martes, 24 de septiembre de 2013

Siria, parte 1: dos momentos

El presidente sirio Bashar Al-Assad sucedió a su padre Hafez, que gobernó Siria desde 1970 hasta su muerte en 2000.
Los Assad llevan más de 40 años en la presidencia de Siria. Hafez gobernó el país por 30 años, desde 1970 hasta su muerte en 2000. Bashar, su hijo y presidente desde entonces, fue refrendado nuevamente en 2007 y ya anunció aspira a un nuevo mandato en 2014.
En esta primera entrega de una serie de artículos sobre Siria probablemente la obligación fundamental consista en aclarar un poco el panorama sobre las etapas que ha atravesado el conflicto. Etapas, sí, porque la crisis siria no comenzó, en agosto pasado, con la amenaza de Obama, ni mucho menos.
Confieso que, en un comienzo, las manifestaciones contra el gobierno de Assad en Siria en marzo de 2011 me parecieron un signo de salud ciudadana. Siria tiene, a mi entender, un importante déficit en materia de derechos civiles (reelecciones ilimitadas, régimen de partido hegemónico, hiperpresidencialismo…). Tampoco acuerdo con la actuación que tuvo en el Líbano entre 1976-2005, lapso en el cual mantuvo en el país 30 mil soldados, y ejerció una intervención preponderante, de cuanto menos dudoso beneficio, tanto en la política libanesa como en la vida cotidiana de los habitantes de ese país. A pesar de eso, consideré siempre a las naciones siria y libanesa como hermanas. Hay entre ambos pueblos lazos culturales, familiares y afectivos innegables, más allá de los vaivenes políticos.
La primera radicalización del proceso político tuvo lugar en junio de 2011, frente a las protestas que mencionábamos antes. Esa radicalización se manifestó de dos modos: por un lado, el gobierno del presidente Assad comenzó a reprimir duramente a la oposición, usando no solo la fuerza policial sino también la militar; por el otro, se creaba el Ejército Libre, encarnado en un conjunto de desertores, en un principio dispersos, que rechazaban al gobierno de Assad. Este grupo paramilitar comenzó a encarar acciones coordinadas con agrupaciones políticas de exiliados. Ello desembocó en la formación de la Coalición Nacional en noviembre de 2012, a mitad de camino entre Doha y Estambul. Este grupo conformó una especie de gobierno provisional en el exilio, que cuenta con el respaldo de los países del Golfo Pérsico, liderados por Arabia Saudita, y también por varios países de Europa, entre ellos Turquía y Francia; tiene además alguna forma de reconocimiento difusa por parte de la Liga Árabe, que lo considera “interlocutor válido”. Se nutre de antiguos miembros del partido Baath, de exiliados políticos que llevan varias décadas en el extranjero, y de representantes de las minorías kurdas del noreste.
Marcha de rebeldes sirios en Alepo, en 2013. Alzan la antigua bandera siria que hoy los identifica (AFP)
Marcha de “rebeldes” sirios en Alepo, en 2013. Alzan la antigua bandera siria, usada entre 1932-58, que hoy los identifica (AFP)
La segunda radicalización se da en diciembre de 2012, con la aparición de organizaciones jihadistas que promueven el establecimiento de un Estado Islámico en la región a través de una interpretación sesgada del concepto de “guerra santa”, siendo la más importante de ellas “Jebhat Al-Nusra” (Frente de la Victoria) fuertemente vinculado a Al-Qa’eda y en aparente diálogo con otro grupo de panislamistas, los del “Dawlat Al-Islamiya fi Iraq wu Al-Sham” (Estado Islámico de Irak y el Levante), muy activo en la Mesopotamia desde la invasión estadounidense de 2003.
En medio de ambas radicalizaciones, el gobierno de Damasco, además de continuar con la actividad represiva frente a los insurgentes, respondió en febrero de 2012 con una reforma constitucional que, si bien entre otras medidas importantes limitaba las reelecciones del Jefe de Estado y anulaba formalmente el régimen de partido único, no tuvo el eco esperado entre los miembros de la Coalición Nacional. Finalmente, la oposición declaró que ninguna reforma podría sastisfacerla si no estuviese acompañada de la renuncia de Assad, a lo que Bashar respondió confirmando su candidatura presidencial para las elecciones de 2014. Todo era letra muerta.
Una manifestación a favor del presidente Assad en la ciudad de Damasco, en 2011.
Estas dos radicalizaciones nos permiten visualizar como la situación en Siria llevaba ya más de dos años de trayecto cuando llegó la advertencia de Obama al gobierno de Assad en agosto de 2013. Al mismo tiempo, podemos ver como lo que los medios llaman “rebeldes” no son en absoluto un todo homogéneo de opositores. De concretarse una intervención estadounidense, se emperoraría un escenario ya de por sí dantesco, en el que la ONU calcula en 100 mil las víctimas fatales, en 2 millones los desplazados registrados en calidad de refugiados en Líbano, Jordania y Turquía y en invaluables las pérdidas de patrimonio cultural e histórico, patrimonio no solo de Siria sino de la civilización toda.
En la próxima entrada, nos focalizaremos en la internacionalización del conflicto: el involucramiento de Hezbolá, la amenaza de Obama y las consecuencias que tuvo a nivel mundial la estrategia del presidente estadounidense

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