Santiago Alba Rico *
En relación con la más que probable “intervención” militar del gobierno de EEUU en Siria, hay dos posiciones igualmente absurdas:
La de los que pretenden que Bachar Al-Assad no ha usado armas químicas. Un asesino que bombardea y lanza misiles a su propia población, que tortura sistemáticamente a su pueblo y degüella a mujeres y niños, es sin duda capaz de arrojar gas sarín o cualquier otra sustancia letal sobre sus ciudadanos.
La de los que pretenden que EEUU no miente sobre el uso de armas químicas en Siria. Una potencia capaz de invadir Iraq tras inventarse pruebas y falsificar documentos, que mantiene abierto Guantánamo y que practica rutinariamente ejecuciones extrajudiciales fuera de sus fronteras y desde el aire, es perfectamente capaz de mentir también en el caso de Siria, como tantas veces antes.
Desde el punto de vista del derecho y la justicia, es imperativo investigar y determinar si y quién ha utilizado armas químicas en Siria y tratar de juzgar y condenar a los culpables, quienes quiera que sean. Pero un análisis político serio, no “ideológico” y no sectario, debe partir más bien de los únicos hechos demostrables. Son dos. El primero es que, con independencia de que haya usado o no armas químicas contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la dinastía Assad es el responsable primero y directo de la destrucción de Siria, del sufrimiento de su población y de todas las consecuencias, humanas, políticas y regionales que se deriven de ahí. En virtud de una dolorosa paradoja (dolorosa al menos para quien escribe estas líneas) algunos de los que vociferan hoy “contra la guerra”, como si no hubiera ya una desde hace dos años, han venido guardando silencio sobre los crímenes del régimen sirio o, peor aún, han venido practicando el más abyecto negacionismo. A juzgar por sus arrebatadas denuncias, vibrantes de autoridad moral, el ejército de EEUU estaría a punto de bombardear un país próspero y en calma, dirigido por un gobierno muy popular cuyo único crimen sería el de “resistir” las insidiosas agresiones de Israel. Esta “indignación moral” de algunos imperialistas -debo confesarlo- suena en mis oídos tan odiosamente hipócrita como las invocaciones de la “democracia” y el “humanitarismo” por parte de los imperialistas.
El segundo hecho irrefutable es que, con independencia de que haya mentido o no sobre el uso de armas químicas en Siria, el gobierno de EEUU no tiene el menor interés en la democracia ni en la protección de los civiles ni en la cuestión “moral” de las armas químicas. Está pensando únicamente en sus intereses, como siempre, intereses que nunca coinciden con los de los pueblos a los que dicen querer ayudar y a los que históricamente han abandonado, sometido, bombardeado y asesinado. Esta verdad banal (que algunos sirios desesperados querrían a su vez negar) es perfectamente compatible con la anterior, porque lo cierto es que en el mundo caben muchas fuerzas criminales y relativamente autónomas entre sí, sin que nadie pueda obligarnos a aplicar los principios de la lógica a los dilemas éticos y políticos. A la declaración de un personaje que sostenía ante él que “no es posible estar en dos sitios diferentes al mismo tiempo”, respondía Groucho Marx con alegre contundencia: “Eso no es verdad. Nueva York y Washington están en dos sitios diferentes al mismo tiempo”. En la historia, en la batalla, en la revolución, en este mundo terrible es perfectamente posible que Bachar Al-Assad haya usado armas químicas y que al mismo tiempo Obama mienta sobre el uso de armas químicas por parte de Bachar Al-Assad.
Una vez asumidos estos dos hechos probados, y ante la inminencia del ataque estadounidense, es sin duda imperativo “condenarlo” (como si fuera algo más que un ejercicio retórico y un salvoconducto para adquirir el derecho de hablar y de ser escuchado en ciertos medios), pero es más imperativo comprender. Los que condenamos (condenamos condenamos condenamos) el ataque estadounidense, podemos escoger entre uno de estos dos “relatos”:
1. EEUU (así, una Unidad Ominosa, tan monolítica y a-histórica como un “régimen”) lleva en su seno, desde sus orígenes, un plan de dominación mundial concebido in illo tempore y aplicado sistemáticamente; un plan providente y omnipotente que incluía desde el principio de los tiempos, y con independencia de las relaciones de fuerzas y los cambiantes avatares en la zona, el derrocamiento del gobierno nacionalista, resistente y socialista del partido Baaz en Siria; plan que montó o al menos utilizó una pseudorrevolución popular para, tras armar hasta los dientes a los llamados “rebeldes”, buscar durante dos años años un pretexto que justificara atacar e invadir el país; plan obstruido por Rusia, Irán y China y que ahora, a través de una mentira amplificada por los medios de comunicación mercenarios del imperialismo, está por fin a punto de materializarse.2. EEUU (una Unidad de Sentido trabajada por muchas contradicciones, como todo en este mundo) a veces no tiene un plan sino varios y muchas dudas; Siria es su enemigo en el contexto de su enfrentamiento con Irán y de su defensa a ultranza de Israel, pero molesta poco y garantiza, en alguna medida, el statu quo en la región; cuando en la ola de las llamada “primaveras árabes” el pueblo sirio trata de sacudirse el yugo de 40 años de dictadura, el gobierno Obama apoya retóricamente su causa, preocupado en todo caso por la deriva armada, en la que van ganando terreno (de manera muy leninista) los grupos islamistas más radicales, por lo que conjuga el apoyo formal a la revolución siria con la mayor cautela a la hora de entregar armas a los rebeldes; desde el principio trata por todos los medios de no involucrarse militarmente en un berenjenal del que sabe que no puede obtener nada y que, además, puede perjudicar a Israel; a partir de un cierto momento apuesta claramente por una solución política, llega a un acuerdo con Rusia, se siente más amenazado por Al-Qaeda que por Bachar Al-Assad; pero ha hablado mucho, ha fijado una línea roja y necesita ahora, porque es débil, hacer una demostración de fuerza que, como ha explicado en The New York Times Edward Luttwak, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, concilie la necesidad de hacer algo que no quiere hacer, y de alcance “limitado y casi propagandístico” (lo que no depende sólo de ellos), con sus verdaderos intereses; es decir, no con el derrocamiento de Al-Assad y el establecimiento de la democracia sino con la prolongación de la guerra siria el mayor tiempo posible a fin de evitar que venza ninguno de los dos contendientes (ni Assad ni los rebeldes), peligrosísimos los dos para el plan de dominio regional estadounidense (con un gran cinismo Luttwak afirma que EEUU debe entregar armas a los rebeldes cada vez que vayan cediendo terreno y cerrar el grifo cada vez que vayan ganando).
El primer relato tiene un defecto; es coherente como un mito. El segundo relato tiene una virtud; es incierto como la realidad misma. El primer relato -además de hacer publicidad gratis de la omnipotencia del imperialismo estadounidense en sus horas más bajas y apetecer la intervención militar- implica despreciar a los pueblos que luchan en la zona, desdeñar su dolor, justificar a sus verdugos. El segundo relato nos sitúa en un avispero complejo, lleno de dilemas éticos y políticos, donde nada es seguro, pero donde también -ahora o más adelante- los pueblos pueden ganar algo, aunque no sea todo, y donde pueden también perderlo todo, pero no la dignidad.
Condeno condeno condeno la intervención militar estadounidense por todas las buenas razones que explica Yassin Swehat en un excelente texto reciente: porque no sería legal, porque es el pueblo sirio el que debe librarse del dictador, porque la solidaridad internacional puede ser mucho más eficaz de otras maneras, porque esa intervención no pretende ayudar al pueblo sirio y porque sus consecuencias, incluso si quisiera y lograse derrocar el régimen (lo que es una hipótesis extravagante), serían siempre contrarias a la revolución que él y tantos sirios han defendido desde el comienzo.
Elijamos un relato. Y carguemos con las consecuencias.
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