jueves, 11 de abril de 2013

Diez puntos para conocer mejor Israel

Jerusalén, Israel
Por Jordi Pérez Colomé en www.obamaworld.es
Aquí hablaré de diez puntos todos mezclados. Estos diez puntos son una introducción.
1. Es un país pequeño. Israel es pequeño en tamaño y población. Desde Tel Aviv a Metula -la ciudad más al norte de Israel- hay 200 kilómetros, poco más de 2 horas (en la imagen); desde Jerusalén a Tel Aviv hay 60 kilómetros -hay menos aún de Tel Aviv a una hipotética frontera con Cisjordania- y el único espacio amplio que tiene el país es el desierto del Néguev, al sur.
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La pequeñez geográfica se traslada bien a la ciudadana: mucha gente se conoce. Cuando he buscado a profesores, políticos o periodistas, me ha sido fácil encontrarles. Alguien tenía su teléfono en seguida. “Siempre estás a dos números de teléfono del primer ministro”, me han dicho. He tenido esa sensación.
“He visitado China 40 veces -me decía el ingeniero agrónomo Hadar Shalev. Cada vez que me preguntan por Israel y les digo que somos 6 millones, no se lo creen. Es como una ciudad allí.”
2. Hay al menos ashkenazíes y mizrajíes. En Israel el origen es importante. Una pregunta que solo me han hecho en Israel es esta (y me la han hecho dos veces): “¿Cuántas generaciones hace que tu familia vive en España?” No tengo ni idea, pero aquí es importante. Un joven catalán que acaba de mudarse a Israel me confirmó que le preguntan a menudo por su origen y apellido.
Una de las preguntas que hago en mis entrevistas es saber el pasado familiar de cada persona. Las variantes son espectaculares. Me he encontrado a familias que vinieron a Palestina con las primeras emigraciones en la década de los 80 del siglo XIX a judíos de Kerala (India).
Este detalle no es una tontería. Según su origen, los judíos se dividen en ashkenazíes -vienen del norte de Europa-, sefardíes -los que salieron expulsados de España y se repartieron por el norte de África y el sureste de Europa hasta Turquía; algunos aún hablan ladino o español antiguo- y mizrajíes -los que vienen de los países árabes al este de Israel, de Irán o más allá.
No he hablado con ningún judío en Israel que no sepa de dónde viene. Uno intentó quitarle importancia y decir que ahora eran “israelíes” porque una vez aquí es ya más normal tener padres de orígenes distintos.
¿Por qué es tan importante? Las primeras grandes oleadas de inmigrantes fueron ashkenazíes, antes de la creación del estado de Israel en 1948. Aún hoy son la elite israelí. Las grandes comunidades de judíos de países árabes llegaron en los 50. Son mizrajíes -sefardí se ha perdido por el camino- y se les tiene por menos avanzados. Su color de piel y apellido les delata.
Meir Javedanfar, un judío iraní que llegó a Israel en los 80, me contaba que su cultura está “más cerca de la árabe musulmana que de la judía ashkenazí”. Javedanfar se crió entre muecines y habla farsi como lengua materna. Muchos otros mizrahíes hablan árabe. “Si en lugar de ashkenazíes al principio hubieran venido mizrajíes -dice Javedanfar-, no habría habido tantos problemas, un judío egipcio se hubiera entendido mejor con un palestino que un alemán”.
Los ashkenazíes les tienen por menos. Es algo que tiene consecuencias sociales y políticas, hoy más diluidas pero aún vigentes. La primera victoria de la derecha en Israel -Menachem Begin en 1977- fue gracias al voto mizrají en contra de las elites izquierdistas ashkenazíes. Begin les prometió el reconocimiento que nadie más les daba. El partido ultraortodoxo Shas, por ejemplo, respresenta a judíos sefardíes. Aún hoy los ashkenazíes son de clases sociales más altas.
3. Es menos de izquierdas. Israel fue un país de izquierdas y ya no lo es. El lugar más emblemático para verlo son los kibbutz (kibbutzim en el plural hebreo). Algunos de los primeros asentamientos en Palestina antes de la creación de Israel eran kibbutz. Eran una comuna de inspiración soviética: un grupo de judíos compartía trabajo y todas las propiedades eran colectivas. Formaban pequeños pueblos de casas iguales con el objetivo añadido de fundar el estado de Israel.
Los kibbutz no solo tenían aspiraciones igualitarias, muchos se sentían el frente militar y se colocaban en lugares inhóspitos, en fronteras. Durante décadas los mejores soldados de Israel eran hijos de kibbutz. Hoy aún hay 270 kibbutz en Israel, pero sus aspiraciones son distintas, centradas en la supervivencia. Las empresas comunitarias a menudo han quebrado y los miembros han debido ir a trabajar fuera o han buscado recursos en privatizaciones.
El ideal se ha perdido. Ahora las unidades de élite tienen cada vez más soldados que proceden de los asentamientos. “¿Hay más kipás ahora en las reuniones de altos cargos militares del ejército que en los 70? Indudablemente sí”, me decía Amos Davidowicz, teniente coronel israelí y miembro del kibbutz Gezer (en la foto). Esas kipás son de religiosos nacionalistas -a menudo colonos- que no suelen votar a la izquierda.
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4. La religión es importante. Las kipás indican religión. En Israel hay cuatro grandes grupos en asuntos religiosos: secular, tradicionalista, religioso nacionalista y ultraortodoxo. Solo un grupo omite la religión de su vida. Es también el único que suele votar izquierdas. Se ha reducido en las últimas décadas.
En Israel no hay matrimonio civil ni, por supuesto gay -aunque reconoce los que se hacen en otros países. Miles de estudiantes religiosos de todas las edades -ultraortodoxos- reciben subvenciones del estado para ellos y sus instituciones.
Amir Mizroch, director de Israel Hayom, me contó esta broma: “En Israel hay un tercio de la población que sirve en el ejército, un tercio que trabaja y un tercio que paga impuestos. El problema es que es el mismo tercio”. Es una exageración, pero la crítica principal es para los ultraortodoxos, y más velada para los árabes; entre ambos grupos son un 30 por ciento de israelíes, una cifra que crece. Los ultraortodoxos ni sirven en el ejército -muchos están en contra del estado de Israel porque se ha fundado antes de la llegada del Mesías- ni trabajan luego.
No todos los ultraortodoxos son iguales. He hablado con capitanes ultraortodoxos del ejército que se esfuerzan para que la comida sea kosher y puedan seguir el sábbat para hacer que más se alisten. En las últimas elecciones el segundo partido, el recién creado Yesh Atid, logró parte de su apoyo con la promesa de obligar por ley a servir y trabajar a los ultraortodoxos. Varios seculares y algún ortodoxo me han hablado con bastante rabia -“¡les odio!”- de los ultraortodoxos.
5. La ocupación queda lejos. He hecho unas 25 entrevistas desde que llegué a Israel; la mayoría, a israelíes judíos. He preguntado siempre cuál es el mayor reto de Israel hoy. El más citado ha sido la ocupación, pero con una mayoría escasa. Para muchos israelíes, la ocupación de Cisjordania no es el gran desafío.
Es fácil y humano olvidarse. En una terraza de Tel Aviv, incluso en la comodidad de un piso en un barrio de Jerusalén, es sencillo olvidar cómo es de difícil vivir sin todos los derechos básicos en Cisjordania. Es sorprendente el número de gente con la que he hablado en Israel que no ha estado nunca en un asentamiento ni conocen, por supuesto, las dificultades cotidianas de los palestinos.
La ocupación solo causa problemas cuando sale en las noticias. Pero solo sale en las noticias cuando hay violencia. Mientras, los israelíes intentan vivir como si su país fuera normal. Hasta el siguiente sobresalto.

6. Una democracia judía es difícil. Israel es una democracia, pero tiene una característica que la hace única: los ciudadanos judíos de cualquier lugar del mundo tienen si quieren más derechos aquí que otros que nacieron en Israel y no son judíos.
Israel paga el billete de avión y unos meses iniciales de subsidio, y concede la ciudadanía al llegar a cualquier judío que decida emigrar a Israel -lo que se llama “aliá”, o subida; una pregunta típica para los que no nacieron en Israel es “¿cuándo hiciste aliá?”
Los árabes pueden perder la ciudadanía si emigran durante unos años o se casan con, por ejemplo, alguien de Siria, Líbano o Cisjordania -no con egipcios y jordanos, gracias al acuerdo de paz con Israel. Pero el caso más comparable al de otros países occidentales son los refugiados o los inmigrantes económicos.
Israel no concede el estatus de refugiado a (casi) nadie. Ha construido una valla en el Sinaí para que no entren eritreos o sudaneses que huyen de sus países. Tiene además varios campos o cárceles en el sur donde encerrarles.
Aún así, hay 60 mil aspirantes a refugiados en Israel, la mayoría africanos. Pero el estado ideará trucos para evitar que se queden -incluso les ha ofrecido dinero para que se vayan- o les expulsen.
El primer ministro, Benjamin Netanyahu, lo contaba así en 2012: “El fenómeno de la infiltración ilegal desde África es extremadamente grave. Amenaza la estructura de la sociedad israelí, la seguridad nacional y la identidad nacional”. Es importante el uso preciso de “infiltración”, con connotaciones de seguridad. ¿Por qué amenazan tantas cosas?
Muchos de los africanos que llegan son musulmanes. Si un día fueran israelíes quizá votarían a partidos árabes o formarían alguno propio. Es un riesgo. Pero el problema no es solo con los musulmanes. En Israel haymiles de filipinos católicos que cuidan a ancianos. Tienen permisos temporales.
Pero a veces sus hijos nacen aquí. ¿Qué hacer con esos niños filipino-israelíes? En 2006, con mucha presión, el gobierno concedió residencia a 900, pero a sus padres solo se la darían cuando esos jóvenes sirvieran en el ejército.
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Fue solo por una vez. Ahora deben hacerlo de nuevo y muchos niños que llevan años en Israel y cuya lengua es el hebreo pueden verse en Filipinas en días.
Las democracias se ajustan con los años, me decían, pero este asunto es difícil. En el resto de países occidentales la segunda o tercera generación de inmigrantes suelen estar asimilados. El problema en Israel es que la manera más rápida de ser judío -no la única- es nacer de madre judía.
A veces he oído preguntas y dudas por este asunto. Un judío lo es por nacimiento. Si luego es ateo, será un judío no religioso, pero será judío. Un filipino convertido al judaísmo -lo que no es fácil- será judío, pero no pertenecerá al pueblo judío. Son matices importantes. Si Israel quiere mantener su carácter judío, debe hacer magia con algunos aspectos de la democracia.
7. Hay árabes, pero viven aparte. En Israel un 20 por ciento de la población es árabe. El gobierno los llama “árabes israelíes”, pero alguno de ellos me ha dicho que esa definición es la que quiere el gobierno: ellos son “palestinos con ciudadanía israelí”. Judíos y árabes no se mezclan, pero conviven. Hay montones de momentos donde se cruzan, hablan, hacen negocios por todo el país, y ni se matan ni insultan.
Pero tienden a vivir separados. Hay pueblos árabes y pueblos judíos; hay barrios árabes y hay barrios judíos; hay escuelas judías y otras árabes. Hay escuelas mixtas e incluso escuelas donde hay dos profesores que enseñan en hebreo y árabe a la vez -son una minoría. Los recelos entre las dos comunidades son enormes.
8. Hay asentamientos distintos. Los asentamientos son un problema para la paz. Desde fuera, cuando hablamos de asentamientos se hace un solo grupo. Aquí distinguen. Hay asentamientos que seguirán en Israel si nace un estado palestino en Cisjordania, asentamientos complicados y asentamientos locos. Los barrios judíos en Jerusalén -aunque estén al otro lado de la presunta frontera- serán Israel.
Los grandes asentamientos -Maale Adumin, Efrat (en la foto)- que están en Cisjordania al lado de la presunta frontera también serán Israel. En una de las zonas -Gush Etzion- los asentamientos están construidos en tierra comprada por judíos antes de 1948 y que perdieron en la guerra de la independencia en el 48. Incluso israelíes judíos de izquierdas me han reconocido que eso será Israel aunque haya dos estados.
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Entre los asentamientos complicados, el que gana es Ariel. En Ariel viven 30 mil personas, tiene universidad y está aquí: en el centro de Cisjordania. El modo en que algo así debe gestionarse en un estado palestino es difícil de imaginar. También lo es pensar que se desalojarán con facilidad.
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Los asentamientos locos son los que se levantan con caravanas o casas prefabricadas en tierra dudosa o robada. Estos son los que seguro que saldrán, pero también los más fáciles, por tamaño y antigüedad. En suma, los asentamientos son un problema grave, pero menos extendido -de momento- de lo que parece.
9. Hay muchos niños. No he visto ningún país con más parques infantiles que Israel. Los ultraortodoxos suelen tener familias muy numerosas, pero los seculares tienen también dos o tres hijos. Las familias con niños copan los parques naturales y los restaurantes.
La tasa de natalidad en Israel era en 2010 3,09. La media de Europa y Asia Central era 1,81; en España, 1,39. En Israel la demografía es supervivencia. Los árabes israelíes y de Cisjordania o Gaza se reproducen aún a más velocidad y serán pronto la mayoría en el territorio de la Palestina histórica. Quien tenga más habitantes tendrá más derechos en un hipotético reparto de tierra o de votos.
Otros dos detalles curiosos. En Israel todos hablan inglés. Cuando pregunto algo por la calle, ni siquiera me doy cuenta de que lo hago en inglés. No todos responden bien, pero se apañan o piden ayuda. Los taxistas, conductores de autobús, camareros saben suficiente inglés como para salir del paso.
El segundo detalle: en Israel se trabaja mucho. La semana suele ser de cinco días y medio: muchos no descansan los viernes por la mañana, que sería el primer día del fin de semana. Los mismos días de la Semana Santa. Los israelíes trabajan 1.889 horas al año; los españoles, 1.663. La media de la OCDE (países desarrolados) es 1.749.
10. Israel no juega. En Israel casi todo el mundo que va por la calle ha servido años en el ejército, maneja armas y es probable que haya estado en al menos una guerra o intifada. Como me dijo el teniente coronel Amos Davidowicz: “Tú aquí ahora sentado me jurarás cien veces que nunca pegarás a un viejo, que crees que es una locura, pero yo podría ponerte en una situación en que podrías hacerlo”.
El ingeniero Hadar Shalev me contaba el caso de su hijo: “Guerra de Líbano en 2006. Él iba en un tanque. Al tanque de delante, a unos metros, le cayó un cohete. Todos sus amigos muertos ante sus narices. Pidió no volver a entrar en un tanque durante un año; ahora ya vuelve”.
Los israelíes van tres años al ejército -las mujeres, dos- y vuelven a su unidad más o menos un mes al año hasta que se jubilan hacia los 40. No todos los reclutas van a unidades de combate. Pero muchos sí. Hace unos días, en un kibbutz, mi anfitrión me describía a unos jóvenes locales que tomaban unas cervezas: “Este es paracaidista, este es tanquista, este es experto en explosivos, este quiere entrar en el Mosad [servicio secreto]”.
Como es obvio, no solo los israelíes son conscientes y sufren por esta situación. También los palestinos -es probable que más. Pero la ingenuidad en Israel se define de manera distinta. Hoy han caído cohetes en el Golán al norte y en el sur de Israel. El ejército israelí ha respondido. Apenas es noticia aquí. Ha pasado cientos de veces, y pasará más. Para convivir con algo así no se puede jugar a soldaditos ni aguantar largos debates de salón.
Por Jordi Pérez Colomé en www.obamaworld.es

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