martes, 29 de julio de 2014

Diez mitos sobre el conflicto palestino-israelí


Mito 1: Judíos y árabes han estado siempre en conflicto en la región

Aunque los árabes eran mayoría en la Palestina anterior a la creación del estado de Israel, allí siempre hubo judíos. En su mayor parte, los palestinos judíos se llevaban bien con sus vecinos árabes. Esto empezó a cambiar con la aparición del movimiento sionista, porque los sionistas rechazaron el derecho de los palestinos a la autodeterminación y querían que Palestina fuera suya para crear un “estado judío” en una región donde los árabes eran mayoría y poseían la mayor parte de las tierras.
Por ejemplo, después de una serie de disturbios en Yafa (Jaffa) en 1921, en los que murieron 47 judíos y 48 árabes, el ocupante británico realizó una investigación y llegó a la conclusión de que “no hay antisemitismo inherente en el país, sea racial o religioso”. En realidad, los ataques contra las comunidades judías fueron el resultado de los temores árabes por el objetivo declarado de los sionistas de apoderarse del territorio.
Cuando la violencia estalló de nuevo en 1929, el informe de la comisión Shaw, británica, observó que “en menos de diez años, los árabes han llevado a cabo tres ataques serios contra los judíos. En los 80 años anteriores a estos ataques, no hubo ningún caso registrado de incidentes similares”. Representantes de todas las partes del conflicto emergente testificaron ante la comisión que antes de la Primera Guerra Mundial, “judíos y árabes vivían juntos, si no de forma amistosa, al menos con tolerancia, una cualidad que es casi desconocida en la Palestina actual”. El problema es que “el pueblo árabe de Palestina está unido en la actualidad en su demanda de un gobierno representativo”, pero los sionistas y sus benefactores británicos les niegan ese derecho.

El informe británico Hope-Simpson de 1930 señaló, de forma similar, que los residentes judíos de las comunidades no sionistas de Palestina tenían relaciones de amistad con sus vecinos árabes. “Es bastante habitual ver a un árabe sentado en el porche de una casa judía”, decía el informe. “La situación es completamente distinta en las colonias sionistas”.

Mito 2: Naciones Unidas creó el estado de Israel

Naciones Unidas se vio implicada cuando el Mandato Británico trató de lavarse las manos ante la volátil situación que sus políticas habían ayudado a crear y buscó librarse de Palestina. Para ello, solicitaron que Naciones Unidas tomara cartas en el asunto.
Así las cosas, se creó una Comisión Especial de la ONU sobre Palestina (UNSCOP) cuya misión era examinar la cuestión y ofrecer sus recomendaciones para resolver el conflicto. La UNSCOP no tenía ningún representante de ningún país árabe y, al final, emitió un informe que rechazaba explícitamente el derecho de los palestinos a la autodeterminación. Al rechazar la solución democrática del conflicto, la UNSCOP propuso que Palestina fuera dividida en dos estados, uno árabe y otro judío.
La Asamblea General de la ONU apoyó a la UNSCOP en su Resolución 181. Se afirma a menudo que esta resolución “particionó” Palestina o que proporcionó a los líderes sionistas un argumento legal para su subsiguiente declaración de la creación del estado de Israel o alguna variante de estas afirmaciones. Todas estas alegaciones son falsas.
La Resolución 181 se limitó a ratificar el informe y las conclusiones de la UNSCOP en tanto que recomendaciones. Huelga decir que para que Palestina hubiera sido oficialmente dividida, esta recomendación debería haber sido aceptada por judíos y árabes, algo que no sucedió.
Por otra parte, las resoluciones de la Asamblea General no se consideran legalmente vinculantes (solo las resoluciones del Consejo de Seguridad lo son). Y además, la ONU no tenía ninguna autoridad para tomar el territorio de un pueblo y entregárselo a otro, y cualquier resolución que estableciera tal partición habría sido nula en cualquier caso.

Mito 3: Los árabes perdieron una oportunidad de tener su propio estado en 1947

La recomendación de la ONU para la partición de Palestina fue rechazada por los árabes. Hoy muchos comentaristas dicen que este rechazo fue una “oportunidad” perdida para que los árabes tuvieran su propio estado. Pero caracterizar esto como una “oportunidad” para los árabes es patentemente ridículo. El plan de partición no fue de ninguna forma una “oportunidad” para los árabes.
En primer lugar, como ya se ha señalado, los árabes eran una gran mayoría en ese momento en Palestina, mientras que los judíos constituían aproximadamente una tercera parte de la población, y esto gracias a la inmigración masiva procedente de Europa (en 1922, por el contrario, el censo británico mostraba que los judíos representaban únicamente el 11 por ciento de la población).
Por otra parte, las estadísticas de propiedad de la tierra de 1945 mostraban que los árabes poseían más tierras que los judíos en todos y cada uno de los distritos de Palestina, incluyendo Yafa, donde los árabes poseían el 47 por ciento de las tierras y los judíos solo el 39 por ciento (Yafa se jactaba de ser el distrito con el mayor porcentaje de tierra propiedad de judíos). En otros distritos, los árabes poseían una porción todavía mayor de las tierras. El caso más extremo era el de Ramala, donde los árabes poseían el 99 por ciento de las tierras. En el conjunto de Palestina, los árabes poseían el 85 por ciento de las tierras, mientras que los judíos solo eran dueños del 7 por ciento, una situación que permaneció sin cambios hasta la creación del estado de Israel.
A pesar de estos hechos, la recomendación de partición de la ONU proponía que se entregara más de la mitad del territorio palestino a los sionistas para su “estado judío”. No era razonable esperar que los árabes aceptaran semejante propuesta injusta. Los comentaristas políticas señalan hoy que la negativa de los árabes a aceptar que parte de su territorio les fuera arrebatado, en base al rechazo explícito de su derecho de autodeterminación, representó una “oportunidad perdida”. Este juicio supone una asombrosa ignorancia de las raíces del conflicto o una falta de voluntad para examinar honestamente la historia.
También hay que señalar que el plan de partición fue rechazado por muchos líderes sionistas. Entre quienes apoyaron la idea, como fue el caso de David Ben-Gurion, su razonamiento fue que esto era un paso pragmático hacia su objetivo, que era conquistar la totalidad de Palestina para el “estado judío”, algo que podría conseguirse, finalmente, por medio de las armas.
Cuando se planteó por primera vez la idea de la partición, Ben-Gurion escribió que “después de que seamos una fuerza poderosa, como consecuencia de la creación del estado, aboliremos la partición y nos expandiremos a la totalidad de Palestina”. El estado judío “tendrá que preservar el orden”, si los árabes no se someten, “con ametralladoras, si fuera necesario”.

Mito 4: Israel tiene “derecho a existir”

El hecho de que este término se utilice exclusivamente en relación con Israel es instructivo en cuanto a su legitimidad, como lo es el hecho de que la demanda se dirija a los palestinos, que son quienes deben reconocer el “derecho a existir” de Israel, mientras que nadie exige a Israel que reconozca el “derecho a existir” de un estado palestino.
Las naciones no tienen derechos. Los tienen las personas. El marco adecuado para el debate es el del derecho de los pueblos a la autodeterminación. Desde este punto de vista, es algo evidente que no son los árabes los que han negado a los judíos ese derecho, sino los judíos los que han negado ese derecho a los árabes. La terminología israelí del “derecho a existir” es empleada constantemente para ocultar este hecho.
Como ya hemos dicho, Israel no fue creado por la ONU, sino que fue fundado el 14 de mayo de 1948 cuando los sionistas, unilateralmente y sin autoridad legal, declararon la existencia de Israel, sin especificar cuáles eran las fronteras del nuevo estado. En un instante, los sionistas declararon que los árabes ya no eran los propietarios de sus propias tierras; ahora pertenecían a los judíos. En otro instante, los sionistas declararon que la mayoría árabe de Palestina eran ahora ciudadanos de segunda clase en el nuevo “estado judío”.
No es necesario decir que los árabes no aceptaron pasivamente estos hechos sobre el terreno. Los países árabes vecinos declararon la guerra al régimen sionista con el fin de impedir una injusticia tan grave contra la mayoría de los habitantes de Palestina.
Hay que subrayar que los sionistas no tenían derecho a la mayor parte de las tierras que declararon formar parte de Israel. Ese derecho era de los árabes. Por consiguiente, esta guerra no fue, como se suele decir, un acto de agresión de los estados árabes contra Israel. En realidad, los árabes intervinieron en defensa de los derechos de la población árabe de Palestina, para impedir que los sionistas se apoderaran ilegal e injustamente de sus tierras y privaran de sus derechos a la población árabe. El acto de agresión fue la declaración unilateral de la creación de Israel por parte de los líderes sionistas y la violencia que estos ejercieron para imponer sus objetivos, tanto antes como después de esa declaración.
En el curso de la guerra que siguió, Israel puso en práctica una política de limpieza étnica. Alrededor de 700.000 palestinos árabes fueron expulsados de sus hogares o huyeron por temor a las masacres, tal como había ocurrido en el pueblo de Deir Yasin poco antes de la fundación del estado de Israel. A estos palestinos no se les ha permitido regresar a sus hogares y sus tierras, a pesar de que su “derecho al retorno” está reconocido y codificado en el derecho internacional.
Los palestinos nunca aceptarán la exigencia de Israel y de su principal benefactor, Estados Unidos, de que reconozcan el “derecho a existir” de Israel. Si lo hicieran, eso significaría que Israel tendría “derecho” a robar las tierras árabes, mientras que los palestinos no tendrían ningún derecho a ellas. Significaría, efectivamente, que Israel tenía “derecho” a la limpieza étnica de Palestina, mientras que los árabes no tenían derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad en sus propios hogares y en sus propias tierras.
El uso constante del término “derecho a existir” en la actualidad tiene un propósito: ocultar la realidad de que son los judíos quienes han negado a los árabes su derecho a la autodeterminación, y no al revés, y tratar de legitimar los crímenes de Israel contra los palestinos, tanto los del pasado como los actuales.

Mito 5: Los países árabes amenazaron a Israel con la aniquilación en 1967 y 1973

Lo cierto es que fue Israel quien hizo el primer disparo en la guerra de los Seis Días. A primeras horas de la mañana del 5 de junio de 1967, Israel lanzó a sus soldados a un ataque sorpresa contra Egipto (entonces República Árabe Unida) y diezmó a la fuerza aérea egipcia mientras la mayoría de sus aviones estaban todavía en tierra.
Es prácticamente obligatorio que los comentaristas describan este ataque como “preventivo”. Pero para que hubiera sido “preventivo”, tendría que haber habido, por definición, una amenaza inminente de agresión egipcia contra Israel. Pero no la había.
Es algo habitual afirmar que la retórica belicosa del presidente Naser, el bloqueo de los estrechos de Tirán, el movimiento de tropas en la península del Sinaí y la expulsión de las fuerzas de pacificación de la ONU de su lado de la frontera constituían, en su conjunto, esa amenaza inminente.
Sin embargo, los servicios de inteligencia de EEUU y de Israel evaluaron en aquel momento que la probabilidad de que Naser atacara era realmente baja. La CIA consideró que Israel tenía una superioridad militar abrumadora y que, en el caso de una guerra, derrotaría a las fuerzas árabes en el espacio de dos semanas; y en una semana si Israel atacaba primero, que es lo que realmente ocurrió.
Hay que tener en cuenta que Egipto había sido víctima de una agresión por parte de británicos, franceses e israelíes en la “crisis de Suez” de 1956, después de que Egipto nacionalizara el canal de Suez. Los tres países agresores conspiraron para librar una guerra contra Egipto que dio lugar a la ocupación israelí de la península del Sinaí. Bajo la presión de EEUU, Israel se retiró del Sinaí en 1957, pero Egipto no había olvidado esa agresión.
Además, Egipto había formado una alianza con Siria y Jordania, un compromiso recíproco para ayudarse mutuamente en caso de guerra con Israel. Jordania había criticado a Naser por no cumplir esa promesa después del ataque israelí contra el pueblo cisjordano de Samu el año anterior, y su retórica fue un claro intento de recuperar su prestigio en el mundo árabe.
Naser estaba a la defensiva y no tenía la menor intención de lanzar una ofensiva contra Israel. Esto fue señalado por algunas personalidades israelíes. Abraham Sela, por ejemplo, del Centro Shalem, observó lo siguiente: “La acumulación de fuerzas egipcias en la península del Sinaí no obedecía a un plan ofensivo y las instrucciones defensivas de Naser asumían explícitamente que Israel golpearía primero”.
El primer ministro israelí Menajem Begin reconoció que “en junio de 1967, tuvimos una nueva oportunidad. La concentración de efectivos egipcios en las proximidades del Sinaí no demuestran que Naser estuviera realmente a punto de atacarnos. Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos. Nosotros decidimos atacarle”.
Isaac Rabin, que también sería más tarde primer ministro de Israel, admitió en 1968 que “no creo que Naser quisiera la guerra. Las dos divisiones que envió al Sinaí no eran suficientes para lanzar una guerra ofensiva. Él lo sabía y nosotros lo sabíamos”.
Los israelíes han reconocido, también, que su propia retórica en ese momento sobre la “amenaza” de “aniquilación” que representaban los estados árabes era pura propaganda.
El general Chaim Herzog, comandante general y primer gobernador militar de la Cisjordania ocupada tras la guerra, admitió que “no había peligro de aniquilación, los cuarteles generales israelíes nunca creyeron que existiera ese peligro”.
El general Ezer Weizman dijo algo parecido: “Nunca hubo peligro de exterminio. Esta hipótesis nunca fue considerada en una reunión formal”.
El jefe del estado mayor, Haim Bar-Lev, reconoció: “No estuvimos amenazados de genocidio en vísperas de la Guerra de los Seis Días y nunca pensamos en esa posibilidad”.
El ministro israelí de la vivienda, Mordejai Bentov, ha reconocido también que “toda la historia del peligro de exterminio fue algo inventado y se exageró a posteriori para justificar la anexión de nuevos territorios árabes”.
En 1973, en lo que los israelíes han denominado “Guerra del Yom Kipur”, Egipto y Siria lanzaron una ofensiva sorpresa para recuperar el Sinaí y los Altos del Golán, respectivamente. Esta acción combinada es descrita popularmente en los relatos contemporáneos como una “invasión” de, o un acto de “agresión” contra, Israel.
Ahora bien, como ya hemos señalado, tras la guerra de junio de 1967, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 242, que pedía a Israel que se retirara de los territorios ocupados. No hace falta decir que Israel se negó a hacerlo y que ha seguido violando permanentemente el derecho internacional desde entonces.
Durante la guerra de 1973, Egipto y Siria “invadieron”, por tanto, sus propios territorios, que estaban entonces ocupados ilegalmente por Israel. La idea de que esta guerra fue un acto de agresión árabe presupone que la Península del Sinaí, los Altos del Golán, Cisjordania y la Franja de Gaza eran territorios israelíes. Esto es, evidentemente, un presupuesto groseramente falso que demuestra la naturaleza absolutamente perjudicial y tendenciosa de los análisis hegemónicos cuando se trata del conflicto árabe-israelí.
Esta falsa narrativa encaja con el relato más general, igualmente falaz, de Israel como “víctima” de la intransigencia y la agresión árabes. Esta narrativa, apenas cuestionada en Occidente, tergiversa completamente los hechos.

Mito 6: La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU solo pide una retirada parcial de Israel

La resolución 242 fue aprobada a raíz de la guerra de junio de 1967 y pedía la “retirada de las fuerzas armadas de Israel de los territorios ocupados en el reciente conflicto”. Aunque la versión israelí disfruta de gran popularidad, no tiene ninguna verosimilitud.
La tesis central de ese argumento es que la ausencia de la palabra “los” delante de “territorios ocupados” en esa cláusula significa que no se refería a “todos los territorios ocupados”. Básicamente, este argumento descansa en la ridícula lógica de que, puesto que el término “los” fue omitido en la cláusula, podemos entender que esto significa que se estaba pensando en “algunos territorios ocupados”.
Gramaticalmente, la ausencia del término “los” no tiene efecto alguno sobre el significado de esta cláusula, que habla de “territorios”, en plural. Un test decisivo es el siguiente: ¿es territorio lo que fue ocupado por Israel en la guerra de 1967? Si la respuesta es sí, entonces, según el derecho internacional y la resolución 242, se exige a Israel que se retire de ese territorio. Esos territorios incluyen los Altos del Golán sirios, Cisjordania y la Franja de Gaza.
La versión francesa de la resolución, tan auténtica como la inglesa, contiene el artículo determinado y una mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad dejó claro durante las deliberaciones que su comprensión de la resolución era que requería a Israel la retirada completa de todos los territorios ocupados.
Adicionalmente, es imposible reconciliar [la versión israelí] con el principio del derecho internacional citado en el preámbulo de la resolución sobre “la inadmisibilidad de la adquisición de territorios mediante la guerra”. Decir que la ONU pensaba que Israel podía retener algunos de los territorios que ocupó durante la guerra sería ir en contra del citado principio.
Podríamos seguir abordando otras falacias lógicas asociadas con este frívolo argumento, pero como es absurdo a primera vista, sería superfluo hacerlo.

Mito 7: La acción militar israelí contra sus vecinos solo persigue defender a Israel del terrorismo

Los hechos dicen otra cosa. Tomemos, por ejemplo, la devastadora guerra israelí contra el Líbano de 1982. Como ha documentado extensamente el analista político Noam Chomsky en su épico análisis “The Fateful Triangle”, esta ofensiva militar fue llevada a cabo sin apenas excusa alguna.
Aunque se pueden leer relatos contemporáneos que insisten en que esta guerra se libró en respuesta al bombardeo constante del norte de Israel por parte de la OLP, que entonces estaba refugiada en aquel país, lo cierto es que, a pesar de las continuas provocaciones israelíes, la OLP respetó el alto el fuego en vigor, con unas pocas excepciones. Además, en cada uno de estos casos, fue Israel quien violó el alto el fuego en primer lugar.
Entre las provocaciones israelíes acaecidas a comienzos de 1982, tenemos los ataques y hundimientos de botes de pesca libaneses y las centenares de violaciones de las aguas territoriales libanesas. Israel cometió, también, miles de violaciones del espacio aéreo libanés, pero nunca consiguió provocar una respuesta de la OLP que sirviera como casus belli para la planeada invasión del Líbano.
El 9 de mayo, Israel bombardeó Líbano, lo cual provocó, finalmente, la respuesta de la OLP, que lanzó cohetes y disparos de artillería contra Israel.
A continuación, un grupo terrorista dirigido por Abu Nidal intentó asesinar al embajador israelí en Londres, Shlomo Argov. Aunque la misma OLP había estado en guerra con Abu Nidal, que había sido condenado a muerte por un tribunal militar de Fatah en 1973, y a pesar del hecho de que Abu Nidal no tenía sus cuarteles generales en el Líbano, Israel utilizó este hecho como excusa para bombardear los campos de refugiados de Sabra y Chatila, matando a 200 palestinos. La OLP respondió atacando asentamientos del norte de Israel. Pero el estado judío no consiguió provocar el tipo de respuesta a gran escala que estaba esperando utilizar como casus belli para su planeada invasión.
Como ha sugerido un estudioso israelí, Yehoshua Porath, la decisión israelí de invadir el Líbano, lejos de ser una respuesta a los ataques de la OLP, “procedía del hecho de que el alto el fuego había sido respetado”. Porath escribió en el diario israelí Haaretz que “la esperanza del gobierno es que la debilitada OLP, carente de una base logística y territorial, regrese al terrorismo anterior. […] De esta forma, la OLP perdería parte de la legitimidad política que había ganado […] y se conjuraría el peligro de que se desarrollaran entre los palestinos aquellos elementos que podrían constituir un negociador legítimo de futuros arreglos políticos”.
Otro ejemplo, en esta ocasión tomado de la operación Plomo Fundido, que se desarrolló entre el 27 de diciembre de 2008 y el 18 de enero de 2009. Antes de que Israel atacara a la asediada e indefensa población de la Franja de Gaza, Tel Aviv había llegado a un acuerdo de alto el fuego con el gobierno de Gaza, Hamas. En contra de lo que se cree, fue Israel y no Hamas quien puso fin al alto el fuego.
Los medios de comunicación occidentales dijeron que la operación Plomo Fundido fue la respuesta al lanzamiento de “miles” de cohetes por parte de Hamas contra territorio israelí, violando de esta forma la tregua.
La verdad es que, desde el inicio del alto el fuego en junio hasta el 4 de noviembre, Hamas no disparó ningún cohete, a pesar de las numerosas provocaciones israelíes, sus operaciones represivas en Cisjordania y los ataques de soldados israelíes contra gazatíes en la frontera, que causaron varios heridos y al menos un muerto.
El 4 de noviembre de 2008, Israel violó de nuevo el alto el fuego lanzando ataques aéreos y una incursión terrestre en Gaza que causó varios muertos. Hamas respondió, finalmente, con el lanzamiento de cohetes, que dio paso a continuos ataques de un lado y otro. La tregua había terminado.
A pesar de la evidente mala fe de Israel, Hamas ofreció reanudar el alto el fuego, cuyo periodo de vigencia terminaba oficialmente en diciembre. Israel rechazó la oferta y lanzó un violento castigo colectivo contra la población de Gaza.
Tal como señaló el Centro de Información de Inteligencia y Terrorismo de Israel, la tregua “trajo un periodo de calma relativa para la población del Neguev occidental”, con 329 ataques con cohetes y morteros, “la mayoría de ellos durante el mes y medio posterior al 4 de noviembre”, cuando Israel ya había violado y terminado de hecho la tregua. Esto contrasta abiertamente con los 2.278 ataques con cohetes y morteros de los seis meses anteriores a la tregua. Hasta el 4 de noviembre, señaló el centro, “Hamas se cuidó de mantener el alto el fuego”.
Si Israel hubiera querido mitigar la amenaza de los ataques de los militantes palestinos, no debería haber terminado el alto el fuego, que había supuesto una drástica reducción de este tipo de ataques, incluyendo la eliminación de todos los protagonizados por Hamas. Pero bien al contrario, Israel recurrió a la violencia, lo cual, como era fácilmente previsible, provocó una mayor amenaza de ataques de represalia a gran escala por parte de los grupos palestinos.
Por otra parte, aunque Israel pudiera decir que los medios pacíficos se habían agotado y que era necesario recurrir a la fuerza militar para defender a su población civil, eso no fue claramente lo que ocurrió. Al contrario, Israel atacó deliberadamente a la población civil de Gaza con ataques sistemáticos e intencionadamente indiscriminados y desproporcionados contra áreas residenciales, hospitales, escuelas y otros lugares que tenían población civil protegida por el derecho internacional.
Como observó Richard Goldstone, un respetado jurista internacional que encabezó la investigación de la ONU sobre la operación Plomo Fundido, los medios con los que Israel llevó a cabo esta operación no fueron consistentes con sus objetivos declarados, sino que fueron más indicativos de un acto deliberado de castigo colectivo contra la población civil.

Mito 8: Dios entregó esta tierra a los judíos, por tanto son los árabes los ocupantes

Por más que se debatan los hechos sobre el terreno, nada conseguirá convencer a muchos judíos y cristianos de que Israel haya podido hacer algo mal, pues detrás de sus acciones ellos ven la mano de Dios y sus políticas son, en realidad, según ellos, la voluntad de Dios. Creen que Dios entregó la tierra de Palestina, incluyendo Cisjordania y la Franja de Gaza, al pueblo judío y, por consiguiente, Israel tiene “derecho” a arrebatársela por la fuerza a los palestinos, que, en su opinión, son los verdaderos ocupantes ilícitos del territorio.
Puede recurrirse simplemente a las páginas de sus propios libros sagrados para demostrar la falacia de esta y otras creencias similares. A los cristianos sionistas les encanta citar pasajes de la Biblia como el siguiente para apoyar sus creencias sionistas:
Y Yahvé dijo a Abram, después de que Lot se separó de él: “Levanta tus ojos y mira desde el lugar en que estás hacia el norte, el sur, el oriente y el poniente. Pues bien, la tierra que ves te la voy a dar a ti y a tu descendencia para siempre. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra, de tal manera que si se pudiera contar el polvo de la tierra, también se podría contar tu descendencia. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar a ti (Génesis, 13:14-17).
Entonces se le apareció Yahvé y le dijo: “No bajes a Egipto, quédate en la tierra que yo te diga. Serás forastero en esa tierra, pero yo estaré contigo y te bendeciré. Pues quiero darte a ti y a tus descendientes todas estas tierras, cumpliendo así el juramento que hice a tu padre Abraham (Génesis, 26:2-3).
Yahvé estaba en lo alto y le dijo: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y de Isaac. Te daré a ti y a tus descendientes la tierra en que descansas (Génesis, 28:13).
Sin embargo, los sionistas cristianos olvidan convenientemente otros pasajes que ofrecen más contexto para comprender este pacto, como son los siguientes:
Guardad, pues, todas mis tradiciones y mandamientos y ponedlos en práctica. Así no los vomitará esa tierra a donde os estoy llevando para que viváis en ella (Levítico, 20:22)
Pero si no me obedecéis ni ponéis en práctica todos estos mandamientos, sino que rechazáis y menospreciáis mis leyes y decretos, y no cumplís ninguno de mis mandamientos, rompiendo mi pacto […] Si a pesar de esto no me obedecéis y seguís oponiéndoos a mí, yo también me enfrentaré con vosotros, y con ira os castigaré otras siete veces más por vuestros pecados […] Destruiré la tierra, y aquellos enemigos vuestros que vengan a vivir en ella, se quedarán asombrados. A vosotros os esparciré entre las ciudades y naciones, y os perseguiré con la espada. Vuestro país se convertirá en un desierto y vuestras ciudades en espantosas ruinas (Levítico, 26:14-15, 27-28, 32-33).

Por lo tanto, Yahvé se enfureció con Israel y lo arrojó de su presencia, y no dejó más que a la tribu de Judá. […] Finalmente, Yahvé apartó de su presencia a Israel, como lo había anunciado por medio de todos los profetas, sus siervos, y así los de Israel fueron llevados cautivos a Asiria, donde siguen hasta el día de hoy (Reyes II, 17:18, 23).
Yo pensé que, aun después de todo lo que ella [Israel] había hecho, volvería a mí; pero no volvió. Su hermana, la infiel Judá, vio esto; y vio también que yo repudié a la rebelde Israel y que me divorcié de ella precisamente por el adulterio cometido. Pero Judá, la infiel hermana de Israel, no tuvo temor, sino que también ella se dio a la prostitución (Jeremías, 3:7-8).
Sí, en la Biblia, el Señor, el Dios de Abraham, Isaac e Israel, dijo a los hebreos que la tierra podría ser suya… si obedecían sus mandamientos. Sin embargo, tal y como la Biblia cuenta la historia, los hebreos no obedecieron y se rebelaron contra Yahvé una generación tras otra.
Lo que los sionistas judíos y cristianos omiten en sus argumentos bíblicos en favor de la ocupación continuada de Israel es que Yahvé también dijo a los hebreos, incluyendo la tribu de Judá (de la cual descienden los “judíos”), que les echaría de la tierra si rompían el pacto al rebelarse contra sus mandamientos, que es precisamente lo que ocurre en la Biblia.
Así, el argumento teológico en favor del sionismo no solo es una tontería desde el punto de vista laico, sino que es, además, una total invención desde la perspectiva bíblica, lo que representa una rebeldía continuada contra Yahvé y su Torá, así como contra las enseñanzas de Jesús el Mesías en el Nuevo Testamento.

Mito 9: Los palestinos rechazan la solución de dos estados porque quieren destruir Israel

En una enorme concesión a Israel, los palestinos han aceptado desde hace mucho tiempo una solución de dos estados. Los representantes elegidos por el pueblo palestino en la OLP de Yasir Arafat han reconocido, desde los años 70, al estado de Israel y han aceptado una solución de dos estados. A pesar de esto, los medios de comunicación occidentales siguieron diciendo en la década de los 90 que la OLP rechazaba esta solución y que, en su lugar, quería borrar a Israel del mapa.
Este esquema se ha repetido con Hamas desde que ganó las elecciones palestinas de 2006. Aunque la organización islamista ha aceptado desde hace años la realidad del estado de Israel y ha demostrado su voluntad de aceptar un estado palestino en Cisjordania y la Franja de Gaza, junto al estado de Israel, es prácticamente obligatorio para los principales medios de comunicación occidentales, incluso en la actualidad, decir que Hamas rechaza la solución de dos estados y que, en realidad, busca “destruir Israel”.
A principios de 2004, poco antes de que fuera asesinado por Israel, el fundador de Hamas, el jeque Ahmed Yasin, dijo que Hamas podía aceptar un estado palestino junto a Israel. Desde entonces, Hamas ha repetido una y otra vez su disposición a aceptar una solución de dos estados.
A comienzos de 2005, Hamas hizo público un documento en el que declaraba que su objetivo era lograr un estado palestino junto a Israel, basado en las fronteras de 1967.
El líder en el exilio del buró político de Hamas, Jalid Mishal, escribió en el Guardian de Londres, en enero de 2006, que Hamas estaba “dispuesto a alcanzar una paz justa”. Escribió que “nunca reconoceremos el derecho de ninguna potencia a robarnos nuestra tierra y a negarnos nuestros derechos nacionales. […] Pero si ustedes están dispuestos a aceptar el principio de una tregua de larga duración, nosotros estamos preparados para negociar los términos”.
Durante la campaña electoral de 2006, el dirigente de Hamas en Gaza Mahmud al-Zahar dijo que la organización islamista estaba dispuesta a “aceptar el establecimiento de nuestro estado independiente en el área ocupada en 1967″, un reconocimiento tácito del estado de Israel.
El primer ministro electo, dirigente de Hamas, Ismael Haniyeh dijo en febrero de 2006 que Hamas aceptaba “el establecimiento de un estado palestino” dentro de las “fronteras de 1967″.
En abril de 2008, el expresidente de EEUU Jimmy Carter se reunió con líderes de Hamas y después declaró que la organización islamista “aceptaría un estado palestino con las fronteras de 1967″ y, además, “aceptaría el derecho de Israel a vivir en paz con su vecino”. El “objetivo final” de Hamas era “ver a Israel con las fronteras asignadas de 1967 y, a su lado, un estado palestino”.
Ese mismo mes, el líder de Hamas Mishal dijo: “Hemos ofrecido una tregua si Israel se retira a las fronteras de 1967, una tregua de diez años como prueba de reconocimiento”. Y en 2009 dijo que Hamas “ha aceptado un estado palestino en las fronteras de 1967″.
El cambio de Hamas, desde el rechazo total de la existencia del estado de Israel hasta la aceptación del consenso internacional de una solución de dos estados es, en gran parte, un reflejo de la voluntad del pueblo palestino. Una encuesta de opinión pública realizada en abril del año pasado, por ejemplo, encontró que tres de cada cuatro palestinos estaban dispuestos a aceptar una solución de dos estados.

Mito 10: Estados Unidos es un mediador honesto y ha buscado la paz en Oriente Medio

Dejando a un lado la retórica, EEUU ha apoyado siempre las políticas de Israel, incluyendo su ocupación ilegal y otras violaciones del derecho humanitario internacional. Apoya las políticas criminales de Israel financiera, militar y diplomáticamente.
El gobierno de Obama, por ejemplo, ha declarado públicamente que se opone a la política de asentamientos de Israel y que ha “presionado” ostensiblemente a Israel para que congele sus actividades colonizadoras. Sin embargo, acto seguido, Washington ha anunciado que no cortará las ayudas financiera y militar a Israel, aunque desafíe las leyes internacionales y siga construyendo asentamientos. Ese mensajes ha sido perfectamente comprendido por el gobierno de Netanyahu, que continúa con sus políticas de colonización.
Para citar otro ejemplo sencillo, tanto la Cámara de Representantes como el Senado de EEUU aprobaron resoluciones que declaraban abiertamente su apoyo a la operación Plomo Fundido de Israel, a pesar del flujo continuo de informaciones que acreditaban la comisión de crímenes de guerra por parte de Israel.
El día que el Senado de EEUU aprobó su resolución “reafirmando el firme apoyo de EEUU a Israel en su batalla con Hamas” (8 de enero de 2009), el Comité Internacional de la Cruz Roja hizo pública una declaración en la que exigía a Israel que permitiera socorrer a las víctimas del conflicto, ya que el ejército israelí había bloqueado los accesos a los palestinos heridos, algo que constituye un crimen de guerra según el derecho internacional.
Ese mismo día, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon hizo unas declaraciones en las que condenaba a Israel por disparar contra un convoy de la ONU que transportaba ayuda humanitaria a Gaza y por el asesinato de dos miembros del personal de la ONU, dos hechos que también constituyen sendos crímenes de guerra.
El día que la Cámara de Representantes aprobó su propia versión de la resolución, la ONU anunció que había tenido que interrumpir sus trabajos humanitarios en Gaza debido a los numerosos ataques israelíes que habían sufrido sus trabajadores, convoyes e instalaciones, incluyendo clínicas y escuelas.
El apoyo financiero de EEUU a Israel supera los 3.000 millones de dólares al año. Cuando Israel lanzó su ofensiva militar para castigar a la indefensa población civil de Gaza, sus pilotos tripulaban aviones de combate F-16 y helicópteros Apache artillados vendidos por EEUU, desde los que arrojaban bombas también fabricadas en EEUU, así como municiones equipadas con fósforo blanco, algo prohibido por las leyes internacionales.
El apoyo diplomático de EEUU a los crímenes de Israel se ha expresado en el uso de su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Cuando Israel libraba su devastadora guerra contra la población y la infraestructura civiles del Líbano en el verano de 2006, EEUU vetó una resolución de alto el fuego.
Cuando Israel lanzó su operación Plomo Fundido, EEUU retrasó la aprobación de una resolución que pedía el fin de la violencia y luego, una vez que permitió su votación, se abstuvo.
Cuando el Consejo de Derechos Humanos de la ONU adoptó oficialmente las conclusiones y recomendaciones de su investigación, dirigida por Richard Goldstone, sobre los crímenes de guerra cometidos durante la operación Plomo Fundido, EEUU respondió anunciando su intención de bloquear toda iniciativa que tuviera como objetivo la aprobación de dichas conclusiones y recomendaciones por parte del Consejo de Seguridad. El Congreso de EEUU aprobó una resolución que rechazó el informe Goldstone porque este denunció la comisión de crímenes de guerra por parte de Israel.
Mediante su apoyo, incondicional en la práctica, a Israel, EEUU ha impedido la adopción de medidas para implementar una solución de dos estados para el conflicto palestino-israelí. El así llamado “proceso de paz” ha consistido, durante muchas décadas, en el rechazo estadounidense e israelí de la autodeterminación del pueblo palestino y en el bloqueo de cualquier estado palestino viable.

Nota del Traductor:

No debería ser necesario señalar que la traducción y publicación de este y demás artículos no supone que el traductor esté de acuerdo con todas y cada una de las opiniones expresadas en este y demás artículos. En este caso, por ejemplo, no estoy de acuerdo con la valoración que el autor hace de la aceptación, por parte de Hamas, de una solución de dos estados ‘basada en las fronteras de 1967′. No me parece una evolución positiva de la organización islamista, sino más bien lo contrario. Y tampoco creo que exprese una evolución en la opinión pública palestina. De hecho, hay encuestas que muestran una evolución diferente, más favorable a una solución de un único estado democrático con iguales derechos de todos los ciudadanos. Tampoco se plantea otra posible solución de dos estados ‘basada en las fronteras del plan de partición de la ONU’. JV

Acerca del autor:

Jeremy R. Hammond es un analista político independiente que ha sido galardonado con el premio Proyecto Censurado al mejor periodismo de investigación. Es uno de los fundadores de Foreign Policy Journal y autor de Ron Paul vs. Paul Krugman: Austrian vs. Keynesian economics in the financial crisis y The Rejection of Palestinian Self-Determination: The Struggle for Palestine and the Roots of the Israeli-Arab Conflict. En la actualidad está preparando otro libro sobre el papel de EEUU en la actualidad en el conflicto palestino-israelí.

Traducción: Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y traducciones sobre Palestine, Israel y Medio Oriente. Le puedes seguir en Twitter como @bouleusis 


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