En esta exasperación de las interpretaciones básicamente religiosas de los conflictos, Georges Corm, economista, historiador, exministro libanés, defiende la ¨lectura profana¨ de los problemas del Oriente Medio. Su voz es una de las pocas voces que desde hace muchos años intentan explicar esta región, con independencia y coraje, oponiéndose a las modas, a los lugares comunes, tanto académicos como periodísticos en boga. Le leo con gran interés desde que publicase en 1971 su Contribución al estudio de las sociedades multiconfesionales y sus consecuencias jurídico-políticas del pluralismo religioso. Sus obras sobre los temas del Líbano, Oriente Medio, las relaciones de Oriente y Occidente del nuevo gobierno del mundo, han sido traducidas a varios idiomas. Para una lectura profana de los conflictos acaba de editarse en España.
Su pensamiento fundamental es que se han olvidado los factores demográfico, económico, geográfico, histórico, social, a la hora de estudiar los acontecimientos que sufren las poblaciones árabes del norte de África, y del Levante.
¿Cómo se puede explicar por ejemplo, sin tener en cuenta su exuberancia demográfica, lo que esta acaeciendo en Egipto?
La distribución irregular de la riqueza, provoca que los gobernantes de Riad envíen a los jihadistas a luchar al Afganistán, a Bosnia, a Kosovo, a Chechenia, a Siria… La historia contemporánea de esta región podría explicarse, sobre todo, a través de sus recursos energéticos, por el hecho de que su petróleo y su gas son materias primas necesarias para la prosperidad moderna y la fuerza militar. Corm vuelve a subrayar la importancía del factor económico que se había desdeñado desde la influencia de la ideología marxista.
En el trasfondo de esta gran crisis en Oriente Medio hay la alianza radical de los EE.UU., Israel, Arabia Saudí y Paquistán; el pacto entre norteamericanos, europeos y dirigentes islámicos. No hay sorpresas en el desarrollo de su historia. Las injusticias de la distribución de la riqueza, la falta de industrialización de las sociedades árabes, la acumulación de escandalosas fortunas colosales en manos de algunos potentados, la cultura de las dependencias a poderes extranjeros, fomentan las frustraciones de la población.
Ahora Arabia Saudí y los EE.UU. han querido acabar con el proceso revolucionario iniciado hace dos años, como los hicieron desde 1960 a 1980 para poner fin a las ilusiones de un nacionalismo árabe, laico, antimperialista.
La ignorancia del factor geográfico es otra grave equivocación al tratar de comprender esta turbulenta historia en movimiento. No se considera un acto hostil que los EE.UU. quieran imponer su ley sobe estos países situados a quince mil kilómetros de sus fronteras. Pero en cambio se estima una amenaza bélica que Irán y Siria quieran ejercer su influencia en esta región. Fueron estadounidenses y saudíes los que a raíz de la guerra de los jihadistas contra los soldados soviéticos ocupantes del Afganistán destaparon esta truculenta caja de Pandora de la que emergen toda suerte de organizaciones terroristas, empezando por Al Qaida.
Recuerdo que durante las jornadas de las manifestaciones contra el Rais Mubarak se repitió hasta la saciedad que el triunfo de aquel movimiento pacífico significaba la derrota de Al Qaida, con sus métodos violentos para conquistar el poder. Con la nueva situación en Egipto ha aumentado el peligro de una radicalización de los grupos jihadistas que ya desde Irak, a Siria y El Líbano, alientan enfrentamientos de sunis y chiis. Las monarquías del Golfo impulsan la piedad hipócrita que unida al analfabetismo y a la miseria refuerzan el sentimiento religioso. El ambiente jihadista es un ambiente, con algunas excepciones muy especiales, de gran pobreza.
En el pensamiento de Georges Corm que siempre ha combatido en sus libros esta instrumentalización religiosa, por parte de los gobernantes, estos movimientos de rebelión, especialmente la guerra de Siria, han enfrentado por primera vez el bloque occidental con Rusia y China, que apoyan a Irán en su programa de enriquecimiento del uranio, y ayudan al régimen de Bachar el Assad, sometido a poderosas presiones militares y mediáticas.
Ni el Islam es la solución ni tampoco lo es el liberalismo. Reducir los conflictos del Oriente Medio a cuestiones religiosas sirve para demonizar al Otro, convertir el enemigo en bárbaro, poner de relieve criterios genéticos que esconden su total dimensión.
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