Por Joaquín Zajac. Un repaso por algunos de los mitos sobre el conflicto palestino-israelí que, por más que se repitan, no dejan de ser eso: mitos y tergiversaciones de la realidad.
“Israel tiene derecho a defenderse de los ataques con cohetes de Hamas”
El primer problema de esta afirmación, es suponer una comparabilidad de ambos “bandos”. Para que entendamos mejor: Israel es un Estado nación consolidado, joven es cierto, pero sumamente poderoso. Esto se explica principalmente por la ayuda que cada año Israel recibe, a título de donación, sin ningún compromiso de devolución por parte de Estados Unidos. Al año 2013, y desde 1949, Israel acumulaba 118 mil millones de dólares, de los cuales 70 mil millones fueron en concepto de gastos militares.
Esta inmensa masa monetaria, sumada a las donaciones que recibe de parte de las comunidades judías de todo el mundo, le permite contar con uno de los ejércitos más poderosos, no solamente en la región, sino en todo el mundo, con tecnología de punta tanto en ataque como en defensa. Así bunkers, sistemas de alarma, baterías anti misiles y demás dispositivos de prevención, vuelven la capacidad de daño de los cohetes de Hamás casi una burla.
¿Qué tenemos del otro lado? Hamás es, ante todo, una organización política. Que quede claro: Si bien el mundo entero ha reconocido el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, este aún no constituye un Estado. No podría serlo, con Israel ocupando militarmente su territorio, bloqueando sus caminos y perjudicando su economía mediante la construcción de colonias y la destrucción de tierras cultivables, fábricas, comercios, edificios públicos, etc. Si bien tiene una “Autoridad Nacional”, una débil estructura institucional acordada en 1994, Palestina no cuenta con las condiciones mínimas necesarias para establecer un Estado como tal.
Entonces, tenemos de un lado un Estado con una economía sólida y un poderoso ejército financiado por la potencia militar número uno del mundo. Del otro, un movimiento político debilitado, que no tiene soldados sino militantes civiles, que basa su escaso poder de fuego en el apoyo de la población y en el control que tiene de su escaso territorio.
Es un enfrentamiento absolutamente desigual e incomparable. Por lo tanto, el argumento de la defensa se cae. No se trata de una “defensa” que devuelve una fuerza igual a la recibida. Se trata de una represión brutal, que amplifica el daño en una proporción de 1 a 100 y que destruye no solo una cantidad impresionante de vidas humanas sino que produce daños materiales que dejan en un estado aún más precario a la débil economía palestina.
Por último, y lo más importante, el argumento de la defensa esconde una realidad inobjetable: el que está ocupando militarmente y construyendo colonias en parte del territorio palestino es el Estado de Israel. El cuento del huevo y la gallina en este caso tiene una solución bastante obvia. Mientras dure la ocupación y siga la expansión de las colonias, el primer agresor no es Palestina sino Israel.
“Hamas se esconde entre los civiles, los usa de escudo humano”
Falso. Hamas no se esconde entre civiles. Hamas es un partido político, sus militantes son civiles y también lo son las construcciones que alojan arsenales, bunkers y lanzaderas de cohetes.
Pero supongamos que en algún caso familiares, amigos o simplemente habitantes de Gaza no vinculados al movimiento son presionados por la organización para poner sus casas y comercios a disposición para el uso “militar” de estos. Si Israel conoce estas realidades e igual decide atacar, con la desmesurada cantidad de víctimas mortales que esto supone, se trata de un cinismo igual o peor que el antes citado, que tiene una explicación, como veremos en el punto siguiente.
“Lo que Hamas hace es terrorismo, Israel ataca objetivos militares”
Habría que repensar la definición de “terrorismo”. El terrorismo es ante todo una estrategia política consistente en inducir terror en una población civil. Sin dudas, Hamas, muy inferior en poderío militar, utiliza el terrorismo como estrategia principal para alcanzar sus fines políticos: los famosos “atentados suicidas” (más frecuentes en otras épocas) y las cientos de bombas, muchas de ellas de fabricación casera, que son disparadas hacia territorio israelí con el objetivo de atemorizar a la población y producir desgaste político.
Moralmente, uno puede considerar condenable este accionar. Israel busca diferenciarse de Hamás cuando asegura que su respuesta es únicamente “militar”, que sus operaciones son “quirúrgicas”, que sólo ataca blancos conocidos de Hamás (arsenales, lanzaderas de misiles, sitios bunkers, locales partidarios, etc.). Sin embargo, como hemos visto, Hamás no es un ejército: es una organización civil. Sus integrantes son civiles y, consecuentemente, los “objetivos” para el ejército israelí son edificios civiles. Si, tal y como hemos dicho hasta el momento, Israel conoce esta realidad, sabe de la poca efectividad de sus “avisos” e igualmente decide atacar, valdría la pena preguntar: ¿Cuál es el objetivo real de estos operativos?
Y la hipótesis que sostengo es que el objetivo verdadero es precisamente el mismo que el de Hamás: aterrorizar a la población civil de Gaza y diezmarla moralmente para conseguir que esta deje de apoyar a Hamás. La única verdad es la realidad: los cientos de muertos en apenas un par de días no pueden tener otro objetivo que ese, más allá de los eufemismos con los que se lo quiere disfrazar.
“Hamas es fundamentalista religiosa. Israel es la única democracia de la región”
Como organización política, la ideología de Hamás es fundamentalista islámica. ¿Qué significa esto? Que su programa político está basado en los textos religiosos del Islam. Su objetivo es instaurar un Estado palestino donde la ley se base en los preceptos del Islam. ¿Es esto de por sí cuestionable? Hay aspectos puntuales de la aplicación extremista de los preceptos religiosos (como el maltrato que reciben las mujeres o algunos castigos que contradicen los derechos humanos) que pueden y deben ser criticados. Pero el cambio y la emergencia de tendencias moderadas dentro de esta corriente política solo podrán nacer de un debate genuino al interior del pueblo palestino, sin la ocupación condicionando este debate.
Además, si bien los pueblos occidentales atravesamos nuestro propio proceso de “laicización” de la cultura, éste no es absoluto en todas partes. En Israel mismo, que se jacta de ser un Estado “laico”, la ley de retorno del Estado de Israel sólo admite como nuevos ciudadanos a aquellos que tengan al menos un abuelo o abuela judíos ¿Y cómo se prueba esta “judeidad”? Con un documento de índole religiosa. A su vez, los conversos a otras religiones pierden su derecho, así como lo ganan los que se conviertan al judaísmo, pero únicamente por la fe ortodoxa.
Ya hablamos en otra nota además de los colonos judíos en Cisjordania, que en nombre de la Torá afirman que toda la “Gran Israel” de la Biblia pertenece por derecho divino al pueblo judío y, en su nombre, ocupan territorios en los que la comunidad internacional reconoció al pueblo palestino el derecho a un Estado propio. Construyen allí viviendas y ciudades ilegales que el ejército luego protege en muchos casos aumentando año a año el despojo de tierras de los palestinos.
“Criticar a Israel siendo no judío es antisemita, mientras que criticar a Israel siendo judío es ser un judío que se odia a sí mismo”
Todas acepciones falsas de toda falsedad que deben ser dejadas de lado. El vínculo que los judíos mantenemos con Israel es relativo. Hay tantos tipos de judaísmo como judíos en el mundo. Para algunos el judaísmo es una religión. Otros, los sionistas, consideran que el judaísmo es una nación y que el Estado de Israel es nuestra “madre patria” a la que le debemos lealtad y cariño. Muchos somos los que nos reconocemos como judíos y consideramos valida la idea del judaísmo como una identidad nacional y no solo religiosa pero no nos sentimos atados de ninguna manera al proyecto político de un Estado exclusivamente judío, ni en la tierra donde actualmente se ubica Israel ni en ninguna otra parte.
Israel es, no obstante, una realidad política e histórica y no va a desaparecer en el corto plazo, como tampoco lo harán, ni ahora ni nunca, las millones de personas que allí intentan llevar sus vidas. Pero es necesario que entendamos que criticar las políticas de un gobierno o incluso ciertas prácticas que han sido características del Estado a lo largo de su historia no es dejar de reconocer el derecho de su gente a vivir en paz, ni aún plantear la desaparición inmediata del Estado. De hecho, mucha gente en Israel mismo, en movimientos como “Peace Now” o en partidos políticos como “Meretz”, entre otros, lucha por el fin de la ocupación y por el cese de la construcción de colonias.
Flaco favor les estaríamos haciendo al apoyar las decisiones temerarias y erróneas que toma la actual coalición de derecha en el gobierno a los y las que todos los días dan la lucha allí en Israel por transformar la realidad que les toca vivir, tal y como sucedió a mediados de los 90, antes que la muerte de Isaac Rabin enterrara hasta quien sabe cuándo el sueño de alcanzar una paz duradera en la región.
@joaquinitoZ
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