Los cohetes de Hamas alcanzan los alrededores de Jerusalén
Las sirenas antiaéreas han sonado por primera vez desde 1991 en la ciudad santa
Hamas reivindica haber derribado un F-16 del Ejército israelí
19 palestinos y tres israelíes mueren en el intercambio de fuego en los últimos días
En Gaza nadie se siente seguro. Las bombas israelíes caen sin parar. Por toda la franja. El estruendo de los bombardeos se combina con el zumbido de los drones y con el de los cohetes palestinos que despegan en dirección a Israel. Una banda sonora que mantiene a la mayoría de la gente aterrorizada. Se quedan en casa. Las calles están prácticamente desiertas. Apenas grupo de hombres que se agrupan en las esquinas o que van de un sitio para otro con un cometido claro. Miran al cielo e intentan adivinar dónde caerá la siguiente.
Las cicatrices en forma de cráter que dejan los misiles en los sembrados, y en las casas se ven por todas partes. En las calles y en las medianas se acumulan las basuras. Los coches hacen largas colas en las gasolineras. El combustible escasea. Algunas familias celebran funerales y reciben a vecinos y amigos en lugares que consideran más o menos resguardados. Calientan el té con las brasas y se lo ofrecen a los recién llegados.
El Ejército israelí ha atacado unos 600 objetivos en Gaza en los últimos tres días, según su propio recuento mientras los cohetes de grupos armados palestinos suman 550. Los militares aseguran que su objetivo son los líderes de Hamás y los arsenales y zonas de lanzamiento de los cohetes. Los que todavía circulan evitan los edificios oficiales o pasan a toda prisa. Hay que dar rodeos infinitos para evitar posibles objetivos. Aún así, las bombas le sorprenden a uno a la vuelta de la esquina. Es una tétrica lotería.
Los dirigentes de Hamás andan escondidos, no salen a la superficie. Saben que les buscan. El jueves el primer ministro, Ismail Yaniyeh apreció en la televisión, pero lo hizo en una intervención pregrabada. Hoy se dejó ver brevemente para dar la bienvenida a un invitado de honor, para volver después rápidamente a su guarida.
Al hospital Shifa, en la ciudad de Gaza llegan los heridos. Ha habido 257 desde el miércoles, el día en que el Ejército israelí mató a Ahmed Yabari, el jefe militar de Hamás, desencadenando un ciclo de violencia alarmante incluso en estas latitudes. El Centro Palestino para los derechos humanos de Gaza (PCHR) sostiene que 253 de los heridos son civiles y hasta 62 niños. En una cama del hospital Shifa, una niña de tres años yace con el cráneo partido por la metralla, el fémur roto y una herida en la mano derecha. Está sedada. Su madre la acompaña con la mirada ida. Su casa ha sido bombardeada.
Por la mañana y por la noche es cuando llega un mayor número de heridos y cuando se concentran los bombardeos. “En este hospital ya no tenemos sitio. Hay que trasladarlos”, explica el doctor Samir al Safadi, vicedirector del servicio de urgencias. Cuenta que les hace falta todo tipo de equipo médico, desde medicinas hasta jeringuillas o vías. “Cortamos las toallas y las usamos para vendar”.
En la recepción del hospital, pacientes y enfermeros escuchan la radio. De repente, un estallido de júbilo. “Un misil ha alcanzado la Knesset [el Parlamento israelí]”. Lo dicen fuentes de Hamás. No es cierto, pero la gente lo cree a pies juntillas y pega saltos. Fuera, nuevos estruendos. Nuevos misiles que caen a una distancia difícil de calcular.
Un total de 23 palestinos y tres israelíes han muerto desde le miércoles. En la morgue del hospital Shifa descansa un cuerpo envuelto en una sábana blanca ensangrentada. Nadie lo ha venido a recoger. En el centro médico se rumorea que se trata de un colaborador que pasaba información a Israel y que a río revuelto, los de Hamás han aprovechado para liquidarlo.
El primer ministro egipcio, Hicham Kandil, acaba de abandonar el hospital. Ha venido a Gaza en visita relámpago para mostrar solidaridad con los palestinos, tratar de mediar y recordar de paso a los israelíes que la complicidad de las épocas de Hosni Mubarak ha tocado a su fin. Israel se comprometió a mantener un alto el fuego de tres horas durante la visita de Kandil siempre y cuando los grupos palestinos también lo respetaran. Ni unos ni los otros lo respetaron. Antes de que el político egipcio se despidiera por el paso fronterizo de Rafah ya llovían bombas.
A unos kilómetros de allí, más al norte, en Yabalia, jóvenes se concentran en un callejón. A las puertas de la casa con el número 109. Hace una hora que ha caído un proyectil y ha matado a dos personas. A un niño de ocho años y un chico de 20. Dicen que pertenecen a una familia de carpinteros y que no tienen nada que ver con la llamada resistencia. La ropa ensangrentada anda tirada por el suelo. Poco más allá, las mujeres lloran a los muertos en una casa en construcción. En la oficina del PCHR, en la ciudad de Gaza, Hamdi Shaqqura dice que están investigando las muertes, pero que las primeras indicaciones apuntan a un fuego amigo. También aquí sucede. Cree también que si la comunidad internacional no hace nada, la violencia se disparará. “Todo parecía que iba bien, que la tregua iba a surtir efecto, cuando de repente matan a este pez gordo [Yabari]…”.
Cuando cae la noche, la población de Gaza busca la habitación de sus casas donde piensan que estarán más seguros. Ahí se reúnen todos, apiñados a veces. Saben que por la noche, los bombardeos se intensifican. Esta es especial. Desde las mezquitas, los clérigos cantan una victoria que escupen los altavoces de los minaretes. En la franja, los rumores de ataques a Tel Aviv, Jerusalén, aviones derribados y una larga lista de supuestas victorias militares de Hamás les han entusiasmado efímeramente. Ahora saben que después vienen las represalias y que en este rincón del planeta, rara vez fallan.
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