Mito 1: Judíos y
árabes han estado siempre en conflicto en la región
Aunque los árabes eran mayoría
en la Palestina anterior a la creación del estado de Israel, allí
siempre hubo judíos. En su mayor parte, los palestinos judíos se
llevaban bien con sus vecinos árabes. Esto empezó a cambiar con la
aparición del movimiento sionista, porque los sionistas rechazaron
el derecho de los palestinos a la autodeterminación y querían que
Palestina fuera suya para crear un “estado judío” en una región
donde los árabes eran mayoría y poseían la mayor parte de las
tierras.
Por ejemplo, después de una
serie de disturbios en Yafa (Jaffa) en 1921, en los que murieron 47
judíos y 48 árabes, el ocupante británico realizó una
investigación y llegó a la conclusión de que “no hay
antisemitismo inherente en el país, sea racial o religioso”. En
realidad, los ataques contra las comunidades judías fueron el
resultado de los temores árabes por el objetivo declarado de los
sionistas de apoderarse del territorio.
Cuando la violencia estalló de
nuevo en 1929, el informe de la comisión Shaw, británica, observó
que “en menos de diez años, los árabes han llevado a cabo tres
ataques serios contra los judíos. En los 80 años anteriores a
estos ataques, no hubo ningún caso registrado de incidentes
similares”. Representantes de todas las partes del conflicto
emergente testificaron ante la comisión que antes de la Primera
Guerra Mundial, “judíos y árabes vivían juntos, si no de forma
amistosa, al menos con tolerancia, una cualidad que es casi
desconocida en la Palestina actual”. El problema es que “el
pueblo árabe de Palestina está unido en la actualidad en su
demanda de un gobierno representativo”, pero los sionistas y sus
benefactores británicos les niegan ese derecho.
El informe británico
Hope-Simpson de 1930 señaló, de forma similar, que los residentes
judíos de las comunidades no sionistas de Palestina tenían
relaciones de amistad con sus vecinos árabes. “Es bastante
habitual ver a un árabe sentado en el porche de una casa judía”,
decía el informe. “La situación es completamente distinta en las
colonias sionistas”.
Mito
2: Naciones Unidas creó el estado de Israel
Naciones Unidas se vio implicada
cuando el Mandato Británico trató de lavarse las manos ante la
volátil situación que sus políticas habían ayudado a crear y
buscó librarse de Palestina. Para ello, solicitaron que Naciones
Unidas tomara cartas en el asunto.
Así las cosas, se creó una
Comisión Especial de la ONU sobre Palestina (UNSCOP) cuya misión
era examinar la cuestión y ofrecer sus recomendaciones para
resolver el conflicto. La UNSCOP no tenía ningún representante de
ningún país árabe y, al final, emitió un informe que rechazaba
explícitamente el derecho de los palestinos a la autodeterminación.
Al rechazar la solución democrática del conflicto, la UNSCOP
propuso que Palestina fuera dividida en dos estados, uno árabe y
otro judío.
La Asamblea General de la ONU
apoyó a la UNSCOP en su Resolución 181. Se afirma a menudo que
esta resolución “particionó” Palestina o que proporcionó a
los líderes sionistas un argumento legal para su subsiguiente
declaración de la creación del estado de Israel o alguna variante
de estas afirmaciones. Todas estas alegaciones son falsas.
La Resolución 181 se limitó a
ratificar el informe y las conclusiones de la UNSCOP en tanto que
recomendaciones. Huelga decir que para que Palestina hubiera sido
oficialmente dividida, esta recomendación debería haber sido
aceptada por judíos y árabes, algo que no sucedió.
Por otra parte, las resoluciones
de la Asamblea General no se consideran legalmente vinculantes (solo
las resoluciones del Consejo de Seguridad lo son). Y además, la ONU
no tenía ninguna autoridad para tomar el territorio de un pueblo y
entregárselo a otro, y cualquier resolución que estableciera tal
partición habría sido nula en cualquier caso.
Mito
3: Los árabes perdieron una oportunidad de tener su propio estado
en 1947
La recomendación de la ONU para
la partición de Palestina fue rechazada por los árabes. Hoy muchos
comentaristas dicen que este rechazo fue una “oportunidad”
perdida para que los árabes tuvieran su propio estado. Pero
caracterizar esto como una “oportunidad” para los árabes es
patentemente ridículo. El plan de partición no fue de ninguna
forma una “oportunidad” para los árabes.
En primer lugar, como ya se ha
señalado, los árabes eran una gran mayoría en ese momento en
Palestina, mientras que los judíos constituían aproximadamente una
tercera parte de la población, y esto gracias a la inmigración
masiva procedente de Europa (en 1922, por el contrario, el censo
británico mostraba que los judíos representaban únicamente el 11
por ciento de la población).
Por otra parte, las estadísticas
de propiedad de la tierra de 1945 mostraban que los árabes poseían
más tierras que los judíos en todos y cada uno de los distritos de
Palestina, incluyendo Yafa, donde los árabes poseían el 47 por
ciento de las tierras y los judíos solo el 39 por ciento (Yafa se
jactaba de ser el distrito con el mayor porcentaje de tierra
propiedad de judíos). En otros distritos, los árabes poseían una
porción todavía mayor de las tierras. El caso más extremo era el
de Ramala, donde los árabes poseían el 99 por ciento de las
tierras. En el conjunto de Palestina, los árabes poseían el 85 por
ciento de las tierras, mientras que los judíos solo eran dueños
del 7 por ciento, una situación que permaneció sin cambios hasta
la creación del estado de Israel.
A pesar de estos hechos, la
recomendación de partición de la ONU proponía que se entregara
más de la mitad del territorio palestino a los sionistas para su
“estado judío”. No era razonable esperar que los árabes
aceptaran semejante propuesta injusta. Los comentaristas políticas
señalan hoy que la negativa de los árabes a aceptar que parte de
su territorio les fuera arrebatado, en base al rechazo explícito de
su derecho de autodeterminación, representó una “oportunidad
perdida”. Este juicio supone una asombrosa ignorancia de las
raíces del conflicto o una falta de voluntad para examinar
honestamente la historia.
También hay que señalar que el
plan de partición fue rechazado por muchos líderes sionistas.
Entre quienes apoyaron la idea, como fue el caso de David
Ben-Gurion, su razonamiento fue que esto era un paso pragmático
hacia su objetivo, que era conquistar la totalidad de Palestina para
el “estado judío”, algo que podría conseguirse, finalmente,
por medio de las armas.
Cuando se planteó por primera
vez la idea de la partición, Ben-Gurion escribió que “después
de que seamos una fuerza poderosa, como consecuencia de la creación
del estado, aboliremos la partición y nos expandiremos a la
totalidad de Palestina”. El estado judío “tendrá que preservar
el orden”, si los árabes no se someten, “con ametralladoras, si
fuera necesario”.
Mito
4: Israel tiene “derecho a existir”
El hecho de que este término se
utilice exclusivamente en relación con Israel es instructivo en
cuanto a su legitimidad, como lo es el hecho de que la demanda se
dirija a los palestinos, que son quienes deben reconocer el “derecho
a existir” de Israel, mientras que nadie exige a Israel que
reconozca el “derecho a existir” de un estado palestino.
Las naciones no tienen derechos.
Los tienen las personas. El marco adecuado para el debate es el del
derecho de los pueblos a la autodeterminación. Desde este punto de
vista, es algo evidente que no son los árabes los que han negado a
los judíos ese derecho, sino los judíos los que han negado ese
derecho a los árabes. La terminología israelí del “derecho a
existir” es empleada constantemente para ocultar este hecho.
Como ya hemos dicho, Israel no
fue creado por la ONU, sino que fue fundado el 14 de mayo de 1948
cuando los sionistas, unilateralmente y sin autoridad legal,
declararon la existencia de Israel, sin especificar cuáles eran las
fronteras del nuevo estado. En un instante, los sionistas declararon
que los árabes ya no eran los propietarios de sus propias tierras;
ahora pertenecían a los judíos. En otro instante, los sionistas
declararon que la mayoría árabe de Palestina eran ahora ciudadanos
de segunda clase en el nuevo “estado judío”.
No es necesario decir que los
árabes no aceptaron pasivamente estos hechos sobre el terreno. Los
países árabes vecinos declararon la guerra al régimen sionista
con el fin de impedir una injusticia tan grave contra la mayoría de
los habitantes de Palestina.
Hay que subrayar que los
sionistas no tenían derecho a la mayor parte de las tierras que
declararon formar parte de Israel. Ese derecho era de los árabes.
Por consiguiente, esta guerra no fue, como se suele decir, un acto
de agresión de los estados árabes contra Israel. En realidad, los
árabes intervinieron en defensa de los derechos de la población
árabe de Palestina, para impedir que los sionistas se apoderaran
ilegal e injustamente de sus tierras y privaran de sus derechos a la
población árabe. El acto de agresión fue la declaración
unilateral de la creación de Israel por parte de los líderes
sionistas y la violencia que estos ejercieron para imponer sus
objetivos, tanto antes como después de esa declaración.
En el curso de la guerra que
siguió, Israel puso en práctica una política de limpieza étnica.
Alrededor de 700.000 palestinos árabes fueron expulsados de sus
hogares o huyeron por temor a las masacres, tal como había ocurrido
en el pueblo de Deir Yasin poco antes de la fundación del estado de
Israel. A estos palestinos no se les ha permitido regresar a sus
hogares y sus tierras, a pesar de que su “derecho al retorno”
está reconocido y codificado en el derecho internacional.
Los palestinos nunca aceptarán
la exigencia de Israel y de su principal benefactor, Estados Unidos,
de que reconozcan el “derecho a existir” de Israel. Si lo
hicieran, eso significaría que Israel tendría “derecho” a
robar las tierras árabes, mientras que los palestinos no tendrían
ningún derecho a ellas. Significaría, efectivamente, que Israel
tenía “derecho” a la limpieza étnica de Palestina, mientras
que los árabes no tenían derecho a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad en sus propios hogares y en sus propias
tierras.
El uso constante del término
“derecho a existir” en la actualidad tiene un propósito:
ocultar la realidad de que son los judíos quienes han negado a los
árabes su derecho a la autodeterminación, y no al revés, y tratar
de legitimar los crímenes de Israel contra los palestinos, tanto
los del pasado como los actuales.
Mito
5: Los países árabes amenazaron a Israel con la aniquilación en
1967 y 1973
Lo cierto es que fue Israel quien
hizo el primer disparo en la guerra de los Seis Días. A primeras
horas de la mañana del 5 de junio de 1967, Israel lanzó a sus
soldados a un ataque sorpresa contra Egipto (entonces República
Árabe Unida) y diezmó a la fuerza aérea egipcia mientras la
mayoría de sus aviones estaban todavía en tierra.
Es prácticamente obligatorio que
los comentaristas describan este ataque como “preventivo”. Pero
para que hubiera sido “preventivo”, tendría que haber habido,
por definición, una amenaza inminente de agresión egipcia contra
Israel. Pero no la había.
Es algo habitual afirmar que la
retórica belicosa del presidente Naser, el bloqueo de los estrechos
de Tirán, el movimiento de tropas en la península del Sinaí y la
expulsión de las fuerzas de pacificación de la ONU de su lado de
la frontera constituían, en su conjunto, esa amenaza inminente.
Sin embargo, los servicios de
inteligencia de EEUU y de Israel evaluaron en aquel momento que la
probabilidad de que Naser atacara era realmente baja. La CIA
consideró que Israel tenía una superioridad militar abrumadora y
que, en el caso de una guerra, derrotaría a las fuerzas árabes en
el espacio de dos semanas; y en una semana si Israel atacaba
primero, que es lo que realmente ocurrió.
Hay que tener en cuenta que
Egipto había sido víctima de una agresión por parte de
británicos, franceses e israelíes en la “crisis de Suez” de
1956, después de que Egipto nacionalizara el canal de Suez. Los
tres países agresores conspiraron para librar una guerra contra
Egipto que dio lugar a la ocupación israelí de la península del
Sinaí. Bajo la presión de EEUU, Israel se retiró del Sinaí en
1957, pero Egipto no había olvidado esa agresión.
Además, Egipto había formado
una alianza con Siria y Jordania, un compromiso recíproco para
ayudarse mutuamente en caso de guerra con Israel. Jordania había
criticado a Naser por no cumplir esa promesa después del ataque
israelí contra el pueblo cisjordano de Samu el año anterior, y su
retórica fue un claro intento de recuperar su prestigio en el mundo
árabe.
Naser estaba a la defensiva y no
tenía la menor intención de lanzar una ofensiva contra Israel.
Esto fue señalado por algunas personalidades israelíes. Abraham
Sela, por ejemplo, del Centro Shalem, observó lo siguiente: “La
acumulación de fuerzas egipcias en la península del Sinaí no
obedecía a un plan ofensivo y las instrucciones defensivas de Naser
asumían explícitamente que Israel golpearía primero”.
El primer ministro israelí
Menajem Begin reconoció que “en junio de 1967, tuvimos una nueva
oportunidad. La concentración de efectivos egipcios en las
proximidades del Sinaí no demuestran que Naser estuviera realmente
a punto de atacarnos. Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos.
Nosotros decidimos atacarle”.
Isaac Rabin, que también sería
más tarde primer ministro de Israel, admitió en 1968 que “no
creo que Naser quisiera la guerra. Las dos divisiones que envió al
Sinaí no eran suficientes para lanzar una guerra ofensiva. Él lo
sabía y nosotros lo sabíamos”.
Los israelíes han reconocido,
también, que su propia retórica en ese momento sobre la “amenaza”
de “aniquilación” que representaban los estados árabes era
pura propaganda.
El general Chaim Herzog,
comandante general y primer gobernador militar de la Cisjordania
ocupada tras la guerra, admitió que “no había peligro de
aniquilación, los cuarteles generales israelíes nunca creyeron que
existiera ese peligro”.
El general Ezer Weizman dijo algo
parecido: “Nunca hubo peligro de exterminio. Esta hipótesis nunca
fue considerada en una reunión formal”.
El jefe del estado mayor, Haim
Bar-Lev, reconoció: “No estuvimos amenazados de genocidio en
vísperas de la Guerra de los Seis Días y nunca pensamos en esa
posibilidad”.
El ministro israelí de la
vivienda, Mordejai Bentov, ha reconocido también que “toda la
historia del peligro de exterminio fue algo inventado y se exageró
a posteriori para justificar la anexión de nuevos territorios
árabes”.
En 1973, en lo que los israelíes
han denominado “Guerra del Yom Kipur”, Egipto y Siria lanzaron
una ofensiva sorpresa para recuperar el Sinaí y los Altos del
Golán, respectivamente. Esta acción combinada es descrita
popularmente en los relatos contemporáneos como una “invasión”
de, o un acto de “agresión” contra, Israel.
Ahora bien, como ya hemos
señalado, tras la guerra de junio de 1967, el Consejo de Seguridad
de la ONU aprobó la resolución 242, que pedía a Israel que se
retirara de los territorios ocupados. No hace falta decir que Israel
se negó a hacerlo y que ha seguido violando permanentemente el
derecho internacional desde entonces.
Durante la guerra de 1973, Egipto
y Siria “invadieron”, por tanto, sus propios territorios, que
estaban entonces ocupados ilegalmente por Israel. La idea de que
esta guerra fue un acto de agresión árabe presupone que la
Península del Sinaí, los Altos del Golán, Cisjordania y la Franja
de Gaza eran territorios israelíes. Esto es, evidentemente, un
presupuesto groseramente falso que demuestra la naturaleza
absolutamente perjudicial y tendenciosa de los análisis hegemónicos
cuando se trata del conflicto árabe-israelí.
Esta falsa narrativa encaja con
el relato más general, igualmente falaz, de Israel como “víctima”
de la intransigencia y la agresión árabes. Esta narrativa, apenas
cuestionada en Occidente, tergiversa completamente los hechos.
Mito
6: La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU solo pide
una retirada parcial de Israel
La resolución 242 fue aprobada a
raíz de la guerra de junio de 1967 y pedía la “retirada de las
fuerzas armadas de Israel de los territorios ocupados en el reciente
conflicto”. Aunque la versión israelí disfruta de gran
popularidad, no tiene ninguna verosimilitud.
La tesis central de ese argumento
es que la ausencia de la palabra “los” delante de “territorios
ocupados” en esa cláusula significa que no se refería a “todos
los territorios ocupados”. Básicamente, este argumento descansa
en la ridícula lógica de que, puesto que el término “los” fue
omitido en la cláusula, podemos entender que esto significa que se
estaba pensando en “algunos territorios ocupados”.
Gramaticalmente, la ausencia del
término “los” no tiene efecto alguno sobre el significado de
esta cláusula, que habla de “territorios”, en plural. Un test
decisivo es el siguiente: ¿es territorio lo que fue ocupado por
Israel en la guerra de 1967? Si la respuesta es sí, entonces, según
el derecho internacional y la resolución 242, se exige a Israel que
se retire de ese territorio. Esos territorios incluyen los Altos del
Golán sirios, Cisjordania y la Franja de Gaza.
La versión francesa de la
resolución, tan auténtica como la inglesa, contiene el artículo
determinado y una mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad
dejó claro durante las deliberaciones que su comprensión de la
resolución era que requería a Israel la retirada completa de todos
los territorios ocupados.
Adicionalmente, es imposible
reconciliar [la versión israelí] con el principio del derecho
internacional citado en el preámbulo de la resolución sobre “la
inadmisibilidad de la adquisición de territorios mediante la
guerra”. Decir que la ONU pensaba que Israel podía retener
algunos de los territorios que ocupó durante la guerra sería ir en
contra del citado principio.
Podríamos seguir abordando otras
falacias lógicas asociadas con este frívolo argumento, pero como
es absurdo a primera vista, sería superfluo hacerlo.
Mito
7: La acción militar israelí contra sus vecinos solo persigue
defender a Israel del terrorismo
Los hechos dicen otra cosa.
Tomemos, por ejemplo, la devastadora guerra israelí contra el
Líbano de 1982. Como ha documentado extensamente el analista
político Noam Chomsky en su épico análisis “The Fateful
Triangle”, esta ofensiva militar fue llevada a cabo sin apenas
excusa alguna.
Aunque se pueden leer relatos
contemporáneos que insisten en que esta guerra se libró en
respuesta al bombardeo constante del norte de Israel por parte de la
OLP, que entonces estaba refugiada en aquel país, lo cierto es que,
a pesar de las continuas provocaciones israelíes, la OLP respetó
el alto el fuego en vigor, con unas pocas excepciones. Además, en
cada uno de estos casos, fue Israel quien violó el alto el fuego en
primer lugar.
Entre las provocaciones israelíes
acaecidas a comienzos de 1982, tenemos los ataques y hundimientos de
botes de pesca libaneses y las centenares de violaciones de las
aguas territoriales libanesas. Israel cometió, también, miles de
violaciones del espacio aéreo libanés, pero nunca consiguió
provocar una respuesta de la OLP que sirviera como casus belli para
la planeada invasión del Líbano.
El 9 de mayo, Israel bombardeó
Líbano, lo cual provocó, finalmente, la respuesta de la OLP, que
lanzó cohetes y disparos de artillería contra Israel.
A continuación, un grupo
terrorista dirigido por Abu Nidal intentó asesinar al embajador
israelí en Londres, Shlomo Argov. Aunque la misma OLP había estado
en guerra con Abu Nidal, que había sido condenado a muerte por un
tribunal militar de Fatah en 1973, y a pesar del hecho de que Abu
Nidal no tenía sus cuarteles generales en el Líbano, Israel
utilizó este hecho como excusa para bombardear los campos de
refugiados de Sabra y Chatila, matando a 200 palestinos. La OLP
respondió atacando asentamientos del norte de Israel. Pero el
estado judío no consiguió provocar el tipo de respuesta a gran
escala que estaba esperando utilizar como casus belli para su
planeada invasión.
Como ha sugerido un estudioso
israelí, Yehoshua Porath, la decisión israelí de invadir el
Líbano, lejos de ser una respuesta a los ataques de la OLP,
“procedía del hecho de que el alto el fuego había sido
respetado”. Porath escribió en el diario israelí Haaretz que “la
esperanza del gobierno es que la debilitada OLP, carente de una base
logística y territorial, regrese al terrorismo anterior. […] De
esta forma, la OLP perdería parte de la legitimidad política que
había ganado […] y se conjuraría el peligro de que se
desarrollaran entre los palestinos aquellos elementos que podrían
constituir un negociador legítimo de futuros arreglos políticos”.
Otro ejemplo, en esta ocasión
tomado de la operación Plomo Fundido, que se desarrolló entre el
27 de diciembre de 2008 y el 18 de enero de 2009. Antes de que
Israel atacara a la asediada e indefensa población de la Franja de
Gaza, Tel Aviv había llegado a un acuerdo de alto el fuego con el
gobierno de Gaza, Hamas. En contra de lo que se cree, fue Israel y
no Hamas quien puso fin al alto el fuego.
Los medios de comunicación
occidentales dijeron que la operación Plomo Fundido fue la
respuesta al lanzamiento de “miles” de cohetes por parte de
Hamas contra territorio israelí, violando de esta forma la tregua.
La verdad es que, desde el inicio
del alto el fuego en junio hasta el 4 de noviembre, Hamas no disparó
ningún cohete, a pesar de las numerosas provocaciones israelíes,
sus operaciones represivas en Cisjordania y los ataques de soldados
israelíes contra gazatíes en la frontera, que causaron varios
heridos y al menos un muerto.
El 4 de noviembre de 2008, Israel
violó de nuevo el alto el fuego lanzando ataques aéreos y una
incursión terrestre en Gaza que causó varios muertos. Hamas
respondió, finalmente, con el lanzamiento de cohetes, que dio paso
a continuos ataques de un lado y otro. La tregua había terminado.
A pesar de la evidente mala fe de
Israel, Hamas ofreció reanudar el alto el fuego, cuyo periodo de
vigencia terminaba oficialmente en diciembre. Israel rechazó la
oferta y lanzó un violento castigo colectivo contra la población
de Gaza.
Tal como señaló el Centro de
Información de Inteligencia y Terrorismo de Israel, la tregua
“trajo un periodo de calma relativa para la población del Neguev
occidental”, con 329 ataques con cohetes y morteros, “la mayoría
de ellos durante el mes y medio posterior al 4 de noviembre”,
cuando Israel ya había violado y terminado de hecho la tregua. Esto
contrasta abiertamente con los 2.278 ataques con cohetes y morteros
de los seis meses anteriores a la tregua. Hasta el 4 de noviembre,
señaló el centro, “Hamas se cuidó de mantener el alto el
fuego”.
Si Israel hubiera querido mitigar
la amenaza de los ataques de los militantes palestinos, no debería
haber terminado el alto el fuego, que había supuesto una drástica
reducción de este tipo de ataques, incluyendo la eliminación de
todos los protagonizados por Hamas. Pero bien al contrario, Israel
recurrió a la violencia, lo cual, como era fácilmente previsible,
provocó una mayor amenaza de ataques de represalia a gran escala
por parte de los grupos palestinos.
Por otra parte, aunque Israel
pudiera decir que los medios pacíficos se habían agotado y que era
necesario recurrir a la fuerza militar para defender a su población
civil, eso no fue claramente lo que ocurrió. Al contrario, Israel
atacó deliberadamente a la población civil de Gaza con ataques
sistemáticos e intencionadamente indiscriminados y
desproporcionados contra áreas residenciales, hospitales, escuelas
y otros lugares que tenían población civil protegida por el
derecho internacional.
Como observó Richard Goldstone,
un respetado jurista internacional que encabezó la investigación
de la ONU sobre la operación Plomo Fundido, los medios con los que
Israel llevó a cabo esta operación no fueron consistentes con sus
objetivos declarados, sino que fueron más indicativos de un acto
deliberado de castigo colectivo contra la población civil.
Mito
8: Dios entregó esta tierra a los judíos, por tanto son los árabes
los ocupantes
Por más que se debatan los
hechos sobre el terreno, nada conseguirá convencer a muchos judíos
y cristianos de que Israel haya podido hacer algo mal, pues detrás
de sus acciones ellos ven la mano de Dios y sus políticas son, en
realidad, según ellos, la voluntad de Dios. Creen que Dios entregó
la tierra de Palestina, incluyendo Cisjordania y la Franja de Gaza,
al pueblo judío y, por consiguiente, Israel tiene “derecho” a
arrebatársela por la fuerza a los palestinos, que, en su opinión,
son los verdaderos ocupantes ilícitos del territorio.
Puede recurrirse simplemente a
las páginas de sus propios libros sagrados para demostrar la
falacia de esta y otras creencias similares. A los cristianos
sionistas les encanta citar pasajes de la Biblia como el siguiente
para apoyar sus creencias sionistas:
Y Yahvé dijo a Abram, después
de que Lot se separó de él: “Levanta tus ojos y mira desde el
lugar en que estás hacia el norte, el sur, el oriente y el
poniente. Pues bien, la tierra que ves te la voy a dar a ti y a tu
descendencia para siempre. Multiplicaré tu descendencia como el
polvo de la tierra, de tal manera que si se pudiera contar el polvo
de la tierra, también se podría contar tu descendencia. Levántate,
recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar a ti
(Génesis, 13:14-17).
Entonces se le apareció Yahvé y
le dijo: “No bajes a Egipto, quédate en la tierra que yo te diga.
Serás forastero en esa tierra, pero yo estaré contigo y te
bendeciré. Pues quiero darte a ti y a tus descendientes todas estas
tierras, cumpliendo así el juramento que hice a tu padre Abraham
(Génesis, 26:2-3).
Yahvé estaba en lo alto y le
dijo: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y de Isaac. Te
daré a ti y a tus descendientes la tierra en que descansas
(Génesis, 28:13).
Sin embargo, los sionistas
cristianos olvidan convenientemente otros pasajes que ofrecen más
contexto para comprender este pacto, como son los siguientes:
Guardad, pues, todas mis
tradiciones y mandamientos y ponedlos en práctica. Así no los
vomitará esa tierra a donde os estoy llevando para que viváis en
ella (Levítico, 20:22)
Pero si no me obedecéis ni
ponéis en práctica todos estos mandamientos, sino que rechazáis y
menospreciáis mis leyes y decretos, y no cumplís ninguno de mis
mandamientos, rompiendo mi pacto […] Si a pesar de esto no me
obedecéis y seguís oponiéndoos a mí, yo también me enfrentaré
con vosotros, y con ira os castigaré otras siete veces más por
vuestros pecados […] Destruiré la tierra, y aquellos enemigos
vuestros que vengan a vivir en ella, se quedarán asombrados. A
vosotros os esparciré entre las ciudades y naciones, y os
perseguiré con la espada. Vuestro país se convertirá en un
desierto y vuestras ciudades en espantosas ruinas (Levítico,
26:14-15, 27-28, 32-33).
Por lo tanto, Yahvé se enfureció
con Israel y lo arrojó de su presencia, y no dejó más que a la
tribu de Judá. […] Finalmente, Yahvé apartó de su presencia a
Israel, como lo había anunciado por medio de todos los profetas,
sus siervos, y así los de Israel fueron llevados cautivos a Asiria,
donde siguen hasta el día de hoy (Reyes II, 17:18, 23).
Yo pensé que, aun después de
todo lo que ella [Israel] había hecho, volvería a mí; pero no
volvió. Su hermana, la infiel Judá, vio esto; y vio también que
yo repudié a la rebelde Israel y que me divorcié de ella
precisamente por el adulterio cometido. Pero Judá, la infiel
hermana de Israel, no tuvo temor, sino que también ella se dio a la
prostitución (Jeremías, 3:7-8).
Sí, en la Biblia, el Señor, el
Dios de Abraham, Isaac e Israel, dijo a los hebreos que la tierra
podría ser suya… si obedecían sus mandamientos. Sin embargo, tal
y como la Biblia cuenta la historia, los hebreos no obedecieron y se
rebelaron contra Yahvé una generación tras otra.
Lo que los sionistas judíos y
cristianos omiten en sus argumentos bíblicos en favor de la
ocupación continuada de Israel es que Yahvé también dijo a los
hebreos, incluyendo la tribu de Judá (de la cual descienden los
“judíos”), que les echaría de la tierra si rompían el pacto
al rebelarse contra sus mandamientos, que es precisamente lo que
ocurre en la Biblia.
Así, el argumento teológico en
favor del sionismo no solo es una tontería desde el punto de vista
laico, sino que es, además, una total invención desde la
perspectiva bíblica, lo que representa una rebeldía continuada
contra Yahvé y su Torá, así como contra las enseñanzas de Jesús
el Mesías en el Nuevo Testamento.
Mito
9: Los palestinos rechazan la solución de dos estados porque
quieren destruir Israel
En una enorme concesión a
Israel, los palestinos han aceptado desde hace mucho tiempo una
solución de dos estados. Los representantes elegidos por el pueblo
palestino en la OLP de Yasir Arafat han reconocido, desde los años
70, al estado de Israel y han aceptado una solución de dos estados.
A pesar de esto, los medios de comunicación occidentales siguieron
diciendo en la década de los 90 que la OLP rechazaba esta solución
y que, en su lugar, quería borrar a Israel del mapa.
Este esquema se ha repetido con
Hamas desde que ganó las elecciones palestinas de 2006. Aunque la
organización islamista ha aceptado desde hace años la realidad del
estado de Israel y ha demostrado su voluntad de aceptar un estado
palestino en Cisjordania y la Franja de Gaza, junto al estado de
Israel, es prácticamente obligatorio para los principales medios de
comunicación occidentales, incluso en la actualidad, decir que
Hamas rechaza la solución de dos estados y que, en realidad, busca
“destruir Israel”.
A principios de 2004, poco antes
de que fuera asesinado por Israel, el fundador de Hamas, el jeque
Ahmed Yasin, dijo que Hamas podía aceptar un estado palestino junto
a Israel. Desde entonces, Hamas ha repetido una y otra vez su
disposición a aceptar una solución de dos estados.
A comienzos de 2005, Hamas hizo
público un documento en el que declaraba que su objetivo era lograr
un estado palestino junto a Israel, basado en las fronteras de 1967.
El líder en el exilio del buró
político de Hamas, Jalid Mishal, escribió en el Guardian de
Londres, en enero de 2006, que Hamas estaba “dispuesto a alcanzar
una paz justa”. Escribió que “nunca reconoceremos el derecho de
ninguna potencia a robarnos nuestra tierra y a negarnos nuestros
derechos nacionales. […] Pero si ustedes están dispuestos a
aceptar el principio de una tregua de larga duración, nosotros
estamos preparados para negociar los términos”.
Durante la campaña electoral de
2006, el dirigente de Hamas en Gaza Mahmud al-Zahar dijo que la
organización islamista estaba dispuesta a “aceptar el
establecimiento de nuestro estado independiente en el área ocupada
en 1967″, un reconocimiento tácito del estado de Israel.
El primer ministro electo,
dirigente de Hamas, Ismael Haniyeh dijo en febrero de 2006 que Hamas
aceptaba “el establecimiento de un estado palestino” dentro de
las “fronteras de 1967″.
En abril de 2008, el expresidente
de EEUU Jimmy Carter se reunió con líderes de Hamas y después
declaró que la organización islamista “aceptaría un estado
palestino con las fronteras de 1967″ y, además, “aceptaría el
derecho de Israel a vivir en paz con su vecino”. El “objetivo
final” de Hamas era “ver a Israel con las fronteras asignadas de
1967 y, a su lado, un estado palestino”.
Ese mismo mes, el líder de Hamas
Mishal dijo: “Hemos ofrecido una tregua si Israel se retira a las
fronteras de 1967, una tregua de diez años como prueba de
reconocimiento”. Y en 2009 dijo que Hamas “ha aceptado un estado
palestino en las fronteras de 1967″.
El cambio de Hamas, desde el
rechazo total de la existencia del estado de Israel hasta la
aceptación del consenso internacional de una solución de dos
estados es, en gran parte, un reflejo de la voluntad del pueblo
palestino. Una encuesta de opinión pública realizada en abril del
año pasado, por ejemplo, encontró que tres de cada cuatro
palestinos estaban dispuestos a aceptar una solución de dos
estados.
Mito
10: Estados Unidos es un mediador honesto y ha buscado la paz en
Oriente Medio
Dejando a un lado la retórica,
EEUU ha apoyado siempre las políticas de Israel, incluyendo su
ocupación ilegal y otras violaciones del derecho humanitario
internacional. Apoya las políticas criminales de Israel financiera,
militar y diplomáticamente.
El gobierno de Obama, por
ejemplo, ha declarado públicamente que se opone a la política de
asentamientos de Israel y que ha “presionado” ostensiblemente a
Israel para que congele sus actividades colonizadoras. Sin embargo,
acto seguido, Washington ha anunciado que no cortará las ayudas
financiera y militar a Israel, aunque desafíe las leyes
internacionales y siga construyendo asentamientos. Ese mensajes ha
sido perfectamente comprendido por el gobierno de Netanyahu, que
continúa con sus políticas de colonización.
Para citar otro ejemplo sencillo,
tanto la Cámara de Representantes como el Senado de EEUU aprobaron
resoluciones que declaraban abiertamente su apoyo a la operación
Plomo Fundido de Israel, a pesar del flujo continuo de informaciones
que acreditaban la comisión de crímenes de guerra por parte de
Israel.
El día que el Senado de EEUU
aprobó su resolución “reafirmando el firme apoyo de EEUU a
Israel en su batalla con Hamas” (8 de enero de 2009), el Comité
Internacional de la Cruz Roja hizo pública una declaración en la
que exigía a Israel que permitiera socorrer a las víctimas del
conflicto, ya que el ejército israelí había bloqueado los accesos
a los palestinos heridos, algo que constituye un crimen de guerra
según el derecho internacional.
Ese mismo día, el secretario
general de la ONU Ban Ki-moon hizo unas declaraciones en las que
condenaba a Israel por disparar contra un convoy de la ONU que
transportaba ayuda humanitaria a Gaza y por el asesinato de dos
miembros del personal de la ONU, dos hechos que también constituyen
sendos crímenes de guerra.
El día que la Cámara de
Representantes aprobó su propia versión de la resolución, la ONU
anunció que había tenido que interrumpir sus trabajos humanitarios
en Gaza debido a los numerosos ataques israelíes que habían
sufrido sus trabajadores, convoyes e instalaciones, incluyendo
clínicas y escuelas.
El apoyo financiero de EEUU a
Israel supera los 3.000 millones de dólares al año. Cuando Israel
lanzó su ofensiva militar para castigar a la indefensa población
civil de Gaza, sus pilotos tripulaban aviones de combate F-16 y
helicópteros Apache artillados vendidos por EEUU, desde los que
arrojaban bombas también fabricadas en EEUU, así como municiones
equipadas con fósforo blanco, algo prohibido por las leyes
internacionales.
El apoyo diplomático de EEUU a
los crímenes de Israel se ha expresado en el uso de su derecho de
veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Cuando Israel libraba su
devastadora guerra contra la población y la infraestructura civiles
del Líbano en el verano de 2006, EEUU vetó una resolución de alto
el fuego.
Cuando Israel lanzó su operación
Plomo Fundido, EEUU retrasó la aprobación de una resolución que
pedía el fin de la violencia y luego, una vez que permitió su
votación, se abstuvo.
Cuando el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU adoptó oficialmente las conclusiones y
recomendaciones de su investigación, dirigida por Richard
Goldstone, sobre los crímenes de guerra cometidos durante la
operación Plomo Fundido, EEUU respondió anunciando su intención
de bloquear toda iniciativa que tuviera como objetivo la aprobación
de dichas conclusiones y recomendaciones por parte del Consejo de
Seguridad. El Congreso de EEUU aprobó una resolución que rechazó
el informe Goldstone porque este denunció la comisión de crímenes
de guerra por parte de Israel.
Mediante su apoyo, incondicional
en la práctica, a Israel, EEUU ha impedido la adopción de medidas
para implementar una solución de dos estados para el conflicto
palestino-israelí. El así llamado “proceso de paz” ha
consistido, durante muchas décadas, en el rechazo estadounidense e
israelí de la autodeterminación del pueblo palestino y en el
bloqueo de cualquier estado palestino viable.
Nota
del Traductor:
No debería ser necesario señalar
que la traducción y publicación de este y demás artículos no
supone que el traductor esté de acuerdo con todas y cada una de las
opiniones expresadas en este y demás artículos. En este caso, por
ejemplo, no estoy de acuerdo con la valoración que el autor hace de
la aceptación, por parte de Hamas, de una solución de dos estados
‘basada en las fronteras de 1967′. No me parece una evolución
positiva de la organización islamista, sino más bien lo contrario.
Y tampoco creo que exprese una evolución en la opinión pública
palestina. De hecho, hay encuestas que muestran una evolución
diferente, más favorable a una solución de un único estado
democrático con iguales derechos de todos los ciudadanos. Tampoco
se plantea otra posible solución de dos estados ‘basada en las
fronteras del plan de partición de la ONU’. JV
Acerca
del autor:
Jeremy R. Hammond es un analista
político independiente que ha sido galardonado con el premio
Proyecto Censurado al mejor periodismo de investigación. Es uno de
los fundadores de Foreign Policy Journal y autor de Ron Paul vs.
Paul Krugman: Austrian vs. Keynesian economics in the financial
crisis y The Rejection of Palestinian Self-Determination: The
Struggle for Palestine and the Roots of the Israeli-Arab Conflict.
En la actualidad está preparando otro libro sobre el papel de EEUU
en la actualidad en el conflicto palestino-israelí.
Traducción:
Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y
traducciones sobre Palestine, Israel y Medio Oriente. Le puedes
seguir en Twitter como @bouleusis
Fuente
original: Top
Ten Myths about the Israeli-Palestinian Conflict
rebelion.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario