miércoles, 21 de agosto de 2013

Los militares egipcios intentan borrar las huellas de la represión

POR GUSTAVO SIERRA PARA CLARÍN

Limpian y reconstruyen la zona de El Cairo donde fueron las 

matanzas la semana pasada. Se ven edificios quemados, 

balazos y zapatos de las víctimas. La gente tiene miedo

Funerales. Los féretros de los 25 policías ejecutados el lunes en una feroz 

emboscada en el norte del país llegaron ayer al aeropuerto de El Cairo./REUTERS

EL CAIRO. ENVIADO ESPECIAL - 21/08/13
Cincelan la piedra, dan los últimos toques de pintura a las figuras ornamentales, lanzan arena y reparan los baldosones del camino. El extraño monumento con las imágenes del dios/halcón Horus, hijo de Isis y Osiris, está quedando a nuevo. Como si fueran esclavos de algún faraón de hace 3.000 años, cientos de empleados públicos reparan y tratan de ponerle la mejor cara a lo que fue uno de los principales campos de batalla de la última semana en El Cairo y donde quedaron tirados 300 cadáveres.
El gobierno surgido del golpe de Estado del general Abdel Fatá al Sisi intenta ocultar de cualquier forma lo que sucedió allí, en la gran avenida que sale de la mezquita de Rabba al Adawiya, en el barrio de Nasr, lugar dominado hasta el viernes pasado por los islamistas de los Hermanos Musulmanes.
El ejército mantiene acordonado el sector a unas 20 cuadras a la redonda. Damos dos vueltas sin que nos dejen entrar por ninguno de los retenes. Pero aparece una comitiva oficial con el alcalde de la ciudad que viene a inspeccionar las obras y no tienen más remedio que dejar pasar las cámaras “por un minuto”. El alcalde mira, escucha con desgano a dos o tres de los jefes que supervisan los trabajos y no quiere responder preguntas. Un custodio malhumorado hace el resto a los empujones para apartar a la prensa internacional que “no debe estar acá”. Un colaborador del alcalde se acerca más amistoso y recita el slogan que encontró el gobierno militar para responder a cualquier acusación de haberse excedido en la represión: “estamos luchando contra el terrorismo”.
Pero se niega a repetirlo en cámara.
De todos modos ahí, frente a todos, siguen los vestigios de lo que fue la entrada a sangre y fuego de la infantería y la policía el miércoles pasado y del intensísimo intercambio de artillería con milicianos islamistas que duró hasta la madrugada del sábado. Hay edificios quemados, agujeros de balas por todos lados, pilas de bloques de concreto donde se parapetaban los francotiradores, huellas de los tanques en el asfalto y en una pila de basura acumulada quedaron decenas de zapatos sueltos, perdidos, seguramente, por las víctimas. Un zuequito de una niña indica que aquí no se discriminó demasiado. Las pocas fotos que hay de las horas posteriores a la entrada de las tropas muestran una enorme pila de cadáveres en el salón central de la mezquita.
La gente que sale de los edificios de monobloques, desde donde se disparaba hacia los soldados, mira con desconfianza y apura el paso. Un muchacho que viste una túnica blanca dice que él no vio nada. Otra mujer, enfundada en una baya negra que le cae hasta los pies, asegura que está apurada para ir a buscar a sus hijos. Hay miedo de hablar y temor a que algún agente encubierto se disfrace de periodista. Anoche, acá, durante el toque de queda que va desde las siete de la tarde hasta las siete de la mañana, el ejército volvió a entrar y se llevó a varios dirigentes de los Hermanos Musulmanes partidarios del depuesto presidente Mohamed Mursi, entre ellos al líder espiritual y hombre fuerte de este movimiento político-religioso, Mohamed Badie. En el laberinto de pasillos de los edificios probablemente permanezcan ocultos algunos de los hombres buscados.
Un poco más arriba por la avenida aparecen dos o tres negocios, lo que queda de una florería quemada, una lavandería y una gestoría. Cuando llego a la oficina se puede ver en el televisor la imagen de Badie desorientado y abatido, inmediatamente después del arresto. Sahira, una de las empleadas de unos 25 años, dice que “es mejor así, estamos cansados de tanta violencia, no podemos soportar más muertos”. El dueño del lugar se queja de que tuvo que tener cerrado por 40 días mientras los Hermanos Musulmanes acampaban en la zona. Pero otro hombre alto y de una panza enorme que escucha con un palo en la mano comienza a golpearlo nerviosamente sobre la otra palma. Nadie dijo más nada.
En la salida me encuentro con otra mujer, de unos 60 años, de túnica y pañuelo, con unos enormes anteojos de sol, que me dice que lo de limpiar el barrio “nadie se lo cree; no lo hicieron por años y ahora se les ocurre … Mejor que dejen libre al presidente Mursi y todo va a estar muy limpio y prolijo sin necesidad de matar a nadie”.
Antes de regresar paramos a comprar agua en la estación de servicio en la rotonda de entrada al barrio de Rabaa. El vendedor es curioso y traba una conversación en un inglés chapuceado. “¿Y, está quedando lindo?”, lo aguijoneo. “Bueno ... Lástima que haya tenido que correr tanta sangre para esto”, dice. Y se queda medio pensativo. La memoria de los 300 muertos está demasiado fresca. Y nada hace prever que estos arreglos de las fachadas y las calles vayan a ser muy duraderos.

1 comentario:

  1. No entiendo porque casi todos los periodistas y bloqueros ponen la etiqueta como "Hermanos Musulmanes", "islamista"... a todos los opositores al golpe militar y a todos los partidarios de Mohamed Mursi. Soy partidario de Mursi y no soy Hermanos Musulman, muchos egipcios son como yo. Soy opositor al golpe militar y no soy islamista no soy terrorista como se dice en muchos medios de desinformación.

    Suscribo la actitud del autor del siguiente artículo:
    Egipto: todos en contra de la democracia

    El País escribe, por ejemplo: “Los islamistas mantienen su desafío a pesar de la represión”, en un ejercicio sutilísimo de contaminación lingüística en virtud del cual los manifestantes partidarios del presidente derrocado y de su partido legal se convierten en “islamistas” (término fatalmente marcado por asociaciones injuriosas y criminalizadoras) y la feroz represión de los golpistas, actores responsables de las matanzas, comparece casi como una mera adversidad atmosférica (“mantienen su desafío a pesar de la lluvia o del calor”). El titular de La Vanguardia, clon de los de otros muchos medios españoles, redacta por su parte: “El Viernes de la Ira desata un nuevo baño de sangre”, como si –una vez más- los partidarios de Mursi fueran los responsables, y no las víctimas, de las masacres policiales. Aunque el colmo de la sofisticación manipuladora corresponde a un gran periodista francés, Serge Michel, corresponsal de Le Monde en Egipto, quien responde a las preguntas de los lectores confirmando –a su pesar- que los manifestantes no tienen armas, salvo piedras y cócteles molotov, para asegurar enseguida que “esa es precisamente la estrategia de los HHMM: dejarse matar para hacerse pasar por las víctimas”.

    http://www.cuartopoder.es/tribuna/egipto-todos-en-contra-de-la-democracia/4950

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