antiguo y contemporáneo”. La clave para entenderlo está en la exaltación de Occidente frente a la eliminación y/u omisión de Oriente. Sostiene: “Europa, nace en la historia moderna y se expresa en términos de cristianismo en oposición al mundo musulmán de árabes, turcos, y a los judíos” y “La representación imaginaria del mundo islámico que empieza a bosquejarse en Occidente es conflictiva; los rasgos centrales que lo representan son la guerra, la violencia y luego la religión”.
Curiosamente, el “enemigo” no lo es únicamente la religión. El “pérfido”, el “bárbaro”, el “monstruo” es el portador de los valores religiosos. Juzguen si algo ha cambiado desde la Edad Media.
Dra. Susana Murphy
IHAO- FF y L- CLEARAB, UBA – UNLu
El mythos nos remite a la palabra generadora de ilusión, como a la palabra generadora de verdad. Así se elabora un relato mítico de la otredad, en el que se afirma que Occidente tiene su origen en el mundo clásico. Pero en este caso no será la memoria ni la palabra generadora de verdad la que opere, sino el olvido, la omisión y la mentira. La idea de la historia se iniciaría milagrosamente con Heródoto, como si los esbozos historiográficos anteriores se esfumasen en mitos bizarros e inapropiados. Así, se elimina toda influencia oriental, se desconoce la transmisión cultural del mundo griego de las civilizaciones del Próximo Oriente al mundo griego, la diversidad de la época helenística, la admiración que produjo Egipto en los pensadores clásicos del Renacimiento. Y en su reemplazo se exalta en un continuum, el mito de la democracia, la política, la razón, la religión cristiana y la cultura occidental en un espacio particular, Europa.
Redundancia, discontinuidad, irrealidad, son algunas de las principales coordenadas del eurocentrismo, sin embargo la clave para comprender este proceso está dada por la producción y demonización del enemigo. Así, el nómade, bárbaro, meteco, esclavo, pagano, judío, negro, bruja, el inmigrante en el siglo XX, son figuras de exclusión en la sociedad europea que aparta, condena en diferentes tiempos de la historia y los sitúa en espacios acotados y limitados. Los enemigos son distintos y siguen costumbres diferentes. El diferente por excelencia es, el extranjero.
Nos interesa analizar el modelo recurrente de la creación de un enemigo que es análogo a la construcción del “otro”. Así, la construcción del enemigo debe ser intensiva y constante para que sea efectiva. En este sentido la historia del “orientalismo”, es la de una gran patología, cuyos síntomas se inscriben particularmente en la ideología del individualismo y la modernidad. Con respecto a ese objeto de estudio que denominamos “Oriente”, el problema no radica en el objeto de conocimiento como en la constitución de un sujeto observante que debe tomar conciencia de lo que lo caracteriza, así como a la sociedad a la que pertenece.
Europa, nace en la historia moderna y se expresa en términos de cristianismo en oposición al mundo musulmán de árabes, turcos, y a los judíos.
La literatura religiosa de los siglos IX y X da cuenta del temor que cunde en Europa.: “…Todo son ciudades despobladas, monasterios destruidos o incendiados, campos desolados…”, y las causas radican en las últimas invasiones de árabes, húngaros y escandinavos. Los escandinavos y sarracenos tuvieron un elemento en común, la marinería, lo que les permitió el dominio del mar, el avance hacia las costas y la actividad expedicionaria y la conquista. El siglo IX da cuenta de la incursión de los árabes en el sur de la actual Italia y España. Los testimonios ofrecen indicios de asentamiento de población musulmana e incluso la formación de una organización estatal, el emirato, dependiente del califato de Damasco, con centro en Córdoba.
Asimismo, existen evidencias de incursiones efímeras en los Alpes, Pirineos y Valle del Rhin.
Sin embargo, el contacto con Occidente se había establecido previamente mediante la red comercial a larga distancia del Islam, que abarcaba desde China hasta el estrecho de Gibraltar. Los intercambios económicos, las piezas de oro, las monedas de plata que circulaban en Europa provenían únicamente de talleres árabes o griegos. Tanto musulmanes como judíos realizaron importantes aportes científicos y tecnológicos y así se instituyó en una importante vía de circulación no sólo de bienes sino de personas, ideas, y culturas hasta el siglo XII. Otra vía de comunicación Oriente-Occidente fueron las peregrinaciones de judíos, musulmanes y cristianos. El viaje ritual a la Meca por parte de los musulmanes les permitía estudiar en la Meca, en El Cairo o en otros centros, para luego trasladar los conocimientos científicos y filosóficos adquiridos y transmitirlos en Sicilia y al-Andalus. Lo mismo sucedía con los judíos y sus viajes a la Tierra Prometida, y los cristianos realizaban peregrinaciones por el Camino de Santiago conectándose en sus viajes con la cultura musulmana y judía. Finalmente, las Cruzadas fueron también un puente entre Oriente y Occidente en beneficio de este último.
Un siglo después de la muerte del profeta Mahoma, el sur de Europa siente pavor ante la penetración del “extranjero absoluto”, el musulmán, dado que es “otro” que comporta una doble extranjería, no pertenece a la comunidad y no es cristiano, por lo tanto ante esta situación existen dos caminos: la destrucción o la conversión.
La representación imaginaria del mundo islámico que empieza a bosquejarse en Occidente es conflictiva; los rasgos centrales que lo representan son la guerra, la violencia y luego la religión. Se los denota como perfida gens sarracenorum, en otros términos, una comunidad de infieles perversos a los que posteriormente se los etiquetará de bárbaros. Se destacan en particular sus rasgos militares más que su religión, lo que refleja la negación de todo sentimiento religioso de aquellos pueblos que no comparten la fe cristiana. El sarraceno es un guerrero pagano y finalmente idólatra. La figura del bárbaro, identificado con el musulmán, es la representación de la frontera que socava el orden topográfico y mental del cristianismo.
Por su parte, la Histoire anonyme de la Première Croisade; devela en parte la imagen que los musulmanes tenían de los cristianos y de Occidente, los cristianos son vistos como “mendigos, desvalidos y miserables”, las ciudades cristianas se caracterizan por “la suciedad y los olores desagradables”. Los relatos de viajeros cuentan la impresión que les causa la suciedad de los europeos pues no se bañan y no cambian sus vestimentas.
El papa Urbano II, convocó en el año 1095 a un concilio en Clermont en el que exhortó a los cristianos a alistarse para emprender la lucha contra los infieles y recuperar el Santo Sepulcro. La primera peregrinación a Tierra Santa se realizó bajo la dirección del monje Pedro el Ermitaño; los fieles que marcharon junto a él eran de muy humilde condición y el bandidaje aprovechó la marcha de los cruzados en defensa de Jerusalén para realizar todo tipo de atropellos. Así los relatos conservados dan cuenta de otra presencia extraña: los judíos. En efecto, al mando de Emich de Lesingen un pequeño barón, mitad bandido, mitad señor, algunos peregrinos alemanes emprendieron a lo largo de su itinerario abominables matanzas de judíos. Una crónica judía de la época atribuida a Salomón bar Simeón, relata que: “El día (3 de mayo) los enemigos asaltaron la comunidad de Espira y mataron a once santas personas”. Lo mismo se repitió en Worms, Maguncia y Colonia donde se destruyeron sinagogas y se tiraron por las calles los rollos de la Torá. Al comparar las imágenes que transmiten cristianos, musulmanes y judíos es posible marcar diferencias. La visión cristiana destaca y subraya la barbarie, la violencia, la perfidia, y ante la presencia del invasor total que no se inclina ante la cruz. Los musulmanes aluden particularmente a la falta de higiene, la suciedad, la miseria, la pobreza, el hacinamiento, características de las ciudades medievales; mientras que las crónicas judías denotan la intolerancia, la persecución, el rechazo y la barbarie instauradas por algunos cristianos.
Las representaciones negativas en torno al Islam que se forjaron en el seno de la cristiandad se ambientaron en espacios simbólicos alejados, montañosos, y en los claustros de los monasterios. Allí se elaboraron distintas representaciones, dado que eran los recintos del saber, lugar de la lectura y escritura.
Las imágenes que evocan el mundo musulmán se asocian con el reino animal, con la desnudez en tanto signo de inferioridad e identificada con hombres violentos y salvajes, con la vida profana, la prostitución y el libertinaje.
En el sentido señalado la representación de la sexualidad, bajo la figura de la prostituta, fue y es un instrumento para denigrar a las “otras” y los “otros” y situarlos en el campo de la marginalidad e incluso la exclusión. Un ejemplo de lo expuesto lo aporta la ciudad de Venecia, que albergaba a un gran número de prostitutas debido a la presencia de extranjeros que recalaban en el puerto de la ciudad para los intercambios de bienes y productos. Las autoridades de la ciudad trataban a las prostitutas como “cuerpos extraños” y por lo tanto era necesario segregarlas, al igual que a los judíos prestamistas, que estaban obligados a usar ropa o distintivos de color amarillo. A su vez, en algunos lugares las mujeres judías fueron señaladas como prostitutas, y en otras ciudades se les obligaba a usar pendientes, que simbolizaban “impureza sexual” y “tentación”.
Como puede observarse, la prostituta, el judío y la mujer judía eran seres marginales, despreciados, segregados, eran seres extraños que no pertenecían a la comunidad cristiana y no respetaban los valores de la religión, en consecuencia era preciso marcarlos, señalarlos para impedir cualquier tipo de integración, excluirlos. Las huellas de la prostitución se encuentran diseminadas en diferentes espacios en la India, en el Antiguo Testamento, en la Mesopotamia y en particular en la prestigiosa ciudad de Babilonia; existen evidencias documentales de la prostitución “sagrada”, ejercida por las sacerdotisas del templo, a las que se les prohibía el matrimonio y que tenían la obligación de realizar el acto sexual con cualquiera que diese una contraprestación, para las divinidades y por ende al templo. En la India las bailarinas “sagradas” danzaban para las divinidades en los templos y eran también el objeto sexual de los contribuyentes (brahmanes y mercaderes). Como puede observarse, desde los inicios la institución de la prostitución: es masculina, lo recaudado era para el servicio del templo y sus sacerdotes. La invocación a las divinidades era la forma de coerción ideológica impuesta a las sacerdotisas para que cumpliesen con el ritual sexual.
El imaginario cristiano medieval denostaba a musulmanes y judíos desde las palabras y las representaciones, y así incorporan una nueva imagen denigratoria de la sexualidad pecaminosa. La representación iconográfica de Babilonia es la de “la gran prostituta”, indudablemente con rostro de mujer, sentada en un trono, luciendo en sus sienes una corona con el símbolo del Islam, la medialuna, y adornos almenados que representan el estilo arquitectónico islámico y el agua del río sugerida mediante un diván.
La imagen del Islam en tanto “gran prostituta” es exhibida en contraposición a la religión cristiana, que tiene como prédica el ascetismo, la abstinencia sexual, el celibato. Cualquiera otra manifestación era considerada oprobiosa. Sin embargo, los Padres de la Iglesia, San Agustín y Santo Tomás consideraron que la prostitución era necesaria pues así se preservaba el honor de las mujeres casadas y la virginidad de las solteras. Se percibe en esta postura una cínica “doble moral” que la burguesía y el capitalismo continuará largamente.
Es justamente la escena del cuerpo prostituido lo que hace de él una metáfora, una representación del otro. Es el espejo de la alineación como gestora de la dimensión imaginaria, en la que el cuerpo queda inhibido, y se lo destina a elaborar una trama inconsciente.
Existía una representación imaginaria del Islam y no un conocimiento objetivo, se tenía una visión deformada y homogénea. Se forjó un ideario geométrico, Occidente percibía al Islam como un poder político-religioso cuya base estaba constituida por pueblos paganos e infieles y con un universo religioso falso, representado en la figura de Mahoma, y un espacio central pagano, Bagdad. Paralelamente, el poder político-religioso occidental estaba sustentado por pueblos cristianos, donde residía la verdadera religión encarnada en la figura de Jesucristo y el centro del cristianismo, la ciudad de Roma.
Una representación singular del Islam fue asociarlo a una bestia con cuernos, el dragón. Filotrasto sostuvo oportunamente que los árabes comían el corazón y el hígado del dragón o serpiente alada con fines mágicos, para efectuar sortilegios y adivinaciones. La figura del dragón, mushusshu en lengua acadia es significativa, el vocablo evoca la “serpiente furiosa”, y en el pensamiento mesopotámico se consideraba que la divinidad tenía rasgos de dragón, en tanto guardián y protector la ciudad. La arquitectura monumental de la ciudad de Babilonia se refleja en la imponente puerta triunfal de Ishtar y la vía procesional ornamentada con figuras de dragones, toros y leones.
En otras civilizaciones, el dragón se asocia con el demonio, la imagen del mal, a menudo se lo menciona como “el anciano dragón”, y en las representaciones toma la forma del legendario animal asociado a la serpiente, como se manifiesta en el Salmo 74. Para la imaginería cristiana, es Cristo el que expulsa al mal, y vence al demonio, y esta acción se simboliza con la destrucción de la serpiente y con la decapitación del dragón. Las imágenes de San Miguel y San Jorge expresan el triunfo de la cristiandad al pisar la cabeza de dragones.
El sentimiento generalizado era hostil. Se le asignó una imagen pérfida, la versión opuesta de Cristo, es Satán, el diablo, fabulador y carente de sentido, es decir, el Anticristo. El imaginario cristiano debía destruir la imagen del Profeta que transmitió a los hombres el mensaje divino. La analogía con Cristo era muy fuerte, por lo tanto se identifica a Mahoma con la figura del Anticristo y de esta forma se logra demonizarlo.
¿Acaso esas metáforas no son las representaciones del pecado y de los castigos colectivos impuestos por Dios y que se manifiestan en guerras, pestes y hambrunas?
La literatura de los siglos XV e inicios del siglo XVI refleja y alude a relatos cronísticos sobre monstruos, razas monstruosas, casos aberrantes de brujería y sortilegios, aparición de seres extraños y deformes, historias prodigiosas de “cosas extrañas”, se mencionan los “milagros de la naturaleza”, el desastre que se abatirá entre los hombres por haber pecado. La dramatización del pecado y sus consecuencias refuerza el poder de la autoridad clerical y de la institución eclesiástica al mismo tiempo que somete e impide el desvío.
La literatura y la lengua representan la imagen del pasado, presente y futuro y a menudo se advierten tergiversaciones en los distintos tiempos. Los logros de Dante en La Divina Comedia consistieron en combinar sutilmente la pintura realista de los conflictos de la sociedad florentina y los valores cristianos, que se evoca en la figura del Universo: Infierno-Purgatorio y Paraíso. Las tres partes se sostienen mutuamente, las tres constituyen el verdadero mundo invisible. Dante es el hombre que habla en nombre de la “Edad Media”, le da voz a las ideas cristianas de diez siglos, a la meditación cristiana. Recordemos que Dante entrará en el Infierno acompañado por Virgilio ¿Acaso este descender de círculo en círculo no será una necesidad y continuidad cultural de mantener vivo el recuerdo del pasado pagano occidental y la gestación del espíritu cristiano?
Lo paradojal es que los antecedentes de la trilogía infierno-purgatorio-paraíso en la Divina Comedia se manifestaron en distintas etapas de la historia de la Mesopotamia, es decir en el Iraq actual.
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