Mujeres egipcias en apoyo al depuesto presidente Mohammed Morsi, El Cairo, 8-7-13 (Hams/AFP/Dachary)
LA INSURRECCIÓN EGIPCIA NO FUE ESPONTÁNEA
Por Alain Gresh*
¿Golpe de Estado? ¿Insurrección popular? ¿Nueva fase de la revolución? ¿Cómo calificar el movimiento masivo contra Mohammed Morsi, primer presidente civil democráticamente elegido en Egipto, tras su destitución, el pasado 30 de junio?
or supuesto, uno se puede sorprender al ver que una fuente militar certifica que catorce millones de egipcios (cifra que a veces llevan hasta los treinta y tres millones) salieron a las calles el 30 de junio de 2013, y al ver al Ejército facilitarles a los medios imágenes tomadas desde sus aviones para confirmar sus declaraciones (1). Por supuesto, uno se puede cuestionar cuando responsables del Ministerio del Interior festejan las más grandes manifestaciones de la historia de Egipto. Por supuesto, uno puede ser un poco escéptico acerca de las quince y hasta veintidós millones de firmas que consiguió el movimiento Tamarod (“Rebelión”) pidiendo la renuncia del presidente Mohammed Morsi, y sonreír cuando un “filósofo egipcio” asegura que “la Alta Corte Constitucional llevó a cabo un recuento” (2) de las mismas.
No importa. Más allá de estas exageraciones, el país fue testigo el 30 de junio de su mayor movilización desde enero-febrero de 2011. En masa, los egipcios quisieron recordar sus exigencias de dignidad, de libertad, de justicia social. Quisieron dar a conocer su rechazo hacia la política de Morsi y de la organización que representa, los Hermanos Musulmanes.
Creada en 1928, la cofradía atravesó un tormentoso siglo XX. Su historia está marcada por la represión, los arrestos, la tortura. Sin embargo, cada vez que se presentaba una ocasión, la organización lograba importantes éxitos electorales, ya fuera en escrutinios legislativos o profesionales (ingenieros, médicos, abogados, etc.). Durante décadas, su consigna (“El islam es la solución”), su red de solidaridad y la auténtica abnegación de sus militantes le confirieron un aura. Y le aseguraron una mayoría en el momento de las primeras elecciones legislativas libres (fines de 2011-principios de 2012), marcadas por la participación sin precedentes de treinta millones de egipcios. Más allá del núcleo duro de los simpatizantes, muchos votantes quisieron darle una oportunidad a la organización fundada por Hassan Al-Banna.
“Ya probamos todo. Probamos con un rey; no funcionó. Después probamos el socialismo con [Gamal Abdel] Nasser, e incluso en los momentos más fuertes del socialismo todavía estaban los pachás del Ejército y de los servicios de inteligencia. Acto seguido probamos el centro, más tarde el capitalismo. […] Y no funciona. Así que ahora podríamos probar con los Hermanos Musulmanes, a ver si funciona. De cualquier manera, no tenemos nada que perder.”
En un serpenteante relato de sus tribulaciones en medio de los embotellamientos de El Cairo prerrevolucionario, el escritor Khaled Al-Khamissi daba cuenta de este comentario de un taxista (3). En la primavera de 2013, el periodista adepto a las confidencias de esos mismos taxistas escuchó otra campana: los Hermanos Musulmanes “tampoco funcionan”. Lo que la represión no había conseguido, dos años y medio de vida pública y de debate pluralista, más abierto y frecuentemente polémico, lo lograron: expuestos a la luz y a la controversia, los Hermanos retrocedieron inexorablemente.
Incapacidad reformista
Desde hacía varios meses, las urnas confirmaban ese repliegue. En la primera vuelta de la elección presidencial, en mayo de 2012, Morsi consiguió tan sólo un cuarto de los votos y logró la mayoría en la segunda vuelta sólo gracias a quienes rechazaban a su adversario, el general Ahmed Chafik, el candidato del antiguo régimen. Algunos meses de un relativo estado de gracia le permitieron al presidente deshacerse, como quien no quiere la cosa, en agosto de 2012, del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (CSFA), responsable de la desastrosa transición luego de la caída de Hosni Mubarak y de violentas represiones, entre las que se cuenta la de octubre de 2011 contra una manifestación pacífica en solidaridad con los coptos (4). Pero después, el rais y su organización iban a ver cómo se debilitaba su popularidad. Y cómo sus resultados retrocedían en las elecciones estudiantiles en las universidades, pero también dentro de los sindicatos de periodistas o de farmacéuticos.
Este fracaso tiene muchas explicaciones, y no todas son susceptibles de ser atribuidas a los Hermanos. Pero, fundamentalmente, la organización no fue capaz de adaptarse a la nueva realidad política pluralista, salir de su cultura de la clandestinidad, transformarse en un partido político, forjar alianzas. Es cierto, fundó el Partido de la Libertad y la Justicia (PLJ) (5), pero este partido permaneció totalmente sometido a la dirección de los Hermanos. Contando sus negociaciones con el PLJ, un cuadro del Partido Socialdemócrata nos decía que, a cada hora, había que suspender la sesión para que sus interlocutores pudieran consultar con la cofradía.
Comprometidos a lo largo de la década de 1990 en un aggiornamento signado principalmente por la aceptación de las nociones de democracia y de soberanía popular, los Hermanos, bajo los golpes de la represión que le siguió a su éxito en las legislativas de 2005, otra vez se replegaron sobre sí mismos. Durante su congreso de 2009, el ala más conservadora, dirigida por el empresario Khairat Al-Shater, consolidó su posición e hizo a un lado a los elementos más abiertos, como Abel Moneim Aboul Fotouh. Claramente, no son su activismo religioso o su voluntad de aplicar la sharia [ley islámica] los que desanimaron a los egipcios: su balance en este campo es bastante pobre, lo que por otro lado les reprocha el poderoso partido salafista Al-Nour. En realidad, su incompetencia y su ineptitud para encarar reformas sorprendieron a más de uno. Organización conservadora, los Hermanos respetaron el orden establecido y no supieron hacer las alianzas que habrían posibilitado una transformación del aparato de Estado –Ejército, Policía o Poder Judicial–, que permaneció mayoritariamente fiel al antiguo régimen.
Fuerte tónica conservadora
En lo que respecta al movimiento social y a los sindicatos, su actitud fue semejante a la del antiguo régimen. “En el Parlamento –destaca la revista estadounidense Merip– los Hermanos rechazaron un proyecto de ley laboral que habría garantizado el derecho a formar sindicatos independientes por medio de elecciones libres. Propusieron ‘regular’ las huelgas y se posicionaron del lado de las patronales durante las salvajes huelgas que se extendieron luego de la destitución de Mubarak. A principios del verano, Egipto volvió a la lista negra de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por haber omitido respetar las convenciones de las que es signataria. […] El gobierno de Morsi ignoró los mandatos del tribunal, que imponían revisar varias privatizaciones de empresas públicas malvendidas en la era Mubarak” (6).
Aislado, el presidente Morsi se complicó, en noviembre de 2012, con una declaración constitucional que le atribuía plenos poderes. Incapaz de ponerla en marcha, movilizó a sus milicias e intentó colocar a sus hombres, dando lugar así a que se lo acusara de “hermanizar” el Estado (acusación poco consistente en la medida en que lo esencial de las instituciones escapaba a la autoridad del presidente). Pero sería ingenuo pensar que el levantamiento fue un resultado de este único rechazo.
Los Hermanos le hicieron frente a una campaña de desestabilización orquestada por el antiguo régimen: disolución del Parlamento electo, rechazo por parte de la policía de garantizar el orden público y la protección de sus oficinas (es significativo que el ministro del Interior fue removido de sus funciones luego del 30 de junio), absolución por los tribunales de los responsables de la época Mubarak. Cuando, en mayo de 2013, Reporteros Sin Fronteras (RSF) ponía al gobierno egipcio en su lista de “depredadores” de la libertad de prensa (un calificativo que nunca se utilizó contra el régimen de Mubarak), estaba en marcha, según el sitio The Arabist (30 de junio), una “máquina implacable de demonización mediática y de deslegitimación de la administración Morsi, mucho más allá de los errores de los que Morsi es responsable. Cualquiera que mire CBC, ONTV, Al-Qahira wal-Nas y otros canales satelitales, o lea diarios histéricos como Al-Destour, Al-Watano Al-Tahrir (y, cada vez más, Al-Masri Al-Youm), es atiborrado con una propaganda anti Morsi permanente”.
La oposición, agrupada en torno al Frente de Salvación Nacional (FSN), participó en esta campaña y no dudó en hacer causa común con el antiguo régimen. Como lo remarcaba Esam Al-Amin en la víspera del 30 de junio, “en la batalla ideológica entre ex compañeros revolucionarios, los fouloul [ci-devant, partidarios del antiguo régimen] fueron capaces de reinventarse y de volverse actores principales junto a los grupos laicos contra los Hermanos y los islamistas. Recientemente, [Mohammed] El-Baradei se declaró listo a recibir en su partido a todos los elementos del Partido Nacional Democrático de Mubarak, mientras Hamdeen Sabbahi [candidato desafortunado en la elección presidencial que quedó en la tercera posición y que se reclama del nasserismo] afirmaba que la batalla contra los fouloul era ahora secundaria, siendo el principal enemigo los Hermanos y sus aliados islamistas” (7). La fascinación de Sabbahi por el Ejército y por Nasser parece haberlo conducido a este viraje, más extraño aun si se considera que, durante las elecciones legislativas, su partido estaba aliado con los Hermanos Musulmanes.
Contra las versiones ingenuas
Más allá de esa “postal” que muestra a jóvenes desorganizados que voltean a un “dictador islamista” se perfila un cuadro menos luminoso. Mahmoud Badr, uno de los fundadores de Tamarod, puede jactarse –¿inocencia o estupidez?– de que el comandante en jefe del Ejército, durante su primer encuentro, se haya plegado a su crítica: “Se lo digo yo, usted es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, pero el pueblo egipcio es su comandante en jefe y le ordena colocarse inmediatamente a su lado y pide elecciones anticipadas” (8). Más realista, una militante del movimiento explica que se retiró en el momento en que vio aparecer caras que conocía “como pertenecientes a los fouloul o que justificaban las acciones de la Seguridad del Estado”.
Mil y un indicios prueban que el movimiento fue preparado durante mucho tiempo por el Ejército, con garantías concedidas por Arabia Saudita y por los Emiratos Árabes Unidos, la Seguridad del Estado y losfouloul. El multimillonario Naguib Sawiris, relacionado con el antiguo régimen, reconoció haber financiado a los militantes de Tamarod, sin que ellos lo supieran, mientras Tahani Gebali, ex vicepresidente de la Alta Corte Constitucional, explicaba cómo ella misma los había ayudado a armar una estrategia para hacer intervenir al Ejército (9). La misma Gebali también declaraba, luego de la caída del régimen de Mubarak del cual era un pilar, que era necesario que las personas diplomadas dispusieran de más votos que las otras en las elecciones (10). Y, como por milagro, luego de la caída de Morsi, las penurias, principalmente la de nafta, se terminaron; los policías volvieron a las calles.
Pero uno puede dudar de que vayan a proteger a las mujeres: el 3 de julio, día del derrocamiento de Morsi, un centenar de agresiones sexuales y violaciones fueron perpetradas en la plaza Tahrir (11). ¿Y no es el general Abdel Fatah Sissi, el nuevo hombre fuerte del régimen, quien se hacía el apóstol de los “tests de virginidad” realizados en ese momento por el Ejército a manifestantes?
El derrocamiento de Morsi no amplió el pluralismo de los medios en Egipto. Al contrario: una media docena de cadenas fue prohibida, periodistas arrestados, los medios extranjeros denunciados con los mismos tonos que la prensa oficial bajo Mubarak. La continuidad de un Ministerio de Información no augura nada bueno. Mientras que los medios del Estado se niegan a cubrir las manifestaciones organizadas por los Hermanos –que sin embargo reúnen a cientos de miles de personas–, prácticamente la totalidad de los periodistas se pliega al discurso oficial, al tono nacional-chovinista. Las amenazas y las presiones apuntan, más allá de los Hermanos, a todos aquellos que critican la línea oficial. Hay que leer de todos modos la bella y valiente toma de posición del célebre cómico Bassem Youssef que, aunque enemigo declarado de los Hermanos, denuncia la deshumanización de sectores enteros de la sociedad (12).
Caso de escuela: la cobertura de la represión del sit-in (la “sentada”) organizado el 8 de julio de 2013 por los Hermanos ante el sitio de la Guardia Republicana, en el que murieron al menos cincuenta personas. Interrogado acerca del uso excesivo de la fuerza, el portavoz del Ejército afirmó, sin reír (ni llorar): “¿‘Uso excesivo’? Habría sido excesivo si hubiéramos matado a trescientas personas”. El sitio en lengua inglesa Madamasr, uno de los pocos que no sucumbió a la propaganda, publicó testimonios abrumadores para el Ejército, sobre todo las imágenes de un videasta que trabajaba para un canal de la oposición y que mostraban soldados disparando, sin ningún motivo. Su video fue rápidamente levantado del sitio, “a la espera de la posición oficial del Ejército”. A un artículo publicado por el diario Al-Chourouk, que citaba a varios residentes del barrio que confirmaban que el Ejército había sido el primero en disparar, también lo sacaron de circulación (13).
Todos los poderes están en este momento en manos de Adly Mansour, miembro de la Alta Corte Constitucional, la cual presidió durante… cuarenta y ocho horas. El hombre cuya carrera está ligada al antiguo régimen y a Arabia Saudita, donde trabajó por más de diez años, promulgó una “hoja de ruta”, una declaración constitucional que le concede plenos poderes ejecutivos y legislativos y prevé elecciones para dentro de seis meses (14). Algunos artículos discutidos de la ex Constitución fueron abolidos: rol consultativo de la Universidad Islámica Al-Azhar en la elaboración de las leyes, limitación del pluralismo sindical, etcétera. Pero el Ejército está al resguardo de cualquier control civil. Curiosamente, en el campo religioso, la nueva formulación adoptada marca un retroceso, ya que los “principios de la sharia” siguen siendo la “principal fuente de la legislación”, pero esta vez se aclara que deben ser conformes a la tradición sunnita. Este texto puso en un aprieto al FSN, que lo condenó antes de retractarse. Tamarod, por su parte, hace campaña por la prohibición de los Hermanos Musulmanes y de los partidos salafistas (que representan, al menos, ¡a un tercio de la población!).
El nuevo gobierno confirmó el rol clave del general Sissi, quien, nombrado viceprimer ministro, sigue siendo ministro de Defensa. Dominan, en el campo económico, partidarios del liberalismo y muchas figuras del antiguo régimen. El nombramiento en el Ministerio de Trabajo del líder de un sindicato independiente es la única buena noticia.
Durante mucho tiempo, la opinión pública se preguntó si, una vez elegidos los Hermanos, habría “pasaje de vuelta”. La pregunta que se hace ahora es si, habiendo sido derrocado el presidente electo, Egipto volverá a tener elecciones pluralistas. Aunque algunos de los responsables, entre quienes se cuenta El-Baradei, afirman la necesidad de incluir a los Hermanos, se quedan callados frente a la represión a todos los niveles ejercida por la Seguridad del Estado y por el Ejército, por fuera de cualquier acción legal, contra sus militantes, calificados como “terroristas” por los medios y tratados como tales.
¿Cómo interpretar, si no, que se haya abierto una investigación sobre la evasión de Morsi y de varios dirigentes de los Hermanos, durante el levantamiento de enero-febrero de 2011, de la prisión de Wadi Al-Natroun? Desde hace meses, la prensa, alimentada por los moukhabarat (servicios de inteligencia), multiplicaba las “revelaciones” sobre este incidente, llegando a decir incluso que los Hermanos habían sido ayudados por Hamas, Hezbollah y Al-Qaeda, lo que alimenta una violenta campaña antipalestina y chovinista (15). ¿Para cuándo la acusación a los militantes por haber exigido, en enero-febrero de 2011, la caída de Mubarak?
¿Se trata de llevar a los Hermanos a la violencia –incluso de provocarla– para permitir un restablecimiento del estado de sitio en nombre de la “guerra contra el terrorismo”? La inestabilidad en el Sinaí, que no empezó con Morsi, ¿servirá de pretexto? El desafío es incluir en el juego político a todas las fuerzas, sin exceptuar a los islamistas y a los Hermanos, que deberán aprender de su fracaso y dar vuelta la página de la clandestinidad. Cerrándoles la puerta, el Ejército y sus aliados los empujan, al revés, hacia un camino radical que puede costarle caro a Egipto.
1. Sobre estas estimaciones, véase Ruth Alexander, “Counting crowds: Was Egypt’s uprising the biggest ever?”,BBC Magazine, Londres, 16-7-13.
4. Véase Alain Gresh, “¿Hacia una dictadura en Egipto?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2012.
5. Véase Gilbert Achcar, “Una ‘transición dentro del orden’”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2011.
7. Esam Al-Amin, “Egypt’s fateful day”, 26-6-13, www.counterpunch.org
9. Ben Hubbard y David D. Kirkpatrick, “Sudden improvements in Egypt suggest a campaign to undermine Morsi”, The New York Times, 10-7-13. Véase también Claire Talon, “Un coup préparé à l’avance par les militaires?”, Le Monde, 7/8-7-13.
10. Véase Alain Gresh, “Egipto: primeros pasos de la revolución”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, julio de 2011.
13. Ali Abdel Mohsen, “The killing of islamist protesters: State censorship or self-censorship?”, 9-7-13,http://madamasr.com
14. Cfr. “In the interim”, 12-7-13, http://madamasr.com
* De la redacción de Le Monde diplomatique, París.
www.eldiplo.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario