domingo, 15 de septiembre de 2013

Para la Argentina, la oportunidad de ayudar sin dogmatismos

Por   | Para LA NACION
El "marco de referencia para la eliminación de las armas químicas de Siria", acordado entre los cancilleres Sergei Lavrov y John Kerry generó una primera iniciativa razonable y realizable en torno del drama sirio, desactivó la probabilidad de una acción unilateral contra Damasco por parte de un conjunto estrecho de países, facilitó un puente de acercamiento diplomático entre Rusia y Estados Unidos después de semanas de tensión en las que se combinan los casos de Edward Snowden y de Bashar al-Assad y volvió a colocar a la ONU en el centro de una solución al conflicto sirio.
Con este contexto, la Argentina bien podría hacer algunos aportes. Sin duda, el país perdió una oportunidad en agosto pasado cuando, a cargo de la presidencia pro témpore del Consejo de Seguridad, no ubicó en el centro de la agenda la cuestión de Siria, la urgencia de medidas humanitarias, el valor de acciones preventivas no militares y la búsqueda de una solución política en ese país. Ahora, sin embargo, aparece una oportunidad de realizar contribuciones prudentes y creíbles.
En el tema específico del acuerdo rusonorteamericano, cabe destacar que un diplomático argentino, Rogelio Pfirter, presidió por ocho años (2002-2010) la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), llamada a cumplir un papel central en la iniciativa Lavrov-Kerry. Más allá de las preferencias ideológicas del gobierno y en aras de procurar un respaldo interno más amplio a su política exterior, sería sensato que Buenos Aires pusiera al servicio de la ONU la experiencia de profesionales en materia de armas químicas y verificación. Hay que recordar, a su vez, que en su momento Pfirter estuvo al frente de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (Abacc).
La cuestión de las armas químicas es esencial, pero también lo es el asunto humanitario. Un conflicto que, en dos años, dejó unos 100.000 muertos y en el que el Estado, principalmente, y los rebeldes, en especial las más fundamentalistas, recurren a métodos atroces, debe ser sometido a la Corte Penal Internacional (CPI) para que los actores que hayan cometido crímenes de lesa humanidad sean juzgados y sancionados.
Tal como en su momento lo sugirió la Liga Árabe -secundada por la Argentina- el Consejo de Seguridad puede usar todas las evidencias disponibles, tales como el reciente informe de la comisión independiente de la ONU sobre derechos humanos y el futuro informe de los inspectores sobre el uso de armas químicas, para elevar a la CPI la tragedia padecida por el pueblo sirio. Hay que recordar que otro argentino, Luis Moreno Ocampo, fue el fiscal de la CPI entre 2003 y 2012. Otra vez es fundamental que se use la experiencia de alguien como él para que el país despliegue, con tacto, una diplomacia eficaz en aras de que las grandes potencias y los países de Medio Oriente promuevan el recurso a la Corte.
Resta, por otro lado, el logro de una solución política efectiva y sustentable al conflicto. También allí la Argentina podría jugar un rol constructivo: no hay que olvidarse que el país reside la mayor población de descendencia siria en América latina y que los alauitas, sunnitas, cristianos y drusos han convivido en paz por más de un siglo. El futuro de las conversaciones en Siria puede beneficiarse de la convivencia pacífica que conoció la Argentina.
En breve, con discreción y sin dogmatismo, la Argentina puede desarrollar una conducta moderada y positiva ante esta ventana de oportunidad que se abrió en el dilemático y dramático caso de Siria..

sábado, 14 de septiembre de 2013

Mientras todos miran a Siria, los militares egipcios lanzan una cacería

El ejército inició una dura campaña de hostigamiento contra todo el arco opositor
Por   | LA NACION
PARÍS.- Mientras las luces de los reflectores atraen la atención del mundo hacia Siria, otras violaciones a los derechos humanos se multiplican al amparo de las zonas en la sombra. Ése es el caso de Egipto, donde el régimen militar no sólo continúa persiguiendo a los partidarios del depuesto presidente islamista Mohammed Morsi, sino que lanzó una campaña de hostigamiento contra todos los opositores: laicos, liberales, simpatizantes de izquierda o periodistas.
El martes, mientras la cabeza del planeta estaba puesta en las armas químicas del régimen sirio de Bashar al-Assad, los generales egipcios aprovecharon para extender por dos meses el estado de urgencia en todo el país. Y si bien su nuevo presidente interino, Adly Mansur, afirma a quien quiera oírlo que "la era de los gobiernos faraónicos se terminó", la realidad es mucho más amenazadora de lo que parece.
Vigente desde los años 50, la ley de urgencia, que anula el derecho a juicio e ignora los abusos policiales, constituyó el detestado símbolo de los excesos de Hosni Mubarak. La regla fue levantada tras su derrocamiento. Ahora, los militares volvieron a imponerla, invocando problemas de seguridad.
Desde el golpe de Estado para derrocar al único presidente democráticamente electo de la historia egipcia, el 3 de julio, unos 2000 civiles murieron en general baleados por la policía, según fuentes independientes. Los Hermanos Musulmanes, el partido de Morsi, es objeto de una auténtica cacería humana. Cada día se anuncia la captura, encarcelamiento y juicio de docenas de sus líderes.
Si bien Mansur proclama que Egipto "nunca más será un Estado policial y los civiles jamás volverán a ser enjuiciados por tribunales militares", 11 miembros de la cofradía islamista acaban de ser sentenciados a cadena perpetua por un juez militar.
Pero los islamistas no son ya el único blanco del régimen. Ahora, el gobierno egipcio se lanzó a la caza de los liberales, los sectores más progresistas e, incluso, los periodistas. Excepto en Internet, todas las voces críticas al régimen están siendo silenciadas, con frecuencia por la fuerza.
El Grupo 6 de Abril, reconocido por su papel en el movimiento que terminó con los 30 años de poder absoluto de Mubarak en 2011, anunció el miércoles pasado que la policía irrumpió en sus locales sin autorización oficial y detuvo a muchos de sus miembros.
El mismo día, el gobierno presentó una denuncia ante un tribunal militar contra Ahmed Abu Deraa, un periodista que cubre el norte del Sinaí, donde los militares egipcios enfrentan una creciente resistencia de los militantes islamistas.
El gobierno también cerró media docena de canales de televisión proislamistas, mientras aquellos que apoyan al régimen siguieron transmitiendo sin problemas.

MANIPULACIÓN

"La forma en que los militares intentan manipular los medios son infinitos. También lo son los controles draconianos de todo tipo, la manipulación de la justicia, la omnipresencia de los servicios de seguridad y las restricciones impuestas a las organizaciones civiles", afirma el experto francés Gilles Kepell.
Incluso las mezquitas pagarán su tributo: el ministerio de Asuntos Religiosos anunció que vetará a unos 40.000 predicadores sin licencia y "purgará" a aquellos considerados sin calificaciones suficientes.
Lo paradójico del caso es que la brutalidad del nuevo régimen es apoyada, incluso con entusiasmo, por la mayoría de los egipcios. Las encuestas de opinión demuestran que la gran mayoría acusa a los Hermanos de ser responsables de la violencia y quieren que la cofradía sea prohibida para siempre. Las manifestaciones de protesta contra el golpe que derrocó a Morsi sólo encontraron una feroz represión policial y una amplia indiferencia por parte de la población.
Es verdad que la gente común tiene la sensación de haber recuperado la calma después de meses de agitación. El estado de urgencia impone una relativa seguridad; la generosa ayuda proveniente de algunos ricos países del Golfo (como Qatar y Arabia Saudita), encantados con la derrota de los Hermanos, puso punto final a la penuria de combustible y está evitando una estrepitosa caída de la moneda egipcia.
Más paradójico aún es que todas esas medidas represivas son apoyadas por Al-Azhar, la universidad estatal, sede de la ortodoxia islámica.
"Tampoco se oyeron estruendosas protestas por parte del movimiento archipuritano salafista, rival islamista de los Hermanos Musulmanes. Prueba de que Medio Oriente es una bolsa de gatos", afirma Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS). Con los ojos puestos en las futuras elecciones, los salafistas del partido Nour acusaron públicamente a los Hermanos de haber demolido el proyecto islamista.

PESE A LAS NEGOCIACIONES, EL HORROR DE LA GUERRA NO SE DETIENE

A la espera de una solución diplomática, Siria se desangra día a día
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    Foto: AP 
    La vida como refugiado
    Una niña siria prepara su almuerzo en un campo de refugiados en el vecino Líbano, a donde ya llegaron un millón de sirios, de un total de dos millones de exiliados
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    Foto: AFP 





  • Combates en Damasco
    Los choques entre rebeldes -que cuelgan telas en las calles para bloquear la visión de los francotiradores- y el ejército sirio dejan más de 1000 muertos p

Oslo 1993

A 20 años de Oslo.
Por Alvarez Ossorio para El Correo.

El 13 de septiembre de 1993 palestinos e israelíes firmaron el Acuerdo de Oslo con el que pretendían resolver el largo conflicto que los enfrentaba. Desde entonces han transcurrido dos décadas. La primera reflexión que pueda plantearse es que se trata de demasiado proceso para tan poca paz. A día de hoy, la posibilidad de lograr un acuerdo definitivo que aborde las espinosas cuestiones de Jerusalén, los asentamientos, las fronteras y los refugiados todavía parece lejana, dadas las diferencias abismales entre las posiciones del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el presidente palestino Mahmud Abbas.
El conflicto palestino-israelí ha vivido distintas fases desde la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este en 1967. Tras 25 años de enfrentamiento, Israel y la Organización para la Liberación de Palestina acordaron negociar una solución pacífica del conflicto en 1993. Oslo establecía que la autonomía no debería durar más de cinco años, tras los cuales se alcanzaría un acuerdo sobre el estatuto final del Territorio Ocupado. Desde un primer momento, el acuerdo chocó con fuertes resistencias tanto en la escena palestina como en la israelí. Los sectores radicales de ambos bandos hicieron todo lo posible por torpedear las negociaciones, no dudando en recurrir a la violencia y el terrorismo para minar el proceso de paz.
No sólo fracasaron las conversaciones de Camp David, sino que también los calendarios fijados por la Hoja de Ruta y la Conferencia de Anápolis fueron ignorados. El pasado 30 de julio la Casa Blanca anunció a bombo y platillo la enésima vuelta de tuerca del proceso de paz y dio un plazo de nueve meses a palestinos e israelíes para que alcancen un acuerdo definitivo. No hace falta ser un adivino para vaticinar que, una vez más, las negociaciones no llegarán a buen puerto. El fracaso del proceso de paz evidencia que Israel, la potencia ocupante, no puede fijar la extensión de la retirada ni marcar el ritmo del proceso de paz. Las negociaciones deben retornar al marco de las Naciones Unidas ante la escasa disposición de Estados Unidos a presionar a Israel para que acate la legalidad internacional.
Bill Clinton watches Yitzhak Rabin and Yasser Arafat shake hands over the Oslo peace accords
Mientras el tiempo pasa, las políticas de hechos consumados dejan cada vez menos margen de maniobra para alcanzar una solución negociada. Cisjordania tiene una extensión de 5.600 km² y dos millones y medio de habitantes palestinos. Desde que fuera ocupada en 1967, Israel ha construido sobre ella 161 asentamientos que albergan a 550.000 colonos. Estas colonias, eufemísticamente denominadas ‘comunidades’ por Israel, ocupan más de 300 km², lo que sumado a los 1.175 km² de las zonas militares cerradas, representan 1.500 km². De otra parte, el muro de separación, cuya construcción se inició en 2002, ha dejado otro décima parte de su territorio bajo control israelí. Por todo ello no parece factible el establecimiento de un Estado viable en los pequeños islotes que aún controla la Autoridad Palestina.
Si la política israelí de hechos consumados ha convertido a las zonas autónomas palestinas en un archipiélago rodeado de un mar de asentamientos, carreteras de circunvalación y controles militares, la situación de la Franja de Gaza no es mejor. Desde la victoria electoral de Hamas en 2006, esta estrecha franja mediterránea ha estado expuesta a un intenso bloqueo por tierra, mar y aire. Las operaciones militares y la política de castigos colectivos israelíes han provocado el desabastecimiento de productos de primera necesidad y colocado a su población en una situación de emergencia humanitaria. Hoy en día, un 85 por 100 de sus habitantes vive de la ayuda internacional.
El bloqueo de Gaza, la construcción del muro de separación en Cisjordania y la judaización intensiva de Jerusalén Este han acentuado la sensación de que la solución de los dos Estados podría diluirse para siempre. Las opciones sobre la mesa no son demasiado halagüeñas: el mantenimiento del ‘statu quo’ beneficia a Israel, que puede seguir modificando la situación sobre el terreno a su favor. La proclamación unilateral de un Estado palestino cuenta con un vasto respaldo de la comunidad internacional, pero no resuelve por sí sola el futuro de Jerusalén Este, la delimitación de las fronteras y el destino de los refugiados. En este contexto, la disolución de la Autoridad Palestina gana cada día más enteros, ya que colocaría a Israel ante la tesitura de asumir la administración de la población ocupada, lo que conllevaría elevados costes tanto en términos materiales como humanos que no parece dispuesta a asumir.

martes, 10 de septiembre de 2013

Mi patria me duele

Texto original: Al-Quds al-Arabi 

Autor: Elias Khoury

Fecha: 02/09/2013



Quizá la mejor manera de describir la situación actual en Siria sea esa expresión que utilizó un amigo palestino por teléfono. Dijo que estaba cansado y que sentía un dolor muy fuerte en sus miembros. Cuando le recomendé que consultara a un médico, se rio amargamente y dijo que no podía, porque lo que sentía no estaba en el vademécum. Cuando le pregunté por la naturaleza de ese dolor, dijo que es un tipo de dolor que se extiende por cada rincón del cuerpo, especialmente en la cabeza y los ojos. Dijo que el dolor ocular era el más terrible y se sentía incapaz de abrir los ojos porque la luz los quemaba como si fueran chispas. Entonces pronunció la expresión que se quedó grabada en mi mente: “Mi patria me duele”.

“¿Cómo?”, le pregunté riendo y burlándome de tan romántica metáfora que bien serviría para un melodrama sobre la “primavera árabe”. Cuando no escuché respuesta alguna al otro lado de la línea, yo también comencé a sentir ese dolor ocular y mi cabeza se convirtió en un bloque hinchado capaz de estallar, y ya no pude seguir hablando, como si estuviera viviendo una comedia negra. Colgué el teléfono y me invadió el dolor. ¿Qué significa que te duela tu patria? Padecemos de la ocupación y de la dictadura, algo normal que es un aliciente para luchar por la justicia. Pero que la fuente del olor sea la propia patria, nunca se me había ocurrido. ¿Cómo puede una idea abstracta convertirse en una realidad sensorial y tangible? Intenté resolver el enigma de esta metáfora pero no pude. Llamé a mi amigo palestino, poco después de que Obama anunciara que retrasaba su golpe contra Siria, para intentar comprender qué quería decir.

Le pregunté por su dolor, pensando que debería estar mejor, porque cuando comenzó a difundirse la historia del ataque estadounidense me había dicho: “No se puede pedir merced a los lobos” [1]. Le dije que los lobos estaban ahora dubitativos y que parecía que no había merced, y me dijo que la cuestión no tenía nada que ver con el lobo estadounidense, sino que era un problema nuestro en primera instancia. Dijo que el crimen químico que el régimen sirio había cometido no podía perdonarse y que la respuesta a tal salvajismo debía adoptar la forma de la caída final de este régimen salvaje y dictatorial. Pero los sirios no deben esperar nada de Occidente. “Escucha amigo, hay más de 100.000 muertos en Siria hoy, pero su sangre no ha movido ni una sola conciencia, más aún, esa sangre ha dado un pretexto a las fuerzas que se parecen a este régimen en salvajismo para entrar en Siria y destrozarla bajo la cobertura árabe y turca”. No culpo a EEUU o a los árabes del petróleo, porque ellos protegen sus intereses, como tampoco se puede culpar al régimen despótico, pues este régimen que erigió sus muros con la sangre de los sirios y las sirias, se comporta como le dicta su bagaje criminal. Igualmente, la masacre química no es nueva para el bagaje baasista, pues Saddam Hussein ya había utilizado tales armas en Iraq, sin ninguna reacción humana de Occidente, en su intento de que su régimen se mantuviera en su estúpida guerra con Irán.

“Consideras que el verdugo y su víctima son iguales”, le dije. “De ninguna manera”, me respondió. “Estoy comparando a dos verdugos, mientras que la víctima –el pueblo sirio- merece que nos arrodillemos ante sus ingentes sacrificios y heroicidades”.

¿No lees lo que se escribe en la prensa occidental? Es natural que EEUU dude, porque los estadounidenses piensan y tienen razón, que nadie en Siria está con ellos. Escuchad bien, porque los intereses estadounidenses en la zona se resumen en dos puntos: Israel y el petróleo. Siria no tiene nada que ver con el expediente del petróleo, pero ¿puede alguien asegurarles a los estadounidenses que cualquier nuevo régimen sirio no intentará liberar el Golán y no se verá al final enfrentado a las políticas estadounidenses?  Naturalmente nadie puede garantizar eso, pero ¿por qué queréis que EEUU ayude al pueblo sirio? Mi amigo dijo que nosotros somos la causa de ese dolor, basta con echar un vistazo a las oposiciones sirias para sentir tristeza. ¿Qué es esto? ¿No les da vergüenza? ¿Qué extrañas formaciones son esas que se han permitido a sí mismas encubrir con su silencio a Al-Nusra y al Estado Islámico de Iraq y Siria? ¿No saben que quien ayuda a Al-Qaeda con dinero, gas y armas quiere acabar con Siria y conforma la otra cara del Baaz y sus aliados radicales iraníes y libaneses que luchan a su lado? Mi amigo dijo que lo que llama dolor de la patria es esta ocupación política y moral en las filas de una parte de la élite siria que se encuentra en la primera línea del liderazgo televisivo de la revolución. Se sientan sobre sus traseros dejando el terreno a los islamistas extremistas, pensando que EEUU derrocará al régimen y les entregará el poder en Siria sobre una bandeja de petrodólares.

Le dije a mi amigo que estaba siendo cruel con la revolución siria porque ignoraba la lucha de miles de luchadores y luchadoras sobre el terreno, que intentan construir una acción popular como alternativa al régimen dictatorial. Me dio la razón en ese punto, pero lo que teme es que los esfuerzos de esos luchadores se pierdan y que Siria se convierta en un campo abierto a una guerra regional e internacional, haciendo terriblemente difícil salvar a la patria.

Le dije que hablaba así porque era palestino, y que los palestinos temen que su causa sea marginada en medio de una realidad árabe convulsionada. Dijo que el dolor por su patria palestina era el mayor dolor. Dijo que no quería hablar de Palestina ahora porque la tristeza lo destrozaba ante la escena del dueto Ariqat-Livni y la manera en que los servicios de seguridad palestinos se comportan, reprimiendo las protestas contra las negociaciones. Dijo que su patria le dolía, y que no podía dejar de entristecerse por todo el Bilad al-sham (la Siria histórica), al verla en medio de la destrucción de la muerte y ver cómo los niños sirios son exterminados con armas químicas.

Me preguntó si en Líbano habíamos encontrado una medicina para el dolor de la patria, y le dijo que la nuestra no servía porque habíamos intentado tratarlo con el olvido y la pérdida de la memoria y que nos encontramos en un callejón sin salida.

“¿Qué debemos hacer?”, me preguntó.

“Comenzar desde el principio”, contesté.

“¿Dónde lo encontramos?”, inquirió.

“No sé, pero no debemos rendirnos a la desesperación”, respondí.

“Ni la desesperación nos quiere”, dijo.  “Tienes razón, necesitamos que el pueblo sirio haga el milagro que sirva de nuevo comienzo”, y cortó. 

[1] Literalmente, la expresión –que indica que no se puede pedir a algo o alguien lo contrario de lo que puede dar es: “No pidas que salga mermelada del trasero de una hiena”.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Siria aceptaría un control internacional de su arsenal químico

Dio a entender que está dispuesta a cumplir con la 
propuesta de Rusia, que implicaría la destrucción de 
esas armas. Así evitaría la intervención militar de EE.UU.
Manifestantes sirios residentes en Egipto gritan consignas y ondean banderas de su país, durante una protesta contra una posible intervención militar de Estados Unidos en Siria. (EFE)
El canciller sirio, Walid Mualem, dijo en Moscú que su país le da la bienvenida a la propuesta rusa de poner sus armas químicas bajo el control internacional y luego destruirlas, como forma de evitar un posible ataque de EE.UU.
 “Siria saluda la iniciativa de Rusia, surgida de su preocupación por la vida de nuestros ciudadanos y la seguridad de nuestro país, y porque cree en la prudencia del liderazgo ruso, que busca evitar una agresión estadounidense contra nuestro pueblo”, declaró Mualem, según informó la cadena BBC.
 La propuesta rusa es que Siria coloque bajo supervisión internacional su arsenal de armas químicas para evitar un ataque, una idea a la que también adhirió Londres y la ONU.
 “Llamamos a los dirigentes sirios no sólo a aceptar poner su arsenal de armas químicas bajo control internacional y a continuación destruirlo, sino también a unirse plenamente a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas” de la ONU (OPAQ), dijo el canciller ruso Sergei Lavrov.
 La propuesta se produce después de que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, dijera en Londres que Siria podía evitar un ataque si entregaba sus armas químicas en una semana. “Deben entregarlas, sin demora y permitir un recuento completo y total”, precisó Kerry.
 EE.UU. acusa a Damasco de haber perpetrado un ataque con armas químicas que dejó cientos de muertos el 21 de agosto cerca de Damasco. También Londres, cuyo parlamento había rechazado participar en un ataque a Siria como represalia, se mostró satisfecho con la idea rusa.
 "Sería un gran paso adelante y habría que alentarlo", dijo el primer ministro David Cameron en el parlamento, antes de advertir que “hay que ser cuidadosos de que no se trate de una maniobra de distracción”.
 Por su parte, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, pidió la creación en Siria de zonas supervisadas por el organismo donde se puedan destruir las armas químicas.
 Fuente: agencias

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Gran Juego geopolítico en Siria

La comunidad internacional dividida ante un inminente ataque en el tablero de Medio Oriente.
Los presidentes de EEUU y Rusia Barack Obama y Vladimir Putin

por Lic. Rubén Paredes Rodríguez*
La crisis siria se enmarca en un proceso que generó grandes expectativas como así también interrogantes bajo la denominada Primavera Árabe. De Túnez a Egipto, pasando por Libia y Yemen, los gobiernos árabes -especialmente las repúblicas presidencialistas de corte hereditarias- debieron dar respuestas a las demandas de las respectivas sociedades que se movilizaron tomando el control del espacio público, perdiendo el miedo a los regímenes entonces imperantes y exigiendo cambios tangibles de naturaleza política.
El derrotero seguido por cada uno de los países involucrados no ha sido el mismo. Particularmente el caso sirio devino en una sangrienta guerra civil interconfesional que se prolongó en el tiempo hasta nuestros días. Las primeras manifestaciones fueron reprimidas por el gobierno del presidente Bashar al-Assad aduciendo la infiltración de agentes terroristas que buscaban desestabilizar el país, para lo cual la desproporción en la respuesta se evidenció en la utilización del armamento militar pesado sobre la población generando críticas por parte de la comunidad internacional. Los enfrentamientos entre el régimen político gobernante -que representa a la minoría religiosa alauita cercana a los shiítas- y una mayoría rebelde sunnita respaldada por algunos países árabes, sumergió al país en un caos humanitario con una cifra de 100 mil muertos, 2 millones de refugiados y miles de desplazados, sin contabilizar los heridos de los que no se poseen números oficiales.
El camino que transitó la crisis siria hizo evidente la división de la comunidad internacional para encontrar una solución pacífica entre las partes. Por un lado el gobierno sirio contó con el apoyo logístico que recibió de sus aliados estratégicos -la República Islámica de Irán y del grupo armado Hezbollah del Líbano- como así también el apoyo diplomático de Rusia (y el silencio táctico de China) cuando se opuso a toda condena a Siria en el Consejo de Seguridad (CS) de las Naciones Unidas. Por el otro, Occidente volvió a tener un doble rasero. Mientras condenaba la violencia del régimen no sólo financiaba a los rebeldes sino que también miraba para otro lado cuando se detectaron in situ células terroristas con el sello de Al-qaeda. El otrora enemigo, se convertía paradójicamente en un aliado circunstancial frente a un enemigo en común.
Siria en el tablero de Medio Oriente reeditó el denominado “Gran Juego”, una expresión que se emplea para denotar la intervención de actores regionales y extraregionales en un conflicto, donde cada uno por medio de alianzas se encuentra persiguiendo sus propios intereses. Sin embargo, se produjo un punto de inflexión el mismo día que una comisión especial de la ONU ingresó al país con el fin de investigar en tres ocasiones anteriores las denuncias de utilización de armas químicas. Ese mismo día, el 21 de agosto, las noticias que circularon por los medios de comunicación internacionales daban cuenta del uso de las mismas sobre la población civil, generando interrogantes acerca de quiénes fehacientemente las utilizaron, el régimen o los rebeldes.
Desde entonces, la administración norteamericana consideró que se había atravesado la “línea roja” y se debía responder con un ataque “limitado en el tiempo” sin comprometer soldados en el terreno, para no repetir el fracaso de las intervenciones en Afganistán e Irak. Con la negativa del parlamento inglés de participar en un eventual ataque, el presidente Obama buscó no sólo el respaldo interno en la cámara de representantes y senadores sino también el apoyo internacional explícito de Francia, Turquía y Arabia Saudita. En términos morales, se condenó el uso de gases sobre la población civil, pero no se atendió al número de víctimas caídas desde que se inició la crisis. En términos legales, la decisión de atacar se realizaría una vez más violando la legalidad internacional, en virtud de que el CS -paralizado por el veto ruso- es el encargado de autorizar el uso de la fuerza. Por último, en términos militares, se desconocen los planes y la eficacia real de los mismos, sobre todo cuando Siria es uno de los países con mayor número de armas químicas en el mundo. Un ataque podría generar efectos colaterales no deseados sobre la población a la que supuestamente se busca defender pero también una respuesta de naturaleza impredecible de Siria y sus aliados.
En ese contexto, América Latina estuvo dividida en un principio frente a los acontecimientos. Por un lado, el grupo de países del ALBA (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Antigua y Barbuda, Dominica, San Vicente y Granadinas) más Argentina, Paraguay y Uruguay condenaron todo tipo de intervención militar pese a las denuncias internacionales de violación de los derechos humanos, por el otro, México, Chile, Colombia, Perú y Costa Rica brindaron su apoyo a una condena en el CS. Por su parte Brasil, actuó junto a los BRICS condenando la violación de los derechos humanos de ambas partes pero rechazando toda intervención por fuera de la legalidad internacional.
Ante un ataque inminente, América Latina se ha unido al igual que otros actores internacionales en un pedido de resolver de manera política el conflicto, rechazando todo tipo de intervención militar y recomendando esperar los informes de la ONU sobre quiénes emplearon los gases. Mientras tanto los tambores de guerra suenan y las piezas se siguen moviendo con el fin de ganar el Gran Juego en el tablero geopolítico de una región convulsa e inestable como Medio Oriente, donde la Paz continúa siendo la alternativa ausente.

*Director Adjunto del Instituto Rosario de Estudios del Mundo Árabe e Islámico (IREMAI). Universidad Nacional de Rosario.

Graves errores en medio de la batalla

¿Qué sucedería en cualquier Estado democrático si un partido político tuviera una organización armada clandestina que violara sistemáticamente la ley? Es lo que ocurre con los Hermanos Musulmanes en Egipto




EVA VÁZQUEZ
¿Qué haría usted si el ejército de su país estuviera librando una guerra para defenderle pero usted se diera cuenta de que estaba cometiendo graves errores? ¿Le criticaría abiertamente en mitad de la batalla, o aplazaría sus reproches hasta que terminase? En general, para estas preguntas suele haber dos respuestas: algunos dicen que criticar a cualquier ejército en medio de una batalla contribuye a confundirlo y debilitarlo mientras se enfrenta al enemigo. La otra opinión —que yo suscribo— es que la lealtad a la nación y al ejército nos obliga a hacerle reconocer sus errores cuanto antes, para que los corrija de inmediato y gane la batalla. Creo que un escritor no debe tardar en pronunciarse, por ningún motivo ni en ninguna circunstancia. Ocultar la verdad y no criticar los fallos de otros para mantener un frente que creíamos unido nos ha llevado a la derrota más de una vez en nuestra historia moderna. Hoy, Egipto se encuentra en plena guerra contra el terror. Los Hermanos Musulmanes son unos terroristas que buscan la caída del Estado egipcio y la extensión del caos por todas partes con el fin de recuperar el poder, a pesar de los cadáveres y los estragos causados desde que la voluntad del pueblo y el ejército los apartó el 30 de junio. Creo que todos los egipcios deben apoyar al Estado en esa guerra, pero eso no debe impedirnos hacerle ver que ha cometido estos errores:
Para empezar, ¿qué sucedería en cualquier Estado democrático en el que un partido político incluyera una organización armada clandestina cuyos miembros atacasen y matasen a soldados, asaltaran comisarías con lanzagranadas y armas automáticas para luego matar y mutilar a los agentes y después corrieran a quemar juzgados, ministerios, gobiernos regionales e iglesias y disparar, secuestrar y torturar al azar a transeúntes? Si esto ocurriera en cualquier otro país, el Estado diría que ese partido era una organización terrorista, lo prohibiría, cerraría sus escondites y confiscaría sus recursos monetarios. Los Hermanos han cometido todos los crímenes mencionados, pero el Estado egipcio, hasta ahora, se ha resistido a calificarles de grupo terrorista. Espero que supere esa vacilación y prohíba sus actividades. Los miembros del grupo que no han participado en esos actos son ciudadanos egipcios que tendrán todos los derechos políticos y podrán ejercer la actividad política, siempre que la nueva constitución prohíba la financiación de los partidos políticos según criterios religiosos.
Desde que comenzó la revolución, ningún asesino
ha recibido su justo castigo
En segundo lugar, el 17 de agosto,Los Angeles Times publicó un reportaje sobre la Mezquita de Fateh con una gran foto de un soldado egipcio que levantaba su fusil ante un grupo de gente y un joven barbudo detrás de él. Cualquier egipcio se daría cuenta de que el soldado estaba intentando impedir que unos airados manifestantes mataran a un joven miembro de los Hermanos Musulmanes. Pero el periódico publicó la imagen sin explicarla, por lo que los lectores estadounidenses pudieron pensar que el soldado estaba amenazando a un grupo de seguidores de los Hermanos. Este no es más que un ejemplo de la tendenciosidad de los medios occidentales contra la revolución egipcia, que ellos presentan como un golpe militar. Creíamos que el Estado egipcio iba a hacer algo más por contar al mundo la realidad de lo que está sucediendo en el país, pero, por desgracia, aparte de la rueda de prensa de Mostafa Hegazy, asesor del presidente, el Gobierno no está teniendo la política de comunicación que necesita este importante momento de nuestra historia.
Tercero, en estas circunstancias, se decidió poner en libertad a Mubarak, para gran frustración de los egipcios. Los Hermanos se han apresurado a explotar ese decreto y a repetir a los medios occidentales que la medida era la mejor prueba de que se trataba de un golpe planeado por miembros del antiguo régimen. Por supuesto, eso es una tontería. Si Mubarak hubiera podido agrupar a 30 millones de egipcios en torno a él, no habría acabado como terminó. Además, la responsabilidad de no haber condenado a Mubarak no es del Gobierno actual, sino del antiguo Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF en sus siglas en inglés) y los propios Hermanos Musulmanes, que en seis meses de dominio parlamentario y un año de presidencia, respectivamente, no hicieron nada para vengar a los mártires. El problema, en mi opinión, no es solo Mubarak; es que las instituciones encargadas de acusar, investigar y reunir información, en su estado actual, no son capaces de ofrecer pruebas de los crímenes cometidos contra los manifestantes. Desde hace tres años, cuando comenzó la revolución, han muerto miles de personas y ningun asesino ha recibido su justo castigo.
Egipto es el único país del mundo donde, al encender el televisor, se ve a un periodista amenazando con pegar con el zapato a quien discrepe de él o le acusa de formar parte de una célula durmiente de los Hermanos Musulmanes o un agente de los servicios norteamericanos. En ningún otro país es habitual oír insultos y acusaciones de adulterio y homosexualidad contra personajes públicos. Muchos programas se han convertido en vulgares máquinas de escándalos, pero no de cualquier manera. Su objetivo es difamar a personajes conocidos que se opusieron al régimen de Mubarak y participaron en las movilizaciones de enero, para que los egipcios pierdan la fe en ellos y en la revolución. El gran propósito de las carnicerías mediáticas es preparar el terreno para que los supervivientes del régimen de Mubarak regresen al poder. Lo que se ve en algunos programas es auténtica comedia negra, y una degradación ética que debe terminar; es indigna de un pueblo que engendró una gran revolución y dio un refinado ejemplo ético al mundo. Pero lo peor es que Occidente cree que los ataques en los medios de comunicación obedecen instrucciones directas de los jefes militares.The New York Times ha publicado una información titulada “El ejército domina las ondas en Egipto” en la que aseguraba que los militares ocultan la verdad a los egipcios, porque controlan por completo los medios oficiales y las cadenas de televisión por satélite.
Junto a la máquina de difamación, hay una campaña
contra miembros de la oposición
Por si fuera poco, junto a la máquina de difamación está en marcha una campaña de falsas acusaciones contra miembros de la oposición ante el Fiscal de seguridad del Estado. Se ha acusado de ser agentes de otros países a dos activistas políticos, Israa Abdel-Fattah y Asmaa Mahfouz. Pronto se plasmará una serie de cargos contra otros personajes nacionalistas muy respetables (por más diferencias que tengamos con ellos), como Belal Fadl y Alaa Abdel-Fattah. La acusación de hacer de informador para un país extranjero es como las de crear confusión, amenazar la paz social e incitar al odio al régimen, todas inventadas e inexistentes en las leyes de los Estados democráticos, unos cargos imprecisos contra cualquiera que se oponga al régimen. Se ha acusado de ello a quienes se oponían a Mubarak, quienes se opusieron al SCAF y los Hermanos y, hoy, quienes se oponen a las nuevas autoridades. Esta campaña mediática y legal contra la oposición transmite mensajes negativos y preocupantes sobre nuestro empeño en lograr una transformación democrática en Egipto.
La gran revolución del 25 de enero que logró derrocar a Mubarak y llevarle a juicio, y que el 30 de junio volvió a enderezar su camino expulsando a los Hermanos terroristas, nunca permitirá que vuelvan al poder ni unos ni otros. El pueblo egipcio nunca aceptará todo lo que no sea establecer una verdadera democracia en un Estado justo y respetable, en el que todos los ciudadanos tengan derecho a no ser difamados y las autoridades no puedan inventarse cargos contra ellos solo porque tienen opiniones distintas. La revolución continuará y, Dios mediante, prevalecerá.
La democracia es la solución.
Alaa Al Aswany es escritor. Su último libro traducido en España es Deseo de ser egipcio(Mondadori).
© Alaa Al Aswany, 2013.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

martes, 3 de septiembre de 2013

Déjalos que se maten entre ellos

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La ciudad siria Deir al Zor - Fotografía de Jalil Ashaui (Reuters)
La ciudad siria Deir al Zor – Fotografía de Jalil Ashaui (Reuters)
La población siria se levantó contra la dictadura exigiendo democracia, el régimen respondió masacrándoles y Occidente ignoró su penuria; entonces llegó Al Qaeda.
El retrato de Bashar al Assad había sido colocado en el baño a ras de suelo. Justo frente al agujero que utilizaban los rebeldes para defecar. «Así tendrá unas buenas vistas», aseguró uno los alzados con un sentido del humor ciertamente escatológico.
El calendario marcaba el mes de noviembre del 2011. En mi anterior visita a Siria, en julio del 2010, antes de que comenzara la revuelta, la imagen de Al Assad seguía siendo un referente tan venerado que en el monasterio de Santa Tecla, a 65 kilómetros de Damasco, se prodigaba tanto como la iconografía religiosa. Bashar aparecía fotografiado en solitario, junto a los huérfanos del recinto, con las monjas del convento, comiendo con sus residentes y rodeado de religiosos de todas las confesiones.
El radical giro político que sufrió la nación árabe pocos meses después fue un efecto más de la llamada Primavera Árabe y del hartazgo que despertaba entre la población siria una dictadura —la del Partido Baaz que accedió al poder en 1963 que lleva ya medio siglo rigiendo los designios del país.
«Con el Baaz, todo dependía de la muhabarat (el servicio secreto). Tenías que pedirles permiso para viajar, para casarte, para abrir un negocio… No podías ni respirar», recordaba uno de los activistas instalados en Jabal Zawiya, Fahid Sheij Wali.
El estudiante de Educación Física, de 21 años, era uno de los opositores que todavía defendía en aquel entoncestras meses de brutal represión las protestas pacíficas.
En realidad, al principio todos secundaban esa postura. Los sirios salieron a las calles no con ametralladoras sino «con las manos abiertas para demostrar que íbamos desarmados», relataba Fahid.
La revuelta comenzó cuando un grupo de colegiales de Daraa decidió emular las imágenes que veían procedentes de Túnez o Egipto y escribir en los muros de esa ciudad, sita al este de Siria, los mismos mensajes que lanzaban las multitudes que protestaban contra la autocracia en esos países: «¡Vete!» o «El pueblo quiere derrocar al régimen». Eran tan ingenuos que firmaron las pintadas con sus propios nombres. Eso ocurrió el 16 de febrero del 2011.
Los estudiantes fueron arrestados al día siguiente y cuando fueron liberados un mes más tarde Daraa ya se había convertido en el detonante de la creciente algarada popular. El regreso de los chicos y su relato sobre las tropelías que habían sufrido en la cárcel, donde les golpearon con cables, les colgaron del techo y les intentaron romper las manos hasta hacerles sangrar, azuzó la insurrección.
Bashar al Assad respondió desde el primer momento al estilo Gadafi. El ejército y la policía comenzaron a disparar sobre las manifestaciones pacíficas. Miles fueron asesinados.
Durante el verano del 2011 enclaves como Hama, Homs o la citada Daraa se convirtieron en bastiones de la protesta popular. Cientos de miles de personas se concentraron en la primera casi a diario, pese a la triste memoria que atesoraba esa ciudad, arrasada en 1982 por el padre de Bashar, Hafez al Assad, cuando también se erigió como reducto de la oposición que pretendía derrocar al régimen en aquellas fechas.
Bashar respondió al desafío con la misma brutalidad que su antecesor. El 31 de julio del 2011 los tanques y los soldados del autócrata mataron a decenas tan solo en Hama. El Ramadán de ese año fue un anticipo sangriento del futuro que se cernía sobre los opositores.
Cuando entré por primera vez a Siria tras el inicio de la insurrección popular, en noviembre de ese año, las protestas eran todavía diarias incluso en las poblaciones controladas por el régimen.
«La población sale todas las noches a protestar. Hace un mes mataron a tres personas. Ahora se contentan con dejarnos gritar», me explicó Mahmud al Jarabsha, un vecino del primer villorrio en el que nos escondimos al cruzar ilegalmente la frontera en la provincia norteña de Idlib.
Desde su vivienda se podían escuchar los gritos de los manifestantes. Mahmud y sus amigos permanecían «enganchados» a las emisiones de uno de los canales que se ha erigido en portavoz de la revuelta: Oriente TV. Las imágenes de las protestas populares se entremezclaban con las que constataban la violencia con la que respondió la autocracia. Civiles apaleados, a los que les pisoteaban la cabeza. Cadáveres amoratados o cribados por las marcas de la tortura. En una de las grabaciones un soldado le arrancaba a un prisionero los pelos del bigote uno a uno.
«Da igual, ya hemos perdido el miedo», declaró Mahmud frente a los estremecedores vídeos.
Era cierto, para esas fechas un amplio sector de la población siria tan solo Alepo, el centro de Damasco y la región drusa y alauí permanecían mas o menos al margen de la insurrección había decidido desafiar al régimen en las calles. El 27 de julio, tras cuatro meses de represión disparatada contra manifestantes desarmados, el núcleo inicial del Ejército Libre de Siria, la oposición armada, anunció su creación.
Los primeros dirigentes, Hussein Harmush y Riad al Asaad, procedían ambos de la región montañosa de Jabal al Zawiya, en Idlib. Allí establecieron los alzados lo que llamaron la primera «región liberada» de Siria.
El recorrido por Jabal Zawiya aquel noviembre del 2011 me permitió comprender la determinación pero también la ingenuidad de los opositores. Se decían prestos a enfrentarse a la maquinaria bélica de Bashar una de las más potentes de Oriente Próximo con ametralladoras y escopetas de caza. Algunos patrullaban con palos, pistolas y viejos mosquetones con la bayoneta calada. Escenas propias de la Primera Guerra Mundial para intentar frenar a un ejército equipado con misiles Scud y armas químicas.
Su primera pregunta al encontrarse con los extranjeros casi siempre era la misma: «¿ustedes creen que somos unos terroristas?».
En aquellas fechas, ninguno de las decenas y decenas de sirios a los que entrevisté mostró ninguna afinidad con Al Qaeda. De hecho, Jabhat al Nusra, la facción que ahora reconoce su lealtad a esa ideología, ni siquiera se había creado.
Una semana después de que abandonáramos Jabal Zawiya, los tanques y el ejército leal a Damasco arrasó la región. Los mosquetones y las escopetas de caza poco pudieron hacer frente a los blindados.
Las organizaciones de Derechos Humanos dijeron que más de un centenar de personas habían sido masacradas, atrapados en una emboscada en la que fueron ametrallados sin misericordia. Los testimonios recogidos por esas mismas ONG hablaban de cuerpos quemados o decapitados, que fueron dejados en las calles para que se pudrieran al sol.
Meses más tarde me encontré con el coronel Abdul Hamid Zakaria, que había participado en aquella arremetida, desertando después a Turquía.
Zakaria, un oficial médico, confirmó la matanza y recordó que al retirarse del lugar la columna de blindados, ante el temor que sufrir una emboscada, decidió avanzar colocando niños sobre algunos de los tanques.
«Yo iba con la ambulancia al final del convoy. Eran más de 35 vehículos. La estrategia militar dice que el último tanque es el más expuesto porque no tiene a nadie que le cubra la retaguardia. Por eso colocaron cinco niños encima del blindado. En una de las curvas, uno de los pequeños se cayó. Lo aplastamos con las ruedas de la ambulancia. No pude hacer nada. Estaba muerto», relató.
Cuando en junio del 2012 le pregunté a la opositora cristiana Marcell Shahwaro cuánto tiempo podía prevalecer la oposición pacífica de la que era una de las principales adalides en su ciudad natal, Alepo frente a la represión de las fuerzas de Bashar, su respuesta fue honesta: «Muy poco, en dos o tres meses todo el mundo portará armas para defenderse».
Sus palabras fueron proféticas. Semanas después asistíamos al inicio de la batalla por el control de Alepo, la segunda ciudad del país, que muy pronto se estancaría en una guerra de atrición, francotiradores y destrucción generalizada que marcaría la pauta para otros frentes como Deir Ez Zor, Homs, Idlib o Daraa.
La represión había azuzado los deseos de venganza de muchos, que comenzaban a eclipsar las demandas de libertad y democracia que alentaron la revuelta en un inicio. La revolución ya no era tal, sino una guerra civil cada vez más sangrienta, aunque los activistas cada vez menos seguían reuniéndose sin armas cada viernes en muchas poblaciones para pedir «la caída del régimen».
El verano del 2012 vio como las milicias kurdas se sublevaban e irrumpían en un conflicto que cada vez adquiría una mayor complejidad, con milicias de todas las filiaciones luchando en sectores inconexos, y el odio sectario cada vez más presente.
Los acólitos del régimen nunca ocultaron sus intenciones. Las escribían en los muros de las ciudades que atacaban como Azzaz o Taftanaz: «O Asad o quemaremos el país». Cumplieron su promesa. De los tanques y la artillería pasaron a la aviación, y más tarde a los misiles del tipo Scud. Las armas químicas solo fueron un escalón más en el descenso a la locura.
«¿Cuál es la diferencia entre asesinar a 100.000 con cuchillos o a 1000 con armas químicas? No nos sorprendió que usaran armas químicas. Se habían saltado todas las líneas rojas que uno pudiera imaginar. Si tuviera una bomba atómica también la usaría. La postura de Occidente ha sido de pura hipocresía. Ni siquiera han sido capaces de cubrir las necesidades de los refugiados. Lo que quieren EE. UU. y sus aliados es la destrucción de Siria. Que nos exterminemos entre nosotros», apuntó hace días Abu Eizendil, jefe de la oficina política de la División Al Haq, una de las principales facciones islamistas que actúan en Homs.
El pasado 28 uno de los analistas más leídos de Israel, Nahum Barnea, escribía en el principal diario del país,Yediot Aharonot, un artículo sobre la posible intervención norteamericana y recordaba un poco de historia.
«Cuando le preguntaron a Moshe Dayan (quien fuera ministro de Defensa israelí) sobre un guerra entre dos grupos palestinos en Gaza respondió: déjalos que se maten entre ellos. Esa fue la actitud del presidente Obamahacia la guerra civil en Siria. Había llegado a la conclusión de que el interés norteamericano no se vería favorecido por la victoria de ninguno de los dos lados», escribió.
La tesis del «déjalos que se maten entre ellos», no solo se han convertido durante estos meses en leitmotiv de los neoconservadores más radicales de Washington y del lobby proisraelí, sino que curiosamente ha conseguido el apoyo de facto de muchos adalides del autodenominado frente antimperialista.
Atrapados entre los intereses de la realpolitik internacional, los sirios nunca entendieron por qué Occidente ignoraba su revuelta.
En una de mis visitas a Idlib, a principios del 2012, cuando todavía el islamismo yihadista en el conflicto de Siria no era más que una hipótesis incipiente, un doctor de esa provincia no pudo esconder su indignación hacia Europa y EE. UU. Confesó que siempre había sido laico, que incluso hubo un tiempo en el que no rechazaba la bebida, pero terminó con una declaración devastadora: «ahora no hay Al Qaeda, pero si Occidente sigue sin ayudarnos, en pocos meses todos seremos de Al Qaeda».
[Javier Espinosa es corresponsal de El Mundo en Oriente Próximo]
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