jueves, 18 de julio de 2013

Cómo ser una superpotencia canalla

Un manual para el Siglo XXI

Tom Dispatch


Incluso resulta difícil encontrar la manera de digerirlo. Quiero decir, ¿qué está pasando en realidad? Un empleado de un contratista privado que trabaja para la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) se va con una cantidad desconocida de archivos sobre el Estado de seguridad global en desarrollo de EE.UU. en una memoria USB y cuatro ordenadores laptop, y se sube al primer avión hacia Hong Kong. Su objetivo: denunciar una vasta estructura de vigilancia creada de modo clandestino en los años después del 11-S que apunta significativamente a los estadounidenses. Filtra parte de los documentos a un columnista del The Guardian británico y al Washington Post. La reacción no tiene precedentes: una “cacería humana internacional” (o de modo más cortés pero menos exacto, “se aplicó el máximo de presión diplomática”) realizada no por Interpol o las Naciones Unidas sino por la única superpotencia del planeta, precisamente el gobierno cuyas prácticas el denunciante quería sacar a la luz.
Y eso es solo el comienzo. Agreguemos otro factor. El informante, un joven con mucha capacidad técnica, logra que el mundo sepa que ha elegido entre los archivos de la NSA que posee. Entrega solo aquellos que piensa que el público estadounidense necesita para iniciar un debate a fondo sobre el secreto mundo de la vigilancia sin precedentes que han creado con los dólares de los contribuyentes. En otras palabras, no se trata de una “descarga de documentos”. Quiere causar cambio sin hacer daño.
Pero ése es el problema: no podía dejar de ser consciente de los casos de anteriores informantes, de la reacción punitiva de su gobierno hacia ellos y de que la suerte de éstos puede ser la suya. Como resultado, ha codificado todo el conjunto de archivos en su poder y los ha dejado en uno o más sitios seguros para que personas desconocidas –es decir, nosotros no sabemos quiénes son– tengan acceso, si llegara a ser capturado por EE.UU.
En otras palabras, cuando aparecieron los primeros documentos filtrados por Edward Snowden, era obvio que tenía el control de cuánto podría conocerse del mundo secreto de la NSA. Sería difícil, por lo tanto, no era dificil llegar a la conclusión de que encarcelarlo, procesarlo y tirar lejos la llave probablemente aumentará, no disminuirá, el flujo de esos documentos. Al saber que el gobierno de Obama y los representantes de nuestro mundo secreto lo persiguieron en todo caso, una persecución a escala global y de una manera que puede que no tenga precedentes. No los detuvo ninguna preocupación por las futuras complicaciones ni, parece, dudaron debido a posibles resentimientos generados por su torpe presión sobre numerosos gobiernos extranjeros.
El resultado ha sido un espectáculo global, así como un debate a escala mundial sobre las prácticas de espionaje de EE.UU. (y sus aliados). En estas semanas, Washington ha demostrado que es resulto, vengativo e implacable. Ha intimidado, amenazado y presionado a potencias grandes y pequeñas. Esencialmente ha jurado jurado que el filtrador, el exempleado de Booz Allen, Edward Snowden, nunca estará a salvo en este planeta durante su vida. Y, no obstante, para mencionar lo obvio, la mayor potencia de la Tierra no ha podido, hasta ahora, atrapar a su hombre y está perdiendo globalmente la batalla de la opinión pública.
Un mundo sin asilo
En todo esto se ha destacado un hecho curioso en nuestro mundo del siglo XXI. En los años de la Guerra Fría, siempre existió potencialmente la posibilidad de asilo. Si alguien se oponía a una de las dos superpotencias o a sus aliados, generalmente la otra estaba dispuesta a abrirle los brazos, como lo hizo fenomenalmente EE.UU. con gran cantidad de personas a quienes se denominaba entonces “disidentes soviéticos”. Los soviéticos hicieron lo mismo con estadounidenses, británicos y otros, a menudo comunistas secretos, otras veces verdaderos espías que se oponían al poder capitalista dominante y a su orden global.
En la actualidad, si alguien es un “disidente” del siglo XXI y necesita asilo/protección contra la única superpotencia que queda, no existe esencialmente ninguna posibilidad. Incluso después de que tres países latinoamericanos, indignados ante las acciones de Washington, extendieron ofertas de protección a Snowden, hay que considerarlas como una nueva categoría de asilo limitado. Después de todo, la mayor potencia en el planeta ha demostrado, desde el 11-S, que está perfectamente dispuesta a hacer cualquier cosa por su definición de “seguridad” o la protección de su sistema de seguridad. La tortura, el abuso, el establecimiento de prisiones secretas o “sitios ocultos”, el secuestro de presuntos terroristas (incluyendo a gente perfectamente inocente) en las calles de ciudades globales y en las partes pobres del planeta, así como su “entrega” a las cámaras de tortura de regímenes aliados cómplices, y la vigilancia secreta de cualquiera en cualquier sitio solo iniciaría una lista mucho más larga.
Nada sobre la “cacería internarcional” de Snowden indica que el gobierno de Obama no estuviera dispuesto a enviar a la CIA o a tipos de operaciones especiales a “entregarlo” estuviera en Venezuela, Bolivia o Nicaragua, no importa cuál fuera el coste para las relaciones hemisféricas. El propio Snowden mencionó esta posibilidad en su primera entrevista con el columnista Glenn Greenwald de The Guardian. “Yo podría”, dijo directamente, “ser ‘entregado’ por la CIA”. Esto supone que pueda llegar a un país de exilio desde algún sitio en el fondo del terminal internacional del aeropuerto Sheremetyevo de Moscú sin ser interceptado por Washington.
Es verdad que siguen existiendo algunos modestos límites incluso para las acciones de una superpotencia canalla. Cuesta imaginar que Washington lance a sus secuestradores a Rusia o a China para capturar a Snowden, lo que es probablemente el motivo por el cual aplica tanta presión sobre ambos países para que lo entreguen o le presionen para que se vaya. Sin embargo en el caso de países más pequeños y débiles, aliados, enemigos o amigos-enemigos, no hay que dudar de la posibilidad ni por un segundo.
Si Edward Snowden está comprobando una cosa, es la siguiente: en 2013, el planeta Tierra no es lo bastante grande para proteger la versión estadounidense de “disidentes”. En vez de eso más bien parece una gigantesca prisión con un solo implacable policía, juez, jurado y carcelero.
Teoría de la disuasión por segunda vez
En los años de la Guerra Fría, las dos superpotencias con armas nucleares practicaron lo que se llamaba “teoría de la disuasión”, o más adecuadamente el acrónimo en inglés MAD, “destrucción mutuamente asegurada”. Hay que verlo como la cara inferior particularmente sombría de lo que podría haber sido pero no se llamó MAA (asilo mutuamente asegurado). El conocimiento de que ningún primer ataque por una superpotencia podría impedir que la otra devolviera el ataque con fuerza abrumadora destruyendo ambas (y posiblemente el planeta) parecía, aunque fuera apenas, limitar su enemistad y su armamento. Los obligaba a librar sus guerras, a menudo por encargo, en las fronteras globales del imperio.
Ahora, cuando solo queda uan superpotencia, se ha puesto de moda otro tipo de teoría de la disuasión. Crucial para nuestra era es la actual creación del primer Estado global de vigilancia. En los años de Obama, la única superpotencia invierte un esfuerzo especial en la disuasión de cualquier miembro de su laberíntica burocracia que muestre el deseo de permitir que sepamos lo que “nuestro” gobierno hace en nuestro nombre.
Los esfuerzos del gobierno de Obama para impedir que haya informantes se están volviendo legendarios. Ha lanzado un programa sin precedentes para entrenar especialmente a millones de empleados y contratistas para preparar perfiles de otros empleados en busca de “indicadores de conducta de amenaza interior”. Se les anima a informar sobre cualquier “persona de alto riesgo” de la que sospechen que puede estar planificando una denuncia pública. Los funcionarios del gobierno también han invertido mucha energía punitiva en el establecimiento de ejemplos en el caso de informantes que han tratado de revelar alguna parte del funcionamiento interno del complejo nacional de seguridad.
De esta manera, el gobierno de Obama ha llevado a cabo más del doble de enjuiciamientos de informantes que todas las administraciones anteriores juntas bajo la draconiana Ley de Espionaje de la era de la Primera Guerra Mundial. También ha perseguido al soldado Bradley Manning por entregar archivos secretos militares y del Departamento de Estado a WikiLeaks, intentando no solo encerrarlo de por vida por “ayudar al enemigo”, sino sometiéndolo además a un trato particularmente vengativo y abusivo en la prisión militar. Además, ha amenazado a los periodistas que han publicado material filtrado o han escrito al respecto y ha realizado inspecciones en los registros telefónicos y de correos electrónicos de grandes organizaciones mediáticas.
Todo esto significa una nueva versión del modo de ver la disuasión mediante la cual un potencial informante debe saber que se enfrentará a una vida de sufrimiento por filtrar alguna cosa; en la cual, incluso en los niveles más altos del gobierno, que consideran hablar con periodistas sobre temas clasificados deben saber que pueden controlarse sus llamados y criminalizarse sus murmullos; y en la cual los medios deben saber que la información sobre temas semejantes no es una actividad saludable.
Este tipo de disuasión ya parecía cada vez más extremo en su naturaleza; la reacción ante las revelaciones de Snowden lo llevó a un nuevo nivel. Aunque el gobierno de EE.UU. persiguió al fundados de WikiLeaks, Julian Assange, en el exterior (mientras, según las informaciones, se preparaba para inculparlo en el interior), todos los demás casos de informantes se podían considerar problemas de seguridad nacional. La cacería de Snowden es algo nuevo. Con ella, Washington expande punitivamente al mundo la teoría de disuasión del siglo XXI.
El mensaje es: no importa dónde estés, no estarás a salvo si violas los secretos de EE.UU. El caso de Snowden seguramente será un tema de análisis sobre hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo Estado global de seguridad. Y la respuesta ya la tenemos: ciertamente muy lejos. Solo no sabemos exactamente hasta dónde.
Cómo hacer que aterrice un avión para (no) atrapar a un informante
De ese modo, ningún incidente ha sido más revelador que las restricciones que hicieron aterrizar el avión del presidente boliviano Evo Morales, el presidente democráticamente elegido de una nación soberana latinoamericana que no es enemiga oficial de EE.UU. Las indignadas autoridades bolivianas lo calificaron de “secuestro” o “atraco imperialista”. Fue, por lo menos, un acto para el que cuesta imaginar un precedente.
Los funcionarios de Washington evidentemente creían que el avión que transportaba al presidente boliviano de vuelta de Moscú también llevaba a Snowden. Como resultado, EE.UU. parece que hizo bastante presión sobre cuatro países europeos (Francia, España, Portugal e Italia) para obligar a dicho avión a que repostase en un quinto país (Austria). Allí -de nuevo, la presión de EE.UU. parece que fue el factor crucial– el avión fue registrado en circunstancias discutibles y no encontraron a Snowden.
Hay mucho de lo que sucedió que no se sabe, en parte porque no ha habido informaciones serias por parte de Washington al respecto. Los medios estadounidenses han ignorado en gran medida el papel de EE.UU. en el caso del avión, un incidente que en ese país se describe como si no hubiera ocurrido lo que es obvio. Podría, por lo menos en parte, ser el resultado de la implacable persecución del gobierno de Obama contra informantes y filtradores incluyendo hasta los registros telefónicos de los periodistas. El gobierno ha llegado hasta tal punto en su voluntad de perseguir a los informantes a través de los periodistas que, como señaló recientemente Gary Pruitt, presidente de Associated Press, se están agotando las fuentes sobre la seguridad nacional. Algunas personalidades claves de Washington temen hablar incluso extraoficialmente (ahora ese “extra” parece desaparecer potencialmente). Y las nuevas directrices más “estrechas” del Departamento de Justicia para tener acceso a los registros de los periodistas están claramente repletas de agujeros e indudablemente son poco más que decoración.
A pesar de todo, es razonable imaginar que cuando el avión de Morales despegó de Moscú hubo altos funcionarios estadounidenses reunidos en una sala de reuniones (como la del affaire bin Laden), que el presidente estuvo involucrado y que la gente de inteligencia dijo algo parecido a: estamos seguros en un 85% de que Snowden se encuentra en ese avión. Obviamente se tomó la decisión de hacer que aterrizara y se presionó lo bastante a las personas adecuadas de esos cinco países para obligarlas a someterse a la voluntad de Washington.
Ciertamente es posible imaginarlo, ¿pero saberlo? Por el momento, es imposible, y a diferencia de la incursión en la que mataron a bin Laden, no se ha publicado una foto de una sala de reuniones triunfal ya que, por supuesto, no se logró ningún triunfo. Surgen muchas preguntas. ¿Por qué, por mencionar solo una, no permitió Washington que el avión de Morales aterrizara y repostara en Portugal, como estaba programado originalmente, y simplemente forzó a los portugueses a que lo registraran? Como muchas otras cosas, no lo sabemos.
Solo sabemos que para obligar a cinco países a someterse de esa manera la presión de Washington (o de sus representantes locales) tuvo que ser intensa. Dicho de otra manera: los funcionarios claves de esos países debieron de darse cuenta rápidamente de que constituían un obstáculo para la urgente y poderosa misión de la superpotencia del planeta de atrapar a un fugitivo. Era una necesidad tan urgente que superaba cualquier otra consideración práctica, y así abrió el camino para que Venezuela, Bolivia y Nicaragua ofrecieran dar asilo a Snowden con el apoyo de gran parte del resto de Latinoamérica.
Imaginad por un momento que se hubiera obligado a aterrizar al avión de un presidente estadounidense de una manera semejante. Imaginad que un consorcio de naciones presionadas por China o Rusia, por ejemplo, lo hicieran y que con el presidente a bordo posteriormente lo registraran en busca de un “disidente” chino o ruso. Imaginad la reacción en EE.UU. Imaginad el escándalo. Imaginad las acusaciones de “ilegalidad”, de “secuestro de avión”, de “terrorismo internacional”. Imaginad la cobertura continua en los medios. Imaginad la información procedente de Washington de lo que sin duda se habría calificado de “acto de guerra”.
Por cierto, un escenario semejante es inconcebible en este planeta unidimensional. Por lo tanto, solo pensad en el silencio de EE.UU. sobre el incidente de Morales, la falta de cobertura, la falta de información, la ausencia de indignación, la falta de choque, la falta de… bueno, prácticamente de todo.
En vez< de eso, la versión del siglo XXI de la teoría de la disuasión dominó totalmente, aunque Snowden es la prueba de que la disuasión mediante la cacería humana, enjuiciamiento, encarcelamiento y cosas semejantes ha demostrado su ineficacia cuando se trata de filtraciones. Vale la pena señalar que lo que podrían ser las dos mayores filtraciones de documentos oficiales de la historia –la de Bradley Manning y la de Snowden– ocurrieron en un país que está cada vez más bajo la dominación de la teoría de la disuasión.
Y sin embargo no hay que pensar que nadie ha sido afectado, que nadie ha sido intimidado. Considerad, por ejemplo, un ejemplo superior de reciente información de Eric Lichtblau del New York Times. Su artículo de portada “En secreto, la corte amplía considerablemente los poderes de la NSA”, en otro momento podría haber esparcido ondas de choque por Washington y tal vez por todo el país. Después de todo reveló que en “más de una docena de dictámenes clasificados” una corte secreta FISA, que supervisa el Estado de vigilancia estadounidense “ha creado un cuerpo legal secreto” otorgando a la NSA amplios nuevos poderes.
Este es el párrafo que debería haber hecho saltar las alarmas de los estadounidenses: “El Tribunal de Vigilancia de la Inteligencia Exterior de 11 miembros, conocido como la corte FISA, solía concentrarse sobre todo en la aprobación de órdenes de interceptación caso por caso. Pero desde que hace seis años se instituyeron importantes cambios en la legislación y mayor supervisión judicial de operaciones de inteligencia, sigilosamente casi se ha convertido en una Corte Suprema paralela, sirviendo como árbitro máximo en temas de vigilancia y ha emitido opiniones que es muy probable que conformarán las prácticas de inteligencia durante muchos años, dijeron unos funcionarios”.
En la mayoría de los casos en la historia estadounidense, la revelación de que un tribunal secreto semejante, que nunca rechaza las solicitudes del gobierno, hace leyes “casi” al nivel de la Corte Suprema, seguramente habría causado una protesta en el Congreso y otros sitios. Sin embargo no hubo ninguna, señal de cuán poderoso e intimidante se ha vuelto el mundo secreto o de hasta qué punto el Congreso y el resto de Washington han sido absorbidos por él.
De un modo no menos impactante –y otra vez sabemos tan poco que hay que leer entre líneas– Lichtblau indica que más de seis “funcionarios actuales y antiguos de la seguridad nacional”, tal vez inquietos por la expansión de los poderes de la FISA, discutieron sus dictámenes "bajo la condición de anonimato”. Supuestamente, por lo menos uno de ellos (u otra persona) filtró la información clasificada sobre ese tribunal.
De manera bastante conveniente, Lichtblau escribió un artículo anónimo. En vista de que las fuentes ya no cuentan con ninguna seguridad de que sus registros telefónicos o de correos electrónicos no estén o sean monitoreados, no tenemos la menor idea de cómo esos personajes se pusieron en contacto con él o viceversa. Todo lo que sabemos es que, incluso al lanzar una luz poderosa hacia la oscuridad del universo de la vigilancia, el periodismo estadounidense ahora también se mueve en la sombra.
Lo que nos dicen el incidente de Morales y el artículo de Lichtblau, y lo que apenas hemos comprendido, es cómo está cambiando nuestro mundo estadounidense. En los años de la Guerra Fría, enfrentados a un mundo de MAD, ambas superpotencias se aventuraron “hacia las sombras” para enfrentarse en su lucha global. Y como en tantas guerras, tarde o temprano los métodos utilizados en tierras distantes volvieron a casa para atormentarnos. En el siglo XXI, sin otra potencia importante a la vista, la superpotencia que queda ha convertido en suyas esas “sombras” a gran escala. Más allá de la vista del resto de nosotros, comenzó a recrear de una forma nueva su famoso gobierno tripartito, de controles y equilibrios, que ahora tiene más de dos siglos. Allí, en esas sombras, los poderes ejecutivo, judicial y legislativo comenzaron a fusionarse en un gobierno unicameral en la sombra, parte de una nueva arquitectura de control que no tiene nada que ver con “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”.
Un gobierno en la sombra semejante que confía en tribunales secretos y en la vigilancia a gran escala de poblaciones, incluyendo la suya, mientras persigue sus deseos secretos globalmente era exactamente lo que temían los padres fundadores del país. A fin de cuentas poco importa bajo qué etiqueta –incluyendo la “seguridad” y la “protección” estadounidenses– se construye semejante poder gobernante; tarde o temprano la arquitectura determinará los actos y se hará más tiránico en el interior y más extremo en el exterior. Bienvenidos al mundo de la única superpotencia canalla, y agradeced a vuestra buena estrella que Edward Snowden haya tomado las decisiones que tomó.
Es escalofriante que algunos aspectos de los gobiernos totalitarios que desaparecieron en el siglo XX se estén recreando en estas sombras. En ellas una bestia cada vez más “totalística” sin ser todavía totalitaria, habiendo llegado su hora, se arrastra hacia Washington para nacer, mientras los que se atrevieron a echar un poco de luz sobre el proceso de nacimiento están en la cárcel o son perseguidos por todo el planeta.
Ahora hemos vivido la teoría de la disuasión en dos siglos. Una vez se introdujo para detener la destrucción total del planeta; una vez –y dicen que si la primera vez es tragedia la segunda es farsa– para disuadir a un pequeño número de informantes para que no revelen las entrañas del nuevo Estado de seguridad global. Ya llegamos una vez cerca de una tragedia total. Solo si pudiésemos estar seguros de que la segunda vez es verdaderamente una farsa, pero por el momento, que yo vea, nadie se está riendo.

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050.
[Nota: Mi especial agradecimiento a Irena Gross que me hizo pensar en “disidentes” estadounidenses y nuestro planeta prisión].
Copyright 2013 Tom Engelhardt
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

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