jueves, 18 de julio de 2013

Los enemigos del destino manifiesto

Le Monde Diplomatique - Cono Sur - Edición Nro 168 - Junio de 2013

Repensando el anti-americanismo

Los enemigos del destino manifiesto
Por Leandro Morgenfeld*
“Por qué nos odian?” “¿Por qué el mundo detesta a Estados Unidos?” Sobre estos interrogantes se construyó y se sustenta un mito fundante en el país del Norte, que sirve de argumento a los sectores más conservadores para justificar sus políticas.


Robert Indiana, Six, 1960-1962 (Gentileza Christie’s)

na pregunta recurrente y distorsionada: Why do they hate us? [¿Por qué nos odian?]. También fue formulada por el propio presidente George W. Bush, en el Capitolio, Washington, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, quien a su vez ofreció una respuesta: odian nuestra libertad.
En la última década, más de 6.000 artículos de diario fueron dedicados en Estados Unidos a analizar el “anti-americanismo”. Los cultores de ese concepto señalan, en una visión autocentrada fundada en la idea del destino manifiesto de la potencia del Norte, que los extranjeros son irracionales y están mal informados acerca del “mejor país del mundo”. Por eso son anti-americanos.
A contramano de esta posición, el historiador alemán Max Friedman, profesor de la American University (Washington DC), reconstruye desde una perspectiva crítica la historia de un concepto central a la hora de recrear la ideología del destino manifiesto: la idea de que Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios para civilizar al resto del planeta, exportando democracia, libertad y capitalismo (1). En un contundente despliegue de erudición, sustentado en el trabajo en archivos de nueve países y en cinco idiomas, Friedman logra deconstruir una de las principales ideas que condicionan tanto la política interna de Estados Unidos como su relación con otros países, sean aliados o rivales.
Así, la renovación del interés por esta problemática luego del atentado contra las Torres Gemelas llevó al autor a revisar el concepto del “anti-americanismo” desde una perspectiva histórica y focalizada en dos regiones: Europa y América Latina, consideradas como el mundo occidental, el área de mayor influencia de Estados Unidos.
Al fin y al cabo, para desarmar todo mito, es preciso reconstruir su nacimiento, despliegue y transformaciones. Ya en el primer capítulo, Friedman recorre las mutaciones del concepto y muestra, por ejemplo, cómo éste fue utilizado para desestimar las críticas a la anexión de la mitad del territorio mexicano en 1846 o para catalogar como anti-americanos a quienes luchaban por la abolición de la esclavitud.
El valor de la obra no se limita a su enorme interés histórico y sociológico, sino que tiene una gran relevancia política. Friedman demuestra cabalmente cómo dentro de Estados Unidos la idea del anti-americanismo fue y es utilizada para bloquear reformas progresistas, tildándolas de contrarias a los supuestos valores estadounidenses. El concepto es utilizado asimismo para estigmatizar cualquier crítica externa a las políticas de Washington (2). Así, quienes critican el accionar imperialista de la Casa Blanca o del Pentágono (pero no al pueblo estadounidense), por ejemplo, son calificados de opositores a la libertad y la democracia. Friedman, en cambio, sostiene que la supuesta existencia de un sentimiento anti-yanqui en el mundo no es una real amenaza para la sociedad estadounidense, sino sólo un argumento de los sectores más conservadores de Washington para justificar su agresiva política exterior.
A contramano de la mayoría de los estudios sobre la problemática, que dan por supuesta la existencia de un generalizado sentimiento anti-americano en el mundo entero y proponen distintas explicaciones (envidia, ignorancia, autoritarismo), Friedman se focaliza en iluminar las falacias de esos argumentos y en explicar cómo ese concepto opera envenenando la política estadounidense (legitimando violaciones a los derechos humanos, conculcando libertades, manteniendo un impresionante aparato securitario).
El anti-americanismo es definido en sus usos frecuentes como una ideología, un prejuicio cultural, una forma de resistencia, una amenaza, una oposición a la democracia, un rechazo a la modernidad o una neurótica envidia a Estados Unidos. Sin embargo el historiador advierte que, en realidad, para hablar de anti-americanismo, deberían estar presentes al menos dos elementos: una hostilidad particular hacia Estados Unidos (más que hacia otros países) y un odio generalizado hacia Estados Unidos (hacia todos los aspectos de su sociedad, no hacia su política exterior). Así, una crítica al accionar imperialista de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), por ejemplo, no debería ser catalogada como anti-americanismo, ya que está denunciando a una organización militar que responde al gobierno de varios países de acuerdo a intereses imperiales (3). Rechazar la política del Pentágono en América Latina no equivale a impugnar al pueblo de Estados Unidos (4).


El mito del excepcionalismo


Esta aclaración, que parece una verdad obvia, es necesaria ya que muchas veces se opera confundiendo los niveles, para evadir las críticas. Es como suponer que cuestionar el accionar agresivo del gobierno de Israel contra el pueblo palestino equivale a impugnar al pueblo judío. Durante dos siglos, se utilizó el mote de “anti-americano” como un epíteto para descalificar cualquier crítica. Jean-Paul Sartre, Carlos Fuentes, Martin Luther King Jr., Charles De Gaulle o incluso Mark Twain fueron etiquetados de “anti-americanos”, cuando en realidad eran críticos de distintos aspectos de la política o la sociedad estadounidenses, así como también lo eran de otras sociedades.
En la actualidad, los herederos de Joseph McCarthy que están obsesionados con el odio irracional hacia Estados Unidos, no duda(ba)n en calificar como “anti-americanos” a Julian Assange o a Hugo Chávez, dos críticos de la política exterior del Departamento de Estado. Y no son sectores aislados, sino que mantienen una enorme capacidad de influir en Estados Unidos (por ejemplo, para horadar el movimiento de oposición a la invasión de Irak en 2003).
Por eso es sumamente relevante la investigación histórica de Friedman, que puede inscribirse en una corriente más amplia de académicos que buscan rebatir la idea del excepcionalismo estadounidense (5). Lo propio planteó Andrew J. Bacevich en su último libro, Washington Rules. America’s path to permanent war [Washington manda. La vía estadounidense a la guerra permanente] (6). Este militar retirado, es decir alguien que durante buena parte de su vida adulta actuó bajo el mandato de los intereses impuestos por el Pentágono, la CIA y la Casa Blanca, desmenuza y ataca los lugares comunes impuestos por el acuerdo bipartidista de demócratas y republicanos en las últimas seis décadas. Su libro, al que los conservadores del país del Norte no dudarían en calificar como “anti-americano”, pretende mostrar que un cambio desde adentro de la sociedad estadounidense es posible. En este sentido se propone, en concreto, discutir la idea de que Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y transformar el mundo. Aunque no sea su intención explícita, la obra de Friedman también abona ese terreno. Para impulsar una política anti-imperialista es necesario abandonar el mito de la división binaria entre pro y anti americanos. Y convencer al 99% de la población estadounidense de que las políticas de Wall Street y el Pentágono van también en contra de sus intereses. 
1. Max Paul Friedman, Rethinking Anti-Americanism. The History of an Exceptional Concept in American Foreign Relations,Cambridge University Press, Nueva York, 2012.
2. Véase, entre otros, Paul Hollander, Anti-Americanism: Critiques at Home and Abroad, 1965-1990, Oxford University Press, Nueva York, 1992, y Barry Rubin, Barry y Judith Colp Rubin, Hating America: A History, Oxford University Press, 2004.
3. Atilio Boron, América Latina en la geopolítica del imperialismo, Luxemburg, Buenos Aires, 2012.
4. Leandro Morgenfeld, Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012, p. 135.
5. En esa línea, es interesante el reciente trabajo de Thomas Bender, Historia de los Estados Unidos. Una nación entre naciones, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011.
6. Metropolitan Books, Nueva York, 2011.



* Docente UBA e ISEN, investigador del CONICET. Autor, entre otros libros, de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012. Su blog es: www.vecinosenconflicto.blogspot.com


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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