martes, 16 de abril de 2013

Un balance tras dos años de levantamientos en los países árabes

x Mehrash La actitud de Occidente en relación a los países que vivieron estos procesos muestra que el único objetivo que rige su accionar es la búsqueda continua de dominio
Teherán.- En febrero de 2013 se cumplieron dos años del inicio de una serie de intensos movimientos en los países árabes del norte de África y Medio Oriente. Estos procesos significaron un quiebre en las políticas nacionales de la región cuyos efectos continúan teniendo repercusiones hasta la actualidad.
El 11 de febrero de 2011, el levantamiento del pueblo egipcio puso fin a las tres décadas de la dictadura encabezada por Hosni Mubarak. El 14 de febrero de ese mismo año, los Bahreiníes iniciaron un movimiento de unidad y pacífico contra el rey Al Jalifa para exigir el cumplimiento de sus derechos más elementales cercenados por la monarquía. En simultáneo, en Arabia Saudita, en particular los árabes de la región de Qatif, han exigido cambios en la estructura política de su país. El 16 de febrero, los habitantes de Yemen comenzaron las protestas contra el régimen autoritario de Ali Abdula Saleh que lleva tres décadas y demandaron la formación de un gobierno democrático. El 17 de febrero comenzaron en Libia los movimientos civiles y militares con el objetivo de derrocar a Muamar el Gadafi.
Pasados dos años del inicio de estos movimientos en los países mencionados, el desarrollo de los procesos políticos en cada uno ha sido dispar, aunque el eje de las reivindicaciones fue similar. Pueden destacarse los esfuerzos para acabar con gobiernos impopulares; el énfasis en la aplicación de la Sharia islámica dentro de la estructura política y social del país; la oposición al régimen sionista y el objetivo de acabar con la hegemonía occidental en la región.
Estas movilizaciones masivas se han encontrado con la resistencia de Occidente, debido a que las reivindicaciones de las protestas organizadas eran contrarias a los intereses de los EE.UU. y Europa para la región. Con el paso del tiempo y el análisis de estos procesos, se hicieron visibles las diferentes medidas tomadas por Occidente para contrarrestar las manifestaciones populares.
En primer lugar debe señalarse que a partir de las protestas surgidas en febrero de 2011, Occidente modificó su estrategia geopolítica en la región. Antes de ese momento, las potencias occidentales mantenían una estrategia unificada para ejercer su poder en todos los países árabes de esta zona del globo. Luego de las movilizaciones, desde los EE.UU. y Europa se desplegaron nuevos repertorios de dominación que incluyeron la participación activa en los enfrentamientos de los manifestantes contra los gobiernos dictatoriales; la realización de ataques militares en los países en conflicto con el pretexto de proteger a su población; el derrocamiento de los regímenes impugnados y el apoyo a la creación de gobiernos emergentes subordinados a su voluntad.
En la actualidad, la estrategia de Occidente para imponerse en la región se organiza en torno a diferentes ejes. En algunos países como Libia y Yemen, se utilizó la opción militar. En el caso de Libia, los ataques comenzaron bajo el pretexto de derrocar a Gadafi para después continuar, como excusa renovada, el combate contra Al Qaeda. En cuanto a Yemen, allí también la presencia militar fué en aumento con el argumento de la “guerra contra el terrorismo.” Mientras tanto, en países como Bahréin y Arabia Saudita, cuyos regímenes cuentan a los EE.UU. como su aliado, Occidente se ha abstenido de participar directamente de las acciones armadas y se ha deslindado la tarea represiva en Al Jalifa y Al Saud.
Por el contrario, el caso de Egipto no le permitió a las potencias occidentales desarrollar ninguna de las estrategias anteriores. Por ello las medidas implementadas en este país estuvieron relacionadas con el sostenimiento de la crisis política. De este modo, buscaron que el gobierno resultante luego del derrocamiento de Mubarak se viera imposibilitado de tomar el control del país debido a la inestabilidad política y social.

La actitud de Occidente y en particular de los EE.UU. en relación a los países que vivieron estos procesos muestra que el único objetivo que rige su accionar es la búsqueda continua de dominio sobre los países árabes. La vía principal para asegurar esta hegemonía es la militar. En el caso de países como Libia y Yemen donde Occidente no contaba con bases propias en el territorio, el método utilizado fue la ocupación militar.
En Libia, los EE.UU. fueron inventando nuevos pretextos para extender la permanencia de sus tropas. Al principio fue el asesinato de Gaddafi. Una vez muerto el líder libio se apeló a la lucha contra Al Qaeda, y cuando ese argumento parecía poco creíble, la justificación fue la necesidad de entrenar las tropas militares libias. En este contexto, cabe mencionar las sospechas sobre los ataques sufridos en las embajadas occidentales, y especialmente el asesinato del embajador estadounidense. La historia reciente permite dudar sobre el origen de estas agresiones, las cuales parecen más bien responder a un “pretexto estadounidense” para justificar la presencia militar en el país árabe.
En el caso de Yemen, a pesar de que los EE.UU. gozaban de una posición hegemónica en el país, los norteamericanos no contaban con presencia militar en ese territorio. Por tal motivo, la potencia imperialista optó por apoyar la asunción del vicepresidente Ali Abdulah Sale, Mansur al-Hadi, como medio para asegurar su dominio. Aun así, a pesar de haber conseguido sostener su influencia en el país árabe, los EE.UU. están operando para impedir la desintegración de Yemen y poder desembarcar sus tropas en ese lugar, una vez más con el pretexto de luchar contra la organización Al Qaeda.
Distinta es la situación en Bahréin y Arabia Saudita. Allí los Estados occidentales, principalmente EE.UU., cuentan con bases militares y están aliados con los gobiernos locales. Por ello las actuaciones de los países occidentales tendieron a deslegitimar los levantamientos populares y apoyar a los monarcas cuestionados por las manifestaciones.
De este modo, puede apreciarse la ambivalencia de Occidente ante las movilizaciones iniciadas en febrero de 2011 según su propia posición en el contexto local de cada país. En los casos de Libia, Egipto, Túnez y Yemen, las potencias imperialistas han posibilitado los levantamientos contra los gobiernos locales en función de crear o recuperar una situación favorable a sus propios intereses. Por el contrario, en los casos de Bahréin y Arabia Saudita las acciones tendieron a apoyar las estructuras políticas de los regímenes subordinados a su voluntad.
La situación en Bahréin y Arabia Saudita deja expuestos los objetivos imperialistas de los EE.UU. y Europa en la región. Los levantamientos populares en estos países hacen hincapié en la integración y en el impedimento de las actividades de Al Qaeda. Estas posiciones limitan la posibilidad de Occidente de apelar a la lucha contra el terrorismo o contra la desintegración del país para instalar sus fuerzas militares. Por otra parte, los países occidentales han intentado ocultar los levantamientos de los pueblos bahreiníes y sauditas ante la opinión pública del mundo, así como las respuestas represivas contra estas manifestaciones.
Desde los EE.UU. y Europa han colaborado con las autoridades de estos dos países en las áreas de armamento e inteligencia. Sin embargo, paralelamente se han visto obligados en los últimos meses a manifestar algunas posturas críticas en torno a las violaciones a los derechos humanos que sucedieron como respuesta a las protestas populares. Estas declaraciones no tuvieron por objetivo apoyar a los pueblos en lucha de Arabia Saudita y Bahréin, sino aliviar la tensión creciente en torno a los gobiernos para poder asegurar su continuidad, dado que consideran de vital importancia la existencia de estos aliados de Occidente en la región para poder garantizar su dominación política y militar.

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